[0551] • JUAN XXIII, 1958-1963 • LA UNIDAD DE LA FAMILIA, FUNDAMENTO DE LA PAZ Y CONCORDIA DE LA SOCIEDAD
De la Carta Encíclica Ad Petri Cathedram –sobre la verdad, unidad y paz que se han de promover con espíritu de caridad–, 29 junio 1959
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[30.–] Finalmente, a la misma concordia a que hemos invitado a los pueblos, a sus gobernantes y a las clases sociales, invitamos también con ahínco y afecto paterno a todas las familias para que la consigan y la consoliden. Pues si no hay paz, unidad y concordia en la familia, ¿cómo se podrá obtener en la sociedad civil? Esta ordenada y armónica unidad que debe reinar siempre dentro de las paredes del hogar nace del vínculo indisoluble y de la santidad propia del matrimonio cristiano y contribuye en gran parte al orden, al progreso y al bienestar de toda la sociedad civil. El padre sea entre los suyos como el representante de Dios e ilumine y preceda a los demás no sólo con su autoridad, sino con el ejemplo de su vida íntegra. La madre, con su delicadeza y su virtud en el hogar doméstico, guíe a sus hijos con suavidad y fortaleza; sea buena y afectuosa con el marido y con él instruya y eduque a sus hijos –don preciosísimo de Dios– para una vida honrada y religiosa. Los hijos obedezcan siempre, como es su deber, a sus padres, ámenlos y sean no sólo su consuelo, sino, en caso de necesidad, también su ayuda. Respírese en el hogar doméstico aquella caridad que ardía en la familia de Nazaret; florezcan todas las virtudes cristianas; reine la unión y resplandezcan los ejemplos de una vida honesta. Que nunca jamás –a Dios se lo pedimos ardientemente– se rompa tan bella, suave y necesaria concordia. Porque si la institución de la familia cristiana vacila, si se rechazan o desprecian los mandamientos del Divino Redentor en este punto, entonces se bambolean los mismos fundamentos del Estado y la misma convivencia civil se corrompe, produciéndose una general crisis con daños y pérdidas para todos los ciudadanos.
[E 19 (1959-II), 39]
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[30.–] Ac denique ad quam populos, eorum moderatores, omnesque civium ordines concordem advocavimus unitatem, ad eandem adipiscendam confirmandamque familias quoque omnes enixe paternoque animo adhortamur. Pax enim, unitas et concordia si in domestico non habentur convictu, quomodo in civili societate haberi possunt? Haec congruens et quasi concinens unitas, quae inter domesticos parietes consistere nullo non tempore debet, ex indissolubili ipso christiani connubii vinculo eiusque sanctitate oritur; magnamque partem totius civilis societatis ordinem, profectum, fortunam alit. Paterfamillas, Dei inter suos veluti personam gerat, et non modo auctoritate, sed rectae etiam suae vitae exemplo ceteris praeluceat ac praesit. Mater vero familias sua animi lenitate suaque virtute in domestico convictu fortiter suaviterque suae proli imperet; erga coniugem indulgenter amanterque se habeat; unaque cum eo subolem, pretiosissimum a Deo collatum donum, diligenter instituat atque educet ad probe religioseque vivendum. Qui autem ab eis gignuntur filii, semper parentibus, ut addecet, obtemperent, eos adament, eisque non tantum solacio, sed etiam, si opus erit, auxilio sunto. Spiret intra domesticos parietes ea, quae in Nazarethana familia flagrabat, caritas; christianae omnes virtutes efflorescant, unitas vigeat, probae vitae specimina refulgeant. O numquam eveniat –a Deo enixe precamur– ut haec tam bona, tam suavis, tam necessaria scindatur concordia; si enim christianae familiae sancta instituta labant, si praecepta a Divino Redemptore hac de re impertita reiciuntur vel pessumdantur, tum profecto ipsa publicae rei fundamenta vacillant et civilis ipsa societas corrumpitur, gravique in discrimine versatur, non sine civium omnium iactura ac detrimento.
[AAS 51 (1959), 509-510]