[0876] • JUAN PABLO II (1978-2005) • MASCULINIDAD Y FEMINIDAD, PATERNIDAD Y MATERNIDAD
Alocución Si avvia verso, en la Audiencia General, 26 marzo 1980
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1. Está llegando a su fin el ciclo de reflexiones con que hemos tratado de seguir la llamada de Cristo, que nos transmiten Mateo (19, 3-9) y Marcos (10, 1-12): “¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y mujer? Y dijo: Por esto dejará el hombre al padre y a la madre, y se unirá a la mujer, y serán los dos una sola carne” (Mt 19, 4-5). La unión conyugal, en el Libro del Génesis, se define como “conocimiento”: “Conoció el hombre a su mujer, que concibió y parió... diciendo: He alcanzado de Yahveh un varón” (Gén 4, 1). Hemos intentado ya, en nuestras meditaciones precedentes, hacer luz sobre el contenido de ese “conocimiento” bíblico. Con él, el hombre, varón-mujer, no sólo da el propio nombre, como hizo al imponer el nombre a los otros seres vivientes (animalia), tomando así posesión de ellos, sino que “conoce” en el sentido de Gén 4, 1 (y de otros pasajes de la Biblia); esto es, realiza lo que la palabra “hombre” expresa: realiza la humanidad en el nuevo hombre engendrado. En cierto sentido, pues, se realiza a sí mismo, es decir, al hombre-persona.
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2. De este modo se cierra el ciclo bíblico de “conocimiento-generación”. Este ciclo del “conocimiento” está constituido por la unión de las personas en el amor, que les permite unirse tan estrechamente entre sí, que se convierten en una sola carne. El Libro del Génesis nos revela plenamente la verdad de este ciclo. El hombre, varón y mujer, que, mediante el “conocimiento” del que habla la Biblia, concibe y engendra un ser nuevo, semejante a él, al que puede llamar “hombre” (“he alcanzado un hombre”), toma, por decirlo así, posesión de la misma humanidad, o mejor, la vuelve a tomar en posesión. Sin embargo, esto sucede de modo diverso de como había tomado posesión de todos los otros seres vivientes (animalia), cuando les había impuesto el nombre. Efectivamente, entonces él se había convertido en su señor, había comenzado a realizar el contenido del mandato del Creador: “Someted la tierra y dominadla” (Cfr. Gén 1, 28).
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3. En cambio la primera parte de este mandato: “Procread y multiplicaos, y henchid la tierra” (Gén 1, 28), encierra otro contenido e indica otro componente. El varón y la mujer, en este “conocimiento”, con el que dan comienzo a un ser semejante a ellos, del que pueden decir juntos que “es carne de mi carne y hueso de mis huesos” (Gén 2, 23), son como “arrebatados” juntos, juntamente tomados ambos en posesión por la humanidad, que ellos, en la unión y en el “conocimiento” recíproco, quieren expresar de nuevo, tomar posesión de nuevo, recabándola de sí mismos, de la propia humanidad, de la admirable madurez masculina y femenina de sus cuerpos y, finalmente –a través de toda la serie de concepciones y generaciones humanas desde el principio–, del misterio mismo de la creación.
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4. En este sentido se puede explicar el “conocimiento” bíblico como “posesión”. ¿Es posible ver en él algún equivalente bíblico del eros? Se trata aquí de dos ámbitos del concepto, de dos lenguajes: bíblico y platónico; sólo con gran cautela se pueden interpretar el uno con el otro (1). En cambio, parece que en la revelación originaria no está presente la idea de la posesión de la mujer como de un objeto por parte del varón, o viceversa. Pero, por otra parte, es sabido que, a causa del estado pecaminoso contraído después del pecado original, varón y mujer deben reconstruir con fatiga el significado del recíproco don desinteresado. Éste será el tema de nuestros análisis ulteriores.
1. Según Platón el eros es el amor sediento de la Belleza trascendente y expresa la insaciabilidad que tiende a su objeto eterno; él, pues, eleva siempre lo que es humano hacia lo divino, que es lo único en condición de saciar la nostalgia del alma prisionera en la materia, es un amor que no retrocede ante el más grande esfuerzo, para alcanzar el éxtasis de la unión; por tanto, es un amor egocéntrico, es ansia, aunque dirigida hacia valores sublimes (cfr. A. NYGREN, Erôs et Agapé [París 1951] vol. II, pp. 9-10).
A lo largo de los siglos, a través de muchas transformaciones, el significado del eros ha sido rebajado a las connotaciones meramente sexuales. Es característico a este propósito el texto del P. Chauchard, que parece incluso negar al eros las características del amor humano: “La cérébralisation de la sexualité ne réside pas dans les trucs techniques ennuyeux, mais dans la pleine reconnaissance de sa spiritualité, du fait qu’Erôs n’est humain qu’animé par Agapé et qu’Agapé exige l’incarnation dans Erôs” (P. CHAUCHARD, Vices des vertus, vertus des vices [París 1963] p. 147).
La comparación del “conocimiento” bíblico con el eros platónico revela la divergencia de estas dos concepciones. La concepción platónica se basa en la nostalgia de la Belleza trascendente y en la huida de la materia; la concepción bíblica, en cambio, se dirige hacia la realidad concreta, y le resulta ajeno el dualismo del espíritu y de la materia como también la específica hostilidad hacia la materia (“Y vio Dios que era bueno”: Gén. 1, 10. 12. 18. 21. 25).
Así como el concepto platónico de eros sobrepasa el alcance bíblico del “conocimiento” humano, el concepto contemporáneo parece demasiado restringido. El “conocimiento” bíblico no se limita a satisfacer el instinto o el goce hedonista, sino que es un acto plenamente humano, dirigido conscientemente hacia la procreación, y es también la expresión del amor interpersonal (cfr. Gén. 29, 20; 1 Sam. 1, 8; 2 Sam. 12, 24).
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5. La revelación del cuerpo, contenida en el Libro del Génesis, particularmente en el capítulo tercero, demuestra con evidencia impresionante que el ciclo del “conocimiento-generación”, tan profundamente arraigado en la potencialidad del cuerpo humano, fue sometido, después del pecado, a la ley del sufrimiento y de la muerte. Dios-Yahveh dice a la mujer: “Multiplicaré los trabajos de tus preñeces, parirás con dolor los hijos” (Gén 3, 16). El horizonte de la muerte se abre ante el hombre, juntamente con la revelación del significado generador del cuerpo en el acto del recíproco “conocimiento” de los cónyuges. Y he aquí que el primer hombre, varón, impone a su mujer el nombre de Eva, “por ser la madre de todos los vivientes” (Gén 3, 20), cuando ya había escuchado él las palabras de la sentencia, que determinaba toda la perspectiva de la existencia humana “desde dentro” del conocimiento del bien y del mal. Esta perspectiva es confirmada por las palabras: “Volverás a la tierra, pues de ella has sido tomado; ya que eres polvo y al polvo volverás” (Gén 3, 19).
El carácter radical de esta sentencia está confirmado por la evidencia de las experiencias de toda la historia terrena del hombre. El horizonte de la muerte se extiende sobre toda la perspectiva de la vida humana en la tierra, vida que está inserta en ese originario ciclo bíblico del “conocimiento-generación”. El hombre que ha quebrantado la alianza con su Creador, tomando el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, es separado por Dios-Yahveh del árbol de la vida: “Que no vaya a tender ahora su mano al árbol de la vida, y comiendo de él, viva para siempre” (Gén 3, 22). De este modo, la vida dada al hombre en el misterio de la creación no se le ha quitado, sino restringido por los límites de las concepciones, nacimientos y muerte, y además se le ha agravado por la perspectiva del estado pecaminoso hereditario; pero, en cierto sentido, se le da de nuevo como tarea en el mismo ciclo siempre repetido. La frase “Adán se unió (“conoció”) a Eva, su mujer, que concibió y parió” (Gén 4, 1), es como un sello impreso en la revelación originaria del cuerpo al “principio” mismo de la historia del hombre sobre la tierra. Esta historia se forma siempre de nuevo en su dimensión más fundamental casi desde el “principio”, mediante el mismo “conocimiento-generación” de que habla el Libro del Génesis.
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6. Y así cada hombre lleva en sí el misterio de su “principio” íntimamente unido al conocimiento del significado generador del cuerpo. Gén4, 1-2 parece silenciar el tema de la relación que media entre el significado generador y el significado esponsalicio del cuerpo. Quizá no es todavía tiempo ni lugar para aclarar esta relación, aun cuando esto parece indispensable en análisis ulteriores. Será necesario, pues, hacer nuevamente las preguntas vinculadas a la aparición de la vergüenza en el hombre, vergüenza de su masculinidad y de su feminidad, antes no experimentada. Sin embargo, en este momento pasa a segundo plano. En cambio, permanece en primer plano el hecho de que “Adán se unió (“conoció”) a Eva, su mujer, que concibió y parió”. Éste es precisamente el umbral de la historia del hombre. Es su “principio” en la tierra. El hombre, como varón y mujer, está en este umbral con la conciencia del significado generador del propio cuerpo: la masculinidad encierra en sí el significado de la paternidad, y la feminidad, el de la maternidad. En nombre de este significado, Cristo dará un día su respuesta categórica a la pregunta que le hicieron los fariseos (Cfr. Mt 19; Mc 10). Nosotros, en cambio, penetrando en el contenido sencillo de esta respuesta, tratamos de aclarar el contexto de ese “principio” al que se refirió Cristo. En él hunde sus raíces la teología del cuerpo.
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7. La conciencia del significado del cuerpo y la conciencia de su significado generador están relacionadas, en el hombre, con la conciencia de la muerte, cuyo inevitable horizonte llevan consigo, por así decirlo. Sin embargo, siempre retorna en la historia del hombre el ciclo “conocimiento-generación”, en el que la vida lucha, siempre de nuevo, con la inexorable perspectiva de la muerte, y la supera siempre. Es como si la razón de esta inflexibilidad de la vida, que se manifiesta en la “generación”, fuese siempre el mismo “conocimiento” con que el hombre supera la soledad del propio ser y, más aún, se decide de nuevo a afirmar este ser en “otro”. Y ambos, varón y mujer, lo afirman en el nuevo hombre engendrado. En esta afirmación, el “conocimiento” bíblico parece adquirir una dimensión todavía mayor. Esto es, parece insertarse en esa “visión” de Dios mismo, con la que termina el primer relato de la creación del hombre sobre el “varón” y la “mujer” hechos “a imagen de Dios”: “Vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho” (Gén 1, 31). El hombre, a pesar de todas las experiencias de la propia vida, a pesar de los sufrimientos, de las desilusiones de sí mismo, de su estado pecaminoso, y a pesar, finalmente, de la perspectiva inevitable de la muerte, pone siempre de nuevo, sin embargo, el “conocimiento” al “comienzo” de la “generación”; él así parece participar en esa primera “visión” de Dios mismo: Dios Creador “vio..., y he aquí que era todo muy bueno”. Y, siempre de nuevo, confirma la verdad de estas palabras.
[Enseñanzas 5, 156-159]
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1. Si avvia verso la fine il ciclo di riflessioni con cui abbiamo cercato di seguire il richiamo di Cristo trasmessoci da Matteo (1) e da Marco (2): “Non avete letto che il Creatore da principio li creò maschio e femmina e disse: ‘Per questo l’uomo lascerà suo padre e sua madre e si unirá a sua moglie e i due saranno una carne sola?’” (3). L’unione coniugale, nel Libro della Genesi, è definita come “conoscenza”: “Adamo si unì a Eva, sua moglie, la quale concepì e partorì... e disse: Ho acquistato un uomo dal Signore’” (4). Abbiamo cercato già nelle nostre precedenti meditazioni di far luce sul contenuto di quella “conoscenza” biblica. Con essa l’uomo, maschio-femmina, non soltanto impone il proprio nome, come ha fatto imponendo i nomi agli altri esseri viventi (animalia) prendendone così possesso, ma “conosce” nel senso di Genesi 4, 1 (e di altri passi della Bibbia), e cioè realizza ciò che il nome “uomo” esprime: realizza l’umanità nel nuovo uomo generato. In certo senso, quindi, realizza se stesso, cioè l’uomo-persona.
1. Matth. 19, 3-9.
2. Marc. 10, 1-12.
3. Matth. 19, 4-5.
4. Gen. 4, 1.
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2. In questo modo, si chiude il ciclo biblico “conoscenza-generazione”. Tale ciclo della “conoscenza” è costituito dall’unione delle persone nell’amore, che permette loro di unirsi così strettamente tra loro, da diventare un’unica carne. Il Libro della Genesi ci rivela pienamente la verità di questo ciclo. L’uomo, maschio e femmina, che, mediante la “conoscenza” di cui parla la Bibbia, concepisce e genera un essere nuovo, simile a lui, al quale può imporre il nome di “uomo” (“ho acquistato un uomo”), prende, per così dire, possesso della stessa umanità, o meglio la riprende in possesso. Tuttavia, ciò avviene in modo diverso da come aveva preso possesso di tutti gli altri esseri viventi (animalia), quando aveva imposto loro il nome. Infatti, allora, egli era diventato il loro signore, aveva cominciato ad attuare il contenuto del mandato del Creatore: “Soggiogate la terra e dominatela” (5).
5. Cf. Gen. 1, 28.
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3. La prima parte, invece, dello stesso mandato: “Siate fecondi e moltiplicatevi, riempite la terra” (6) nasconde un altro contenuto e indica un’altra componente. L’uomo e la donna in questa “conoscenza”, in cui danno inizio ad un essere simile a loro, del quale possono insieme dire che “è carne della mia carne e oso delle mie ossa”, (7), vengono quasi insieme “rapiti”, insieme presi ambedue in possesso dall’umanità che essi, nell’unione e nella “conoscenza” reciproca, vogliono esprimere nuovamente, prendere nuovamente in possesso, ricavandola da loro stessi, dalla propria umanità, dalla mirabile maturità maschile e femminile dei loro corpi e in fine –attraverso tutta la sequenza dei concepimenti e delle generazioni umane fin dal principio– dal mistero stesso della Creazione.
6. Ibid.
7. Gen. 2, 23.
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4. In questo senso, si può spiegare la “conoscenza” biblica come “possesso”. È possibile vedere in essa qualche equivalente biblico dell’“eros”? Si tratta qui di due ambiti concettuali, di due linguaggi: biblico e platonico; soltanto con grande cautela essi possono essere interpretati l’uno con l’altro (8). Sembra, invece, che nella rivelazione originaria non sia presente l’idea del possesso della donna da parte dell’uomo, o viceversa, come di un oggetto. D’altronde, è però noto che, in base alla peccaminosità contratta dopo il peccato originale, uomo e donna debbono ricostruire, con fatica, il significato del reciproco dono disinteressato. Questo sarà il tema delle nostre ulteriori analisi.
1. Secondo Platone, l’“eros” è l’amore assetato del Bello trascendente ed esprime l’insaziabilità tendente al suo eterno oggetto; esso, quindi, eleva sempre tutto ciò che è umano verso il divino, che solo è in grado di appagare la nostalgia dell’anima imprigionata nella materia; è un amore che non indietreggia davanti al più grande sforzo, per raggiungere l’estasi dell’unione; quindi è un amore egocentrico, è bramosia, sebbene diretta verso valori sublimi (cf. A. NYGREN, Erôs et Agapé, París 1951, vol. II, pp. 9-10).
Lungo i secoli, attraverso molte trasformazioni, il significato dell’“eros” è stato abbassato alle connotazioni meramente sessuali. Caratteristico è qui il testo di P. Chauchard, che sembra perfino negare all’“eros” le caratteristiche dell’amore umano.
“La cérébralisation de la sexualité ne réside pas dans les trucs techniques ennuyeux, mais dans la pleine reconnaissance de sa spiritualité, du fait qu’Erôs n’est humain qu’animé par Agapé et qu’Agapé exige l’incarnation dans Erôs” (P. CHAUCHARD, Vices des vertus, vertus des vices, París 1963, p. 147).
Il paragone della “conoscenza” biblica con l’“eros” platonico rivela la divergenza di queste due concezioni. La concezione platonica si basa sulla nostalgia del Bello trascendente e sulla fuga dalla materia; la concezione biblica, invece, è diretta verso la realtà concreta, e le è alieno il dualismo dello spirito e della materia come pure la specifica ostilità verso la materia (“E Dio vide che era cosa buona”: Gen. 1, 10. 12. 18. 21. 25).
In quanto il concetto platonico di “eros” oltrepasa la portata biblica della “conoscenza” umana, il concetto contemporaneo sembra troppo ristretto. La “conoscenza” biblica non si limita a soddisfare l’istinto o il godimento edonistico, ma è un atto pienamente umano, diretto consapevolmente verso la procreazione, ed è anche l’espressione dell’amore interpersonale (cf. Gen. 29, 20; 1 Sam. 1, 8; 2 Sam. 12, 24).
19. Gen. 3, 16.
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5. La rivelazione del corpo, racchiusa nel “Libro della Genesi”, particolarmente nel capitolo 3, dimostra con impressionante evidenza che il ciclo della “conoscenza-generazione”, così profondamente radicato nella potenzialità del corpo umano, è stato sottoposto, dopo il peccato, alla legge della sofferenza e della morte. Dio-Jahvè dice alla donna: “Moltiplicherò i tuoi dolori e le tue gravidanze, con dolore partorirai figli” (9). L’orizzonte della morte si apre dinanzi all’uomo, insieme alla rivelazione del significato generatore del corpo nell’atto della reciproca “conoscenza” dei coniugi. Ed ecco che il primo uomo, maschio, impone a sua moglie il nome di Eva, “perchè essa fu la madre di tutti i viventi” (10), quando già egli aveva sentito le parole della sentenza, che determinava tutta la prospettiva dell’esistenza umana “al di dentro” della conoscenza del bene e del male. Questa prospettiva è confermata dalle parole: “Tornerai alla terra, perchè da essa sei stato tratto: polvere tu sei e polvere tornerai!” (11).
Il carattere radicale di tale sentenza è confermato dall’evidenza delle esperienze di tutta la storia terrena dell’uomo. L’orizzonte della morte si estende su tutta la prospettiva della vita umana sulla terra, vita che è stata inserita in quell’originario ciclo biblico della “conoscenza-generazione”. L’uomo che ha infranto l’alleanza col suo Creatore, cogliendo il frutto dall’albero della conoscenza del bene e del male, viene da Dio-Jahvè staccato dall’albero della vita: “Ora egli non stenda più la mano e non prenda anche dell’albero della vita, ne mangi e viva sempre” (12). In questo modo, la vita data all’uomo nel mistero della creazione non è stata tolta, ma ristretta dal limite dei concepimenti, delle nascite e della morte, e inoltre aggravata dalla prospettiva della peccaminosità ereditaria; però gli viene, in certo senso, nuovamente data come compito nello stesso ciclo sempre ricorrente. La frase: “Adamo si unì a (“conobbe”) Eva sua moglie, la quale concepì e partorì” (13), è come un sigillo impresso nella rivelazione originaria del corpo al “principio” stesso della storia dell’uomo sulla terra. Questa storia si forma sempre di nuovo nella sua dimensione più fondamentale quasi dal “principio”, mediante la stessa “conoscenza-generazione”, di cui parla il Libro della Genesi.
10. Ibid. 3, 20.
11. Gen. 3, 19.
12. Ibid. 3, 22.
13. Gen. 4, 1.
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6. E così, ciascun uomo porta in sè il mistero del suo “principio” strettamente legato alla coscienza del significato generatore del corpo. Genesi 4, 1-2 sembra tacere sul tema del rapporto che intercorre tra il significato generatore e quello sponsale del corpo. Forse non è ancora né il tempo né il luogo per chiarire questo rapporto, anche se nell’ulteriore analisi ciò sembra indispensabile. Occorrerà, allora, porre nuovamente le domande legate all’apparire della vergogna nell’uomo, vergogna della sua mascolinità e della sua femminilità, prima non sperimentata. In questo momento, tuttavia, ciò passa in secondo ordine. In primo piano resta, invece, il fatto che “Adamo si unì a (“conobbe”) Eva sua moglie, la quale concepì e partorì”. Questa è appunto la soglia della storia dell’uomo. È il suo “principio” sulla terra. Su questa soglia l’uomo, come maschio e femmina, sta con la coscienza del significato generatore del proprio corpo: la mascolinità nasconde in sè il significato della paternità e la femminilità quello della maternità. Nel nome di questo significato, Cristo darà un giorno la categorica risposta alla domanda rivoltagli dai farisei (14). Noi, invece, penetrando il semplice contenuto di questa risposta, cerchiamo in pari tempo di mettere in luce il contesto di quel “principio”, al quale Cristo si è riferito. In esso affonda le radici la teologia del corpo.
14. Matth. 19; Marc. 10.
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7. La coscienza del significato del corpo e la coscienza del significato generatore di esso vengono a contatto, nell’uomo, con la coscienza della morte, di cui portano in sè, per così dire, l’inevitabile orizzonte. Eppure, sempre ritorna nella storia dell’uomo il ciclo “conoscenza-generazione”, in cui la vita lotta, sempre di nuovo, con la inesorabile prospettiva della morte, e sempre la supera. È come se la ragione di questa inarrendevolezza della vita, che si manifesta nella “generazione”, fosse sempre la stessa “conoscenza”, con la quale l’uomo oltrepassa la solitudine del proprio essere e, anzi, di nuovo si decide ad affermare tale essere in un “altro”. Ed ambedue, uomo e donna, lo affermano nel nuovo uomo generato. In questa affermazione, la “conoscenza” biblica sembra acquistare una dimensione ancor maggiore. Sembra, cioè, inserirsi in quella “visione” di Dio stesso, con la quale finisce il primo racconto della creazione dell’uomo circa il “maschio” e la “femmina” fatti “ad immagine di Dio”: “Dio vide quanto aveva fatto ed... era cosa molto buona” (15). L’uomo, nonostante tutte le esperienze della propria vita, nonostante le sofferenze, le delusioni di se stesso, la sua peccaminosità, e nonostante, infine, la prospettiva inevitabile della morte, mette tuttavia sempre di nuovo la “conoscenza” all’“inizio” della “generazione”; egli, così, sembra partecipare a quella prima “visione” di Dio stesso: Dio Creatore “vide..., ed ecco era cosa buona”. E, sempre di nuovo, egli conferma la verità di queste parole.
[Insegnamenti GP II, 3/1, 737-741]
15. Gen. 1, 31.