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[0979] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL “ETHOS” DE LA IMAGEN ARTÍSTICA

Alocución Nel Discorso, en la Audiencia General, 6 mayo 1981

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1. En el Sermón de la Montaña, Cristo pronunció las palabras a las que hemos dedicado una serie de reflexiones en el arco de casi un año. Al explicar a sus oyentes el significado propio del mandamiento: “No adulterarás”, Cristo se expresa así: “Pero Yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5, 28). Parece que estas palabras se refieren también a los amplios ámbitos de la cultura humana, sobre todo a los de la actividad artística, de los que ya se ha tratado últimamente en el curso de algunos encuentros de los miércoles. Hoy nos conviene dedicar la parte final de estas reflexiones al problema de la relación entre el ethos de la imagen –o de la descripción– y el ethos de la visión y de la escucha, de la lectura o de otras formas de recepción cognoscitiva, con las cuales se encuentra el contenido de la obra de arte o de la audiovisión entendida en sentido lato.

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2. Y aquí volvemos, una vez más, al problema señalado ya anteriormente: si, y en qué medida, el cuerpo humano, en toda la visible verdad de su masculinidad y feminidad, puede ser un tema de la obra de arte y, por esto mismo, un tema de esa específica “comunicación” social a la que tal obra está destinada. Esta pregunta se refiere todavía más a la cultura contemporánea de massa ligada a las técnicas audiovisuales. ¿Puede el cuerpo humano ser este modelo-tema, dado que nosotros sabemos que con esto está unida esa objetividad “sin opción” que antes hemos llamado “anonimato”, y que parece comportar una grave, potencial amenaza de toda la esfera de los significados propia del cuerpo del hombre y de la mujer, a causa del carácter personal del sujeto humano y del carácter de “comunión” de las relaciones interpersonales?

Se puede añadir ahora que las expresiones “pornografía” o “pornovisión” –a pesar de su antigua etimología– han aparecido relativamente tarde en el lenguaje. La terminología tradicional latina se servía del vocablo ob-scaena, indicando de este modo todo lo que no debe ponerse ante los ojos de los espectadores, lo que debe estar rodeado de discreción conveniente, lo que no puede presentarse a la mirada humana sin opción alguna.

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3. Al plantear la pregunta precedente, nos damos cuenta de que, de facto, en el curso de épocas enteras de la cultura humana y de la actividad artística, el cuerpo humano ha sido y es un modelo-tema tal de las obras de arte visivas, así como toda la esfera del amor entre el hombre y la mujer y, unido con él, hasta el “donarse recíproco” de la masculinidad y feminidad en su expresión corpórea, ha sido, es y será tema de la narrativa literaria. Esta narración también halló su lugar en la Biblia, sobre todo en el texto del Cantar de los Cantares, del que nos convendrá ocuparnos en otra circunstancia. Más aún: es necesario constatar que en la historia de la literatura o del arte, en la historia de la cultura humana, este tema aparece con particular frecuencia y resulta particularmente importante. De hecho, se refiere a un problema que es grande e importante en sí mismo. Lo hemos manifestado desde el comienzo de nuestras reflexiones, siguiendo las huellas de los textos bíblicos, que nos revelan la dimensión justa de este problema: es decir, la dignidad del hombre en su corporeidad masculina y femenina, y el significado esponsalicio de la feminidad y masculinidad, grabado en toda la estructura interior –y, al mismo tiempo, visible– de la persona humana.

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4. Nuestras reflexiones precedentes no pretendían poner en duda el derecho a este tema. Solo miran a demostrar que su desarrollo está vinculado a una responsabilidad particular de naturaleza no sólo artística, sino también ética. El artista que aborda ese tema en cualquier esfera del arte o mediante las técnicas audiovisuales debe ser consciente de la verdad plena del objeto de toda la escala de valores unidos con él; no sólo debe tenerlos en cuenta en abstracto, sino también vivirlos él mismo correctamente. Esto corresponde de la misma manera a ese principio de la “pureza de corazón” que, en determinados casos, es necesario transferir desde la esfera existencial de las actitudes y comportamientos a la esfera intencional de la creación o reproducción artísticas.

Parece que el proceso de esta creación tiende no sólo a la objetivación (y en cierto sentido a una nueva “materialización”) del modelo, sino, al mismo tiempo, a expresar en esta objetivación lo que puede llamarse la idea creativa del artista, en la cual se manifiesta precisamente su mundo interior de los valores; por tanto, también la vivencia de la verdad de su objeto. En este proceso se realiza una transfiguración característica del modelo o de la materia y, en particular, de lo que es el hombre, el cuerpo humano en toda la verdad de su masculinidad o feminidad. (Desde este punto de vista, como ya hemos mencionado, hay una diferencia muy relevante, por ejemplo, entre el cuadro o la escultura y entre la fotografía o el filme). El espectador, invitado por el artista a ver su obra, se comunica no sólo con la objetivación y, por tanto, en cierto sentido, con una nueva “materialización” del modelo o de la materia, sino que, al mismo tiempo, se comunica con la verdad del objeto, que el autor, en su “materialización” artística ha logrado expresar en los medios apropiados.

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5. En el decurso de las distintas épocas, comenzando por la Antigüedad –sobre todo en la gran época del arte clásico griego–, hay obras de arte cuyo tema es el cuerpo humano en su desnudez y cuya contemplación nos permite concentrarnos, en cierto sentido, sobre la verdad total del hombre, sobre la dignidad y la belleza –incluso esa “suprasensual”– de su masculinidad y feminidad. Estas obras tienen en sí, como escondido, un elemento de sublimación, que conduce al espectador, a través del cuerpo, a todo el misterio personal del hombre. En contacto con estas obras, donde no nos sentimos llevados por su contenido hacia el “mirar para desear” del que habla el Sermón de la Montaña, aprendemos, en cierto sentido, ese significado esponsalicio del cuerpo que corresponde y es la medida de la “pureza de corazón”. Pero también hay obras de arte, y quizá más frecuentemente todavía reproducciones, que suscitan objeción en la esfera de la sensibilidad personal del hombre –no a causa de su objeto, puesto que el cuerpo humano en sí mismo tiene siempre su dignidad inalienable, sino a causa de la calidad o del modo de su reproducción, figuración, representación artística–. Sobre ese modo y esa calidad pueden decidir los varios coeficientes de la obra o de la reproducción, así como también múltiples circunstancias, frecuentemente de naturaleza técnica y no artística.

Es sabido que a través de todos estos elementos, en cierto sentido, se hace accesible al espectador, como al oyente o al lector, la misma intencionalidad fundamental de la obra de arte o del producto de técnicas relativas. Si nuestra sensibilidad personal reacciona con objeción y desaprobación, es así porque en esa intencionalidad fundamental, juntamente con la objetivación del hombre y de su cuerpo, descubrimos indispensable para la obra de arte, o su reproducción, su actual reducción al rango de objeto, objeto de “goce”, destinado a la satisfacción de la concupiscencia misma. Y esto está contra la dignidad del hombre también en el orden intencional del arte y de la reproducción. Por analogía, es necesario aplicar lo mismo a los varios campos de la actividad artística –según la respectiva especificación– como también a las diversas técnicas audiovisuales.

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6. La Encíclica Humanae vitae, de Pablo VI (n. 22), subraya la necesidad de “crear un clima favorable a la educación de la castidad”; y con esto intenta afirmar que el vivir el cuerpo humano en toda la verdad de su masculinidad y feminidad debe corresponder a la dignidad de este cuerpo y a su significado al construir la comunión de las personas. Se puede decir que ésta es una de las dimensiones fundamentales de la cultura humana, entendida como afirmación que ennoblece todo lo que es humano. Por eso hemos dedicado esta breve exposición al problema, que, en síntesis, podría ser llamado el ethos de la imagen. Se trata de la imagen que sirve para una singular “visibilización” del hombre y que es necesario comprender en sentido más o menos directo. La imagen esculpida o pintada “expresa visiblemente” al hombre; lo “expresa visiblemente” de otro modo la representación teatral o el espectáculo de ballet, de otro modo el filme; también la obra literaria, a su manera, tiende a suscitar imágenes interiores sirviéndose de las riquezas de la fantasía o de la memoria humana. Por tanto, lo que aquí hemos llamado el “ethos” de la imagen no puede ser considerado abstrayéndolo del componente correlativo, que sería necesario llamar el “ethos” de la visión. Entre uno y otro componente se contiene todo el proceso de comunicación, independientemente de la amplitud de los círculos que describe esta comunicación, la cual en este caso es siempre “social”.

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7. La creación del clima favorable a la educación de la castidad contiene estos dos componentes; se refiere, por decirlo así, a un circuito recíproco que hay entre la imagen y la visión, entre el ethos de la imagen y el ethos de la visión. Como la creación de la imagen, en el sentido amplio y diferenciado del término, impone al autor, artista o reproductor, obligaciones de naturaleza no sólo estética, sino también ética; así, el “mirar” entendido según la misma amplia analogía, impone obligaciones a aquel que es receptor de la obra.

La auténtica y responsable actividad artística tiende a superar el anonimato del cuerpo humano como objeto “sin opción”, buscando (como ya se ha dicho antes), a través del esfuerzo creativo, una expresión artística tal de la verdad sobre el hombre en su corporeidad femenina y masculina, que, por así decirlo, se asigne como tarea al espectador y, en un radio más amplio, a cada uno de los receptores de la obra. A su vez, depende de él si decide realizar el propio esfuerzo para acercarse a esta verdad, o si se queda sólo en “consumidor” superficial de las impresiones, esto es, uno que se aprovecha del encuentro con el anónimo tema-cuerpo sólo a nivel de la sensualidad que, de por sí, reacciona ante su objeto precisamente “sin opción”.

Terminamos aquí este importante capítulo de nuestras reflexiones sobre la teología del cuerpo, cuyo punto de partida han sido las palabras pronunciadas por Cristo en el Sermón de la Montaña: palabras válidas para el hombre de todos los tiempos, para el hombre “histórico”, y válidas para cada uno de nosotros.

Sin embargo, las reflexiones sobre la teología del cuerpo no quedarían completas si no considerásemos otras palabras de Cristo, es decir, aquellas en las que Él se refiere a la resurrección futura. Así, pues, nos proponemos dedicar a ellas el próximo ciclo de nuestras consideraciones.

[Enseñanzas 9, 118-121]