[1516] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA DIGNIDAD Y VOCACIÓN DE LA MUJER
Del Discurso Con profonda gioia, a los participantes en un Congreso Nacional para celebrar el V Aniversario de la Mulieris dignitatem, promovido por la Conferencia Episcopal Italiana, 4 diciembre 1993
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1. Con profunda alegría os doy la bienvenida a esta audiencia con ocasión del congreso nacional, organizado por la Comisión episcopal para los problemas sociales y el trabajo de la Conferencia Episcopal Italiana, sobre el tema Mujeres, nueva evangelización y humanización de la vida, que quiere recordar el quinto aniversario de la Carta Apostólica Mulieris dignitatem sobre la dignidad y la vocación de la mujer.
Doy las gracias de manera especial al presidente de la Conferencia Episcopal Italiana Cardenal Camillo Ruini, al secretario general, Monseñor Dionigi Tettamanzi, y al presidente de la Comisión Episcopal, Monseñor Santo Quadri, por esa oportuna iniciativa de reflexión sobre un documento que quiso ser y sigue siendo hoy una invitación apremiante a profundizar en la verdad sobre la mujer, y principalmente en su papel indispensable en la edificación de la Iglesia y en el desarrollo de la sociedad.
Asimismo, doy las gracias a la presidenta del Centro Italiano Femenino (CIF), doctora Maria Chiaia que, haciéndose intérprete del pensamiento de los presentes, ha querido confirmar los sentimientos comunes de sincera y efectiva fidelidad al Sucesor de Pedro.
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2. Entre la visión inicial de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios, como la describe el libro de Génesis, y la visión final del Esposo y de la Esposa, como nos la presenta el Apocalipsis, en la Mulieris dignitatem he colocado el marco evangélico de la relación de Jesús con las mujeres, recogiendo de la enseñanza del Maestro la verdad del plan de Dios sobre la mujer, para sacar las necesarias consecuencias sobre las tareas específicas de la mujer, su papel y su dignidad.
La misión que Dios ha confiado a la mujer en su sabio plan se funda en la profundidad de su ser personal que, a la vez que la iguala al hombre en dignidad, la distingue de él por las riquezas específicas de la femineidad, pues la mujer representa “un valor particular como persona humana y, al mismo tiempo, como aquella persona concreta, por el hecho de su femineidad [...], independientemente del contexto cultural en el que vive cada una y de sus características espirituales, psíquicas y corporales, como, por ejemplo, la edad, la instrucción, la salud, el trabajo, la condición de casada o soltera” (Mulieris dignitatem, 29).
En vuestro encuentro, con gran oportunidad, habéis recordado el pasaje de la Mulieris dignitatem en que se afirma que a las mujeres “Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano” (n. 30). La Carta, desde luego, no pretende descargar al hombre de sus responsabilidades, sino que recuerda las responsabilidades que brotan para la mujer de los dones peculiares que se le han concedido, y sobre todo de su vocación particular a la entrega en el amor. “La dignidad de la mujer se relaciona íntimamente con el amor que recibe por su femineidad y también con el amor que, a su vez, ella da [...]. La mujer no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí misma, a los demás” (ibid., 30).
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3. El mensaje evangélico sobre la dignidad y vocación de la mujer se encuentra hoy con una nueva sensibilidad cultural que, incluso fuera del horizonte de la fe, ha redescubierto con razón el valor de la femineidad, y está haciendo progresivamente justicia de inaceptables discriminaciones y reaccionando ante formas antiguas y nuevas, manifiestas y ocultas, de violencia sobre las mujeres, que, por desgracia, la historia de todos los tiempos, hasta nuestros días, registra ampliamente.
Pero frente a este dato positivo, surge el escenario preocupante del extravío espiritual y de la crisis cultural que afecta al hombre contemporáneo, y que no puede menos de tener efectos insidiosos también con respecto a una auténtica y equilibrada comprensión del papel y la misión de la mujer. Se trata de una desorientación y de una crisis de carácter personal y social, que exponen al hombre al peligro de caer en la indiferencia ética, el aturdimiento hedonista, la autoafirmación a menudo agresiva y siempre lejana de la lógica del auténtico amor y de la solidaridad.
Ante una situación tan preocupante, se puede comprender fácilmente la urgencia y la actualidad de una nueva evangelización, que anuncie a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo el amor que Dios nos ha manifestado en Cristo y les brinde la certeza de la ternura con la que continuamente sigue nuestro camino. Así pues, un anuncio de alegría y esperanza, que contrarreste el sentido de soledad deprimente a la que tantas veces exponen la falta de certezas, la complejidad de la vida moderna y la angustia del futuro. Pero, a la vez, un anuncio exigente, que impulse a aceptar con generosidad el plan y la invitación de Dios, y no dude en entregar íntegramente la verdad sobre el hombre, como aparece a la luz de la razón y ha sido plenamente revelada por aquel que es “camino, verdad y vida” de los hombres (cfr. Jn 14, 6).
“La evangelización –como dije a los participantes en la Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos– es siempre el camino según esa verdad. En la actual etapa de la historia, la evangelización debe tomar como tarea propia esta verdad acerca del hombre, superando las diversas formas de reducción antropológica” (cfr. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de diciembre de 1991, p. 19).
En la Carta Apostólica me propuse desarrollar uno de los puntos más específicos de la nueva evangelización: la afirmación, teórica y práctica, de la dignidad y de la vocación de la mujer contra toda reducción o falseamiento antropológico.
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4. Las mujeres de nuestro tiempo podrán reencontrarse plenamente a sí mismas y salvaguardar su dignidad y su vocación, poniéndose a la escucha de Cristo, “síntesis de la verdad, de la libertad y de la comunión” (Declaración final de la Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, n. 4). En esa síntesis viva se ha inspirado la gran investigación intelectual, ética y espiritual de tantos hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, han meditado el Evangelio, llegando a resultados cuya riqueza, captada con serenidad y sin alteraciones ideológicas, también a la luz del autorizado discernimiento que corresponde al Magisterio de la Iglesia, puede prestar una notable contribución al redescubrimiento de los dones femeninos en el ámbito eclesial y social.
Se trata de una reflexión que, para ser fecunda, no ha de perder nunca el contacto con lo que Jesús hizo y dijo durante su vida terrena. En su actitud para con las mujeres con quienes se cruzó a lo largo de su camino de servicio mesiánico refleja el plan eterno de Dios que al crear a cada una la elige, la ama y le confía una misión especial. A cada una de ellas, al igual que a cada hombre, se aplica la profunda verdad que el Concilio nos recordó a propósito de la persona humana, que es la “única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma” (Gaudium et spes, 24). Cada una hereda, desde el principio, la dignidad de persona, precisamente como mujer. Jesús confirma esta dignidad, la renueva y hace de ella un contenido de su mensaje de redención.
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5. Además, toda palabra, todo gesto de Cristo con respecto a la mujer deben verse en el horizonte de su misterio de muerte y resurrección. El encuentro con la gracia pascual del Resucitado permitirá a las mujeres experimentar y evangelizar el valor de la comunión, más aún, promover la cultura de la comunión, que tanto necesita el hombre de nuestro tiempo.
Esta cultura “sólo se da cuando cada uno percibe la dignidad propia del prójimo y la diversidad como una riqueza, le reconoce la misma dignidad sin uniformidad y está dispuesto a comunicar sus propias capacidades y dones” (Declaración final de la Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos n. 4; cfr. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de diciembre de 1991, p. 7).
Para ello, como afirmé en la Exhortación Apostólica Christifideles laici, es urgente desarrollar “una consideración más penetrante y cuidadosa de los fundamentos antropológicos de la condición masculina y femenina”, tratando de “precisar la identidad personal propia de la mujer en su relación de diversidad y de recíproca complementariedad con el hombre, no sólo por lo que se refiere a los papeles a asumir y las funciones a desempeñar, sino también y más profundamente, por lo que se refiere a su estructura y a su significado personal” (n. 50). Sobre esa base será posible pasar del reconocimiento teórico de la presencia activa y responsable de la mujer en la Iglesia a las actuaciones concretas (cfr. ib., nn. 51 y 52).
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6. La Iglesia, para realizar la obra urgente de la nueva evangelización, tiene necesidad de las mujeres cristianas, de su carácter misionero; necesita su profecía para que el hombre contemporáneo se encuentre con el Señor resucitado, el Viviente.
Amadísimas hermanas, la Iglesia os llama y os envía a evangelizar la vida, os envía a anunciar a todos que la vida es don que hay que acoger siempre con amor, proteger y cultivar con respeto, es misterio al que es preciso acercarse siempre con sentido religioso y con grato asombro.
El papel particular de la mujer en la procreación debe considerarse como la fuente de la sensibilidad femenina específica con respecto a la vida humana y al crecimiento humano. A ese papel se hallan vinculadas también claras responsabilidades éticas. Frente a los desafíos de nuestro tiempo, tan avaro de ternura y tan lleno de tensiones, es más urgente que nunca “la manifestación de aquel ‘genio’ de la mujer, que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por el hombre” (Mulieris dignitatem, 30).
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7. Sed misioneras del evangelio de la vida, para que la cultura social, económica y política de nuestro tiempo adquiera su propia dimensión ética (cfr. Christifideles laici, 51).
La elaboración de una diversa cultura del hombre y de la convivencia social es un gran desafío que hay que afrontar con decisión y valentía. Es un desafío que brota con nueva fuerza del reconocimiento de la impotencia de las ideologías modernas para sostener el esfuerzo de construir la convivencia social en el signo de la dignidad y de la vocación del hombre.
Éste es un profetismo particular de la mujer, llamada hoy a elaborar una diversa cultura del hombre y de su ciudad.
Frente a estas inmensas tareas a las que os llama la Providencia del Señor, María se os presenta como modelo permanente de toda la riqueza de la femineidad, de la originalidad específica de la mujer, tal como Dios la quiso. Dejad que ella os inspire y os guíe.
[E 54 (1994), 121-122]
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1. Con profonda gioia vi porgo il mio benvenuto a questa Udienza in occasione del Convegno nazionale, promosso dalla Commissione episcopale per i problemi sociali e il lavoro della CEI, sul tema “Donne, nuova evangelizzazione, umanizzazione della vita”, che si propone di ricordare il V anniversario della Lettera apostolica Mulieris dignitatem sulla dignità e vocazione della donna.
Sono particolarmente grato al Presidente della CEI, Card. Camillo Ruini, al Segretario generale, Mons. Dionigi Tettamanzi, al Presidente della Commissione episcopale, Mons. Santo Quadri per tale opportuna iniziativa di riflessione su un Documento che ha voluto essere e rimane anche oggi un pressante appello ad approfondire l’intera verità sulla donna, e soprattutto sul suo indispensabile ruolo nell’edificazione della Chiesa e nello sviluppo della società.
Sono grato inoltre alla Presidente del Centro Italiano Femminile (CIF), Dott.ssa Maria Chiaia, che, interpretando il pensiero dei presenti, ha voluto confermare i comuni sentimenti di sincera ed operosa fedeltà al Successore di Pietro.
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2. Tra la visione iniziale della creazione dell’uomo e della donna “a immagine e somiglianza di Dio”, come è descritta nella Genesi, e la visione finale dello Sposo e della Sposa, come è presentata dall’Apocalisse, nella Mulieris dignitatem ho collocato il quadro evangelico del rapporto di Gesù con le donne, raccogliendo dall’insegnamento del Maestro la verità del disegno di Dio sulla donna, per trarne le necessarie conseguenze circa gli specifici compiti della donna, il suo ruolo, la sua dignità.
La missione che viene affidata alla donna in questo sapiente disegno è radicata nella profondità del suo essere personale, che, mentre la accomuna all’uomo nella dignità, da lui la distingue per le ricchezze specifiche della femminilità: la donna, infatti, rappresenta “un valore particolare come persona umana e, nello stesso tempo, come quella persona concreta, per il fatto della sua femminilità..., indipendentemente dal contesto culturale in cui ciascuna si trova e dalle sue caratteristiche spirituali, psichiche e corporali, come, ad esempio, l’età, l’istruzione, la salute, il lavoro, l’essere sposata o nubile” (1).
Opportunamente nel vostro incontro avete richiamato il brano della Mulieris dignitatem in cui si afferma che alle donne “Dio affida in modo speciale l’uomo, l’essere umano” (2). La Lettera non intende certamente sottrarre l’uomo alle sue responsabilità, ma richiama le responsabilità che scaturiscono per la donna dai doni peculiari di cui è portatrice, soprattutto dalla sua particolare vocazione al dono di sè nell’amore. “La dignità della donna, infatti, si collega intimamente con l’amore che ella riceve a motivo della sua femminilità e altresì con l’amore che a sua volta dona... La donna non può trovare se stessa se non donando l’amore agli altri” (3).
1. MD 29 [1988 08 15/ 29].
2. n. 30 [1988 08 15/ 30].
3. Ivi, 30 [1988 08 15/ 30].
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3. Il messaggio evangelico sulla dignità e vocazione della donna si incontra oggi con una nuova sensibilità culturale che, anche al di fuori dell’orizzonte della fede, ha giustamente riscoperto il valore della femminilità, e sta progressivamente facendo giustizia di inaccettabili discriminazioni e reagendo a forme antiche e nuove, palesi ed occulte, di violenza sulle donne, che purtroppo la storia di tutti i tempi, fino ai nostri giorni, ampiamente registra.
Ma di fronte a questo dato positivo, si erge lo scenario preoccupante dello smarrimento spirituale e della crisi culturale che investe l’uomo contemporaneo, e che non può non avere i suoi effetti insidiosi anche in rapporto ad un’autentica ed equilibrata comprensione del ruolo e della missione della donna. Si tratta di uno smarrimento e di una crisi di carattere personale e sociale, che espongono l’uomo al rischio di imboccare le strade dell’indifferenza etica, dello stordimento edonistico, dell’autoaffermazione talora aggressiva e comunque lontana dalla logica dell’autentico amore e della solidarietà.
Di fronte ad una situazione tanto preoccupante, si può ben comprendere l’urgenza e l’attualità di una nuova evangelizzazione, che annunci agli uomini e alle donne del nostro tempo l’amore che Dio ci ha manifestato in Cristo e li assicuri della tenerezza con la quale Egli continuamente segue il nostro cammino. Un annuncio dunque di gioia e di speranza, che sottragga al senso di deprimente solitudine a cui tante volte espongono la mancanza di certezze, la complessità della vita moderna, l’angoscia del futuro. Ma un annuncio insieme esigente, che incoraggi ad accogliere con generosità il disegno e l’invito di Dio, e non esiti a consegnare integralmente la “verità sull’uomo”, quale emerge alla luce della ragione ed è stata pienamente rivelata da Colui che è “via, verità e vita” degli uomini (4).
“L’evangelizzazione –ho detto ai partecipanti all’Assemblea speciale del Sinodo dei Vescovi per l’Europa– è sempre il cammino secondo tale Verità. Nell’attuale tappa della storia l’evangelizzazione deve prendere, come proprio compito, questa verità sull, superando le diverse forme della riduzione antropologica” (5).
Nella Lettera apostolica mi sono proposto di sviluppare uno dei punti più qualificanti della nuova evangelizzazione: l’affermazione, teorica e pratica, della dignità e della vocazione della donna contro ogni riduzione o stravolgimento antropologico.
4. Cfr. Gv 14,6.
5. Cfr. Insegnamenti, XIV/2, p. 1375.
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4. Le donne del nostro tempo potranno ritrovare fino in fondo se stesse e salvaguardare la loro dignità e la loro vocazione, ponendosi in ascolto di Cristo, “sintesi della verità, della libertà, della comunione” (6). Da tale “sintesi” vivente ha tratto ispirazione la grande ricerca intellettuale, etica e spirituale di tanti uomini e donne che, nel corso dei secoli, hanno meditato sul Vangelo, giungendo a risultati la cui ricchezza, colta con serenità e senza forzature ideologiche, anche alla luce dell’autorevole discernimento che compete al Magistero della Chiesa, può offrire un rilevante contributo alla riscoperta dei doni femminili in ambito ecclesiale e sociale.
Si tratta di una riflessione che, per essere feconda, non deve mai perdere il contatto con quanto Gesù ha fatto e detto durante la sua vita terrena. Egli, nel suo atteggiamento verso le donne che incontra lungo la strada del suo servizio messianico, rispecchia l’eterno disegno di Dio, che, creando ciascuna di loro, la sceglie, la ama e le affida una speciale missione. A ciascuna di esse –non meno che a ciascun uomo– si applica la profonda verità che il Concilio ci ha ricordato a proposito della persona umana, che è quella “sola creatura in terra che Dio ha voluto per se stessa” (7). Ciascuna eredita, fin dal principio, la dignità di persona proprio come donna. Gesù conferma questa dignità, la rinnova e ne fa un contenuto del suo messaggio di redenzione.
6. Dichiarazione conclusiva dell’Assemblea speciale del Sinodo dei Vescovi per l’Europa, n. 4.
7. Cfr. Gaudium et spes, 24.
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5. Ogni parola, ogni gesto di Cristo nei confronti della donna devono, peraltro, essere colti nell’orizzonte del suo mistero di morte e di risurrezione. L’incontro con la grazia pasquale del Risorto permetterà alle donne di sperimentare ed evangelizzare il valore della comunione, di promuovere anzi la cultura della comunione, di cui l’uomo del nostro tempo ha estrema necessità.
Questa cultura “nasce soltanto quando ciascuno percepisce la dignità inconfondibile e la diversità del prossimo come una ricchezza, riconoscendogli la medesima dignità senza alcuna tendenza all’uniformità, e si dispone allo scambio delle rispettive capacità e dei rispettivi doni” (8).
A tal fine è urgente sviluppare –come ho rilevato nell’Esortazione apostolica Christifideles laici– “una considerazione più penetrante e accurata dei fondamenti antropologici della condizione maschile e femminile”, cercando di “precisare l’identità personale propria della donna nel suo rapporto di diversità e di reciproca complementarità con l’uomo, non solo per quanto riguarda i ruoli da tenere e le funzioni da svolgere, ma anche e più profondamente per quanto riguarda la sua struttura e il suo significato personale” (9). Su tale base sarà poi possibile passare dal riconoscimento teorico della presenza attiva e responsabile della donna nella Chiesa alle attuazioni concrete (10).
8. Dichiarazione, cit. n. 4.
9. n. 50.
10. Cfr. Ivi, 51 e 52 [1988 12 30/ 51 y 52].
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6. La Chiesa, per realizzare l’opera urgente della nuova evangelizzazione, ha bisogno delle donne cristiane, della loro missionarietà, ha bisogno della loro “profezia” per fare incontrare l’uomo contemporaneo con il Signore Risorto, il Vivente.
Carissime sorelle, la Chiesa vi chiama e vi manda ad evangelizzare la vita, vi manda ad annunciare a tutti che la vita è dono da accogliere sempre con amore, da custodire e coltivare con rispetto, è mistero da accostare sempre con senso religioso e grato stupore.
Il particolare ruolo della donna nella procreazione deve considerarsi all’origine della specifica sensibilità femminile nei confronti della vita e della crescita umana. A tale ruolo sono connesse anche chiare responsabilità etiche. Di fronte alle sfide del nostro tempo, così avaro di tenerezza e così carico di tensioni, è più che mai urgente “la manifestazione di quel ‘genio’ della donna che assicuri la sensibilità per l’uomo in ogni circostanza” (11).
11. MD, n. 30 [1988 08 15/ 30].
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7. Siate missionarie del Vangelo della vita, affinchè la cultura sociale, economica e politica del nostro tempo acquisisca una sua propria dimensione etica (12).
L’elaborazione di una diversa cultura dell’uomo e della convivenza sociale è una grande sfida da affrontare con determinazione e coraggio. È una sfida che emerge con nuova forza dal riconoscimento dell’impotenza delle ideologie moderne a sostenere lo sforzo di costruire la convivenza sociale nel segno della dignità e della vocazione dell’uomo.
È questo un “profetismo” particolare della donna, chiamata oggi a elaborare una diversa cultura dell’uomo e della sua città.
Di fronte a questi immensi compiti a cui vi chiama la Provvidenza del Signore, Maria vi si propone come modello permanente di tutta la ricchezza della femminilità, della specifica originalità della donna, così come Dio l’ha voluta. Lasciatevi ispirare e guidare da Lei.
[Insegnamenti GP II, 16/2, 1391-1396]
12. Cfr. ChL 51 [1988 12 30/ 51].