[1426] • JUAN PABLO II (1978-2005) • AFRONTAR EL RETO DEMOGRÁFICO DESDE EL RESPETO A LA DIGNIDAD DE LA PERSONA
Del Discurso I extend, a los participantes en la Semana de Estudio sobre “Recursos y Población”, organizada por la Pontificia Academia de Ciencias, 22 noviembre 1991
1991 11 22 0003
3. El análisis de las situaciones muestra que hay mucha diferencia entre unas y otras, y esa diversidad no se refiere sólo a los recursos elementales de la naturaleza, sino más específicamente a los recursos que la acción del hombre, su inteligencia, su iniciativa y su trabajo han hecho utilizables. La ciencia y sus relativas aplicaciones han hecho que se pueda disponer de nuevos recursos y prometen formas de energía alternativas. Pero los centros de investigación científica se hallan concentrados, y la difusión de los conocimientos y de las tecnologías está condicionada, y a veces frenada, por diferentes factores que hacen difícil el ejercicio de la solidaridad internacional, que también representa la condición fundamental para el desarrollo integral y equilibrado.
Así, pues, se trata de un problema de organización de la sociedad y, por tanto, también político. Entran en juego varios aspectos de la convivencia civil: el derecho a la familia, el régimen de propiedad de la tierra, la asistencia social, la organización del trabajo, el orden público y las formas de consolidación del consenso social.
La sociedad humana es, ante todo, una sociedad de personas, cuyos derechos inalienables siempre se deben respetar, y ninguna autoridad política, nacional o internacional, puede proponer jamás, ni mucho menos imponer, una política contraria al bien de las personas y de las familias (cfr. Gaudium et spes, 25-26; Dignitatis humanae, 3).
1991 11 22 0004
4. Se ha difundido la opinión de que el control de los nacimientos es el método más fácil para resolver el problema de fondo, dado que una reorganización a escala mundial de los procesos de producción y reparación de los recursos requeriría muchísimo tiempo y crearía complicaciones económicas inmediatas.
La Iglesia es consciente de la complejidad del problema y cree que hay que afrontarlo sin demora, pero teniendo en cuenta las situaciones regionales, que son diversas e incluso de signo opuesto: existen países con una alta tasa de incremento demográfico y otros que se encaminan hacia una disminución y envejecimiento de la población. Y con frecuencia son, precisamente estos últimos, con sus consumos, los principales responsables de la contaminación ambiental.
Al proponer que se tomen medidas, la urgencia no debe inducir a errores: la aplicación de métodos que no están en sintonía con la verdadera naturaleza del hombre termina, en efecto, por provocar daños dramáticos. Por esta razón la Iglesia, “experta en humanidad” (cfr. Pablo VI), reconociendo el principio de la maternidad y paternidad responsables, considera que tiene el deber primario de llamar la atención con firmeza acerca de la moralidad de los métodos, que siempre deben respetar a la persona y sus derechos inalienables.
1991 11 22 0005
5. El incremento o la disminución forzada de la población tienen como causa, en parte, la carencia de instituciones sociales, los daños ambientales y la escasez de los recursos naturales que derivan, con frecuencia, de los errores de los hombres. A pesar de que en el mundo se producen alimentos suficientes para todos, centenares de millones de personas sufren hambre, mientras se asiste en otros sitios a ejemplos de enormes derroches alimentarios.
Considerando estas múltiples y diversas actitudes humanas incorrectas, es necesario dirigirse, ante todo, a aquellos sobre quienes recae la mayor responsabilidad.
1991 11 22 0006
6. Es necesario afrontar el crecimiento demográfico, no sólo a través del ejercicio de la maternidad y de la paternidad responsables respetando la ley divina, sino también con medios económicos que ejerzan gran influencia en las instituciones sociales. Especialmente en los países que se encuentran en vías de desarrollo, donde gran parte de la población es joven, debe eliminarse la gravísima carencia de estructuras adecuadas para la instrucción, la difusión de la cultura y la formación profesional. Es preciso promover la condición de la mujer, también como elemento integrante de la modernización de la sociedad.
Gracias a los progresos de la medicina, que han reducido de forma positiva la mortalidad infantil y prolongado el promedio de la existencia humana, también gracias al desarrollo tecnológico, se han creado nuevas condiciones de vida, que el hombre debe afrontar no sólo con la razón científica, sino también recurriendo a todas sus energías intelectuales y espirituales. El hombre tiene necesidad de volver a descubrir el significado moral que reviste el hecho de ponerse límites, y debe crecer y madurar en el sentido de responsabilidad frente a toda manifestación de la vida (cfr. Mater et magistra, 195; Humanae vitae, passim; Gaudium et spes, 51-52).
Si no se esfuerza por ir en esta dirección, podría caer víctima de una dictadura devastadora, que lo convertiría en esclavo en un aspecto fundamental de su humanidad, como es el dar la vida a nuevos seres humanos y educarlos en la madurez.
Por tanto, corresponde a los poderes públicos, en el ámbito de sus legítimas competencias, dictar normas aptas que permitan conciliar la limitación de los nacimientos con el respeto a las decisiones personales libres y responsables (cfr. Gaudium et spes, 87; Populorum progressio, 47). Una intervención política que tenga en cuenta la naturaleza del hombre puede influir en el desarrollo demográfico, pero debería ir acompañada por una redistribución de los recursos económicos entre los ciudadanos. En caso contrario, con estas disposiciones se corre el riesgo de dañar especialmente a los estratos más pobres y débiles, sumando una injusticia a otra.
El hombre, “única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo” (Gaudium et spes, 24), está sujeto a derechos y deberes originarios, anteriores a los que derivan de la vida social y política (cfr. Pacem in terris, 5 y 35). La persona humana es “el principio, el sujeto y el fin” de todas las instituciones sociales (cfr. Gaudium et spes, 25) y por esta razón todas las autoridades deben tener en cuenta los límites de su propia competencia.
La Iglesia, por su parte, invita a la humanidad a proyectar el futuro, no sólo impulsada por las preocupaciones materiales, sino también, y sobre todo, por el respeto al orden establecido por Dios en la creación.
1991 11 22 0007
7. Todos tenemos deberes precisos hacia las generaciones venideras: aquí se halla una de la dimensiones esenciales del problema, que impulsa a basar nuestras indicaciones sobre perspectivas válidas en orden al desarrollo demográfico y a la disponibilidad de los recursos.
La convivencia pacífica entre los hombres es la premisa de la conservación de los recursos, porque –como generalmente se admite– las guerras producen los peores daños ambientales. A su vez, la solidaridad, fruto de un elevado sentido moral, es otra premisa de la convivencia pacífica. Las virtudes básicas de la vida social constituyen el terreno propicio para la solidaridad mundial, de la que he hablado en la Sollicitudo rei socialis (cfr. 39-40), solidaridad de la que depende principalmente la solución a las cuestiones que habéis tratado.
[E 52 (1992), 153-154]
1991 11 22 0003
3. An analysis of the different situations points to a growing diversification with regard not only to basic natural resources, but more specifically to those resources capable of actually being used by man, through the application of his intelligence, enterprise and labour. Science and its relative applications have made new resources available and hold out the promise of alternative forms of energy. But centres of scientific research are not evenly spread and the propagation of skills and technologies is conditioned, and at times slowed down, by various factors which make the practice of international solidarity difficult. Yes, such solidarity is the fundamental premise for full and balanced development.
What we are speaking of, then, is a problem of social organization and hence also a political problem. Various aspects of life in society are involved here, from family rights to the regulation of land ownership, from social welfare to the organization of labour, from public order to ways of establishing a consensus in society.
Human society is first and foremost a society of persons, whose inalienable rights must always be respected. No political authority, whether national or international, can ever propose, much less impose, a policy that is contrary to the good of persons and of families (1).
1. Cfr. Gaudium et spes, 25-26 [1965 12 07c/ 25-26]; Dignitatis humanae, 3.
1991 11 22 0004
4. There is a widespread opinion that population control is the easiest method of solving the underlying problem, given that a worldwide reorganization of the processes of production and a redistribution of resources would require an enormous amount of time and would immediately give rise to economic complications.
The Church is aware of the complexity of the problem. It is one that must be faced without delay; but account must also be taken of the differing regional situations, some of which are the complete opposite of others: some countries show a massive population increase, while others are heading towards a dwindling, aging population. And often it is precisely the latter countries, with their high level of consumption, which are most responsible for the pollution of the environment.
The urgency of the situation must not lead into error in proposing ways of intervening. To apply methods which are not in accord with the true nature of man actually ends up by causing tragic harm. For this reason the Church, as an “expert in humanity” (2), upholds the principle of responsible parenthood and considers it her chief duty to draw urgent attention to the morality of the methods employed. These must always respect the person and the person’s inalienable rights.
2. Cfr. Pauli VI Populorum progressio, 13.
1991 11 22 0005
5. The increase or the forced decrease of population is partly the result of deficiencies in social institutions. Damage to the environment and the increasing scarcity of natural resources are often the result of human errors. Despite the fact that the world produces enough food for everyone, hundreds of millions of people are suffering from hunger, while elsewhere enormous quantities of food go to waste.
In view of these many different mistaken human attitudes, it is necessary to address first of all the people who are responsible for them.
1991 11 22 0006
6. Population growth has to be faced not only by the exercise of a responsible parenthood which respects the divine law, but also by economic means which have a profound effect on social institutions. Particularly in the developing countries, where young people represent a high percentage of the population, it is necessary to eliminate the grave shortage of adequate structures for ensuring education, the spread of culture and professional training. The condition of women must also be improved as an integral part of the modernization of society.
Thanks to advances in medicine which have reduced infant mortality and increased the average life expectancy, and thanks also to the development of technology, there has been a real change in living conditions. These new conditions must be met not only with scientific reasoning, but more importantly with recourse to all available intellectual and spiritual energies. People need to rediscover the moral significance of respecting limits; they must grow and mature in the sense of responsibility with regard to every aspect of life (3).
By not taking steps in this direction, the human family could well fall victim to a devastating tyranny which would infringe upon a fundamental aspect of what it means to be human, namely giving life to new human beings and leading them to maturity.
It is the responsibility of the public authorities, within the limits of their legitimate competence, to issue directives which reconcile the containment of births and respect for the free and personal assumption of responsibility by individuals (4). A political programme which respects the nature of the human person can influence demographic developments, but it should be accompanied by a redistribution of economic resources among the citizens. Otherwise such provisions can risk placing the heaviest burden on the poorest and weakest sectors of society, thus adding injustice to injustice.
Man, “the only creature on earth whom God willed for its own sake” (5), is the subject of primordial rights and duties, which are antecedent to those deriving from social and political life (6). The human person is “the origin, the subject and the purpose of all social institutions” (7), and for this reason authorities must keep in mind the limits of their own competence.
For her part, the Church invites the human family to plan its future, impelled not just by material concerns but also and especially by respect for the order which God has placed within creation.
3. Cfr. Ioannis XXIII Mater et magistra, 195 [1961 05 15/ 195]; Pauli VI Humanae vitae, passim [1968 07 25/ 1-31]; Gaudium et spes, 51-52 [1965 12 07c/ 51-52].
4. Cfr. Gaudium et spes, 87 [1965 12 07c/ 87]; Pauli VI Populorum progressio, 47.
5. Gaudium et spes, 24.
6. Cfr. Ioannis XXIII Pacem in terris, 5, 35.
7. Gaudium et spes, 25 [1965 12 07c/ 25].
1991 11 22 0007
7. We all have precise duties towards future generations: this is an essential dimension of the problem, and it impels us to base our proposals on solid prospects regarding population growth and the availability of resources.
The conservation of resources presupposes peaceful coexistence, since –as is generally recognized– wars are among the worst causes of environmental damage. Peaceful coexistence, in its turn, presupposes solidarity, which is the result of a developed moral sense. The basic virtues of social life constitute a favourable climate for world solidarity, about which I wrote in my Encyclical Letter (8). It is mainly upon solidarity that the solution to the questions with which you are dealing depends.
[AAS 84 (1992), 1119-1122]
8. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Sollicitudo rei socialis, 39-40.