[1860] • JUAN PABLO II (1978-2005) • ESCUELAS DE VIDA CONYUGAL Y FAMILIAR
Carta Le 8 décembre, con ocasión del L Aniversario de la promulgación de la Carta de constitución de los Equipos de Nuestra Señora, 27 noviembre 1997
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1. El 8 de diciembre, los Equipos de Nuestra Señora, fundados en 1937 por el padre Henri Caffarel, festejan el 50º aniversario de la promulgación de sus constituciones. En esa feliz circunstancia, recordando la noble figura del fundador de vuestro movimiento, con agrado me uno con mi pensamiento y mi oración a la acción de gracias de los matrimonios y las familias que han acudido de Francia, Luxemburgo y Suiza, junto con los delegados de cincuenta y tres países, para participar en las celebraciones que tendrán lugar en París. Me alegro vivamente de esta reunión, que muestra la vitalidad de los Equipos de Nuestra Señora y su presencia en todos los continentes.
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2. La actividad de vuestro movimiento es una escuela de vida personal y de vida conyugal y familiar. El sacramento del matrimonio, signo de la alianza entre Dios y su pueblo, entre Cristo y su Iglesia, es a la vez un camino de santidad (cf. Lumen gentium, 11 y 41)[1], un servicio a la vida (cf. Evangelium vitae, 93)[2] y el lugar del testimonio fundamental de los esposos. La misión primordial del matrimonio cristiano consiste en vivir plenamente las exigencias de la unión: “La indisolubilidad y la fidelidad de la donación recíproca definitiva” (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1.643)[3] y la apertura a la fecundidad, para ser “testigos de aquel misterio de amor que el Señor reveló al mundo con su muerte y resurrección (cf. Ef 5, 25-27)” (Gaudium et spes, 52)[4]. Los miembros de los equipos toman “conciencia de su misión de ‘paternidad responsable’”, que implica, sobre todo, una “vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia” (Pablo VI, Humanae vitae, 10)[5]. En fin, los esposos descubren que su matrimonio “realiza el misterio pascual de muerte y de resurrección” (Pablo VI, Discurso a los Equipos de Nuestra Señora, 4 de mayo de 1970, n. 16: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de mayo de 1970, p. 11)[6], pues, por el progreso de la vida moral, cada uno se purifica gradualmente y, en la entrega y el sacrificio de sí, al igual que en las dificultades inevitables que pueden poner a prueba el amor conyugal, el matrimonio y la familia se edifican y se afirman. En la Iglesia, la comunidad familiar percibe que es una pequeña iglesia, compuesta por pecadores perdonados, que avanzan por el camino de la santidad, gracias al apoyo de aquellos a quienes el Señor ha reunido en un mismo hogar.
[1]. [1964 11 21a/ 11, 41]
[2]. [1995 03 25b/ 93]
[3]. [1992 10 11c/ 1643]
[4]. [1965 12 07c/ 52]
[5]. [1968 07 25/ 10]
[6]. [1970 05 04/ 16]
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3. Los matrimonios que participan en un movimiento como los Equipos de Nuestra Señora se esfuerzan por hacer todo lo posible para afianzar el “sí” de su compromiso y vivir su amor, con la ayuda de otros matrimonios. Durante sus encuentros, los miembros de los equipos tienen la posibilidad de completar su formación humana y cristiana, y compartir lo que constituye su vida conyugal y familiar, respetando la intimidad de cada hogar. Dan gracias por el camino recorrido e imploran la asistencia del Señor. Reciben un nuevo impulso para el futuro y se les ayuda a superar las dificultades y las inevitables tensiones de la vida diaria. Los matrimonios cristianos tienen también un deber misionero y un deber de ayuda para con los otros matrimonios, a los que desean justamente comunicar su experiencia y manifestarles que Cristo es la fuente de toda vida conyugal. “Una nueva e importantísima forma de apostolado entre semejantes se inserta de este modo en el amplio cuadro de la vocación de los laicos: los mismos esposos se convierten en apóstoles y guías de otros esposos” (Pablo VI, Humanae vitae, 26)[7].
[7]. [1968 07 25/ 26]
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4. Los encuentros regulares de un equipo llevan a cada uno a asumir compromisos personales y conyugales, para la realización plena de su vocación propia y la consolidación del hogar. Favoreciendo el sentido de la escucha y de la acogida, a fin de conservar y hacer crecer el amor en el seno del matrimonio, el movimiento propone oportunamente a los esposos el “deber de sentarse a hablar”. En su diálogo confiado, los esposos pueden dar razón de su amor, sin pretender juzgar al otro y sin temor de ser juzgados a su vez, en una preocupación legítima de transparencia interior y con un espíritu de ternura y perdón, propicios para el intercambio y el desarrollo de las personas, y fuente de felicidad. Así se manifiesta concretamente la responsabilidad conyugal, que cada uno recibe en el sacramento: preocuparse por el otro y “ser testigos, el uno para el otro y ambos para sus hijos, de la fe y del amor de Cristo” (Lumen gentium, 35)[8]. La comunicación que abre a la comunión profunda favorece la promoción de las personas.
[8]. [1964 11 21a/ 35]
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5. Renovados incesantemente por el diálogo del amor, que permite relaciones cordiales, los esposos se sienten impulsados a vivir con paz y alegría, y a ejercer plenamente sus responsabilidades de esposos y padres (cf. Evangelium vitae, 92)[9]. Esto constituye un testimonio elocuente, ante todo para los hijos. La educación de los jóvenes pasa por el ejemplo que se da de un amor sereno y capaz de vencer las dificultades, y por las numerosas enseñanzas que pueden brindarse diariamente. En un mundo que tiende a olvidar el papel de la familia, es necesario recordar incesantemente la importancia del hogar para los hijos. A través de una vida familiar entrañable y abierta a todos, los jóvenes pueden superar las diferentes etapas de su maduración humana y espiritual. En cuanto lugar importante del apostolado, “para que la fuerza del Evangelio brille en la vida (...) familiar” (Lumen gentium, 35)[10] y, por ella, en el mundo, las familias deben ser también conscientes de la responsabilidad especial que tienen en el nacimiento de las vocaciones y en la formación de los jóvenes que aspiran al sacerdocio o a la vida religiosa (cf. Pastores dabo vobis, 68[11]; Vita consecrata, 107[12]).
[9]. [1995 03 25b/ 92]
[10]. [1964 11 21a/ 35]
[11]. [1992 03 25/ 68]
[12]. [1996 03 25/ 107]
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6. Mi oración llega asimismo a todos los hogares y familias que atraviesan dificultades, y hacen múltiples esfuerzos por salvar el vínculo que los une y educar a sus hijos. ¡Ojalá que encuentren en la Iglesia matrimonios que estén cerca de ellos para ayudarles! Asimismo, encomiendo al Señor a todos los que se han separado, o divorciado, y a los divorciados que se han vuelto a casar. Ojalá que, acogiendo en la fe la concepción auténtica del matrimonio enseñada por la Iglesia, acepten proseguir su vida cristiana dentro de la comunidad, para su crecimiento espiritual, cultivando un espíritu de perdón y penitencia, y ejerzan conjuntamente sus responsabilidades familiares, en particular la educación de sus hijos (cf. Familiaris consortio, 84)[13].
Invito a los sacerdotes a estar disponibles para ser consejeros espirituales de los Equipos de Nuestra Señora. Cumplen una misión sacerdotal muy importante, y en la amistad compartida encuentran nuevo dinamismo para su ministerio. Me alegro también de que algunos esposos de vuestro movimiento hayan aceptado escuchar la exhortación de la Iglesia y se hayan convertido en diáconos permanentes. Quiero recordar también al movimiento de los Equipos de Nuestra Señora de jóvenes, que nacieron hace más de veinte años. Se trata del fruto del compromiso de padres que han transmitido a sus hijos el gusto por la vida espiritual, por la comunión fraterna y por la búsqueda de su vocación auténtica, gracias a la ayuda de otros cristianos.
Que los miembros de los Equipos de Nuestra Señora prosigan con confianza y humildad sus esfuerzos para tender a la perfección cristiana en la vida conyugal y familiar. Con este espíritu, encomendando a todos los equipos y a sus familias a la intercesión de Nuestra Señora, les imparto de todo corazón una afectuosa bendición apostólica.
[OR (e.c.) 2.I.1998, 12]
[13]. [1981 11 22/ 84]
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1. Le 8 décembre prochain, les Équipes Notre-Dame, fondées en 1937 par le Père Henri Caffarel, fêteront le cinquantième anniversaire de la promulgation de leur charte. En cette heureuse circonstance, me souvenant de la haute figure du fondateur de votre mouvement, je m’unis volontiers par la pensée et la prière à l’action de grâce des couples et des familles venus de France, du Luxembourg et de Suisse, rejoints par des délégués de cinquante-trois pays, pour participer aux célébrations qui auront lieu à Paris. Je me réjouis vivement de ce rassemblement, qui montre la vitalité des Équipes Notre-Dame et leur présence dans tous les continents.
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2. La démarche de votre mouvement est une école de vie personelle et de vie conjugale et familiale. Le sacrement de mariage, signe de l’alliance entre Dieu et son peuple, entre le Christ et son Église, est à la fois un chemin de sainteté (Lumen gentium, n. 11; cf. n. 41)[1], un service de la vie (cf. Evangelium vitæ, n. 93)[2] et le lieu du témoignage essentiel des conjoints. La mission primordiale du couple chrétien consiste à vivre pleinement les exigences de l’union: “l’indissolubilité et la fidélité dans la donation réciproque définitive” (Catéchisme de l’Église catholique, n. 1643)[3] et l’ouverture à la fécondité, pour être “les témoins de ce mystère de charité que le Seigneur a révélé au monde par sa mort et sa résurrection (cf. Ep 5, 25-27)” (Gaudium et spes, n. 52)[4]. Les “équipiers” prennent “conscience de leur mission de ‘paternité responsable’”, qui comporte surtout un “profond rapport avec l’ordre moral objectif, établi par Dieu, et dont la conscience droite est la fidèle interprète” (Paul VI, Humanæ vitæ, n. 10)[5]. Les époux découvrent enfin que, dans leur mariage, “c’est le mystère pascal de mort et de résurrection qui s’accomplit” (Paul VI, Allocution aux Équipes Notre-Dame, 4 mai 1970, n. 16)[6]; car, par les progrès de la vie morale, chacun est peu à peu purifié et, dans le don et le sacrifice de soi, comme dans les inévitables difficultés qui peuvent éprouver l’amour conjugal, le couple et la famille s’édifient et s’affermissent. Dans l’Église, la communauté familiale réalise qu’elle est une petite Église, composée de pécheurs pardonnés, qui marchent sur la voie de la sainteté, grâce au soutien de ceux que le Seigneur a réunis dans un même foyer.
[1]. [1964 11 21a/ 11, 41]
[2]. [1995 03 25b/ 93]
[3]. [1992 10 11c/ 1643]
[4]. [1965 12 07c/ 52]
[5]. [1968 07 25/ 10]
[6]. [1970 05 04/ 16]
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3. Les couples qui participent à un mouvement comme les Équipes Notre-Dame ont à cœur de prendre des moyens particuliers pour affermir le “oui” de leur engagement et pour vivre leur amour, avec l’aide d’autres couples. Au cours des rencontres, les “équipiers” ont la possibilité de parfaire leur formation humaine et chrétienne, et de partager ce qui constitue leur vie conjugale et familiale, dans le respect de l’intimité de chaque foyer. Ils rendent grâce pour le chemin parcouru et demandent l’assistance du Seigneur. Ils reçoivent un nouvel élan pour l’avenir et ils sont soutenus pour dépasser les difficultés et les inévitables tensions de la vie quotidienne. Les couples chrétiens ont aussi un devoir missionnaire et un devoir d’aide envers les autres couples, auxquels ils souhaitent légitimement communiquer leur expérience et manifester que le Christ est la source de toute vie conjugale. “Ainsi vient s’insérer dans le vaste cadre de la vocation des laïcs une nouvelle et très remarquable forme de l’apostolat du semblable par le semblable; ce sont les foyers eux-mêmes qui se font apôtres et guides d’autres foyers” (Paul VI, Humanæ vitæ, n. 26)[7].
[7]. [1968 07 25/ 26]
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4. Les recontres régulières d’une équipe conduisen chacun à prendre des engagements personnels et conjugaux, pour la pleine réalisation de sa vocation propre et pour l’affermissement du foyer. En favorisant le sens de l’écoute et de l’accueil afin d’entretenir et de faire grandir l’amour au sein du couple, le mouvement propose opportunément aux conjoints le “devoir de s’asseoir”. Dans leur dialogue confiant, les époux peuvent rendre compte de leur amour, sans vouloir juger l’autre et sans peur d’être jugés eux-mêmes, dans un souci légitime de transparence intérieure et dans un esprit de tendresse affectueuse et de pardon, propices à l’échange et à l’épanouissement des personnes, et source de bonheur. Ainsi se manifeste concrètement la responsabilité conjugale, que chacun reçoit dans le sacrement: prendre soin de l’autre et “être l’un pour l’autre et pour les enfants les témoins de la foi et de l’amour du Christ” (Lumen gentium, n. 35)[8]. La communication qui ouvre à la communion profonde favorise la promotion des personnes.
[8]. [1964 11 21a/ 35]
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5. Sans cesse renouvelés par le dialogue de l’amour qui permet des relations de qualité, les conjoints sont conduits à vivre dans la paix et dans la joie, et à exercer pleinement leurs responsabilités d’époux et de parents (cf. Evangelium vitæ, n. 92)[9]. Cela constitue un témoignage éloquent tout d’abord pour les enfants. L’éducation des jeunes passe à la fois par l’exemple donné d’un amour serein et vainqueur des difficultés, et par les nombreux enseignements qui peuvent être dispensés quotidiennement. Dans un monde qui a tendance à oublier le rôle de la famille, il faut rappeler sans cesse l’importance du foyer pour les enfants. À travers une vie familiale chaleureuse et ouverte à chacun, les jeunes peuvent franchir les différentes étapes de leur maturation humaine et spirituelle. En tant que lieu important de l’apostolat, “pour que la puissance de l’Évangile brille dans la vie familiale” (Lumen gentium, n. 35)[10] et, par elle, dans le monde, les familles doivent être aussi conscientes de leur part spéciale de responsabilité dans l’éveil des vocations et dans la formation des jeunes qui pensent au sacerdoce ou à la vie religieuse (cf. Pastores dabo vobis, n. 68[11], Vita consecrata, n. 107[12]).
[9]. [1995 03 25b/ 92]
[10]. [1964 11 21a/ 35]
[11]. [1992 03 25/ 68]
[12]. [1996 03 25/ 107]
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6. Ma prière rejoint également tous les foyers et les familles qui connaissent l’épreuve et qui font de multiples efforts pour sauver le lien qui les unit et pour éduquer leurs enfants. Puissent-ils trouver dans l’Église des couples proches d’eux pour les aider! De même, je confie au Seigneur ceux qui sont séparés, divorcés et divorcés remariés. Tout en accueillant dans la foi la conception authentique du mariage enseignée par l’Église, qu’ils acceptent de poursuivre leur vie chrétienne au sein de la communauté, pour leur croissance spirituelle, en cultivant un esprit de pardon et de pénitence, et d’exercer conjointement les responsabilités familiales, en particulier l’éducation des enfants (cf. Familiaris consortio, n. 84)[13]!
J’encourage les prêtres qui se rendent disponibles pour être les conseillers spirituels des Équipes Notre-Dame. Ils remplissent une mission sacerdotale éminente et, dans l’amitié partagée, ils trouvent un dynamisme renouvelé pour leur ministère. Je me réjouis aussi que des hommes mariés de votre mouvement aient accepté d’entendre l’appel de l’Église et soient devenus diacres permanents. Je tiens encore à évoquer le mouvement des Équipes Notre-Dame Jeunes, né il y a un peu plus de vingt ans. Il est un fruit de l’engagement de parents qui ont donné à leurs enfants le goût de la vie spirituelle, du partage fraternel et de la recherche de leur vocation authentique, grâce à l’aide d’autres chrétiens.
Puissent les membres des Équipes Notre-Dame poursuivre avec confiance et humilité leurs efforts, pour tendre à la perfection chrétienne dans la vie conjugale et familiale! Dans cet esprit, confiant toutes les équipes et leurs familles à l’intercession de Notre-Dame, je leur accorde de grand cœur une affectueuse Bénédiction apostolique.
[OR 9-10.XII.1997, 9]
[13]. [1981 11 22/ 84]