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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[0561] • JUAN XXIII, 1958-1963 • INSTRUCCIÓN SOBRE LA DIGNIDAD Y OBLIGACIONES DE LA VIDA CONYUGAL

De la Alocución È motivo, a la Rota Romana, 25 octubre 1960

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[7.–] Sin duda, en nuestros días, hay algo que insensiblemente hace peligrar la institución familiar y aumenta las asechanzas que la debilitan, y esto de un modo más insistente, seductor e insidioso que en lo pasado.

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[8.–] La Iglesia no ha cesado nunca de dar la voz de alarma frente a las peligrosas concesiones de la conciencia individual y colectiva en este tan delicado terreno y tan lleno de consecuencias para la vida social. Las encíclicas, documentos y discursos de Nuestros Predecesores demuestran la maternal y diligente preocupación de la Iglesia. Tampoco hoy falta a su misión que recibió del mismo Cristo. Ella continúa y propaga cada vez mejor y más perfectamente su magisterio, siempre tan adaptado, aunque severo.

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[9.–] Por esto, queridos hijos, queremos llamar la atención de todos los hombres de buena voluntad –juristas, sociólogos, educadores y simples fieles– sobre el gravísimo problema de la santidad del matrimonio, para que sean conjurados más eficazmente esos peligros a que hemos aludido. [...]

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[10.–] I. En primer lugar, el deber de la instrucción sobre la dignidad y obligaciones de la vida conyugal.

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[11.–] Hablando a un grupo de recién casados, el 22 de abril de 1942, Pío XII les recordó que “el matrimonio no es sólo una función natural, sino que para las almas cristianas es un gran sacramento, un gran signo de la gracia y de algo sagrado, como la unión de Cristo con la Iglesia, hecha suya y adquirida con su sangre para regenerar con una nueva vida espiritual a los hijos de los hombres, que creen en el nombre de Cristo... Signo y luz del sacramento que, por decirlo así, cambian la función de la naturaleza, confieren al matrimonio una nobleza de sublime honestidad, que comprende y reúne en sí mismo no sólo la indisolubilidad, sino también todo lo que se refiere al significado del sacramento” (1).

1. Discorsi e Radiomessaggi, IV pp. 46-47 [1942 04 22/4].

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[12.–] Pues bien, esta luminosa y hermosa doctrina cristiana sobre la naturaleza del matrimonio exige ante todo una constante y persuasiva catequesis de los fieles, que llegue a todos los estratos de la vida social. Especialmente es necesario, más aún, urgente que esta catequesis llegue principalmente a los jóvenes, que se dirigen al matrimonio, renueve sus conciencias y los haga conscientes del gravísimo deber de la instrucción religiosa en esta materia tan delicada.

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[13.–] Sabemos que en muchas partes se han hecho varias tentativas, valiéndose de los medios que la prensa y la técnica ponen hoy a nuestra disposición para hacer más eficaz e incluso atractivo este deber de instrucción: publicaciones científicas, consultorios, cursos, predicaciones especializadas. Nos complacen vivamente tales experiencias que, bien encauzadas, debidamente aprobadas por la Autoridad Eclesiástica Superior, alimentan la esperanza en una cosecha de frutos cada vez más consoladora.

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[14.–] Es necesario seguir por este camino con energía y sinceridad; lo exigen perentoriamente las circunstancias actuales. La edad juvenil –y especialmente el período de noviazgo– envuelve a veces, en la niebla de un mal entendido o no suficientemente disciplinado sentido y expresiones del amor, la límpida transparencia de los ideales. Al afirmar esto, no Nos alejamos de la verdad; lo demuestran las sugerencias de la prensa, de la radio, del cine en sus más vacías expresiones y desprovistas de fondo moral. Se observa, además, ese complejo de manifestaciones alegres, que crean un ambiente artificial, se imponen con mil procedimientos seductores –que en realidad oprimen la conciencia–, transforman en el peor sentido las costumbres tradicionales y, como primer y más ruinoso efecto, deforman a la juventud.

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[15.–] Considerando la gravedad del peligro, que constituyen no tanto los episodios individuales y determinados cuanto una vaga ruptura de fuertes barreras morales, brota espontáneamente la invitación, que renovamos ardientemente in visceribus Iesu Christi ante todo a los pastores de almas, para que empleen todos los medios en las instrucciones y catequesis, con la palabra y escritos profusamente divulgados para iluminar las conciencias de los padres y de los jóvenes sobre sus deberes.

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[16.–] Hacemos extensiva esta invitación, asimismo, a todos los que tienen voluntad y medios de influir en la opinión pública con el fin de que sus intervenciones sirvan para aclarar y no para confundir las ideas; de rectitud, de respeto por el mayor y más precioso bien de la vida social, la integridad del matrimonio.

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[17.–] II. Semejante deber exige especial solidez de doctrina en aquéllos que por particular vocación y profesión deben interesarse con frecuencia en estos problemas.

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[18.–] Y en vosotros, juristas, sobre todo: solidez alimentada en las fuentes del derecho natural y positivo, que no cede ante ninguna adulación y debilidad, y va acompañada al mismo tiempo de un perfecto equilibrio de juicio, que proviene del conocimiento de las condiciones del tiempo en que vivimos.

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[19.–] Solidez también en los educadores y médicos. Nunca se deplorarán bastante los daños ocasionados en este campo por la concepción naturalista, primero, y materialista, después, de la vida con referencia especial al matrimonio y a la familia. Por haber querido sustraer su naturaleza y defensa a la Iglesia, reduciendo su valor a instituciones puramente humanas, se ha llegado poco a poco a debilitar cada vez más su estructura y trabazón.

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[20.–] En cambio, nunca se insistirá demasiado en que la pureza de las costumbres, la sana educación de los sentimientos, la estimación de los valores humanos, considerados en armonía con lo sobrenatural, previenen y resuelven en principio esas situaciones que, confiadas al derecho, dejan siempre en las almas heridas que no cicatrizan. También aquí hay que tener presente el estado actual de cosas causado por el pecado original, que exige necesariamente recurrir a la gracia; sólo ésta puede devolver al hombre herido el perdido equilibrio y, si prescinde de ella, ignorándola voluntariamente, la vida conyugal se priva de su más fuerte apoyo.

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[21.–] Pues bien, éste es también el deber de educadores y médicos cristianos, que desean considerar su profesión no unilateralmente, sino en la plenitud de la situación real del hombre, a cuya curación concurren en armonía fecunda lo natural y lo sobrenatural.

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[22.–] La ligereza con que en tantas ocasiones se afronta el problema matrimonial y el inquietante debilitamiento de los frenos morales obedecen no sólo a una falta de instrucción religiosa –como indicamos–, sino también a una falta de ideas claras y precisas por parte de aquéllos que por su profesión deben ser luz y guía para las generaciones jóvenes. De la vacilación en sus convicciones, de la superficialidad e incluso de su errónea formación filosófica y religiosa y –lo decimos con dolor– a veces de la perversa voluntad de combatir la acción de la Iglesia, procede el primer golpe contra la entereza de tantas conciencias, cuyo encuentro con educadores y médicos anticristianos ha sido, a veces, ocasión y causa de dolorosas claudicaciones.

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[23.–] Solidez, por consiguiente, de convicciones en la doctrina, de voluntad derivada del estudio asiduo, de la actitud humildemente sincera del alma, que sabe que la sana y profunda ciencia nunca se opone ni se puede oponer a las normas de la Revelación y a la enseñanza de la Iglesia.

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[24.–] III. Un tercer medio Nos parece bastante oportuno para establecer firmemente la seguridad de la familia, que se relaciona con todo lo dicho hasta aquí. Es el recurso constante a la paternidad de Dios ex quo omnis paternitas in caelis et in terris nominatur2.

2. Eph. 3, 15.

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[25.–] La íntima y eterna fecundidad, que está en el seno de Dios, se refleja, en cierto modo, activa y benigna, en los hijos de los hombres, elevados a la altísima dignidad y deber de procreadores.

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[26.–] En la familia se da la más admirable y estrecha cooperación del hombre con Dios: las dos personas humanas, creadas a imagen y semejanza divina, están llamadas no sólo al gran deber de continuar y prolongar la obra creadora, dando la vida física a nuevos seres, a quienes el Espíritu infunde el poderoso principio de la vida inmortal, sino también al más noble oficio, que perfecciona al primero, de la educación civil y cristiana de la prole.

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[27.–] Semejante firme convicción, basada en una verdad tan profunda, es suficiente para asegurar a toda unión matrimonial la estabilidad de su vínculo y hacer conscientes a los padres de la responsabilidad que asumen ante Dios y los hombres.

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[28.–] Los educadores y pastores de almas saben por experiencia qué fuerza de santo entusiasmo y amable gratitud a Dios suscitan tales consideraciones en los jóvenes que se preparan para el matrimonio, y qué serios asentimientos y propósitos suscita en sus almas generosas.

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[29.–] Difúndase, pues, por todos los medios de que se disponga el alegre conocimiento de esta nobleza augusta del hombre, del padre y de la madre de familia, como primeros colaboradores de Dios en la continuación de su obra en el mundo, en dar nuevos miembros al Cuerpo Místico de Cristo, en poblar el cielo de elegidos, que cantarán eternamente la gloria del Señor.

[EyD, 2451-2454]