[0323] • PÍO XI, 1922-1939 • LA IGLESIA, EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA
De la Carta Encíclica Ubi arcano –sobre la paz de Cristo, en el Reino de Cristo–, 23 diciembre 1922
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[10.–] Y es aun más doloroso que plaga tal [el azote de la guerra] haya penetrado profundamente hasta las mismas raíces de la sociedad humana, es decir, hasta en el santuario de la familia, de suerte que su disgregación, hace ya tiempo iniciada, ha llegado casi a la ruina a causa de la guerra, al alejar padres e hijos del techo familiar para llevarlos a los frentes, y al intensificarse, en modo extraordinario, la corrupción de las costumbres. Con frecuencia ya no se respeta la patria potestad, ni se estima el parentesco, se miran como enemigos amos y criados; con demasiada frecuencia se viola aun la misma fidelidad conyugal, y se conculcan los deberes que el matrimonio impone ante Dios y ante los hombres.
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[11.–] Y como, cuando un organismo o una de sus partes principales sufren, se resienten hasta sus partes más pequeñas, así es natural que los males, que sufren la sociedad y la familia, alcancen también a todos y a cada uno de sus individuos. Nadie ignora, en verdad, cómo entre los hombres de toda edad y condición se halla extendida una intranquilidad que les hace inobedientes e indisciplinados; cómo el desprecio de la obediencia y la negación al trabajo ya se han convertido en ley; cómo ha pasado ya los límites del pudor la ligereza de las mujeres y de las jóvenes, sobre todo en los vestidos, en el trato y en las danzas, a la par que con excesivo lujo exacerban el odio de los desheredados; finalmente, cómo va en aumento el número de los reducidos a la miseria, constituyendo masas ingentes, y siempre renovadas, para aumentar las filas de los sediciosos.
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[23.–] También se decidió que ni Dios ni Jesucristo habrían de presidir el origen de la familia, reduciéndose a mero contrato civil el matrimonio que Jesucristo había hecho un sacramento grande1, y que había querido fuese una figura, santa y santificante, del vínculo indisoluble que Le une a su Iglesia. Por lo mismo hemos visto cómo frecuentemente se han oscurecido entre las masas populares las ideas y los sentimientos religiosos que la Iglesia había infundido a este germen primero de la sociedad, que es la familia; la jerarquía y la paz del hogar desaparecen, la unión y la estabilidad de la familia se hallan cada día más en peligro; el fuego de las bajas pasiones y el ansia mortal de los más viles intereses violan con tanta frecuencia la santidad del matrimonio, que las fuentes mismas de la vida de las familias y de los pueblos se hallan infectadas por aquéllos.
1. Eph. V, 32.
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[33.–] Si se considera, además que la doctrina y preceptos de Cristo tocantes a la dignidad de la persona humana, a la inocencia de la vida, a la obligación de obedecer, a la ordenación divina de la sociedad, al sacramento del matrimonio y a la santidad de la familia cristiana, si se considera, decimos, que estas y otras verdades que Él trajo del cielo a la tierra, las entregó únicamente a su Iglesia, por cierto con la promesa formal de que le ayudaría y estaría siempre con ella, y que le mandó que no dejara de enseñar, con un magisterio infalible, a todas las naciones hasta el final de los siglos, fácilmente se entiende cómo y cuánto pueda y deba cooperar la Iglesia católica en el ofrecer tan potentes remedios para la pacificación del mundo.
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[34.–] Porque, habiendo sido ella constituida como única intérprete y depositaria de estas verdades y preceptos, tan sólo la Iglesia goza del poder eficaz de extirpar, siempre, de la familia y de la sociedad civil, la plaga del materialismo que tantos daños ha ocasionado ya a aquéllas, de introducir en su lugar la doctrina cristiana acerca del espíritu, o sea, sobre la inmortalidad de las almas, doctrina muy superior a toda filosofía, y de unir también entre sí a todas las clases sociales y al pueblo todo entero mediante los sentimientos de una profunda benevolencia y con el espíritu de una verdadera fraternidad [2] de defender la dignidad humana, la que corresponde en justicia, para elevarla a Dios; y, finalmente, de procurar que, corregidas las costumbres privadas y públicas, y ordenadas a mayor santidad, todo se someta plenamente a Dios que ve los corazones[3] en conformidad con sus enseñanzas y sus preceptos, de tal suerte que el sacro sentimiento del deber sea la ley para todos, particulares o gobernantes, y aun para las mismas instituciones públicas de la sociedad; y así sucederá que Cristo sea todo y en todos[4].
2. S. August., De moribus Ecclesiae Catholicae, I, 30 [PL 32, 1336].
3. I Reg. XVI, 7.
4. Coloss. III, 11.
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[41.–][...] Reina también [Jesucristo] en la sociedad doméstica cuando, fundada ésta en el matrimonio cristiano, se conserva inviolablemente como cierta cosa sagrada, donde la autoridad paterna refleja la paternidad divina que es su fuente y le comunica su nombre; donde los hijos imitan la obediencia del niño Jesús, y donde toda la vida respira la santidad de la Familia de Nazaret.
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[49.–] A esta continuada piedad atribuimos el espíritu de apostolado, ahora más extendido que antes, es decir, aquel celo tan ardiente por procurar, primero con la oración frecuente y el buen ejemplo, luego con la propaganda hablada y escrita, finalmente con las obras y socorros de la caridad, que de nuevo se tributen al Corazón de Cristo, así en los corazones de todos los hombres como en la familia y en la sociedad, el amor, el culto y el imperio que son debidos a su divina realeza.
La misma finalidad también ha de tener la santa batalla –“pro aris et focis”– que se ha de emprender, y la lucha que se ha de dar en muchos frentes en favor de los derechos que la sociedad religiosa y la doméstica, la Iglesia y la familia tienen, de Dios y de la naturaleza, en la educación de los hijos.
[EyD, 1892, 1895, 1898, 1899, 1901]
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[10.–] Iamvero valde dolendum est huiusmodi luem alte ad ipsas humanae societatis radices penetrasse, id est ad convictum domesticum, cuius quidem eversionem iam pridem inchoatam, multum promovit immensa belli clades, patres filiosque familias procul dissipando, morumque corruptelas multis modis augendo. Ita neque in honore solet esse patria potestas, neque in pretio consanguinitas, heri famulique hostium loco inter se habent, ipsa coniugii fides nimio saepius violatur, et sancta coniugum officia erga Deum civilemque societatem negliguntur.
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[11.–] Atque uti, cum quodpiam corpus aut nobilem eius partem male habere contigerit, vel minima etiam ipsius membra non bene valeant necesse est, sic eas res, ex quibus consortionem humanam societatemque domesticam aegrotare vidimus, in homines singulos consentaneum est redundare. Etenim nemo ignorat, hominum ex omni aetate omnique ordine, quam inquieti consueverint esse animi, quam morosi difficilesque; quantum obediendi fastidium quantaque laboris impatientia vulgo incesserit; quemadmodum fines verecundiae transierit, in vestimentis choreisque praesertim, feminarum puellarumque levitas, quarum luxuriosiore cultu inopum odia concitantur; denique ut crescat aerumnosorum numerus, ex quo agmini seditiosorum perpetuae ingentesque accessiones fiunt.
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[23.–] Decretum pariter est, iam non Deum, non Christum Dominum constituendae primum familiae praesidere, reiecto inter civiles pactiones matrimonio, quod Christus sacramentum magnum1 fecerat figuramque voluerat esse sanctam ac sanctificantem vinculi illius perpetuo mansuri, quo ipse cum Ecclesia coniungitur sua. Quamobrem vidimus religionis obscurari passim in populo intelligentiam sensumque obtundi, quem Ecclesia primo societatis germini, quod familia est, offuderat; domesticum ordinem, domesticamque pacem, everti; familiae communionem stabilitatemque cotidie magis labefieri, eiusque sanctitudinem tam frequenter sordidarum cupiditatum aestu ac mortifero viliorum utilitatum amore violari, ut fontes ipsi vitae cum familiarum, tum etiam populorum inquinarentur.
1. Eph. V, 32.
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[33.–] Quod si quis animadvertat, quae Christi consilia atque instituta essent de humanae dignitate personae, de morum innocentia, de obediendi officio, de societatis hominum ordinatione divina, de sacramento matrimonii deque familiae christianae sanctitudine, haec, inquimus, et talia dogmata quae de caelo in terras detulisset, ipsum Ecclesiae dumtaxat suae tradidisse et quidem cum pollicitatione solemni opis praesentiaeque numquam defuturae, eidem mandasse ut universis gentibus usque ad finem saeculorum, magistra fallendi nescia, nuntiare non desisteret, is profecto intelliget, quid et quantum afferre remedii ad res mundi pacificandas Ecclesia catholica et possit et debeat.
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[34.–] Nam quia una divinitus constituta est harum veritatum prae ceptorumque interpres et custos, in ipsa unice vera et inexhausta quaedam facultas inest, ut cum a communi vita domesticaque societate et civili materialismi maculam, quae tanta ibi iam fecerat damna, prohibeat, christianamque disciplinam de spiritu, seu de animis hominum immortalibus, philosophia multo potiorem, eodem insinuet: tum ut omnes inter ipsos ordines civium ac plebem universam altioris quodam benevolentiae sensu et quadam quasi fraternitate (2) coniungat, ac singulorum quoque dignitatem hominum, iure vindicatam, ad Deum ipsum extollat; tum denique curet, ut, publicis privatisque moribus emendatis, sanctiusque institutis, omnia Deo qui intuetur cor3, plene subiecta, eiusdem et doctrinis et legibus penitus informentur atque ita omnibus sacri conscientia officii imbutis animis hominum, sive privatorum sive principum, ipsisque ordinibus publicis civilis societatis, sit omnia et in omnibus Christus4.
2. S. August., De moribus Ecclesiae Catholicae, I, 30 [PL 32, 1336].
3. I Reg. XVI, 7.
4. Coloss. III, 11.
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[41.–][...] Regnat idem [Iesus Christus] in societate domestica, cum haec christiani matrimonii sacramento constituta, tamquam res quaedam sacra, inviolate consistit, in qua parentum potestas paternitatem divinam exprimat unde oritur ac nominatur; ubi filii obedientiam lesu pueri aemulentur, atque omnis vitae ratio sanctimoniam redoleat Nazarethanae Familiae.
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[49.–] Huic iam pietati acceptum referimus sacri spiritum apostolatus latius multo diffusum quam antea, id est studium illud ferventissimum precibus primum assiduis exemplisque vitae, deinde verbis bonis scriptionibusque frugiferis ac ceteris etiam caritatis operibus adiumentisque enitendi, ut cum in sigulis animis hominum, tum in domestica ipsa et in civili communitate divino Cordi Christi Regis debitus in primis amor, cultus et imperium restituatur. Huc item spectat bonum certamen, veluti pro aris et focis, ineundum praeliumque multiplici e fronte committendum pro iuribus societatis religiosae ac domesticae, Ecclesiae ac familiae, a Deo naturaque profectis, de ipsa liberorum institutione.
[AAS 14 (1922), 678-679, 683-684, 688, 690, 693]