[0335] • PÍO XI, 1922-1939 • EL MATRIMONIO CRISTIANO
De la Carta Encíclica Casti connubi –sobre el matrimonio cristiano–, 31 diciembre 1930
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[1.–] Cuán grande sea la dignidad del casto matrimonio, principalmente puede colegirse, Venerables Hermanos, de que habiendo Cristo, Señor nuestro e Hijo del Eterno Padre, tomado la carne del hombre caído, no solamente quiso incluir de un modo peculiar este principio y fundamento de la sociedad doméstica y hasta de lo humano consorcio en aquél su amantísimo designio de redimir, como lo hizo, a nuestro linaje, sino que también lo elevó a verdadero y gran[1] sacramento de la Nueva Ley, restituyéndolo antes a la primitiva pureza de la divina institución y encomendando toda su disciplina y cuidado a su Esposa la Iglesia.
1. Ephes. V, 32.
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[2.–] Para que de tal renovación del matrimonio se recojan los frutos anhelados, en todos los lugares del mundo y en todos los tiempos, es necesario primeramente iluminar las inteligencias de los hombres con la genuina doctrina de Cristo sobre el matrimonio; es necesario, además, que los cónyuges cristianos, robustecidas sus flacas voluntades con la gracia interior de Dios, se conduzcan en todos sus pensamientos y en todas sus obras en consonancia con la purísima ley de Cristo, a fin de obtener para sí y para sus familias la verdadera paz y felicidad.
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[3.–] Ocurre, sin embargo, que no solamente Nos, observando con paternales miradas el mundo entero desde esta como apostólica atalaya, sino también vosotros, Venerables Hermanos, contempláis y sentidamente os condoléis con Nos de que muchos hombres, dando al olvido la divina obra de dicha restauración, o desconocen por completo la santidad excelsa del matrimonio cristiano, o la niegan descaradamente, o la conculcan, apoyándose en falsos principios de una nueva y perversísima moralidad. Contra estos perniciosos errores y depravadas costumbres, que ya han comenzado a cundir entre los fieles, haciendo esfuerzos solapados por introducirse más profundamente, creemos que es Nuestro deber, en razón de Nuestro oficio de Vicario de Cristo en la tierra y de supremo Pastor y Maestro, levantar la voz, a fin de alejar de los emponzoñados pastos y, en cuanto está de Nuestra parte, conservar inmunes a las ovejas que Nos han sido encomendadas.
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[4.–] Por eso, Venerables Hermanos, Nos hemos determinado a dirigir la palabra primeramente a vosotros, y por medio de vosotros a toda la Iglesia católica, más aún, a todo el género humano, para hablaros acerca de la naturaleza del matrimonio cristiano, de su dignidad y de las utilidades y beneficios que de él se derivan para la familia y la misma sociedad humana, de los errores contrarios a este importantísimo capítulo de la doctrina evangélica, de los vicios que se oponen a la vida conyugal y, últimamente, de los principales remedios que es preciso poner en práctica, siguiendo así las huellas de Nuestro predecesor León XIII, de s. m., cuya encíclica Arcanum[2], publicada hace ya cincuenta años, sobre el matrimonio cristiano, hacemos Nuestra por esta Nuestra Encíclica y la confirmamos, exponiendo algunos puntos con mayor amplitud, por requerirlo así las circunstancias y exigencias de nuestro tiempo, y declaramos que aquélla no sólo no ha caído en desuso sino que conserva pleno todavía su vigor.
1[2]. Litt. Encycl. Arcanum divinae sapientiae, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/1-28].
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[5.–] Y comenzando por esa misma Encíclica, encaminada casi totalmente a vindicar la divina institución del matrimonio, su dignidad sacramental y su perpetua estabilidad, quede asentado, en primer lugar, como fundamento firme e inviolable, que el matrimonio no fue instituido ni restaurado por obra de los hombres, sino por obra divina; que no fue protegido, confirmado ni elevado con leyes humanas, sino con leyes del mismo Dios, autor de la naturaleza, y de Cristo Señor, Redentor de la misma, y que, por lo tanto, sus leyes no pueden estar sujetas al arbitrio de ningún hombre, ni siquiera al acuerdo contrario de los mismos cónyuges. Ésta es la doctrina de la Sagrada Escritura [3], ésta la constante tradición de la Iglesia universal, ésta la definición solemne del santo Concilio de Trento, el cual, con las mismas palabras del texto sagrado, expone y confirma que el perpetuo e indisoluble vínculo del matrimonio, su unidad y su estabilidad tienen por autor a Dios [4].
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[6.–] Mas aunque el matrimonio sea de institución divina por su misma naturaleza, con todo, la voluntad humana tiene también en él su parte, y por cierto nobilísima, porque todo matrimonio, en cuanto que es unión conyugal entre un determinado hombre y una determinada mujer, no se realiza sin el libre consentimiento de ambos esposos, y este acto libre de la voluntad, por el cual una y otra parte entrega y acepta el derecho propio del matrimonio [5], es tan necesario para la constitución del verdadero matrimonio, que ninguna potestad humana lo puede suplir[6]. Es cierto que esta libertad no da más atribuciones a los cónyuges que las de determinarse o no a contraer matrimonio y a contraerlo precisamente con tal o cual persona, pero está totalmente fuera de los límites de la libertad del hombre la naturaleza del matrimonio, de tal suerte que si alguien ha contraído ya matrimonio se halla sujeto a sus leyes y propiedades esenciales. Y así el Angélico Doctor, tratando de la fidelidad y de la prole, dice: Éstas nacen en el matrimonio en virtud del mismo pacto conyugal, de tal manera que si llegase a expresar en el consentimiento, causa del matrimonio, algo que les fuera contrario, no habría verdadero matrimonio[7].
[5]. Cfr. Cod. iur. can., c. 1081 § 2 [1917 05 27/1081].
[6]. Cfr. Cod. iur. can., c. 1081 § 1 [1917 05 27/1081].
[7]. S. THOM AQUIN., Summa theolog., p. III, Supplem., q. XLIX, art. 3.
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[7.–] Por obra, pues, del matrimonio, se juntan y se funden las almas aun antes y más estrechamente que los cuerpos, y esto no con un afecto pasajero de los sentidos o del espíritu, sino con una determinación firme y deliberada de las voluntades; y de esta unión de las almas surge, porque así Dios lo ha establecido, un vínculo sagrado e inviolable.
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[8.–] Tal es y tan singular la naturaleza propia de este contrato, que en virtud de ella se distingue totalmente, así de los ayuntamientos propios de las bestias, que, privadas de razón y voluntad libre, se gobiernan únicamente por el instinto ciego de su naturaleza, como de aquellas uniones libres de los hombres que carecen de todo vínculo verdadero y honesto de la voluntad, y están destituidas de todo derecho para la vida doméstica.
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[9.–] De donde se desprende que la autoridad tiene el derecho y, por lo tanto, el deber de reprimir las uniones torpes que se oponen a la razón y a la naturaleza, impedirlas y castigarlas, y, como quiera que se trata de un asunto que fluye de la naturaleza misma del hombre, no es menor la certidumbre con que consta lo que claramente advirtió Nuestro Predecesor, de s. m., León XIII [8]: No hay duda de que, al elegir el género de vida, está en el arbitrio y voluntad propia una de estas dos cosas: o seguir el consejo de guardar virginidad dado por Jesucristo, u obligarse con el vínculo matrimonial. Ninguna Ley humana puede privar a un hombre del derecho natural y originario de casarse, ni circunscribir en manera alguna la razón principal de las nupcias, establecida por Dios desde el principio: “Creced y multiplicaos”[9].
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[10.–] Hállase, por lo tanto, constituido el sagrado consorcio del legítimo matrimonio por la voluntad divina a la vez que por la humana: de Dios provienen la institución, los fines, las leyes, los bienes del matrimonio; del hombre, con la ayuda y cooperación de Dios, depende la existencia de cualquier matrimonio particular –por la generosa donación de la propia persona a otra, por toda la vida–, con los deberes y con los bienes establecidos por Dios.
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[11.–] Comenzando ahora a exponer, Venerables Hermanos, cuáles y cuán grandes sean los bienes concedidos por Dios al verdadero matrimonio, se Nos ocurren las palabras de aquel preclarísimo Doctor de la Iglesia a quien recientemente ensalzamos en Nuestra encíclica Ad salutem[10], dada con ocasión del XV centenario de su muerte. Éstos, dice San Agustín, son los bienes por los cuales son buenas las nupcias: la prole, la fidelidad, el sacramento[11]. De qué modo estos tres capítulos contengan con razón una síntesis fecunda de toda la doctrina del matrimonio cristiano, lo declara expresamente el mismo Santo, cuando dice: En la fidelidad se atiende a que, fuera del vínculo conyugal, no se unan con otro o con otra; en la prole, a que ésta se reciba con amor, se críe con benignidad y se eduque religiosamente; en el sacramento, a que el matrimonio no se disuelva, y a que el repudiado o repudiada no se una a otro ni aun por razón de la prole. Ésta es la ley del matrimonio: no sólo ennoblece la fecundidad de la naturaleza, sino que reprime la perversidad de la incontinencia[12].
1[10]. Litt. Encycl. Ad salutem, 20 Apr. 1930 [AAS 22 (1930), 201-234].
2[11]. S. AUGUST., De bono coniug., cap. 24, n. 32 [PL 40, 394].
3[12]. S. AUGUST., De Gen. ad litt., lib. IX, cap. 7, n. 12 [PL 34, 397].
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[12.–] La prole, por lo tanto, ocupa el primer lugar entre los bienes del matrimonio. Y por cierto que el mismo Creador del linaje humano, que quiso benignamente valerse de los hombres como de cooperadores en la propagación de la vida, lo enseñó así cuando, al instituir el matrimonio en el paraíso, dijo a nuestros primeros padres, y por ellos a todos los futuros cónyuges: Creced y multiplicaos y llenad la tierra[13].
Lo cual también bellamente deduce San Agustín de las palabras del apóstol San Pablo a Timoteo [14], cuando dice: Que se celebre el matrimonio con el fin de engendrar, lo testifica así el Apóstol: “Quiero –dice– que los jóvenes se casen”. Y como se le preguntara: “¿Con qué fin?, añade en seguida: Para que procreen hijos, para que sean madres de familia” [15].
[13]. Gen. I, 28.
[14]. I Tim. V, 14.
[15]. S. AUGUST., De bono coniug., cap. 24, n. 32 [PL 40, 394].
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[13.–] Cuán grande sea este beneficio de Dios y bien del matrimonio se deduce de la dignidad y altísimo fin del hombre. Porque el hombre, en virtud de la preeminencia de su naturaleza racional, supera a todas las restantes criaturas visibles. Dios, además, quiere que sean engendrados los hombres no solamente para que vivan y llenen la tierra, sino muy principalmente para que sean adoradores suyos, le conozcan y le amen, y finalmente le gocen para siempre en el cielo; fin que, por la admirable elevación del hombre, hecha por Dios al orden sobrenatural, supera a cuanto el ojo vio y el oído oyó y pudo entrar en el corazón del hombre[16]. De donde fácilmente aparece cuán grande don de la divina bondad y cuán egregio fruto del matrimonio sean los hijos, que vienen a este mundo por la virtud omnipotente de Dios, con la cooperación de los esposos.
[16]. Cfr. I Cor. II, 9.
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[14.–] Tengan, por lo tanto, en cuenta los padres cristianos que no están destinados únicamente a propagar y conservar el género humano en la tierra, más aún, ni siquiera a educar cualquier clase de adoradores del Dios verdadero, sino a injertar nueva descendencia en la Iglesia de Cristo, a procrear ciudadanos de los Santos y familiares de Dios [17], a fin de que cada día crezca más el pueblo dedicado al culto de nuestro Dios y Salvador. Y con ser cierto que los cónyuges cristianos, aun cuando ellos estén justificados, no pueden transmitir la justificación a sus hijos, sino que, por lo contrario, la natural generación de la vida es camino de muerte, por el que se comunica a la prole el pecado original; con todo, en alguna manera, participan de aquel primitivo matrimonio del paraíso terrenal, pues a ellos toca ofrecer a la Iglesia sus propios hijos, a fin de que esta fecundísima madre de los hijos de Dios los regenere a la justicia sobrenatural por el agua del bautismo, y se hagan miembros vivos de Cristo, partícipes de la vida inmortal y herederos, en fin, de la gloria eterna, que todos de corazón anhelamos.
[17]. Cfr. Ephes. II, 19.
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[15.–] Considerando estas cosas la madre cristiana entenderá, sin duda, que de ella, en un sentido más profundo y consolador, dijo nuestro Redentor: La mujer... una vez que ha dado a luz al infante, ya no se acuerda de su angustia, por su gozo de haber dado un hombre al mundo[18]; y superando todas las angustias, cuidados y cargas maternales, mucho más justa y santamente que aquella matrona romana, la madre de los Gracos, se gloriará en el Señor de la floridísima corona de sus hijos. Y ambos esposos, recibiendo de la mano de Dios estos hijos con buen ánimo y gratitud, los considerarán como un tesoro que Dios les ha encomendado, no para que lo empleen exclusivamente en utilidad propia o de la sociedad humana, sino para que lo restituyan al Señor, con provecho, en el día de la cuenta final.
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[16.–] El bien de la prole no acaba con la procreación: necesario es que a ésta venga a añadirse un segundo bien, que consiste en la debida educación de la misma. Porque insuficientemente, en verdad, hubiera provisto Dios, sapientísimo, a los hijos, más aún, a todo el género humano, si además no hubiese encomendado el derecho y la obligación de educar a quienes dio el derecho y la potestad de engendrar. Porque a nadie se le oculta que la prole no se basta ni se puede proveer a sí misma, no ya en las cosas pertenecientes a la vida natural, pero mucho menos en todo cuanto pertenece al orden sobrenatural, sino que, durante muchos años, necesita el auxilio de la instrucción y de la educación de los demás. Y está bien claro, según lo exigen Dios y la naturaleza, que este derecho y obligación de educar a la prole pertenece, en primer lugar, a quienes con la generación incoaron la obra de la naturaleza, estándoles prohibido el exponer la obra comenzada a una segura ruina, dejándola imperfecta. Ahora bien, en el matrimonio es donde se proveyó mejor a esta tan necesaria educación de los hijos, pues estando los padres unidos entre sí con vínculo indisoluble, siempre se halla a mano su cooperación y mutuo auxilio.
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[17.–] Todo lo cual, porque ya en otra ocasión tratamos copiosamente de la cristiana educación de la juventud [19], encerraremos en las citadas palabras de San Agustín: En orden a la prole se requiere que se la reciba con amor y se la eduque religiosamente[20], y lo mismo dice con frase enérgica el Código de Derecho Canónico: El fin primario del matrimonio es la procreación y educación de la prole[21].
[19]. Litt. Encycl. Divini illius Magistri, 31 Dec. 1929 [1929 12 31/25-35, 54-58].
[20]. S. AUGUST., De gen. ad. litt., lib. IX, cap. 7, n. 12 [PL 34, 397].
[21]. Cod. iur. can., c. 1013, § 1 [1917 05 27/1013].
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[18.–] Por último, no se debe omitir que, por ser de tanta dignidad y de tan capital importancia esta doble función encomendada a los padres para el bien de los hijos, todo honesto ejercicio de la facultad dada por Dios en orden a la procreación de nuevas vidas, por prescripción del mismo Creador y de la ley natural, es derecho y prerrogativa exclusivos del matrimonio y debe absolutamente encerrarse en el santuario de la vida conyugal.
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[19.–] El segundo de los bienes del matrimonio, enumerados, como dijimos, por San Agustín, es la fidelidad, que consiste en la mutua lealtad de los cónyuges en el cumplimiento del contrato matrimonial, de tal modo que lo que en este contrato, sancionado por la ley divina, compete a una de las partes, ni a ella le sea negado ni a ningún otro permitido; ni al cónyuge mismo se conceda lo que jamás puede concederse, por ser contrario a las divinas leyes y del todo disconforme con la fidelidad del matrimonio.
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[20.–] Tal fidelidad exige, por lo tanto, y en primer lugar, la absoluta unidad del matrimonio, ya prefigurada por el mismo Creador en el de nuestros primeros padres, cuando quiso que no se instituyera sino entre un hombre y una mujer. Y aunque después Dios, supremo legislador, mitigó un tanto esta primitiva ley por algún tiempo, la ley evangélica, sin que quede lugar a duda ninguna, restituyó íntegramente aquella primera y perfecta unidad y derogó toda excepción como lo demuestran sin sombra de duda las palabras de Cristo y la doctrina y práctica constante de la Iglesia. Con razón, pues, el santo Concilio de Trento declaró lo siguiente: que por razón de este vínculo tan sólo dos puedan unirse, lo enseñó claramente Cristo nuestro Señor cuando dijo: “Por lo tanto, ya no son dos, sino una sola carne” [22].
[22]. Conc. Trident., sess XXIV [1563 11 11a/2].
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[21.–] Mas no solamente plugo a Cristo Nuestro Señor condenar toda forma de lo que suelen llamar poligamia y poliandria simultánea o sucesiva, o cualquier otro acto deshonesto externo, sino también los mismos pensamientos y deseos voluntarios de todas estas cosas, a fin de guardar inviolado en absoluto el sagrado santuario de la familia: Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer para codiciarla ya adulteró en su corazón[23]. Las cuales palabras de Cristo nuestro Señor ni siquiera con el consentimiento mutuo de las partes pueden anularse, pues manifiestan una ley natural y divina que la voluntad de los hombres jamás puede quebrantar ni desviar [24].
[23]. Matth. V, 28.
[24]. Cfr. Decr. S. Officii, 2 Mart. 1679, propos. 50 [1679 03 02/50].
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[22.–] Más aún, hasta las mutuas relaciones de familiaridad entre los cónyuges deben estar adornadas con la nota de castidad, para que el beneficio de la fidelidad resplandezca con el decoro debido, de suerte que los cónyuges se conduzcan en todas las cosas conforme a la ley de Dios y de la naturaleza y procuren cumplir la voluntad sapientísima y santísima del Creador, con entera y sumisa reverencia a la divina obra.
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[23.–] Ésta que llama, con mucha propiedad, San Agustín fidelidad en la castidad, florece más fácil y mucho más agradable y noblemente, considerado otro motivo importantísimo, a saber: el amor conyugal, que penetra todos los deberes de la vida de los esposos y tiene cierto principado de nobleza en el matrimonio cristiano: Pide, además, la fidelidad del matrimonio que el varón y la mujer estén unidos por cierto amor santo, puro, singular; que no se amen como adúlteros, sino como Cristo amó a la Iglesia, pues esta ley dio el Apóstol cuando dijo: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia” [25], y cierto que Él la amó con aquélla su infinita caridad, no para utilidad suya, sino proponiéndose tan sólo la utilidad de la Esposa[26]. Amor, decimos, que no se funda solamente en el apetito carnal, fugaz y perecedero, ni en palabras regladas, sino en el afecto íntimo del alma y que se comprueba con las obras, puesto que, como suele decirse, obras son amores y no buenas razones[27].
Todo lo cual no sólo comprende el auxilio mutuo en la sociedad doméstica, sino que es necesario que se extienda también y aun que se ordene sobre todo a la ayuda recíproca de los cónyuges en orden a la formación y perfección, mayor cada día, del hombre interior, de tal manera que por su mutua unión de vida crezcan más y más también cada día en la virtud y sobre todo en la verdadera caridad para con Dios y para con el prójimo, de la cual, en último término, depende toda la ley y los profetas[28]. Todos, en efecto, de cualquier condición que sean y cualquiera que sea el género honesto de vida que lleven, pueden y deben imitar aquel ejemplar absoluto de toda santidad que Dios señaló a los hombres, Cristo Nuestro Señor; y, con ayuda de Dios, llegar incluso a la cumbre más alta de la perfección cristiana, como se puede comprobar con el ejemplo de muchos santos.
[25]. Ephes. V, 25; cfr. Col. III, 19.
[26]. Catech. Rom., II, cap. VIII, q. 24 [1566 09 25/24].
[27]. Cfr. S. GREG. M., Homil. XXX in Evang. (Io. XIV, 23-31), n. 1 [PL 76, 1220].
[28]. Matth. XXII, 40.
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[24.–] Esta recíproca formación interior de los esposos, este cuidado asiduo de mutua perfección puede llamarse también, en cierto sentido muy verdadero, como enseña el Catecismo Romano [29], la causa y razón primera del matrimonio, con tal que el matrimonio no se tome estrictamente como una institución que tiene por fin procrear y educar convenientemente los hijos, sino en un sentido más amplio, cual comunidad, práctica y sociedad de toda la vida.
[29]. Cfr. Catech. Rom., p. II, cap. VIII, q. 13 [1566 09 25/13].
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[25.–] Con este mismo amor es menester que se concilien los restantes derechos y deberes del matrimonio, pues no sólo ha de ser de justicia, sino también norma de caridad aquello del Apóstol: El marido pague a la mujer el débito; y, de la misma suerte, la mujer al marido[30].
1[30]. I Cor. VII, 3.
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[26.–] Finalmente, robustecida la sociedad doméstica con el vínculo de esta caridad, es necesario que en ella florezca lo que San Agustín llamaba jerarquía del amor, la cual abraza tanto la primacía del varón sobre la mujer y los hijos como la diligente sumisión de la mujer y su rendida obediencia, recomendada por el Apóstol con estas palabras: Las casadas estén sujetas a sus maridos, como al Señor; porque el hombre es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia[31].
[31]. Ephes. V, 22-23.
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[27.–] Tal sumisión no niega ni quita la libertad que en pleno derecho compete a la mujer, así por su dignidad de persona humana como por sus nobilísimas funciones de esposa, madre y compañera, ni la obliga a dar satisfacción a cualesquiera gustos del marido, no muy conformes quizá con la razón o la dignidad de esposa, ni, finalmente, enseña que se haya de equiparar la esposa con aquellas personas que en derecho se llaman menores y a las que por falta de madurez de juicio o por desconocimiento de los asuntos humanos no se les suele conceder el ejercicio de sus derechos, sino que, por lo contrario prohíbe aquella exagerada licencia, que no se cuida del bien de la familia, prohíbe que en este cuerpo de la familia se separe el corazón de la cabeza, con grandísimo detrimento del conjunto y con próximo peligro de ruina, pues si el varón es la cabeza, la mujer es el corazón, y como aquél tiene el principado del gobierno, ésta puede y debe reclamar para sí, como cosa que le pertenece, el principado del amor.
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[28.–] El grado y modo de tal sumisión de la mujer al marido puede variar según las varias condiciones de las personas, de los lugares y de los tiempos; más aún, si el marido faltase a sus deberes, debe la mujer hacer sus veces en la dirección de la familia. Pero tocar o destruir la misma estructura familiar y su ley fundamental, establecida y confirmada por Dios, no es lícito en tiempo alguno ni en ninguna parte.
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[29.–] Sobre el orden que debe guardarse entre el marido y la mujer, sabiamente enseña Nuestro predecesor León XIII, de s. m., en su ya citada Encíclica acerca del matrimonio cristiano: El varón es el jefe de la familia y cabeza de la mujer, la cual, sin embargo, puesto que es carne de su carne y hueso de sus huesos, debe someterse y obedecer al marido, no a modo de esclava, sino de compañera, es decir, de tal modo que a su obediencia no le falte ni honestidad ni dignidad. En el que preside y en la que obedece, puesto que el uno representa a Cristo y la otra a la Iglesia, sea siempre la caridad divina la reguladora de sus deberes[32].
[32]. Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/8].
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[30.–] Están, pues, comprendidas en el beneficio de la fidelidad: la unidad, la castidad, la caridad y la honesta y noble obediencia, nombres todos que significan otras tantas utilidades de los esposos y del matrimonio, con las cuales se promueven y garantizan la paz, la dignidad y la felicidad matrimoniales, por lo cual no es extraño que esta fidelidad haya sido siempre enumerada entre los eximios y peculiares bienes del matrimonio.
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[31.–] Se completa, sin embargo, el cúmulo de tan grandes beneficios y, por decirlo así, hállase coronado, con aquel bien del matrimonio que en frase de San Agustín hemos llamado Sacramento, palabra que significa tanto la indisolubilidad del vínculo como la elevación y consagración que Jesucristo ha hecho del contrato, constituyéndolo signo eficaz de la gracia.
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[32.–] Y, en primer lugar, el mismo Cristo insiste en la indisolubilidad del pacto nupcial cuando dice: No separe el hombre lo que ha unido Dios[33], y: Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera, y el que se casa con la repudiada del marido, adultera[34].
[33]. Matth. XIX, 6.
[34]. Luc. XVI, 18.
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[33.–] En tal indisolubilidad hace consistir San Agustín lo que él llama bien del sacramento con estas claras palabras: Como sacramento, pues, se entiende que el matrimonio es indisoluble y que el repudiado o repudiada no se una con otro, ni aun por razón de la prole[35].
1[35]. S. AUGUST., De Gen. ad litt., lib. IX, c. 7, n. 12 [PL 34, 397].
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[34.–] Esta inviolable indisolubilidad, aun cuando no en la misma ni tan perfecta medida a cada uno, compete a todo matrimonio verdadero, puesto que habiendo dicho el Señor, de la unión de nuestros primeros padres, prototipo de todo matrimonio futuro: No separe el hombre lo que ha unido Dios, por necesidad ha de extenderse a todo verdadero matrimonio. Aun cuando antes de la venida del Mesías se mitigase de tal manera la sublimidad y serenidad de la ley primitiva, que Moisés llegó a permitir a los mismos ciudadanos del pueblo de Dios que por dureza de su corazón y por determinadas razones diesen a sus mujeres libelo de repudio, Cristo, sin embargo, revocó, en virtud de su poder de legislador supremo, aquel permiso de mayor libertad y restableció, íntegramente la ley primera, con aquellas palabras que nunca se han de echar en olvido: No separe el hombre lo que ha unido Dios.
Por lo cual muy sabiamente escribió Nuestro antecesor Pío VI de f. m., contestando al Obispo de Eger: Es, pues, cosa clara que el matrimonio, aun en el estado de naturaleza pura y, sin ningún género de duda, ya mucho antes de ser elevado a la dignidad de sacramento propiamente dicho, fue instituido por Dios, de tal manera que lleva consigo un lazo perpetuo e indisoluble, y es, por lo tanto, imposible que lo desate ninguna ley civil.
En consecuencia, aunque pueda estar separada del matrimonio la razón de sacramento, como acontece entre los infieles, sin embargo, aun en este matrimonio, por lo mismo que es verdadero, debe mantenerse y se mantiene absolutamente firme aquel lazo, tan íntimamente unido por prescripción divina desde el principio al matrimonio, que está fuera del alcance de todo poder civil. Así, pues, cualquier matrimonio que se contraiga, o se contrae de suerte que sea en realidad un verdadero matrimonio –y entonces llevará consigo el perpetuo lazo que por ley divina va anejo a todo verdadero matrimonio– o se supone que se contrae sin dicho perpetuo lazo, y entonces no hay matrimonio, sino unión ilegítima, contraria, por su objeto, a la ley divina, que por lo mismo no se puede lícitamente contraer ni conservar[36].
[36]. PIUS VI, Rescript. ad Episc. Agriens., 11 Iul., 1789 [1789 07 11a/4].
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[35.–] Y aunque parezca que esta firmeza está sujeta a alguna excepción, bien que rarísima, en ciertos matrimonios naturales contraídos entre infieles o también, tratándose de cristianos, en los matrimonios ratos y no consumados, tal excepción no depende de la voluntad de los hombres, ni de ninguna autoridad meramente humana, sino del derecho divino, cuya depositaria e intérprete es únicamente la Iglesia de Cristo. Nunca, sin embargo, ni por ninguna causa, puede esta excepción extenderse al matrimonio cristiano rato y consumado, porque así como en él resplandece la más alta perfección del contrato matrimonial, así brilla también, por voluntad de Dios, la mayor estabilidad e indisolubilidad, que ninguna autoridad humana puede desatar.
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[36.–] Si queremos investigar, Venerables Hermanos, la razón íntima de esta voluntad divina, fácilmente la encontraremos en aquella significación mística del matrimonio, que se verifica plena y perfectamente en el matrimonio consumado entre los fieles. Porque, según testimonio del Apóstol, en su carta a los de Éfeso [37], el matrimonio de los cristianos representa aquella perfectísima unión existente entre Cristo y la Iglesia: este sacramento es grande, pero yo digo, con relación a Cristo y a la Iglesia; unión por lo tanto, que nunca podrá desatarse mientras viva Cristo y la Iglesia por Él.
Lo cual enseña también expresamente San Agustín, con las siguientes palabras: Esto se observa con fidelidad entre Cristo y la Iglesia, que por vivir ambos eternamente no hay divorcio que los pueda separar; y esta misteriosa unión de tal suerte se cumple en la ciudad de Dios..., es decir, en la Iglesia de Cristo..., que aun cuando a fin de tener hijos, se casen las mujeres y los varones tomen esposas, no es lícito repudiar a la esposa estéril para tomar otra fecunda. Y si alguno así lo hiciere, será reo de adulterio, así como la mujer si se une a otro; y esto por la ley del Evangelio, no por la ley de este siglo, la cual concede, una vez otorgado el repudio, el celebrar nuevas nupcias con otro cónyuge, como también atestigua el Señor que concedió Moisés a los israelitas a causa de la dureza de su corazón[38].
[37]. Ephes. V, 32.
[38]. S. AUGUST., De nupt. et concup., lib. I, cap. 10 [PL 44, 420].
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[37.–] Cuántos y cuán grandes beneficios se derivan de la indisolubilidad del matrimonio no podrá menos de ver el que reflexione, aunque sea ligeramente, ya sobre el bien de los cónyuges y de la prole, ya sobre la utilidad de toda la sociedad humana. Y en primer lugar, los cónyuges en esta misma inviolable indisolubilidad hallan el sello cierto de perennidad que reclaman de consuno, por su misma naturaleza, la generosa entrega de su propia persona y la íntima comunicación de sus corazones, siendo así que la verdadera caridad nunca llega a faltar [39]. Constituye ella, además, un fuerte baluarte para defender la castidad fiel contra los incentivos de la infidelidad que pueden provenir de causas externas o internas; se cierra la entrada al temor celoso de si el otro cónyuge permanecerá o no fiel en el tiempo de la adversidad o de la vejez, gozando, en lugar de este temor, de seguridad tranquila; se provee asimismo muy convenientemente a la conservación de la dignidad de ambos cónyuges y al otorgamiento de su mutua ayuda, porque el vínculo indisoluble y para siempre duradero constantemente les está recordando haber contraído un matrimonio tan sólo disoluble por la muerte, y no en razón de las cosas caducas, ni para entregarse al deleite, sino para procurarse mutuamente bienes más altos y perpetuos. También se atiende perfectamente a la protección y educación de los hijos, que debe durar muchos años, porque las graves y continuadas cargas de este oficio más fácilmente las pueden sobrellevar los padres aunando sus fuerzas.
Ni son menores los beneficios que de la estabilidad del matrimonio se derivan aun para toda la sociedad en conjunto. Pues bien consta por la experiencia cómo la inquebrantable firmeza del matrimonio es ubérrima fuente de honradez en la vida de todos y de integridad en las costumbres: cómo, observada con serenidad tal indisolubilidad, se asegura al propio tiempo la felicidad y el bienestar de la república, ya que tal será la sociedad cuales son las familias y los individuos de que consta, como el cuerpo se compone de sus miembros. Por lo cual todos aquellos que denodadamente defienden la inviolable estabilidad del matrimonio prestan un gran servicio así al bienestar privado de los esposos y al de los hijos, como al bien público de la sociedad humana.
[39]. I Cor. XIII, 8.
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[38.–] Pero en este bien del sacramento, además de la indisoluble firmeza, están contenidas otras utilidades mucho más excelsas, y aptísimamente designadas por la misma palabra Sacramento; pues tal nombre no es para los cristianos vano ni vacío, ya que Cristo Nuestro Señor, fundador y perfeccionador de los venerables sacramentos[40], elevando el matrimonio de sus fieles a verdadero y propio sacramento de la Nueva Ley, lo hizo signo y fuente de una peculiar gracia interior, por la cual aquel su natural amor se perfeccionase, se confirmara su indisoluble unidad, y los cónyuges fueran santificados [41].
[40]. Conc. Trident., sess. XXIV [1563 11 11a/3].
[41]. Conc. Trident., sess. XXIV [1563 11 11a/3].
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[39.–] Y porque Cristo, al consentimiento matrimonial válido entre fieles lo constituyó en signo de la gracia, tan íntimamente están unidos la razón de sacramento y el matrimonio cristiano, que no puede existir entre bautizados verdadero matrimonio sin que por lo mismo sea ya sacramento[42].
[42]. Cod. iur. can., c. 1012 [1917 05 27/1012].
1930 12 31 0040
[40.–] Desde el momento en que prestan los fieles sinceramente tal consentimiento, abren para sí mismos el tesoro de la gracia sacramental, de donde han de sacar las energías sobrenaturales que les llevan a cumplir sus deberes y obligaciones, fiel, santa y perseverantemente hasta la muerte.
1930 12 31 0041
[41.–] Porque este sacramento, en aquellos que no ponen lo que se suele llamar óbice, no sólo aumenta la gracia santificante, principio permanente de la vida sobrenatural, sino que añade peculiares dones, disposiciones y gérmenes de gracia, elevando y perfeccionando las fuerzas de la naturaleza, de suerte tal que los cónyuges puedan no solamente bien entender, sino íntimamente saborear, retener con firmeza, querer con eficacia y llevar a la práctica todo cuanto pertenece al matrimonio y a sus fines y deberes; y para ello les concede, además, el derecho al auxilio actual de la gracia, siempre que la necesiten, para cumplir con las obligaciones de su estado.
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[42.–] Mas en el orden sobrenatural, es ley de la divina Providencia el que los hombres no logren todo el fruto de los sacramentos que reciben después del uso de la razón si no cooperan a la gracia; por ello, la gracia propia del matrimonio queda en gran parte como talento inútil, escondido en el campo, si los cónyuges no ejercitan sus fuerzas sobrenaturales y cultivan y hacen desarrollar la semilla de la gracia que han recibido. En cambio, si haciendo lo que está de su parte cooperan diligentemente, podrán llevar la carga y llenar las obligaciones de su estado, y serán fortalecidos, santificados y como consagrados por tan excelso sacramento, pues, según señala San Agustín, así como por el Bautismo y el Orden el hombre queda destinado y recibe auxilios, tanto para vivir cristianamente como para ejercer el ministerio sacerdotal, respectivamente, sin que jamás se vea destituido del auxilio de dichos sacramentos, así y casi del mismo modo (aunque sin carácter sacramental) los fieles, una vez que se han unido por el vínculo matrimonial, jamás podrán ser privados del auxilio y del lazo de este sacramento. Más aún, como añade el mismo Santo Doctor, llevan consigo este vínculo sagrado aun los que han cometido adulterio, aunque no ya para honor de la gracia, sino para castigo del crimen, como el alma del apóstata que, aun separándose de la unión de Cristo, y aun perdida la fe, no pierde el sacramento de la fe que recibió con el agua bautismal [43].
[43]. S. AUGUST., De nupt. et concup., lib. I, cap. 10 [PL 44, 420].
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[43.–] Los mismos cónyuges, no ya encandenados, sino adornados; no ya impedidos, sino confortados con el lazo de oro del sacramento, deben procurar resueltamente que su unión conyugal, no sólo por la fuerza y la significación del sacramento, sino también por su espíritu y por su conducta de vida, sea siempre imagen y permanezca ésta viva, de aquella fecundísima unión de Cristo con su Iglesia, que es, en verdad, el misterio venerable de la perfecta caridad.
1930 12 31 0044
[44.–] Todo lo cual, Venerables Hermanos, si ponderamos atentamente y con viva fe, si ilustramos con la debida luz estos eximios bienes del matrimonio –la prole, la fe y el sacramento–, no podremos menos de admirar la sabiduría, la santidad y la benignidad divinas, pues tan copiosamente proveyó no sólo a la dignidad y felicidad de los cónyuges, sino también a la conservación y propagación del género humano, susceptible tan sólo de procurarse con la casta y sagrada unión del vínculo nupcial.
1930 12 31 0044b
1930 12 31 0045
[45.–] Al ponderar la excelencia del casto matrimonio, Venerables Hermanos, se Nos ofrece mayor motivo de dolor por ver esta divina institución tantas veces despreciada y tan fácilmente vilipendiada, sobre todo en nuestros días.
1930 12 31 0046
[46.–] No es ya de un modo solapado ni en la oscuridad, sino que también en público, depuesto todo sentimiento de pudor, lo mismo de viva voz que por escrito, ya en la escena con representaciones de todo género, ya por medio de novelas, de cuentos amatorios y comedias, del cinematógrafo, de discursos radiados, en fin, por todos los inventos de la ciencia moderna, se conculca y se pone en ridículo la santidad del matrimonio, mientras los divorcios, los adulterios y los vicios más torpes son ensalzados o al menos presentados bajo tales colores que parece se les quiere presentar como libres de toda culpa y de toda infamia. Ni faltan libros, los cuales no se avergüenzan de llamarse científicos, pero que en realidad muchas veces no tienen sino cierto barniz de ciencia, con el cual hallan camino para insinuar más fácilmente sus errores en mentes y corazones. Las doctrinas que en ellos se defienden, se ponderan como portentos del ingenio moderno, de un ingenio que se gloría de buscar exclusivamente la verdad, y, con ello, de haberse emancipado –dicen– de todos los viejos prejuicios, entre los cuales ponen y pregonan la doctrina tradicional cristiana del matrimonio.
1930 12 31 0047
[47.–] Estas doctrinas las inculcan a toda clase de hombres, ricos y pobres, obreros y patronos, doctos e ignorantes, solteros y casados, fieles e impíos, adultos y jóvenes, siendo a éstos principalmente, como más fáciles de seducir, a quienes ponen peores asechanzas.
1930 12 31 0048
[48.–] Desde luego que no todos los partidarios de tan nuevas doctrinas llegan hasta las últimas consecuencias de liviandad tan desenfrenada; hay quienes, empeñados en seguir un término medio, opinan que al menos en algunos preceptos de la ley natural y divina se ha de ceder algo en nuestros días. Pero éstos no son tampoco sino emisarios más o menos conscientes de aquel insidioso enemigo que siempre trata de sembrar la cizaña en medio del trigo [44]. Nos, pues, a quien el Padre de familia puso por custodio de su campo, a quien obliga el oficio sacrosanto de procurar que la buena semilla no sea sofocada por hierbas venenosas, juzgamos como dirigidas a Nos por el Espíritu Santo aquellas palabras gravísimas con las cuales el apóstol San Pablo exhortaba a su amado Timoteo: Tú, en cambio, vigila, cumple tu ministerio... predica la palabra, insiste oportuna e importunamente, arguye, suplica, increpa con toda paciencia y doctrina[45].
[44]. Cfr. Matth. XIII, 25.
[45]. II Tim. IV, 2-5.
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[49.–] Y porque, para evitar los engaños del enemigo, es menester antes descubrirlos, y ayuda mucho mostrar a los incautos sus argucias, aun cuando más quisieramos no mencionar tales iniquidades, como conviene a los Santos[46], sin embargo, por el bien y salvación de las almas no podemos pasarlas en silencio.
3[46]. Ephes. V, 3.
1930 12 31 0050
[50.–] Para comenzar, pues, por el origen de tantos males, su principal raíz está en que, según vociferan sus detractores, el matrimonio no ha sido instituido por el Autor de la naturaleza, ni elevado por Cristo Señor Nuestro a la dignidad de sacramento verdadero, sino que es invención de los hombres. Otros aseguran que nada descubren en la naturaleza y en sus leyes, sino que sólo encuentran la facultad de engendrar la vida y un impulso vehemente de saciarla de cualquier manera; otros, por el contrario, reconocen que se encuentran en la naturaleza del hombre ciertos comienzos y como gérmenes de verdadera unión matrimonial, en cuanto que, de no unirse los hombres con cierto vínculo estable, no se habría provisto suficientemente a la dignidad de los cónyuges ni al fin natural de la propagación y educación de la prole. Añaden, sin embargo, que el matrimonio mismo, puesto que sobrepasa estos gérmenes, es, por el concurso de varias causas, pura invención de la mente humana, pura institución de la voluntad de los hombres.
1930 12 31 0051
[51.–] Cuán gravemente yerran todos ellos, y cuán torpemente se apartan de los principios de la honestidad, se colige de lo que llevamos expuesto en esta Encíclica acerca del origen y naturaleza del matrimonio y de los fines y bienes inherentes al mismo. Que estas ficciones sean perniciosísimas, claramente aparece también por las conclusiones que de ellas deducen sus mismos defensores, a saber: que las leyes, instituciones y costumbres por las que se rige el matrimonio, debiendo su origen a la sola voluntad de los hombres, tan sólo a ella están sometidas, y, por consiguiente, pueden ser establecidas, cambiadas y abrogadas según el arbitrio de los hombres y las vicisitudes de las cosas humanas; que la facultad generativa, al fundarse en la misma naturaleza, es más sagrada y se extiende más que el matrimonio, y que, por consiguiente, puede ejercitarse, tanto fuera como dentro del santuario del matrimonio, aun sin tener en cuenta los fines del mismo, como si el vergonzoso libertinaje de la mujer fornicaria gozase casi los mismos derechos que la casta maternidad de la esposa legítima.
1930 12 31 0052
[52.–] Fundándose en tales principios, algunos han llegado a inventar nuevos modos de unión, acomodados –así dicen ellos– a las actuales circunstancias de los tiempos y de los hombres, y que consideran como otras tantas especies de matrimonio: el matrimonio por cierto tiempo, el matrimonio de prueba, el matrimonio amistoso, que se atribuye la plena libertad y todos los derechos que corresponden al matrimonio, pero suprimiendo el vínculo indisoluble y excluyendo la prole, a no ser que las partes acuerden más tarde el transformar la unión y costumbre de vida en matrimonio jurídicamente perfecto.
1930 12 31 0053
[53.–] Más aún: hay quienes insisten y abogan por que semejantes monstruosidades sean cohonestadas incluso por las leyes o al menos hallen descargo en los públicos usos e instituciones de los pueblos, y ni siquiera paran mientes en que tales cosas nada tienen, en verdad, de aquella moderna cultura de la cual tanto se jactan, sino que son nefandas corruptelas que harían volver, sin duda, aun a los pueblos civilizados, a los bárbaros usos de ciertos salvajes.
1930 12 31 0054
[54.–] Viniendo ahora a tratar, Venerables Hermanos, de cada uno de los aspectos que se oponen a los bienes del matrimonio, hemos de hablar, en primer lugar, de la prole, la cual muchos se atreven a llamar pesada carga del matrimonio, por lo que los cónyuges han de evitarla con toda diligencia, y ello, no ciertamente por medio de una honesta continencia (permitida también en el matrimonio, supuesto el consentimiento de ambos esposos), sino viciando el acto conyugal. Criminal licencia ésta, que algunos se arrogan tan sólo porque, aborreciendo la prole, no pretenden sino satisfacer su voluptuosidad, pero sin ninguna carga; otros, en cambio, alegan como excusa propia el que no pueden, en modo alguno, admitir más hijos a causa de sus propias necesidades, de las de la madre o de las económicas de la familia.
1930 12 31 0055
[55.–] Ningún motivo, sin embargo, aun cuando sea gravísimo, puede hacer que lo que va intrínsecamente contra la naturaleza sea honesto y conforme a la misma naturaleza; y estando destinado el acto conyugal, por su misma naturaleza, a la generación de los hijos, los que en el ejercicio del mismo lo destituyen adrede de su naturaleza y virtud, obran contra la naturaleza y cometen una acción torpe e intrínsecamente deshonesta.
1930 12 31 0056
[56.–] Por lo cual no es de admirar que las mismas Sagradas Letras atestigüen con cuánto aborrecimiento la Divina Majestad ha perseguido este nefasto delito, castigándolo a veces con la pena de muerte, como recuerda San Agustín: Porque ilícita e impúdicamente yace, aun con su legítima mujer, el que evita la concepción de la prole. Que es lo que hizo Onán, hijo de Judas, por lo cual Dios le quitó la vida [47].
[47]. S. AUGUST., De coniug. adult., lib. II, n. 12 [PL 40, 479]; cfr. Gen. XXXVIII, 8-10; S. Poenitent., 3 April., 3 Iun. 1916 [1916 04 03/1-2]; 1916 06 03/1-3].
1930 12 31 0057
[57.–] Habiéndose, pues, algunos manifiestamente separado de la doctrina cristiana, enseñada desde el principio y transmitida en todo tiempo sin interrupción, y habiendo pretendido públicamente proclamar otra doctrina, la Iglesia católica, a quien el mismo Dios ha confiado la enseñanza y defensa de la integridad y honestidad de costumbres, colocada, en medio de esta ruina moral, para conservar inmune de tan ignominiosa mancha la castidad de la unión nupcial, en señal de su divina legación, eleva solemne su voz por Nuestros labios y una vez más promulga que cualquier uso del matrimonio, en el que maliciosamente quede el acto destituido de su propia y natural virtud procreativa, va contra la ley de Dios y contra la ley natural, y los que tal cometen, se hacen culpables de un grave delito.
1930 12 31 0058
[58.–] Por consiguiente, según pide Nuestra suprema autoridad y el cuidado de la salvación de todas las almas, encargamos a los confesores y a todos los que tienen cura de las mismas que no consientan en los fieles encomendados a su cuidado error alguno acerca de esta gravísima ley de Dios, y mucho más que se conserven –ellos mismos– inmunes de estas falsas opiniones y que no contemporicen en modo alguno con ellas. Y si algún confesor o pastor de almas, lo que Dios no permita, indujera a los fieles, que le han sido confiados, a estos errores, o al menos les confirmara en los mismos con su aprobación o doloso silencio, tenga presente que ha de dar estrecha cuenta al juez Supremo por haber faltado a su deber, y aplíquese aquellas palabras de Cristo: Ellos son ciegos que guían a otros ciegos, y si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en la hoya[48].
[48]. Matth. XV, 14; S. Offic., 1 Dic. 1922 [1922 12 01/1-3].
1930 12 31 0059
[59.–] Por lo que se refiere a las causas que les mueven a defender el mal uso del matrimonio, frecuentemente suelen aducirse algunas fingidas o exageradas, por no hablar de las que son vergonzosas. Sin embargo, la Iglesia, Madre piadosa, entiende muy bien y se da cuenta perfecta de cuanto suele aducirse sobre la salud y peligro de la vida de la madre. ¿Y quién ponderará estas cosas sin compadecerse? ¿Quién no se admirará extraordinariamente al contemplar a una madre entregándose a una muerte casi segura, con fortaleza heroica, para conservar la vida del fruto de sus entrañas? Solamente uno, Dios, inmensamente rico y misericordioso, pagará sus sufrimientos, soportados para cumplir, como es debido, el oficio de la naturaleza y le dará, ciertamente, medida no sólo colmada, sino superabundante [49].
[49]. Luc. VI, 38.
1930 12 31 0060
[60.–] Sabe muy bien la Santa Iglesia que no raras veces uno de los cónyuges, más que cometer el pecado, lo soporta, al permitir, por causa muy grave, el trastorno del recto orden que aquél rechaza, y que carece, por lo tanto, de culpa, siempre que tenga en cuenta la ley de la caridad y no se descuide en disuadir y apartar del pecado al otro cónyuge. Ni se puede decir que obren contra el orden de la naturaleza los esposos que hacen uso de su derecho siguiendo la recta razón natural, aunque por ciertas causas naturales, ya de tiempo, ya de otros defectos, no se siga de ello el nacimiento de un nuevo viviente. Hay, pues, tanto en el mismo matrimonio como en el uso del derecho matrimonial, fines secundarios –verbigracia, el auxilio mutuo, el fomento del amor recíproco y la sedación de la concupiscencia–, cuya consecución en manera alguna está vedada a los esposos, siempre que quede a salvo la naturaleza intrínseca del acto y, por ende, su subordinación al fin primario.
1930 12 31 0061
[61.–] También nos llenan de amarga pena los gemidos de aquellos esposos que, oprimidos por dura pobreza, encuentran gravísima dificultad para procurar el alimento de sus hijos.
1930 12 31 0062
[62.–] Pero se ha de evitar en absoluto que las deplorables condiciones de orden económico den ocasión a un error mucho más funesto todavía. Ninguna dificultad puede presentarse que valga para derogar la obligación impuesta por los mandamientos de Dios, los cuales prohíben todas las acciones que son malas por su íntima naturaleza; cualesquiera que sean las circunstancias, pueden siempre los esposos, robustecidos por la gracia divina, desempeñar sus deberes con fidelidad y conservar la castidad limpia de mancha tan vergonzosa, pues está firme la verdad de la doctrina cristiana, expresada por el magisterio del Concilio Tridentino: Nadie debe emplear aquella frase temeraria y por los Padres anatematizada de que los preceptos de Dios son imposibles de cumplir al hombre redimido. Dios no manda imposibles, sino que con sus preceptos te amonesta a que hagas cuanto puedas y pidas lo que no puedas, y Él te dará su ayuda para que puedas[50]. La misma doctrina ha sido solemnemente reiterada y confirmada por la Iglesia al condenar la herejía jansenista, que contra la bondad de Dios osó blasfemar de esta manera: Hay algunos preceptos de Dios que los hombres justos, aun queriendo y poniendo empeño, no los pueden cumplir, atendidas las fuerzas de que actualmente disponen: fáltales asimismo la gracia con cuyo medio lo puedan hacer[51].
[50]. Concil. Trident., sess. VI, cap. 11 [DS, 1536].
2[51]. Const. Apost. Cum occasione, 31 Maii 1653, prop. 1 [DS, 2001].
1930 12 31 0063
[63.–] Todavía hay que recordar, Venerables Hermanos, otro crimen gravísimo con el que se atenta contra la vida de la prole cuando aún está encerrada en el seno materno. Unos consideran esto como cosa lícita que se deja al libre arbitrio del padre o de la madre; otros, por el contrario lo tachan de ilícito, a no ser que intervengan causas gravísimas que distinguen con el nombre de indicación médica, social, eugenésica. Todos ellos, por lo que se refiere a las leyes penales de la república con las que se prohibe ocasionar la muerte de la prole ya concebida y aún no dada a luz, piden que las leyes públicas reconozcan y declaren libre de toda pena la indicación que cada uno defiende a su modo, no faltando todavía quienes pretenden que los magistrados públicos ofrezcan su concurso para tales operaciones destructoras; lo cual, triste es confesarlo, se verifica en algunas partes, como todos saben, frecuentísimamente.
1930 12 31 0064
[64.–] Por lo que atañe a la indicación médica y terapéutica, para emplear sus palabras, ya hemos dicho, Venerables Hermanos, cuánto Nos mueve a compasión el estado de la madre a quien amenaza, por razón del oficio natural, el peligro de perder la salud y aun la vida; pero ¿qué causa podrá excusar jamás de alguna manera la muerte directamente procurada del inocente? Porque, en realidad, no de otra cosa se trata.
Ya se cause tal muerte a la madre, ya a la prole, siempre será contra el precepto de Dios y la voz de la naturaleza, que clama: No matarás[52]. Es, en efecto, igualmente sagrada la vida de ambos y nunca tendrá poder ni siquiera la autoridad pública, para destruirla. Tal poder contra la vida de los inocentes neciamente se quiere deducir del derecho de vida o muerte, que solamente puede ejercerse contra los delincuentes; ni puede aquí invocarse el derecho de la defensa cruenta contra el injusto agresor (¿quién, en efecto, llamará injusto agresor a un niño inocente?); ni existe el caso del llamado derecho de extrema necesidad, por el cual se puede llegar hasta procurar directamente la muerte del inocente. Son, pues, muy de alabar aquellos honrados y expertos médicos que trabajan por defender y conservar la vida, tanto de la madre como de la prole: mientras que, por lo contrario, se mostrarían indignos del ilustre nombre y del honor de médicos quienes procurasen la muerte de una o de la otra, so pretexto de medicinar o movidos por una falsa misericordia.
1[52]. Exod. XX, 13; cfr. Decr. S. Offic. 6 Maii 1898 [1898 05 06/1-3], 24 Iulii 1895 [ASS 28 (1895/96), 383-384], 31 Maii 1884 [1884 05 31/1].
1930 12 31 0065
[65.–] Lo cual verdaderamente está en armonía con las palabras severas del Obispo de Hipona, cuando reprende a los cónyuges depravados que intentan frustrar la descendencia y, al no obtenerlo, no temen destruirla perversamente: Alguna vez –dice– llega a tal punto la crueldad lasciva o la lascivia cruel, que procura también venenos de esterilidad, y si aún no logra su intento, mata y destruye en las entrañas el feto concebido, queriendo que perezca la prole antes que viva; o, si en el vientre ya vivía, mátala antes que nazca. En modo alguno son cónyuges si ambos proceden así y si fueron así desde el principio no se unieron por el lazo conyugal, sino por estupro; y si los dos no son así, me atrevo a decir: o ella es en cierto modo meretriz del matrimonio, o él adúltero de la mujer[53].
2[53]. S. AUGUST., De nupt. et concupisc., cap. XV [PL 44, 424].
1930 12 31 0066
[66.–] Lo que se suele aducir en favor de la indicación social y eugenésica se debe y se puede tener en cuenta siendo los medios lícitos y honestos, y dentro de los límites debidos; pero es indecoroso querer proveer a la necesidad, en que ello se apoya, dando muerte a los inocentes, y es contrario al precepto divino, promulgado también por el Apóstol: No hemos de hacer males para que vengan bienes[54].
[54]. Cfr. Rom. III, 8.
1930 12 31 0067
[67.–] Finalmente, no es lícito que los que gobiernan los pueblos y promulgan las leyes echen en olvido que es obligación de la autoridad pública defender la vida de los inocentes con leyes y penas adecuadas; y esto, tanto más cuanto menos pueden defenderse aquéllos cuya vida se ve atacada y está en peligro, entre los cuales, sin duda alguna, tienen el primer lugar los niños todavía encerrados en el seno materno. Y si los gobernantes no sólo no defienden a esos niños, sino que con sus leyes y ordenanzas les abandonan, o prefieren entregarlos en manos de médicos o de otras personas para que los maten, recuerden que Dios es juez y vengador de la sangre inocente, que desde la tierra clama al cielo [55].
[55]. Cfr. Gen. IV, 10.
1930 12 31 0068
[68.–] Por último, ha de reprobarse una práctica perniciosa que, si directamente se relaciona con el derecho natural del hombre a contraer matrimonio, también se refiere, por cierta razón verdadera, al mismo bien de la prole. Hay algunos, en efecto, que demasiado solícitos de los fines eugenésicos, no se contentan con dar ciertos consejos saludables para mirar con más seguridad por la salud y vigor de la prole –lo cual, desde luego, no es contrario a la recta razón–, sino que anteponen el fin eugenésico a todo otro fin, aun de orden más elevado, y quisieran que se prohibiese por la pública autoridad contraer matrimonio a todos los que, según las normas y conjeturas de su ciencia, juzgan que habían de engendrar hijos defectuosos por razón de la transmisión hereditaria, aun cuando sean de suyo aptos para contraer matrimonio. Más aún; quieren privarlos por la ley, hasta contra su voluntad, de esa facultad natural que poseen, mediante intervención médica, y esto no para solicitar de la pública autoridad una pena cruenta por delito cometido o para precaver futuros crímenes de reos, sino contra todo derecho y licitud, atribuyendo a los gobernantes civiles una facultad que nunca tuvieron ni pueden legítimamente tener.
1930 12 31 0069
[69.–] Cuantos obran de este modo, perversamente se olvidan de que es más santa la familia que el Estado, y de que los hombres se engendran principalmente no para la tierra y el tiempo, sino para el cielo y la eternidad. Y de ninguna manera se puede permitir que a hombres de suyo capaces de matrimonio se les considere gravemente culpables si lo contraen, porque se conjetura que, aun empleando el mayor cuidado y diligencia, no han de engendrar más que hijos defectuosos; aunque de ordinario se debe aconsejarles que no lo contraigan.
1930 12 31 0070
[70.–] Además de que los gobernantes no tienen potestad alguna directa en los miembros de sus súbditos; así, pues, jamás pueden dañar ni aun tocar directamente la integridad corporal donde no medie culpa alguna o causa de pena cruenta. Y esto ni por causas eugenésicas ni por otras causas cualesquiera. Lo mismo enseña Santo Tomás de Aquino cuando, al inquirir si los jueces humanos, para precaver males futuros, pueden castigar con penas a los hombres, lo concede en orden a ciertos males; pero, con justicia y razón lo niega de la lesión corporal: Jamás –dice–, según el juicio humano, se debe castigar a nadie sin culpa con la pena de azote, para privarle de la vida, mutilarle o maltratarle[56].
[56]. Summ. theolog., 2a 2ae, q. 108 a. 4 ad 2m.
1930 12 31 0071
[71.–] Por lo demás, establece la doctrina cristiana y consta con toda certeza por la luz natural de la razón, que los mismos hombres, privados, no tienen otro dominio en los miembros de su cuerpo sino el que pertenece a sus fines naturales, y no pueden, consiguientemente, destruirlos, mutilarlos o, por cualquier otro medio, inutilizarlos para dichas naturales funciones, a no ser cuando no se pueda proveer de otra manera al bien de todo el cuerpo.
1930 12 31 0072
[72.–] Viniendo ya a la segunda raíz de errores, la cual atañe a la fidelidad conyugal, siempre que se peca contra la prole se peca también, en cierto modo y como consecuencia, contra la fidelidad conyugal, puesto que están enlazados entrambos bienes del matrimonio. Pero, además, hay que enumerar en particular tantas fuentes de errores y corruptelas que atacan la fidelidad conyugal cuantas son las virtudes domésticas que abraza esta misma fidelidad, a saber: la casta lealtad de ambos cónyuges, la honesta obediencia de la mujer al marido y, finalmente, el firme y sincero amor mutuo.
1930 12 31 0073
[73.–] Falsean, por consiguiente, el concepto de fidelidad los que opinan que hay que contemporizar con las ideas y costumbres de nuestros días en torno a cierta fingida y perniciosa amistad de los cónyuges con alguna tercera persona, defendiendo que a los cónyuges se les ha de consentir una mayor libertad de sentimientos y de trato en dichas relaciones externas, y esto tanto más cuando que (según ellos afirman) en no pocos es congénita una índole sexual, que no puede saciarse dentro de los estrechos límites del matrimonio monogámico. Por ello tachan de estrechez ya anticuada de entendimiento y de corazón, o reputan como viles y despreciables celos, aquel rígido estado habitual de ánimo de los cónyuges honrados que reprueba y rehuye todo afecto y todo acto libidinoso con un tercero; y por lo mismo, sostienen que son nulas o que deben anularse todas las leyes penales de la república encaminadas a conservar la fidelidad conyugal.
1930 12 31 0074
[74.–] El sentimiento noble de los esposos castos, aun siguiendo sólo la luz de la razón, resueltamente rechaza y desprecia como vanas y torpes semejantes ficciones; y este grito de la naturaleza lo aprueba y confirma lo mismo el divino mandamiento: No fornicarás[57], que aquello de Cristo: Cualquiera que mirare a una mujer con mal deseo hacia ella, ya adulteró en su corazón[58], no bastando jamás ninguna costumbre, ningún ejemplo depravado, ningún pretexto de progreso humano, para debilitar la fuerza de este precepto divino. Porque así como es uno y el mismo Jesucristo ayer y hoy, y el mismo por los siglos de los siglos [59], así la doctrina de Cristo permanece siempre absolutamente la misma y de ella no caerá ni un ápice siquiera hasta que todo sea perfectamente cumplido [60].
1[57]. Exod. XX, 14.
2[58]. Matth. V, 28.
1[59]. Hebr. XIII, 8.
2[60]. Cfr. Matth. V, 18.
1930 12 31 0075
[75.–] Todos los que empañan el brillo de la fidelidad y castidad conyugal, como maestros que son del error, echan por tierra también fácilmente la fiel y honesta sumisión de la mujer al marido; y muchos de ellos se atreven todavía a decir, con mayor audacia, que es una indignidad la servidumbre de un cónyuge para con el otro; que, al ser iguales los derechos de ambos cónyuges, defienden presuntuosísimamente que por violarse estos derechos, a causa de la sujeción de un cónyuge al otro, se ha conseguido o se debe llegar a conseguir una cierta emancipación de la mujer. Distinguen tres clases de emancipación, según tenga por objeto el gobierno de la sociedad doméstica, la administración del patrimonio familiar o la vida de la prole que hay que evitar o extinguir, llamándolas con el nombre de emancipación social, económica y fisiológica: fisiológica, porque quieren que las mujeres, a su arbitrio, estén libres o que se las libre de las cargas conyugales o maternales propias de una esposa (emancipación ésta que ya dijimos suficientemente no ser tal, sino un crimen horrendo); económica, porque pretenden que la mujer pueda, aun sin saberlo el marido o no queriéndolo, encargarse de sus asuntos, dirigirlos y administrarlos haciendo caso omiso del marido, de los hijos y de toda la familia; social, finalmente, en cuanto apartan a la mujer de los cuidados que en el hogar requieren su familia o sus hijos, para que pueda entregarse a sus aficiones, sin preocuparse de aquéllos y dedicarse a ocupaciones y negocios, aun a los públicos.
1930 12 31 0076
[76.–] Pero ni siquiera ésta es la verdadera emancipación de la mujer, ni tal es tampoco la libertad dignísima y tan conforme con la razón que compete al cristiano y noble oficio de mujer y esposa; antes bien, es corrupción del carácter propio de la mujer y de su dignidad de madre; es trastorno de toda la sociedad familiar, con lo cual al marido se le priva de la esposa, a los hijos de la madre y a todo el hogar doméstico del custodio que lo vigila siempre. Más todavía: tal libertad falsa e igualdad antinatural con el marido tórnase en daño de la mujer misma, pues si ésta desciende de la sede verdaderamente regia a que el Evangelio la ha levantado dentro de los muros del hogar, muy pronto caerá –si no en la apariencia, sí en la realidad– en la antigua esclavitud, y volverá a ser, como en el paganismo, mero instrumento de placer o capricho del hombre.
1930 12 31 0077
[77.–] Finalmente, la igualdad de derechos, que tanto se pregona y exagera, debe, sin duda alguna, admitirse en todo cuanto atañe a la persona y dignidad humanas y en las cosas que se derivan del pacto nupcial y van anejas al matrimonio; porque en este campo ambos cónyuges gozan de los mismos derechos y están sujetos a las mismas obligaciones; en lo demás ha de reinar cierta desigualdad y moderación, como exigen el bienestar de la familia y la debida unidad y firmeza del orden y de la sociedad doméstica.
1930 12 31 0078
[78.–] Y si en alguna parte, por razón de los cambios experimentados en los usos y costumbres de la humana sociedad, deben mudarse algún tanto las condiciones sociales y económicas de la mujer casada, toca a la autoridad pública el acomodar los derechos civiles de la mujer a las necesidades y exigencias de estos tiempos, teniendo siempre en cuenta lo que reclaman la natural y diversa índole del sexo femenino, la pureza de las costumbres y el bien común de la familia; y esto contando siempre con que quede a salvo el orden esencial de la sociedad doméstica, tal como fue instituido por una sabiduría y autoridad más excelsa que la humana, esto es, por la divina, y que por lo tanto no puede ser cambiado ni por públicas leyes ni por criterios particulares.
1930 12 31 0079
[79.–] Avanzan aún más los modernos enemigos del matrimonio, sustituyendo el genuino y constante amor, base de la felicidad conyugal y de la dulce intimidad, por cierta conveniencia ciega de caracteres y conformidad de genios, a la cual llaman simpatía, la cual, al cesar, debilita y hasta del todo destruye el único vínculo que unía las almas. ¿Qué es esto sino edificar una casa sobre la arena? Y ya de ella dijo Nuestro Señor Jesucristo que el primer soplo de la adversidad la haría cuartearse y caer: Y soplaron vientos y dieron con ímpetu contra ella y se desplomó y fue grande su ruina[61]. Mientras que, por lo contrario, el edificio levantado sobre la roca, es decir, sobre el mutuo amor de los esposos, y consolidado por la unión deliberada y constante de las almas, ni se cuarteará nunca ni será derribado por alguna adversidad.
1[61]. Matth. VII, 27.
1930 12 31 0080
[80.–] Hemos defendido hasta aquí, Venerables Hermanos, los dos primeros y por cierto muy excelentes beneficios del matrimonio cristiano, tan combatidos por los destructores de la sociedad actual. Mas porque excede con mucho a estos dos el tercero, o sea el del sacramento, nada tiene de extraño que veamos a los enemigos del mismo impugnar ante todo y con mayor saña su excelencia.
Afirman, en primer lugar, que el matrimonio es una cosa del todo profana y exclusivamente civil, la cual en modo alguno ha de ser encomendada a la sociedad religiosa, esto es, a la Iglesia de Cristo, sino tan sólo a la sociedad civil; añaden, además, que es preciso eximir el contrato matrimonial de todo vínculo indisoluble, por medio de divorcios que la ley habrá, no solamente de tolerar, sino de sancionar: y así, a la postre, el matrimonio, despojado de toda santidad, quedará relegado al número de las cosas profanas y civiles.
1930 12 31 0081
[81.–] Como principio y fundamento establecen que sólo el acto civil ha de ser considerado como verdadero contrato matrimonial (matrimonio civil suelen llamarlo); el acto religioso, en cambio, es cierta añadidura que a lo sumo habrá de dejarse para el vulgo supersticioso. Quieren, además, que sin restricción alguna se permitan los matrimonios mixtos de católicos y acatólicos, sin preocuparse de la religión ni de solicitar el permiso de la autoridad religiosa. Y luego, como una consecuencia necesaria, excusan los divorcios perfectos y alaban y fomentan las leyes civiles que favorecen la disolución del mismo vínculo matrimonial.
1930 12 31 0082
[82.–] Acerca del carácter religioso de todo matrimonio, y mucho más del matrimonio cristiano, pocas palabras hemos aquí de añadir, puesto que Nos remitimos a la Encíclica de León XIII que ya hemos citado repetidas veces y expresamente hecho Nuestra, en la cual se trata prolijamente y se defiende con graves razones cuanto hay que advertir sobre esta materia. Pero creemos oportuno el repetir sólo algunos puntos.
1930 12 31 0083
[83.–] A la sola luz de la razón natural, y mucho mejor si se investigan los vetustos monumentos de la historia, si se pregunta a la conciencia constante de los pueblos, si se consultan las costumbres e instituciones de todas las gentes, consta suficientemente que hay, aun en el matrimonio natural, un algo sagrado y religioso, no advenedizo, sino ingénito; no procedente de los hombres, sino innato, puesto que el matrimonio tiene a Dios por autor y fue desde el principio como una especial figura de la Encarnación del Verbo de Dios[62]. Esta naturaleza sagrada del matrimonio, tan estrechamente ligada con la religión y las cosas sagradas, se deriva del origen divino arriba conmemorado; de su fin, que no es sino el de engendrar y educar hijos para Dios y unir con Dios a los cónyuges mediante un mutuo y cristiano amor; y, finalmente, del mismo natural oficio del matrimonio, establecido, con providentísimo designio del Creador, a fin de que fuera algo así como el vehículo de la vida, por el que los hombres cooperan en cierto modo con la divina omnipotencia. A lo cual, por razón del sacramento, debe añadirse un nuevo título de dignidad que ennoblece extraordinariamente, al matrimonio cristiano, elevándolo a tan alta excelencia que para el Apóstol aparece como un misterio grande y en todo honroso [63].
1[62]. LEO XIII, Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/11].
2[63]. Cfr. Ephes. V, 32; Hebr. XIII, 4.
1930 12 31 0084
[84.–] Este carácter religioso del matrimonio, con su excelsa significación de la gracia y la unión entre Cristo y la Iglesia, exige de los futuros esposos una santa reverencia hacia el matrimonio cristiano y un cuidado y celo también santos a fin de que el matrimonio que intentan contraer se acerque, lo más posible, al prototipo de Cristo y de la Iglesia.
1930 12 31 0085
[85.–] Mucho faltan en esta parte, y a veces con peligro de su eterna salvación, quienes temerariamente y con ligereza contraen matrimonios mixtos, de los que la Iglesia, basada en gravísimas razones, aparta con solicitud y amor maternales a los suyos, como aparece por muchos documentos recapitulados en el canon del Código canónico, que establece lo siguiente: La Iglesia prohibe severísimamente, en todas partes, que se celebre matrimonio entre dos personas bautizadas, de las cuales una sea católica y la otra adscrita a una secta herética o cismática; y si hay peligro de perversión del cónyuge católico y de la prole, el matrimonio está además vedado por la misma ley divina[64]. Y aunque la Iglesia, a veces, según las diversas condiciones de los tiempos y personas, llega a conceder la dispensa de estas severas leyes (salvo siempre el derecho divino, y alejado, en cuanto sea posible, con las convenientes cautelas, el peligro de perversión), difícilmente sucederá que el cónyuge católico no reciba algún detrimento de tales nupcias.
[64]. Cod. iur. can., c. 1060 [1917 05 27/1060].
1930 12 31 0086
[86.–] De donde se origina con frecuencia que los descendientes se alejen deplorablemente de la religión, o al menos, que vayan inclinándose paulatinamente hacia la llamada indiferencia religiosa, rayana en la incredulidad y en la impiedad. Además de que en los matrimonios mixtos se hace más difícil aquella viva unión de almas, que ha de imitar aquel misterio antes recordado, esto es, la arcana unión de la Iglesia con Cristo.
1930 12 31 0087
[87.–] Porque fácilmente se echará de menos la estrecha unión de las almas, la cual, como nota y distintivo de la Iglesia de Cristo, debe ser también el sello, decoro y ornato del matrimonio cristiano; pues se puede romper, o al menos relajar, el nudo que enlaza a las almas cuando haya disconformidad de pareceres y diversidad de voluntades en lo más alto y grande que el hombre venera, es decir, en las verdades y sentimientos religiosos. De aquí el peligro de que languidezca el amor entre los cónyuges y, consiguientemente, se destruya la paz y felicidad de la sociedad doméstica, efecto principalmente de la unión de los corazones. Porque, como ya tantos siglos antes había definido el antiguo Derecho romano: Matrimonio es la unión del marido y la mujer en la comunidad de toda la vida, y en la comunidad del derecho divino y humano[65].
[65]. MODESTINUS (in Dig. lib. XXIII, II. De ritu nuptiarum), lib. I, Regularum.
1930 12 31 0088
[88.–] Pero lo que impide, sobre todo, como ya hemos advertido, Venerables Hermanos, esta reintegración y perfección del matrimonio que estableció Cristo nuestro Redentor, es la facilidad que existe, cada vez más creciente, para el divorcio. Más aún: los defensores del neopaganismo, no aleccionados por la triste condición de las cosas, se desatan, con acrimonia cada vez mayor, contra la santa indisolubilidad del matrimonio y las leyes que le protegen, pretendiendo que se decrete la licitud del divorcio, a fin de que una ley nueva y más humana sustituya a las leyes anticuadas y sobrepasadas.
1930 12 31 0089
[89.–] Y suelen éstos aducir muchas y varias causas del divorcio: unas, que llaman subjetivas, y que tienen su raíz en el vicio o en la culpa de los cónyuges; otras, objetivas, en la condición de las cosas; todo, en fin, lo que hace más dura e ingrata la vida común. Y pretenden demostrar dichas causas, por muchas razones. En primer lugar, por el bien de ambos cónyuges, ya porque uno de los dos es inocente y por ello tiene derecho a separarse del culpable, ya porque es reo de crímenes y, por lo mismo también, se les ha de separar de una forzada y desagradable unión; después, por el bien de los hijos, a quienes se priva de la conveniente educación, y a quienes se escandaliza con las discordias muy frecuentes y otros malos ejemplos de sus padres, apartándolos del camino de la virtud; finalmente, por el bien común de la sociedad, que exige en primer lugar la desaparición absoluta de los matrimonios que en modo alguno son aptos para el objeto natural de ellos, y también que las leyes permitan la separación de los cónyuges, tanto para evitar los crímenes que fácilmente se pueden temer de la convivencia de tales cónyuges, como para impedir que aumente el descrédito de los Tribunales de justicia y de la autoridad de las leyes, puesto que los cónyuges, para obtener la deseada sentencia de divorcio, perpetrarán de intento crímenes por los cuales pueda el juez disolver el vínculo, conforme a las disposiciones de la ley, o mentirán y perjurarán con insolencia ante dicho juez, que ve, sin embargo, la verdad, por el estado de las cosas. Por esto dicen que las leyes se deben acomodar en absoluto a todas estas necesidades, una vez que han cambiado las condiciones de los tiempos, las opiniones de los hombres y las costumbres e instituciones de los pueblos: todas las cuales razones, ya consideradas en particular, ya, sobre todo, en conjunto, demuestran con evidencia que por determinadas causas se ha de conceder absolutamente la facultad del divorcio.
1930 12 31 0090
[90.–] Con mayor procacidad todavía pasan otros más adelante, llegando a decir que el matrimonio, como quiera que sea un contrato meramente privado, depende por completo del consentimiento y arbitrio privado de ambos contrayentes, como sucede en todos los demás contratos privados; y por ello, sostienen, ha de poder disolverse por cualquier motivo.
1930 12 31 0091
[91.–] Pero también contra todos estos desatinos, Venerables Hermanos, permanece en pie aquella ley de Dios única e irrefrenable, confirmada amplísimamente por Jesucristo: No separe el hombre lo que Dios ha unido[66], ley que no pueden anular ni los decretos de los hombres, ni las convenciones de los pueblos, ni la voluntad de ningún legislador. Que si el hombre llegara injustamente a separar lo que Dios ha unido, su acción sería completamente nula, pudiéndose aplicar en consecuencia lo que el mismo Jesucristo aseguró con estas palabras tan claras: Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada del marido, adultera[67]. Y estas palabras de Cristo se refieren a cualquier matrimonio, aun al solamente natural y legítimo, pues es propiedad de todo verdadero matrimonio la indisolubilidad, en virtud de la cual la solución del vínculo queda sustraída al beneplácito de las partes y a toda potestad secular.
2[67]. Luc. XVI, 18.
1930 12 31 0092
[92.–] No hemos de echar tampoco en olvido el juicio solemne con que el Concilio Tridentino anatematizó estas doctrinas: Si alguno dijere que el vínculo matrimonial puede desatarse por razón de herejía, o de molesta cohabitación, o de ausencia afectada, sea anatema[68], y si alguno dijere que yerra la Iglesia cuando, en conformidad con la doctrina evangélica y apostólica, enseñó y enseña que no se puede desatar el vínculo matrimonial por razón de adulterio de uno de los cónyuges, y que ninguno de los dos, ni siquiera el inocente, que no dio causa para el adulterio, puede contraer nuevo matrimonio mientras viva el otro cónyuge, y que adultera tanto el que después de repudiar a la adúltera se casa con otra, como la que abandonando al marido, se casa con otro, sea anatema[69].
3[68]. Concil. Trid., sess. XXIV, c. 5 [1563 11 11b/5].
1[69]. Concil. Trid., sess. XXIV, c. 7 [1563 11 11b/7].
1930 12 31 0093
[93.–] Luego si la Iglesia no erró ni yerra cuando enseñó y enseña estas cosas, evidentemente es cierto que no puede desatarse el vínculo ni aun en el caso de adulterio, y cosa clara es que mucho menos valen y en absoluto se han de despreciar las otras tan fútiles razones que pueden y suelen alegarse como causa de los divorcios.
1930 12 31 0094
[94.–] Por lo demás, las objeciones que, fundándose en aquellas tres razones, mueven contra la indisolubilidad del matrimonio, se resuelven fácilmente. Pues todos esos inconvenientes y todos esos peligros se evitan concediendo alguna vez, en esas circunstancias extremas, la separación imperfecta de los esposos, quedando intacto el vínculo, lo cual concede con palabras claras la misma ley eclesiástica en los cánones que se tratan de la separación del tálamo, de la mesa y de la habitación [70]. Y toca a las leyes sagradas y, a lo menos también en parte, a las civiles, en cuanto a los efectos y razones civiles se refiere, determinar las causas y condiciones de esta separación y juntamente el modo y las cautelas con las cuales se provea a la educación de los hijos y a la incolumnidad de la familia, y se eviten, en lo posible, todos los peligros que amenazan tanto al cónyuge como a los hijos y a la misma sociedad civil.
[70]. Cod. iur. can., cc. 1128 sqq. [1917 05 27/1128 ss].
1930 12 31 0095
[95.–] Asimismo, todo lo que se suele aducir, y más arriba tocamos, para probar la firmeza indisoluble del matrimonio, todo y con la misma fuerza lógica excluye, no ya sólo la necesidad sino también la facultad de divorciarse, así como la falta de poder en cualquier magistrado para concederla, de donde tantos cuantos son los beneficios que reporta la indisolubilidad, otros tantos son los perjuicios que ocasiona el divorcio, perniciosísimos todos, así para los individuos como para la sociedad.
1930 12 31 0096
[96.–] Y, valiéndonos una vez más de la doctrina de Nuestro Predecesor, apenas hay necesidad de decir que tanta es la cosecha de males del divorcio cuanto inmenso el cúmulo de beneficios que en sí contiene la firmeza indisoluble del matrimonio. De una parte, contemplamos los matrimonios protegidos y salvaguardados por el vínculo inviolable; de otra parte, vemos que los mismos pactos matrimoniales resultan inestables o están expuestos a inquietantes sospechas, ante la perspectiva de la posible separación de los cónyuges o ante los peligros que se ofrecen de divorcio. De una parte, el mutuo afecto y la comunión de bienes admirablemente consolidada; de la otra, lamentablemente debilitada a causa de la misma facultad que se les concede para separarse. De la una, la fidelidad casta de los esposos encuentra conveniente defensa; de la otra, se suministra a la infidelidad perniciosos incentivos. De la una, quedan atendidos con eficacia el reconocimiento, protección y educación de los hijos; de la otra reciben gravísimos quebrantos. De la una, se evitan múltiples disensiones entre los parientes y familias; de la otra, se presentan frecuentes ocasiones de división. De la una, más fácilmente se sofocan las semillas de la discordia; de la otra, más copiosa y extensamente se siembran. De la una, vemos felizmente reintegrada y restablecida, en especial, la dignidad y oficio de la mujer, tanto en la sociedad doméstica como en la civil; de la otra, indignamente rebajada, pues que se expone a la esposa al peligro de ser abandonada, una vez que ha servido al deleite del marido[71].
1[71]. LEO XIII, Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/17].
[71]. LEO XIII, Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/17].
1930 12 31 0097
[97.–] Y porque, para concluir con las palabras gravísimas de León XIII, nada contribuye tanto a destruir las familias y a arruinar las naciones como la corrupción de las costumbres, fácilmente se echa de ver cuánto se oponen a la prosperidad de la familia y de la sociedad los divorcios, que nacen de la depravación moral de los pueblos, y que, como atestigua la experiencia, franquean la puerta y conducen a las más relajadas costumbres en la vida pública y privada. Sube de punto la gravedad de estos males si se considera que, una vez concedida la facultad de divorciarse, no habrá freno alguno que pueda contenerla dentro de los límites definidos o de los antes señalados. Muy grande es la fuerza de los ejemplos, pero mayor es la de las pasiones; con estos incentivos tiene que suceder que el capricho de divorciarse, cundiendo cada día más, inficione a muchas almas como una enfermedad contagiosa o como torrente que se desborda, rotos todos los obstáculos[72].
1[72]. Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/17].
2[73]. Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/18].
1930 12 31 0098
[98.–] De consiguiente, como en la misma Encíclica se lee: Mientras esos modos de pensar no varíen, han de temer sin cesar, lo mismo las familias que la sociedad humana, el peligro de ser arrastrados por una ruina y peligro universal[73].
La cada día creciente corrupción de costumbres y la inaudita depravación de la familia que reina en las regiones en las que domina plenamente el comunismo, confirman claramente la gran verdad del anterior vaticinio pronunciado hace ya cincuenta años.
2[73]. Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/18].
1930 12 31 0098b
1930 12 31 0099
[99.–] Llenos de veneración, hemos admirado hasta aquí, Venerables Hermanos, cuanto en orden al matrimonio ha establecido el Creador y Redentor de los hombres, lamentando al mismo tiempo que designios tan amorosos de la divina bondad se vean defraudados y tan frecuentemente conculcados en nuestros días por las pasiones, errores y vicios de los hombres. Es, pues, muy natural que volvamos ahora Nuestros ojos con paternal solicitud en busca de los remedios oportunos mediante los cuales desaparezcan los perniciosísimos abusos que hemos enumerado y recobre el matrimonio la reverencia que le es debida.
1930 12 31 0100
[100.–] Para lo cual Nos parece conveniente, en primer lugar, traer a la memoria aquel dictamen que en la sana filosofía y, por lo mismo, en la teología sagrada es solemne, según el cual todo lo que se ha desviado de la rectitud no tiene otro camino para tornar al primitivo estado exigido por su naturaleza sino volver a conformarse con la razón divina que (como enseña el Doctor Angélico)[74] es el ejemplar de toda rectitud.
Por lo cual, Nuestro predecesor León XIII, de s. m., con razón argüía a los naturalistas con estas gravísimas palabras: La ley ha sido providentemente establecida por Dios de tal modo que las instituciones divinas y naturales se nos hagan más útiles y saludables cuanto más permanecen íntegras e inmutables en su estado nativo, puesto que Dios, autor de todas las cosas, bien sabe qué es lo que más conviene a su naturaleza y conservación, y todas las ordenó de tal manera, con su inteligencia y voluntad, que cada una ha de obtener su fin de un modo conveniente. Y si la audacia y la impiedad de los hombres quisieran torcer y perturbar el orden de las cosas, con tanta providencia establecido, entonces lo mismo que ha sido tan sabia y provechosamente determinado, empezará a ser obstáculo y dejará de ser útil, sea porque pierda con el cambio su condición de ayuda, sea porque Dios mismo quiera castigar la soberbia y temeridad de los hombres[75].
1[75]. Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/13].
1930 12 31 0101
[101.–] Es necesario, pues, que todos consideren atentamente la razón divina del matrimonio y procuren conformarse con ella, a fin de restituirlo al debido orden.
1930 12 31 0102
[102.–] Mas como a esta diligencia se opone principalmente la fuerza de la pasión desenfrenada, que es en realidad la razón principal por la cual se falta contra las santas leyes del matrimonio y como el hombre no puede sujetar sus pasiones si él no se sujeta antes a Dios, esto es lo que primeramente se ha de procurar, conforme al orden establecido por Dios. Porque es ley constante que quien se sometiere a Dios conseguirá refrenar, con la gracia divina, sus pasiones y su concupiscencia; mas quien fuere rebelde a Dios tendrá que dolerse al experimentar que sus apetitos desenfrenados le hacen guerra interior.
San Agustín expone de este modo con cuánta sabiduría se haya esto así establecido: Es conveniente –dice– que el inferior se sujete al superior; que aquél que desea se le sujete lo que es inferior se someta él a quien le es superior. ¡Reconoce el orden, busca la paz! ¡Tú a Dios; la carne a ti! ¿Qué más justo? ¿Qué más bello? Tú al mayor, y el menor a ti; sirve tú a quien te hizo, para que te sirva lo que se hizo para ti. Pero, cuidado: no reconocemos, en verdad, ni recomendamos este orden: ¡A ti la carne y tú a Dios!, sino: ¡Tú a Dios y a ti la carne! Y si tú desprecias lo primero, es decir, Tú a Dios, no conseguirás lo segundo, esto es, la carne a ti. Tú, que no obedeces al Señor, serás atormentado por el esclavo[76].
[76]. S. AUGUST., Enarrat. in Ps. 143 [PL 37, 1860].
1930 12 31 0103
[103.–] Y el mismo bienaventurado Apóstol de las Gentes, inspirado por el Espíritu Santo, atestigua también este orden, pues, al recordar a los antiguos sabios, que habiendo más que suficientemente conocido al Autor de todo lo creado, tuvieron a menos el adorarle y reverenciarle, dice: Por lo cual les entregó Dios a los deseos de su corazón, a la impureza, de tal manera que deshonrasen ellos mismos sus propios cuerpos y añade aún: por esto les entregó Dios al juego de sus pasiones[77]. Porque Dios resiste a los soberbios y da a los humildes la gracia[78], sin la cual, como enseña el mismo Apóstol, el hombre es incapaz de refrenar la concupiscencia rebelde [79].
2[77]. Rom. I, 24, 26.
3[78]. Iac. IV, 6.
4[79]. Cfr. Rom. VII, VIII.
2[77]. Rom. I, 24, 26.
3[78]. Iac. IV, 6.
4[79]. Cfr. Rom. VII, VIII.
1930 12 31 0104
[104.–] Luego si de ninguna manera se pueden refrenar, como se debe, estos ímpetus indomables, si el alma primero no rinde humilde obsequio de piedad y reverencia a su Creador, es ante todo y muy necesario que quienes se unen con el vínculo santo del matrimonio estén animados por una piedad íntima y sólida hacia Dios, la cual informe toda su vida y llene su inteligencia y su voluntad de un acatamiento profundo hacia la suprema Majestad de Dios.
1930 12 31 0105
[105.–] Obran, pues, con entera rectitud y de todo conformes a las normas del sentido cristiano aquellos pastores de almas que, para que no se aparten en el matrimonio de la divina ley, exhortan en primer lugar a los cónyuges a los ejercicios de piedad, a entregarse por completo a Dios, a implorar su ayuda continuamente, a frecuentar los sacramentos, a mantener y fomentar, siempre y en todas las cosas, sentimientos de devoción y de piedad hacia Dios.
1930 12 31 0106
[106.–] Pero gravemente se engañan los que creen que, posponiendo o menospreciando los medios que exceden a la naturaleza, pueden inducir a los hombres a imponer un freno a los apetitos de la carne con el uso exclusivo de los inventos de las ciencias naturales (como la biología, la investigación de la transmisión hereditaria, y otras similares). Lo cual no quiere decir que se hayan de tener en poco los medios naturales, siempre que no sean deshonestos; porque uno mismo es el autor de la naturaleza y de la gracia, Dios, el cual ha destinado los bienes de ambos órdenes para que sirvan al uso y utilidad de los hombres. Pueden y deben, por lo tanto, los fieles ayudarse también de los medios naturales. Pero yerran los que opinan que bastan los mismos para garantizar la castidad del estado conyugal, o les atribuyen más eficacia que al socorro de la gracia sobrenatural.
1930 12 31 0107
[107.–] Pero esta conformidad de la convivencia y de las costumbres matrimoniales con las leyes de Dios, sin la cual no puede ser eficaz su restauración, supone que todos pueden discernir con facilidad, con firme certeza y sin mezcla de error, cuáles son esas leyes. Ahora bien; no hay quien no vea a cuántos sofismas se abriría camino y cuántos errores se mezclarían con la verdad si a cada cual se dejara examinarlas tan sólo con la luz de la razón o si tal investigación fuese confiada a la privada interpretación de la verdad revelada. Y si esto vale para muchas otras verdades del orden moral, particularmente se ha de proclamar en las que se refieren al matrimonio, donde el deleite libidinoso fácilmente puede imponerse a la frágil naturaleza humana, engañándola y seduciéndola; y eso tanto más cuanto que, para observar la ley divina, los esposos han de hacer a veces sacrificios difíciles y duraderos, de los cuales se sirve el hombre frágil, según consta por la experiencia, como de otros tantos argumentos para excusarse de cumplir la ley divina.
1930 12 31 0108
[108.–] Por todo lo cual, a fin de que ninguna ficción ni corrupción de dicha ley divina, sino el verdadero y genuino conocimiento de ella ilumine el entendimiento de los hombres y dirija sus costumbres, es menester que con la devoción hacia Dios y el deseo de servirle se junte una humilde y filial obediencia para con la Iglesia. Cristo Nuestro Señor mismo constituyó a su Iglesia maestra de la verdad, aun en todo lo que se refiere al orden y gobierno de las costumbres, por más que muchas de ellas estén al alcance del entendimiento humano. Porque así como Dios vino en auxilio de la razón humana por medio de la revelación, a fin de que el hombre, aun en la actual condición en que se encuentra, pueda conocer fácilmente, con plena certidumbre y sin mezcla de error[80], las mismas verdades naturales que tienen por objeto la religión y las costumbres, así, y para idéntico fin, constituyó a su Iglesia depositaria y maestra de todas las verdades religiosas y morales; por lo tanto, obedezcan los fieles y rindan su inteligencia y voluntad a la Iglesia, si quieren que su entendimiento se vea inmune del error y libres de corrupción sus costumbres; obediencia que se ha de extender, para gozar plenamente del auxilio tan liberalmente ofrecido por Dios, no sólo a las definiciones solemnes de la Iglesia, sino también, en la debida proporción, a las Constituciones o Decretos en que se reprueban y condenan ciertas opiniones como peligrosas y perversas [81].
[80]. Conc. Vat., sess. III, cap. 2 [DS, 3005].
[81]. Cfr. Conc. Vat., sess. III, cap. 4 [DS, 3015-3020]; Cod. iur. can., c. 1324 [AAS 9/II(1917), 257].
1930 12 31 0109
[109.–] Tengan, por lo tanto, cuidado los fieles cristianos de no caer en una exagerada independencia de su propio juicio y en una falsa autonomía de la razón, incluso en ciertas cuestiones que hoy se agitan acerca del matrimonio. Es muy impropio de todo verdadero cristiano confiar con tanta osadía en el poder de su inteligencia, que únicamente preste asentimiento a lo que conoce por razones internas; creer que la Iglesia, destinada por Dios para enseñar y regir a todos los pueblos, no está bien enterada de las condiciones y cosas actuales; o limitar su consentimiento y obediencia únicamente a cuanto ella propone por medio de las definiciones más solemnes, como si las restantes decisiones de aquélla pudieran ser falsas o no ofrecer motivos suficientes de verdad y honestidad. Por lo contrario, es propio de todo verdadero discípulo de Jesucristo, sea sabio o ignorante, dejarse gobernar y conducir, en todo lo que se refiere a la fe y a las costumbres, por la santa madre Iglesia, por su supremo Pastor el Romano Pontífice, a quien rige el mismo Jesucristo Señor nuestro.
1930 12 31 0110
[110.–] Debiéndose, pues, ajustar todas las cosas a la ley y a las ideas divinas, para que se obtenga la restauración universal y permanente del matrimonio, es de la mayor importancia que se instruya bien sobre el mismo a los fieles; y esto de palabra y por escrito, no rara vez y superficialmente, sino a menudo y con solidez, con razones profundas y claras, para conseguir de este modo que estas verdades rindan las inteligencias y penetren hasta lo íntimo de los corazones. Sepan y mediten con frecuencia cuán grande sabiduría, santidad y bondad mostró Dios hacia los hombres, tanto al instituir el matrimonio como al protegerlo con leyes sagradas; y mucho más al elevarlo a la admirable dignidad de sacramento, por la cual se abre a los esposos cristianos tan copiosa fuente de gracias, para que casta y fielmente realicen los elevados fines del matrimonio, en provecho propio y de sus hijos, de toda la sociedad civil y de la humanidad entera.
1930 12 31 0111
[111.–] Y ya que los nuevos enemigos del matrimonio trabajan con todas sus fuerzas, lo mismo de palabra que con libros, folletos y otros mil medios, para pervertir las inteligencias, corromper los corazones, ridiculizar la castidad matrimonial y enaltecer los vicios más inmundos, con mucha más razón vosotros, Venerables Hermanos, a quienes el Espíritu Santo ha instituido Obispos, para regir la Iglesia de Dios, que ha ganado Él con su propia sangre[82], debéis hacer cuanto esté de vuestra parte, ya por vosotros mismos y por vuestros sacerdotes, ya también por medio de seglares oportunamente escogidos entre los afiliados a la Acción Católica, tan vivamente por Nos deseada y recomendada como auxiliar del apostolado jerárquico, a fin de que, poniendo en juego todos los medios razonables, contrapongáis al error la verdad, a la torpeza del vicio el resplandor de la castidad, a la servidumbre de las pasiones la libertad de los hijos de Dios [83], a la inicua facilidad de los divorcios la perenne estabilidad del verdadero amor matrimonial y de la inviolable fidelidad, hasta la muerte, en el juramento prestado.
1[82]. Act. XX, 28.
2[83]. Cfr. Io. VIII, 32 sqq.; Gal. V, 13.
1930 12 31 0112
[112.–] Así los fieles rendirán con toda el alma incesantes gracias a Dios por haberles ligado con sus preceptos y haberles movido suavemente a rehuir en absoluto la idolatría de la carne y la servidumbre innoble a que les sujetaría el placer. Asimismo, mirarán con terror y con diligencia suma evitarán aquellas nefandas opiniones que, para deshonor de la dignidad humana, se divulgan en nuestros días, mediante la palabra y la pluma, con el nombre de perfecto matrimonio, y que hacen de semejante matrimonio perfecto no otra cosa que un matrimonio depravado, como se ha dicho con toda justicia y razón.
1930 12 31 0113
[113.–] Esta saludable instrucción y educación religiosa sobre el matrimonio cristiano dista mucho de aquella exagerada educación fisiológica, por medio de la cual algunos reformadores de la vida conyugal pretenden hoy auxiliar a los esposos, hablándoles de aquellas materias fisiológicas con las cuales, sin embargo, aprenden más bien el arte de pecar con refinamiento que la virtud de vivir castamente.
1930 12 31 0114
[114.–] Por lo cual hacemos Nuestras con sumo agrado, Venerables Hermanos, aquellas palabras que Nuestro predecesor León XIII, de f. m., dirigía a los Obispos de todo el orbe en su Encíclica sobre el matrimonio cristiano: Procurad, con todo el esfuerzo y toda la autoridad que podáis, conservar en los fieles, encomendados a vuestro cuidado, íntegra e inconrrupta la doctrina que nos han comunicado Cristo Señor Nuestro y los Apóstoles, intérpretes de la voluntad divina, y que la Iglesia Católica religiosamente ha conservado, imponiendo en todos los tiempos su cumplimiento a todos los cristianos.
[84]. Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/24].
1930 12 31 0115
[115.–] Mas, como ni aun la mejor instrucción comunicada por medio de la Iglesia, por muy buena que sea, basta, ella sola, para conformar de nuevo el matrimonio con la ley de Dios, a la instrucción de la inteligencia es necesario añadir, por parte de los cónyuges, una voluntad firme y decidida de guardar las leyes santas que Dios y la naturaleza han establecido sobre el matrimonio. Sea cual fuere lo que otros, ya de palabra, ya por escrito, quieran afirmar y propagar, se decreta y sanciona para los cónyuges lo siguiente, a saber, que en todo lo que al matrimonio se refiere se sometan a las disposiciones divinas: en prestarse mutuo auxilio, siempre con caridad; en guardar la fidelidad de la castidad; en no atentar jamás contra la indisolubilidad del vínculo; en usar los derechos adquiridos por el matrimonio, siempre según el sentido y piedad cristiana, sobre todo al principio del matrimonio, a fin de que, si las circunstancias exigiesen después la continencia, les sea más fácil guardarla a cualquiera de los dos, una vez ya acostumbrados a ella.
1930 12 31 0116
[116.–] Mucho les ayudará para conseguir, conservar y poner en práctica esta voluntad decidida, la frecuente consideración de su estado y el recuerdo siempre vivo del Sacramento recibido. Recuerden siempre que para la dignidad y los deberes de dicho estado han sido santificados y fortalecidos con un sacramento peculiar, cuya eficacia persevera siempre, aun cuando no imprima carácter.
A este fin mediten estas palabras verdaderamente consoladoras del santo cardenal Roberto Belarmino, el cual, con otros teólogos de gran nota, así piensa y escribe: Se puede considerar de dos maneras el sacramento del matrimonio: o mientras se celebra, o en cuanto permanece después de su celebración. Porque este sacramento es como la Eucaristía que no solamente es sacramento mientras se confecciona: pues mientras viven los cónyuges, su sociedad es siempre el Sacramento de Cristo y de la Iglesia[85].
[85]. S. ROB. BELLARMIN., De controversiis, tom. III, De Matr., controvers. II, cap. 6 [Opera, ed. Venice 1721, vol. 3, 628].
1930 12 31 0117
[117.–] Mas para que la gracia del mismo produzca todo su efecto, como ya hemos advertido, es necesaria la cooperación de los cónyuges, y ésta consiste en que con trabajo y diligencia sinceramente procuren cumplir sus deberes, poniendo todo el empeño que esté de su parte. Pues así como en el orden natural para que las fuerzas que Dios ha dado desarrollen todo su vigor es necesario que los hombres apliquen su trabajo y su industria, pues si faltan éstos jamás se obtendrá provecho alguno, así también las fuerzas de la gracia que, procedentes del sacramento, yacen escondidas en el fondo del alma, han de desarrollarse por el cuidado propio y el propio trabajo de los hombres. No desprecien, por lo tanto, los esposos la gracia propia del sacramento que hay en ellos [86], porque después de haber emprendido la constante observancia de sus obligaciones, aunque sean difíciles, experimentarán cada día con más eficacia, en sí mismos, la fuerza de aquella gracia.
Y si alguna vez se ven oprimidos más gravemente por trabajos de su estado y de su vida, no decaigan de ánimo, sino tengan como dicho de alguna manera para sí lo que el apóstol San Pablo, hablando del sacramento del Orden, escribía a Timoteo, su discípulo queridísimo, que estaba muy agobiado por trabajos y sufrimientos: Te amonesto que resucites la gracia de Dios que hay en ti, la cual te fue dada por la imposición de mis manos. Pues no nos dio el Señor espíritu de temor, sino de virtud, de amor y de sobriedad[87].
1[86]. Cfr. I Tim. IV, 14.
2[87]. II Tim. I, 6-7.
1930 12 31 0118
[118.–] Todo esto, Venerables Hermanos, depende, en gran parte, de la debida preparación para el matrimonio, ya próxima, ya remota. Pues no puede negarse que tanto el fundamento firme del matrimonio feliz como la ruina del desgraciado se preparan y se basan, en los jóvenes de ambos sexos, ya desde su infancia y de su juventud. Y así ha de temerse que quienes antes del matrimonio sólo se buscaron a sí mismos y a sus cosas, y condescendieron con sus deseos aun cuando fueran impuros, sean en el matrimonio cuales fueron antes de contraerlo, es decir, que cosechen lo que sembraron [88], o sea, tristeza en el hogar doméstico, llanto, mutuo desprecio, discordias, aversiones, tedio de la vida común, y, lo que es peor, encontrarse a sí mismos llenos de pasiones desenfrenadas.
[88]. Cfr. Gal. VI, 9.
1930 12 31 0119
[119.–] Acérquense, pues, los futuros esposos, bien dispuestos y preparados, al estado matrimonial, y así podrán ayudarse mutuamente, como conviene, en las circunstancias prósperas y adversas de la vida, y, lo que vale más aún, conseguir la vida eterna y la formación del hombre interior hasta la plenitud de la edad de Cristo[89]. Esto les ayudará también para que en orden a sus queridos hijos, se conduzcan como quiso Dios que los padres se portasen con su prole; es decir, que el padre sea verdadero padre y la madre verdadera madre; de suerte que por su amor piadoso y por sus solícitos cuidados, la casa paterna, aunque colocada en este valle de lágrimas y quizás oprimida por dura pobreza, sea una imagen de aquel paraíso de delicias en el que colocó el Creador del género humano a nuestros primeros padres. De aquí resultará que puedan hacer a los hijos hombres perfectos y perfectos cristianos, al imbuirles el genuino espíritu de la Iglesia católica y al infiltrarles, además, aquel noble afecto y amor a la patria que la gratitud y la piedad del ánimo exigen.
1[89]. Cfr. Eph. IV, 13.
[89]. Cfr. Eph. IV, 13.
1930 12 31 0120
[120.–] Y así, lo mismo quienes tienen intención de contraer más tarde el santo matrimonio, que quienes se dedican a la educación de la juventud, tengan muy en cuenta tal porvenir, lo preparen alegre e impidan que sea triste, recordando lo que advertíamos en Nuestra Encíclica sobre la educación: Es, pues, menester corregir las inclinaciones desordenadas, fomentar y ordenar las buenas desde la más tierna infancia, y sobre todo hay que iluminar el entendimiento y fortalecer la voluntad con las verdades sobrenaturales y los medios de la gracia, sin la cual no es posible dominar las perversas inclinaciones y alcanzar la debida perfección educativa de la Iglesia, perfecta y completamente dotada por Cristo de la doctrina divina y de los sacramentos, medios eficaces de la gracia[90].
1930 12 31 0121
[121.–] A la preparación próxima de un buen matrimonio pertenece de una manera especial la diligencia en la elección del consorte, porque de aquí depende en gran parte la felicidad o la infelicidad del futuro matrimonio, ya que un cónyuge puede ser al otro de gran ayuda para llevar la vida conyugal cristianamente, o, por lo contrario, crearle serios peligros y dificultades. Para que no padezcan, pues, por toda la vida las consecuencias de una imprudente elección, deliberen seriamente los que deseen casarse antes de elegir la persona con la que han de convivir para siempre; y en esta deliberación tengan presente las consecuencias que se derivan del matrimonio: teniendo en cuenta, en primer lugar, la verdadera religión de Cristo, y además teniendo en cuenta a sí mismo, al otro cónyuge, a la futura prole y a la sociedad humana y civil, que nace del matrimonio como de su propia fuente. Imploren con fervor el auxilio divino para que elijan según la prudencia cristiana, no llevados por el ímpetu ciego y sin freno de la pasión, ni solamente por razones de lucro o por otro motivo menos noble, sino guiados por un amor recto y verdadero y por un afecto leal hacia el futuro cónyuge, buscando en el matrimonio, precisamente, aquellos fines para los cuales Dios lo ha instituido. No dejen, en fin, de pedir para dicha elección el prudente y tan estimable consejo de sus padres, a fin de precaver, con el auxilio del conocimiento más maduro y de la experiencia que ellos tienen en las cosas humanas, toda equivocación perniciosa y para conseguir también más copiosa la bendición divina prometida a los que guardan el cuarto mandamiento: Honra a tu padre y a tu madre (que es el primer mandamiento en la promesa) para que te vaya bien y tengas larga vida sobre la tierra[91].
[91]. Ephes. VI, 2-3; cfr. Exod. XX, 12.
1930 12 31 0122
[122.–] Y, porque con frecuencia el cumplimiento perfecto de los mandamientos de Dios y la honestidad del matrimonio se ven expuestos a grandes dificultades, cuando los cónyuges sufran con las angustias de la vida familiar y la escasez de bienes temporales, será necesario atender a remediarles, en estas necesidades, del modo que mejor sea posible.
1930 12 31 0123
[123.–] Para lo cual hay que trabajar, en primer término, con todo empeño, a fin de que la sociedad civil, como sabiamente dispuso Nuestro predecesor León XIII [92], establezca un régimen económico y social en el que los padres de familia puedan ganar y procurarse lo necesario para alimentarse a sí mismos, a la esposa y a los hijos, según las diversas condiciones sociales y locales, pues el que trabaja merece su recompensa[93]. Negar ésta o disminuirla más de lo debido es gran injusticia y, según las Sagradas Escrituras, un grandísimo pecado [94]; como tampoco es lícito establecer salarios tan mezquinos que, atendidas las circunstancias y los tiempos, no sean suficientes para alimentar a la familia.
[92]. Litt. Encycl. Rerum novarum, 15 Maii 1891 [1891 05 15/9].
[93]. Luc. X, 7.
2[94]. Cfr. Deut. XXIV, 14, 15.
1930 12 31 0124
[124.–] Procuren, sin embargo, los cónyuges, ya mucho tiempo antes de contraer matrimonio, prevenir o disminuir al menos las dificultades materiales; y cuiden los doctos de enseñarles el modo de conseguir esto con eficacia y dignidad. Y, en caso de que no se basten a sí solos, fúndense asociaciones privadas o públicas con que se pueda acudir al socorro de sus necesidades vitales [95].
3[95]. Cfr. LEO XIII, Litt. Encycl. Rerum novarum, 15 Maii 1891 [1891 05 15/9].
[95]. Cfr. LEO XIII, Litt. Encycl. Rerum novarum, 15 Maii 1891 [1891 05 15/9].
1930 12 31 0125
[125.–] Cuando con todo esto no se lograse cubrir los gastos que lleva consigo una familia, mayormente cuando ésta es numerosa o dispone de medios reducidos, exige el amor cristiano que supla la caridad las deficiencias del necesitado, que los ricos en primer lugar presten su ayuda a los pobres, y que cuantos gozan de bienes superfluos no los malgasten o dilapiden, sino que los empleen en socorrer a quienes carecen de lo necesario. Todo el que se desprenda de sus bienes en favor de los pobres recibirá muy cumplida recompensa en el día del último juicio; pero los que obraren en contrario tendrán el castigo que se merecen [96], pues no es vano el aviso del Apóstol cuando dice: Si alguien tiene bienes de este mundo y, viendo a su hermano en necesidad, cierra las entrañas para no compadecerse de él, ¿cómo es posible que en él resida la caridad de Dios? [97].
4[96]. Matth. XXV, 34 sqq.
5[97]. I Io. III, 17.
1930 12 31 0126
[126.–] No bastando los subsidios privados, toca a la autoridad pública suplir los medios de que carecen los particulares en negocio de tanta importancia para el bien público, como es el que las familias y los cónyuges se encuentren en la condición que conviene a la naturaleza humana.
Porque si las familias, sobre todo las numerosas, carecen de domicilio conveniente; si el varón no puede procurarse trabajo y alimentos; si los artículos de primera necesidad no pueden comprarse sino a precios exagerados; si las madres, con gran detrimento de la vida doméstica, se ven obligadas a ganar el sustento con su propio trabajo; si a éstas les faltan, en los ordinarios y aun extraordinarios trabajos de la maternidad, los alimentos y medicinas convenientes, el médico experto, etc., todos entendemos cuánto se deprimen los ánimos de los cónyuges, cuán difícil se les hace la convivencia doméstica y el cumplimiento de los mandamientos de Dios, y también a qué grave riesgo se exponen la tranquilidad pública y la salud y la vida de la misma sociedad civil, si llegan estos hombres a tal grado de desesperación, que, no teniendo nada que perder, creen que podrán recobrarlo todo con una violenta perturbación social.
1930 12 31 0127
[127.–] Consiguientemente, los gobernantes no pueden descuidar estas materiales necesidades de los matrimonios y de las familias sin dañar gravemente a la sociedad y al bien común; deben, pues, tanto cuando legislan como cuando se trata de la imposición de los tributos, tener especial empeño en remediar la penuria de las familias necesitadas; considerando esto como uno de los principales deberes de su autoridad.
1930 12 31 0128
[128.–] Con ánimo dolorido contemplamos cómo, no raras veces, trastocando el recto orden, fácilmente se prodigan socorros oportunos y abundantes a la madre y a la prole ilegítima (a quienes también es necesario socorrer, aun por la sola razón de evitar mayores males), mientras se niegan o no se conceden sino escasamente, y como a la fuerza, a la madre y a los hijos de legítimo matrimonio.
1930 12 31 0129
[129.–] Pero no sólo en lo que atañe a los bienes temporales importa, Venerables Hermanos, a la autoridad pública, que esté bien constituido el matrimonio y la familia, sino también en lo que se refiere al provecho que se ha de llamar propio de las almas, o sea en que se den leyes justas relativas a la fidelidad conyugal, al mutuo auxilio de los esposos y a cosas semejantes, y que se cumplan fielmente; porque, como comprueba la historia, la salud de la república y la felicidad de los ciudadanos no puede quedar defendida y segura si vacila el mismo fundamento en que se basa, que es la rectitud del orden moral y si está cegada por vicios de los ciudadanos la fuente donde se origina la sociedad, es decir, el matrimonio y la familia.
1930 12 31 0130
[130.–] Ahora bien, para conservar el orden moral no bastan ni las penas y recursos externos de la sociedad, ni la belleza de la virtud, y su necesidad, sino que se requiere una autoridad religiosa que ilumine nuestro entendimiento con la luz de la verdad, y dirija la voluntad y fortalezca la fragilidad humana con los auxilios de la divina gracia; pero esa autoridad sólo es la Iglesia, instituida por Cristo Nuestro Señor. Y así encarecidamente exhortamos en el Señor a todos los investidos con la suprema potestad civil a que procuren y mantengan la concordia y amistad con la misma Iglesia de Cristo, para que, mediante la cooperación diligente de ambas potestades, se destierren los gravísimos males que amenazan tanto a la Iglesia como a la sociedad, si penetran en el matrimonio y en la familia tan procaces libertades.
1930 12 31 0131
[131.–] Mucho pueden favorecer las leyes civiles a este oficio gravísimo de la Iglesia, teniendo en cuenta en sus disposiciones lo que ha establecido la ley divina y eclesiástica y castigando a los que las quebrantaren. No faltan, en efecto, quienes creen que lo que las leyes civiles permiten o no castigan es también lícito según la ley moral; ni quienes lo pongan por obra, no obstante la oposición de la conciencia, ya que no temen a Dios y nada juzgan deber temer de las leyes humanas, causando así no pocas veces su propia ruina y la de otros muchos.
1930 12 31 0132
[132.–] Ni a la integridad ni a los derechos de la sociedad puede venir peligro o menoscabo de esta unión con la Iglesia; toda sospecha y todo temor semejante es vano y sin fundamento, lo cual ya dejó bien probado León XIII: Nadie duda –afirma– que el Fundador de la Iglesia, Jesucristo, haya querido que la potestad sagrada sea distinta de la potestad civil y que tenga cada una libertad y facilidad para desempeñar su cometido; pero con esta añadidura, que conviene a las dos e interesa a todos los hombres que haya entre ellas unión y concordia... Pues si la potestad civil va en pleno acuerdo con la Iglesia, por fuerza ha de seguirse utilidad grande para las dos. La dignidad de una se enaltece, y, si la religión va delante, su gobierno será siempre justo; a la otra se le ofrecen auxilios de tutela y defensa encaminados al bien público de los fieles[98].
1[98]. Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/22].
1930 12 31 0133
[133.–] Y, para aducir ejemplo claro y de actualidad, sucedió esto conforme al orden debido y enteramente según la ley de Cristo, cuando en el Concordato solemne entre la Santa Sede y el Reino de Italia, felizmente llevado a cabo, se estableció un convenio pacífico y una cooperación también amistosa en orden a los matrimonios, como correspondía a la historia gloriosa de Italia y a los sagrados recuerdos de la antigüedad.
Y así se lee como decretado en el Tratado de Letrán: La nación italiana, queriendo restituir al matrimonio, que es la base de la familia, una dignidad que está en armonía con las tradiciones de su pueblo, reconoce efectos civiles al sacramento del Matrimonio que se conforme con el derecho canónico[99], a la cual norma fundamental se añadieron, después, otras determinaciones de aquel mutuo acuerdo.
2[99]. Concord., art. 34: Acta Apost. Sed., XXI (1929), p. 290.
1930 12 31 0134
[134.–] Esto puede a todos servir de ejemplo y argumento de que también en nuestra edad (en la que por desgracia tanto se predica la separación absoluta de la autoridad civil, no ya sólo de la Iglesia, sino aun de toda religión) pueden los dos poderes supremos, mirando a su propio bien y al bien común de la sociedad, unirse y pactar amigablemente, sin lesión alguna de los derechos y de la potestad de ambos, y de común acuerdo velar por el matrimonio, a fin de apartar de las familias cristianas peligros tan funestos y una ruina ya inminente.
1930 12 31 0135
[135.–] Queremos, pues, Venerables Hermanos, que todo lo que, movidos por solicitud pastoral, acabamos de considerar con vosotros, lo difundáis con amplitud, siguiendo las normas de la prudencia cristiana, entre todos Nuestros amados hijos confiados a vuestros cuidados inmediatos, entre todos cuantos sean miembros de la gran familia cristiana; a fin de que conozcan todos perfectamente la verdadera doctrina acerca del matrimonio, se aparten con diligencia de los peligros preparados por los pregoneros del error, y, sobre todo, para que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivan sobria, justa y religiosamente en este siglo, aguardando la bienaventurada esperanza y la venida gloriosa del gran Dios y Salvador Nuestro, Jesucristo[100].
1[100]. Tit. II, 12-13.
1930 12 31 0136
[136.–] Haga Dios Padre Omnipotente, del cual es nombrada toda paternidad en los cielos y en la tierra[101], que robustece a los débiles y da fuerzas a los tímidos y pusilánimes; haga nuestro Señor y Redentor Jesucristo, fundador y perfeccionador de los venerables sacramentos[102], que quiso y determinó que el matrimonio fuese una mística imagen de su unión inefable con la Iglesia; haga el Espíritu Santo, Dios Caridad, lumbre de los corazones y vigor de los espíritus, que cuanto en esta Nuestra Encíclica hemos expuesto acerca del santo sacramento del Matrimonio, sobre la ley y voluntad admirables de Dios en lo que a él se refiere, sobre los errores y peligros que lo amenazan y sobre los remedios con que se les puede combatir, lo impriman todos en su inteligencia, lo acaten en su voluntad y, con la gracia divina, lo pongan por obra, para que así la fecundidad consagrada al Señor, la fidelidad inmaculada, la firmeza inquebrantable, la profundidad del sacramento y la plenitud de las gracias vuelvan a florecer y cobrar nuevo vigor en los matrimonios cristianos.
p class=nota>3[102]. Conc. Trident., sess. XXIV [1563 11 11a/3].[101]. Eph. III, 15.
[102]. Conc. Trident., sess. XXIV [1563 11 11a/3].
1930 12 31 0137
[137.–] Y para que Dios Nuestro Señor, autor de toda gracia, cuyo es todo querer y obrar[103], se digne conceder todo ello según la grandeza de su benignidad y de su omnipotencia, mientras con instancia elevamos humildemente Nuestras preces al trono de su gracia, os damos, Venerables Hermanos, a vosotros, al Clero y al pueblo confiado a los constantes desvelos de vuestra vigilancia, la Bendición Apostólica, prenda de la bendición copiosa de Dios Omnipotente.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 31 de diciembre del año 1930, año noveno de Nuestro Pontificado.
1[103]. Phil. II, 13.
1930 12 31 0001
[1.–] Casti connubii quanta sit dignitas, ex eo maxime dignosci potest, Venerabiles Fratres, quod Christus Dominus, Aeterni Patris Filius, carne lapsi hominis assumpta, non solum amantissimo illo consilio, quo universam nostri generis instaurationem peregit, hoc quoque societatis domesticae atque adeo humanae consortionis principium et fundamentum peculiari quadam ratione complecti voluit; sed illum etiam, ad pristinam divinae instituionis integritatem revocatum, ad verum et “magnum” (1) Novae Legis Sacramentum evexit, eiusque propterea disciplinam curamque totam Ecclesiae Sponsae Suae commisit.
1. Ephes. V, 32.
1930 12 31 0002
[2.–] Ex hac tamen matrimonii renovatione ut apud omnes totius orbis et cuiusque temporis gentes exoptati colligantur fructus, hominum mentes in primis debent germana Christi de matrimonio doctrina illuminari; deinde christiani comuges, interiore Dei gratia infirmas voluntates roborante, omnem suam cogitandi agendique rationem ad purissimam illam Christi legem componant oportet, unde veram sibi ac familiae suae beatitudinem et pacem nanciscantur.
1930 12 31 0003
[3.–] At contra, non modo Nos ex hac Apostolica quasi specula circumspicimus, sed vos ipsi, Venerabiles Fratres, et cernitis et una Nobiscum profecto vehementer doletis complures homines, divinum illud instaurationis opus oblitos, tantam christiani coniugii sanctitatem aut penitus ignorare aut impudenter negare aut etiam, falsis novae cuiusdam et perversae admodum morum doctrinae principiis innixos, passim conculcare. Qui quidem perniciosissimi errores pravique mores cum etiam inter fideles induci coepti sint et sensim sine sensu altius in dies sese insinuare contendant, pro Christi in terris Vicarii ac supremi Pastoris et Magistri munere, Nostrum esse duximus Apostolicam attollere vocem, ut oves Nobis commissas a venenatis pascuis deterreamus et, quantum in Nobis est, immunes servemus.
1930 12 31 0004
[4.–] Vos igitur, Venerabiles Fratres, et per vos universam Ecclesiam Christi, atque adeo humanum genus universum, de christiani matrimonii natura, dignitate, commodis beneficiisque inde in familiam atque humanam ipsam societatem emanantibus, de erroribus gravissimo huic evangelicae doctrinae capiti contrariis, de vitiis eidem coniugali vitae adversis, de praecipuis denique remediis adhibendis, alloqui statuimus, vestigiis inhaerentes fel. rec. Leonis XIII, decessoris Nostri, cuius de matrimonio christiano Encyclicas Litteras Arcanum1[2], ante quinquaginta annos datas, hisce Nostris et Nostras facimus et confirmamus et, dum nonnulla pro aetatis nostrae condicionibus ac necessitatibus paulo fusius exponimus, non modo non obsolevisse sed plenam suam vim retinere declaramus.
1[2]. Litt. Encycl. Arcanum divinae sapientiae, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/1-28].
1930 12 31 0005
[5.–] Atque ut ab his ipsis Litteris initium faciamus, quae totae fere sunt in vindicanda divina matrimonii institutione eiusque sacramentali dignitate et perpetua firmitate, primum quidem id maneat immotum et inviolabile fundamentum: Matrimonium non humanitus institutum neque instauratum esse, sed divinitus; non ab hominibus, sed ab ipso auctore naturae Deo atque eiusdem naturae restitutore Christo Domino legibus esse cummunitum, confirmatum, elevatum; quae proinde leges nullis hominum placitis, nulli ne ipsorum quidem coniugum contrario convento obnoxiae esse possint. Haec Sacrarum Litterarum est doctrina (1[3]), haec constans atque universa Ecclesiae traditio, haec sollemnis Sacrae Tridentinae Synodi definitio, quae perpetuum indissolubilemque matrimonii nexum eiusdemque unitatem ac firmitatem a Deo auctore manare ipsis Sacrae Scripturae verbis praedicat atque confirmat (2[4]).
1[3]. Gen. I, 27-28; II, 22-23; Matth. XIX, 3 sqq.; Ephes. V, 23 sqq.
2[4]. Conc. Trident., sess. XXIV [1563 11 11a/1-4, 1563 11 11b/1-12].
1930 12 31 0006
[6.–] At, quamquam matrimonium suapte natura divinitus est institutum, tamen humana quoque voluntas suas in eo partes habet easque nobilissimas; nam singulare quodque matrimonium, prout est coniugalis coniunctio inter hunc virum et hanc mulierem, non oritur nisi ex libero utriusque sponsi consensu: qui quidem liber voluntatis actus, quo utraque pars tradit et acceptat ius coniugii proprium (3[5]), ad verum matrimonium constituendum tam necessarius est ut nulla humana potestate suppleri valeat (4[6]). Haec tamen libertas eo tantum spectat ut constet, utrum contrahentes re vera matrimonium inire et cum hac persona inire velint an non; libertati vero hominis matrimonii natura penitus subducitur, ita, ut, si quis semel matrimonium contraxerit, divinis eius legibus et essentialibus proprietatibus subiciatur. Nam Angelicus Doctor de fide et prole disserens, “haec, inquit, in matrimonio ex ipsa pactione coniugali causantur, ita quod si aliquid contrarium his exprimeretur in consensu qui matrimonium facit, non esset verum matrimonium” (1[7]).
3[5]. Cfr. Cod. iur. can., c. 1081 § 2 [1917 05 27/1081].
4[6]. Cfr. Cod. iur. can., c. 1081 § 1 [1917 05 27/1081].
1[7]. S. THOM AQUIN., Summa theolog., p. III, Supplem., q. XLIX, art. 3.
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[7.–] Coniugio igitur animi iunguntur et coalescunt, hique prius et arctius quam corpora, nec fluxo sensuum vel animorum affectu, sed deliberato et firmo voluntatum decreto: et ex hac animorum coagmentatione, Deo sic statuente, sacrum et inviolabile vinculum exoritur.
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[8.–] Quae contractus huius natura propria omnino et singularis, eum toto caelo diversum facit cum a coniunctionibus pecudum solo naturae caeco instinctu factis, in quibus nulla ratio est nec voluntas deliberata, tum ab iis quoque hominum vagis coniugiis, quae ab omni vero honestoque voluntatum vinculo remota sunt et quovis domestici convictus iure destituta.
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[9.–] Exinde iam constat legitimam quidem auctoritatem iure pollere atque adeo cogi officio coercendi, impediendi, puniendi turpia coniugia, quae rationi ac naturae adversantur; sed cum de re agatur ipsam hominis naturam consequente, non minus certo constat id quod fe. rec. Leo XIII decessor Noster palam monuit (2[8]): “In deligendo genere vitae non est dubium, quin in potestate sit arbitrioque singulorum alterutrum malle: aut lesu Christi sectari de virginitate consilium, aut maritali se vinclo obligare. lus coniugii naturale et primigenum homini adimere, causamve nuptiarum praecipuam, Dei auctoritate initio constitutam, quoquo modo circumscribere lex hominum nulla potest: Crescite et multiplicamini”3[9].
2[8]. Litt. Encycl. Rerum Novarum, 15 Maii 1891 [1891 05 15/9].
3[9]. Gen. I, 28.
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[10.–] Itaque germani connubii sacrum consortium divina simul et humana voluntate constituitur: ex Deo sunt ipsa matrimonii institutio, fines, leges, bona; Deo autem dante atque adiuvante, ex hominibus est, per generosam quidem propriae personae pro toto vitae tempore factam alteri traditionem, particulare quodlibet matrimonium cum officiis ac bonis a Deo statutis coniunctum.
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I
[11.–] Quae vero quantaque sint haec veri matrimonii bona divinitus data dum exponere aggredimur, Venerabiles Fratres, illius Nobis praeclarissimi Ecclesiae Doctoris verba occurrunt, quem non ita pridem, Nostris Encyclicis Litteris Ad salutem pleno ab eius obitu saeculo XV datis (1[10]), celebravimus: “Haec omnia, –inquit S. Augustinus– bona sunt, propter quae nuptiae bonae sunt: PROLES, FIDES, SACRAMENTUM” (2[11]). Quae tria capita qua ratione luculentissimam totius de christiano connubio doctrinae summam continere iure dicantur, ipse Sanctus Doctor diserte declarat, cum ait: “In fide attenditur ne praeter vinculum coniugale cum altero vel altera concumbatur; in prole, ut amanter suscipiatur, benigne nutriatur, religiose educetur; in sacramento autem, ut coniugium no separetur, et dimissus aut dimissa, nec causa prolis, alteri coniungatur. Haec est tamquam regula nuptiarum, qua vel naturae decoratur fecunditas vel incontinentiae regitur pravitas” (3[12]).
1[10]. Litt. Encycl. Ad salutem, 20 Apr. 1930 [AAS 22 (1930), 201-234].
2[11]. S. AUGUST., De bono coniug., cap. 24, n. 32 [PL 40, 394].
3[12]. S. AUGUST., De Gen. ad litt., lib. IX, cap. 7, n. 12 [PL 34, 397].
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[12.–] Itaque primum inter matrimonii bona locum tenet PROLES. Et sane ipse humani generis Creator, qui pro sua benignitate hominibus in vita propaganda administris uti voluit, id docuit cum in paradiso, matrimonium instituens, protoparentibus et per eos omnibus futuris coniugibus dixit: “Crescite et multiplicamini et replete terram” (4[13]).
Quod ipsum Sanctus Augustinus ex Sancti Pauli Apostoli verbis ad Timotheum (1[14]) perbelle eruit, dicens: “Generationis itaque causa fieri nuptias, Apostolus ita testis est: Volo, inquit, iuniores nubere. Et quasi ei diceretur: Utquid?, continuo subiecit: Filios procreare, matres familias esse” (2[15]).
4[13]. Gen. I, 28.
1[14]. I Tim. V, 14.
2[15]. S. AUGUST., De bono coniug., cap. 24, n. 32 [PL 40, 394].
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[13.–] Quantum vero hoc Dei beneficium sit et matrimonii bonum ex hominis dignitate et altissimo fine apparet. Homo enim vel solius rationalis naturae praestantia omnes alias creaturas visibiles superat. Accedit, quod Deus homines generari vult, non ut solum sint et impleant terram, sed multo magis, ut Dei cultores sint, ipsum cognoscant et ament eoque tandem perenniter fruantur in caelis; qui finis ex mirabili hominis per Deum in supernaturalem ordinem elevatione, omne superat quod oculus vidit, et auris audivit el in cor hominis ascendit (3[16]). Ex quo facile apparet proles, omnipotenti Dei virtute, coniugibus cooperantibus, orta, quantum divinae bonitatis sit donum, quam egregius matrimonii fructus.
3[16]. Cfr. I Cor. II, 9.
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[14.–] Christiani vero parentes intelligant praeterea se non iam solum ad genus humanum in terra propagandum et conservandum, immo vero, non ad quoslibet veri Dei cultores educandos destinari, sed ad pariendam Ecclesiae Christi subolem, ad cives Sanctorum et domesticos Dei (4[17]) procreandos, ut populus Dei et Salvatoris nostri cultui addictus in dies augeatur. Etsi enim christiani coniuges, quamvis ipsi sanctificati, sanctificationem in prolem transfundere non valent, immo naturalis generatio vitae facta est mortis via, qua originale peccatum transeat in prolem; aliquid tamen quodammodo participant de primaevo illo paradisi coniugio, cum eorum sit propriam subolem Ecclesiae offerre, ut ab illa matre filiorum Dei fecundissima per lavacrum baptismatis ad supernaturalem iustitiam regeneretur, et vivum Christi membrum, immortalis vitae particeps, atque aeternae gloriae, quam omnes toto pectore concupiscimus, heres tandem fiat.
4[17]. Cfr. Ephes. II, 19.
1930 12 31 0015
[15.–] Quae si perpendat mater vere christiana, intelliget profecto, celsiore quodam et pleno solatii sensu, de se illud Redemptoris nostri dictum esse: “Mulier... cum peperit puerum, iam non meminit pressurae, propter gaudium, quia natus est horno in mundum” (1[18]); omnibusque materni officii doloribus, curis, oneribus maior effecta, multo iustius et sanctius quam matrona illa romana, Gracchorum mater, florentissima liberorum corona in Domino gloriabitur. Uterque vero coniux hos liberos, prompto gratoque animo e manu Dei susceptos, ut talentum sibi a Deo commissum intuebitur, quod non in suum neque in terrenae tantum reipublicae commodum impendat, sed in die rationis Domino cum fructu restituat.
1[18]. Io. XVI, 21.
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[16.–] Procreationis autem beneficio bonum prolis haud sane absolvitur, sed alterum accedat oportet, quod debita prolis educatione continetur. Parum profecto generatae proli atque adeo toti generi humano providisset sapientissimus Deus, nisi, quibus potestatem et ius dederat generandi, iisdem ius quoque et officium tribuisset educandi. Neminem enim latere potest prolem, ne in iis quidem quae ad naturalem vitam, multoque minus in iis quae ad vitam supernaturalem pertinent, sibi ipsam sufficere et providere posse, sed aliorum auxilio, institutione, educatione per multos annos indigere. Compertum autem est, natura Deoque iubentibus, hoc educandae prolis ius et officium illorum in primis esse, qui opus naturae generando coeperunt, inchoatumque, imperfectum relinquentes, certae ruinae exponere omnino vetantur. Iamvero huic tam necessariae liberorum educationi optima qua fieri potuit ratione provisum est in matrimonio, in quo, cum parentes insolubili inter se vinculo connectantur, utriusque opera mutuumque auxilium semper praesto est.
1930 12 31 0017
[17.–] Cum autem de christiana iuventutis educatione alias copiose egerimus (1[19]), haec omnia nunc iteratis Sancti Augustini verbis complectamur: “In prole [attenditur], ut amanter suscipiatur..., religiose educetur” (2[20]); quod quidem ipsum in Codice iuris canonici quoque nervose edicitur: “Matrimonii finis primarius est procreatio atque educatio prolis” (3[21]).
1[19]. Litt. Encycl. Divini illius Magistri, 31 Dec. 1929 [1929 12 31/25-35, 54-58].
2[20]. S. AUGUST., De gen. ad. litt., lib. IX, cap. 7, n. 12 [PL 34, 397].
3[21]. Cod. iur. can., c. 1013, § 1 [1917 05 27/1013].
1930 12 31 0018
[18.–] Neque id denique silendum quod, cum tantae dignitatis tantique momenti sit utrumque hoc munus parentibus in bonum prolis commissum, facultatis a Deo ad novam vitam procreandam datae honestus quilibet usus, ipso Creatore ipsaque naturae lege iubentibus, solius matrimonii ius est ac privilegium et intra sacros connubii limites est omnino continendus.
1930 12 31 0019
[19.–] Alterum matrimonii bonum, quod diximus ab Augustino commemoratum, est bonum FIDEI, quae est mutua coniugum in contractu coniugali implendo fidelitas, ut quod ex hoc contractu divina lege sancito alteri coniugi unice debetur, id neque ei denegetur neque cuivis permittatur; neque ipsi coniugi concedatur quod, utpote divinis iuribus ac legibus contrarium et a fide coniugali maxime alienum, concedi nunquam potest.
1930 12 31 0020
[20.–] Quapropter haec fides in primis postulat absolutam coniugii unitatem, quam in protoparentum matrimonio Creator ipse praestituit, cum illud noluerit esse nisi inter unum virum et mulierem unam. Et quamquam deinde hanc primaevam legem supremus Legislator Deus ad tempus aliquantum relaxavit, nullum tamen dubium est quin illam pristinam perfectamque unitatem ex integro restituerit omnemque dispensationem abrogaverit Evangelica Lex, ut Christi verba et constans Ecclesiae sive docendi sive agendi modus palam ostendunt. lure igitur Sacra Tridentina Synodus sollemniter professa est: “Hoc autem vinculo duos tantummodo copulari et coniungi Christus Dominus apertius docuit, cum... dixit: Itaque iam non sunt duo, sed una caro” (1[22]).
1[22]. Conc. Trident., sess XXIV [1563 11 11a/2].
1930 12 31 0021
[21.–] Nec vero tantum damnatam voluit Christus Dominus quamlibet, sive successivam sive simultaneam, quae dicitur, polygamiae et polyandriae formam, externumve aliud quodvis inhonestum opus, sed, ut sacra connubii septa inviolata prorsus custodiantur, ipsas quoque de his omnibus cogitationes voluntarias atque desideria prohibuit: “Ego autem dico vobis quia omnis qui viderit mulierem ad concupiscendum eam, iam moechatus est eam in corde suo” (2[23]). Quae Christi Domini verba ne alterutrius quidem coniugis consensu irrita fieri possunt; Dei enim et naturae exhibent legem, quam nulla unquam hominum voluntas infringere aut flectere valet (3[24]).
2[23]. Matth. V, 28.
3[24]. Cfr. Decr. S. Officii, 2 Mart. 1679, propos. 50 [1679 03 02/50].
1930 12 31 0022
[22.–] Quin et mutua inter ipsos coniuges familiaris consuetudo ut bonum fidel debito splendeat nitore, nota castitatis insigniri debet, ita ut coniuges ad Dei naturaeque legis normam sese in omnibus gerant, et sapientissimi sanctissimique Creatoris voluntatem cum magna erga Dei opus reverentia semper sequi studeant.
1930 12 31 0023
[23.–] Haec autem, quae a Sancto Augustino aptissime appellatur castitatis fides, et facilior et multo etiam iucundior ac nobilior efflorescet ex altero capite praestantissimo: ex coniugali scilicet amore, qui omnia coniugalis vitae officia pervadit et quemdam tenet in christiano coniugio principatum nobilitatis. “Postulat praeterea matrimonii fides ut vir et uxor singulari quodam sanctoque ac puro amore coniuncti sint; neque ut adulteri inter se ament, sed ut Christus dilexit Ecclesiam; hanc enim regulam Apostolus praescripsit, cum ait: Viri, diligite uxores vestras sicut et Christus dilexit Ecclesiam1[25], quam certe immensa illa caritate, non sui commodi gratia, sed Sponsae tantum utilitatem sibi proponens, complexus est” (2[26]). Caritatem igitur dicimus, non carnali tantum citiusque evanescente inclinatione innixam, neque in blandis solum verbis, sed etiam in intimo animi affectu positam atque, –siquidem probatio dilectionis exhibitio est operis–3[27] opere externo comprobatam. Hoc autem opus in domestica societate non modo mutuum auxilium complectitur, verum etiam ad hoc extendatur oportet, immo hoc in primis intendat, ut coniuges inter se iuventur ad interiorem hominem plenius in dies conformandum perficiendumque; ita ut per mutuam vitae consortionem in virtutibus magis magisque in dies proficiant, et praecipue in vera erga Deum proximosque caritate crescant, in qua denique “universa Lex pendet et Prophetae,” (4[28]). Scilicet absolutissimum totius sanctitatis exemplar hominibus a Deo propositum, quod est Christus Dominus, omnes cuiuscumque sunt condicionis et quamcumque honestam vitae rationem inierunt, possunt ac debent imitari atque, Deo adiuvante, ad summum quoque christianae perfectionis fastigium, ut complurium Sanctorum exemplis comprobatur, pervenire.
1[25]. Ephes. V, 25; cfr. Col. III, 19.
2[26]. Catech. Rom., II, cap. VIII, q. 24 [1566 09 25/24].
3[27]. Cfr. S. GREG. M., Homil. XXX in Evang. (Io. XIV, 23-31), n. 1 [PL 76, 1220].
4[28]. Matth. XXII, 40.
1930 12 31 0024
[24.–] Haec mutua coniugum interior conformatio, hoc assiduum sese invicem perficiendi studium, verissima quadam ratione, ut docet Catechismus Romanus (5[29]), etiam primaria matrimonii causa et ratio dici potest, si tamen matrimonium non pressius ut institutum ad prolem rite procreandam educandamque, sed latius ut totius vitae communio, consuetudo, societas accipiatur.
5[29]. Cfr. Catech. Rom., p. II, cap. VIII, q. 13 [1566 09 25/13].
1930 12 31 0025
[25.–] Cum hac eadem caritate reliqua coniugii tam iura quam officia componantur necesse est; ita ut non solum iustitiae lex, sed etiam caritatis norma sit illud Apostoli: “Uxori vir debitum reddat; similiter autem et uxor viro” (1[30]).
1[30]. I Cor. VII, 3.
1930 12 31 0026
[26.–] Firmata denique huius caritatis vinculo domestica societate, floreat in ea necesse est ille, qui ab Augustino vocatur ordo amoris. Qui quidem ordo et viri primatum in uxorem et liberos, et uxoris promptam nec invitam subiectionem obtemperationemque complectitur, quam commendat Apostolus his verbis: “Mulieres viris suis subditae sint sicut Domino; quoniam vir caput est mulieris, sicut Christus caput est Ecclesiae” (2[31]).
2[31]. Ephes. V, 22-23.
1930 12 31 0027
[27.–] Haec autem obtemperatio non libertatem negat neque aufert, quae ad mulierem tam pro humanae personae praestantia quam pro nobilissimis uxoris, matris, sociae muneribus pleno iure pertinet; neque obsecundare eam iubet quibuslibet viri optatis, ipsi forte rationi vel uxoris dignitati minus congruentibus; nec denique uxorem aequiparandam docet personis, quae in iure minores dicuntur, quibus ob maturioris iudicii defectum vel rerum humanarum imperitiam liberum suorum iurium exercitium concedi non solet; sed vetat exaggeratam illam licentiam, quae familiae bonum non curat, vetat in hoc familiae corpore cor separari a capite, cum maximo totius corporis detrimento et proximo ruinae periculo. Si enim vir est caput, mulier est cor, et sicut ille principatum tenet regiminis, haec amoris principatum sibi ut proprium vindicare potest et debet.
1930 12 31 0028
[28.–] Haec dein uxoris viro suo obtemperatio, ad gradum et modum quod attinet, varia esse potest pro variis personarum, locorum, temporum condicionibus; immo si vir officio suo defuerit, uxoris est vices eius in dirigenda familia supplere. At ipsam familiae structuram eiusque legem praecipuam, a Deo constitutam et firmatam, evertere aut tangere numquam et nusquam licet.
1930 12 31 0029
[29.–] Persapienter de hoc uxorem inter et virum ordine servando fel. rec. decessor Noster Leo XIII in iis, quas commemoravimus, de christiano coniugio Encyclicis Litteris docet: “Vi est familiae princeps et caput mulieris; quae tamen, quia caro est de carne illius, et os de ossibus eius, subiciatur pareatque viro, in morem non ancillae, sed sociae; ni scilicet oboedientiae praestitae nec honestas nec dignitas absit. In eo autem qui praeest, et in hac quae paret, cum imaginem uterque referant alter Christi, altera Ecclesiae, divina caritas esto perpetua moderatrix officii” (1[32]).
1[32]. Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/8].
1930 12 31 0030
[30.–] Haec sunt igitur, quae bono fidei comprehenduntur: unitas, castitas, caritas, honesta nobilisque oboedientia; quae, quot sunt nomina, tot sunt coniugum atque coniugii emolumenta, quibus pax, dignitas, felicitas matrimonii in tuto collocentur atque promoveantur. Quare mirum profecto non est, hanc fidem inter eximia et matrimonii propria bona semper fuisse numeratam atque habitam.
1930 12 31 0031
[31.–] Attamen tantorum beneficiorum summa completur et quasi cumulatur illo christiani coniugii bono, quod Augustini verbo nuncupavimus SACRAMENTUM, quo denotatur et vinculi indissolubilitas et contractus in efficax gratiae signum per Christum facta elatio atque consecratio.
1930 12 31 0032
[32.–] Et primo quidem, indissolubilem foederis nuptialis firmitatem ipse Christus urget dicendo: “Quod Deus coniunxit, homo non separet” (2[33]); et: “Omnis, qui dimittit uxorem suam, et alteram ducit, moechatur: et qui dimissam a viro ducit, moechatur” (3[34]).
2[33]. Matth. XIX, 6.
3[34]. Luc. XVI, 18.
1930 12 31 0033
[33.–] In hac autem indissolubilitate Sanctus Augustinus hoc quod vocat bonum sacramenti ponit apertis his verbis: “In sacramento autem [attenditur], ut coniugium non separetur, et dimissus aut dimissa, nec causa prolis, alteri coniungatur” (1[35]).
1[35]. S. AUGUST., De Gen. ad litt., lib. IX, c. 7, n. 12 [PL 34, 397].
1930 12 31 0034
[34.–] Atque haec inviolabilis firmitas, quamquam non eadem perfectissimaque mensura ad singula, ad omnia tamen vera coniugia pertinet: nam illud Domini: Quod Deus coniunxit, homo non separet, cum de protoparentum connubio, cuiusvis futuri coniugii prototypo, dictum sit, ad omnia prorsus vera matrimonia spectare necesse est. Quamquam igitur ante Christum illa primaevae legis sublimitas et severitas adeo temperata est, ut Moyses ipsius populi Dei civibus ad duritiam cordis eorum libellum repudii certis de causis dare permiserit; Christus tamen pro sua supremi legislatoris potestate hanc maioris licentiae permissionem revocavit et primaevam in integrum restituit legem per illa verba nunquam oblivioni danda: Quod Deus coniunxit, homo non separet. Quare sapientissime fel. rec. Plus VI decessor Noster ad Agriensem Episcopum rescribens: “Quo manifesto patet, inquit, matrimonium vel in ipso statu naturae, ac sane ante multo quam ad proprie dicti Sacramenti dignitatem eveheretur, sic divinitus institutum esse, ut secum afferat perpetuum indissolubilemque nexum, qui proinde nulla civili lege solvi queat. Itaque licet Sacramenti ratio a matrimonio seiungi valeat, velut inter infideles, adhuc tamen in tali matrimonio, siquidem verum est matrimonium, perstare debet, omni noque perstat perpetuus ille nexus, qui a prima origine divino iure matrimonio ita cohaeret, ut nulli subsit civili potestati. Atque adeo quodcumque matrimonium contrahi dicatur, vel ita contrahitur ut reapse sit verum matrimonium, tumque adiunctum habebit perpetuum illum nexum divino iure omni vero matrimonio cohaerentem; vel contrahi supponitur sine illo perpetuo nexu, tumque matrimonium non est, sed illicita coniunctio divinae legi ex obiecto repugnans; quae proinde nec iniri potest nec retineri” (1[36]).
1[36]. PIUS VI, Rescript. ad Episc. Agriens., 11 Iul., 1789 [1789 07 11a/4].
1930 12 31 0035
[35.–] Quod si exceptioni, etsi rarissimae, haec firmitas abnoxia videatur, ut in quibusdam coniugiis naturalibus solum inter infideles initis vel, si inter christifideles, ratis illis quidem sed nondum consummatis, ea exceptio non ex hominum voluntate pendet, neque potestatis cuiuslibet mere humanae, sed ex iure divino, cuius una custos atque interpres est Ecclesia Christi. Nulla tamen, neque ullam ob causam, facultas huiusmodi cadere unquam poterit in matrimonium christianum ratum atque consummatum. In eo enim, quemadmodum maritale foe dus plene perficitur, ita maxima quoque ex Dei voluntate firmitas atque indissolubilitas, nulla hominum auctoritate relaxanda, elucet.
1930 12 31 0036
[36.–] Huius autem divinae voluntatis intimam rationem si reverenter investigare velimus, Venerabiles Fratres, facile eam inveniemus in mystica christiani connubii significatione, quae in consummato inter fideles matrimonio plene perfecteque habetur. Teste enim Apostolo, in sua (quam ab initio innuimus) ad Ephesios epistola (2[37]), christianorum connubium perfectissimam illam refert coniunctionem, quae Christum inter et Ecclesiam intercedit: “Sacramentum hoc magnum est, ego autem dico, in Christo et in Ecclesia”: quae quidem coniunctio, quamdiu Christus vivet et Ecclesia per ipsum, nulla profecto separatione unquam dissolvi poterit. Quod etiam Sanctus Augustinus diserte docet his verbis: “Hoc enim custoditur in Christo et Ecclesia, ut vivens cum vivente in aeternum nullo divortio separetur. Cuius Sacramenti tanta observatio est in civitate Del nostri... hoc est in Ecclesia Christi..., ut cum filiorum procreandorum causa, vel nubant feminae, vel ducantur uxores, nec sterilem coniugem fas sit relinquere ut alia fecunda ducatur. Quod si quisquam fecerit, non lege huius saeculi (ubi, interviniente repudio, sine crimine conceditur cum aliis alia copulare connubia; quod etiam sanctum Moysen Dominus propter duritiam cordis illorum Israelitis permisisse testatur); sed lege Evangelii reus est adulterii, sicut etiam illa si alteri nupserit” (1[38]).
2[37]. Ephes. V, 32.
1[38]. S. AUGUST., De nupt. et concup., lib. I, cap. 10 [PL 44, 420].
1930 12 31 0037
[37.–] Quot vero quantaque ex matrimonii indissolubilitate fluant bona, eum fugere non potest qui vel obiter cogitet sive de coniugum prolisque bono sive de humanae societatis salute. Et primum quidem coniuges in hac firmitate certum habent perennitatis signaculum, quod generosa propriae personae traditio et intima suorum animorum consociatio suapte natura tantopere exigit, cum vera caritas finem nesciat (2[39]). Firmum praeterea adstruitur fidae castitati propugnaculum contra infidelitatis incitamenta, si qua interius exteriusve obiciantur; anxio timori num adversitatis aut senectutis tempore alter coniux sit recessurus, quivis praecluditur aditus eiusque loco quieta statuitur certitudo. Servandae item utriusque coniugis dignitati ac mutuo auxilio praestando quam aptissime providetur, cum per insolubile vinculum perpetuo perseverans coniuges continenter admoneantur se non caducarum rerum causa, nec cupiditati ut inservirent, sed ut altiora et perpetua bona sibi mutuo procurarent, nuptiale iniise consortium, quod nisi morte solvi non queat. Liberorum quoque tuitioni et educationi, quae ad multos annos produci debet, optime consulitur, cum gravia et diuturna huius officii onera unitis viribus facilius a parentibus ferantur. Neque minora toti humanae consortioni oriuntur bona. Usu enim cognitum habemus matrimoniorum inconcussam firmitatem uberrimum esse honestae vitae morumque integritatis fontem; hoc autem ordine servato, felicitas salusque rei publicae in tuto positae sunt: nam talis est civitas, quales sunt familiae et homines, ex quibus ea constat, ut corpus ex membris. Quapropter, cum de privato coniugum et prolis, tum de publico societatis humanae bono optime merentur, qui inviolabilem matrimonii firmitatem strenue defendunt.
2[39]. I Cor. XIII, 8.
1930 12 31 0038
[38.–] Verum hoc sacramenti bono, praeter indissolubilem firmitatem, multo etiam celsiora emolumenta continentur, per ipsam Sacramenti vocem aptissime designata; christianis enim hoc non inane et vacuum est nomen, cum Christus Dominus “Sacramentorum institutor atque perfector” (1[40]), suorum fidelium matrimonium ad verum et proprium Novae Legis Sacramentum provehendo, illud re vera effecerit peculiaris illius interioris gratiae signum et fontem, qua eius “naturalem illum amorem perficeret, et indissolubilem unitatem confirmaret, coniugesque sanctificaret” (2[41]).
1[40]. Conc. Trident., sess. XXIV [1563 11 11a/3].
2[41]. Conc. Trident., sess. XXIV [1563 11 11a/3].
1930 12 31 0039
[39.–] Et quoniam Christus ipsum coniugalem inter fideles validum consensum signum gratiae constituit, ratio Sacramenti cum christiano coniugio tam intime coniungitur, ut nullum inter baptizatos verum matrimonium esse possit, “quin sit eo ipso Sacramentum” (3[42]).
3[42]. Cod. iur. can., c. 1012 [1917 05 27/1012].
1930 12 31 0040
[40.–] Cum igitur sincero animo fideles talem consensum praestant, aperiunt sibi sacramentalis gratiae thesaurum, ex quo supernaturales vires hauriant ad officia et munera sua fideliter, sancte, perseveranter ad mortem usque adimplenda.
1930 12 31 0041
[41.–] Hoc enim Sacramentum, in iis qui obicem, ut aiunt, non opponunt, non solum permanens vitae supernaturalis principium, gratiam scilicet sanctificantem, auget, sed etiam peculiaria addit dona, bonos animi motus, gratiae germina, naturae vires augendo ac perficiendo, ut coniuges non ratione tantum intelligere, sed intime sapere firmiterque tenere, efficaciter velle et opere perficere valeant quidquid ad statum coniugalem eiusque fines et officia pertinet; ius denique iis concedit ad actuale gratiae auxilium toties impetrandum, quotiescumque ad munera huius status adimplenda eo indigent.
1930 12 31 0042
[42.–] Attamen, cum divinae providentiae in ordine supernaturali lex sit ut homines ex Sacramentis, quae post adeptum rationis usum recipiant, fructum plenum non colligant, nisi gratiae respondeant, gratia matrimonii magna ex parte talentum inutile, in agro reconditum, manebit, nisi coniuges supernaturales vires exerceant ac recepta gratiae semina colant atque evolvant. Si autem, faciendo quod in se est, ad gratiam se dociles praebeant, sui status onera ferre atque officia implere poterunt eruntque tanto Sacramento roborati et sanctificati et quasi consecrati. Nam, ut Sanctus Augustinus docet, sicut per Baptismun et Ordinem homo deputatur et iuvatur sive ad vitam christiano more degendam sive ad sacerdotale munus gerendum, eorumque sacramentali auxilio nunquam destituitur, eodem fere modo (quamquam non per characterem sacramentalem), fideles, qui semel matrimonii vinculo iuncti fuerint, eius sacramentali adiutorio ac ligamine privari nunquam possunt. Quin immo, ut addit idem Sanctus Doctor, vinculum illud sacrum, etiam adulteri facti, secum trahunt, quamquam non iam ad gratiae gloriam, sed ad noxam criminis, “sicut apostata anima, velut de coniugio Christi recedens, etiam fide perdita, Sacramentum fidei non amittit, quod lavacro regenerationnis accepit” (1[43]).
1[43]. S. AUGUST., De nupt. et concup., lib. I, cap. 10 [PL 44, 420].
1930 12 31 0043
[43.–] Iidem vero coniuges, aureo Sacramenti ligamine non constricti sed ornati, nom impediti sed roborati, omnibus viribus ad hoc nitantur, ut suum connubium non solum per Sacramenti vim et significationem, sed etiam per ipsorum mentem ac mores sit semper et maneat viva imago fecundissimae illius unionis Christi cum Ecclesia, quae est venerandum profecto perfectissimae caritatis mysterium.
1930 12 31 0044
[44.–] Quae omnia, Venerabiles Fratres, si attento animo et viva fide perpendantur, si eximia haec matrimonii bona, proles, fides, sacramentum, debita luce illustrentur, nemo potest divinam sapientiam et sanctitatem et benignitatem non admirari, quae cum dignitati ac felicitati coniungum, tum humani generis conservationi propagationique, in sola nuptialis foederis casta sacraque consortione procurandae, tam copiose providerit.
1930 12 31 0044b
1930 12 31 0045
II
[45.–] Quo libentius tantam casti connubii praestantiam perpendimus, Venerabiles Fratres, eo magis Nobis dolendum videtur, quod divinum hoc institutum, nostra potissimum aetate, spretum saepe ac passim abiectum conspicimus.
1930 12 31 0046
[46.–] Non iam enim occulte neque in tenebris, sed palam, quovis pudoris sensu deposito, qua voce qua scriptis, scaenicis cuiusque generis ludis, fabulis romanensibus, amatoriis ludicrisque narrationibus, cinematographicis quae dicuntur imaginibus, radiophonicis orationibus, omnibus denique recentioris scientiae inventis, matrimonii sanctitas vel conculcatur vel deridetur; divortia, adulteria, turpissima quaeque vitia aut laudibus extolluntur aut saltem iis depinguntur coloribus, ut ab omni culpa et infamia vindicari videantur. Nec desunt libri, quos scientificos praedicare non verentur, sed qui re vera non raro solum quodam scientiae fuco idcirco illiti sunt, quo faciliorem inveniant sese insinuandi viam. Quae autem in iis propugnantur doctrinae, eae venditantur tamquam recentioris ingenii portenta, illius nimirum ingenii, quod, veritatis unice studiosum, praeiudicatas quaslibet veterum opiniones abdicasse perhibetur, quodque inter has obsoletas opiniones etiam traditam de coniugio christianam doctrinam amandat atque relegat.
1930 12 31 0047
[47.–] Et instillantur haec omne genus hominibus, divitibus et egenis, operariis et heris, doctis et indoctis, solutis et connubio ligatis, Dei cultoribus et osoribus, adultis et iuvenibus; his praesertim, utpote faciliori captu praedae, peiores struuntur insidiae.
1930 12 31 0048
[48.–] Non omnes quidem novarum huiusmodi doctrinarum fautores ad extrema quaeque indomitae libidinis consectaria devehuntur: sunt qui, medio quasi itinere consistere enisi, in quibusdam tantum divinae naturalisque legis praeceptis aliquid nostris temporibus concedendum putent. Sed hi quoque, plus minusve conscii, emissarii sunt illius inimici nostri, qui semper conatur zizania superseminare in medio tritici (1[44]). Nos igitur, quos Paterfamilias agri sui custodes posuit, quosque sacrosanctum urget officium cavendi ne bonum semen herbis nocentibus opprimatur, Nobismet ipsis a Spiritu Sancto dicta existimamus gravissima, quibus Apostolus Paulus dilectum suum Timotheum hortabatur verba: “Tu vero vigila... Ministerium tuum imple... Praedica verbum, insta opportune, importune, argue, obsecra, increpa in omni patientia et doctrina (2[45]).
1[44]. Cfr. Matth. XIII, 25.
2[45]. II Tim. IV, 2-5.
1930 12 31 0049
[49.–] Et quoniam, ut inimici fraudes vitari possint, detegi eas ante necesse est, multumque iuvat eius fallacias incautis denuntiare, quamvis profecto mallemus huiusmodi flagitia nec nominare “sicut decet Sanctos” (3[46]), propter animarum tamen bonum et salutem, ea penitus silere non possumus.
3[46]. Ephes. V, 3.
1930 12 31 0050
[50.–] Ut igitur ab horum malorum fontibus incipiamus, praecipua eorum radix in eo est quod matrimonium non ab Auctore naturae institutum neque a Christo Domino in veri Sacramenti dignitatem evectum, sed ab hominibus inventum vocitent. In natura ipsa eiusque legibus alii se nihil matrimonii invenisse asseverant, sed deprehendisse tantum procreandae vitae facultatem ad eamque quoquo pacto satiandam impulsum vehementem; alii tamen initia quaedam ac veluti germina veri connubii in hominis natura inveniri agnoscunt, quatenus, nisi stabili quodam vinculo consocientur homines, dignitati coniugum et naturali prolis propagandae et educandae fini bene provisum non esset. Nihilominus hi quoque docent matrimonium ipsum, quippe quod illa germina excedat, variis concurrentibus causis, sola hominum mente inventum, sola hominum voluntate esse institutum.
1930 12 31 0051
[51.–] Quanto opere autem hi omnes errent quamque turpiter ab honestate deflectant, iam ex his constat quae de origine ac natura coniugii, de finibus bonisque in eo insitis Nostris his Litteris exposuimus. Perniciosissima vero haec commenta esse, ex consectariis etiam elucet, quae ipsi illorum defensores inde deducunt: leges, instituta ac mores quibus connubium regatur, cum sola hominum voluntate sint parta, ei soli subesse, ideoque pro humano lubitu et humanarum rerum vicissitudinibus condi, immutari, abrogari et posse et debere; generativam autem vim, quippe quae in ipsa natura nitatur, et sacratiorem esse et latius patere quam matrimonium: exerceri igitur posse tam extra quam intra connubii claustra, etiam neglectis matrimonii finibus, quasi scilicet impudicae mulieris licentia eisdem fere gaudeat iuribus, quibus legitimae uxoris casta maternitas.
1930 12 31 0052
[52.–] Hisce principiis innixi, quidam eo devenerunt, ut nova effingerent coniunctionum genera, ad praesentes hominum ac temporum rationes, ut opinatur, accommodata, quae totidem novas matrimonii species esse volunt: aliud ad tempus, aliud ad experimentum, aliud amicale quod plenam matrimonii licentiam omniaque iura sibi vindicat, dempto tamen indissolubili vinculo et prole exclusa, nisi partes suam vitae communionem et consuetudinem in pleni iuris matrimonium deinde converterint.
1930 12 31 0053
[53.–] Immo non desunt qui velint et instent ut etiam legibus huiusmodi portenta probentur aut saltem publicis populorum usibus institutisque excusentur; et ne suspicari quidem videntur talia nihil sane habere recentioris culturae de qua tantopere gloriantur, sed nefandas esse corruptelas, quae ad barbaros quarumdam ferarum gentium usus etiam cultas nationes procul dubio redigerent.
1930 12 31 0054
[54.–] Sed, ut ad singula iam, Venerabiles Fratres, tractanda accedamus, quae singulis matrimonii bonis opponuntur, primum de prole sit sermo, quam multi molestum connubii onus vocare audent, quamque a coniugibus, non per honestam continentiam (etiam in matrimonio, utroque consentiente coniuge, permissam) sed vitiando naturae actum, studiose arcendam praecipiunt. Quam quidem facinorosam licentiam alii sibi vindicant, quod prolis pertaesi solam sine onere voluptatem explere cupiunt, alii quod dicunt se neque continentiam servare, neque ob suas vel matris vel rel familiaris difficultates prolem admittere posse.
1930 12 31 0055
[55.–] At nulla profecto ratío, ne gravissima quidem, efficere potest, ut quod intrinsece est contra naturam, id cum natura congruens et honestum fiat. Cum autem actus coniugii suapte natura proli generandae sit destinatus, qui, in eo exercendo, naturali hac eum vi atque virtute de industria destituunt, contra naturam agunt et turpe quid atque intrinsece inhonestum operantur.
1930 12 31 0056
[56.–] Quare mirum non est, ipsas quoque Sacras Litteras testari Divinam Maiestatem summo prosequi odio hoc nefandum facinus illudque interdum morte puniisse, ut memorat Sanctus Augustinus: “Illicite namque et turpiter etiam cum legitima uxore concumbitur, ubi prolis conceptio devitatur. Quod faciebat Onan, filius Iudae, et occidit illum propter hoc Deus” (1[47]).
1[47]. S. AUGUST., De coniug. adult., lib. II, n. 12 [PL 40, 479]; cfr. Gen. XXXVIII, 8-10; S. Poenitent., 3 April., 3 Iun. 1916 [1916 04 03/1-2]; 1916 06 03/1-3].
1930 12 31 0057
[57.–] Cum igitur quidam, a christiana doctrina iam inde ab initio tradita neque umquam intermissa manifesto recedentes, aliam nuper de hoc agendi modo doctrinam sollemniter praedicandam censuerint, Ecclesia Catholica, cui ipse Deus morum integritatem honestatemque docendam et defendendam commisit in media hac morum ruina posita, ut nuptialis foederis castimoniam a turpi hac labe immunem servet, in signum legationis suae divinae, altam per os Nostrum extollit vocem atque denuo promulgat: quemlibet matrimonii usum, in quo exercendo, actus, de industria hominum, naturali sua vitae procreandae vi destituatur, Dei et naturae legem infringere, et eos qui tale quid commiserint gravis noxae labe commaculari.
1930 12 31 0058
[58.–] Sacerdotes igitur, qui confessionibus audiendis dant operam, aliosque qui curam animarum habent, pro suprema Nostra auctoritate et omnium animarum salutis cura, admonemus, ne circa gravissimam hanc Dei legem fideles sibi commissos errare sinant, et multo magis, ut ipsi se ab huiusmodi falsis opinionibus immunes custodiant, neve in iis ullo modo conniveant. Si quis vero Confessarius aut animarum Pastor, quod Deus avertat, fideles sibi creditos aut in hos errores ipsemet induxerit, aut saltem sive approbando sive dolose tacendo in iis confirmarit, sciat se Supremo ludici Deo de muneris proditione severam redditurum esse rationem sibique dicta existimet Christi verba: “Caeci sunt, et duces caecorum: caecus autem, si caeco ducatum praestet, ambo in foveam cadunt” (2[48]).
2[48]. Matth. XV, 14; S. Offic., 1 Dic. 1922 [1922 12 01/1-3].
1930 12 31 0059
[59.–] Causae vero, ob quas matrimonii malus usus defenditur, non raro –ut de iis quae turpes sunt taceamus–, fictae aut exaggeratae proferuntur. Nihilominus pia Mater Ecclesia optime intelligit atque persentit quae de matris sanitate, vita periclitantis, dicuntur. Ecquis nisi miserenti animo haec perpendere possit? Quis non summa afficiatur admiratione, si quando matrem cernat vix non certae sese morti, heroica fortitudine, offerentem, ut proli semel conceptae vitam conservet? Quod ipsa fuerit perpessa ut naturae officium plene impleret, id unus Deus ditissimus et miserentissimus retribuere poterit, dabitque profecto mensuram non tantum confertam sed supereffluentem (1[49]).
1[49]. Luc. VI, 38.
1930 12 31 0060
[60.–] Optime etiam novit Sancta Ecclesia, non raro alterum ex coniugibus pati potius quam patrare peccatum, cum ob gravem omnino causam perversionem recti ordinis permittit, quam ipse non vult, eumque ideo sine culpa esse, modo etiam tunc caritatis legem meminerit et alterum a peccando arcere et removere ne negligat. Neque contra naturae ordinem agere ii dicendi sunt coniuges, qui iure suo recta et naturali ratione utuntur, etsi ob naturales sive temporis sive quorundam defectuum causas nova inde vita oriri non possit. Habentur enim tam in ipso matrimonio quam in coniugalis iuris usu etiam secundarii fines, ut sunt mutuum adiutorium mutuusque fovendus amor et concupiscentiae sedatio, quos intendere coniuges minime vetantur, dummodo salva semper sit intrinseca illius actus natura ideoque eius ad primarium finem debita ordinatio.
1930 12 31 0061
[61.–] Vehementer item Nos percellunt illorum coniugum gemitus, qui, dura egestate oppressi, gravissimam in alendis liberis difficultatem patiuntur.
1930 12 31 0062
[62.–] At cavendum omnino est ne funestae externarum rerum conditiones multo funestiori errori occasionem praebeant. Nullae enim exsurgere possunt difficultates quae mandatorum Dei, actus, ex interiore natura sua malos, vetantium, obligationi derogare queant; in omnibus vero rerum adiunctis semper possunt coniuges, gratia Dei roborati, suo munere fideliter fungi et castitatem a turpi hac macula illibatam in coniugio conservare; nam stat fidei christianae veritas, Synodi Tridentinae magisterio expressa: “Nemo temeraria illa et a Patribus sub anathemate prohibita voce uti [debet], Dei praecepta homini iustificato ad observandum esse impossibilia. Nam Deus impossibilia non iubet, sed iubendo monet et facere quod possis, et petere quod non possis, et adiuvat ut possis” (1[50]). Eademque doctrina iterum sollemniterque praecepta est ab Ecclesia et confirmata in damnatione haeresis iansenianae, quae contra Dei bonitatem haec blasphemare erat ausa: “Aliqua Dei praecepta hominibus iustis volentibus et conantibus, secundum praesentes, quas habent, vires, sunt impossibilia: deest quoque illis gratia, qua possibilia fiant” (2[51]).
1[50]. Concil. Trident., sess. VI, cap. 11 [DS, 1536].
2[51]. Const. Apost. Cum occasione, 31 Maii 1653, prop. 1 [DS, 2001].
1930 12 31 0063
[63.–] Sed aliud, etiam, Venerabiles Fratres, gravissimum commemorandum est facinus, quo vita prolis, in sinu materno reconditae, attentatur. Id autem permissum volunt alii et matris patrisve beneplacito relictum; alii tamen illicitum dicunt, nisi pergraves accedant causae, quas medicae, socialis, eugenicae indicationis nomine appellant. Hi omnes quod ad poenales reipublicae leges attinet, quibus genitae necdum natae prolis peremptio prohibetur, exigunt, ut quam singuli, alii aliam, defendunt indicationem, eandem etiam leges publicae agnoscant et ab omni poena liberam declarent. Immo nec desunt qui postulent, ut ad has letiferas sectiones magistratus publici praebeant auxiliatrices manus; id quod; proh dolor!, alicubi quam frequentissime fieri omnibus notum est.
1930 12 31 0064
[64.–] Quod vero attinet ad “indicationem medicam et therapeuticam” –ut eorum verbis utamur– iam diximus, Venerabiles Fratres, quantopere Nos misereat matris, cui ex naturae officio gravia imminent sanitatis, immo ipsius vitae pericula: at quae possit umquam causa valere ad ullo modo excusandam directam innocentis necem? De hac enim hoc loco agitur. Sive ea matri infertur sive proli, contra Dei praeceptum est vocemque naturae: “Non occides!” (1[52]). Res enim aeque sacra utriusque vita, cuius opprimendae nulla esse unquam poterit ne publicae quidem auctoritati facultas. Ineptissime autem haec contra innocentes repetitur e iure gladii, quod in solos reos valet; neque ullum viget hic cruentae defensionis ius contra iniustum aggressorem (nam quis innocentem parvulum iniustum aggressorem vocet?); neque ullum adest “extremae necessitatis ius” quod vocant, quodque usque ad innocentis directam occisionem pervenire possit. In utraque igitur et matris et prolis vita tuenda ac servanda probi expertique medici cum laude enituntur; contra, nobili medicorum nomine et laude indignissimos se ii probarent, quotquot alterutri, per speciem medicandi, vel falsa misericordia moti, ad mortem insidiarentur.
1[52]. Exod. XX, 13; cfr. Decr. S. Offic. 6 Maii 1898 [1898 05 06/1-3], 24 Iulii 1895 [ASS 28 (1895/96), 383-384], 31 Maii 1884 [1884 05 31/1].
1930 12 31 0065
[65.–] Quae quidem plane severis consonant verbis quibus Episcopus Hipponensis in coniuges depravatos invehitur, qui proli quidem praecavere student, at, si nullo exitu, nefarie eam interimere non verentur: “Aliquando eo usque, inquit, pervenit haec libidionosa crudelitas vel libido crudelis, ut etiam sterilitatis venena procuret, et si nihil valuerit, conceptos fetus aliquo modo intra viscera exstinguat ac fundat, volendo suam prolem prius interire quam vivere, aut si in utero iam vivebat, occidi antequam nasci. Prorsus, si ambo tales sunt, coniuges non sunt: et si ab initio tales fuerunt, non sibi per connubium sed per stuprum potius convenerunt; si autem non ambo sunt tales, audeo dicere: aut illa est quodammodo meretrix mariti, aut ille adulter uxoris (2[53]).
2[53]. S. AUGUST., De nupt. et concupisc., cap. XV [PL 44, 424].
1930 12 31 0066
[66.–] Quae autem afferuntur pro sociali et eugenica indicatione, licitis honestisque modis et intra debitos limites, earum quidem rerum ratio haberi potest et debet; at necessitatibus, quibus eae innituntur, per occisionem innocentium providere velle absonum est praeceptoque divino contrarium, apostolicis etiam verbis promulgato: Non esse facienda mala ut eveniant bona (1[54]).
1[54]. Cfr. Rom. III, 8.
1930 12 31 0067
[67.–] Iis denique, qui apud nationes principatum tenent feruntve leges, oblivioni dare non licet auctoritatis publicae esse, congruis legibus poenisque, innocentium vitam defendere, idque eo magis, quo minus ii, quorum vita periclitatur et impugnatur, se ipsi defendere valent, inter quos primum sane locum tenent infantes in visceribus maternis abditi. Quod si publici magistratus parvulos illos non solum non tueantur, sed, legibus suisque ordinationibus, permittant atque adeo tradant medicorum aliorumve manibus occidendos, meminerint Deum iudicem esse et vindicem sanguinis innocentis, qui de terra clamat ad caelum (2[55]).
2[55]. Cfr. Gen. IV, 10.
1930 12 31 0068
[68.–] Reprobetur denique oportet perniciosus ille usus, qui proxime quidem naturale hominis ius ad matrimonium ineundum spectat, sed ad prolis quoque bonum vera quadam ratione pertinet. Sunt enim, qui, de finibus eugenicis nimium solliciti, non solum salubria quaedam dent consilia ad futurae prolis valetudinem ac robur tutius procurandum –quod rectae rationi utique contrarium non est– sed cuilibet alii etiam altioris ordinis fini eugenicum anteponant, et coniugio auctoritate publica prohiberi velint eos omnes ex quibus, secundum disciplinae suae normas et coniecturas, propter hereditariam transmissionem, mancam vitiosamque prolem generatum iri censent, etiamsi iidem sint ad matrimonium ineundum per se apti. Quin immo naturali illa facultate, ex lege, eos, vel invitos, medicorum opera privari volunt; neque id ad cruentam sceleris commissi poenam publica auctoritate repetendam, vel ad futura eorum crimina praecavenda, licebit, scilicet contra omne ius et fas ea magistratibus civilibus arrogata facultate, quam numquam habuerunt nec legitime habere possunt.
1930 12 31 0069
[69.–] Quicumque ita agunt, perperam dant oblivioni sanctiorem esse familiam Statu, hominesque in primis non terrae et tempori, sed caelo et aeternitati generari. Et fas profecto non est homines, matrimonii ceteroqui capaces, quos, adhibita etiam omni cura et diligentia, nonnisi mancam genituros esse prolem conicitur, ob eam causam gravi culpa onerare si coniugium contrahant, quamquam saepe matrimonium iis dissuadendum est.
1930 12 31 0070
[70.–] Publici vero magistratus in subditorum membra directam potestatem habent nullam; ipsam igitur corporis integritatem, ubi nulla intercesserit culpa nullaque adsit cruentae poenae causa, directo lae dere et attingere nec eugenicis nec ullis aliis de causis possunt unquam. Idem docet Sanctus Thomas Aquinas, cum, inquirens num humani iudices ad futura mala praecavenda hominem possint malo quodam plectere, id quidem concedit quod ad quaedam alia mala, sed iure meritoque negat quod ad corporis laesionem: Numquam secundum humanum iudicium aliquis debet puniri, sine culpa, poena flagelli, ut occidatur, vel mutiletur vel verberetur (1[56]).
1[56]. Summ. theolog., 2a 2ae, q. 108 a. 4 ad 2m.
1930 12 31 0071
[71.–] Ceterum, quod ipsi privati homines in sui corporis membra dominatum alium non habeant quam qui ad eorum naturales fines pertineat, nec possint ea destruere aut mutilare aut alia via ad naturales functiones se ineptos reddere, nisi quando bono totius corporis aliter provideri nequeat, id christiana doctrina statuit atque ex ipso humanae rationis lumine omnino constat.
1930 12 31 0072
[72.–] Iam ut ad alterum caput errorum, quod fidem coniugii respicit, veniamus, quidcumque in prolem peccatur, consequens est in fidem quoque coniugii peccari quodammodo, cum alterum alteri sit connexum matrimonii bonum. At totidem praeterea contra coniugii fidem singillatim enumeranda sunt errorum et corruptelarum capita, quot eadem fides complectitur domesticas virtutes: castam scilicet utriusque coniugis fidelitatem, uxoris honestam viro obtemperationem, firmam denique germanamque inter utrumque caritatem.
1930 12 31 0073
[73.–] Fidelitatem igitur primo corrumpunt, qui huius temporis opinionibus ac moribus de falsa quadam nec innocua amicitia cum extraneis indulgendum putant, et maiorem quandam in mutuis hisce rationibus sentiendi atque agendi licentiam coniugibus concedendam esse asserunt, idque eo magis quod (ut autumant) non pauci habeant congenitam indolem sexualem, cui intra angustos connubii monogamici limites satisfacere non possint. Quapropter honestorum coniugum rigidum illum animi habitum, qui omnem cum extraneis libidinosum affectum et actum damnat et recusat, obsoletam quandam esse censent mentis animique debilitatem, aut abiectam et vilem obtrectationem seu zelotypiam; et ideo, quaecumque de fide coniugali retinenda latae fuerint poenales reipublicae leges, eas irritas esse volunt, aut certe irritandas.
1930 12 31 0074
[74.–] Nobilis quidem castorum coniugum animus commenta haec, vel sola natura duce, ut vana et turpia respuit profecto atque contemnit; et hanc naturae vocem approbat sane atque confirmat cum Dei mandatum Non moechaberis1[57], tum illud Christi: Omnis, qui viderit mulierem ad concupiscendum eam, iam moechatus est eam in corde suo2[58]. Nullae autem humanae consuetudines vel exempla prava, nullaque progressae humanitatis species poterunt unquam huius divini praecepti vim infirmare. Nam quemadmodum unus idemque Iesus Christus heri et hodie ipse et in saecula (1[59]), ita una eademque Christi doctrina permanet, ex qua ne unus quidem apex praeteribit, donec omnia fiant (2[60]).
1[57]. Exod. XX, 14.
2[58]. Matth. V, 28.
1[59]. Hebr. XIII, 8.
2[60]. Cfr. Matth. V, 18.
1930 12 31 0075
[75–] Quicumque vero nuptialis fidei et castimoniae nitorem scribendo dicendoque obscurant, iidem errorum magistri fidam honestamque mulieris viro obtemperationem facile labefactant. Audacius etiam complures ex iis indignam illam esse alterius coniugis erga alterum servitutem effutiunt; aequalia inter coniuges omnia esse iura; quae cum unius servitute violentur, quandam mulieris emancipationem superbissime praedicant peractam esse vel peragendam. Hanc autem triplicem, sive in domestica societate regenda, sive in re familiari administranda, sive in prolis vita arcenda vel perimenda, statuunt, et socialem, oeconomicam, physiologicam vocant: physiologicam quidem, quatenus mulieres ab oneribus uxoris, sive coniugalibus, sive maternis, pro sua libera voluntate solutas aut solvendas volunt (hanc autem non emancipationem, sed nequam facinus esse iam satis diximus); oeconomicam vero, qua volunt mulierem, etiam inscio et repugnante viro, libere posse sua sibi negotia habere, gerere, administrare, liberis, marito familiaque tota posthabitis; socialem denique, quatenus ab uxore curas domesticas sive liberorum sive familiae removent, ut, iis neglectis, suo ingenio indulgere valeat, et negotiis officiisque etiam publicis addicatur.
1930 12 31 0076
[76.–] At ne haec quidem est vera mulieris emancipatio neque illa rationi congruens et dignissima libertas, quae christianae nobilisque mulieris et uxoris muneri debetur; potius est muliebris ingenii et maternae dignitatis corruptio et totius familiae perversio, qua maritus privatur uxore, proles matre, domus familiaque tota vigili semper custode. Quin immo in ipsius mulieris perniciem vertitur haec falsa libertas et non naturalis cum viro aequalitas; nam si mulier ab regia illa descendit sede, ad quam per Evangelium intra domesticos parietes evecta est, brevi in veterem servitutem (sin minus specie, re tamen vera) redigetur, fietque, ut apud ethnicos erat, merum viri instrumentum.
1930 12 31 0077
[77.–] Aequalitas autem illa iurium, quae tantopere exaggeratur et praetenditur, in iis quidem agnosci debet, quae propria sunt personae ac dignitatis humanae, quaeque nuptialem pactionem consequuntur et coniugio sunt insita; in iisque profecto uterque coniux eodem omnino iure gaudet eodemque debito tenetur; in ceteris, inaequalitas quaedam et temperatio adesse debet, quam familiae bonum ac debita domesticae societatis et ordinis unitas firmitasque postulant.
1930 12 31 0078
[78.–] Sicubi tamen sociales et oeconomicae condiciones mulieris nuptae, ob mutatos conversationum humanarum modos et usus, aliquo pacto mutari debent, auctoritatis publicae est, civilia uxoris iura ad huius temporis necessitates et indigentias aptare, habita quidem ratione eorum, quae exigunt diversa sexus feminei indoles naturalis, morum honestas, commune familiae bonum, modo etiam essentialis ordo societatis domesticae incolumis maneat, qui altiore quam humana, id est, divina auctoritate atque sapientia conditus est, et nec legibus publicis nec privatis beneplacitis mutari potest.
1930 12 31 0079
[79.–] Sed ulterius etiam progrediuntur recentiores coniugii osores, eo quod germano solidoque amori, coniugalis felicitatis et intimae dulcedinis fundamento, caecam quandam sufficiunt indolis convenientiam consensionemque ingenii, quam sympathiam vocant; qua cessante, relaxari vinculum docent quo solo uniuntur animi, ac plene dissolvi. Qui hoc erit aliud nisi domum super arenam aedificare? Quam, cum primum obiecta fuerit adversitatum fluctibus, ait Christus Dominus labefactandam esse continuo et collapsuram: “Et flaverunt venti et irruerunt in domum illam, et cecidit et fuit ruina illius magna” (1[61]). At contra, quae supra petram constituta fuerit domus, mutua nempe inter coniuges caritate, et deliberata ac constanti animorum coniunctione solidata, nulla concutietur adversitate, nedum evertatur.
1[61]. Matth. VII, 27.
1930 12 31 0080
[80.–] Praestantissima quidem hactenus duo priora christiani coniugii bona vindicavimus, Venerabiles Fratres, quibus hodierni societatis eversores insidiantur. Sed sicut haec bona tertium, quod sacramenti est, longe antecellit, ita nil mirum quod hanc imprimis excellentiam multo acrius videmus ab iisdem oppugnari. Et primum quidem tradunt, matrimonium rem esse omnino profanam mereque civilem, nec ullo modo religiosae societati, Ecclesiae Christi, sed uni societati civili committendam; tum vero addunt a quovis indissolubili vinculo nuptiale foedus esse liberandum, coniugum secessionibus seu divortiis non modo toleratis, sed lege sancitis; ex quo denique fiet ut, omni spoliatum sanctitate, coniugium in rerum profanarum ac civilium numero iaceat.
1930 12 31 0081
[81.–] Primum illud in eo statuunt, quod actus ipse civilis sit pro vero contractu nuptiali habendus (matrimonium civile id vocitant); actus religiosus autem sit additum quiddam, vel ad summum, plebi superstitiosiori permittendum. Deinde, sine ulla reprehensione volunt ut liceat connubia a catholicis hominibus cum acatholicis misceri, nulla religionis habita ratione neque quaesito religiosae auctoritatis consensu. Alterum, quod sequitur, in perfectis divortiis excusandis ponitur, et in legibus iis civilibus laudandis ac provehendis, quae ipsius vinculi solutioni favent.
1930 12 31 0082
[82.–] Quod ad religiosam cuiusvis coniugii et multo magis christiani matrimonii et sacramenti indolem attinet, cum quae de hac re notanda sunt, Leonis XIII Litteris Encyclicis, quas saepe commemoravimus quasque Nostras quoque diserte iam fecimus, fusius tractentur gravibusque fulciantur argumentis, ad eas hinc remittimus nec nisi perpauca nunc Nobis repetenda ducimus.
1930 12 31 0083
[83.–] Vel solo rationis lumine, maxime si vetusta historiae monumenta investigentur, si constans populorum conscientia interrogetur, si omnium gentium instituta et mores consulantur, satis constat sacrum quiddam ac religiosum inesse in ipso naturali coniugio, “non adventitium sed ingenitum, non ab hominibus acceptum, sed natura insitum”, cum “habeat Deum auctorem, fueritque vel a principio quaedam Incarnationis Verbi Dei adumbratio” (1[62]). Consurgit enim sacra coniugii ratio, quae intime cum religione et sacrarum rerum ordine coniuncta est, cum ex origine illa divina, quam supra commemoravimus, tum ex fine ad ingenerandam educandamque Deo subolem, ac Deo item coniuges christiano amore mutuoque adiumento addicendos; tum denique ex eiusdem naturali coniugii officio, providentissima Dei Conditoris mente instituto, ut quoddam sit transvehendae vitae quasi vehiculum, quo parentes divinae omnipotentiae velut administri inserviunt. Ad haec accedit nova dignitatis ratio ex Sacramento petita, qua matrimonium christianorum evasit longe nobilissimum atque ad tantam excellentiam provectum, ut “mysterium magnum”, “honorabile... in omnibus”, apparuerit Apostolo (2[63]).
1[62]. LEO XIII, Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/11].
2[63]. Cfr. Ephes. V, 32; Hebr. XIII, 4.
1930 12 31 0084
[84.–] Quae religiosa matrimonii indoles, celsaque eius gratiae et coniunctionis Christum inter et Ecclesiam significatio, sanctam ab sponsis postulat erga christianum connubium reverentiam sanctumque studium, ut matrimonium quod ipsi inituri sunt, ad archetypum illud ipsum quam proxime accedat.
1930 12 31 0085
[85.–] At multum in hoc deficiunt, et aliquando non sine salutis aeternae periculo, qui temere mixtas ineunt nuptias, a quibus maternus Ecclesiae amor et providentia, gravissimis de causis, retrahit suos, quemadmodum ex multis apparet documentis, illo Codicis canone comprehensis, qui haec decernit: “Severissime Ecclesia ubique prohibet, ne matrimonium ineatur inter duas personas baptizatas quarum altera sit catholica, altera vero sectae haereticae seu schismaticae adscripta; quod si adsit perversionis periculum coniugis catholici et prolis, coniugium ipsa etiam lege divina vetatur” (1[64]). Quod si Ecclesia interdum, pro temporum, rerum, personarum rationibus, a severioribus his praescriptis (salvo iure divino, et per opportunas cautiones remoto, quantum fieri potest, perversionis periculo) dispensationem non recusat, difficulter tamen fieri potest ut coniux catholicus nonnihil detrimenti ex istis nuptiis non capiat.
1[64]. Cod. iur. can., c. 1060 [1917 05 27/1060].
1930 12 31 0086
[86.–] Unde in prognatos haud raro derivatur lugenda a religione defectio vel saltem praeceps decursus in religiosam illam negligentiam seu, quam vocant, indifferentiam, infidelitati impietatique proximam. Illud etiam accedit quod in mixtis nuptiis multo difficilior reddatur viva illa animorum conformatio, mysterium, quod diximus, arcanam nimirum Ecclesiae cum Christo comunctionem, imitatura.
1930 12 31 0087
[87.–] Facile enim deficiet arctior animorum communio, quae sicuti est Ecclesiae Christi signum et nota, ita christiani coniugii signum sit oportet, decus et ornamentum. Nam distrahi solet aut saltem relaxari animorum vinculum, ubi in rebus ultimis et summis, quas homo veneratur, idest in religionis veritatibus et sensibus, dissimilitudo mentium habetur et voluntatum intercedit diversitas. Ex quo periculum est, ne langueat inter comuges caritas, itemque labefactetur domesticae societatis pax et felicitas, quae ex cordium potissimum unitate proficiscitur. Nam, ut iam ante tot saecula antiquum Ius Romanum definierat: “Nuptiae sunt coniunctio maris et feminae et consortium omnis vitae, divini et humani iuris communicatio” (1[65]).
1[65]. MODESTINUS (in Dig. lib. XXIII, II. De ritu nuptiarum), lib. I, Regularum.
1930 12 31 0088
[88.–] At maxime, ut iam monuimus, Venerabiles Fratres, restitutionem istam perfectionemque matrimonii a Christo Redemptore statutam augescens in dies divortiorum facilitas impedit. Quin immo neopaganismi fautores, tristi rerum usu nihil edocti, in sacram coniugii indissolubilitatem, legesque eam iuvantes, acrius in dies invehi pergunt, ac licere divortia decernendum esse contendunt, ut alia scilicet, eaque humanior, lex obsoletis legibus sufficiatur.
1930 12 31 0089
[89.–] Divortiorum autem causas ii quidem multas in medium proferunt et varias; e personarum vitio seu culpa alias profectas, alias in rebus positas (subiectivas illas, has obiectivas appellant); quaecumque denique individuam vitae societatem asperiorem efficiunt atque ingratam. Has porro causas ac leges multiplici ex capite probari volunt: ex utriusque bono coniugis in primis sive alter innocens est atque a reo propterea secedendi suo iure gaudens, sive sceleribus obnoxius, eaque de causa ab ingrata et coacta coniunctione seiungendus; deinde e bono prolis, quae recta institutione destituitur vel eiusdem fructus amittit, cum nimis facile, e parentum discordiis aliisque male factis offensionem passa, a virtutis via abstrahatur; denique ex communi bono societatis, quod postulet, primo ut ea matrimonia exstinguantur penitus, quae iam nihil valeant ad id assequendum quod natura spectat; dein ut coniugibus discedendi potestas fiat lege, cum ut avertantur crimina quae ex eorumdem coniugum convictu vel consociatione facile essent pertimescenda, tum ne magis in dies ludibrio habeatur iudiciale forum et legum auctoritas, eo quod coniuges, ad exoptatam divortii sententiam impetrandam, aut crimina, ob quae iudex ad normam legis solvere valeat vinculum, consulto committant, aut eadem se commisisse, coram iudice, licet rerum condicionem clare ipse perspiciat, insolenter mentiantur atque peiurent. Quamobrem blateratur, leges omnibus his necessitatibus, mutastique temporum condicionibus, hominum opinionibus, civitatum institutis ac moribus esse omnino conformandas: quae vel singula, maxime vero omnia in unum collecta, facultatem divortiorum certis de causis concedendam prorsus esse luculentissime testentur.
1930 12 31 0090
[90.–] Alii, ulterius mira procacitate progressi, matrimonium utpote contractum mere privatum, consensui item arbitrioque privato utriusque contrahentis, ut fit in ceteris privatis contractibus, prorsus esse relinquendum opinantur, quavis propterea de causa dissolvendum.
1930 12 31 0091
[91.–] Verum, contra has quoque insanias omnes stat, Venerabiles Fratres, una lex Dei certissima, a Christo amplissime confirmata, nullis hominum decretis vel scitis populorum, nulla legumlatorum voluntate debilitanda: “Quod Deus coniunxit, homo non separet” (1[66]). Quod quidem si iniuria homo separaverit, irritum id prorsus fuerit; iure propterea, ut plus semel vidimus, Christus ipse asseveravit: “Omnis qui dimittit uxorem suam et alteram ducit, moechatur; et qui dimissam a viro ducit, moechatur” (2[67]). Et haec Christi verba quodcumque respiciunt matrimonium, etiam naturale tantum et legitimum; omni enim vero matrimonio convenit illa indissolubilitas, qua illud partium beneplacito el omni saeculari potestati, ad vinculi solutionem quod pertinet, est omnino subtractum.
1[66]. Matth. XIX, 6.
2[67]. Luc. XVI, 18.
1930 12 31 0092
[92.–] Memoria item renovanda est sollemnis iudicii, quo Concilium Tridentinum sub poena anathematis haec reprobavit: “Si quis dixerit propter haeresim aut molestam cohabitationem aut affectatam absentiam a coniuge dissolvi posse matrimonii vinculum: anathema sit” (3[68]); et: “Si quis dixerit, Ecclesiam errare, cum docuit et docet, iuxta evangelicam et apostolicam doctrinam propter adulterium alterius coniugum matrimonii vinculum non posse dissolvi, et utrumque, vel etiam innocentem, qui causam adulterio non dedit, non posse, altero coniuge vivente, aliud matrimonium contrahere, moecharique eum, qui, dimissa adultera, aliam duxerit, et eam, quae, dimisso adultero, alii nupserit: anathema sit” (1[69]).
3[68]. Concil. Trid., sess. XXIV, c. 5 [1563 11 11b/5].
1[69]. Concil. Trid., sess. XXIV, c. 7 [1563 11 11b/7].
1930 12 31 0093
[93.–] Quod si non erravit neque errat Ecclesia, cum haec docuit et docet, ideoque certum omnino est matrimonii vinculum ne ob adulterium quidem dissolvi posse, in comperto est reliquas tanto debiliores, quae afferri solent, divortiorum causas multo minus valere nihilique prorsus esse faciendas.
1930 12 31 0094
[94.–] Ceterum quae supra contra vinculi firmitatem e triplici illo capite obiiciunt, ea facile dissolvuntur. Incommoda enim illa omnia arcentur ac pericula propulsantur, si quando, in extremis illis adiunctis, discessio permittatur coniugum imperfecta, id est incolumi atque integro vinculo, quam lex ipsa Ecclesiae concedit claris canonum verbis, quae de separatione tori et mensae et habitationis decernunt (2[70]). lam secessionis huiusmodi causas, conditiones, modum simul et cautelas, quibus et liberorum institutioni et familiae incolumitati fiat satis, atque incommoda item omnia, sive ea coniugi, sive proli, sive ipsi civili communitati impendent, quoad poterit, praecaveantur, legum erit sacrarum statuere, et ex parte saltem, etiam civilium legum, pro civilibus scilicet rationibus atque effectibus.
2[70]. Cod. iur. can., cc. 1128 sqq. [1917 05 27/1128 ss].
1930 12 31 0095
[95.–] Quaecumque autem ad firmitatem coniugii indissolubilem asserendam afferri solent et supra attigimus, constat eadem eodemque iure valere sive ad necessitatem facultatemque divortiorum excludendam, sive ad potestatem ea concedendi cuilibet magistratui negandam; quot item pro priore illa stant praeclara emolumenta, totidem contra apparent in altera parte detrimenta, cum singulis tum universae hominum societati perniciosissima.
1930 12 31 0096
[96.–] Atque, ut iterum sententiam decessoris Nostri afferamus, quantam materiam bonorum in se coniugii indissolubilis firmitas contineat, tantam malorum segetem divortia complecti, vix attinet dicere. Hinc videlicet, incolumi vinculo, tuta ac secura matrimonia conspicimus, illinc, coniugum secessionibus propositis vel ipsis divortiorum periculis obiectis, ipsa foedera nuptialia mutabilia aut certe anxiis obnoxia fieri suspicionibus. Hinc mutua benevolentia consociatioque bonorum confirmata mirifice; illinc, ex ipsa secessionis facta potestate, extenuata miserrime. Hinc coniugum castae fidei addita peropportuna praesidia; illinc infidelitati perniciosa incitamenta suppeditata. Hinc liberorum susceptio, tuitio, educatio provecta efficaciter; illinc gravioribus usque detrimentis affecta. Hinc inter familias cognatosque discordiis multiplex praeclusus aditus; illinc discordiarum occasio oblata frequentius. Hinc facilius oppressa, illinc iacta copiosius multoque latius semina simultatum. Hinc potissimum dignitas officiumque mulierum, in societate sive domestica sive civili, redintegrata feliciter ac restituta; illinc indigne depressa, siquidem in periculum coniciuntur uxores “ne cum libidini virorum inservierint, pro derelictis habeantur” (1[71]).
1[71]. LEO XIII, Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/17].
1930 12 31 0097
[97.–] Et quoniam ad perdendas familias, ut iam Leonis XIII gravissimis verbis concludamus, “frangendasque regnorum opes nihil tam valet, quam corruptela morum; facile perspicitur, prosperitati familiarum ac civitatum maxime inimica esse divortia, quae a depravatis populorum moribus nascuntur, ac, teste rerum usu, ad vitiosiores vitae privatae et publicae consuetudines aditum ianuamque patefaciunt. Multoque esse graviora haec mala constabit, si consideretur, frenos nullos futuros tantos qui concessam semel divortiorum facultatem valeant intra certos, aut ante provisos, limites coercere. Magna prorsus est vis exemplorum, maior cupiditatum: hisce incitamentis fieri debet, ut divortiorum libido latius quotidie serpens, plurimorum animos invadat, quasi morbus contagione vulgatus, aut agmen aquarum, superatis aggeribus, exundans” (1[72]).
1[72]. Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/17].
1930 12 31 0098
[98.–] Ideoque, ut in iisdem Litteris legitur, “nisi consilia mutentur, perpetuo sibi metuere familiae et societas humana debebunt, ne miserrime coniciantur in ... rerum omnium certamen atque discrimen” (2[73]). Quae quidem omnia quam vere ante quinquaginta annos praenuntiata fuerint, abunde confirmat crescens in dies morum corruptio et inaudita familiae depravatio in iis regionibus, ubi Communismus plene dominatur.
2[73]. Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/18].
1930 12 31 0098b
1930 12 31 0099
III
[99.–] Quid sapientissimus nostri generis Creator ac Redemptor de humano coniugio statuerit, Venerabiles Fratres, huc usque venerabundi admirati sumus, simulque doluimus tam pium divinae Bonitatis consilium ab humanis cupiditatibus, erroribus, vitiis frustrari conculcarique nunc passim. Consentaneum igitur est ut animum Nostrum paterna quadam cum sollicitudine ad opportuna invenienda remedia convertamus, quibus perniciosissimi quos recensuimus abusus tollantur et debita matrimonio reverentia ubique restituatur.
1930 12 31 0100
[100.–] Ad quod in primis iuvat certissimum illud in memoriam revocare, quod in sana philosophia atque adeo in sacra theologia sollemne est: quaecumque nimirum a recto ordine declinarunt, non posse ea in pristinum ac suae naturae congruentem statum alia via reduci, quam ad divinam rationem, quae (ut docet Angelicus)3[74] omnis rectitudinis exemplar est, revertendo. Quae quidem fel. rec. decessor Noster Leo XIII contra Naturalistas gravissimis hisce verbis iure urgebat: “Lex est provisa divinitus, ut quae a Deo et natura auctoribus instituta sunt, ea tanto plus utilia ac salutaria experiamur, quanto magis statu nativo manent, integra atque incommutabilia, quandoquidem procreator rerum omnium Deus probe novit quid singularum institutioni et conservationi expediret, cunctasque voluntate et mente sua sic ordinavit, ut suum unaquaeque exitum convenienter habitura sit. At si rerum ordinem providentissime constitutum immutare et perturbare hominum temeritas aut improbitas velit, tum vero etiam sapientissime atque utilissime instituta aut obesse incipiunt, aut prodesse desinunt, vel quod vim iuvandi mutatione amiserint vel quod tales Deus ipse poe nas malit de mortalium superbia atque audacia sumere” (1[75]).
3[74]. S. THOM. AQUIN., Summ. theolog., 1.a-2.ae, q. 91, a. 1-2.
1[75]. Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/13].
1930 12 31 0101
[101.–] Oportet igitur ad rectum ordinem in re coniugali restituendum, ut omnes divinam de matrimonio rationem contemplentur ad eamque se conformare studeant.
1930 12 31 0102
[102.–] Verum, cum huic studio indomitae praesertim concupiscentiae vis obsistat, quae sane potissima est causa cur contra sanctas matrimonii leges peccetur, cumque homo cupiditates suas sibi subditas habere non possit, nisi prius se subiciat Deo, hoc primum curandum erit secundum ordinem divinitus statutum. Nam firma lex est, ut quicumque se Deo subiecerit, gaudeat ille subici sibi, divina gratia opitulante, concupiscentiam animique sui motus; qui vero rebellis Deo fuerit, illatum sibi a violentis cupiditatibus intestinum bellum experiatur ac doleat. Quod quam sapienter decretum sit, ita exponit S. Augustinus: “Hoc enim expedit: inferius subici superiori; ut et ille qui sibi subici vult quod est inferius se, subiciatur superiori se. Agnosce ordinem, quaere pacem! Tu Deo; tibi caro. Quid iustius?, quid pulchrius? Tu maiori, minor tibi: servi tu ei, qui fecit te, ut tibi serviat quod factum est propter te. Non enim hunc ordinem novimus, neque hunc ordinem commendamus: Tibi caro, et tu Deo! sed: Tu Deo, et tibi caro! Si autem contemnis, Tu Deo, numquam efficies, ut Tibi caro. Qui non obtemperas Domino, torqueris a servo” (1[76]).
1[76]. S. AUGUST., Enarrat. in Ps. 143 [PL 37, 1860].
1930 12 31 0103
[103.–] Quem divinae Sapientiae ordinem ipse beatissimus Doctor Gentium, afflante Spiritu Sancto, testatur; cum enim veterum sapientum meminisset, qui cognitum a se et exploratum omnium rerum Conditorem adorare et revereri renuissent: “Propterea, inquit, tradidit illos Deus in desideria cordis eorum, in immunditiam, ut contumeliis afficiant corpora sua in semetipsis”; et iterum: “propterea tradidit illos Deus in passiones ignominiae” (2[77]). “Deus (enim) superbis resistit, humilibus autem dat gratiam” (3[78]), sine qua, quemadmodum idem Doctor Gentium monet, homo nequit rebellem coercere concupiscentiam (4[79]).
2[77]. Rom. I, 24, 26.
3[78]. Iac. IV, 6.
4[79]. Cfr. Rom. VII, VIII.
1930 12 31 0104
[104.–] Quoniam igitur huius indomiti impetus nequaquam, ut requiritur, temperari poterunt, nisi prius animus ipse demissum pietatis et reverentiae obsequium Conditori suo praestiterit, prae ceteris id est necessarium, ut eos, qui se sacro coniugii vinculo nectunt, intima et germana pervadat totos erga Deum pietas, quae universam eorum vitam informet, mentem et voluntatem summa erga Dei Maiestatem impleat reverentia.
1930 12 31 0105
[105.–] Rectissime igitur et ad absolutissimam christiani sensus normam faciunt illi animarum Pastores qui coniuges, ne in matrimonio a Dei lege desciscant, in primis ad pietatis et religionis exercitia hortantur, ut Deo se totos tradant, eius auxilium assidue implorent, Sacramenta frequentent, piam semper et in omnibus devotam erga Deum voluntatem foveant atque servent.
1930 12 31 0106
[106.–] Falluntur vero vehementer qui, posthabitis aut neglectis his, quae naturam excedunt, rationibus, naturalium scientiarum usu et inventis (biologiae scilicet, scientiae transmissionis hereditariae, aliarumque id genus) homines inducere posse putant, ut carnis desideriis frenos iniciant. Quae non ita dicta volumus, perinde ac si res naturales, quae inhonestae non sint, parvi sint faciendae; unus est enim auctor et naturae et gratiae, Deus, qui utriusque ordinis bona in usum et utilitatem hominum contulit. Iuvari igitur possunt et debent fideles naturalibus quoque artibus; sed errant qui has sufficere opinentur ad foederis nuptialis castitatem stabiliendam, aut iis maiorem vim inesse putent, quam gratiae supernaturalis auxilio.
1930 12 31 0107
[107.–] Haec autem coniugii et morum ad divinas de matrimonio leges conformatio, sine qua eius instauratio efficax esse non potest, postulat ut ab omnibus expedite, firma certitudine et nullo admixto errore quaenam sint eiusmodi leges dignosci possit. At nemo non videt, quot fallaciis aditus aperiretur et quanti errores admiscerentur veritati, si res singulis relinqueretur solo rationis lumine exploranda, aut si privata veritatis revelatae interpretatione investigaretur. Quod quidem si in multis aliis ordinis moralis veritatibus locum habet, id tamen potissimum in his, quae ad coniugium pertinent, attendi debet, ubi voluptatis libido irrumpere in fragilem humani generis naturam eamque decipere et corrumpere facile possit; idque eo magis, quod ad legis divinae observationem, ardua interdum, eademque diu coniugibus experiunda sunt, quibus, ut rerum usu docemur, debilis homo quasi totidem utitur argumentis, ut a lege divina servanda sese eximat.
1930 12 31 0108
[108.–] Quapropter ut legis divinae non fictio aliqua aut corruptio, sed vera germanaque cognitio humanas mentes collustret hominumque mores dirigat, pietati erga Deum eique obsequendi studio sincera atque humilis erga Ecclesiam oboedientia adiungatur oportet. Ecclesiam enim constituit ipse Christus Dominus magistram veritatis, in his etiam quae ad mores pertinent regendos ordinandosque, etsi in his multa humanae rationi per se impervia non sunt. Deus enim, quemadmodum ad naturales religionis et morum veritates quod pertinet, rationis lumini revelationem addidit ut, quae recta et vera sunt, in prae senti quoque generis humani conditione ab omnibus expedite, firma certitudine et nullo admixto errore cognosci possint” (1[80]), ita Ecclesiam in eundem finem constituit totius de religione et moribus veritatis custodem et magistram; cui propterea fideles, ut a mentis errore et a morum corruptione immunes serventur, oboediant, et mentem animumque subiciant. Et ne auxilio a Deo tam liberali benignitate collato se ipsi privent, necessario hanc oboedientiam praestare debent non solum sollemnioribus Ecclesiae definitionibus, verum etiam, servato modo, ceteris Constitutionibus et Decretis, quibus opiniones aliquae ut periculosae aut pravae proscribuntur et condemnantur (2[81]).
1[80]. Conc. Vat., sess. III, cap. 2 [DS, 3005].
2[81]. Cfr. Conc. Vat., sess. III, cap. 4 [DS, 3015-3020]; Cod. iur. can., c. 1324 [AAS 9/II(1917), 257].
1930 12 31 0109
[109.–] Quocirca christifideles caveant in his etiam, quae hodie de matrimonio circumferuntur, quaestionibus, ne suo se iudicio nimis committant neve falsa rationis humanae libertate, seu “autonomia” quam vocant, allici se sinant. Alienissimum enim est ab omni veri nominis christiano, suo ingenio ita superbe fidere, ut iis solum, quae ipse ex interioribus rerum visceribus cognoverit, assentiri velit, et Ecclesiam, ad omnes gentes docendas regendasque a Deo missam, rerum et adiunctorum recentium minus gnaram existimare, vel etiam iis tantum, quae per sollemniores quas diximus definitiones ea iusserit, assensum el oboedientiam praestare, perinde ac si opinari prudenter liceat cetera eius decreta aut falso laborare aut veritatis honestatisque causa niti non satis. Est proprium, contra, veri omnis christifidelis, sive doctus hic est sive indoctus, in omnibus quae ad fidem et mores pertinent se regi et duci sinere a Sancta Dei Ecclesia, per eius Supremum Pastorem Romanum Pontificem, qui regitur ipse a Iesu Christo Domino Nostro.
1930 12 31 0110
[110.–] Cum ergo omnia ad Dei legem et mentem reducenda sint, ut in universum et perpetuo matrimonii instauratio peragatur, summi sane momenti est, fideles bene de matrimonio edoceri: verbo et scripto, non semel nec leviter, sed saepe et solide, claris gravibusque argumentis, ut eiusmodi veritates intellectum percellant animumque permoveant. Sciant iidem assidueque recogitent quantam Deus sapientiam, sanctitatem, bonitatem erga humanum genus ostenderit, matrimonium instituendo, sacris legibus illud fulciendo, multoque tum magis cum ad Sacramenti dignitatem mirifice evexit, per quam tam copiosus gratiarum fons christianis coniugibus patet, ut nobilissimis connubii finibus caste fideliterque inservire queant in sui et liberorum, totiusque societatis civilis atque humanae consortionis bonum et salutem.
1930 12 31 0111
[111.–] Profecto, si hodierni matrimonii eversores toti in eo sunt, ut sermonibus, scriptis, libris et libellis, aliisque innumeris modis mentes pervertant, animos corrumpant, coniugalem castimoniam ludibrio dent, turpissima quaeque vitia laudibus efferant, multo magis Vos, Venerabiles Fratres, quos “Spiritus Sanctus posuit episcopos regere Ecclesiam Dei, quam acquisivit sanguine suo” (1[82]), toti in eo esse debetis, ut per vos ipsi et per sacerdotes vobis commissos, atque adeo per apte electos laicos Actionis Catholicae a Nobis tantopere exoptatae et commendatae, in apostolatus hierarchici auxilium vocatos, omni qua par est via errori opponatis veritatem, turpi vitio splendorem castitatis, cupuditatum servituti libertatem filiorum Dei (2[83]), iniquae divortiorum facilitati perennitatem genuinae in matrimonio caritatis et ad mortem usque inviolatum datae fidei sacramentum.
1[82]. Act. XX, 28.
2[83]. Cfr. Io. VIII, 32 sqq.; Gal. V, 13.
1930 12 31 0112
[112.–] Unde fiet, ut christifideles toto animo gratias Deo referant, quod eius mandato ligentur et suavi quadam vi cogantur ut quam longissime fugiant a quavis carnis idololatria et ab ignobili libidinis servitute; itemque ut magnopere absterreantur omnique studio sese avertant a nefariis illis commentis, quae, in dedecus sane dignitatis humanae, voce et scripto, sub nomine “perfecti matrimonii” nunc ipsum circumferuntur, quaeque scilicet perfectum istud matrimonium idem tandem esse faciunt ac “matrimonium depravatum”, prouti etiam, iure meritoque, dictum est.
1930 12 31 0113
[113.–] Haec salubris de matrimonio christiano instructio ac religiosa disciplina ab exaggerata illa institutione physiologica longe distabit, qua, his nostris temporibus, nonnulli, qui se coniugalis vitae emendatores iactant, servire coniugibus contendunt, plurima verba de physiologicis his rebus faciendo, quibus tamen ars potius discitur callide peccandi quam virtus caste vivendi.
1930 12 31 0114
[114.–] Itaque, Venerabiles Fratres, Nostra toto animo facimus verba quibus decessor Noster fel. rec. Leo XIII in suis de matrimonio christiano Litteris Encyclicis universi orbis Episcopos est allocutus: “Quantum contentione assequi, quantum auctoritate potestis, date operam, ut apud gentes fidei Vestrae commendatas integra atque incorrupta doctrina retineatur quam Christus Dominus et coelestis voluntatis interpretes Apostoli tradiderunt, quamque Ecclesia Catholica religiose ipsa servavit, et a Christifidelibus servari per omnes aetates iussit” (1[84]).
1[84]. Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/24].
1930 12 31 0115
[115.–] Verum, vel optima per Ecclesiam institutio sola non sufficit, ut matrimonii ad legem Dei conformatio rursus habeatur; quamvis enim coniuges de christiano matrimonio doctrinam calleant, accedat tamen oportet ex parte eorum firmissima voluntas sanctas Dei et naturae de matrimonio leges servandi. Quidquid tandem verbo et scripto asseri et propagari velit, firmiter constanterque coniugibus sanctum ac sollemne esto: in omnibus quae ad matrimonium pertinent, sine ulla haesitatione Dei mandatis stare se velle: mutuo caritatis auxilio semper praestando, castitatis fide servanda, vinculi firmitate numquam violanda, iuribus per coniugium acquisitis non nisi christiane semper et moderate adhibendis, primo praesertim coniugii tempore, ut, si quando postea rerum adiuncta continentiam postularint, uterque iam assuetus continere, faciliore negotio, se queat.
1930 12 31 0116
[116.–] Magnopere autem ipsos, ut hanc firmam voluntatem concipiant, retineant atque exsecutioni mandent, iuvabit frequens sui status consideratio atque operosa recepti Sacramenti memoria. Meminerint assidue, se ad sui status officia et dignitatem peculiari veluti consecratos et roboratos esse Sacramento, cuius efficax virtus, quamquam characterem non imprimit, perpetuo tamen perseverat. Meditentur idcirco haec Sancti Cardinalis Roberti Bellarmino verba, solidi profecto solatii plena, qui cum allis magnae notae theologis ita pie sentit et scribit: “Coniugii Sacramentum duobus modis considerari potest: uno modo, dum fit; altero modo, dum permanet postquam factum est. Est enim Sacramentum simile Eucharistiae, quae non solum dum fit, sed etiam dum permanet, Sacramentum est; dum enim coniuges vivunt, semper eorum societas Sacramentum est Christi et Ecclesiae” (1[85]).
1[85]. S. ROB. BELLARMIN., De controversiis, tom. III, De Matr., controvers. II, cap. 6 [Opera, ed. Venice 1721, vol. 3, 628].
1930 12 31 0117
[117.–] Verum ut huius Sacramenti gratia vim suam totam exserat, coniugum opera, prout iam monuimus, accedere debet, eaque in hoc esse, ut, quantum contentione possunt, in officiis implendis suis studiose elaborent. Quemadmodum enim in naturae ordine, ut vires a Deo datae plenam suam edant efficacitatem, eae ab hominibus proprio labore atque industria adhibendae sunt, quod si negligatur, nihil inde emolumenti colligitur; ita etiam vires gratiae, quae ex Sacramento in animum profluxere ibique manent, ab hominibus proprio studio et labore exercendae sunt. Nolint ergo coniuges Sacramenti gratiam negligere, quae in ipsis est (1[86]); sed sedulam officiorum suorum observationem quamvis laboriosam aggressi, ipsam illius gratiae vim efficaciorem in dies experientur. Et si quando condicionis suae vitaeque laboribus gravius se premi sentiant, ne animos despondeant, sed sibi quodammodo dictum existiment id quod Timotheo discipulo carissimo, laboribus et contumeliis vix non deiecto, S. Paulus Apostolus de Ordinis Sacramento scribebat: “Admoneo te ut resuscites gratiam Dei quae est in te per impositionem manuum mearum. Non enim dedit nobis Deus spiritum timoris sed virtutis et dilectionis et sobrietatis” (2[87]).
1[86]. Cfr. I Tim. IV, 14.
2[87]. II Tim. I, 6-7.
1930 12 31 0118
[118.–] Sed haec omnia, Venerabiles Fratres, magnam partem a debita coniugum pendent tam remota quam proxima ad matrimonium praeparatione. Illud enim negari non potest, felicis coniugii firmum fundamentum, et infelicis ruinam, iam pueritiae et iuventutis tempore in puerorum puellarumque animis instrui ac poni. Nam qui ante coniugium in omnibus seipsos et sua quaesiere, qui suis cupiditatibus indulgebant, timendum est, ne iidem in matrimonio tales futuri sint quales ante matrimonium fuerint; item id tandem metere debeant quod seminaverint (3[88]) –Intra domesticos nimirum parietes tristitiam, luctum, despectum mutuum, rixas, animi simultates, vitae communis taedium– neve, quod maximum est, seipsos cum suis indomitis cupiditatibus inveniant.
3[88]. Cfr. Gal. VI, 9.
1930 12 31 0119
[119.–] Bene igitur animati paratique, sponsi ad statum coniugii ineundum accedant, ut possint ea qua par est ope se mutuo iuvare in adversis vitae vicibus subeundis, multoque magis in aeterna salute procuranda et in interiore homine ad plenitudinem aetatis Christi (1[89]) conformando. Id etiam eo conferet, ut ipsi dilectae suboli tales revera sese praebeant quales Deus voluit parentes praestare se proli: ita videlicet ut pater vere pater sit, mater vera sit mater; per quorum pium amorem assiduasque curas, domestica sedes, etiam in magna rerum inopia mediaque in hac lacrimarum valle, evadat liberis quoddam illius iucundi paradisi vestigium, in quo primos homines Creator generis humani collocavit. Hinc etiam sequetur ut filios facilius efficiant perfectos homines perfectosque christianos, eos genuino Ecclesiae Catholicae sensu imbuant, iisdemque nobilem illam erga patriam caritatem iniiciant, ad quam pietatis gratique animi causa tenemur.
1[89]. Cfr. Eph. IV, 13.
1930 12 31 0120
[120.–] Itaque, tam illi, qui iam de sancto hoc connubio aliquando ineundo cogitant, quam qui iuventutis christianae educandae curam habent, haec tanti faciant, ut bona praeparent, mala praecaveant, memoriamque renovent eorum quae in Nostris de educatione Litteris Encyclicis monuimus: “A pueritia igitur voluntatis inclinationes, si pravae, cohibendae, sin autem bonae, promovendae sunt, ac praesertim puerorum mens imbuatur doctrinis a Deo profectis et animus divinae gratiae auxiliis roboretur oportet, quae si defuerint, nec suis quisque moderari cupiditatibus poterit neque ad absolutionem perfectionemque disciplina atque informatio ab Ecclesia adduci, quam ideo Christus caelestibus doctrinis ac divinis Sacramentis instruxit, ut efficax omnium hominum esset magistra” (2[90]).
2[90]. Litt. Encycl. Divini illius Magistri, 31 Dec. 1929 [AAS 22 (1930), 69].
1930 12 31 0121
[121.–] Ad proximam vero boni matrimonii praeparationem maximopere pertinet eligendi coniugis studium; nam plurimum inde pendet utrum matrimonium felix futurum sit necne, cum alter coniux alteri aut magno adiutorio ad vitam christiano modo in coniugio ducendam, aut magno periculo atque impedimento esse queat. Ne ergo inconsultae electionis poenas per totam vitam luere debeant, maturam sponsi deliberationem instituant antequam personam seligant, quacum deinde perpetuo sibi degendum erit; in hac vero deliberatione in primis rationem habeant Dei veraeque Christi religionis, deinde sui ipsius, alterius sponsi, futurae prolis bono consulant itemque societatis humanae et civilis, quae ex connubio tamquam ex suo fonte oritur. Petant sedulo divinum auxilium, ut eligant secundum christianam prudentiam, minime vero caeco et indomito cupiditatis impetu neque solo lucri desiderio aliove minus nobili impulsu ducti, sed vero rectoque amore et sincero erga futurum coniugem affectu; praeterea eos fines in matrimonio quaerant propter quos illud est a Deo constitutum. Neque omittant denique, de eligendo altero coniuge prudens parentum consilium exquirere, illudque haud parvi faciant, ut, eorum maturiore humanarum rerum cognitione et usu, perniciosum hac in re errorem praecaveant et divinam quarti mandati benedictionem, matrimonium inituri, copiosius assequantur: “Honora patrem tuum et matrem tuam (quod est mandatum primum in promissione), ut bene sit tibi, et sis longaevus super terram” (1[91]).
1[91]. Ephes. VI, 2-3; cfr. Exod. XX, 12.
1930 12 31 0122
[122.–] Et quoniam non raro perfecta mandatorum Dei observatio et coniugii honestas graves inde patiuntur difficultates, quod coniuges rei familiaris angustiis et magna bonorum temporalium penuria premantur, eorum necessitatibus, meliore qua fieri potest ratione, subveniendum profecto est.
1930 12 31 0123
[123.–] Atque in primis est illud omni contentione enitendum ut, id quod iam sapientissime decessor Noster Leo XIII decreverat (2[92]), in Societate civili rationes oeconomicae et sociales ita constituantur, ut omnes patresfamilias sibi, uxori, filiis pro dignitate et loco alendis necessaria mereri ac lucrari possint: “dignus est enim operarius mercede sua” (1[93]). Hanc negare aut aequo minorem facere gravis iniustitia est et a Sacris Litteris inter maxima ponitur peccata (2[94]); neque fas est mercedes statui tam tenues, quae, pro rerum condicionibus, alendae familiae sint impares.
2[92]. Litt. Encycl. Rerum novarum, 15 Maii 1891 [1891 05 15/9].
1[93]. Luc. X, 7.
2[94]. Cfr. Deut. XXIV, 14, 15.
1930 12 31 0124
[124.–] Curandum tamen est, ut vel ipsi coniuges, idque iam diu ante quam matrimonium ineant, futurae incommoda necessitatesque vitae praevertere aut saltem minuere studeant, et quomodo id efficaci simul et honesto modo facere possint, a peritis edoceantur. Providendum etiam ut, si sibi ipsi unis non sufficiunt, coniuncta similium opera conditisque privatis aut publicis sodaliciis, vitae necessitatibus succurrant (3[95]).
3[95]. Cfr. LEO XIII, Litt. Encycl. Rerum novarum, 15 Maii 1891 [1891 05 15/9].
1930 12 31 0125
[125.–] Quando vero haec, quae diximus, familiae, praesertim si grandior sit aut minus valeat, sumptus aequare non possunt, amor proximi christianus requirit omnino, ut ea quae desunt indigentibus christiana compenset caritas, ut divites praecipue tenuioribus opitulentur, neve qui superflua habent bona in vanos sumptus impendant aut prorsus dissipent, sed in sospitandam vitam et valetudinem eorum convertant, qui etiam necessariis carent. Qui Christo in pauperibus de suo dederint, ii a Domino, cum venerit iudicare saeculum, uberrimam recipient mercedem; qui contra fecerint, suas poenas luent (4[96]). Non enim frustra monet Apostolus: “Qui habuerit substantiam huius mundi, et viderit fratrem suum necessitatem habere, et clauserit viscera sua ab eo: quomodo caritas Dei manet in eo”?5[97].
4[96]. Matth. XXV, 34 sqq.
5[97]. I Io. III, 17.
1930 12 31 0126
[126.–] Quod si privata subsidia satis non sunt, auctoritatis publicae est supplere impares privatorum vires in re praesertim tanti momenti ad bonum commune, quanti est familiarum et coniugum condicio hominibus digna. Si enim familiis, iis in primis quibus est copiosa proles, apta desunt domicilia; si laboris victusque acquirendi occasionem vir nancisci nequit; si ad quotidianos usus nisi exaggeratis pretiis res emi non possunt; si etiam materfamilias, haud exiguo domesticae rei nocumento, necessitate et onere premitur pecuniae proprio labore lucrandae; si eadem in ordinariis vel etiam extraordinariis maternitatis laboribus, convenienti victu, medicamentis, ope periti medici aliisque id genus caret: nemo non videt, si quidem coniuges animo deficiant, quam difficilis eis reddatur convictus domesticus et mandatorum Dei observatio, praetereaque quantum discriminis securitati publicae et saluti vitaeque ipsius civilis societatis inde obvenire queat, si tales homines eo desperationis redigantur, ut, cum iam nihil habeant quod sibi timeant auferendum, multa se fortasse assecuturos sperare audeant ex reipublicae rerumque omnium perturbatione.
1930 12 31 0127
[127.–] Quapropter qui curam rei publicae et boni communis habent, tales coniugum familiarumque necessitates negligere non possunt, quin grave civitati et bono communi nocumentum afferant; in legibus igitur ferendis et in publicis expensis statuendis huic egenarum familiarum inopiae sublevandae sic prospiciant, ut eiusmodi curam inter praecipuas suae potestatis partes habeant.
1930 12 31 0128
[128.–] Quo in genere non sine maerore animadvertimus, id nunc haud raro evenire, ut, recto ordine inverso, matri prolique illegitimae (cui equidem, etiam ad praecavenda maiora mala, succurrendum est) facile admodum suppeditetur praesens copiosumque subsidium, quod legitimae aut denegetur aut parce sic concedatur ut quasi ab invitis videatur extortum.
1930 12 31 0129
[129.–] Sed non solum, Venerabilis Fratres, auctoritatis publicae plurimum interest, in his quae temporalia bona sunt, matrimonium familiamque bene constitui, sed in iis etiam, quae bona animarum propria sunt dicenda: leges videlicet ferri iustas et servari fideliter, quae ad castitatis fidem et mutuum coniugum auxilium pertineant, propterea quod, historia teste, salus reipublicae et temporalis civium felicitas tuta esse et salva manere non potest, ubi fundamentum, quo ipsa innititur, rectus scilicet morum ordo, labefactetur et, vitio civium, obstruatur fons, ex quo civitas gignitur, matrimonium nimirum et familia.
1930 12 31 0130
[130.–] Ordini autem morali servando, neque externae civitatis vires et poenae sufficiunt nec virtutis pulchritudo et necessitas hominibus proposita, sed accedat oportet auctoritas religiosa quae mentem veritate illustret, voluntatem dirigat et humanam fragilitatem divinae gratiae auxiliis confirmet, quaeque sola est Ecclesia a Christo Domino instituta. Quapropter ad concordiam et amicitiam cum hac Christi Ecclesia ineundam firmandamque omnes, qui supremam civilem potestatem habent, vehementer in Domino hortamur, ut consociata utriusque potestatis opera et diligentia immania propulsentur damna, quae, ex irruentibus in matrimonium et familiam procacibus libertatibus, tam Ecclesiae quam ipsi civili societati impendent.
1930 12 31 0131
[131.–] Summopere enim gravissimo huic Ecclesiae officio leges civiles favere possunt, si in praeceptis dandis rationem habeant eorum, quae lege divina et ecclesiastica statuta sunt, et poenis animadvertant in eos qui peccaverint. Nam non desunt qui, quod leges civitatis permittunt aut certe poenis non prosequuntur, id quoque aut sibi secundum moralem legem licere putent, aut, vel conscientia renitente, id opere exsequantur, quia nec Deum timeant nec ab hominum legibus quidquam sibi metuendum cernant; unde haud raro sibi ipsi et aliis bene multis pariunt ruinam.
1930 12 31 0132
[132.–] Nec vero civitatis iuribus et integritati, ex hac cum Ecclesia consociatione, quidquam aut periculi aut deminutionis accidet; inanis est enim et vana omnis eiusmodi suspicio et timor: quod iam Leo XIII luculenter ostenderat: “Nemo autem dubitat, inquit, quin Ecclesiae conditor Iesus Christus potestatem sacram voluerit esse a civili distinctam, et ad suas utramque res agendas liberam atque expeditam; hoc tamen adiuncto, quod utrique expedit, et quod interest omnium hominum, ut coniunctio inter eas et concordia intercederet... Si cum sacra Ecclesiae potestate civilis auctoritas amice congruat, magna utrique necesse est fiat utilitatis accessio. Alterius enim amplificatur dignitas, et religione praeeunte, numquam erit non iustum imperium: alteri vero adiumenta tutelae et defensionis in publicum fidelium bonum suppeditantur” (1[98]).
1[98]. Litt. Encycl. Arcanum, 10 Febr. 1880 [1880 02 10/22].
1930 12 31 0133
[133.–] Atque ita, ut recens clarumque exemplum afferamus, secundum rectum ordinem et secundum Christi legem id prorsus evenit, quod, in sollemni Conventione inter Sanctam Sedem et Italiae Regnum feliciter inita, etiam quod ad matrimonia attineret, pacifica quae dam compositio et amica actio statuta est, ut gloriosam decebat Italicae gentis historiam ac vetustas eius sacrasque memorias. Et sane, haec in Lateranensibus Pactionibus decreta leguntur: “Civitas Italica, matrimonii instituto, quod est familiae fundamentum, eam dignitatem restituere volens, quae populi sui traditionibus congruat, Sacramento matrimonii, quod iure canonico regitur, effectus civiles agnoscit” (2[99]); cui normae ac fundamento ulteriora dein sociatae conventionis capita adiecta sunt.
2[99]. Concord., art. 34: Acta Apost. Sed., XXI (1929), p. 290.
1930 12 31 0134
[134.–] Ea res omnibus exemplo esse potest et argumento, hac etiam nostra aetate (qua, pro dolor, civilis auctoritatis plenissima ab Ecclesia, immo vero ab omni religione separatio tam saepe praedicatur), posse alteram supremam potestatem cum altera sine ullo alterutrius iurium summaeque potestatis detrimento, mutua concordia et amico foedere, ad commune societatis utriusque bonum, coniungi et sociari, curamque de matrimonio ab utraque potestate haberi posse communem, qua perniciosa pericula, immo vero ruina iam imminens a coniugiis christianis procul arceantur.
1930 12 31 0135
[135.–] Quae omnia, Venerabiles Fratres, vobiscum, pastorali sollicitudine permoti, attente perpendimus, ea inter universos dilectos filios vestris curis proxime commissos, quotquot sunt e magna Christi familia, secundum christianae prudentiae normam, large evulgentur atque illustrentur velimus, ut sanam de matrimonio doctrinam omnes plene noscant itemque pericula ab errorum praeconibus parata sedulo caveant, et maxime “ut, abnegantes impietatem et saecularia desideria, sobrie et iuste et pie vivant in hoc saeculo, exspectantes beatam spem et adventum gloriae magni Dei et Salvatoris nostri lesu Christi” (1)[100].
1[100]. Tit. II, 12-13.
1930 12 31 0136
[136.–] Faxit ergo omnipotens Pater, “ex quo omnis paternitas in caelis et in terra nominatur” (2)[101], qui debiles corroborat et infirmis timidisque animum adicit; faxit Christus Dominus ac Redemptor, “venerabilium Sacramentorum institutor atque perfector” (3)[102], qui matrimonium mysticam esse voluit effecitque imaginem suae ineffabilis cum Ecclesia coniunctionis; faxit Sanctus Spiritus, Deus Caritas, lumen cordium et robur mentis, ut, quae hisce Nos litteris de sancto matrimonii Sacramento, de mira Dei circa illud lege et voluntate, de erroribus et periculis quae imminent, de remediis quibus possit illis occurri, exposuimus, mente omnes percipiant, prompta voluntate assumant, Deique gratia iuvante in usum traducant, ut inde rursus florescat et vigeat in matrimoniis christianis Deo dicata fecunditas, fides illibata, inconcussa firmitas, sacramenti sanctitas et gratiarum plenitudo.
2[101]. Eph. III, 15.
3[102]. Conc. Trident., sess. XXIV [1563 11 11a/3].
1930 12 31 0137
[137.–] Quod ut Deus, auctor omnium gratiarum, a quo est omne velle et perficere1[103], secundum suam benignitatem et omnipotentiam efficiat et largiri dignetur, dum enixas ad eius gratiae Thronum preces demisso animo admovemus, eiusdem Omnipotentis Dei copiosae benedictionis pignus, vobis, Venerabiles Fratres, et clero populoque assiduis vigilantiae vestrae curis commisso Apostolicam Benedictionem peramanter impertimus.
Datum Romae, apud Sanctum Petrum, die XXXI mensis Decembris anno MDCCCCXXX, Pontificatus Nostri nono.
[AAS 22 (1930), 539-592]
1[103]. Phil. II, 13.