[0488] • PÍO XII, 1939-1958 • LOS FINES DEL MATRIMONIO
Alocución Vegliare con sollecitudine, a las Comadronas de la Unión Católica Italiana, 29 octubre 1951
1951 10 29 0001
[1.–] Velar con solicitud sobre aquella cuna silenciosa y oscura donde Dios infunde al germen dado por los padres un alma inmortal, para prodigar vuestros cuidados a la madre y preparar un nacimiento feliz al niño que ella lleva en sí: he ahí, amadas hijas, el objeto de vuestra profesión, el secreto de su grandeza y de su belleza.
1951 10 29 0002
[2.–] Cuando se piensa en esta admirable colaboración –de los padres, de la Naturaleza y de Dios– de la cual viene a la luz un nuevo ser humano a imagen y semejanza del Creador (1), ¿cómo podría no apreciarse en su justo valor el concurso precioso que vosotras aportáis a tal obra? La heroica madre de los Macabeos advertía a sus hijos: Yo no sé de qué modo habéis tomado el ser en mi seno; yo no os he dado el espíritu y la vida, ni yo he coordenado el organismo a ninguno de vosotros. Así, pues, es el Creador del Universo el que ha formado al hombre en su nacimiento2.
1. Cfr. Gen. 1, 26-27.
2. 2 Mac. 7, 22.
1951 10 29 0003
[3.–] Por eso, quien se acerca a esta cuna del futuro de la vida y junto a ella ejercita su actividad en cualquier modo ha de conocer el orden que el Creador quiere que allí se mantenga y las leyes que lo rigen. Porque no se trata aquí de puras leyes físicas, biológicas, a las que necesariamente obedecen agentes privados de razón y fuerza ciegas, sino de leyes cuya ejecución y cuyos efectos están confiados a la voluntaria y libre cooperación del hombre.
1951 10 29 0004
[4.–] Este orden, fijado por la inteligencia suprema, se halla dirigido al fin querido por el Creador; comprende la obra exterior del hombre y la adhesión interna de su libre voluntad; abarca la acción y la obligada omisión. La Naturaleza pone a disposición del hombre toda la concatenación de las causas de las que surgirá una nueva vida humana; toca al hombre dar suelta a la fuerza viva de aquéllas y a la Naturaleza el desarrollar su curso y conducirla a término. Después que el hombre ha cumplido su parte y ha puesto en movimiento la maravillosa evolución de la vida, su deber es respetar religiosamente su progreso, deber que le prohíbe detener la obra de la Naturaleza o impedir su natural desarrollo.
1951 10 29 0005
[5.–] De esta forma, la parte de la Naturaleza y la parte del hombre están netamente delimitadas. Vuestra formación profesional y vuestra experiencia os ponen en situación de conocer la acción de la Naturaleza y la del hombre, lo mismo que las normas y las leyes a que ambas están sujetas; vuestra conciencia, iluminada por la razón y la fe bajo la guía de la Autoridad establecida por Dios, os enseña hasta dónde se extiende la acción lícita y dónde, en cambio, se impone estrictamente la obligación de la omisión.
1951 10 29 0006
[6.–] A la luz de estos principios, Nos proponemos ahora exponeros algunas consideraciones sobre el apostolado al que vuestra profesión os obliga. En efecto, toda profesión querida por Dios importa una misión; es decir, la de realizar en el campo de la profesión misma los pensamientos y las intenciones del Creador, y ayudar a los hombres a que comprendan la justicia y la santidad del plan divino y el bien que de él se deriva para ellos mismos por su cumplimiento.
1951 10 29 0007
I.–Vuestro apostolado profesional se ejercita en primer lugar por medio de vuestra persona
[7.–] ¿Por qué acuden a vosotras? Por la plena convicción de que conocéis vuestro arte, de que sabéis qué necesitan la madre y el niño, a qué peligros están ambos expuestos, cómo pueden ser evitados o superados estos peligros. Se espera de vosotras consejo y ayuda; naturalmente, no de modo absoluto, sino en los límites del saber y del poder humano, según el progreso y el estado actual de la ciencia y de la práctica de vuestra especialidad.
1951 10 29 0008
[8.–] Si todo esto se espera de vosotras, es porque se tiene confianza en vosotras; y esta confianza es, ante todo, cosa personal. Vuestra persona debe inspirarla. Que esta confianza no quede burlada, no sólo es vuestro deseo, sino también una exigencia de vuestro oficio y de vuestra profesión y, por lo tanto, un deber de vuestra conciencia. Por eso debéis tender a elevaros hasta el ápice en los conocimientos de vuestra especialidad.
1951 10 29 0009
[9.–] Pero vuestra habilidad profesional es también una exigencia y una forma de vuestro apostolado. ¿Qué crédito encontraría, en efecto, vuestra palabra en las cuestiones morales y religiosas relacionadas con vuestro oficio si aparecieseis deficientes en vuestros conocimientos profesionales? Por lo contrario, vuestra intervención en el campo moral y religioso será de un peso muy diferente, si supiereis imponer respeto con vuestra superior capacidad profesional. Al juicio favorable que os habréis ganado con vuestro mérito se añadirá, en el espíritu de aquéllos que recurren a vosotras, la bien fundada persuasión de que el cristianismo firmemente creído y fielmente practicado, lejos de ser un obstáculo para el valor profesional, es para éste un estímulo y una garantía. Verán claramente que, en el ejercicio de vuestra profesión, vosotras tenéis conciencia de vuestra responsabilidad ante Dios; que en vuestra fe en Dios encontráis el más fuerte motivo para asistir con tanta mayor entrega cuanto mayor sea la necesidad; que en el sólido fundamento religioso encontráis la firmeza para oponer a irracionales e inmorales pretensiones (de cualquier parte que ellas vengan) un tranquilo, pero impávido e irreformable No.
1951 10 29 0010
[10.–] Estimadas y apreciadas como sois por vuestra conducta personal no menos que por vuestra ciencia y experiencia, veréis cómo se os confían de buen grado los cuidados de la madre y del niño, y acaso sin que vosotras mismas os deis cuenta ejercitaréis un profundo, frecuentemente silencioso, pero muy eficaz apostolado de cristianismo vivido. Porque, por muy grande que pueda ser la autoridad moral que se debe a las cualidades propiamente profesionales, la acción del hombre sobre el hombre se lleva a cabo sobre todo con el doble sello de la verdadera humanidad y del verdadero cristianismo.
1951 10 29 0011
II.–El segundo aspecto de vuestro apostolado es el celo para sostener el valor y la inviolabilidad de la vida humana
[11.–] El mundo presente tiene urgente necesidad de ser convencido por el triple testimonio de la inteligencia, del corazón y de los hechos. Vuestra profesión os ofrece la posibilidad de dar tal testimonio y a ello os obliga por deber. A veces no es sino una simple palabra dicha oportunamente y con tacto a la madre o al padre; pero, todavía con más frecuencia, toda vuestra conducta y vuestra manera consciente de obrar influyen discretamente, silenciosamente, sobre ellos. Estáis más que otros en situación de conocer y de apreciar lo que la vida humana es en sí misma y lo que vale ante la sana razón, ante vuestra conciencia moral, ante la sociedad civil, ante la Iglesia y, sobre todo, ante los ojos de Dios. El Señor ha hecho todas las restantes cosas sobre la faz de la tierra para el hombre; pero el hombre mismo, por lo que toca a su ser y a su esencia, ha sido creado para Dios y no para criatura alguna, bien que en su obrar, se halla también obligado hacia la sociedad. Ahora bien, hombre es el niño, aunque no haya todavía nacido; en el mismo grado y por el mismo título que la madre.
1951 10 29 0012
[12.–] Además, todo ser humano, y también el niño en el seno materno, tienen el derecho a la vida inmediatamente de Dios, no de los padres, ni de clase alguna de sociedad o autoridad humana. Por ello no hay ningún hombre, ninguna autoridad humana, ninguna ciencia, ninguna indicación médica, eugenésica, social, económica, moral, que pueda exhibir o dar un título jurídico válido para una deliberada disposición directa sobre la vida humana inocente; es decir, una disposición que tienda a su destrucción, bien sea como fin, bien como medio para otro fin que acaso de por sí no sea en modo alguno ilícito. Así, por ejemplo, salvar la vida de la madre es un nobilísimo fin; pero la muerte directa del niño como medio para este fin no es lícita. La destrucción directa de la llamada vida sin valor, nacida o todavía sin nacer, practicada en gran número hace pocos años, no se puede en modo alguno justificar. Por eso, cuando esta práctica comenzó, la Iglesia declaró formalmente que era contrario al derecho natural y divino positivo, y por lo tanto ilícito, matar, aunque fuera por orden de la autoridad pública, a aquéllos que, aunque inocentes, a consecuencia de taras físicas o psíquicas, no son útiles a la nación, sino más bien resultan cargas para ella (3). La vida de un inocente es intangible y cualquier atentado o agresión directa contra ella es la violación de una de las leyes fundamentales, sin las que no es posible una segura convivencia humana. No tenemos necesidad de enseñaros en detalle la significación y el alcance de esta ley fundamental en vuestra profesión, pero no olvidéis que, por encima de cualquier ley humana, de cualquier indicación, se levanta, indefectible, la ley de Dios.
3. Decr. S. Off., 2 dec. 1940; Acta Ap. Sedis, vol. XXXII, pag. 553-554.
1951 10 29 0013
[13.–] El apostolado de vuestra profesión os impone tanto el deber de comunicar también a otros el conocimiento, la estima y el respeto de la vida humana, que vosotras nutrís en vuestro corazón por convicción cristiana, como el de tomar, cuando sea necesario, valientemente, su defensa, y proteger, cuando sea necesario y esté en vuestro poder, la indefensa y todavía oculta vida del niño apoyándoos sobre la fuerza del precepto divino: Non occides: no matar (4). Tal función defensiva se presenta a veces como la más necesaria y urgente; sin embargo, no es la más noble ni la más importante parte de vuestra misión: ésta, en realidad, no es puramente negativa, sino, sobre todo constructiva y tiende a promover, edificar y reforzar.
4. Ex. 20, 13.
1951 10 29 0014
[14.–] Infundid en el espíritu y en el corazón de la madre y del padre la estima, el deseo, el gozo, la acogida amorosa del recién nacido desde su primer vagido. El niño, formado en el seno materno, es un regalo de Dios (5), que confía su cuidado a los padres. ¡Con qué delicadeza, con qué encanto muestra la Sagrada Escritura la graciosa corona de los hijos reunidos en torno a la mesa del padre! Ellos son la recompensa del justo, como la esterilidad es con mucha frecuencia el castigo del pecador.
Escuchad la palabra divina expresada con la insuperable poesía del Salmo: Tu esposa será como vid abundante en lo íntimo de tu casa y tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa. He aquí de qué modo es bendecido el hombre temeroso de Dios6. Mientras que del malvado se ha escrito: Tu posteridad sea condenada a exterminio, en la próxima generación extíngase hasta su nombre7.
5. Ps. 127, 3.
6. Ps. 127, 3-4.
7. Ps. 108, 13.
1951 10 29 0015
[15.–] Desde su nacimiento, apresuraos –como hacían ya los antiguos romanos– a poner al niño en los brazos del padre, pero con un espíritu incomparablemente más elevado. Entre aquéllos, era la afirmación de la paternidad y de la autoridad que de ella se deriva; aquí, es el homenaje de reconocimiento hacia el Creador, la invocación de la bendición divina, el compromiso de cumplir con devoto afecto el oficio que Dios le ha encomendado. Si el Señor alaba y premia al servidor fiel por haber hecho fructificar cinco talentos (8), ¿qué elogio, qué recompensa reservará al padre que ha custodiado y educado para Él la vida humana que se le confió, superior a todo el oro y toda la plata del mundo?
8. Cfr. Matth. 25, 21.
1951 10 29 0016
[16.–] Pero vuestro apostolado se dirige sobre todo a la madre. Sin duda, la voz de la Naturaleza habla en ella y le pone en el corazón el deseo, el gozo, la valentía, el amor, la voluntad de tener cuidado del niño; mas, para vencer las sugestiones de la pusilanimidad en todas sus formas, aquella voz tiene necesidad de ser reforzada y de tomar, por decirlo así, un acento sobrenatural. A vosotras os toca hacer gustar a la joven madre, menos con las palabras que con toda vuestra manera de ser y de actuar, la grandeza, la belleza, la nobleza de aquella vida que surge, se forma y vive en su seno, que de ella nace, que ella lleva en sus brazos y nutre de su pecho; hacer resplandecer a sus ojos y en su corazón el gran don del amor de Dios hacia ella y hacia su niño. La Sagrada Escritura os hace escuchar, en múltiples ejemplos, el eco de la oración suplicante y después el de los cantos de reconocida alegría de tantas madres, finalmente oídas, después de haber implorado, durante largo tiempo y con lágrimas, la gracia de la maternidad. Aun los mismos dolores que, después de la culpa original, debe sufrir la madre para dar a luz a su niño, no hacen sino apretar más el vínculo que les une; ella le amará tanto más cuanto más dolor le haya costado. Esto lo ha expresado con profunda y conmovedora simplicidad Aquel que plasmó el corazón de las madres: La mujer, cuando pare, sufre dolor porque ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, no se acuerda ya de la angustia por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo9. Y en otro pasaje, el Espíritu Santo, por la pluma del apóstol San Pablo, muestra, una vez más, la grandeza y la alegría de la maternidad: Dios da a la madre el niño, pero al darlo la hace cooperar efectivamente en el abrirse de la flor cuya semilla había puesto en sus vísceras, y esta cooperación viene a ser el camino que la conduce a su salvación eterna: se salvará la mujer por la generación de los hijos10.
. 9. Io. 16, 21.
10. I Tim. 2, 15.
1951 10 29 0017
[17.–] Este acuerdo perfecto de la razón y de la fe os da la garantía de que estáis en la verdad plena y de que podéis proseguir, con incondicional seguridad, vuestro apostolado de estima y de amor hacia la vida naciente. Si conseguís ejercitar este aposto lado junto a la cuna donde llora el recién nacido, no será de masiado difícil obtener lo que vuestra conciencia profesional en armonía con la ley de Dios y de la Naturaleza, os impone prescribir para el bien de la madre y del niño.
1951 10 29 0018
[18.–] No necesitamos demostraros a vosotras, que tenéis experiencia de ello, cuán necesario es hoy este apostolado de la estima y del amor hacia la nueva vida. Por desgracia, no son raros los casos en que el hablar, aunque sólo sea con una cauta alusión, de los hijos como de una bendición, basta para provocar contradicciones y acaso hasta burlas. Con mucha más frecuencia domina la idea y la palabra del grave peso de los hijos. ¡Cuán opuesta al pensamiento de Dios y al lenguaje de la Sagrada Escritura y hasta a la sana razón y al sentimiento de la Naturaleza es tal mentalidad! Si hay condiciones y circunstancias en que los padres, sin violar la ley de Dios pueden evitar la bendición de los hijos, sin embargo, estos casos de fuerza mayor no autorizan a pervertir las ideas, a despreciar los valores y a vilipendiar a la madre, que ha tenido el valor y el honor de dar la vida.
1951 10 29 0019
[19.–] Si lo que hasta ahora hemos dicho toca a la protección y al cuidado de la vida natural, con mucha mayor razón ha de valer para la vida sobrenatural que el recién nacido recibe con el bautismo. En la presente economía no hay otro medio para comunicar esta vida al niño, que no tiene todavía uso de razón. Y sin embargo, el estado de gracia en el momento de la muerte es absolutamente necesario para la salvación: sin él no es posible llegar a la felicidad sobrenatural, a la visión beatífica de Dios. Un acto de amor puede bastar al adulto para conseguir la gracia santificante y suplir el defecto del bautismo; al que todavía no ha nacido o al niño recién nacido este camino no le está abierto. Si se considera, pues, que la caridad hacia el prójimo impone asistirle en caso de necesidad; que esta obligación es tanto más grave y urgente cuanto más grande es el bien que se ha de procurar o el mal que se ha de evitar, y cuanto el necesitado sea menos capaz de ayudarse y salvarse por sí mismo; entonces es fácil comprender la gran importancia de atender al bautismo de un niño privado de todo uso de razón y que se encuentra en grave peligro o ante una muerte segura. Sin duda este deber obliga, en primer lugar, a los padres; pero en los casos de urgencia, cuando no hay tiempo que perder o no es posible llamar a un sacerdote, os toca a vosotras el sublime oficio de conferir el bautismo. No dejéis, pues, de prestar este servicio caritativo y de ejercitar este activo apostolado de vuestra profesión. Que os sirva de aliento y de estímulo la palabra de Jesús: Bienaventurados los misericordiosos, porque encontrarán misericordia11. ¡Y qué misericordia más grande y más bella que la de asegurar al alma del niño –entre el umbral de la vida que apenas ha traspasado y el umbral de la muerte que se apresta a pasar– la entrada en la eternidad gloriosa y beatificante!
11. Matth. 5, 7.
1951 10 29 0020
III.–Un tercer aspecto de vuestro apostolado profesional se podría denominar el de la asistencia a la madre en el cumplimiento pronto y generoso de su función materna
[20.–] Apenas hubo escuchado el mensaje del Ángel, María Santísima respondió: ¡He aquí la esclava del Señor! Hágase en mí según tu palabra12. ¡Un fiat, un sí ardiente a la vocación de madre! Maternidad virginal, incomparablemente superior a toda otra; pero maternidad real, en el verdadero y propio sentido de la palabra (1)3. Por eso, al rezar el Angelus Domini, después de haber recordado la aceptación de María, el fiel concluye inmediatamente: Y el Verbo se hizo carne14.
12. Luc. 1, 38.
13. Cfr. Gal. 4, 4.
14. Io. 1, 14.
1951 10 29 0021
[21.–] Es una de las exigencias fundamentales del recto orden moral que al uso de los derechos conyugales corresponda la sincera aceptación interna del oficio y de los deberes de la maternidad. Con esta condición camina la mujer por la vía trazada por el Creador hacia el fin que Él ha asignado a su criatura, haciéndola, con el ejercicio de aquella función participante de su bondad, de su sabiduría y de su omnipotencia, según el anuncio del Ángel: Concipies in utero et paries: “concebirás en tu seno y parirás” (1)5.
15. Cfr. Luc. 1, 31.
1951 10 29 0022
[22.–] Si éste es, pues, el fundamento biológico de vuestra actividad profesional, el objeto urgente de vuestro apostolado será: trabajar por mantener, despertar, estimular el sentido y el amor del deber de la maternidad.
1951 10 29 0023
[23.–] Cuando los cónyuges estiman y aprecian el honor de suscitar una nueva vida, cuya aparición esperan con santa impaciencia, vuestra tarea es muy fácil: basta cultivar en ellos el sentimiento interior: la disposición para acoger y para cuidar aquella vida naciente sigue ya entonces como por sus propios pasos. Pero, a veces, no es así; con frecuencia el niño no es deseado; peor aún, es temido. ¿Cómo podría en tales condiciones existir aún la prontitud para el deber? Aquí vuestro apostolado debe ejercitarse de una manera efectiva y eficaz: ante todo, negativamente, rehusando toda cooperación inmoral; y luego, también positivamente, dirigiendo vuestros delicados cuidados a disipar los prejuicios, las varias aprensiones o los pretextos pusilánimes, a alejar cuanto os sea posible los obstáculos, incluso exteriores, que puedan hacer penosa la aceptación de la maternidad. Si no se recurre a vuestros consejos y a vuestra ayuda, sino para facilitar la procreación de la nueva vida, para protegerla y encaminarla hacia su pleno desarrollo, vosotras podéis, ya sin más, prestar vuestra cooperación. ¿Pero en cuántos otros casos se recurre a vosotras, para impedir la procreación y la conservación de esta vida, sin respeto alguno a los preceptos de orden moral? Obedecer a tales exigencias sería rebajar vuestro saber y vuestra capacitación, haciéndoos cómplices en una acción inmoral; sería pervertir vuestro apostolado. Éste exige un tranquilo, pero categórico no, que no permite transgredir la ley de Dios y el dictamen de la conciencia. Por eso vuestra profesión os obliga a tener un claro conocimiento de aquella ley divina de modo que la hagáis respetar, sin quedaros más acá ni más allá de sus preceptos.
1951 10 29 0024
[24.–] Nuestro predecesor Pío XI, de f. m., en su encíclica Casti connubii del 31 de diciembre de 1930, proclamó de nuevo solemnemente la ley fundamental del acto y de las rela ciones conyugales: que todo atentado de los cónyuges en el cumplimiento del acto conyugal o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, atentado que tenga por fin el privarlo de la fuerza a él inherente e impedir la procreación de una nueva vida, es inmoral; y que ninguna indicación o necesidad puede cambiar una acción intrínsecamente inmoral en un acto moral y lícito (1)6.
16. Cfr. Acta Ap. Sedis, vol. XXII, pag. 559 e segg. [1930 12 31/56 ss.].
1951 10 29 0025
[25.–] Esta prescripción sigue en pleno vigor lo mismo hoy que ayer, y tal será mañana y siempre, porque no es un simple precepto de derecho humano, sino la expresión de una ley que es natural y divina.
1951 10 29 0026
[26.–] Sean Nuestras palabras una norma segura para todos los casos en que vuestra profesión y vuestro apostolado exigen de vosotras una determinación clara y firme.
1951 10 29 0027
[27.–] Sería mucho más que una simple falta de disposición para el servicio de la vida, si el atentado del hombre no fuera sólo contra un acto singular, sino que atacase al organismo mismo, con el fin de privarlo, por medio de la esterilización, de la facultad de procrear una nueva vida. También aquí tenéis para vuestra conducta interna y externa una clara norma en las enseñanzas de la Iglesia. La esterilización directa –esto es, la que tiende, como medio o como fin, a hacer imposible la procreación– es una grave violación de la ley moral y, por lo tanto, ilícita. Tampoco la autoridad pública tiene aquí derecho alguno, ya para permitirla bajo pretexto de ninguna clase de indicación, ya mucho menos para prescribirla o hacerla ejecutar con daño de los inocentes. Este principio se encuentra ya enunciado en la Encíclica mencionada de Pío XI sobre el matrimonio (1)7. Por eso, cuando, ahora hace un decenio, la esterilización comenzó a ser cada vez más ampliamente aplicada, la Santa Sede se vio en la necesidad de declarar expresa y públicamente que la esterilización directa, tanto perpetua como temporal, tanto del hombre como de la mujer, es ilícita en virtud de la ley natural, de la que la Iglesia misma, como bien sabéis, no tiene potestad de dispensar (1)8.
17. L. c. pag. 564-565.
18. Decr. S. Off., 24 febr. 1940, Acta Ap. Sedis, 1940, pag. 73 [1940 02 24/1].
1951 10 29 0028
[28.–] Oponeos, pues, por lo que a vosotras toca, en vuestro apostolado, a estas tendencias perversas y negadles vuestra cooperación.
1951 10 29 0029
[29.–] Actualmente se presenta, además, el grave problema de si –y hasta qué grado– la obligación de la pronta disposición al servicio de la maternidad es conciliable con el recurso, cada vez más difundido, a las épocas de la esterilidad natural (los llamados períodos agenésicos de la mujer), lo cual parece una clara expresión de una voluntad contraria a aquella disposición.
1951 10 29 0030
[30.–] Se espera justamente de vosotras que estéis bien informadas, desde el punto de vista médico, de esta conocida teoría y de los progresos que en esta materia se pueden todavía prever, y, además, que vuestros consejos y vuestra asistencia no se apoyen sobre simples publicaciones populares, sino que estén fundados sobre la objetividad científica y sobre el juicio autorizado de especialistas concienzudos en medicina y en biología. Es oficio no del sacerdote, sino vuestro, instruir a los cónyuges, tanto en consultas privadas como mediante serias publicaciones, sobre el aspecto biológico y técnico de la teoría, pero sin dejaros arrastrar a una propaganda ni justa ni conveniente. Pero, también en este campo, vuestro apostolado os exige, como mujeres y como cristianas, el que conozcáis y difundáis las normas morales a las que se halla sujeta la aplicación de aquella teoría. Y en este campo sí que es competente la Iglesia.
1951 10 29 0031
[31.–] Es preciso, ante todo, considerar dos hipótesis. Si la práctica de aquella teoría no quiere significar otra cosa sino que los cónyuges pueden hacer uso de su derecho matrimonial también en los días de esterilidad natural, nada hay que oponer a ello; con esto, en efecto, aquéllos no impiden ni prejuzgan en modo alguno la consumación del acto natural y sus ulteriores consecuencias naturales. Precisamente en esto la aplicación de la teoría, de que hablamos, se distingue esencialmente del abuso antes señalado, que consiste en la perversión del acto mismo. Si, en cambio, se va más allá, es decir, si se permite el acto conyugal exclusivamente en aquellos días, entonces la conducta de los esposos debe ser examinada más atentamente.
1951 10 29 0032
[32.–] Y aquí de nuevo se presentan a nuestra reflexión dos hipótesis. Si, ya en la celebración del matrimonio, al menos uno de los cónyuges hubiese tenido la intención de restringir a los tiempos de esterilidad el mismo derecho matrimonial y no sólo su uso, de modo que en los otros días el otro cónyuge no tendría ni siquiera el derecho a exigir el acto, ello implicaría un defecto esencial del consentimiento matrimonial, que llevaría consigo la invalidez del matrimonio mismo, porque el derecho derivado del contrato matrimonial es un derecho permanente, ininterrumpido, y no intermitente, de cada uno de los cónyuges con respecto al otro.
1951 10 29 0033
[33.–] Si, en cambio, aquella limitación del acto a los días de esterilidad natural se refiere, no al derecho mismo, sino sólo al uso del derecho, la validez del matrimonio queda fuera de discusión; sin embargo, la licitud moral de tal conducta de los cónyuges habría que afirmarla o negarla, según que la intención de observar constantemente aquellos tiempos estuviera basada o no sobre motivos morales suficientes y seguros. El solo hecho de que los cónyuges no ataquen a la naturaleza del acto y de que aun estén prontos a aceptar y educar al hijo que, no obstante sus precauciones, viniese a la luz, no bastaría por sí solo para garantizar la rectitud de la intención y la moralidad irreprensible de los motivos mismos.
1951 10 29 0034
[34.–] La razón es porque el matrimonio obliga a un estado de vida que, del mismo modo que confiere ciertos derechos, impone también el cumplimiento de una obra positiva que mira al estado mismo. En este caso se puede aplicar el principio general de que una prestación positiva puede ser omitida si graves motivos, independientes de la buena voluntad de aquéllos que están obligados a ella, muestran que tal prestación es inoportuna o prueban que el acreedor –en este caso, el género humano– no la puede pretender equitativamente.
1951 10 29 0035
[35.–] El contrato matrimonial, que confiere a los esposos el derecho a satisfacer la inclinación de la naturaleza, les constituye en un estado de vida, el estado matrimonial. Ahora bien: a los cónyuges, que hacen uso de él con el acto específico de su estado, la Naturaleza y el Creador les imponen la función de proveer a la conservación del género humano. Ésta es la prestación característica que constituye el valor propio de su estado, el bonum prolis. El individuo y la sociedad, el pueblo y el Estado, la Iglesia misma, dependen para su existencia, en el orden establecido por Dios, del matrimonio fecundo. Por lo tanto, abrazar el estado matrimonial, usar continuamente la facultad que le es propia y sólo en él es lícita, y por otra parte, sustraerse siempre y deliberadamente, sin un grave motivo, a su deber primario, sería pecar contra el sentido mismo de la vida conyugal.
1951 10 29 0036
[36.–] De esta prestación positiva obligatoria pueden eximir, incluso por largo tiempo y hasta por la duración entera del matrimonio, serios motivos, como los que no raras veces existen en la llamada indicación médica, eugenésica, económica y social. De aquí se sigue que la observancia de los tiempos infecundos puede ser lícita bajo el aspecto moral; y en las condiciones mencionadas es realmente tal. Pero si no hay, según un juicio razonable y equitativo, tales graves razones personales o derivadas de las circunstancias exteriores, la voluntad de evitar habitualmente la fecundidad de su unión, mientras, sin embargo, se continúa satisfaciendo plenamente su sensualidad, no puede derivarse sino de una falsa apreciación de la vida y de motivos extraños a las rectas normas morales.
1951 10 29 0037
[37.–] Ahora bien; acaso insistáis, observando que en el ejercicio de vuestra profesión os encontráis a veces ante casos muy delicados en los que no es posible exigir que se corra el riesgo de la maternidad, la cual tiene que ser absolutamente evitada, y en los que, por otra parte, la observancia de los períodos agenésicos o no da suficiente seguridad o debe ser descartada por otros motivos. Y entonces preguntáis cómo se puede todavía hablar de un apostolado al servicio de la maternidad.
1951 10 29 0038
[38.–] Si, según vuestro seguro y experimentado juicio, las condiciones requieren absolutamente un no, es decir, la exclusión de la maternidad, sería un error y una injusticia imponer o aconsejar un sí. Se trata aquí verdaderamente de hechos concretos y, por lo tanto, de una cuestión no teológica, sino médica; ésa es, por lo tanto, competencia vuestra. Pero en tales casos los cónyuges no piden de vosotras una respuesta médica, necesariamente negativa, sino la aprobación de una técnica de la actividad conyugal asegurada contra el riesgo de la maternidad. Y he aquí que con ello sois llamadas de nuevo a ejercitar vuestro apostolado, en cuanto que no habéis de dejar ninguna duda sobre que, hasta en estos casos extremos, toda maniobra preventiva y todo atentado directo a la vida y al desarrollo del germen está prohibido y excluido en conciencia, y que sólo un camino permanece abierto: es decir, el de la abstinencia de toda actuación completa de la facultad natural. Aquí vuestro apostolado os obliga a tener un juicio claro y seguro y una tranquila firmeza.
1951 10 29 0039
[39.–] Pero se objetará que tal abstinencia es imposible, que tal heroísmo es irrealizable. Esta objeción la oiréis actualmente vosotras, la leeréis doquier, hasta por parte de quienes, por deber y por competencia, deberían estar en situación de juzgar de modo muy distinto. Y como prueba se aduce el siguiente argumento: “Nadie está obligado a lo imposible, y ningún legislador razonable se presume que quiera obligar con su ley también a lo imposible. Mas para los cónyuges la abstinencia durante un largo período es imposible. Luego no están obligados a la abstinencia. Luego la ley divina no puede tener este sentido”.
1951 10 29 0040
[40.–] De este modo, de premisas parcialmente verdaderas se deduce una consecuencia falsa. Para convencerse de ello basta invertir los términos del argumento: “Dios no obliga a lo imposible. Pero Dios obliga a los cónyuges a la abstinencia, si su unión no puede ser llevada a cabo según las normas de la Naturaleza. Luego en estos casos la abstinencia es posible”. Como confirmación de tal argumento, tenemos la doctrina del Concilio de Trento, que, en el capítulo sobre la observancia, necesaria y posible, de los mandamientos, enseña, refiriéndose a un pasaje de San Agustín: Dios no manda cosas imposibles, pero cuando manda advierte que hagas lo que puedas y que pidas lo que no puedas, y Él ayuda para que puedas19.
19. Conc. Trid., sess. 6, cap. 11; Denzinger n. 804; s. August., De natura et gratia, cap. 43 n. 50, P.L. vol. 44 col. 271.
1951 10 29 0041
[41.–] Por eso no os dejéis confundir en la práctica de vuestra profesión y en vuestro apostolado por tanto hablar de imposibilidad, ni en lo que toca a vuestro juicio interno, ni en lo que se refiere a vuestra conducta externa. ¡No os prestéis jamás a nada que sea contrario a la ley de Dios y a vuestra conciencia cristiana! Es hacer una injuria a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo estimarles incapaces de un continuado heroísmo. Hoy, por muchísimos motivos –acaso bajo la presión de la dura necesidad y a veces hasta al servicio de la injusticia–, se ejercita el heroísmo en un grado y con una extensión que en los tiempos pasados se habría creído imposible. ¿Por qué, pues, este heroísmo, si verdaderamente lo exigen las circunstancias, tendría que detenerse en los confines señalados por las pasiones y por las inclinaciones de la naturaleza? Es claro: el que no quiere dominarse a sí mismo, tampoco lo podrá; y quien crea dominarse contando solamente con sus propias fuerzas, sin buscar sinceramente y con perseverancia el divino auxilio, se engañará miserablemente.
1951 10 29 0042
[42.–] He aquí lo que concierne a vuestro apostolado a fin de ganar a los cónyuges para el servicio de la maternidad, no en el sentido de una ciega esclavitud bajo los impulsos de la naturaleza, sino de un ejercicio de los derechos y de los deberes conyugales, regulado por los principios de la razón y de la fe.
1951 10 29 0043
IV.–El último aspecto de vuestro apostolado toca a la defensa del recto orden de los valores y de la dignidad de la persona humana
[43.–] Los valores de la persona y la necesidad de respetarlos es un tema que desde hace dos decenios ocupa cada vez más a los escritores. En muchas de sus lucubraciones, también el acto específicamente sexual tiene su puesto asignado para hacerlo servir a la persona de los cónyuges. El sentido propio y más profundo del ejercicio del derecho conyugal debería consistir en que la unión de los cuerpos es la expresión y la realización de una unión personal y afectiva.
1951 10 29 0044
[44.–] Artículos, capítulos, libros enteros, conferencias, especialmente también sobre la técnica del amor, están dedicados a difundir esas ideas, a ilustrarlas con advertencias a los recién casados como guía del matrimonio, para que no dejen pasar por tontería o por mal entendido pudor o por infundado escrúpulo, lo que Dios, que ha creado también las inclinaciones naturales, les ofrece. Si de este completo don recíproco de los cónyuges surge una vida nueva, éste es un resultado que queda fuera, o, cuando menos, como en la periferia de los valores de la persona; resultado que no se niega, pero que no se quiere que esté precisamente en el centro de las relaciones conyugales.
1951 10 29 0045
[45.–] Según estas teorías, vuestra consagración para el bien de la vida todavía oculta en el seno materno, y para favorecer su nacimiento feliz, no tendría sino una importancia menor y pasaría a segunda línea.
1951 10 29 0046
[46.–] Ahora bien, si esta apreciación relativa no hiciese sino reclamar toda la importancia sobre el valor de la persona de los esposos más que sobre el de la prole, en rigor se podría dejar a un lado tal problema; pero se trata, en cambio, de una grave inversión del orden de los valores y de los fines señalados por el mismo Creador. Nos encontramos frente a la propagación de un complejo de ideas y de afectos, directamente opuestos a la claridad del pensamiento cristiano. Y aquí es donde de nuevo ha de intervenir vuestro apostolado. Podrá, en efecto, ocurriros que seáis las confidentes de la madre y esposa, y que ésta os pregunte sobre los más secretos deseos y sobre las intimidades de la vida conyugal. Pero ¿cómo podréis entonces, conscientes de vuestra misión, hacer valer la verdad y el recto orden en las apreciaciones y en la acción de los cónyuges si no tuvieseis vosotras mismas un exacto conocimiento y si no estuvieseis dotadas de la firmeza de carácter necesaria para sostener lo que sabéis que es verdadero y justo?
1951 10 29 0047
[47.–] Y la verdad es que el matrimonio, como institución natural, en virtud de la voluntad del Creador, no tiene como fin primario e íntimo el perfeccionamiento personal de los esposos, sino la procreación y la educación de la nueva vida. Los otros fines, aunque también queridos por la naturaleza, no se encuentran en el mismo grado del primero y mucho menos le son superiores, sino que le están esencialmente subordinados. Esto vale para todo matrimonio, aunque sea infecundo; como de todo ojo se puede decir que está destinado y formado para ver, aunque en casos anormales, por especiales condiciones internas y externas, no llegue nunca a estar en situación de conducir a la percepción visual.
1951 10 29 0048
[48.–] Precisamente para cortar en su raíz todas las incertidumbres y desviaciones, que amenazaban con difundir errores en torno a la escala de los fines del matrimonio y a sus recíprocas relaciones, redactamos Nos mismo hace algunos años (10 marzo 1944) una declaración sobre el orden de aquellos fines indicando lo que la misma estructura interna de la disposición natural revela, lo que es patrimonio de la tradición cristiana, lo que sin cesar han enseñado los Romanos Pontífices, lo que en la debida forma ha sido fijado por el Código de derecho ca nónico. Más aún, poco después, para corregir las opiniones opuestas, la Santa Sede por medio de un decreto público, declaró que no puede admitirse la sentencia de ciertos autores modernos, los cuales niegan que el fin primario del matrimonio sea la procreación y la educación de la prole, o enseñan que los fines secundarios no están esencialmente subordinados al fin primario, sino que son equivalentes e independientes de él (2)0.
20. S. C. S. Officii, 1.º aprile 1944; Acta Ap. Sedis, vol. XXXVI, a. 1944, pag. 103 [1944 04 01/1-4].
1951 10 29 0049
[49.–] ¿Se quiere, acaso, con esto negar o disminuir cuanto hay de bueno y de justo en los valores personales consiguientes al matrimonio y a su realidad? No, ciertamente; porque a la procreación de la nueva vida ha destinado el Creador en el matrimonio seres humanos –hechos de carne y de sangre, dotados de espíritu y de corazón– que están llamados en cuanto hombres, y no como animales irracionales, a ser los autores de su descendencia. Para este fin es para lo que el Señor quiere la unión de los esposos. Efectivamente, de Dios dice la Sagrada Escritura que creó al hombre a su imagen y lo creó varón y hembra (2)1, y ha querido –como repetidamente se afirma en los libros sagrados– que el hombre abandone a su padre y a su madre y se una a su mujer y formen una sola carne22.
21. Gen. 1, 27.
22. Gen. 2, 24; Matth. 19, 5; Eph. 5, 31.
1951 10 29 0050
[50.–] Y así, todo esto es verdadero y querido por Dios, pero no debe separarse de la función primaria del matrimonio, esto es, del servicio a una vida nueva. No sólo la actividad común de la vida externa, sino también todo el enriquecimiento personal, el mismo enriquecimiento intelectual y espiritual, y hasta todo lo que hay de más espiritual y profundo en el amor conyugal como tal, ha sido puesto, por voluntad de la naturaleza y del Creador, al servicio de la descendencia. Por su naturaleza, la vida conyugal perfecta significa también la entrega total de los padres en beneficio de los hijos, y el mismo amor conyugal, en su misma fuerza y en su ternura, no es sino un postulado de la más sincera preocupación por la prole y la garantía de su actuación (23).
23. Cfr S. Th. 3 p. q. 29 a. 2 in c; Suppl, q. 49 a. 2 ad 1.
1951 10 29 0051
[51.–] Reducir la cohabitación de los cónyuges y el acto conyugal a una pura función orgánica para la transmisión de los gérmenes, sería tanto como convertir el hogar doméstico, santuario de la familia, en un simple laboratorio biológico. Por eso, en Nuestra alocución del 29 de septiembre de 1949 al Congreso Internacional de los Médicos católicos, excluimos formalmente del matrimonio la fecundación artificial. El acto conyugal, en su estructura natural, es una acción personal, una cooperación simultánea e inmediata de los cónyuges que, por la naturaleza misma de los agentes y la propiedad del acto, es la expresión del don recíproco que, según la palabra de la Escritura, efectúa la unión en una carne sola.
1951 10 29 0052
[52.–] Esto es mucho más que la unión de dos gérmenes que puede efectuarse también artificialmente, es decir, sin la acción natural de los cónyuges. El acto conyugal, ordenado y querido por la Naturaleza, es una cooperación personal a la que los esposos, al contraer el matrimonio, se otorgan mutuamente el derecho.
1951 10 29 0053
[53.–] Por eso, cuando esta prestación en su forma natural y desde el comienzo es permanentemente imposible, el objeto del contrato matrimonial se encuentra afectado por un vicio esencial. Es lo que entonces dijimos: “No se olvide: sólo la procreación de una nueva vida según la voluntad y el designio del Crea dor lleva consigo, en un grado estupendo de perfección, la realización de los fines intentados. Ésta es, al mismo tiempo, conforme así a la naturaleza corporal y espiritual y a la dignidad de los esposos, como al desarrollo normal y feliz del niño” (24).
24. Acta Ap. Sedis, vol. XLI, 1949, pag. 560 [1949 09 29/19].
1951 10 29 0054
[54.–] A la novia, pues, o a la recién casada que viniere a hablaros de los valores de la vida matrimonial, decidle que estos valores personales, tanto en la esfera del cuerpo o de los sentidos, como en la espiritual, son realmente genuinos, pero que el Creador los ha puesto en la escala de los valores, no en el primer grado, sino en el segundo.
1951 10 29 0055
[55.–] Añadid otra consideración, que corre el riesgo de caer en olvido: Todos estos valores secundarios de la esfera y de la actividad generativa entran en el ámbito del deber específico de los cónyuges, que es ser autores y educadores de la vida nueva. Alto y noble oficio, pero que no pertenece a la esencia de un ser humano completo, como si al no llegar la natural tendencia generativa a su realización, tuviera lugar, en cierto modo o grado, una disminución de la persona humana. La renuncia a aquella realización no es –especialmente si se hace por los más nobles motivos– una mutilación de los valores personales y espirituales. De esta libre renuncia por amor del reino de Dios, el Señor ha dicho: Non omnes capiunt verbum istud, sed quibus datum est: “No todos comprenden esta doctrina, sino sólo aquéllos a quienes se les ha concedido” (2)5.
25. Matth. 19, 11.
1951 10 29 0056
[56.–] Exaltar más de la medida, como hoy se hace no raras veces, la función generativa, aun en la forma justa y moral de la vida conyugal, es, por lo tanto, no sólo un error y una aberración; lleva consigo el peligro de una desviación intelectual y afectiva, apta para impedir y sofocar buenos y elevados sentimientos, especialmente en la juventud todavía desprovista de experiencia y desconocedora de los desengaños de la vida. Porque, en fin, ¿qué hombre normal, sano de cuerpo y de alma querría pertenecer al número de los deficientes de carácter y de espíritu?
1951 10 29 0057
[57.–] ¡Que allí donde vosotras ejercitéis vuestra profesión, pueda vuestro apostolado iluminar las mentes e inculcar este justo orden de los valores para que los hombres conformen a él sus juicios y su conducta!
1951 10 29 0058
[58.–] Pero esta exposición Nuestra sobre la función de vuestro apostolado profesional quedaría incompleta, si no añadiésemos todavía una breve palabra sobre la defensa de la dignidad humana en el uso de la inclinación generativa.
1951 10 29 0059
[59.–] El mismo Creador, que en su bondad y sabiduría ha querido para la conservación y la propagación del género humano servirse de la cooperación del hombre y de la mujer uniéndolos en el matrimonio, ha dispuesto también que en aquella función los cónyuges experimenten un placer y una felicidad en el cuerpo y en el espíritu. Los cónyuges, pues, al buscar y gozar este placer, no hacen nada de malo. Aceptan lo que el Creador les ha destinado.
1951 10 29 0060
[60.–] Sin embargo, también aquí los cónyuges deben saber mantenerse en los límites de una justa moderación. Como en el gusto de los alimentos y de las bebidas, también en el sexual no deben abandonarse sin freno al impulso de los sentidos. He aquí, pues, la recta norma: El uso de la natural disposición generativa es moralmente lícito sólo en el matrimonio, en subordinación a los fines del matrimonio mismo, y según el orden de éstos. De aquí se sigue también que sólo en el matrimonio, y observando esta regla, son lícitos el deseo y la fruición de aquel placer y de aquella satisfacción. Porque el goce está sometido a la ley de la acción de la que él se deriva, y no, viceversa, la acción a la ley del goce. Y esta ley tan razonable toca no sólo a la sustancia, sino también a las circunstancias de la acción, de tal manera que, aun quedando a salvo la sustancia del acto, puede pecarse en el modo de llevarlo a cabo.
1951 10 29 0061
[61.–] La transgresión de esta norma es tan antigua como el pecado original. Pero en nuestro tiempo se corre el peligro de perder de vista el mismo principio fundamental. Y en efecto, actualmente se suele sostener, con palabras y con escritos (aun por parte de algunos católicos) la necesaria autonomía, el propio fin y el propio valor de la sexualidad y de su ejercicio, independientemente del fin de la procreación de una nueva vida. Se querría someter a un nuevo examen y a una nueva norma el orden mismo establecido por Dios. Se querría no admitir otro freno, en el modo de satisfacer el instinto, que el cumplir la esencia del acto instintivo. Con esto, a la obligación moral del dominio de las pasiones se sustituiría la “licencia” de servir, ciegamente y sin freno, a los caprichos y a los impulsos de la naturaleza, lo cual, tarde o temprano, no podrá menos de redundar en daño de la moral, de la conciencia y de la dignidad humana.
1951 10 29 0062
[62.–] Si la naturaleza hubiese atendido exclusivamente, o al menos en primer lugar, a un recíproco don y posesión de los cónyuges en el goce y en la delectación, y si hubiese dispuesto aquel acto sólo para hacer feliz en el más alto grado posible su experiencia personal, y no para estimularles al servicio de la vida, entonces el Creador habría adoptado otro designio en la formación y constitución del acto natural. Ahora bien, éste se halla, por lo contrario, esencial y totalmente subordinado y ordenado a aquella única gran ley de la generatio et educatio prolis; es decir, al cumplimiento del fin primario del matrimonio como origen y fuente de la vida.
1951 10 29 0063
[63.–] Sin embargo, olas incesantes de hedonismo invaden el mundo y amenazan sumergir en la creciente marea de los pensamientos, de los deseos y de los actos toda la vida matrimonial, no sin serios peligros y grave perjuicio del oficio primario de los cónyuges.
1951 10 29 0064
[64.–] Este hedonismo anticristiano con frecuencia no se sonrojan de erigirlo en doctrina, inculcando el ansia de hacer cada vez más intenso el goce en la preparación y en la ejecución de la unión conyugal; como si en las relaciones matrimoniales toda la ley moral se redujese a regular el cumplimiento del acto mismo, y como si todo el resto, hecho de cualquier manera que sea, quedara justificado por la efusión del recíproco afecto, santificado por el sacramento del matrimonio, merecedor de alabanza y de premio ante Dios y la conciencia. De la dignidad del hombre y de la dignidad del cristiano, que ponen un freno a los excesos de la sensualidad, no se preocupan.
1951 10 29 0065
[65.–] Pero no. La gravedad y la santidad de la ley moral cristiana no admiten una desenfrenada satisfacción del instinto sexual y de tender así solamente al placer y al goce; ella no permite al hombre razonable dejarse dominar hasta tal punto, ni en cuanto a la sustancia, ni en cuanto a las circunstancias del acto.
1951 10 29 0066
[66.–] Algunos querrían alegar que la felicidad en el matrimonio está en razón directa al recíproco goce en las relaciones conyugales. No: la felicidad del matrimonio está, en cambio, en razón directa al mutuo respeto entre los cónyuges, aun en sus íntimas relaciones; no como si ellos juzgaran inmoral y rechazaran lo que la naturaleza ofrece y el Creador ha dado, sino porque este respeto y la mutua estima que ello engendra es uno de los más eficaces elementos de un amor puro, y por eso mismo tanto más tierno.
1951 10 29 0067
[67.–] En vuestra actividad profesional oponeos cuanto os sea posible al ímpetu de este refinado hedonismo. Vacío de valores espirituales y, por eso, indigno de esposos cristianos. Mostrad cómo la Naturaleza ha dado, es verdad, el deseo instintivo del goce y lo aprueba en el matrimonio legítimo, pero no como fin en sí mismo, sino precisamente para servir a la vida. Desterrad de vuestro espíritu aquel culto del placer; y haced lo más que podáis para impedir la difusión de una literatura que se cree en la obligación de describir con todo detalle las intimidades de la vida conyugal con el pretexto de instruir, de dirigir, de asegurar. Para tranquilizar la conciencia timorata de los esposos bastan, en general, el buen sentido, el instinto natural y una breve instrucción sobre las claras y simples máximas de la ley moral cristiana. Si, en algunas circunstancias especiales, una novia o una recién casada tuviese una necesidad de más amplias aclaraciones sobre algún punto particular, os tocará a vosotras darles delicadamente una explicación conforme a la ley natural y a la sana conciencia cristiana.
1951 10 29 0068
[68.–] Estas enseñanzas Nuestras no tienen nada que ver con el maniqueísmo y con el jansenismo, como algunos quieren hacer creer para justificarse a sí mismos. Son sólo una defensa del honor del matrimonio cristiano y de la dignidad personal de los cónyuges.
1951 10 29 0069
[69.–] Servir a tal fin es, sobre todo en nuestros días, un urgente deber de vuestra misión profesional.
1951 10 29 0070
[70.–] Con esto hemos llegado a la conclusión de cuanto Nos habíamos propuesto exponeros.
1951 10 29 0071
[71.–] Vuestra profesión os abre un vasto campo de apostolado en múltiples aspectos; apostolado, no tanto de palabra cuanto de acción y de guía; apostolado que podéis ejercitar útilmente sólo si sois perfectamente conscientes del fin de vuestra misión y de los medios para conseguirlo, y si estáis dotadas de una voluntad firme y resuelta, fundada en una profunda convicción religiosa, inspirada y enriquecida por la fe y por el amor cristiano.
[EyD, 1700-1714]
1951 10 29 0001
[1.–] Vegliare con sollecitudine su quella culla silenziosa e oscura, ove Iddio al germe dato dai genitori infonde un’anima immortale, per prodigare le vostre cure alla madre e preparare al bambino, che ella porta in sè, una nascita felice, ecco, dilette figlie, l’oggetto della vostra professione, il segreto della sua grandezza e della sua bellezza.
1951 10 29 0002
[2.–] Quando si pensa a questa ammirabile collaborazione dei genitori, della natura e di Dio, dalla quale viene alla luce un nuovo essere umano ad immagine e somiglianza del Creatore (1), come si potrebbe non apprezzare al suo giusto valore il concorso prezioso che voi apportate a tale opera? L’eroica madre dei Maccabei ammoniva i suoi figli: “Io non so per qual modo voi abbiate preso essere nel mio seno; non io vi ho dato lo spirito e la vita, nè io ho composto l’organismo di ognuno di voi. Dunque il Creatore dell’universo ha formato l’uomo nel suo nascere” (2).
1. Cfr. Gen. 1, 26-27.
2. 2 Mac. 7, 22.
1951 10 29 0003
[3.–] Perciò chi si appressa a questa culla del divenire della vita e vi esercita la sua azione in uno o in altro modo, deve conoscere l’ordine che il Creatore vuole vi sia mantenuto e le leggi che ad esso presiedono. Poichè non si tratta qui di pure leggi fisiche, biologiche, alle quali necessariamente obbediscono agenti privi di ragione e forze cieche, ma di leggi, la cui esecuzione e i cui effetti sono affidati alla volontaria e libera cooperazione dell’uomo.
1951 10 29 0004
[4.–] Quest’ordine, fissato dalla intelligenza suprema, è diretto allo scopo voluto dal Creatore; esso abbraccia l’opera esteriore dell’uomo e la interna adesione della sua libera volontà; implica l’azione e la doverosa omissione. La natura mette a disposizione dell’uomo tutta la concatenazione delle cause, dalle quali sorgerà una nuova vita umana; all’uomo spetta di sprigionarne la forza viva, alla natura di svilupparne il corso e di condurla a compimento. Dopo che l’uomo ha compiuto la sua parte e ha messo in movimento la maravigliosa evoluzione della vita, il suo dovere è di rispettarne religiosamente il progresso, dovere che gli vieta di arrestare l’opera della natura o d’impedirne il naturale sviluppo.
1951 10 29 0005
[5.–] In tal guisa la parte della natura e la parte dell’uomo sono nettamente determinate. La vostra formazione professionale e la vostra esperienza vi mettono in grado di conoscere l’azione della natura e quella dell’uomo, non meno che le norme e le leggi, a cui ambedue sono soggette; la vostra coscienza, illuminata dalla ragione e dalla fede, sotto la guida dell’Autorità stabilita da Dio, v’insegna fin dove si estende l’azione lecita, e dove invece strettamente s’impone l’obbligo della omissione.
1951 10 29 0006
[6.–] Alla luce di questi principi Noi Ci proponiamo ora di esporvi alcune considerazioni sull’apostolato, a cui la vostra professione v’impegna. Infatti ogni professione voluta da Dio importa una missione, quella cioè di attuare, nel campo della professione stessa, i pensieri e le intenzioni del Creatore, e di aiutare gli uomini a comprendere la giustizia e la santità del disegno divino e il bene che ne deriva per loro stessi dal suo adempimento.
1951 10 29 0007
I.–Il vostro apostolato professionale si esercita in primo luogo per mezzo della vostra persona
[7.–] Perchè vi si chiama? Perchè si è convinti che voi conoscete la vostra arte; che voi sapete di che cosa la madre e il bambino hanno bisogno; a quali pericoli ambedue sono esposti; come questi pericoli possono essere evitati o superati. Si attende da voi consiglio ed aiuto, naturalmente non in modo assoluto, ma nei limiti del sapere e del potere umano, secondo il progresso e lo stato presente della scienza e della pratica nella vostra specialità.
1951 10 29 0008
[8.–] Se tutto ciò si attende da voi, è perchè si ha fiducia in voi, e questa fiducia è, innanzi tutto, cosa personale. La vostra persona deve ispirarla. Che tale fiducia non rimanga delusa, è non soltanto vostro vivo desiderio, ma anche una esigenza del vostro ufficio e della vostra professione, e quindi un dovere della vostra coscienza. Perciò voi dovete tendere ad elevarvi fino all’apice delle vostre cognizioni specifiche.
1951 10 29 0009
[9.–] Ma la vostra abilità professionale è anche una esigenza e una forma del vostro apostolato. Quale credito infatti troverebbe la vostra parola nelle questioni morali e religiose connesse col vostro ufficio, se voi appariste deficienti nelle vostre cognizioni professionali? Al contrario, il vostro intervento nel campo morale e religioso sarà di tutt’altro peso, se voi saprete incutere rispetto con la vostra superiore capacità professionale. Al favorevole giudizio, che vi sarete guadagnate col vostro merito, si aggiungerà nello spirito di coloro, che ricorrono a voi, la ben fondata persuasione che il Cristianesimo convinto e fedelmente praticato, lungi dall’essere un ostacolo al valore professionale, ne è uno stimolo e una garanzia. Essi vedranno chiaramente che nell’esercizio della vostra professione voi avete coscienza della vostra responsabilità dinanzi a Dio; che nella vostra fede in Dio voi trovate il più forte motivo di assistere con tanto maggior dedizione, quanto più grande è il bisogno; che nel solido fondamento religioso voi attingete la fermezza di opporre a irragionevoli e immorali pretese (da qualsiasi parte esse vengano) un calmo, ma impavido e irremovibile no.
1951 10 29 0010
[10.–] Stimate e apprezzate, come siete, per la vostra condotta personale, non meno che per la vostra scienza ed esperienza, voi vedrete affidarvi di buon cuore la cura della madre e del bambino e, forse senza che voi stesse ve ne accorgiate, eserciterete un profondo, spesso silenzioso, ma assai efficace apostolato di cristianesimo vissuto. Per quanto grande, infatti, possa essere l’autorità morale dovuta alle qualità propriamente professionali, l’azione dell’uomo sull’uomo si compie soprattutto nel duplice suggello della vera umanità e del vero cristianesimo.
1951 10 29 0011
II.–Il secondo aspetto del vostro apostolato è lo zelo nel sostenere il valore e la inviolabilità della vita umana
[11.–] Il mondo presente ha urgente bisogno di esserne convinto col triplice attestato della intelligenza, del cuore e dei fatti. La vostra professione vi offre la possibilità di dare un tale attestato e ve ne fa un dovere. Talvolta è una semplice parola opportunamente e con tatto detta alla madre o al padre; più sovente ancora tutta la vostra condotta e la vostra maniera cosciente di agire influiscono discretamente, silenziosamente, su di loro. Voi siete più che altri in grado di conoscere e di apprezzare quel che la vita umana è in se stessa, e ciò che essa vale dinanzi alla sana ragione, alla vostra coscienza morale, alla società civile, alla Chiesa, e soprattutto allo sguardo di Dio. Il Signore ha fatto tutte le altre cose sulla terra per l’uomo; e l’uomo stesso, per ciò che riguarda il suo essere e la sua essenza, è stato creato per Iddio, e non per alcuna creatura, sebbene, quanto al suo operare, è obbligato anche verso la comunità. Ora “uomo” è il bambino, anche non ancora nato, allo stesso grado e per lo stesso titolo che la madre.
1951 10 29 0012
[12.–] Inoltre ogni essere umano, anche il bambino nel seno materno, ha il dinitto alla vita immediatamente da Dio, non dai genitori, nè da qualsiasi società o autorità umana. Quindi non vi è nessun uomo, nessuna autorità umana, nessuna scienza, nessuna “indicazione” medica, eugenica, sociale, economica, morale, che possa esibire o dare un valido titolo giuridico per una diretta deliberata disposizione sopra una vita umana innocente, vale a dire una disposizione, che miri alla sua distruzione, sia come a scopo, sia come a mezzo per un altro scopo, per sè forse in nessun modo illecito. Così, per esempio, salvare la vita della madre è un nobilissimo fine; ma l’uccisione diretta del bambino come mezzo a tal fine, non è lecita. La diretta distruzione della cosiddetta “vita senza valore”, nata o non ancora nata, praticata pochi anni or sono in gran numero, non si può in alcun modo giustificare. Perciò, quando questa pratica ebbe principio, la Chiesa dichiarò formalmente essere contrario al diritto naturale e divino positivo, e quindi illecito, l’uccidere, anche se per ordine della pubblica autorità, coloro che, sebbene innocenti, tuttavia per tare fisiche o psichiche non sono utili alla nazione, ma piuttosto ne divengono un aggravio (3). La vita di un innocente è intangibile, e qualunque diretto attentato o aggressione contro di essa è violazione di una delle leggi fondamentali, senza le quali non è possibile una sicura convivenza umana. Non abbiamo bisogno d’insegnare a voi nei particolari il significato e la portata, nella vostra professione, di questa legge fondamentale. Ma non dimenticate: al di sopra di qualsiasi legge umana, al di sopra di qualsiasi “indicazione”, si leva, indefettibile, la legge di Dio.
3. Decr. S. Off., 2 dec. 1940; Acta Ap. Sedis, vol. XXXII, pag. 553-554.
1951 10 29 0013
[13.–] L’apostolato della vostra professione v’impone il dovere di comunicare anche ad altri la conoscenza, la stima e il rispetto della vita umana, che voi nutrite nel vostro cuore per convinzione cristiana; di prenderne, al bisogno, arditamente la difesa, e di proteggere, quando è necessario ed è in vostro potere, la indifesa, ancora nascosta vita del bambino, appoggiandovi sulla forza del precetto divino: Non occides: non uccidere (4). Tale funzione difensiva si presenta talvolta come la più necessaria ed urgente; tuttavia essa non è la più nobile e la più importante parte della vostra missione; questa infatti non è puramente negativa, ma soprattutto costruttrice, e tende a promuovere, edificare, rafforzare.
4. Ex. 20, 13.
1951 10 29 0014
[14.–] Infondete nello spirito e nel cuore della madre e del padre la stima, il desiderio, la gioia, l’amoroso accoglimento del nuovo nato fin dal suo primo vagito. Il bambino, formato nel seno materno, è un dono di Dio (5), che ne affida la cura ai genitori. Con quale delicatezza, con quale incanto, la Sacra Scrittura mostra la graziosa corona dei figli riuniti intorno alla mensa del padre! Essi sono la ricompensa del giusto, come la sterilità è ben spesso il castigo del peccatore. Ascoltate la parola divina espressa con la insuperabile poesia del Salmo: “La tua sposa sarà come vite rigogliosa nell’intimo della tua casa, i tuoi figli come rampolli di ulivo intorno alla tua mensa. Ecco in qual modo è benedetto l’uomo timorato di Dio!” (6), mentre del malvagio è scritto: “La tua posterità sia dannata allo sterminio, alla prossima generazione ne sia estinto perfino il nome” (7).
5. Ps. 127, 3.
6. Ps. 127, 3-4.
7. Ps. 108, 13.
1951 10 29 0015
[15.–] Fin dalla sua nascita, affrettatevi –come facevano già gli antichi romani– a deporre il bambino nelle braccia del padre, ma con uno spirito incomparabilmente più elevato. In quelli era l’affermazione della paternità e dell’autorità che ne deriva; qui è l’omaggio di riconoscenza verso il Creatore, l’invocazione della benedizione divina, l’impegno di adempire con devoto affetto l’ufficio che Dio gli ha commesso. Se il Signore loda e premia il servitore fedele per aver fatto fruttificare cinque talenti (8), quale elogio, quale ricompensa riserverà al padre, che ha custodito e allevato per Lui la vita umana affidatagli, superiore a tutto l’oro e a tutto l’argento del mondo?
8. Cfr. Matth. 25, 21.
1951 10 29 0016
[16.–] Il vostro apostolato però si dirige soprattutto alla madre. Senza dubbio la voce della natura parla in lei e le mette nel cuore il desiderio, la gioia, il coraggio, l’amore, la volontà di aver cura del fanciullo, ma, per vincere le suggestioni della pusillanimità in tutte le sue forme, quella voce ha bisogno di essere rafforzata e di prendere, per così dire, un accento soprannaturale. Tocca a voi di far gustare alla giovane madre, meno con le parole che con tutta la vostra maniera di essere e di agire, la grandezza, la bellezza, la nobiltà di quella vita, che si desta, si forma e vive nel suo seno, che da lei nasce, che ella porta nelle sue braccia e nutrisce al suo petto; di far risplendere ai suoi occhi e nel suo cuore il gran dono dell’amore di Dio per lei e per il suo bambino. La Sacra Scrittura vi fa intendere con molteplici esempli l’eco delle preghiere supplichevoli, e poi dei canti di riconoscente allegrezza di tante madri, finalmente esaudite, dopo aver lungamente implorato con le lacrime la grazia della maternità. Anche i dolori che, dopo la colpa originale, la madre deve soffrire per dare alla luce il suo bambino, non fanno che stringere maggiormente il vincolo che li unisce; ella lo ama tanto più, quanto più le è costato dolore. Ciò ha espresso con commovente e profonda semplicità Colui che ha plasmato il cuore delle madri: “La donna, quando partorisce, è in doglia, perchè è giunta l’ora sua: ma, quando ha dato alla luce il bambino, non si ricorda più dell’angoscia per la gioia che è nato un uomo al mondo” (9). Inoltre lo Spirito Santo, per la penna dell’Apostolo S. Paolo, mostra ancora la grandezza e la letizia della maternità: Dio dona alla madre il bambino, ma, pur nel donarlo, la fa cooperare effettivamente allo schiudersi del fiore, di cui aveva deposto il germe nelle sue viscere, e questa cooperazione diviene una via che la conduce alla sua eterna salvezza: “si salverà la donna per la generazione dei figli” (1)0.
. 9. Io. 16, 21.
10. I Tim. 2, 15.
1951 10 29 0017
[17.–] Questo perfetto accordo della ragione e della fede vi dà la garanzia che voi siete nella piena verità e che potete proseguire con incondizionata sicurezza il vostro apostolato di stima e di amore per la vita nascente. Se voi riuscirete ad esercitare questo apostolato presso la culla ove vagisce il neonato, non vi sarà troppo difficile di ottenere ciò che la vostra coscienza professionale, in armonia con la legge di Dio e della natura, vi impone di prescrivere per il bene della madre e del bambino.
1951 10 29 0018
[18.–] Non abbiamo del resto bisogno di dimostrare a voi, che ne avete l’esperienza, quanto sia oggi necessario questo apostolato della stima e dell’amore per la nuova vita. Purtroppo non sono rari i casi, in cui il parlare, anche soltanto con un cauto accenno, dei figliuoli come di una “benedizione”, basta per provocare contraddizione o forse anche derisione. Molto più spesso domina la idea e la parola del grave “peso” dei figli. Come quella mentalità è opposta al pensiero di Dio e al linguaggio della Sacra Scrittura, e anche alla sana ragione e al sentimento della natura! Se vi sono condizioni e circostanze, in cui i genitori, senza violare la legge di Dio, possono evitare la “benedizione” dei figli, tuttavia questi casi di forza maggiore non autorizzano a pervertire le idee, a deprezzare i valori e a vilipendere la madre, che ha avuto il coraggio e l’onore di dare la vita.
1951 10 29 0019
[19.–] Se ciò che abbiamo detto finora riguarda la protezione e la cura della vita naturale, a ben più forte ragione deve valere per la vita soprannaturale, che il neonato riceve col battesimo. Nella presente economia non vi è altro mezzo per comunicare questa vita al bambino, che non ha ancora l’uso della ragione. E tuttavia lo stato di grazia nel momento della morte è assolutamente necessario per la salvezza; senza di esso non è possibile di giungere alla felicità soprannaturale, alla visione beatifica di Dio. Un atto di amore può bastare all’adulto per conseguire la grazia santificante e supplire al difetto del battesimo: al non ancora nato o al neonato bambino questa via non è aperta. Se dunque si considera che la carità verso il prossimo impone di assisterlo in caso di necessità; che questo obbligo è tanto più grave ed urgente, cuanto più grande è il bene da procurare o il male da evitare, e quanto meno il bisognoso è capace di aiutarsi e salvarsi da sè; allora è facile di comprendere la grande importanza di provvedere al battesimo di un bambino, privo di qualsiasi uso di ragione e che si trova in grave pericolo o dinanzi a morte sicura. Senza dubbio questo dovere lega in primo luogo i genitori; ma in casi di urgenza, quando non vi è tempo da perdere o non è possibile di chiamare un sacerdote, spetta a voi il sublime ufficio di conferire il battesimo. Non mancate dunque di prestare questo servigio caritatevole e di esercitare questo attivo apostolato della vostra professione. Possa essere per voi di conforto e d’incoraggiamento la parola di Gesù: “Beati i misericordiosi. perchè troveranno misericordia” (1)1. E quale misericordia più grande e più bella che di assicurare all’anima del bambino –tra la soglia della vita che ha appena varcata, e la soglia della morte che si accinge a passare– l’entrata nella gloriosa e beatificante eternità!
11. Matth. 5, 7.
1951 10 29 0020
III.–Un terzo aspetto del vostro apostolato professionale si potrebbe denominare quello dell’assitenza della madre nel compimento pronto e generoso della sua funzione materna
[20.–] Appena ebbe inteso il messaggio dell’Angelo, Maria Santissima rispose: “Ecco l’ancella del Signore! Si faccia in me secondo la tua parola” (1)2. Un “fiat”, un “sì” ardente alla vocazione di madre! Maternità verginale, incomparabilmente superiore a ogni altra; però maternità reale, nel vero e proprio senso della parola (1)3. Perciò, nella recita dell’
Angelus Domini, dopo aver ricordato l’accettazione di Maria, il fedele conclude immantinente: “E il Verbo si è fatto carne” (1)4.
12. Luc. 1, 38.
13. Cfr. Gal. 4, 4.
14. Io. 1, 14.
1951 10 29 0021
[21.–] È una delle esigenze fondamentali del retto ordine morale che all’uso dei diritti coniugali corrisponda la sincera accettazione interna dell’ufficio e dei doveri della maternità A questa condizione la donna cammina nella via tracciata dal Creatore verso il fine che Egli ha assegnato alla sua creatura, rendendola, con l’esercizio di quella funzione, partecipe della sua bontà, della sua sapienza e della sua onnipotenza, secondo l’annunzio dell’Angelo: “Concipies in utero et paries-concepirai nel tuo seno e partorirai” (1)5.
15. Cfr. Luc. 1, 31.
1951 10 29 0022
[22.–] Se tale è dunque il fondamento biologico della vostra attività professionale, l’oggetto urgente del vostro apostolato sarà: agire per mantenere, risvegliare, stimolare il senso e l’amore dell’ufficio della maternità.
1951 10 29 0023
[23.–] Quando i coniugi stimano ed apprezzano l’onore di suscitare una nuova vita, di cui attendono con santa impazienza lo sbocciare, ben facile è la vostra parte: basta coltivare in loro questo interno sentimento: la disposizione ad accogliere e a curare quella vita nascente segue allora como da sè. Purtroppo però non è sempre così; spesso il bambino non è desiderato; peggio, è temuto; come potrebbe in tale condizione esistere ancora la prontezza al dovere? Qui il vostro apostolato deve esercitarsi in una maniera effettiva ed efficace: innanzi tutto, negativamente, rifiutando ogni cooperazione immorale; quindi anche positivamente, rivolgendo le vostre cure delicate a dissipare i preconcetti, le varie apprensioni o i pretesti pusillanimi, ad allontanare, per quanto vi è possibile, gli ostacoli anche esteriori, che possono rendere penosa l’accettazione della maternità. Se non si ricorre ai vostri consigli e al vostro aiuto che per facilitare la procreazione della nuova vita, per proteggerla e incamminarla verso il suo pieno sviluppo, voi potete senz’altro prestare la vostra cooperazione; ma in quanti altri casi si fa invece ricorso a voi per impedire la procreazione e la conservazione di questa vita, senza alcun riguardo aI precetti dell’ordine morale? Ottemperare a tali richieste, sarebbe un abbassare il vostro sapere e la vostra abilità, facendovi complici di un’azione immorale; sarebbe un pervertire il vostro apostolato. Questo esige un calmo, ma categorico “no”, che non lascia trasgredire la legge di Dio e il dettame della coscienza. Perciò la vostra professione vi astringe ad avere una chiara cognizione di quella legge divina, in guisa da farla rispettare, senza rimanere al di qua, nè andare al di là dei suoi precetti.
1951 10 29 0024
[24.–] Il Nostro Predecessore Pio XI di f. m. nella sua Enciclica Casti connubii del 31 dicembre 1930 proclamò di nuovo solennemente la legge fondamentale dell’atto e dei rapporti coniugali: che ogni attentato dei coniugi nel compimento dell’atto coniugale o nello sviluppo delle sue conseguenze naturali, attentato avente per scopo di privarlo della forza ad esso inerente e di impedire la procreazione di una nuova vita, è immorale; e che nessuna “indicazione” o necessità può mutare un’azione intrinsecamente immorale in un atto morale e lecito (1)6.
16. Cfr. Acta Ap. Sedis, vol. XXII, pag. 559 e segg. [1930 12 31/56 ss.].
1951 10 29 0025
[25.–] Questa prescrizione è in pieno vigore oggi come ieri, e tale sarà anche domani e sempre, perchè non è un semplice precetto di diritto umano, ma l’espressione di una legge naturale e divina.
1951 10 29 0026
[26.–] Siano le Nostre parole una norma sicura per tutti i casi in cui la vostra professione e il vostro apostolato esigono da voi una determinazione chiara e ferma.
1951 10 29 0027
[27.–] Sarebbe assai più di una semplice mancanza di prontezza nel servizio della vita, se l’attentato dell’uomo non riguardasse soltanto un singolo atto, ma toccasse l’organismo stesso allo scopo di privarlo per mezzo della sterilizzazione della facoltà di procreare una nuova vita. Anche qui voi avete per la vostra condotta interna ed esterna una chiara norma nell’insegnamento della Chiesa. La sterilizzazione diretta –cioè quella che mira, come mezzo o come scopo, a rendere impossibile la procreazione–è una grave violazione della legge morale, ed è quindi illecita. Anche l’Autorità pubblica non ha alcun diritto, sotto pretesto di qualsiasi “indicazione”, di permetterla, e molto meno di prescriverla o di farla eseguire a danno di innocenti. Questo pnincipio si trova già enunciato nella Enciclica summenzionata di Pio XI sul matrimonio (1)7. Perciò quando, or è un decennio, la sterilizzazione venne ad essere sempre più largamente applicata, la S. Sede si vide nella necessità di dichiarare espressamente e pubblicamente che la sterilizzazione diretta, sia perpetua che temporanea, sia dell’uomo che della donna, è illecita, in virtù della legge naturale, dalla quale la Chiesa stessa, come sapete, non ha la potestà di dispensare (1)8.
17. L. c. pag. 564-565.
18. Decr. S. Off., 24 febr. 1940, Acta Ap. Sedis, 1940, pag. 73 [1940 02 24/1].
1951 10 29 0028
[28.–] Opponetevi dunque, per quanto è da voi, nel vostro apostolato a queste tendenze perverse e negate ad esse la vostra cooperazione.
1951 10 29 0029
[29.–] Si presenta inoltre oggigiorno il grave problema, se ed in quanto l’obbligo della pronta disposizione al servizio della maternità sia conciliabile col sempre più diffuso ricorso ai tempi della sterilità naturale (cosidetti periodi agenesici nella donna), il che sembra una chiara espressione della volontà contraria a quella disposizione.
1951 10 29 0030
[30.–] Si attende giustamente da voi che siate bene informate, dal lato medico, di questa nota teoria e dei progressi che in questa materia si possono ancora prevedere, e altresì che i vostri consigli e la vostra assistenza non si appoggino su semplici pubblicazioni popolari, ma siano fondati sulla oggettività scientifica e sull’autorevole giudizio di coscienziosi specialisti in medicina e in biologia. È ufficio non del sacerdote, ma vostro, d’istruire i coniugi, sia in consultazioni private, sia mediante serie pubblicazioni, sull’aspetto biologico e tecnico della teoria, senza però lasciarvi trascinare ad una propaganda nè giusta nè conveniente. Ma anche in questo campo il vostro apostolato richiede da voi, come donne e come cristiane, di conoscere e di difendere le norme morali, a cui è sottoposta l’applicazione di quella teoria. E qui è competente la Chiesa.
1951 10 29 0031
[31.–] Occorre innanzi tutto considerare due ipotesi. Se l’attuazione di quella teoria non vuol significare altro se non che i coniugi possono far uso del loro diritto matrimoniale anche nei giorni di sterilità naturale, non vi è nulla da opporre: con ciò, infatti, essi non impediscono nè pregiudicano in alcun modo la consumazione dell’atto naturale e le sue ulteriori naturali conseguenze. Proprio in ciò l’applicazione della teoria, di cui parliamo, si distingue essenzialmente dall’abusso già segnalato, che consiste nella perversione dell’atto stesso. Se invece si va più oltre, permettendo cioè l’atto coniugale esclusivamente in quei giorni, allora la condotta degli sposi deve essere esaminata più attentamente.
1951 10 29 0032
[32.–] E qui di nuovo due ipotesi si presentano alla nostra riflessione. Se già nella conclusione del matrimonio almeno uno dei coniugi avesse avuto l’intezione di restringere ai tempi di sterilità lo stesso diritto matrimoniale, e non soltanto il suo uso, in modo che negli altri giorni l’altro coniuge non avrebbe neppure il diritto di richiedere l’atto, ciò implicherebbe un difetto essenziale del consenso matrimoniale, che porterebbe con sè la invalidatà del matrimonio stesso, perchè il diritto derivante dal contratto matrimoniale è un diritto permanente, ininterrotto, e non intermittente, di ciascuno dei coniugi di fronte all’altro.
1951 10 29 0033
[33.–] Se invece quella limitazione dell’atto ai giorni di naturale sterilità si riferisce non al diritto stesso, ma solo all’uso del diritto, la validità del matrimonio resta fuori di discussione; tuttavia la liceità morale di una tale condotta dei coniugi sarebbe da affermare o da negare, secondo che l’intezione di osservare costantemente quei tempi è basata, oppure no, su motivi morali sufficienti e sicuri. Il solo fatto che i coniugi non offendono la natura dell’atto e sono anche pronti ad accettare ed educare il figlio, che, nonostante le loro precauzioni, venisse alla luce, non basterebbe per sè solo a garantire la rettitudine della intenzione e la moralità ineccepibile dei motivi medesimi.
1951 10 29 0034
[34.–] La ragione è perchè il matrimonio obbliga ad uno stato di vita, il quale, come conferisce certi diritti, così impone anche il compimento di un’opera positiva, riguardante lo stato stesso. In tal caso si può applicare il principio generale che una prestazione positiva può essere omessa, se gravi motivi, indipendenti dalla buona volontà di coloro che ne sono obbligati, mostrano che quella prestazione è inopportuna, o provano che non si può dal richiedente –in questo caso il genere umano– equamente pretendere.
1951 10 29 0035
[35.–] Il contratto matrimoniale, che conferisce agli sposi il diritto di soddisfare l’inclinazione della natura, li costituisce in uno stato di vita, lo stato matrimoniale. Ora ai coniugi, che ne fanno uso con l’atto specifico del loro stato, la natura e il Creatore impongono la funzione di provvedere alla conservazione del genere umano. È questa la prestazione caratteristica, che fa il valore proprio del loro stato, il bonum prolis. L’individuo e la società, il popolo e lo Stato, la Chiesa stessa, dipendono per la loro esistenza, nell’ordine da Dio stabilito, dal matrimonio fecondo. Quindi abbracciare lo stato matrimoniale, usare continuamente la facoltà ad esso propria e in esso solo lecita, e, d’altra parte, sottrarsi sempre e deliberatamente, senza un grave motivo, al suo primario dovere, sarebbe un peccare contro il senso stesso della vita coniugale.
1951 10 29 0036
[36.–] Da quella prestazione positiva obbligatoria possono esimere, anche per lungo tempo, anzi per l’intera durata del matrimonio, seri motivi, come quelli che si hanno non di rado nella cosiddetta “indicazione” medica, eugenica, economica e sociale. Da ciò consegue che l’osservanza dei tempi infecondi può essere lecita sotto l’aspetto morale; e nelle condizioni menzionate è realmente tale. Se però non vi sono, secondo un giudizio ragionevole ed equo, simili gravi ragioni personali o derivanti dalle circonstanze esteriori, la volontà di evitare abitualmente la fecondità della loro unione, pur continuando a soddisfare pienamente la loro sensualità, non può derivare che da un falso apprezzamento della vita e da motivi estranei alle rette norme etiche.
1951 10 29 0037
[37.–] Ora però voi insisterete forse osservando che nell’esercizio della vostra professione vi trovate talvolta dinanzi a casi assai delicati, in cui, cioè, non si può esigere di correre il rischio della maternità, la quale anzi deve essere assolutamente evitata, ed in cui d’altra parte, l’osservanza dei periodi agenesici, o non dà sufficiente sicurezza, ovvero deve essere scartata per altri motivi. E allora domandate come si possa ancora parlare di un apostolato al servizio della maternità.
1951 10 29 0038
[38.–] Se, a vostro sicuro e sperimentato giudizio, le condizioni richiedono assolutamente un “no”, cioè l’esclusione della maternità, sarebbe un errore e un torto d’imporre o di consigliare un “sì”. Si tratta qui, invero, di fatti concreti, e quindi di una questione non teologica, ma medica; essa è dunque di vostra competenza. Però in tali casi i coniugi non domandano da voi una risposta medica, necessariamente negativa, ma l’approvazione di una “tecnica” dell’attività coniugale assicurata contro il rischio della maternità. Ed ecco che siete così di nuovo chiamate ad esercitare il vostro apostolato, in quanto non lasciate alcun dubbio che anche in questi casi estremi ogni manovra preventiva e ogni diretto attentato alla vita e allo sviluppo del germe è in coscienza proibito ed escluso, e che una sola via rimane aperta, vale a dire quella dell’astinenza da ogni attuazione completa della facoltà naturale. Qui il vostro apostolato vi obbliga ad avere un giudizio chiaro e sicuro e una calma fermezza.
1951 10 29 0039
[39.–] Ma si obietterà che una simile astinenza è impossibile, che un tale eroismo è inattuabile. Questa obiezione voi oggi la sentirete, voi la leggerete dappertutto, anche da parte di chi, per dovere e per competenza, dovrebbe essere in grado di giudicare ben diversamente. E si adduce a prova il seguente argomento: “Niuno è obbligato all’impossibile, e nessun legislatore ragionevole si presume che voglia obbligare con la sua legge anche all’impossibile. Ma per i coniugi l’astinenza a lunga durata è impossibile. Dunque non sono obbligati all’astinenza; la legge divina non può avere questo senso”.
1951 10 29 0040
[40.–] In tal guisa da premesse parzialmente vere si deduce una conseguenza falsa. Per convincersene basta invertire i termini dell’argomento: Iddio non obbliga all’impossibile. Ma Iddio obbliga i coniugi all’astinenza, se la loro unione non può essere compiuta secondo le norme della natura. Dunque in questi casi l’astinenza è possibile. Abbiamo a conferma di tale argomento la dottrina del Concilio di Trento, il quale, nel capitolo sulla osservanza, necessaria e possibile, dei comandamenti, insegna, riferendosi a un passo di S. Agostino: “Iddio non commanda cose impossibili, ma mentre comanda, ammonisce, e di fare quel che puoi, e di domandare quel che non puoi, e aiuta affinchè tu possa” (1)9.
19. Conc. Trid., sess. 6, cap. 11; Denzinger n. 804; s. August., De natura et gratia, cap. 43 n. 50, P.L. vol. 44 col. 271.
1951 10 29 0041
[41.–] Perciò non lasciatevi confondere nella pratica della vostra professione e nel vostro apostolato da questo gran parlare d’impossibilità. nè per ciò che riguarda il vostro giudizio interno, nè per ciò che si riferisce alla vostra condotta esterna. Non prestatevi mai a qualsiasi cosa contraria alla legge di Dio e alla vostra coscienza cristiana! È fare un torto agli uomini e alle donne del nostro tempo lo stimarli incapaci di un continuato eroismo. Oggi per tanti motivi –forse sotto la morsa della dura necessità, od anche talvolta al servizio della ingiustizia– si esercita l’eroismo in un grado e con una estensione che in tempi passati si sarebbe creduto impossibile. Poichè dunque questo eroismo, se veramente le circostanze lo esigono, dovrebbe arrestarsi ai confini segnati dalle passioni e dalle inclinazioni della natura? È chiaro: chi non vuole dominare se stesso, nemmeno lo potrà; e chi crede di dominarsi, contando solamente sulle proprie forze, senza cercare sinceramente e con perseveranza l’aiuto divino, rimarrà miserevolmente deluso.
1951 10 29 0042
[42.–] Ecco quel che concerne il vostro apostolato per guadagnare i coniugi al servizio della maternità, non nel senso di una cieca schiavitù sotto gl’impulsi della natura, ma di un esercizio dei diritti e dei doveri coniugali, regolato dai principi della ragione e della fede.
1951 10 29 0043
IV.–L’ultimo aspetto del vostro apostolato riguarda la difesa così del retto ordine dei valori come della dignità della persona umana
[43.–] I “valori della persona” e la necessità di rispettarli è un tema che da due decenni occupa sempre più gli scrittori. In molte loro elucubrazioni anche l’atto specificamente sessuale ha il suo posto assegnato per farlo servire alla persona dei coniugi. Il senso proprio e più profondo dell’esercizio del diritto coniugale dovrebbe consistere in ciò che l’unione dei corpi è l’espressione e l’attuazione dell’unione personale ed affettiva.
1951 10 29 0044
[44.–] Articoli, capitoli, interi libri, conferenze, specialmente anche sulla “tecnica dell’amore”, sono volti a diffondere queste idee, a illustrarle con avvertimenti agli sposi novelli come guida nel matrimonio, affinchè essi non trascurino, per stoltezza o per malinteso pudore o per infondato scrupolo, ciò che Dio, il quale ha creato anche le inclinazioni naturali, loro offre. Se da questo completo dono reciproco dei coniugi sorge una vita nuova, essa è un risultato che resta al di fuori o al massimo come alla periferia dei “valori della persona”; risultato che non si nega, ma non si vuole che sia come al centro dei rapporti coniugali.
1951 10 29 0045
[45.–] Secondo queste teorie, la vostra dedizione per il bene della vita ancora nascosta nel grembo materno e per favorirne la nascita felice, non avrebbe più che una importanza minore e passerebbe in seconda linea.
1951 10 29 0046
[46.–] Ora, se questo apprezzamento relativo non facesse che mettere l’accento sul valore della persona degli sposi piuttosto che su quello della prole, si potrebbe a rigore lasciar da parte tale problema; ma qui si tratta invece di una grave inversione dell’ordine dei valori e dei fini posti dallo stesso Creatore. Ci troviamo dinanzi alla propagazione di un complesso d’idee e di affetti, direttamente opposti alla chiarezza, alla profondità e alla serietà del pensiero cristiano. Ed ecco che qui deve di nuovo intervenire il vostro apostolato. Vi potrà infatti accadere di divenire le confidenti della madre e sposa, e di essere interrogate sui più segreti desideri e sulle intimità della vita coniugale. Come potreste però allora, consapevoli della vostra missione, far valere la verità e il retto ordine negli apprezzamenti e nell’azione dei coniugi, se non ne aveste voi stesse una esatta cognizione e non foste munite della fermezza di carattere necessaria per sostenere ciò che voi conoscete essere vero e giusto?
1951 10 29 0047
[47.–] Ora la verità è che il matrimonio, come istituzione naturale, in virtù della volontà del Creatore non ha come fine primario e intimo il perfezionamento personale degli sposi, ma la procreazione e la educazione della nuova vita. Gli altri fini, per quanto anch’essi intesi dalla natura, non si trovano nello stesso grado del primo, e ancor meno gli sono superiori, ma sono ad esso essenzialmente subordinati. Ciò vale per ogni matrimonio, anche se infecondo; come di ogni occhio si può dire che è destinato e formato per vedere, anche se in casi anormali, per speciali condizioni interne ed esterne, non sarà mai in grado di condurre alla percezione visiva.
1951 10 29 0048
[48.–] Precisamente per tagliar corto a tutte le incertezze e le deviazioni, che minacciavano di diffondere errori intorno alla scala dei fini del matrimonio e ai loro reciproci rapporti, redigemmo Noi stessi alcuni anni or sono (10 marzo 1944) una dichiarazione sull’ordine di quei fini, indicando quel che la stessa struttura interna della disposizione naturale rivela, quel che è patrimonio della tradizione cristiana, quel che i Sommi Pontefici hanno ripetutamente insegnato, quel che poi nelle debite forme è stato fissato dal Codice di diritto canonico (can. 1013 § 1). Che anzi poco dopo, per correggere le contrastanti opinioni, la Santa Sede con un pubblico Decreto pronunziò non potersi ammettere la sentenza di alcuni autori recenti, i quali negano che il fine primario del matrimonio sia la procreazione e la educazione della prole, o insegnano che i fini secondari non sono essenzialmente subordinati al fine primario, ma equipollenti e da esso indipendenti (2)0.
20. S. C. S. Officii, 1.º aprile 1944; Acta Ap. Sedis, vol. XXXVI, a. 1944, pag. 103 [1944 04 01/1-4].
1951 10 29 0049
[49.–] Si vuole forse con ciò negare o diminuire quanto vi è di buono e di giusto nei valori personali risultanti dal matrimonio e dalla sua attuazione? No certamente, poichè alla procreazione della nuova vita il Creatore ha destinato nel matrimonio esseri umani fatti di carne e di sangue, dotati di spirito e di cuore, ed essi sono chiamati in quanto uomini, e non come animali irragionevoli, ad essere gli autori della loro discendenza. A questo fine il Signore vuole l’unione degli sposi. Infatti di Dio la Sacra Scrittura dice che creò l’uomo a sua immagine e lo creò maschio e femmina (2)1, ed ha voluto –come si trova ripetutamente affermato nei Libri sacri– che “l’uomo abbandoni il padre e la madre, e si unisca alla sua donna, e formino una carne sola” (2)2.
21. Gen. 1, 27.
22. Gen. 2, 24; Matth. 19, 5; Eph. 5, 31.
1951 10 29 0050
[50.–] Tutto questo è dunque vero e voluto da Dio; ma non deve essere disgiunto dalla funzione primaria del matrimonio, cioè dal servizio per la vita nuova. Non soltanto l’opera comune della vita esterna, ma anche tutto l’arricchimento personale, lo stesso arricchimento intellettuale e spirituale, perfino tutto ciò che vi è di più spirituale e profondo nell’amore coniugale come tale, è stato messo, per volontà della natura e del Creatore, al servizio della discendenza. Per sua natura, la vita coniugale perfetta significa anche la dedizione totale dei genitori a beneficio dei figli, e l’amore coniugale nella sua forza e nella sua tenerezza è esso stesso un postulato della più sincera cura della prole e la garanzia della sua attuazione (23).
25. Cfr S. Th. 3 p. q. 29 a. 2 in c; Suppl, q. 49 a. 2 ad 1.
1951 10 29 0051
[51.–] Ridurre la coabitazione dei coniugi e l’atto coniugale ad una pura funzione organica per la transmissione dei germi sarebbe come convertire il focolare domestico, santuario della famiglia, in un semplice laboratorio biologico. Perciò nella Nostra allocuzione del 29 settembre 1949 al Congresso internazionale dei medici cattolici abbiamo formalmente esclusa dal matrimonio la fecondazione artificiale. L’atto coniugale, nella sua struttura naturale, è un’azione personale, una cooperazione simultanea e immediata dei coniugi, la quale, per la stessa natura degli agenti e la proprietà dell’atto, è la espressione del dono reciproco, che, secondo la parola della Scrittura, effettua l’unione “in una carne sola”.
1951 10 29 0052
[52.–] Ciò è molto più della unione di due germi, la quale si può effettuare anche artificialmente, vale a dire senza l’azione naturale dei coniugi. L’atto coniugale, ordinato e voluto dalla natura, è una cooperazione personale, alla quale gli sposi, nel contrarre il matrimonio, si scambiano il diritto.
1951 10 29 0053
[53.–] Quando perciò questa prestazione nella sua forma naturale è dall’inizio e durevolmente impossibile, l’oggetto del contratto matrimoniale si trova affetto da un vizio essenziale. È quel che allora abbiamo detto: “Non si dimentichi: solo la procreazione di una nuova vita secondo la volontà e il disegno del Creatore porta con sè, in un grado stupendo di perfezione, l’attuazione dei fini intesi. Essa è al tempo stesso conforme alla natura corporale e spirituale e alla dignità degli sposi, allo sviluppo normale e felice del bambino” (24).
24. Acta Ap. Sedis, vol. XLI, 1949, pag. 560 [1949 09 29/19].
1951 10 29 0054
[54.–] Dite dunque alla fidanzata o alla giovane sposa, che venisse a parlarvi dei valori della vita matrimoniale, che questi valori personali, sia nella sfera del corpo o dei sensi, sia in quella spirituale, sono realmente genuini, ma che dal Creatore nella scala dei valori sono stati messi non al primo, ma al secondo grado.
1951 10 29 0055
[55.–] Aggiungete un’altra considerazione, che rischia di cadere nell’oblio. Tutti questi valori secondari della sfera e dell’attività generativa rientrano nell’ambito dell’ufficio specifico dei coniugi, che è di essere autori ed educatori della nuova vita. Alto e nobile ufficio! Il quale però non appartiene all’essenza di un essere umano completo, come se, non venendo la naturale tendenza generativa alla sua attuazione, si avesse in qualche modo o grado una diminuzione della persona umana. La rinunzia a quell’attuazione non è –specialmente se fatta per i più nobili motivi– una mutilazione dei valori personali e spirituali. Di tale libera rinunzia per amore del Regno di Dio il Signore ha detto: “Non omnes capiunt verbum istud, sed quibus datum est – Non tutti comprendono questa dottrina, ma coloro soltanto al quali è dato” (2)5.
25. Matth. 19, 11.
1951 10 29 0056
[56.–] Esaltare oltre misura, come oggi si fa non di rado, la funzione generativa, anche nella forma giusta e morale della vita coniugale, è perciò non soltanto un errore e una aberrazione; essa porta anche con sè il pericolo di una deviazione intellettuale ed affettiva, atta ad impedire e soffocare buoni ed elevati sentimenti, specialmente nella gioventù ancora sprovvista di esperienza e ignara dei disinganni della vita. Poichè infine quale uomo normale, sano di corpo e di anima, vorrebbe appartenere al numero dei deficienti di carattere e di spirito?
1951 10 29 0057
[57.–] Possa il vostro apostolato, là ove voi esercitate la vostra professione, illuminare le menti e inculcare questo giusto ordine dei valori, affinchè gli uomini ad esso conformino i loro giudizi e la loro condotta!
1951 10 29 0058
[58.–] Questa Nostra esposizione sulla funzione del vostro apostolato professionale sarebbe tuttavia incompleta, se Noi non aggiungessimo ancora una breve parola intorno alla difesa della dignità umana nell’uso della inclinazione generativa.
1951 10 29 0059
[59.–] Quello stesso Creatore, che nella sua bontà e sapienza ha voluto per la conservazione e la propagazione del genere umano servirsi dell’opera dell’uomo e della donna, unendoli nel matrimonio, ha disposto anche che in quella funzione i coniugi provino un piacere e una felicità nel corpo e nello spirito. I coniugi dunque nel cercare e nel godere questo piacere, non fanno nulla di male. Essi accettano quel che il Creatore ha loro destinato.
1951 10 29 0060
[60.–] Nondimeno anche qui i coniugi debbono sapersi mantenere nei limiti di una giusta moderazione. Come nel gusto dei cibi e delle bevande, così in quello sessuale, essi non debbono abbandonarsi senza freno all’impulso dei sensi. La retta norma è dunque questa: l’uso della naturale disposizione generativa è moralmente lecito soltanto nel matrimonio, nel servizio e secondo l’ordine dei fini del matrimonio medesimo. Da ciò consegue che anche soltanto nel matrimonio e osservando questa regola il desiderio e la fruizione di quel piacere e di quella soddisfazione sono leciti. Poichè il godimento sottostà alla legge dell’azione, dalla quale esso deriva, e non viceversa, l’azione alla legge del godimento. E questa legge, così ragionevole, riguarda non solo la sostanza, ma anche le circostanze dell’azione, di guisa che, pur restando salva la sostanza dell’atto, si può peccare nel modo di compierlo.
1951 10 29 0061
[61.–] La trasgressione di questa norma è tanto antica quanto il peccato originale. Però al tempo nostro si corre pericolo di perdere di vista lo stesso principio fondamentale. Al presente, infatti, si suole sostenere, con le parole e con gli scritti (anche da parte di alcuni cattolici), la necessaria autonomia, il proprio fine e il proprio valore della sessualità e della sua attuazione, indipendentemente dallo scopo della procreazione di una nuova vita. Si vorrebbe sottoporre ad un nuovo esame e ad una nuova norma l’ordine stesso stabilito da Dio. Non si vorrebbe ammettere altro freno nel modo di soddisfare l’istinto che l’osservare l’essenza dell’atto istintivo. Con ciò alla obbligazione morale del dominio delle passioni si sostituirebbe la licenza di servire ciecamente a senza freno, i capricci e gl’impulsi della natura; il che non potrà, presto o tardi, che ridondare a danno della morale, della coscienza e della dignità umana.
1951 10 29 0062
[62.–] Se la natura avesse mirato esclusivamente, o almeno in primo luogo, ad un reciproco dono e possesso dei coniugi nella gioia e nel diletto, e se avesse disposto quell’atto soltanto per rendere felice nel più alto grado possibile la loro esperienza personale, e non per stimolarli al servizio della vita, allora il Creatore avrebbe adottato un altro disegno nella formazione e costituzione dell’atto naturale. Ora invece questo è insomma tutto subordinato e ordinato a quell’unica grande legge della “generatio et educatio prolis”, vale a dire al compimento del fine primario del matrimonio come origine e sorgente della vita.
1951 10 29 0063
[63.–] Purtroppo ondate incessanti di edonismo invadono il mondo e minacciano di sommergere nella marea crescente dei pensieri, dei desideri e degli atti tutta la vita matrimoniale, non senza seri pericoli e grave pregiudizio dell’ufficio primario dei coniugi.
1951 10 29 0064
[64.–] Questo edonismo anticristiano troppo spesso non si arrossisce di erigerlo a dottrina, inculcando la brama di rendere sempre più intenso il godimento nella preparazione e nella attuazione della unione coniugale; come se nei rapporti matrimoniali tutta la legge morale si riducesse al regolare compimento dell’atto stesso, e come se tutto il resto, in qualunque modo fatto, rimanga giustificato dalla effusione del reciproco affetto, santificato dal sacramento del matrimonio, meritevole di lode e di mercede dinanzi a Dio e ella coscienza. Della dignità dell’uomo e della dignità del cristiano, che mettono un freno agli eccessi della sensualità, non si ha cura.
1951 10 29 0065
[65.–] Ebbene, no. La gravità e la santità della legge morale cristiana non ammettono una sfrenata soddisfazione dell’istinto sessuale e di tendere così soltanto al piacere e al godimento; essa non permette all’uomo ragionevole di lasciarsi dominare sino a tal punto, nè quanto alla sostanza, nè quanto alle circostanze dell’atto.
1951 10 29 0066
[66.–] Si vorrebbe da alcuni addurre che la felicità del matrimonio è in ragione diretta del reciproco godimento nei rapporti coniugali. No: la felicità nel matrimonio è invece in ragione diretta del vicendevole rispetto fra i coniugi, anche nelle loro intime relazioni; non già quasi che essi giudichino immorale e rifiutino quel che la natura offre e il Creatore ha donato, ma perchè questo rispetto, e la mutua stima che esso ingenera, è uno dei più validi elementi di un amore puro, e per ciò stesso tanto più tenero.
1951 10 29 0067
[67.–] Nella vostra attività professionale opponetevi, per quanto vi è possibile, all’impeto di questo raffinato edonismo, vuoto di valori spirituali, e quindi indegno di sposi cristiani. Mostrate come la natura ha dato, è vero, il desiderio istintivo del godimento e lo approva nelle legitime nozze, ma non come fine a se stesso, bensì insomma per il servizio della vita. Bandite dal vostro spirito quel culto del piacere, e fate del vostro meglio per impedire la diffusione di una letteratura che si crede in dovere di descrivere in ogni particolare le intimità della vita coniugale col pretesto di istruire, di dirigere e di rassicurare. Per tranquillizzare le coscienze timorate degli sposi bastano in genere il buon senso, l’istinto naturale e una breve istruzione sulle chiare e semplici massime della legge morale cristiana. Se, in alcune speciali circostanze, una fidanzata o una giovane sposa avessero bisogno di più ampi schiarimenti su qualche punto particolare, toccherà a voi di dar loro delicatamente una spiegazione conforme alla legge naturale e alla sana coscienza cristiana.
1951 10 29 0068
[68.–] Questo Nostro insegnamento non ha niente da fare col manicheismo o col giansenismo, come alcuni vogliono far credere per giustificare se stessi. Esso è soltanto una difesa dell’onore del matrimonio cristiano e della dignità personale dei coniugi.
1951 10 29 0069
[69.–] Servire a tale scopo è, soprattutto ai giorni nostri, un urgente dovere della vostra missione professionale.
1951 10 29 0070
[70.–] Con questo siamo giunti alla conclusione di quanto intendevamo di esporvi.
1951 10 29 0071
[71.–] La vostra professione vi apre un vasto campo di apostolato dai molteplici aspetti; apostolato non tanto di parola, quanto di azione e di guida; apostolato che potrete utilmente esercitare soltanto se sarete ben consapevoli del fine della vostra missione e dei mezzi per conseguirlo, e se sarete dotate di una volontà ferma e risoluta, fondata in una profonda convizione religiosa, ispirata e avvalorata dalla fede e dall’amore cristiano.
[AAS 43 (1951), 835-854]