[1019] • JUAN PABLO II (1978-2005) • RECONOCER EL PLENO VALOR DEL MATRIMONIO
Del Discurso Sono lieto, a la Rota Romana, en la Inauguración del Año Jurídico, 28 enero 1982
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2. Me es grato llamar vuestra atención sobre la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, en la que he recogido el fruto de las reflexiones realizadas por los obispos durante el Sínodo de 1980.
En efecto, si este reciente documento se dirige a toda la Iglesia para exponer la misión de la familia cristiana en el mundo de hoy, afecta también de cerca a vuestra actividad, que se desenvuelve principalmente en el ámbito de la familia, del matrimonio y del amor conyugal. El peso de vuestra función se mide por la importancia de las decisiones, que vosotros estáis llamados a adoptar con sentido de verdad y de justicia, en orden al bien espiritual de las almas, teniendo como punto de referencia el juicio supremo de Dios: Solum Deum prae oculis habentes.
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3. Al encomendaros a cada uno de vosotros esta función eclesial, Dios os pide que prosigáis así, a través de vuestra obra, la obra de Cristo, que prolonguéis el ministerio apostólico con el ejercicio de la misión que se os ha confiado y de los poderes que se os han transmitido; porque vosotros trabajáis, estudiáis y juzgáis, en nombre de la Sede Apostólica. El desempeño de tales actividades debe ser, por tanto, adecuado a la función de los jueces, pero compromete también la de sus colaboradores. En este momento pienso en la labor, tan difícil, de los abogados, quienes prestarán a sus clientes servicios mejores en la medida en que se esfuercen por mantenerse dentro de la verdad, del amor a la Iglesia y del amor a Dios. Así, pues, vuestra misión es ante todo un servicio del amor.
El matrimonio es realidad y signo misterioso de este amor. “Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor. Dios es amor y vive en Sí mismo un misterio de comunión personal de amor” (Familiaris consortio, 11).
Signo misterioso, el matrimonio lo es como sacramento: un lazo indisoluble une a los esposos, como en un solo amor están unidos Cristo y la Iglesia (cf. Ef 5, 32-33).
Según el designio de Dios, el matrimonio halla su plenitud en la familia, de la que es origen y fundamento; y el don mutuo de los esposos desemboca en el don de la vida, o sea, en la generación de aquellos que, al amar a sus padres, les manifiestan nuevamente su amor y expresan su profundidad (cf. Familiaris consortio, 14).
El Concilio ha visto el matrimonio como alianza de amor (cf. Gaudium et spes, 48). Esta alianza supone “la elección consciente y libre, con la que el hombre y la mujer aceptan la comunidad íntima de vida y amor, querida por Dios mismo” (Familiaris consortio, 11). Al hablar aquí de amor, nosotros no podemos reducirlo a la afectividad sensible, atracción pasajera, sensación erótica, impulso sexual, sentimiento de afinidad, o simple gozo de vivir.
El amor es esencialmente don. Al hablar de acto de amor, el Concilio supone un acto de donación, único y decisivo, irrevocable como lo es un don total, que quiera ser y permanecer mutuo y fecundo.
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4. Para comprender plenamente el sentido exacto del consentimiento matrimonial, debemos dejamos iluminar por la Revelación divina. El consentimiento nupcial es un acto de voluntad que significa y comporta una donación mutua, la cual une a los esposos entre sí y a la vez los vincula a sus eventuales hijos, con quienes constituyen una sola familia, un solo hogar, una “Iglesia doméstica” (Lumen gentium, 11).
Visto así, el consentimiento matrimonial es el compromiso de un vínculo de amor donde, en el mismo don, se expresa la concordancia de las voluntades y de los corazones para realizar todo lo que es y significa el matrimonio para el mundo y para la Iglesia.
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5. Hay aún más. Para nosotros, el consentimiento nupcial es un acto eclesial. Él funda la “Iglesia doméstica” y constituye una realidad sacramental donde se unen dos elementos: un elemento espiritual, como comunión de vida en la fe, en la esperanza y en la caridad; y un elemento social, como sociedad organizada, jerarquizada, célula viviente de la sociedad humana, elevada a la dignidad del “sacramentum magnum”, la Iglesia de Cristo, donde ella se inserta como Iglesia doméstica (cf. Lumen gentium, 1). Así, pues, en la familia fundada sobre el matrimonio debe reconocerse en cierta medida la misma analogía de la Iglesia total con el misterio del Verbo encarnado, donde en una sola realidad se unen lo divino y lo humano, la Iglesia terrestre y la Iglesia en posesión de los bienes celestiales, una sociedad ordenada jerárquicamente y el Cuerpo místico de Cristo (cf. Lumen gentium, 8).
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6. El Concilio ha subrayado el aspecto de la donación. Y por ello conviene detenerse aquí un momento, para captar más en profundidad el significado del acto de darse en oblación total con un consentimiento, que aunque se coloca en el tiempo, asume un valor de eternidad. Un don, si quiere ser total, debe ser definitivo y sin reservas. Por ello, en el acto con que se expresa la donación debemos aceptar el valor simbólico de los compromisos asumidos. El que se da, lo hace con conciencia de obligarse a vivir su donación al otro; si concede al otro un derecho, es porque tiene la voluntad de darse; y se da con la intención de obligarse a realizar las exigencias del don total, que libremente ha hecho. Si estas obligaciones se definen más fácilmente desde una perspectiva jurídica, si se expresan más como un derecho que se cede que como una obligación que se asume, es también verdad que el don está sencillamente simbolizado por los compromisos de un contrato, el cual expresa a nivel humano los compromisos inherentes a todo consentimiento nupcial verdadero y sincero. Así es como se alcanza a comprender la doctrina conciliar, logrando recuperar la doctrina tradicional para situarla en una perspectiva más profunda y a la vez más cristiana.
Todos estos valores son no sólo admitidos, precisados y definidos por el derecho eclesiástico, sino también defendidos y protegidos. Ello constituye, por lo demás, la nobleza de su jurisprudencia y la fuerza de las normas que ella aplica.
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7. Ahora bien, no es puramente imaginario, sobre todo hoy, el peligro de ver cuestionado el valor global de tal consentimiento, por el hecho de que algunos elementos que los constituyen, que son su objeto o expresan su realización, se les distingue siempre con más frecuencia o incluso que les prestan especialistas de diversos campos o el carácter específico propio de las diversas ciencias humanas. Sería inconcebible que el consentimiento como tal fuese rechazado por una falta de fidelidad posterior. Sin duda el problema de la fidelidad constituye a menudo la cruz de los esposos.
Vuestro primer afán de servicio al amor será, pues, reconocer el pleno valor del matrimonio, respetar del mejor modo posible su existencia, proteger a quienes ha unido en una sola familia. Sólo por razones válidas y por hechos probados se podrá poner en duda su existencia y declarar su nulidad. El primer deber que os incumbe es el respeto al hombre que ha dado su palabra, ha expresado su consentimiento y ha hecho así don total de sí mismo.
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8. Indudablemente la naturaleza humana, como consecuencia del pecado, ha quedado perturbada; aunque herida, no ha quedado, sin embargo, pervertida; ha sido nuevamente sanada por la intervención de Aquel que ha venido a salvarla y a elevarla hasta la participación en la vida divina. Ahora bien, sería realmente destruirla el considerarla incapaz de un compromiso verdadero, de un consentimiento verdadero, de un pacto de amor que expresa lo que ella es, de un sacramento instituido por el Señor para curarla, fortalecerla y elevarla por medio de su gracia.
Es, pues, en el marco de la perspectiva eclesial del sacramento del matrimonio donde debe ser encuadrado el progreso de la ciencia humana, sus investigaciones, sus métodos y sus resultados. La continuidad de sus esfuerzos pone también de relieve la fragilidad de algunas de sus primeras conclusiones o de hipótesis de trabajo, cuyas evaluaciones no se han podido mantener.
Por tales razones el juez, al emitir la sentencia, se hace en definitiva responsable de ese trabajo común del que he hablado al principio. La decisión deberá ser tomada en la perspectiva global antes recordada, y que la Exhortación Apostólica Familiaris consortio ha querido poner más en evidencia.
Mientras está en curso el examen sobre la validez de un vínculo matrimonial, y se busca la existencia de razones que puedan conducir a la eventual declaración de nulidad, el juez permanece al servicio del amor, sometido al derecho divino, atento a todo consejo o examen pericial serio. Sería sumamente pernicioso que la decisión dependiese en definitiva de uno u otro experto, con el riesgo de que la causa se viese juzgada según uno solo de sus aspectos.
De aquí brota la necesidad de reconocer en el juez el peso de su función, la importancia de su responsable autonomía de juicio, la exigencia de su consentimiento eclesial y de su solicitud por el bien de las almas. Y aunque en materia matrimonial una sentencia pueda ser impugnada al surgir nuevas motivaciones graves, no por ello el juez podrá sentirse inclinado a poner menos diligencia en prepararla, menos firmeza en expresarla, menos valor en emitirla.
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9. Bajo esta luz, se puede apreciar cada vez mejor la especial responsabilidad del “defensor vinculi”. Su deber no es el de defender a toda costa una realidad inexistente, u oponerse de cualquier modo a una decisión fundada, sino, como se expresa Pío XII, él deberá hacer observaciones pro vinculo, salva semper veritate (Pío XII, Alocución a los auditores de la Sacra Rota Romana: AAS 36, 1944, 285). Se advierten a veces tendencias que desgraciadamente llevan a reducir su función. La misma persona no puede, además, ejercer contemporáneamente dos funciones: ser juez y defensor del vínculo. Sólo una persona competente puede asumir una responsabilidad semejante; y será un grave error considerarla de menor importancia.
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10. El Promotor iustitiae, atento al bien común, actuará también en la perspectiva global del misterio del amor vivido en la vida familiar; del mismo modo, si él siente el deber de presentar una demanda de declaración de nulidad, lo hará a impulsos de la verdad y de la justicia; no para condescender, sino para salvar.
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11. En la misma perspectiva de la globalidad de la vida familiar, hay que desear finalmente una colaboración cada vez más activa de los abogados eclesiásticos.
Su actividad debe estar al servicio de la Iglesia; y por tanto ha de ser considerada casi como un ministerio eclesial. Debe ser un servicio al amor, que requiere entrega y caridad, sobre todo en favor de los más necesitados y de los más pobres.
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12. Al concluir este encuentro, deseo exhortaros a colaborar “cordial y valientemente, con todos los hombres de buena voluntad, que viven su responsabilidad al servicio de la familia” (Familiaris consortio, 86), de modo muy especial a vosotros, que debéis reconocer su base y su fundamento en el consentimiento nupcial, sacramento de amor, signo del amor que une a Cristo con la Iglesia, su Esposa, y que es, para la humanidad entera, una revelación de la vida de Dios y la introducción a la vida trinitaria del Amor divino.
Suplicando al Señor que os asista en vuestra misión al servicio del hombre salvado por Cristo, nuestro Redentor, os imparto cordialmente mi bendición, propiciadora de la gracia del Dios del Amor.
[DP (1982), 30]
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2. Mi è caro richiamare la vostra attenzione sull’Esortazione Apostolica “Familiaris Consortio” nella quale ho raccolto il frutto delle riflessioni sviluppate dai Vescovi nel corso del Sinodo del 1980.
Infatti, se questo recente documento s’indirizza a tutta la Chiesa per esporre i compiti della famiglia cristiana nel mondo di oggi, esso interessa da vicino anche la vostra attività, che si svolge per lo più nell’ambito della famiglia, del matrimonio e dell’amore coniugale. Il peso del vostro ruolo si misura dall’importanza delle decisioni, che voi siete chiamati a prendere con senso di verità e di giustizia, in vista del bene spirituale delle anime, in riferimento al giudizio supremo di Dio: solum Deum prae oculis habentes.
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3. Affidando a ciascuno di voi questo compito ecclesiale, Dio vi chiede proseguire così, attraverso l’opera vostra, l’opera di Cristo, di prolungare il ministero apostolico con l’esercizio della missione a voi affidata e dei poteri a voi trasmessi; perchè voi lavorate, studiate, giudicate, in nome della Sede Apostolica. Lo svolgimento di tali attività, pertanto, deve essere adeguato alla funzione dei giudici, ma investe anche quella dei loro collaboratori. In questo momento penso al compito, così difficile, degli avvocati, i quali renderanno ai loro clienti servizi migliori nella misura in cui si sforzeranno di rimanere entro la verità, l’amore della Chiesa, l’amore di Dio. La vostra missione, dunque, è prima di tutto un servizio dell’amore.
Di questo amore il matrimonio è realtà e segno misterioso. “Dio ha creato l’uomo a sua immagine e somiglianza: chiamandolo all’esistenza per amore, l’ha chiamato nello stesso tempo all’amore. Dio è amore e vive in se stesso un mistero di comunione personale d’amore” (1).
Segno misterioso, il matrimonio lo è come sacramento: un legame indissolubile unisce gli sposi, come in un solo amore sono uniti Cristo e la Chiesa (2).
Secondo il disegno di Dio, il matrimonio trova la sua pienezza nella famiglia, di cui è origine e fondamento; e il dono mutuo degli sposi sboccia nel dono della vita, ossia nella generazione di coloro che, amando i loro genitori, ridicono ad essi il loro amore e ne esprimono la profondità3.
Il Concilio ha visto il matrimonio come patto di amore (4). Questo patto “suppone la scelta cosciente e libera, con la quale l’uomo e la donna accolgono l’intima comunità di vita e d’amore, voluta da Dio stesso” (5). Parlando qui di amore, noi non possiamo ridurlo ad affettività sensibile, ad attrazione passeggera, a sensazione erotica, a impulso sessuale, a sentimento d’affinità, a semplice gioia di vivere.
L’amore è essenzialmente dono. Parlando di atto di amore il Concilio suppone un atto di donazione, unico e decisivo, irrevocabile come lo è un dono totale, che vuole essere e restare mutuo e fecondo.
1. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 11 [1981 11 22/11].
2. Eph. 5, 32-33.
3. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 14 [1981 11 22/14].
4. Gaudium et spes, 48 [1965 12 07c/48].
5. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 11 [1981 11 22/11].
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4. Per comprendere pienamente il senso esatto del consenso matrimoniale, dobbiamo lasciarci illuminare dalla rivelazione divina. Il consenso nuziale è un atto di volontà che significa e comporta un dono mutuo, che unisce gli sposi tra di loro e insieme li lega ai loro eventuali figli, con i quali essi costituiscono una sola famiglia, un solo focolare, una “Chiesa domestica” (6).
Visto così il consenso matrimoniale è un impegno in un vincolo di amore dove, nello stesso dono, si esprime l’accordo delle volontà e dei cuori per realizzare tutto quello che è e significa il matrimonio per il mondo e per la Chiesa.
6. Lumen gentium, 11 [1964 11 21a/11].
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5. C’è di più. Per noi, il consenso nuziale è un atto ecclesiale. Esso fonda la “Chiesa domestica” e costituisce una realtà sacramentale dove si uniscono due elementi: un elemento spirituale come comunione di vita nella fede, nella speranza e nella carità; e un elemento sociale come società organizzata, gerarchizzata, cellula vivente della società umana, elevata alla dignità del “sacramentum magnum”, la Chiesa di Cristo, dove essa si inserisce come Chiesa domestica (7). Sicchè nella famiglia fondata sul matrimonio bisogna riconoscere in una certa misura la stessa analogia della Chiesa totale con il mistero del Verbo incarnato, dove in una sola realtà si uniscono il divino e l’umano, la Chiesa terrestre e la Chiesa in possesso dei beni celesti, una società ordinata gerarchicamente e il Corpo mistico di Cristo (8).
7. Lumen gentium, 1.
8. Ibid. 8.
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6. Il Concilio ha sottolineato l’aspetto della donazione. E allora conviene soffermarsi qui un momento, per cogliere più in profondità il significato dell’atto del donarsi in oblazione totale con un consenso che, se si colloca nel tempo, assume un valore d’eternità. Un dono, se vuole essere totale, deve essere senza ritorno e senza riserve. Perciò, nell’atto, col quale la donazione si esprime, noi dobbiamo accettare il valore simbolico degli impegni assunti. Colui che si dona, lo fa con la consapevolezza d’obbligarsi a vivere il suo dono all’altro; se egli all’altro concede un diritto, è perchè ha la volontà di donarsi; e si dona con l’intenzione di obbligarsi a realizzare le esigenze del dono totale, che liberamente ha fatto. Se sotto il profilo giuridico questi obblighi sono più facilmente definiti, se vengono espressi più come un diritto che si cede che, come un obbligo che si assume, è pur vero che il dono non è che simbolizzato dagli impegni di un contratto, il quale esprime sul piano umano gli impegni inerenti ad ogni consenso nuziale vero e sincero. È così che si giunge a comprendere la dottrina conciliare, così da consentirle di recuperare la dottrina tradizionale per collocarla in una prospettiva più profonda ed insieme più cristiana.
Tutti questi valori vengono non soltanto ammessi, affinati e definiti dal diritto ecclesiastico, ma anche difesi e protetti. Ciò costituisce, peraltro, la nobiltà della sua giurisprudenza e la forza delle norme che essa applica.
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7. Ora, non è puramente immaginario, soprattutto oggi, il pericolo di vedere messo in discussione il valore globale di tale consenso, per il fatto che alcuni elementi che lo costituiscono, che ne sono l’oggetto o che ne esprimono la realizzazione, sono sempre più spesso distinti o addirittura separati, a seconda dell’attenzione che vi portano specialisti in campi diversi o la specificità propria delle diverse scienze umane. Sarebbe inconcepibile che il consenso in quanto tale fosse respinto per sopravvenuta mancanza di fedeltà. Senza dubbio il problema della fedeltà costituisce spesso la croce degli sposi.
Vostro primo compito a servizio dell’amore sarà, dunque, riconoscere il pieno valore del matrimonio, rispettare nel miglior modo possibile la sua esistenza, proteggere coloro che esso ha uniti in una sola famiglia. Sarà soltanto per motivazioni valide, per fatti provati che si potrà mettere in dubbio la sua esistenza, e dichiararne la nullità. Il primo dovere che su voi incombe è il rispetto dell’uomo che ha dato la sua parola, ha espresso il suo consenso e ha fatto così dono totale di se stesso.
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8. Indubbiamente, la natura umana in seguito al peccato è stata sconvolta, ferita; essa tuttavia non è stata pervertita; essa è stata risanata dall’intervento di Colui che è venuto a salvarla e ad elevarla fino alla partecipazione della vita divina. Ora, in verità, sarebbe demolirla, il ritenerla incapace d’un impegno vero, d’un consenso definitivo, d’un patto di amore che esprime quello che essa è, d’un sacramento istutuito dal Signore per guarirla, fortificarla, elevarla per mezzo della sua grazia.
È così, allora, è nel quadro della prospettiva ecclesiale del Sacramento del matrimonio che va collocato il progresso della scienza umana, le sue ricerche, i suoi metodi e i suoi risultati. La continuità dei suoi sforzi mette anche in rilievo la fragilità di alcune delle sue conclusioni anteriori o di ipotesi di lavoro di cui non si sono potute conservare le valutazioni.
Per tali ragioni il giudice, nell’emettere la sentenza, resta in definitiva il responsabile di quel lavoro comune, di cui ho parlato all’inizio. La decisione dovrà essere presa nella prospettiva globale già ricordata, e che l’esortazione apostolica “Familiaris Consortio” ha voluto mettere maggiormente in luce.
Mentre è in corso l’esame sulla validità di un vincolo matrimoniale, e si ricerca l’esistenza di ragioni che possano condurre alla eventuale dichiarazione di nullità, il giudice resta a servizio dell’amore, sottomesso al diritto divino, attento ad ogni consiglio o perizia seria. Sarebbe estremamente dannoso se a decidere fosse in definitiva l’uno o l’altro esperto, col rischio di vedere giudicata la causa secondo uno solo dei suoi aspetti.
Di qui scaturisce la necessità di riconoscere nel giudice il peso della sua funzione, l’importanza della sua responsabile autonomia di giudizio, l’esigenza del suo consenso ecclesiale e della sua sollecitudine per il bene delle anime. E non perchè in materia matrimoniale una sentenza può sempre essere impugnata per sopravvenienti nuove gravi motivazioni, non per questo egli si sentirà spinto a mettere meno diligenza a prepararla, meno fermezza ad esprimerla, meno coraggio ad emetterla.
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9. In questa luce, si ha modo di apprezzare sempre di più la particolare responsabilità del “defensor vinculi”. Suo dovere non è quello di definire a ogni costo una realtà inesistente, o di opporsi in ogni modo a una decisione fondata, ma, come si espresse Pio XII, egli dovrà fare delle osservazioni pro vinculo, salva semper veritate 9. Si notano a volte tendenze che purtroppo tendono a ridimensionare il suo ruolo. La stessa persona poi non può esercitare due funzioni contemporaneamente, essere giudice e difensore del vincolo. Solo una persona competente può assumere una tale responsabilità; e sarà grave errore considerarla di minore importanza.
9. PIIXII, Allocutio ad Auditores Sacrae Romanae Rotae: AAS (1944), 36 [1944 10 02/14].
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10. Il Promotor iustitiae, sollecito del bene comune, agirà anche lui nella prospettiva globale del mistero dell’amore vissuto nella vita familiare; allo stesso modo, se egli sentirà il dovere di avanzare una richiesta di dichiarazione di nullità, lo farà dietro la spinta della verità e della giustizia; non per accondiscendere, ma per salvare.
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11. Nella stessa prospettiva della globalità della vita familiare, infine, è necessario auspicare una sempre più attiva collaborazione degli avvocati ecclesiastici.
La loro attività deve essere al servizio della Chiesa; e pertanto va vista quasi come un ministero ecclesiale. Deve essere un servizio all’amore, che richiede dedizione e carità soprattutto a favore dei più sprovvisti e dei più poveri.
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12. A conclusione di questo incontro, desidero esortarvi a collaborare, “cordialmente e coraggiosamente, con tutti gli uomini di buona volontà, che vivono con la loro responsabilità al servizio della famiglia” (10), in modo tutto speciale voi, che ne dovete riconoscere la base e il fondamento nel consenso nuziale, sacramento di amore, segno dell’amore che lega Cristo alla sua Chiesa, sua Sposa, e che è, per l’umanità intera, una rivelazione della vita di Dio e l’introduzione alla vita trinitaria dell’Amore divino.
Nell’invocare il Signore di assistervi nella vostra missione al servizio dell’uomo salvato da Cristo, nostro Redentore, vi imparto di cuore la mia benedizione propiziatrice della grazia del Dio dell’Amore.
[Insegnamenti GP II, 5/1, 244-249]
10. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 86 [1981 11 22/86].