[0431] • PÍO XII, 1939-1958 • LA FIDELIDAD CONYUGAL
De la Alocución La luce, a unos recién casados, 21 octubre 1942
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[1.–] [...] ¡Para siempre! Nos hemos insistido ya sobre esta idea cuando hablábamos a otras parejas de recién casados que os han precedido en torno a Nos, de la indisolubilidad del matrimonio. Sin embargo, lejos de haberse agotado el tema, se puede decir que no hemos rozado todavía la superficie. Por eso querríamos entrar en él más profundamente, más íntimamente, hablando de aquella piedra preciosa que es la fidelidad conyugal, de la cual hoy nos limitaremos a haceros ver la belleza y haceros gustar el encanto.
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[2.–] Como contrato indisoluble, el matrimonio tiene la fuerza de constituir y vincular a los esposos en un estado social y religioso, de carácter legítimo y perpetuo, y tiene sobre todos los demás contratos la superioridad de que ningún poder en el mundo –en el sentido y con la extensión ya por Nos explicados– es capaz de rescindirlo. En vano una de las partes pretenderá desatarse de él; el pacto violado, renegado, roto, no afloja sus lazos; continúa obligando con el mismo vigor que el día en que fue sellado ante Dios con el consentimiento de los contrayentes; ni siquiera la víctima puede ser desatada del sagrado vínculo que la une a aquél o a aquélla que le ha traicionado. La atadura no se desata, o más bien, no se rompe sino con la muerte.
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[3.–] A pesar de eso, la fidelidad dice todavía algo más poderoso, más profundo y al mismo tiempo más delicado y más infinitamente dulce. Porque, uniendo el contrato matrimonial a los esposos en una comunidad de vida social y religiosa, es necesario que determine con exactitud los límites dentro de los cuales obliga, que recuerde la posibilidad de una coacción exterior, a la cual una de las partes pueda acudir para obligar a la otra al cumplimiento de los deberes libremente aceptados. Pero mientras estas determinaciones jurídicas, que son como el Cuerpo material del Contrato, le dan necesariamente como un frío aspecto formal, la fidelidad es en él como el alma y el corazón, la prueba palmaria, el testimonio patente.
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[4.–] Aunque más exigente, la fidelidad cambia en dulzura lo que la precisión jurídica parecía poner en el contrato de más riguroso y más austero. Sí, más exigente; porque ella juzga infiel y perjuro no sólo al que atenta con el divorcio, por otra parte inútil y sin efecto, a la indisolubilidad del matrimonio sino también al que, sin destruir materialmente el hogar por él fundado, aun continuando la vida conyugal, se permite establecer y mantener paralelamente otro vínculo criminal; infiel y perjuro el que, aun sin establecer una ilícita relación durable, dispone, aunque sea una sola vez, para el placer ajeno o para la propia, egoísta y pecaminosa satisfacción, de un cuerpo –para usar la expresión de San Pablo (1)–, sobre el cual solamente el esposo y la esposa legítima tienen derecho. Más exigente todavía y más delicada que esta estricta fidelidad natural, la verdadera fidelidad cristiana señorea y alcanza más allá; reina e impera, como soberana amorosa, en toda la amplitud del dominio real del amor.
1. I Cor. VII, 4.
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[5.–] Porque, efectivamente, ¿qué es la fidelidad sino el religioso respeto del don que cada uno de los esposos ha hecho al otro, don de sí mismo, de su cuerpo, de su mente, de su corazón, para toda la vida, sin otra reserva que los sagrados derechos de Dios?
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[6.–] I.–La frescura de la juventud en flor, la honesta elegancia, la espontaneidad y la delicadeza de las maneras, la bondad interior del alma, todos estos buenos y hermosos atractivos, que plasman el encanto indefinible de la joven cándida y pura, han conquistado el corazón del joven y le han elevado tanto hacia ella, con el empuje de un amor ardiente y casto, que en vano se buscaría en la naturaleza una imagen que ni por comparación pueda expresar un encanto tan exquisito. Por su parte, la joven ha amado la hermosura viril, la mirada valiente y noble, el paso firme y resuelto del hombre, sobre cuyo brazo vigoroso apoyará, puesta junto a él, la mano delicada a lo largo del áspero camino de la vida.
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[7.–] En esa primavera brillante el amor sabía ejercitar sobre los ojos el poder fascinador, dar a los actos más insignificantes un esplendor deslumbrante, cubrir o transfigurar las más evidentes imperfecciones. Cuando la promesa, al realizarse, ha sido mutuamente hecha delante de Dios, los esposos se han otorgado el uno al otro en la alegría natural, pero santificada, de su unión, con la noble ambición de una lozana fecundidad. ¿Es esto acaso ya la fidelidad en todo su fulgor? No; todavía no se ha probado.
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[8.–] Pero los años, pasando sobre la belleza y sobre los sueños de la juventud, le han arrebatado un tanto de su frescura, para darle, en cambio, una dignidad más austera y reflexiva. La familia, con su crecimiento, ha aumentado la fatiga del peso que carga sobre las espaldas del padre. La maternidad, con sus penas, sus sufrimientos, sus riesgos, pide y exige valor: la esposa, sobre el campo del honor del deber conyugal, no ha de ser ni mostrarse menos heroica que el esposo sobre el campo del honor del deber civil, en donde ofrece a la patria el don de su vida. Si a esto se añaden las lejanías, las ausencias, las separaciones forzadas, de las cuales igualmente hace poco hablábamos, u otras delicadas circunstancias que obligan a vivir en la continencia, entonces, recordándose que el cuerpo del uno pertenece al otro, los esposos cumplen sin vacilar su deber con sus exigencias y consecuencias, y mantienen con su corazón generoso y sin debilidades la austera disciplina que impone la virtud.
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[9.–] Cuando, finalmente, con la vejez se multiplican las enfermedades, los achaques, las decadencias humillantes y penosas, todo el cortejo de miserias que sin la fuerza y el sostén del amor harían repugnante aquel cuerpo antes tan seductor, se le prodigan con la sonrisa en los labios los cuidados de la más delicada ternura. He aquí la fidelidad del mutuo don de los cuerpos.
1942 10 21 0010
[10.–] II.–En los primeros encuentros durante el noviazgo, con frecuencia todo era encantador: el uno prestaba al otro, con ilusión tan sincera como ingenua, aquel tributo de admiración que hacía sonreir, con indulgencia complaciente, a los que lo veían. No reparéis demasiado en aquellas pequeñas disputas, que, según el poeta latino, son más bien amor: “Non bene si tollas praelia, datur amor”. “No hay de veras amor si no hay riñas”. Era la plena, la absoluta comunidad de ideas y de sentimientos en el orden material y espiritual, natural y sobrenatural, la armonía perfecta de los caracteres. La expansión de la alegría y del amor daba a sus conversaciones una espontaneidad, una viveza, un brío que hacían chispear las almas, brillar agradablemente el tesoro de los conocimientos que podían poseer, tesoro a veces bien escaso, pero al que todo contribuía para hacerlo valer. Es el atractivo, es el entusiasmo; no es todavía la fidelidad.
1942 10 21 0011
[11.–] Pasa esta estación; las faltas no tardan en aparecer, la disparidad de los caracteres en manifestarse, aumentarse; acaso hasta la pobreza intelectual, en hacerse más patente. Se han terminado los fuegos artificiales: el amor ciego abre los ojos y queda desilusionado. Entonces es cuando, para el amor verdadero y fiel, comienza la prueba y al mismo tiempo el encanto. Con los ojos bien abiertos cae en la cuenta de cada una de estas faltas, pero las recibe con afectuosa paciencia, consciente de sus propios defectos: y todavía con clarividencia mayor penetra hasta descubrir, bajo la vulgar corteza, las cualidades de juicio, de sentido común, de sólida piedad, ricos tesoros escondidos oscuramente, pero de subidos quilates. Y, al tiempo que con solicitud descubre y valoriza estos dones y estas virtudes del alma, con no menos habilidad y vigilancia disimula a los ojos de los demás las lagunas y las sombras de la inteligencia o del saber, los caprichos o las asperezas del carácter. Sabe buscar, para las expresiones erróneas o inoportunas, una interpretación benigna y favorable, y siempre se alegra cuando la encuentra. Ahí le tenéis dispuesto a ver lo que les mancomuna y une, y no lo que les divide; a rectificar cualquier error, o disipar cualquier ilusión, con tan buena gracia que jamás ofende ni lastima. Lejos de mostrar su superioridad, con delicadeza interroga y pide el consejo de la otra parte, dejando ver que si tiene algo que dar también tiene gusto en recibir. ¿No veis cómo de ese modo se establece entre los esposos una unión de los espíritus, una colaboración intelectual y práctica que les hace elevarse hacia la verdad suprema, hacia Dios? ¿Y esto qué es sino fidelidad del mutuo don de sus inteligencias?
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[12.–] III.–Los corazones se han entregado para siempre. Por el corazón, sobre todo por el corazón, era poderoso el impulso que ha unido a los jóvenes esposos; pero también, sobre todo, por él, las desilusiones, cuando vienen, tienen sabor de amargura, porque el corazón es el elemento más sensible, pero también el más ciego del amor. Y cuando el amor vive todavía intacto, ya en las primeras pruebas de la vida conyugal la sensibilidad puede disminuir y estropear, a veces estropea necesariamente, alguna llama de su ardor excesivo y fácilmente ilusorio. Ahora bien; en la constancia y la perseverancia en el amor, en la actuación cotidiana del don recíproco y, si es necesario, en la prontitud y en la plenitud del perdón, ha de hallarse la piedra de toque de la fidelidad.
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[13.–] Si desde el principio el amor fue verdadero y no solamente una búsqueda egoísta de satisfacciones sensuales, este amor nunca cambiado del corazón vive siempre joven, jamás vencido por los años que pasan. Ninguna cosa hay más edificante y encantadora, ninguna más conmovedora que el espectáculo de aquellos venerables ancianos cuyas bodas de oro tienen en su celebración algo de más tranquilo, pero también de más profundo, hasta diríamos de más tierno, que aquéllas de la juventud. Sobre su amor han pasado cincuenta años: trabajando, amando, sufriendo, rezando juntos, han aprendido a conocerse mejor, a descubrir el uno en el otro la verdadera bondad, la verdadera belleza, la verdadera palpitación de un corazón devoto, a adivinar todavía más lo que al otro puede agradar; y de aquí aquellas premuras exquisitas, aquellas pequeñas sorpresas, aquellas innumerables pequeñeces, en las que solamente encontraría chiquilladas el que no sabe descubrir la grandiosa, la hermosa dignidad de un inmenso amor. Ésta es la fidelidad del mutuo don de los corazones.
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[14.–] Felices vosotros, jóvenes esposos, si habéis podido, si podéis todavía contemplar semejantes escenas en vuestros abuelos. Acaso vosotros, cuando muchachos, habéis bromeado con ellos delicada y amorosamente; pero ahora, el día de vuestras bodas, vuestras miradas se han posado conmovidas sobre estos recuerdos con santa envidia, con la esperanza de ofrecer un día vosotros mismos un espectáculo semejante a vuestros nietos.
[FC, 325-329]
1942 10 21 0001
[1.–] [...] Per sempre! Noi abbiamo insistito su questo pensiero, quando ad altre giovani coppie, che vi hanno preceduto intorno a Noi, parlavamo della indissolubilità del matrimonio. Tuttavia, lungi dall’aver esaurito l’argomento, non ne abbiamo ancora che sfiorato la superficie. Noi vorremmo perciò penetrarlo più profondamente, più intimamente, parlandovi di quella gemma, che è la fedeltà coniugale, di cui Ci restringeremo oggi a farvi apprezzare la bellezza e gustare l’incanto.
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[2.–] Come contratto indissolubile, il matrimonio ha la forza di costituire e vincolare gli sposi in un stato sociale e religioso, di carattere legittimo e perpetuo, con questa superiorità su tutti gli altri contratti, che nessuna potestá al mondo –nel senso e nell’ambito da Noi altra volta esposti– vale a rescinderlo. Invano una delle parti pretenderebbe di svincolarsene: il patto violato, rinnegato, lacerato, non rallenta la sua stretta: esso continua ad obbligare con lo stesso vigore, come i giorno in cui i consenso dei contraenti lo suggellò davanti a Dio: nemmeno la vittima può essere sciolta dal legame sacro che la unisce a colui o a colei che l’ha tradita. Quel legame non si snoda, o piuttosto, non si rompe, se non con la morte.
1942 10 21 0003
[3.–] Ciò nondimento, la fedeltà dice qualche cosa di ancor più potente, di ancor più profondo, ma altresì di più delicato e di infinitamente più dolce. Giacchè, unendo il contratto matrimoniale gli sposi in una comunanza di vita sociale e religiosa, occorre che esso determini con esattezza i limiti entro i quali obbliga, che ricordi la possibilità di una coazione esteriore a cui l’una delle parti può ricorrere per costringere l’altra all’adempimento dei doveri liberamente assunti. Ma, mentre queste determinazioni giuridiche, che sono come il corpo materiale del contratto, danno ad esso necessariamente quasi un freddo aspetto formale, la fedeltà ne è come l’anima e il cuore, la prova aperta, il testimonio palese.
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[4.–] Quantunque più esigente, la fedeltà tramuta in dolcezza ciò che la precisione giuridica sembrava imprimere al contratto di rigoroso e di austero. Sì, più esigente; perchè essa giudica infedele e spergiuro non solo chi attenta col divorzio, per altro indarno e senza effetto, alla indissolubilità del matrimonio, ma altresì chi, pur senza distruggere materialmente il focolare da lui fondato, pur continuando la comunanza del vivere coniugale, si permette di allacciare e mantenere parallelamente un altro criminoso legame; infedele e spergiuro chi, pur senza stringere alcuna illecita relazione durevole, dispone, anche una sola volta, per l’altrui piacere o per la propria egoistica e peccaminosa soddisfazione, di un corpo –per usare la espressione di S. Paolo (1 Cor 7, 4)– sul quale ha solo diritto lo sposo o la sposa legittima. Più esigente ancora e più delicata di questa stretta fedeltà naturale, la vera fedeltà cristiana signoreggia e si avanza più oltre: essa regna e impera, amorosamente sovrana, su tutta l’ampiezza del dominio regale dell’amore.
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[5.–] Infatti che è mai la fedeltà se non il religioso rispetto del dono, che ognuno degli sposi ha fatto all’altro, dono di sè, del suo corpo, della sua mente, del suo cuore, per il corso della vita intiera, senza altra riserva che i diritti sacri di Dio?
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[6.–] 1.–La freschezza della gioventù in fiore, la onesta eleganza, la spontaneità e la delicatezza dei modi, la bontà interiore dell’animo, tutte queste buone e belle attrattive, che plasmano il fascino indefinibile della fanciulla candida e pura, hanno conquistato il cuore del giovane, e lo hanno tanto inclinato verso di lei con lo slancio di un amore ardente e casto, da cercare invano in tutta la natura una immagine che al paragone valga ad esprimere un incanto così squisito. Alla sua volta la fanciulla ha amato la bellezza virile, lo sguardo fiero e retto, il passo fermo e risoluto dell’uomo, sul cui braccio vigoroso appoggerà al fianco di lui la sua mano delicata lungo il cammino aspro della vita.
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[7.–] In questa primavera radiosa l’amore sapeva esercitare sugli occhi il suo potere affascinante, dare agli atti più insignificanti uno smagliante splendore, velare o trasfigurare le più manifeste imperfezioni. Quando la promessa, al mutarsi in fatto, è stata scambiata dinanzi a Dio, gli sposi si sono donati l’uno all’altra nella gioia, naturale ma santificata, della loro unione, con la nobile ambizione di una rigogliosa fecondità. È questa forse già la fedeltà in tutto il suo fulgore? No: essa non ha fatto ancora le sue prove.
1942 10 21 0008
[8.–] Ma gli anni, passando sopra la bellezza e i sogni della gioventù, le hanno rapito qualche poco della sua freschezza, per darle in cambio una dignità più austera e pensosa. La famiglia, crescendo, ha reso più faticoso il peso che grava sulle spalle del padre. La maternità, coi suoi travagli, le sue sofferenze, i suoi rischi, chiede ed esige coraggio: la sposa sul campo d’onore del dovere coniugale non ha da essere e dimostrarsi meno eroica che lo sposo sul campo d’onore del dovere civile, dove fa alla patria il dono della sua vita. Che se sopravvengano la lontananza, l’assenza, le separazioni forzate, di cui parimenti di recente parlammo, o altre delicate circostanze, che obbligano a vivere nella continenza; allora, memori che il corpo dell’uno è bene dell’altro, gli sposi compiono, senza esitare, il dovere con le sue esigenze e le sue conseguenze, sostengono con cuore generoso, senza debolezze, la disciplina austera, che la virtù impone.
1942 10 21 0009
[9.–] Quando infine con la vecchiezza si moltiplicano le malattie, le infermità, i decadimenti umilianti e penosi, tutto il corteggio di miserie che, senza la forza e il sostegno dell’arnore, renderebbero ripugnante quel corpo già così seducente, si prodigano ad esso col sorriso sulle labbra le cure della tenerezza più delicata. Ecco la fedeltà nel dono scambievole dei corpi.
1942 10 21 0010
[10.–] 2.–Nei primi incontri, al tempo del fidanzamento, spesso tutto era incantevole: l’uno prestava all’altra, con non minore sincerità che ingenua illusione, un tributo di ammirazione, della quale coloro che ne erano testimoni sorridevano con compiacente indulgenza. Non badate troppo a quelle piccole querele, che, secondo il Poeta latino, sono piuttosto segno di amore: non bene, si tollas proelia, datur amor. Era la piena, assoluta comunanza delle idee e dei sentimenti, nell’ordine materiale e spirituale, naturale e soprannaturale, l’armonia perfetta dei caratteri. L’espansione della gioia e dell’amore dava ai loro colloqui una franchezza, una vivacità, un brio, che facevano cintillare lo spirito, luccicare piacevolmente il tesoro di cognizioni che potevano possedere, tesoro talvolta ben esiguo, ma che tutto contribuiva a mettere in valore. È attrattiva, è entusiasmo; non è ancora la fedeltà.
1942 10 21 0011
[11.–] Passa tale stagione: le manchevolezze non tardano ad apparire, le disparità di carattere a farsi vive, ad accrescersi forse anche la povertà intellettuale a rendersi più palese. I fuochi d’artifizio sono spenti, l’amore cieco apre gli occhi, resta deluso. Allora per l’amore vero e fedele è l’inizio del cimento, e al tempo stesso del suo incanto. Non cieco, ben si accorge di ognuna di queste manchevolezze, ma le prende con affettuosa pazienza, cosciente com’è dei suoi propri difetti: più chiaroveggente ancora, si avanza a scoprire ed apprezzare, sotto la scorza volgare, le qualità di giudizio, di buon senso, di solida pietà, ricchi tesori oscuramente nascosti, ma di buona lega. Sollecito a mettere in piena luce e in valore questi doni e queste virtù dello spirito, è non meno abile e vigile a dissimulare agli occhi altrui le lacune e le ombre dell’intelligenza o del sapere, le bizzarrie o le asprezze del carattere. Alle espressioni erronee o inopportune sa cercare una interpretazione benigna e favorevole ed è sempre lieto di ritrovarne qualcuna. Eccolo pronto a vedere ciò che accomuna ed unisce, e non ciò che divide, a rettificare qualche errore o dissipare qualche illusione, con tanto buona grazia, che non urta nè offende giammai. Lungi dal far mostra della sua superiorità, la sua delicatezza interroga e chiede il consiglio dell’altra parte, lasciando apparire che se ha alcunchè da dare, gode anche di ricevere. In tal guisa non vedete voi come si stabilisca fra gli sposi una unione di spirito, una collaborazione intellettuale e pratica che li fa salire l’uno e l’altra verso la verità nella quale risiede la unità, verso la verità suprema, verso Dio? Che altro è questo se non la fedeltà nel dono mutuo delle loro menti?
1942 10 21 0012
[12.–] 3.–I cuori si sono donati per sempre. Per il cuore, per il cuore soprattutto, era potente lo slancio che ha unito i giovani sposi; per esso anche soprattutto, la disillusione, quando viene, sa di amarezza, perchè il cuore è l’elemento più sensibile ma più cieco dell’amore. E anche quando l’amore sopravvive intatto, alle prime prove della vita coniugale, la sensibilità può scemare e perdere, talvolta anzi perde necessariamente qualche vampa del suo ardore e del suo predominio eccessivo e facilmente illusorio. Ora la costanza e la perseveranza nell’amore, nell’attuazione quotidiana del dono reciproco, e, al bisogno, nella prontezza e nella pienezza del perdono, vuol essere la pietra di paragone della fedeltà.
1942 10 21 0013
[13.–] Se fin dal principio vi fu vero amore e non soltanto ricerca egoistica di soddisfazioni sensuali, questo amore immutato del cuore vive sempre giovane, non mai vinto dagli anni che passano. Nulla è così edificante e incantevole, nulla commuove tanto, come lo spettacolo di quei venerandi coniugi, le cui nozze d’oro hanno nella loro festa qualche cosa di più calmo, ma anche di più profondo, vorremmo dire di più tenero, che quelle della giovinezza. Cinquant’anni sono trascorsi sul loro amore: lavorando, amando, soffrendo, pregando insieme, hanno appreso a meglio conoscersi, a scoprire l’uno nell’altra la vera bontà, la vera bellezza, il vero palpito di un cuore devoto, a indovinare ancor più ciò che può far piacere all’altro; donde quelle premure squisite, quelle piccole improvvisate, quegli innumerevoli piccoli nonnulla, ove crederebbe di vedere una fanciullaggine soltanto chi non sapesse scorgervi la grandiosa e bella dignità di un immenso amore. È questa la fedeltà nel mutuo dono dei cuori.
1942 10 21 0014
[14.–] Felici voi, giovani sposi, se vi è stato dato, se vi è dato ancora di contemplare simili scene nei vostri nonni. Forse, voi, fanciulli, avete con loro delicatamente e amorevolmente celiato; ma ora, il giorno delle vostre nozze, i vostri sguardi si sono posati commossi su quei ricordi, con santa invidia, con la speranza di dare un giorno voi stessi un pari spettacolo ai vostri nepoti.
[DR 4, 235-240]