[1369] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA PASTORAL DE LOS NUEVOS HOGARES
Discurso Je suis heureux, a los participantes en la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo para la Familia, 16 junio 1989
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1. Me siento feliz de recibiros aquí, a vosotros que participáis en la asamblea plenaria del Pontificio Consejo para la Familia. Este año, el tema de vuestras reflexiones interesa a todas las familias cristianas: “Realidad sacramental y pastoral de los matrimonios jóvenes”. En efecto, la primera etapa en la vida de un matrimonio puede determinar positivamente su completa historia. En este período inicial de vida común, los esposos están marcados no solamente por su preparación en el momento de los esponsales, sino por todos los aspectos de la vida conyugal de la misma manera que por su ambiente social o por los problemas relacionados con la vida profesional. Se trata de realidades normales que pueden o bien favorecer o bien poner en dificultades esta vida que es nueva, puesto que los dos se han convertido en “una sola carne”... En este sentido, la exhortación apostólica Familiaris consortio ha evocado “las jóvenes familias que, al encontrarse en medio de un contexto de nuevos valores y de nuevas responsabilidades, están más expuestas, especialmente en los primeros años del matrimonio, a eventuales dificultades, como las que provienen de la adaptación a la vida en común o del nacimiento de los niños” (n. 69).
El nuevo hogar tiene necesidad de ser apoyado a fin de poder profundizar su unión y enfrentarse con las dificultades debidas a su entorno. En un proyecto de pastoral realista respecto a los jóvenes matrimonios, será necesario tener en cuenta ciertos fenómenos negativos excesivamente difundidos como “una concepción teórica y práctica errónea de la independencia de los cónyuges entre sí (...), el número creciente de divorcios, la calamidad del aborto, el recurso cada vez más frecuente a la esterilización, a la instalación de una mentalidad verdadera y propiamente contraceptiva (ibid., n. 6). La pastoral familiar se esforzará por ayudar a los nuevos esposos y por hacerlos capaces de “realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia” (ibid.), por hacerles descubrir el peligro de las propuestas que se presentan bajo la apariencia de la libertad, pero reducen el bien de los esposos y de la familia a las dimensiones de un simple bienestar egoísta. “En la acción pastoral frente a las jóvenes familias, la Iglesia deberá también aplicarse especialmente a educarlas para vivir el amor conyugal de forma responsable, en relación con las exigencias de comunión y de servicio de la vida, y también enseñarles a conciliar la intimidad de la vida de hogar con la tarea generosa que incumbe a todos de edificar la Iglesia y la sociedad humana (ibid., n. 69).
Para esta función de formación y de orientación, es necesario que la pastoral ofrezca un apoyo amistoso y seguro a las nuevas familias, ayudándoles a superar los escollos que se presentan todos los días. En la comunidad cristiana, los jóvenes matrimonios sabrán descubrir su misión, que tiene su fuente en la naturaleza y en el dinamismo propios del matrimonio (cfr. ibid., n. 17).
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2. En primer lugar, se preparará a los jóvenes hogares a vivir la comunión entre esposos abierta a los hijos y, más ampliamente, a sus prójimos. El amor que ha impulsado a los esposos a la alianza continúa para vivificar su comunión. Toda la fuerza de cohesión interna de la familia se funda sobre la comunión interpersonal de los esposos. Es una comunión natural que, por medio del pacto conyugal, se realiza a nivel ontológico –“una sola carne”– y de la que se derivan los efectos morales y jurídicos propios de la comunidad matrimonial. La ley de la unión conyugal no limita la libertad personal, muy al contrario, protege y garantiza una comunicación humana más profunda, abierta a una fecundidad espiritual. La gracia del matrimonio impulsa a los esposos cristianos a imitar a Cristo dando su propia vida y a manifestar ante los hombres su participación en la unión de Cristo y de su Iglesia (cfr. Ef 5, 21-33).
La comunión de las personas progresa continuamente a través de la fidelidad cotidiana del uno al otro. El conocimiento mutuo de las cualidades reales y de las limitaciones inevitables de cada uno ilumina el camino de los primeros años del matrimonio. Cuando construye su vida común de forma realista, día tras día, aparta los riesgos de inestabilidad y pone en práctica diariamente el compromiso expresado por el “sí” del matrimonio. En la vida de los jóvenes matrimonios, cuando los defectos e incluso el pecado hacen que se experimente la decepción y el sufrimiento, es necesario encontrar la fuerza de cambiar, de convertirse y de perdonar. Se trata de condiciones necesarias para el éxito y para la duración de la comunión familiar. Si el hogar es la primera escuela de sociabilidad, es porque el matrimonio, la unión conyugal de los esposos, es “la expresión primera de la comunión de las personas” (Gaudium et spes, n. 12). Es de ahí de donde procede, de hecho, la influencia de las familias en la construcción de la sociedad.
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3. Un aspecto evidentemente importante de la pastoral de los jóvenes matrimonios es su preparación para el servicio de la vida, coronación natural de su amor y de su alianza conyugal. Para ello, es necesario que la pastoral familiar marche delante de estos jóvenes matrimonios a fin de ayudarles a reflexionar sobre este aspecto vital de su matrimonio, que podría ser despreciado o incluso ocultado a causa de las condiciones contingentes de la sociedad actual. La transmisión de la vida y la educación de los hijos no se inscriben en la cuenta del haber, sino en la cuenta del ser de los esposos. Hoy día, no resulta fácil superar una mentalidad dominante poco favorable al don de la vida sin una ayuda amistosa y próxima que conforte el espíritu y consolide la voluntad de poner en práctica los valores naturales inscritos en lo más profundo del ser humano. Es necesario acoger la gracia por medio de la vida de oración y por medio de la frecuencia de los sacramentos. Pero no es menos útil contar con el apoyo de los matrimonios cristianos que transmiten a las nuevas familias los criterios de examen y de solución de los problemas que se plantean normalmente a todas las familias. Tenemos ahí una forma de apostolado de los laicos que es realmente necesario en nuestra época. Un apostolado que aspira a conformar la vida de un matrimonio cristiano a las exigencias naturales y a las exigencias reveladas que son transmitidas y clarificadas por el magisterio de la Iglesia.
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4. En el orden natural y en el orden cristiano, los esposos son los primeros formadores de sus hijos. Es necesario ayudar a las jóvenes familias a vivir este servicio en la edificación del pueblo de Dios y apoyar el dinamismo de tantos hogares, que de esta forma toman conciencia de su vocación cristiana y de su responsabilidad eclesial concreta. Ellos serán los primeros beneficiarios del apostolado que consiste en formar a sus hijos, ante todo, porque despertar a la fe cristiana supone una profundización y una asimilación personales de las verdades doctrinales esenciales y esto favorece una vida familiar coherente, vivificada por las convicciones de fe compartidas entre padres e hijos.
La Exhortación Apostólica Christifideles laici expone las dificultades que corresponden a los esposos en la vida y en la edificación de la Iglesia. Es importante subrayar aquí el papel de la catequesis familiar. Esta tarea de las jóvenes familias deberá constituir parte integrante de la misión de las parroquias. Porque, por una parte, se trata de un elemento fundamental del apostolado y, por otra parte, la comunidad parroquial debe ayudar a los padres cristianos en su responsabilidad de abrir a la fe a los hijos que han traído al mundo.
Los primeros años del matrimonio constituyen la etapa durante la cual la familia se aumenta por el nacimiento de los hijos. Ella los espera, ella asegura su educación, ella les auxilia en todas sus necesidades. Los hijos descubrirán poco a poco a su propia familia como un núcleo que, en medio de la sociedad, les favorece y les protege o, por el contrario, los condiciona y los pone en dificultades. La sociedad primordial restringida que es la familia y la sociedad en su conjunto, constituyen polos de influencias diferentes y complementarias durante la formación de los jóvenes.
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5. La familia cristiana, como toda familia humana, juega un papel insustituible en la construcción de la sociedad, y no puede permanecer indiferente ante las realidades sociales, aun cuando no esté en su poder poner remedio a todos los problemas de la sociedad. Convendrá que la pastoral familiar invite a los jóvenes matrimonios a tomar conciencia de la dimensión social de su actuación familiar y les ayude a rechazar con coraje los factores de desintegración en nombre de los valores cristianos adquiridos a lo largo de su formación y de su preparación para el matrimonio, valores lúcidamente reafirmados en la experiencia concreta de sus primeros años de vida conyugal.
De igual manera, las primeras dificultades entre los esposos y con sus hijos serán mejor resueltas si los valores familiares han sido interiorizados y dan la fuerza para rechazar los devaneos. La mejor garantía para consolidar los valores cristianos de las jóvenes familias es, sin embargo, permitirles que descubran el alcance apostólico de su vida de esposos y de padres, en relación con las demás familias que se prestan mutuamente su apoyo.
Para resumir esto, se puede recordar una afirmación de la Familiaris consortio: “La familia cristiana está llamada a ponerse al servicio de la Iglesia y de la sociedad en su ser y en su obrar, en tanto que comunidad íntima de vida y de amor” (cfr. n. 50). Los lazos de la carne y de la sangre, los lazos del amor constituyen la base misma de la sociedad humana. Es esta misma realidad la que el sacramento del matrimonio santifica y hace participar en el misterio fecundo de la unión de Cristo y de su Iglesia.
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6. Vuestro Consejo desea promover en las familias una pastoral de reflexión y de asimilación de los valores expresados por la doctrina de la Iglesia. Realizáis ahí una tarea esencial, poniéndoos a la escucha de los interrogantes, de las dificultades, de los éxitos de los que sois testigos en las diversas regiones del mundo a las que pertenecéis. La puesta en común de vuestras reflexiones tiene la gran utilidad de ayudar a comprender y a expresar el sentido fundamental y las exigencias de la vida familiar. Vuestros intercambios contribuirán a conceder a la pastoral familiar toda su amplitud, a fin de transmitir la experiencia de las diversas comunidades que es la de la Iglesia misma. Vuestros trabajos ponen de relieve la confianza de la Iglesia en las familias para que asuman su parte en su misión, con la riqueza muy diversa de sus cualidades y de su generosidad. Ante las dificultades del momento, lejos de instalarse en una actitud resignada y estéril, es necesario que todos tomen los medios posibles, humanos y espirituales al mismo tiempo, para hacer que resuene en el corazón del hombre la armonía que Dios ha inscrito allí mediante el acto creador de su amor. Al tiempo que os aseguro mi oración por los frutos de vuestros trabajos, os deseo la alegría de ser los testigos generosos y atentos de la solicitud de la Iglesia por las familias y, de todo corazón, os imparto mi Bendición Apostólica, que extiendo a todos vuestros seres queridos.
[E 49 (1989), 1895-1897]
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1. Je suis heureux de vous accueillir ici, vous qui participez à l’Assemblée plénière du Conseil pontifical pour la Famille. Cette année, le thème de vos réflexions intéresse toutes les familles chrétiennes: “Réalité sacramentelle et pastorale des jeunes couples”. En effet, la première étape dans la vie d’un couple peut déterminer positivement son histoire tout entière. En cette période initiale de vie commune, les époux sont marqués non seulement par leur préparation au temps des fiançailles, mais par tous les aspects de la vie conjugale de même que par leur milieu social ou par les problèmes liés a la vie professionnelle. Il s’agit là de réalités normales qui peuvent ou bien favoriser ou bien mettre en difficulté cette vie qui est nouvelle, puisque les deux sont devenus “une seule chair”. Dans ce sens, l’exhortation apostolique “Familiaris Consortio” a évoqué “les jeunes familles qui, se trouvant dans un contexte de nouvelles valeurs et de nouvelles responsabilités, sont plus exposées, specialement dans les premières années du mariage, à d’éventuelles difficultés, comme celles qui proviennent de l’adaptation à la vie en commun ou de la naissance des enfants” (1).
Le nouveau foyer a besoin d’être soutenu afin de pouvoir approfondir son union et affronter les difficultés dues à son environnement. Dans un projet de pastorale réaliste à l’égard des jeunes couples, il faudra tenir compte de certains phénomènes négatifs trop répandus comme “une conception théorique et pratique erronée de l’indépendance des conjoints entre eux..., le nombre croissant des divorces, la plaie de l’avortement, le recours de plus en plus fréquent à la stérilisation, l’installation d’une mentalité vraiment et proprement contraceptive” (2). La pastorale familiale tendra à aider les nouveaux époux et à les rendre capables de “réaliser la vérité du projet de Dieu sur le mariage et la famille” (3), à leur faire découvrir le danger des propositions qui se présentent sous les apparences de la liberté, mais réduisent le bien des époux et de la famille aux dimensions d’un simple bienêtre égoïste. “Dans l’action pastorale vis-à-vis des jeunes familles, l’Église devra aussi s’appliquer spécialement à les éduquer à vivre l’amour conjugal de façon responsable, en rapport avec ses exigences de communion et de service de la vie, et de même leur apprendre à concilier l’intimité de la vie de foyer avec la tâche généreuse qui incombe à tous d’édifier l’Église et la société humaine” (4).
Pour cette fonction de formation et d’orientation, il est nécessaire que la pastorale offre un soutien amical et sûr aux nouvelles familles, en les aidant à surmonter les écueils qui se présentent chaque jour. Dans la communauté chrétienne, les jeunes couples sauront découvrir leur mission qui a sa source dans la nature et dans le dynamisme propres du mariage (5).
1. Familiaris consortio, 69 [1981 11 22/ 69].
2. Familiaris consortio, 6 [1981 11 22/ 6].
3. Familiaris consortio, 6 [1981 11 22/ 6].
4. Familiaris consortio, 69 [1981 11 22/ 69].
5. Cfr. Familiaris consortio, 17 [1981 11 22/ 17].
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2. Avant tout, on préparera les jeunes foyers à vivre la communion entre époux ouverte aux enfants et, plus largement, à leurs proches. L’amour qui a poussé les époux à l’alliance continue à vivifier leur communion. Toute la force de cohésion interne de la famille se fonde sur la communion interpersonnelle des époux. C’est une communion naturelle qui, à travers le pacte conjugal, se réalise au niveau ontologique –“une seule chair”– et dont découlent des effets moraux et juridiques propres à la communauté matrimoniale. La loi de l’union conjugale ne limite pas la liberté personnelle, bien au contraire, elle protège et garantit une communication humaine plus profonde, ouverte à une fécondité spirituelle. La grâce du mariage pousse les époux chrétiens à imiter le Christ en donnant leur propre vie et à manifester devant les hommes leur participation à l’union du Christ et de son Église (6).
La communion des personnes progresse continuellement à travers la fidélité quotidienne à un don total de l’un à l’autre. La connaissance mutuelle des qualités réelles et des limites inévitables de chacun éclaire le chemin des premières années du couple. Quand il construit sa vie commune de manière réaliste, jour après jour, il écarte les risques d’instabilité, il met en œuvre au quotidien l’engagement exprimé par le “oui” du mariage. Dans la vie des jeunes couples, lorsque les défauts et même le péché font éprouver la déception et la souffrance, il faut trouver la force de changer, de se convertir et de pardonner. Ce sont des conditions nécessaires à la réussite et à la durée de la communion familiale. Si le foyer est la première école de sociabilité, c’est parce que le mariage, l’union conjugale des époux, est “l’expression première de la communion des personnes” (7). C’est de là que provient en fait l’influence des familles dans la construction de la société.
6. Cfr. Ef. 5, 21-33.
7. Gaudium et spes, 12 [1965 12 07c/ 12].
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3. Un aspect évidemment important de la pastorale des jeunes couples est leur préparation au service de la vie, couronnement naturel de leur amour et de leur alliance conjugale. Pour cela, il est nécessaire que la pastorale familiale aille au-devant de ces jeunes couples pour les aider à réfléchir à cet aspect vital de leur mariage, qui pourrait être déprécié ou même occulté à cause des conditions contingentes de la société actuelle. La transmission de la vie et l’éducation des enfants ne s’inscrivent pas au compte de l’avoir, mais au compte de l’être des époux. Aujourd’hui, il n’est pas facile de dépasser une mentalité dominante peu favorable au don de la vie sans une aide amicale et proche qui conforte l’esprit et consolide la volonté de mettre en pratique les valeurs naturelles inscrites au plus profond de l’être humain. II faut accueillir la grâce à travers la vie de prière et à travers la fréquentation des sacrements. Mais il n’est pas moins utile d’avoir l’appui de couples chrétiens qui transmettent aux nouvelles familles les critères d’examen et de solution des problèmes qui se posent normalement à toutes les familles. Nous avons là une forme d’apostolat des laïcs qui est tout spécialement nécessaire à notre époque. Un apostolat qui vise à conformer la vie d’un couple chrétien aux exigences naturelles et aux exigences révélées qui sont transmises et clarifiées par le magistère de l’Église.
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4. Dans l’ordre naturel et dans l’ordre chrétien, les époux sont les premiers formateurs de leurs enfants. II faut aider les jeunes familles à vivre ce service dans l’édification du peuple de Dieu et soutenir le dynamisme de tant de foyers qui prennent ainsi conscience de leur vocation chrétienne et de leur responsabilité ecclésiale concrète. Ils seront les premiers bénéficiaires de l’apostolat qui consiste à former leurs enfants, avant tout parce que éveiller à la foi chrétienne, cela suppose un approfondissement et une assimilation personnels des vérités doctrinales essentielles et cela favorise une vie familiale cohérente, vivifiée par les convictions de foi partagées entre parents et enfants.
L’exhortation apostolique “Christifideles Laici” expose les responsabilités qui reviennent aux époux dans la vie et l’édification de l’Église. II est important de souligner ici le rôle de la catéchèse familiale. Cette tâche des jeunes familles devrait faire partie intégrante de la mission des paroisses: car, d’une part, c’est un élément fondamental de l’apostolat et, d’autre part, la communauté paroissiale doit aider les parents chrétiens dans leur responsabilité d’ouvrir à la foi les enfants qu’ils ont mis au monde.
Les premières années du mariage forment l’étape durant laquelle la famille s’agrandit par la naissance des enfants. Elle les attend, elle assure leur éducation, elle les assiste dans tous leurs besoins. Les enfants découvriront peu à peu dans leur propre famille comme un noyau qui, au milieu de la société, les favorise et les protège ou, au contraire, les conditionne et les met en difficulté. La société primordiale restreinte qu’est la famille et la société dans son ensemble constituent des pôles d’influence différents et complémentaires au cours de la formation des jeunes.
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5. La famille chrétienne, comme toute famille humaine, joue un rôle irremplaçable dans la construction de la société. Elle ne peut rester indifférente aux réalités sociales, bien qu’il ne soit pas en son pouvoir de porter remède à tous les problèmes de la société. Il conviendra que la pastorale familiale invite les jeunes couples à prendre conscience de la dimension sociale de leur agir familial et les aide à repousser avec courage les facteurs de désagrégation, au nom des valeurs chrétiennes acquises au cours de leur formation et de leur préparation au mariage, valeurs lucidement réaffirmées dans l’expérience concrète de leurs premières années de vie conjugale.
De même, les premières difficultés entre les époux et avec leurs enfants seront mieux résolues si les valeurs familiales ont été intériorisées et donnent la force de refuser les égarements. La meilleure garantie pour consolider les valeurs chrétiennes des jeunes familles est toutefois de leur faire découvrir la portée apostolique de leur vie d’époux et de parents, en relation avec les autres familles qui s’apportent mutuellement leur soutien.
Pour résumer cela, on peut rappeler une affirmation de “Familiaris Consortio”: la famille chrétienne est appelée à se mettre au service de l’Église et de la société dans son être et dans son agir, en tant que communauté intime de vie et d’amour (8). Les liens de la chair et du sang, les liens de l’amour forment la base même de la société humaine. C’est cette même réalité que le sacrement de mariage sanctifie et fait participer au mystère fécond de l’union du Christ et de son Église.
8. Cfr. Familiaris consortio, 50 [1981 11 22/ 50].
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6. Votre Conseil désire promouvoir auprès des familles une pastorale de réflexion et d’assimilation des valeurs exprimées par la doctrine de l’Église. Vous accomplissez là une tâche essentielle, vous mettant à l’écoute des interrogations, des difficultés, des réussites dont vous êtes témoins dans les diverses régions du monde auxquelles vous appartenez. La mise en commun de vos réflexions a la grande utilité d’aider à comprendre et à exprimer le sens fondamental et les exigences de la vie familiale. Vos échanges contribueront à donner à la pastorale familiale toute son ampleur, afin de transmettre l’expérience des diverses communautés qui est celle de l’Église même. Vos travaux soulignent la confiance de l’Église dans les familles pour qu’elles prennent leur part à sa mission, avec la richesse très diverse de leurs qualités et de leur générosité. Devant les difficultés du moment, loin de s’installer dans une attitude résignée et stérile, il faut que tous prennent les moyens possibles, humains et spirituels tout ensemble, pour faire résonner au cœur de l’homme l’harmonie que Dieu y a inscrite par l’acte créateur de son amour.
[AAS 82 (1990), 65-70]