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[0450] • PÍO XII, 1939-1958 • VIDA HUMANA, MATRIMONIO Y EDUCACIÓN DE LOS HIJOS

Del Discurso La vostra presenza, a la Unión Italiana MédicoBiológica “San Lucas”, 12 noviembre 1944

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[Intangibilidad de la vida humana]

[25.–] El quinto mandamiento, “non homicidium facies”1 –no matarás–, síntesis de los deberes que se refieren a la vida y a la integridad del cuerpo humano, es fecundo en enseñanzas, tanto para el que habla desde una cátedra universitaria como para el médico que ejercita su profesión. Mientras un hombre no se hace culpable, su vida es intangible. Por consiguiente, es ilícito todo acto que tiende directamente a destruirlo, ya se entienda tal destrucción como fin o solamente como medio para un fin, ya se trate de vida embrional o en su pleno desarrollo o llegada finalmente al término. Pues, de la vida de un hombre que no se haya hecho reo de muerte, solamente Dios es dueño. El médico no tiene derecho a disponer de la vida del niño o de la madre. Nadie en el mundo, ninguna persona privada, ningún poder humano, puede autorizarle a su directa destrucción. Su oficio no es destruir la vida, sino salvarla. Principios fundamentales e inmutables que la Iglesia en el curso de los últimos decenios se ha visto en la necesidad de proclamar repetidamente y con toda claridad, contra las opiniones y los métodos opuestos. En las resoluciones y en los derechos del magisterio eclesiástico, el médico católico encuentra, por lo que a esto se refiere, una guía segura para su juicio teórico y para su conducta práctica.

1. Ex. 20, 13.

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[Generación y educación de la prole]

[26.–] Pero hay en el orden moral un vasto campo que requiere, en el médico, especial claridad de principios y seguridad de acción. Es el campo en que fermentan las misteriosas energías puestas por Dios en el organismo del hombre y de la mujer para hacer surgir vidas nuevas. Es un poder natural; el Creador mismo ha determinado su estructura y formas esenciales de actividad, con un fin preciso, e imponiendo sus correspondientes deberes al hombre cada vez que haga uso de esa facultad: El fin principal (al que los fines secundarios están esencialmente subordinados) es la propagación de la vida y la educación de los hijos. Solamente el matrimonio, regulado por Dios mismo en su esencia y en sus propiedades, asegura lo uno y lo otro, conforme al bien y a la dignidad no menos de los hijos que de los padres. Es la única norma que ilumina y dirige toda esta delicada materia, norma a la que en todos los casos concretos, en todas las cuestiones especiales, habrá que volver; norma, en fin, cuya fiel observancia garantiza en este punto la salud moral y física de los individuos y de la sociedad.

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[Funestas transgresiones de las leyes de la naturaleza]

[27.–] No debería resultar difícil para el médico el comprender esta inmanente finalidad, profundamente arraigada en la Naturaleza, para afirmarla y aplicarla con íntima convicción en su actividad científica y práctica. No raramente él, más que el mismo teólogo, merecerá ser creído cuando amoneste o advierta que todo el que ofende y viola las leyes de la Naturaleza, antes o después tendrá que sufrir las funestas consecuencias en su valor personal y en su integridad física y cívica.

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[28.–] He ahí un joven que, bajo el impulso de las nacientes pasiones, recurre al médico; he ahí los novios que, en vista de sus próximas nupcias, le piden consejo, que no raramente, y por desgracia, es en sentido contrario a la Naturaleza y a la honestidad; he ahí los esposos que buscan en él luz y asistencia, o mejor todavía, complicidad, porque creen que no pueden hallar otra solución u otro camino de salvación en los conflictos de la vida si no es la deliberada infracción de los vínculos y de los deberes inherentes al uso de las relaciones matrimoniales. Intentarán entonces hacer valer todos los argumentos o pretextos posibles médicos, eugenésicos, sociales, morales para inducir al médico a dar un consejo o a procurar una ayuda que permita la satisfacción del instinto natural, pero privándoles de la posibilidad de alcanzar el fin de las fuerzas generadoras de la vida. ¿Cómo podrá él permanecer firme ante esos asaltos, si le falta a él mismo el conocimiento claro y la convicción personal de que el Creador mismo, para el bien del género humano, ha ligado el uso voluntario de aquellas energías naturales a su finalidad inmanente con un vínculo indisoluble que no permite ninguna relajación ni rotura?

[EM, 509-510]