[0919] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL “DESEO” Y LA CONCUPISCENCIA CARNAL
Alocución Durante l’ultima riflessione, en la Audiencia General, 17 septiembre 1980
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1. Durante la última reflexión nos preguntamos qué es el “deseo”, del que hablaba Cristo en el Sermón de la Montaña (Mt 5, 27-28). Recordemos que hablaba de él refiriéndose al mandamiento “No cometerás adulterio”. El mismo “desear” (precisamente “mirar para desear”) es definido como “adulterio cometido en el corazón”. Esto hace pensar mucho. En las reflexiones precedentes hemos dicho que Cristo, al expresarse de este modo, quería indicar a sus oyentes el alejamiento del significado esponsalicio del cuerpo que experimenta el hombre (en este caso, el varón) cuando secunda a la concupiscencia de la carne con el acto interior del “deseo”. El alejamiento del significado esponsalicio del cuerpo comporta, al mismo tiempo, un conflicto con su dignidad de persona: un auténtico conflicto de conciencia.
Aparece así que el significado bíblico (por tanto, también teológico) del “deseo” es diverso del puramente psicológico. El psicólogo describirá el “deseo” como una orientación intensa hacia el objeto a causa de su valor peculiar: en el caso aquí considerado, por su valor “sexual”. Según parece, encontraremos esta definición en la mayor parte de las obras dedicadas a temas similares. Sin embargo, la descripción bíblica, aun sin infravalorar el aspecto psicológico, pone de relieve sobre todo el ético, dado que es un valor que queda lesionado. El “deseo”, diría, es el engaño del corazón humano en relación a la perenne llamada del hombre y de la mujer –una llamada que fue revelada en el misterio mismo de la creación– a la comunión a través de un don recíproco. Así pues, cuando Cristo, en el Sermón de la Montaña (Mt 5, 27-28), hace referencia al “corazón” o al hombre interior, sus palabras no dejan de estar cargadas de esa verdad acerca del “principio” con las que, respondiendo a los fariseos (cf. Mt 19, 8), había vuelto a plantear todo el problema del hombre, de la mujer y del matrimonio.
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2. La llamada perenne, de la que hemos tratado de hacer el análisis siguiendo el Libro del Génesis (sobre todo Gén 2, 23-25) y, en cierto sentido, la perenne atracción recíproca por parte del hombre hacia la feminidad y por parte de la mujer hacia la masculinidad, es una invitación por medio del cuerpo, pero no es el deseo en el sentido de las palabras de Mt 5, 27-28. El “deseo”, como actuación de la concupiscencia de la carne (también y sobre todo en el acto puramente interior), empequeñece el significado de lo que eran –y que sustancialmente no dejan de ser– esa invitación y esa recíproca atracción. El eterno “femenino” (“das ewig weibliche”), así como, por lo demás, el eterno “masculino”, incluso en el plano de la historicidad tiende a liberarse de la mera concupiscencia, y busca un puesto de afirmación en el nivel propio del mundo de las personas. De ello da testimonio aquella vergüenza originaria de la que habla Gén 3. La dimensión de la intencionalidad de los pensamientos y de los corazones constituye uno de los filones principales de la cultura humana universal. Las palabras de Cristo en el Sermón de la Montaña confirman precisamente esta dimensión.
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3. No obstante, estas palabras expresan claramente que el “deseo” forma parte de la realidad del corazón humano. Cuando afirmamos que el “deseo”, con relación a la originaria atracción recíproca de la masculinidad y de la feminidad, representa una “reducción”, pensamos en una “reducción intencional”, como en una restricción que cierra el horizonte de la mente y del corazón. En efecto, una cosa es tener conciencia de que el valor del sexo forma parte de toda la riqueza de valores, con los que el ser femenino se presenta al varón, y otra cosa es “reducir” toda la riqueza personal de la feminidad a ese único valor, es decir, al sexo, como objeto idóneo para la satisfacción de la propia sexualidad. El mismo razonamiento se puede hacer con relación a lo que es la masculinidad para la mujer, aunque las palabras de Mt 5, 27-28 se refieran directamente sólo a la otra relación. La “reducción” intencional, como se ve, es de naturaleza sobre todo axiológica. Por una parte, la eterna atracción del hombre hacia la feminidad (Cfr. Gén 2, 23) libera en él –o quizá debería liberar– una gama de deseos espirituales-carnales de naturaleza sobre todo personal y “de comunión” (Cfr. el análisis del “principio”), a los que corresponde una proporcional jerarquía de valores. Por otra parte, el ” limita esta gama, ofuscando la jerarquía de los valores que marca la atracción perenne de la masculinidad y de la feminidad.
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4. El deseo, ciertamente, hace que en el interior, esto es, en el “corazón”, en el horizonte interior del hombre y de la mujer, se ofusque el significado del cuerpo, propio de la persona. La feminidad deja de ser así para la masculinidad sobre todo sujeto, deja de ser un lenguaje específico del espíritu, pierde el carácter de signo. Deja, diría, de llevar en sí el estupendo significado esponsalicio del cuerpo. Deja de estar situado en el contexto de la conciencia y de la experiencia de este significado. El “deseo” que nace de la misma concupiscencia de la carne, desde el primer momento de la existencia en el interior del hombre –de la existencia en su “corazón”–, pasa en cierto sentido junto a este contexto (se podría decir, con una imagen, que pasa sobre las ruinas del significado esponsalicio del cuerpo y de todos sus componentes subjetivos), y en virtud de la propia intencionalidad axiológica tiende directamente a un fin exclusivo: a satisfacer solamente la necesidad sexual del cuerpo, como objeto propio.
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5. Esta reducción intencional y axiológica puede verificarse, según las palabras de Cristo (Cfr. Mt5, 27-28), ya en el ámbito de la “mirada” (del “mirar”) o, más bien, en el ámbito de un acto puramente interior expresado por la mirada. La mirada (o, más bien, el “mirar”), en sí misma, es un acto cognoscitivo. Cuando en la estructura interior entra la concupiscencia, la mirada asume un carácter de “conocimiento deseoso”. La expresión bíblica “mira para desear” puede indicar tanto un acto cognoscitivo, del que “se sirve” el hombre deseando (es decir, confiriéndole el carácter propio del deseo que tiende hacia un objeto), como un acto cognoscitivo, que suscita el deseo en el otro sujeto y sobre todo en su voluntad y en su “corazón”. Como se ve, es posible atribuir una interpretación intencional a un acto interior teniendo presente el uno y el otro polo de la psicología del hombre: el conocimiento o el deseo entendido como appetitus. (El appetitus es algo más amplio que el “deseo”, porque indica todo lo que se manifiesta en el sujeto como “aspiración”, y como tal, se orienta siempre hacia un fin, esto es, hacia un objeto conocido bajo el aspecto del valor). Sin embargo, una interpretación adecuada de las palabras de Mt 5, 27-28 exige que –a través de la intencionalidad propia del conocimiento o del appetitus– percibamos algo más, es decir, la intencionalidad de la existencia misma del hombre en relación con el otro hombre; en nuestro caso: del hombre en relación con la mujer y de la mujer en relación con el hombre.
Nos convendrá volver sobre este tema. Al finalizar la reflexión de hoy es necesario añadir aún que en ese “deseo”, en el “mirar para desear”, del que trata el Sermón de la Montaña, la mujer, para el hombre que “mira” así, deja de existir como sujeto de la eterna atracción y comienza a ser solamente objeto de la concupiscencia carnal. A esto va unido el profundo alejamiento interno del significado esponsalicio del cuerpo, del que hemos hablado ya en la reflexión precedente.
[Enseñanzas 7, 158-160]
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1. Durante l’ultima riflessione, ci siamo chiesti che cosa è il “desiderio”, di cui parlava Cristo nel Discorso della Montagna (1). Ricordiamo che egli ne parlava in rapporto al comandamento: “Non commettere adulterio”. Lo stesso “desiderare” (precisamente: “guardare per desiderare”) è definito un “adulterio commesso nel cuore”. Ciò fa molto pensare. Nelle precedenti riflessioni abbiamo detto che Cristo, nell’esprimersi in quel modo, voleva indicare ai suoi ascoltatori il distacco dal significato sponsale del corpo, sperimentato dall’uomo (nel caso, il maschio), quando asseconda la concupiscenza della carne con l’atto interiore del “desiderio”. Il distacco dal significato sponsale del corpo comporta al tempo stesso un conflitto con la sua dignità di persona: un autentico conflitto di coscienza.
A questo punto appare che il significato biblico (quindi anche teologico) del “desiderio” è diverso da quello puramente psicologico. Lo psicologo descriverà il “desiderio” come un intenso orientamento verso l’oggetto, a causa del suo peculiare valore: nel caso qui considerato, per il suo valore “sessuale”. A quanto sembra, troveremo tale definizione nella maggior parte delle opere dedicate a simili temi. Tuttavia, la descrizione biblica, pur senza sottovalutare l’aspetto psicologico, pone in rilievo soprattutto quello etico, dato che c’è un valore che viene leso. Il “desiderio” è, direi, l’inganno del cuore umano nei confronti della perenne chiamata dell’uomo e della donna –una chiamata che è stata rivelata nel mistero stesso della creazione– alla comunione attraverso un dono reciproco. Così, dunque, quando Cristo nel Discorso della Montagna (2) fa riferimento “al cuore” o all’uomo interiore, le sue parole non cessano di esser cariche di quella verità circa il “principio”, alla quale, rispondendo ai farisei (3), egli aveva riportato tutto il problema dell’uomo, della donna e del matrimonio.
1. Matth. 5, 27-28.
2. Matth. 5, 27-28.
3. Cf. ibid. 19, 8.
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2. La perenne chiamata, di cui abbiamo cercato di fare l’analisi seguendo il Libro della Genesi (4) e, in certo senso, la perenne attrazione reciproca da parte dell’uomo verso la femminilità e da parte della donna verso la mascolinità, è un invito mediato dal corpo, ma non è il desiderio nel senso delle parole di Matteo 5, 27-28. Il “desiderio”, come attuazione della concupiscenza della carne (anche e soprattutto nell’atto puramente interiore), sminuisce il significato di ciò che erano –e che sostanzialmente non cessano di essere– quell’invito e quella reciproca attrazione. L’eterno “femminino” (das ewig weibliche), così come, del resto, l’eterno “mascolino”, anche sul piano della storicità tende a liberarsi dalla pura concupiscenza, e cerca un posto di affermazione sul livello proprio del mondo delle persone. Ne dà testimonianza quella vergogna originaria, di cui parla Genesi 3. La dimensione dell’intenzionalità dei pensieri e dei cuori costituisce uno dei principali filoni della universale cultura umana. Le parole di Cristo nel Discorso della Montagna confermano appunto tale dimensione.
4. Speciatim Gen. 2, 23-25.
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3. Nondimeno, queste parole esprimono chiaramente che il “desiderio” fa parte della realtà del cuore umano. Quando affermiamo che il “desiderio”, nei confronti della originaria attrazione reciproca della mascolinità e della femminilità, rappresenta una “riduzione”, abbiamo in mente una “riduzione” intenzionale, quasi una restrizione o chiusura dell’orizzonte della mente e del cuore. Una cosa, infatti, è aver coscienza che il valore del sesso fa parte di tutta la ricchezza di valori, con cui al maschio appare l’essere femminile; e un’altra cosa è “ridurre” tutta la ricchezza personale della femminilità a quell’unico valore, cioè al sesso, come oggetto idoneo all’appagamento della propria sessualità. Lo stesso ragionamento si può fare nei riguardi di ciò che è la mascolinità per la donna, sebbene le parole di Matteo 5, 27-28 si rifenscano direttamente soltanto all’altro rapporto. La “riduzione” intenzionale è, come si vede, di natura soprattutto assiologica. Da una parte l’eterna attrazione dell’uomo verso la femminilità5 libera in lui –o forse dovrebbe liberare– una gamma di desideri spirituali-carnali di natura soprattutto personale e “di comunione” (6), ai quali corrisponde una proporzionale gerarchia di valori. Dall’altra, il “desiderio” limita tale gamma, offuscando la gerarchia dei valori che contrassegna l’attrazione perenne della mascolinità e della femminilità.
5. Cf. Gen. 2, 23.
6. Cf. l’analisi del “principio”.
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4. Il desiderio fa sì che all’interno, cioè nel “cuore”, nell’orizzonte interiore dell’uomo e della donna, si offuschi il significato del corpo, proprio della persona. La femminilità cessa così di essere per la mascolinità soprattutto soggetto; cessa di essere uno specifico linguaggio dello spirito; perde il carattere di segno. Cessa, direi, di portare su di sè lo stupendo significato sponsale del corpo. Cessa di essere collocato nel contesto della coscienza e della esperienza di tale significato. Il “desiderio” che nasce dalla stessa concupiscenza della carne, dal primo momento dell’esistenza all’interno dell’uomo –dell’esistenza nel suo “cuore”– passa in un certo senso accanto a tale contesto (si potrebbe dire, con una immagine, che passa sulle macerie del significato sponsale del corpo e di tutte le sue componenti soggettive), e in virtù della propria intenzionalità assiologica tende direttamente verso un fine esclusivo: a soddisfare solo il bissogno sessuale del corpo, come proprio oggetto.
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5. Tale riduzione intenzionale ed assiologica può verificarsi, secondo le parole di Cristo (7), già nell’ambito dello “sguardo” (del “guardare”) o piuttosto nell’ambito di un atto puramente interiore espresso dallo sguardo. Lo sguardo (o piuttosto il “guardare”), in se stesso, è un atto conoscitivo. Quando nella sua struttura interiore entra la concupiscenza, lo sguardo assume un carattere di “conoscenza desiderosa”. L’espressione biblica “guarda per desiderare” può indicare sia un atto conoscitivo, di cui “si serve” l’uomo desiderando (cioè conferendogli il carattere proprio del desiderio teso verso un oggetto), sia un atto conoscitivo che suscita il desiderio nell’altro soggetto e soprattutto nella sua volontà e nel suo “cuore”. Come si vede, è possibile attribuire una interpretazione intenzionale ad un atto interiore, avendo presente l’uno o l’altro polo della psicologia dell’uomo: la conoscenza o il desiderio inteso come appetitus. (L’appetitus è qualcosa di più ampio del “desiderio”, poichè indica tutto ciò che si manifesta nel soggetto come “aspirazione”, e come tale si orienta sempre verso un fine, cioè verso un oggetto conosciuto sotto l’aspetto del valore). Tuttavia, un’adeguata interpretazione delle parole di Matteo 5, 27-28 richiede che –attraverso l’intenzionalità propria della conoscenza o dell’“appetitus”– scorgiamo qualcosa di più, cioè l’intenzionalità dell’esistenza stessa dell’uomo in rapporto con l’altro uomo; nel nostro caso: dell’uomo in rapporto alla donna e della donna in rapporto all’uomo.
Su questo argomento ci converrà ritornare. Concludendo l’odierna riflessione, bisogna ancora aggiungere che in quel “desiderio”, nel “guardare per desiderare”, di cui tratta il Discorso della Montagna, la donna, per l’uomo che “guarda” così, cessa di esistere come soggetto dell’eterna attrazione e comincia ad essere solo oggetto di concupiscenza carnale. A ciò è collegato il profondo distacco interno dal significato sponsale del corpo, di cui abbiamo parlato già nella precedente riflessione.
[Insegnamenti GP II, 3/2, 653-656]
7. Matth. 5, 27-28.