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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[0516] • PÍO XII, 1939-1958 • FECUNDACIÓN ARTIFICIAL

Del Discurso Vous Nous avez exprimé, al II Congreso Mundial de la Fertilidad y Esterilidad, celebrado en Nápoles (Italia), 19 mayo 1956

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[1.–] [...] Os aprestáis a estudiar un tema difícil y delicado, porque concierne a una de las principales funciones del cuerpo humano y porque los resultados de vuestros trabajos pueden entrañar consecuencias de gran significación para la vida de muchos hombres y para la evolución de las sociedades.

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[2.–] La esterilidad conyugal involuntaria, que vosotros os proponéis remediar, obstaculiza la obtención del fin principal del matrimonio y provoca en las parejas un malestar profundo, velado frecuentemente por un pudor instintivo, pero malestar peligroso para la estabilidad del mismo matrimonio.

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[4.–] Vuestro Congreso precedente señaló en su moción final que la esterilidad conyugal involuntaria plantea un problema económico y social de gran importancia, que ella contribuye al descenso del índice de fertilidad de las poblaciones y puede influir por ello en la vida y en el destino de los pueblos. A menudo se pretende reducir el problema a este punto de vista, más visible, más fácilmente controlable. Se argumenta entonces que es necesario promover la natalidad para asegurar la vitalidad de una nación y su expansión en todos los dominios. Es verdad que una natalidad alta manifiesta las energías creadoras de un pueblo o de una familia; pone de manifiesto el coraje de los hombres frente a la vida, sus riesgos y sus dificultades; señala su voluntad de construir y de progresar. Se tiene razón al revelar que la imposibilidad física de ejercer la paternidad y la maternidad viene a ser fácilmente un motivo de descorazonamiento, de repliegues sobre sí. La vida, que desea ardientemente prolongarse, rebasarse, se considera, por así decirlo, sin alas, y muchos hogares, por desgracia, sucumben a esta prueba.

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[5.–] Gustosamente queríamos recordar aquí una consideración que vosotros mismos habéis puesto de relieve. Es plenamente cierto que si vuestro celo en proseguir las investigaciones sobre la esterilidad matrimonial y los medios de vencerla presenta un aspecto científico digno de atención, entraña también altos valores espirituales y éticos que deben tenerse en cuenta. Los señalamos más adelante. Es profundamente humano que los esposos vean y encuentren en su hijo la expresión verdadera y plenaria de su amor recíproco y de su don mutuo. No es difícil comprender por qué el deseo insatisfecho de la paternidad o de la maternidad se sienta como un sacrificio penoso y doloroso por los padres, a quienes animan sentimientos nobles y santos. Más aún: la esterilidad involuntaria del matrimonio puede convertirse en un serio peligro para la unión y la estabilidad misma de la familia.

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[6.–] Pero este aspecto social oculta, ciertamente, una realidad más íntima y más grave. El matrimonio, en efecto, une a dos personas en una comunidad de destino en su marcha hacia la realización de un ideal, que implica no la plenitud de una felicidad terrestre, sino la conquista de valores espirituales de un orden trascendental, que la revelación cristiana, en particular, propone en toda su grandeza. Los esposos persiguen en común este ideal consagrándose a la obtención de la finalidad primaria del matrimonio: la generación y la educación de los hijos.

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[7.–] Varias veces ya hemos creído necesario recordar cómo las intenciones particulares de los cónyuges, su vida común, su perfección personal, no pueden concebirse sino subordinadas al fin que a todas estas cosas rebasa: la paternidad y la maternidad. solamente la obra común de la vida exterior, decíamos en una alocución dirigida a las comadronas el 28 de octubre de 1951, sino todo el enriquecimiento personal, todo enriquecimiento intelectual y espiritual, hasta aquello que hay de más espiritual y profundo en el amor conyugal como tal, ha sido puesto por la voluntad de la Naturaleza y del Creador al servicio de la descendencia” (1). Tal es la enseñanza constante de la Iglesia; ésta ha rechazado toda concepción del matrimonio, que amenaza con replegarse sobre sí mismo, con hacer de él una búsqueda egoísta de satisfacciones afectivas y psíquicas en interés exclusivo de los esposos.

1. Acta Apost. Sedis, vol. XLIII (1951), pág. 849-850 [1951 10 29/50].

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[8.–] Pero la Iglesia ha descartado también la actitud opuesta que pretende separar, en la generación, la actividad biológica de la relación personal de los cónyuges. El niño es el fruto de la unión conyugal, cuando ella se manifiesta en plenitud, por el ejercicio de las funciones orgánicas, de las emociones sensibles que a ella van unidas, del amor espiritual y desinteresado que la anima; es, en la unidad de este acto humano, donde han de situarse las condiciones biológicas de la generación. Jamás está permitido separar estos dos aspectos, hasta el punto de excluir positivamente ya sea la intención procreadora ya la relación conyugal.

La relación que une al padre y a la madre con su hijo se enraíza en el hecho orgánico, y más todavía en el acto deliberado de los esposos, por el que se entregan el uno al otro. Voluntad de entrega que se desarrolla y encuentra su acabamiento verdadero en el ser que ellos ponen en el mundo. De otra parte sólo esta consagración de sí, generosa en su principio y ardua en su realización, por la aceptación consciente de las responsabilidades que ella comporta, puede garantizar que la obra de la educación de los hijos será promovida con todo el cuidado, energía y paciencia que ella exige. Se puede, pues, afirmar que la fecundidad humana, al lado del aspecto físico, reviste aspectos morales esenciales que es necesario considerar también cuando se trata el problema desde un punto de vista médico.

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[9.–] Es evidente que el sabio y el médico, cuando abordan un problema de su especialidad, tienen el derecho de concentrar su atención sobre los elementos propiamente científicos y de resolverle sólo en función de estos datos. Pero cuando se entra en el camino de las aplicaciones prácticas en el hombre, es imposible no tener en cuenta las repercusiones que los métodos propuestos tendrán sobre la persona y su destino. La grandeza del acto humano consiste precisamente en rebasar el momento mismo en el cual se realiza para comprometer toda la orientación de la vida, y hacerle tomar posición frente al absoluto. Esto, que ya es verdad respecto de la actividad cotidiana, lo es con mucha más razón respecto de un acto que compromete, con el amor recíproco de los esposos, su futuro y el de su descendencia.

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[10.–] Nos creemos que es capital para vosotros, señores, el no descuidar esta perspectiva cuando consideráis los métodos de fecundación artificial. El medio por el cual se tiende a producir una vida toma una significación humana esencial, inseparable del fin que se persigue y susceptible, si no es conforme a la realidad de las cosas y a las leyes inscritas en la naturaleza de los seres, de causar un daño grave a este mismo fin.

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[11.–] También sobre este punto se Nos ha pedido que demos algunas directrices. Respecto a las tentativas de la fecundación artificial humana “in vitro”. Nos basta observar que es necesario rechazarlas como inmorales y absolutamente ilícitas. Sobre las diversas cuestiones de moral que se plantea a propósito de la fecundación artificial, en el sentido ordinario de la palabra, o de la “inseminación artificial”, ya expresamos nuestro pensamiento en un discurso dirigido a los médicos el 29 de septiembre de 19492; así que Nos remitimos para los detalles a lo que dijimos entonces y Nos limitaremos aquí a repetir el juicio que dimos como conclusión: “En lo que toca a la fecundación artificial, no solamente hay motivos para ser extremadamente reservados, sino que es necesario descartarla de un modo absoluto. Sin que signifique que se proscribe necesariamente el empleo de ciertos medios artificiales, destinados únicamente ya sea a facilitar el acto natural ya sea a hacer llegar a su fin el acto natural normalmente realizado”.

Pero siendo un hecho que el uso de la fecundación artificial se extiende más y más, y a fin de corregir algunas opiniones erróneas que van difundiéndose sobre el tema que Nos hemos tratado, añadimos aquí lo que sigue:

2. Acta Apost. Sedis, vol. XLI (1949), págs. 557 ss. [1949 09 29/7 ss].

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[12.–] “La fecundación artificial sobrepasa los límites del derecho que los esposos tienen adquiridos por el contrato matrimonial, a saber: el derecho de ejercer plenamente su capacidad sexual natural en la realización general del acto matrimonial. El contrato en cuestión no les confiere el derecho a la fecundación artificial, porque un tal derecho no está de ninguna manera expresado en el derecho al acto conyugal natural y no puede ser de él deducido. Aún menos se le puede derivar del derecho “al niño”, “fin” primario del matrimonio. El contrato matrimonial no da este derecho, porque él no tiene por objeto el “niño”, sino los “actos naturales” que son capaces de engendrar una nueva vida y destinados a ella. Así, pues, se debe decir de la fecundación artificial que viola la ley natural y que es contraria al derecho y a la moral.

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[13.–] Se plantea ahora una cuestión que es más conveniente tratar en lengua latina.

De igual forma que nuestra naturaleza racional está en contra de la inseminación artificial, igualmente la razón ética, de la que se deben deducir las normas de conducta, va en contra de que el semen humano se obtenga por masturbación, a fin de ser examinado por los peritos.

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[14.–] Así lo expusimos en Nuestra Alocución ante los participantes al Congreso de doctores en Urología, el 8 de octubre de 1953. De entonces, son estas palabras: “Por lo demás, el Santo Oficio, el día 2 de agosto de 19293, decidió ya que la masturbación directamente procurada a fin de conseguir esperma, no es lícita, cualquiera que sea la finalidad del examen” (4). Pero como hemos tenido noticia de que en muchos lugares sigue dándose esa mala costumbre, nos ha parecido oportuno volver a tratar e insistir de nuevo en lo que entonces ya dijimos.

3. Acta Apost. Sedis, vol. XXI (1929), p. 490 [1929 08 02/1].

4. Acta Apost. Sedis, vol. XLV (1953), p. 678 [1953 10 08/23].

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[15.–] Si estos actos se practican para satisfacer la concupiscencia, por su misma índole los rechaza ya el mismo sentido natural del hombre, y mucho más el juicio de la conciencia, siempre que el juicio se lleve a cabo con rectitud y madurez. También hay que rechazar esos actos, aunque se realicen por grandes motivos que parezcan eximirlos de culpa, como son: los remedios que se deben emplear con los que padecen una intensa excitación nerviosa o un estado de espasmos anormales; la inspección microscópica del esperma por parte del médico a fin de investigar las bacterias causantes de una enfermedad venérea o de otro tipo; el examen de las diversas partes de que consta ordinariamente el esperma con objeto de dictaminar los elementos vitales del esperma, su número, cantidad, forma, potencia, naturaleza, etc.

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[16.–] Ese modo de procurar el semen humano, el de la masturbación, no se puede realizar a no ser con vistas a cumplir más plenamente la facultad natural del hombre de engendrar. Y su pleno ejercicio, fuera de la cópula conyugal, es siempre un uso directa e indebidamente usurpado de esa facultad. En ese uso indebido de la facultad está propiamente la violación intrínseca de la regla de moralidad. Porque jamás para el hombre deriva derecho alguno en relación con el ejercicio de la facultad sexual, del hecho mismo de que la haya recibido de la naturaleza. Al hombre, en efecto (a diferencia de lo que ocurre con los otros animales privados de razón), le ha sido concedido el derecho y el deber de usar de esa facultad únicamente dentro del matrimonio válidamente contraído, y en el derecho matrimonial se determina cuanto se entrega y recibe en el matrimonio. De lo que se concluye que el hombre, dado que tan sólo por esa causa ha recibido de la naturaleza la facultad sexual no tiene más que facultad y derecho de contraer matrimonio. Un derecho que, por lo que se refiere al objeto y ámbito propios, se determina, por tanto, por la ley natural, no por la voluntad humana; por esta ley natural, al hombre no le compete el derecho y la facultad del uso completo de la facultad sexual, directamente procurado, a no ser cuando usa de la cópula conyugal realizada según las normas determinadas y exigidas por la naturaleza. Fuera de este acto natural, ni siquiera dentro del matrimonio se le da el derecho de usar plenamente de la facultad sexual. Éstos son los límites que la naturaleza pone al derecho y ejercicio de que hablamos. Por el hecho de que el uso completo de la facultad sexual esté delimitado de manera absoluta a la unión conyugal, se sigue que esta facultad está intrínsecamente ordenada a la consecución plena del fin natural del matrimonio (que no sólo es la generación sino también la educación de los hijos), y su uso está unido a ese mismo fin. Por esa razón, la masturbación está absolutamente fuera de la ordenación referida que corresponde al uso completo de la facultad sexual, y consiguientemente está también fuera de su conexión con el fin ordenado por la naturaleza. La consecuencia es que (la masturbación) carece de todo título jurídico y es contraria a las leyes de la naturaleza y de la ética, aunque se la quiera ordenar a una finalidad de suyo justa en sí no rechazable.

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[17.–] Lo que hasta aquí se lleva dicho sobre la malicia intrínseca de cualquier uso completo –fuera de la unión conyugal– de la facultad generativa, vale también para los que están casados o que han dejado de estarlo, se realice ese uso completo del aparato genital por el hombre o por la mujer, o por los dos al mismo tiempo y de común acuerdo; tanto si se lleva a cabo por tocamiento como si es por interrupción de la cópula conyugal. Siempre es un acto contra la naturaleza e intrínsecamente malo.

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[18.–] Si la fecundación responde a ciertas exigencias del organismo y satisface poderosos instintos, ella compromete seguidamente, como Nos hemos dicho, el plan psicológico y moral. La obra de la educación sobrepasa aún, por su contenido y sus consecuencias, a la obra de la generación.

Los profundos intercambios que se operan entre los padres y los hijos, con toda seriedad, la delicadeza, el olvido de sí que ello requiere, obligan inmediatamente a los padres a sobrepasar el estadio de la posición afectiva para pensar en el destino personal de aquéllos que les han sido confiados.

Muy frecuentemente, cuando los hijos llegan a la mayoría de edad, dejan su familia, se van alejando para responder a las necesidades de la vida o a la llamada de una vocación más alta.

El pensamiento de este desprendimiento normal, por costoso que sea para ellos, debe ayudar a los padres a elevarse hacia una concepción más noble de su misión, hacia una visión más pura del significado de sus esfuerzos.

So pena de fracaso, al menos parcial, la familia está llamada a integrarse en la sociedad, a ampliar el círculo de afectos y de intereses, a orientar a sus miembros hacia horizontes más dilatados para atender no solamente a ellos mismos, sino también a las tareas de un servicio social.

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[19.–] La Iglesia católica, depositaria de los designios divinos, enseña la fecundidad superior de las vidas enteramente consagradas a Dios y al prójimo. Para éstas, la completa renuncia a la familia les permite una acción espiritual totalmente desinteresada, dimanante no de miedo alguno a la vida y sus problemas, sino de la percepción de los verdaderos destinos del hombre, creado a imagen de Dios, yendo en busca de un amor universal que ninguna preocupación carnal puede limitar. Tal es la más sublime y la más envidiable fecundidad que el hombre puede desear: la que trasciende el plano biológico para entrar de lleno en el del espíritu.

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[20.–] No queríamos, señores, concluir esta Alocución sin hacer referencia a estas perspectivas. Puede que a algunos estas orientaciones parezcan demasiado alejadas de los objetivos que os ocupan ahora. Pero no es así. Pues sólo ellas permiten situar vuestros trabajos en el lugar y valor que acabamos de considerar. Lo que vosotros anheláis no es solamente aumentar el número de hombres, sino elevar el nivel moral de la humanidad, sus fuerzas bienhechoras, su voluntad de crecer física y espiritualmente. Queréis dar un nuevo brillo al afecto de tantos esposos a quienes entristece un hogar desierto; lejos de cortar su alegría plena, ambicionáis poner a su servicio todo vuestro saber para que se despierten en ellos esos admirables recursos que Dios ha puesto en el corazón de los padres para ayudarles a levantarse hasta Él; y no sólo ellos, sino toda la familia.

[EM, 732-747]