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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[0365] • PÍO XII, 1939-1958 • LAS FAMILIAS SEGÚN LA SABIDURÍA DEL EVANGELIO

De la Carta Encíclica Sertum laetitiae, a los Obispos de Estados Unidos de América, 1 noviembre 1939

1939 11 01 0006

[6.–] [...] Si, por el contrario, se desprecian los mandamientos divinos, no sólo habrá que desesperar de la felicidad eterna, que se encuentra más allá del breve lapso de la vida terrenal, sino que vacilará hasta la misma base sobre la que se sustenta toda cultura y civilización y no quedará otra esperanza que una ruina lamentable: las cosas que llevan a la eternidad son, en efecto, el firme vigor y el seguro cimiento de las temporales. ¿Cómo realmente podrán permanecer en pie el bien público y el decoro social si se destruyen los derechos y se abandonan y desprecian las virtudes? ¿Acaso no es Dios el autor y, el defensor de los derechos, el que alimenta las virtudes y El mismo, que no tiene igual entre los legisladores, su premio?3[1] Ésta es –lo reconocen los sabios– la amarga y profunda raíz de los males de las naciones: el desconocimiento de la Majestad divina, el descuido de las prescripciones del cielo y una cierta inconstancia que vacila entre lo lícito y lo ilícito, entre la rectitud y la perversidad. De aquí el ciego y desenfrenado egoísmo, la sed de placeres, el vicio de la embriaguez, las modas suntuosas e impúdicas, el crimen frecuente incluso entre los menores de edad, la ambición de poderío, el olvido de los pobres, el ansia de inicuas riquezas, la deserción del campo, la ligereza en contraer matrimonio, el divorcio, la disgregación de las familias, el enfriamiento del amor mutuo entre padres e hijos, la evitación de la prole, la depauperación de la estirpe, el poco respeto o el servilismo o la rebeldía contra las autoridades y el abandono de los deberes para con la patria y para con la humanidad.

3[1]. Cf. Iob 36, 22.

1939 11 01 0007

[7.–] Profunda, si bien paternalmente, lamentamos que ahí, despreciando con frecuencia a Cristo o ignorándolo, se recurre en las escuelas exclusivamente a la naturaleza y a la razón para explicar cuanto se relaciona con el mundo y con el humano linaje, y se ensayan para la educación de la juventud caminos y sistemas nuevos, de los cuales no pueden menos de nacer, en la formación intelectual y moral, frutos nocivos para la nación. De igual manera que como la vida doméstica, con la observancia de los mandamientos de Cristo, constituye una verdadera felicidad, así, desechado el Evangelio, sucumbe de una manera lamentable y es devastada por los vicios: El que busca la ley, encontrará en ella la plenitud; mas el que obra insidiosamente, encontrará en ella su tropiezo4[2].

4[2]. Eccli., 32, 19.

1939 11 01 0008

[8.–] ¿Qué más feliz, qué más placentero sobre la tierra que la familia cristiana? Nacida ante el altar del Señor, donde el amor es declarado vínculo santo y perpetuamente duradero, se consolida y crece con ese mismo amor nutrido por la gracia divina. En ella, el matrimonio es para todos honorable e inmaculado el tálamo conyugal5[3], las tranquilas paredes de la casa no resuenan con el alboroto de las desavenencias, ni son testigos del secreto martirio al revelarse las taimadas insidias de la infidelidad; la sólida confianza mantiene alejados los aguijones de la sospecha; con el mutuo afecto de benevolencia se mitigan los dolores y se acrecientan las alegrías. En ella, los hijos no son considerados como carga, sino como dulces prendas, ni hay torpes razones de comodidad o prurito de placeres estériles que lleven a impedir el don de la vida o que se desconozca el dulce nombre de hermanos o hermanas. Con cuánto afán procuran ahí los padres que los hijos crezcan vigorosos y, siguiendo las huellas de sus mayores, cuyo recuerdo mantienen siempre presente, resplandezcan con una purísima fe y honestidad de costumbres. Movidos por tantos beneficios, consideren los hijos que su principal obligación es la de honrar a sus padres, obedecer sus mandatos, prestarles seguro auxilio en sus años seniles, alegrar su vejez con un amor que no rompe la muerte, sino que se hará más glorioso y más pleno en el cielo. Los miembros de una familia cristiana, ni quejumbrosos en la adversidad ni ingratos en las horas felices, confían siempre en Dios, a cuyo imperio obedecen, en cuya voluntad confían, cuya ayuda no esperan en vano.

5[3]. Hebr. 13, 4.

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[9.–] Todos cuantos en las iglesias, desempeñando funciones rectoras o de maestros, luchan sin descanso en disponer para el Señor un pueblo perfecto, deben exhortar, por consiguiente, con frecuencia a los fieles a que constituyan y mantengan las familias conforme a la sabiduría del Evangelio. Por esta misma razón, hay que velar con suma diligencia para que sea puntualmente conocido y santamente observado por los contrayentes el dogma de que el vínculo matrimonial es indisoluble y perpetuo por derecho divino. Principio de la doctrina católica sumamente valioso para la consistencia de la familia, para la prosperidad social, para la salud pública, para el genuino esplendor de la cultura, como lo reconocen no pocos políticos insignes, incluso entre los ajenos a nuestra fe. ¡Quisiera Dios que vuestra nación hubiera conocido por experiencia ajena y no propia el cúmulo de males que la licencia de divorciarse lleva consigo! El respeto por la religión, la piedad para con la noble raza americana, quieran aconsejar que se cure y se extirpe ese mal, tan funestamente arraigado, cuyas consecuencias ha descrito con tanto vigor y verdad el papa León XIII en estas palabras: “Debido a los divorcios, las alianzas conyugales pierden su estabilidad, se debilita la benevolencia mutua, se ofrecen poderosos incentivos a la infidelidad, se malogra la asistencia y la educación de los hijos, se da pie a la disolución de la sociedad doméstica, se siembran las semillas de la discordia en las familias, se empequeñece y se deprime la dignidad de las mujeres, que corren el peligro de verse abandonadas así que hayan satisfecho la sensualidad de los maridos. Y, puesto que para perder a la familia y destruir el poderío de las naciones nada contribuye tanto como la corrupción de las costumbres, fácilmente se verá cuán enemigo es el divorcio de la prosperidad de los hogares y de los pueblos” (6[4]).

6[4]. Enc. Arcanum [1880 02 10/17].

1939 11 01 0010

[10.–] No abrigamos la menor duda de que, entre vosotros, al celebrarse matrimonios en que uno de los contrayentes no profesa el dogma católico o no ha recibido el sacramento del bautismo, se cumplirán estrictamente las normas del Código de Derecho canónico. Tales matrimonios, en efecto –como vosotros mismos habéis podido comprobar con frecuentes ejemplos–, no disfrutan de ordinario de una larga felicidad y suelen acarrear grandes daños a la Iglesia católica.

[DPS, 932-936]