[0417] • PÍO XII, 1939-1958 • LA COLABORACIÓN ENTRE LOS ESPOSOS, BASE DE LA FELICIDAD CONYUGAL
De la Alocución Un giogo, a unos recién casados, 18 marzo 1942
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[2.–] [...] Yugo de gracia es también para vosotros, queridos esposos, el gran sacramento del matrimonio que, delante del sacerdote y en el altar de Cristo, os ha unido con vínculo indisoluble en una vida de dos para que caminéis juntos aquí abajo y os ayudéis recíprocamente, colaborando en sostener el peso de la familia, de los hijos y de su educación.
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[3.–] En la vida de la familia unos son los deberes propios del varón, y otros los de la mujer y la madre; pero ni la mujer puede permanecer enteramente extraña al trabajo del marido, ni el marido a la preocupación de la mujer. Todo lo que se hace en la familia debe ser de algún modo fruto de colaboración, obra común, en cierto grado, de los dos esposos.
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[5.–] La colaboración humana tiene que hacerse con la mente, con la voluntad y con la acción. Con la mente, porque en realidad solamente las criaturas inteligentes pueden colaborar entre sí uniendo su libre actividad. El que colabora no añade solamente sus esfuerzos por su cuenta, sino que los adapta a los de los otros para secundarlos y fundirlos en un efecto común. La colaboración consistirá, por lo tanto, en subordinar orgánicamente la obra de cada uno a un pensamiento común, hacia un fin común que ordenará y proporcionará jerárquicamente todo en sí, y cuyo común deseo aproximará a todas las inteligencias en un mismo interés y estrechará los ánimos en una afección recíproca, moviéndolos a aceptar la renuncia a la propia independencia para plegarlos a todas las necesidades que demande la consecución de aquel fin. En un pensamiento, en una fe y en una voluntad común, está la raíz de cualquier colaboración verdadera, la cual será tanto más estrecha y fecunda cuanto más intensamente obren el pensamiento, la fe y el amor, y persistan más vivamente en la acción.
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[7.–] Y, sin embargo, por difícil que parezca una colaboración tan íntima y concorde, es indispensable que sea así para el bien ordenado por Dios en la familia. Son dos personas el hombre y la mujer, que caminan juntos y se dan la mano y se ligan con el vínculo de un anillo; nudo amoroso que el mismo paganismo no dudó llamar “vinculum iugale”1. ¿Pues qué otra cosa es la mujer sino la ayuda del hombre, aquélla a la que Dios concedió el don sagrado de hacer nacer al hombre al mundo, aquélla cuya hermana mayor, “umile et alta più che creatura, termine fisso d’eterno consiglio”, debía darnos al Redentor del género humano y regocijar, con el primer milagro de Él, el nudo conyugal de las bodas de Caná?
1. Aeneid., l. IV, v. 16 y 59.
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[8.–] Dios ha establecido que en el fin esencial y primario del vínculo conyugal, que es la generación de los hijos, cooperasen el padre y la madre con una colaboración libremente aceptada y querida, sometiéndose a todo lo que pueda suponer en sacrificios un fin tan magnífico, por el cual el Creador hace a los progenitores casi partícipes de aquella potencia suprema con la que creó del barro al primer hombre, reservándose para sí la infusión del “spiraculum vitae” el soplo de la vida inmortal, como haciéndose Sumo Colaborador en la obra del padre y de la madre, ya que Él es la causa del obrar, y obra en todos los que obran (1[2]). Por eso es suya vuestra alegría, oh madres, cuando olvidáis todas las penas para exclamar al nacimiento de un niño “Natus est homo in mundum”: Ha nacido un hombre para el mundo (2[3]). Se ha cumplido en vosotros aquella bendición que Dios dio primeramente en el Paraíso terrenal a nuestros progenitores, y repitió después del Diluvio al segundo padre del género humano, Noé: “Creced y multiplicaos y llenad la tierra” (1[4]). Pero, además de la vida física del niño y de su salud, vosotros debéis colaborar a su educación en la vida espiritual, porque en aquella alma tierna dejan huellas poderosas las primeras impresiones, y el fin principal del matrimonio es no sólo procrear a los hijos, sino también educarlos (2[5]) y hacerlos crecer en el temor de Dios y en la fe, para que en la colaboración que ha de penetrar y animar enteramente la vida conyugal encontréis y gustéis aquella felicidad de que la Divina Providencia ha preparado tantos gérmenes, fecundándolos con su gracia en la familia cristiana.
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[9.–] Pero tampoco el pensamiento y el cuidado de un niño, cuyo nacimiento ha coronado y consagrado la unión de los dos esposos, bastaría para hacerlos colaborar toda la vida de un modo automático y espontáneo, si faltase o disminuyese la voluntad y el cordial propósito de colaborar. El propósito nace de la voluntad; el propósito debe estar precedido de la convicción de la necesidad de la colaboración. ¿Acaso comprende bien esta necesidad el que entra en la vida conyugal pretendiendo llevar a ella y conservar celosamente su propia libertad y no sacrificar nada de su independencia personal? ¿No es esto, más bien, ir en busca de los peores conflictos, soñar y arrogarse una situación imposible y quimérica en la realidad de la vida común? Conviene comprender y aceptar a un tiempo sincera y plenamente, con amor y condescendencia y no solamente con resignación, esta condición capital de la vida elegida; luego, hay que abrazar generosamente, con valentía y con alegría, cuanto haga posible, concorde y cortés esta colaboración, incluso el sacrificio de gustos, preferencias, deseos o costumbres personales, incluso la monotonía cotidiana de trabajos humildes, oscuros y penosos.
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[10.–] Voluntad de colaborar. ¿Qué es lo que hay que querer? Hay que querer y buscar esta colaboración; hay que amar el trabajar juntos, sin esperar a que os sea ofrecido, pedido o impuesto; hay que echarse adelante, saber dar los primeros pasos, poner principio de hecho; hay que desear vivamente la prosecución de estos primeros pasos, cuando sea necesario, y perseverar, con atención intensa y vigilante, para encontrar el modo de anudar realmente vuestras dos actividades, sin decaimientos ni impaciencias si el concurso o la ayuda de la otra parte pudiera parecer insuficiente o no proporcionada ni correspondiente a los esfuerzos propios, animados siempre por la resolución de no considerar nunca demasiado alto cualquier precio que sirva para proporcionaros una concordia tan indispensable, deseable y provechosa para cooperar y tender al bien de la familia.
1[2]. Contra Gent., l. III, c. 66-67.
2[3]. Io. XVI, 21.
1[4]. Gen. I, 28; VIII, 17.
2[5]. Can. 1013, 1 [1917 05 27/1013].
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[11.–] Propósito cordial de colaborar. Es decir, aquel propósito que no se aprende en los libros, sino que es enseñado por el corazón, que ama el acuerdo y el concierto activo en el gobierno y en la marcha del hogar doméstico; aquel propósito que es afección recíproca, mutua atención y solicitud por el nido común; aquel propósito que observa para aprender, que aprende para hacer, que hace para echar una mano al otro o a la otra; aquel propósito, en fin, que es una lenta y mutua educación y formación conyugal, necesaria para dos almas que se amaestran recíprocamente para llegar a la consecución de una verdadera e íntima colaboración. Si antes de vivir juntas, bajo el mismo techo, cada una de las dos almas ha vivido sus días y se ha formado por cuenta propia; si una y otra proceden de dos familias que, aunque sean semejantes, no serán nunca idénticas; si cada una lleva, por lo tanto, a la morada común, maneras de pensar, de sentir, de obrar y de tratar que nunca se encontrarán, de primera intención, en plena y total armonía entre sí, bien veis vosotros que será necesario, antes que nada, para ponerse de acuerdo al obrar, conocerse mutuamente más a fondo de lo que haya sido posible durante el tiempo del noviazgo, investigar y discernir, de circunstancia en circunstancia, las virtudes y los defectos, las capacidades y las deficiencias, no ya para promover críticas y disputas o preferirse a sí mismo, no viendo más que los lunares en aquél o en aquélla con quien se ha ligado vuestra propia vida, sino para darse cuenta de lo que se puede esperar, de lo que habrá tal vez que compensar o que suplir.
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[12.–] Una vez conocidos los pasos con los que habrá que concertar los vuestros, vendrá la voluntariosa tarea de modificar, acomodar y armonizar los pensamientos y las costumbres; tarea que el afecto recíproco hará marchar insensiblemente, y no será turbada por transformaciones, cambios y sacrificios que no deben recaer exclusivamente sobre una de las partes, sino que cada una de ellas tomará su porción con mucho amor y confianza, pensando en el próximo amanecer del día en que el gozo del completo acuerdo entre las dos almas en la mente, en la voluntad y en la acción, alegrará y aliviará el fruto pleno y suave de la colaboración en la prosperidad y felicidad de la familia.
[FC, 251-255]
1942 03 18 0002
[2.–] [...] Giogo di grazia è per voi, diletti sposi, anche il gran Sacramento del matrimonio, che in faccia al sacerdote e all’altare di Cristo vi ha uniti in una vita a due con un vincolo indissolubile, perchè insieme camminiate quaggiù, e scambievolmente vi aiutiate, colla borando a sostenere il peso della famiglia, del figli e della loro educazione.
1942 03 18 0003
[3.–] Nella vita di famiglia altri sono i doveri propri dell’uomo, altri i doveri spettanti alla donna, alla madre; ma nè la donna può rimanere intieramente estranea al lavoro del marito, nè il marito alla sollecitudine della moglie. Quanto viene fatto in famiglia vuol essere in qualche maniera frutto di collaborazione, opera, in qualche grado, comune dei due sposi.
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[5.–] La collaborazione umana vuol essere con la mente, con la volontà e con l’opera. Con la mente, perchè in realtà soltanto creature intelligenti possono collaborare fra loro, congiungere la loro libera azione. Chi collabora non solo aggiunge i suoi sforzi per proprio conto, ma il adatta a quelli degli altri, per secondarli e fonderli in un effetto comune. Quindi la collaborazione sarà un subordinare l’opera particolare di ciascuno organicamente a un pensiero comune, verso un fine comune, che tutto a sè ordinerà e commisurerà gerarchicamente, e il cui comune desiderio avvicinerà tutti gl’intelletti in un medesimo interesse, e stringerà gli animi in un’affezione reciproca, movendoli ad accettare la rinunzia alla propria indipendenza per piegarli a ogni necessità che domandi il raggiungimento di quei fine. In un pensiero e in una fede e in un volere comuni sta la radice di qualunque vera collaborazione, la quale sarà tanto più stretta e feconda, quanto più pensiero, fede e amore intensamente agiranno e più vivi dureranno nell’azione.
1942 03 18 0007
[7.–] Eppure, per difficile che apparisca una tale concorde e intima collaborazione, essa è indispensabile al bene da Dio inteso nella famiglia. Son due, l’uomo e la donna, che camminano a paro e si danno la mano e si legano col vincolo di un anello; nodo amoroso, che anche il paganesimo non dubitò di chiamare vinculum iugale (Aeneid. l. IV v. 16 e 59). Che è mai dunque la donna se non l’aiuto dell’uomo, colei a cui Dio concesse il sacro dono di far nascere l’uomo al mondo? colei, la cui più grande sorella, “umile ed alta più che creatura, termine fisso d’eterno consiglio”, doveva darci il Redentore del genere umano, e col primo miracolo di Lui far lieto il “giogale nodo” delle nozze in Cana?
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[8.–] Dio ha stabilito che al fine essenziale e primario del vincolo coniugale, ch’è la generazione dei figli, cooperassero il padre e la madre, con collaborazione liberamente intesa e voluta nel sottomettersi a tutto ciò che potrà imporre di sacrifici un tal magnifico fine, per il quale il Creatore quasi rende partecipi i genitori di quella potenza suprema con cui plasmò dal fango il primo uomo, mentre riserba a sè l’infondervi lo spiraculum vitae, il soffio della vita immortale, facendosi così nell’opera del padre e della madre Sommo Collaboratore, come è causa dell’operare, e opera in tutti coloro che operano (Contra Gent. l. III c. 66-67). Sua quindi è la vostra gioia, o madri, quando, dimenticando tutte le pene, liete esclamate alla nascita di un bambino: Natus est homo in mundum! È nato al mondo un uomo! (Io 16, 21). Si è compiuta in voi quella benedizione, che Dio aveva nel paradiso terrestre già data ai nostri progenitori, e dopo il diluvio ripetè al secondo padre del genere umano, Noè: “Crescete e moltiplicatevi, e riempite la terra” (Gen 1, 28; 8, 17). Ma, oltre che alla nascita del fanciullo nella vita fisica e alla sua salute, voi dovete collaborare alla sua educazione nella vita spirituale; perchè in quell’amina tenera le prime impressioni lasciano tracce potenti; e fine principale del matrimonio è non solo procreare i figli, ma anche educarli (can. 1013 § 1)2[5] e crescerli nel timore di Dio e nella fede, affinchè nella collaborazione, che tutta ha da pervadere e animare la vita coniugale, ritroviate e gustiate quella felicità, di cui tanti semi la divina Provvidenza ha preparati e fecondati con la sua grazia nella famiglia cristiana.
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[9.–] Ma nemmeno il pensiero e la cura di un bambino, la cui nascita ha coronato e consacrato l’unione dei due sposi, varrebbero a renderli per tutta la loro vita automaticamente, spontaneamente collaboranti, quando mancasse o venisse meno la volontà e il cordiale studio di collaborare. Dalla volontà sgorga il proposito; al proposito deve precorrere il convincersi della necessità della collaborazione. Intende forse bene questa necessità chi entra nella vita coniugale, pretendendo di portarvi e mantenervi gelosamente la propria libertà, di non sacrificarvi nulla della propria indipendenza personale? Non è questo invece un andare incontro ai peggiori conflitti, un sognare e arrogarsi una situazione impossibile e chimerica nella realtà della vita comune? Conviene dunque comprendere e insieme accettare sinceramente e pienamente, con amore e condiscendenza e non soltanto con rassegnazione, una tale condizione capitale della vita scelta; quindi, abbracciare generosamente, con coraggio e con gioia, quanto renderà possibile, concorde, cortese questa collaborazione, fosse anche il sacrificio di gusti, di preferenze, di desideri, di abitudini personali, fosse anche la monotonia quotidiana di lavori umili, oscuri e penosi.
1942 03 18 0010
[10.–] Volontà di collaborare: che cosa dunque è da volere? È da volere e cercare questa collaborazione: da amare il lavorare insieme senz’attendere che vi sia offerto o richiesto o imposto; da farvi avanti, da saper fare i primi passi, se è necessario, per porvi di fatto inizio; da desiderare di questi primi passi, al bisogno, vivamente il proseguimento e perseverarvi con vigile e intensa cura per trovar modo di realmente annodare le vostre due attività, senza scoraggiamenti nè impazienze per un concorso o aiuto, dall’altra parte, che potrebbe sembrare non bastevole e non corrispondente nè proporzionato ai propri sforzi, sempre sorretti dalla risoluzione di non considerare mai troppo alto alcun prezzo che valga a procacciarvi una così desiderabile, indispensabile e proficua concordia nel cooperare e tendere al bene della famiglia.
2[5]. Can. 1013, 1 [1917 05 27/1013].
1942 03 18 0011
[11.–] Cordiale studio di collaborare. Quello studio vogliamo dire, che non si apprende dai libri, ma viene insegnato dal cuore, che ama l’operoso accordo e concerto nel governo e nell’andamento del focolare domestico; quello studio, che è affezione reciproca, scambievole premura e sollecitudine del nido comune; quello studio, che osserva per imparare, che impara per fare, che fa per dare una mano all’altro o all’altra; quello studio, insomma, che è una lenta e mutua educazione e formazione coniugale, necessaria a due anime le quali si ammaestrano a vicenda per arrivare al conseguimento di una vera e intima collaborazione. Se, avanti di vivere insieme sotto un medesimo tetto, ciascuna delle due anime ha vissuto i suoi dì e si è formata per conto proprio; se l’una e l’altra vengono da due famiglie, che, per quanto somiglianti, non saranno mai identiche; se quindi ognuna recherà nella dimora comune maniere di pensare, di sentire, di agire, di trattare, che mai non si troveranno sulle prime in piena e totale armonia tra loro; voi ben vedete che bisognerà innanzi tutto, per accordarsi nell’operare, conoscersi mutuamente più a fondo di quel che non sia stato possibile di fare durante il tempo del fidanzamento: investigare e discernere, di circostanza in circostanza, virtù e difetti, capacità e manchevolezze, non già per muovere critiche e litigi o preferire sè col non vedere che i nei in colui o in colei con cui si è legata la propria vita, ma per rendersi conto di ciò che se ne può attendere, di ciò che si dovrà forse supplire o compensare.
1942 03 18 0012
[12.–] Una volta conosciuto il passo sul quale occorrerà regolare il proprio, verrà il volenteroso lavorìo di modificare, contemperare e armonizzare i pensieri e le abitudini; lavorìo che l’affetto reciproco farà procedere insensibile e non turberanno quelle trasformazioni, quei mutamenti e quei sacrifici, che non dovranno gravare tutti su una sola delle due parti, ma dei quali ognuna di esse prenderà la sua porzione, con molto amore e confidenza, pensando al vicino sorgere del giorno, in cui la gioia del raggiunto perfetto accordo delle due anime, nella mente, nella volontà e nell’azione, rallegrerà e allevierà il soave e pleno frutto del collaborare alla prosperità e alla felicità della famiglia.
[DR 4, 3-8]