[0680] • PAULO VI, 1963-1978 • GRANDEZA DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
De la Alocución Tout d’abord, al Movimiento Equipos de Nuestra Señora, 4 mayo 1970
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1.– [...] Frecuentemente se ha dicho con cierta injusticia que la Iglesia recelaba del amor humano. También queremos deciros claramente en este día: no. Dios no es enemigo de las grandes realidades humanas, y la Iglesia no desprecia en modo alguno los valores cotidianos vividos por millones de hogares. Muy al contrario, la buena nueva traída por Cristo Salvador es también una buena nueva para el amor humano, que es muy excelente en sus orígenes –“Y vio Dios que todo esto era bueno” (Génesis 1, 31)–, a pesar de haber sido corrompido por el pecado, y rescatado hasta el punto de llegar a ser, por la gracia, medio de santidad.
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2.–Como todos los bautizados, vosotros, en efecto, sois llamados a la santidad, de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia solemnemente reafirmada por el Concilio (Cfr. Lumen gentium, núm. 11). Pero os corresponde llegar a la santidad a vuestra manera, en y por vuestro camino de hogar (Ibid, núm. 41). La Iglesia nos enseña: “Los esposos son capaces por la gracia, de llevar una vida santa” (Gaudium et spes, núm. 49, párr. 2), y de hacer de su hogar “como un santuario de la Iglesia en casa” (Apostolicam actuositatem, núm. 11). Estos pensamientos, cuyo olvido es tan trágico para nuestra época, os son ciertamente familiares. Desearíamos reflexionar sobre ellos con vosotros durante algunos instantes para reforzar todavía en vosotros, si hubiese necesidad de ello, la voluntad de vivir generosamente vuestra vocación humana y cristiana en el matrimonio (Cfr. Gaudium et spes, nn. 1, 47-52), y de colaborar juntos al gran designio de amor de Dios sobre el mundo, que es el de formarse un pueblo “para alabanza de su gloria” (Efes 1, 14).
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3.–Como nos enseña la Santa Escritura, el matrimonio, antes de ser un Sacramento, es una gran realidad terrena: “Dios creó al hombre a su imagen, a la imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó” (Génesis 1, 27). Es necesario siempre volver a esta primera página de la Biblia, si se quiere comprender lo que es, lo que debe ser una pareja humana, un hogar. Los análisis psicológicos, las investigaciones psicoanalíticas, las encuestas sociológicas, las reflexiones filosóficas podrán ciertamente aportar sus luces sobre la sexualidad y el amor humano, pero nos cegarían si despreciásemos esta enseñanza fundamental que nos ha sido dada desde el principio: la dualidad de sexos ha sido querida por Dios, para que juntos el hombre y la mujer sean imagen de Dios, y como Él, fuente de vida: “Creced y multiplicaos, llenad la tierra y dominadla” (Gén 1, 28). Una lectura atenta de los Profetas, de los libros sapienciales, del Nuevo Testamento, nos muestra la significación de esta realidad fundamental, y nos enseña a no reducirla al deseo físico y a la actividad sexual, sino a descubrir en ella el carácter complementario de los valores del hombre y de la mujer, la grandeza y las debilidades del amor conyugal, su fecundidad y su apertura al misterio del designio de amor de Dios.
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4.–Esta enseñanza conserva hoy día todo su valor y nos defiende contra las tentaciones de un erotismo destructor. Este fenómeno denigrante debería, al menos, ponemos en guardia sobre el peligro de una civilización materialista que presiona oscuramente en este terreno misterioso que es como un último refugio de un valor sagrado. ¿Sabremos sacarlo de la ciénaga de la sensualidad? Sepamos, al menos, ante una invasión cínicamente realizada por industriales avaros, yugular sus efectos nefastos en los jóvenes. Sin barreras ni retrocesos, se trata de favorecer una educación que ayude al niño y al adolescente a tomar progresivamente conciencia de la fuerza de los impulsos que se despiertan en ellos, a integrarlos en la construcción de su personalidad, a dominar las fuerzas que surgen para realizar una plena madurez afectiva igual que la sexual, a prepararse por ello a la entrega de sí en un amor que le imprimirá su verdadera dimensión, de manera exclusiva y definitiva.
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5.–La unión del hombre y de la mujer difiere, en efecto, radicalmente de toda otra asociación humana, y constituye una realidad singular, es decir, la pareja fundada sobre la entrega mutua de uno a otra: “Y ellos se hacen una sola carne” (Gén 2, 24). Unidad cuya indisolubilidad irrevocable es el sello puesto sobre el compromiso libre y mutuo de dos personas libres que, “desde entonces, ya no son dos, sino una sola carne” (Mat 19, 6); una sola carne, una pareja, se podría casi decir un solo ser, cuya unidad tomará forma social y jurídica, por el matrimonio, y se manifestará por una comunidad de vida, cuya expresión fecunda es la entrega carnal. Es decir, al casarse los esposos expresan una voluntad de pertenecerse durante toda la vida y contraer con esta finalidad un vínculo objetivo, cuyas leyes y exigencias, lejos de ser una servidumbre, son una garantía y una protección, un verdadero apoyo, como vosotros mismos lo experimentáis en vuestra experiencia cotidiana.
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6.–El don no es, en efecto, una fusión. Cada personalidad permanece distinta, y lejos de disolverse en la entrega mutua, se afirma y se pule; crece a lo largo de la vida conyugal, según esta ley grande del amor: darse el uno al otro para darse juntos. El amor es, en efecto, el cimiento que da su solidez a esta comunidad de vida, y el impulso que la arrastra hacia una plenitud cada vez más perfecta. Todo el ser participa de ella, en las profundidades de ese misterio personal, y de sus componentes afectivos, sensibles, carnales igual que los espirituales, hasta llegar a constituir cada vez más perfectamente esta imagen de Dios que la pareja tiene como misión encarnar a lo largo de sus días tejiéndola con sus alegrías y con sus pruebas puesto que es una gran verdad que el amor es más que el amor. No existe amor conyugal alguno que no sea, en su exultación, impulso hacia el infinito, y que no se considere, en su impulso, total, fiel, exclusivo y fecundo (Cfr. Humanae Vitae, núm. 9). En esta perspectiva es donde el deseo encuentra su pleno significado. Medio tanto de expresión como de conocimiento y de comunión, el acto conyugal conserva, fortalece el amor, y su fecundidad conduce a la pareja a su pleno desarrollo: él se convierte, a imagen de Dios, en fuente de vida.
El cristiano sabe que el amor humano es bueno por su origen, y si ha sido, como todo lo que existe en el hombre, herido y deformado por el pecado, encuentra en Cristo su salvación y su redención. Por lo demás, ¿no es ésta la lección de veinte siglos de historia cristiana? Muchas parejas han encontrado realmente en su vida conyugal el camino de la santidad, en esta comunidad de vida que es la única que puede fundarse sobre un sacramento.
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7.–Obra del Espíritu Santo (Cfr. Tit. 3, 5), la regeneración bautismal hace de nosotros criaturas nuevas (cfr. Gál 6, 15). “llamadas a llevar, nosotros también, una vida nueva” (Rom 6, 4). En esta magna empresa de renovación de todas las cosas en Cristo, el matrimonio, también purificado y renovado, se convierte en una realidad nueva, un sacramento de la nueva alianza. Y he aquí que en el umbral del Nuevo Testamento como al principio del Antiguo, surge una pareja. Pero, mientras que la de Adán y Eva fue el origen del mal que se ha derramado por el mundo, la de José y María es la cumbre desde la cual la santidad se esparce sobre toda la tierra. El Salvador ha comenzado la obra de la salvación por esta unión virginal y santa en la que se manifiesta su voluntad omnipotente de purificar y santificar la familia, santuario del amor y cuna de la vida.
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8.–Desde entonces todo se ha transformado. Dos cristianos desean casarse; San Pablo les advierte: “Vosotros no os pertenecéis” (1 Cor 6, 19). Miembros de Cristo el uno y la otra “en el Señor”, su unión también se hace “en el Señor”, al igual que la de la Iglesia, “y ésta es la causa por la que dicha unión es un gran misterio” (Efes 5, 32). Una señal que no solamente representa el misterio de la unión de Cristo con la Iglesia, sino que la contiene y la irradia por la gracia del Espíritu Santo, que es su alma vivificante. Porque es precisamente el amor mismo que es propio de Dios el que Él nos comunica para que nosotros lo amemos y para que nosotros nos amemos también con este amor divino: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado” (Juan 13, 34). Las mismas manifestaciones de su ternura están, para los esposos cristianos, impregnadas de este amor que ellos beben en el corazón de Dios. Y, si la fuente humana corre el riesgo de estropearse, su fuente divina es tan inagotable como las profundidades insondables de la ternura de Dios. Hacia aquella comunión íntima, fuerte y rica tiende la caridad conyugal. Realidad interior y espiritual, ella transforma la comunidad de vida de los esposos “en lo que se podría llamar, según la enseñanza autorizada del Concilio, Iglesia doméstica” (Lumen gentium, núm. 11), una verdadera “célula de Iglesia”, como ya lo decía nuestro amadísimo predecesor Juan XXIII a vuestra peregrinación el 3 de mayo de 1959 (Discursos, mensajes, coloquios del Santo Padre Juan XXIII, I, Tip. Pol. Vat. p. 298) célula de base, célula germinal, la más pequeña sin duda, pero también la más fundamental del organismo eclesial.
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9.–Tal es el misterio en el que se enraíza el amor conyugal, y que ilumina todas sus manifestaciones. Misterio de la Encarnación, que eleva nuestras virtualidades humanas penetrándolas desde el interior. Lejos de despreciarlas, el amor cristiano las conduce, en efecto, a su plenitud, con paciencia, generosidad, fuerza y dulzura, como San Francisco de Sales gustaba subrayar cuando hacía el elogio de la vida conyugal de San Luis. (Introducción a la vida devota, III parte, cap. 38, Aviso para los matrimonios en Obras, Biblioteca de la Pléyade, París, Nrf. Gallimard, 1969, p. 237). Porque, si la fascinación de la carne es peligrosa, la tentación de angelismo no lo es menos, y una realidad despreciada tarda muy poco en reivindicar su puesto. Así pues, conscientes de llevar sus tesoros en vasos de barro (Cfr. 2 Cor 4, 7), los esposos cristianos deben esforzarse, con humilde fervor, por traducir en su vida conyugal las recomendaciones del Apóstol Pablo: “Vuestros cuerpos son miembros de Cristo... Templos del Espíritu Santo...; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Cor 6, 13-20). “Casados en el Señor”, los esposos no pueden desde entonces unirse más que en nombre de Cristo a quien pertenecen y para quien deben trabajar como sus miembros activos. Así pues, ellos no pueden disponer de su cuerpo, concretamente en cuanto que es principio de generación, sino en el espíritu y para la obra de Cristo, toda vez que ellos son miembros de Cristo.
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10.–“Colaboradores libres y responsables del Creador” (H. V., núm. 1), los esposos cristianos ven que su fecundidad carnal adquiere por ello una nobleza nueva. El impulso que les alienta a unirse es portador de vida y permite a Dios procurarse hijos. Convertidos en padre y madre, los esposos descubren con asombro, en las fuentes bautismales, que su hijo es desde entonces, hijo de Dios, “renacido del agua y del Espíritu” (Juan 3, 5), y que les es confiado para que ellos cuiden ciertamente de su crecimiento físico y moral, pero también de la eclosión y de la manifestación en él del “hombre nuevo” (Efes 4, 24). Este hijo no es solamente lo que ellos ven, sino también lo que ellos creen, “una infinidad de misterio y de amor que nos deslumbraría si le viésemos cara a cara...” (Manuel Mounier a su mujer Paulette, el 20 de marzo de 1940 en Obras t. IV París, Seuil, 1963 p, 662). También la educación se convierte en verdadero servicio de Cristo, según su misma palabra: “Lo que hacéis a uno de mis pequeños, a Mí me lo hacéis” (Mat 25, 40). Y si sucede que el adolescente se cierra a la acción educativa de los padres, éstos participan entonces dolorosamente, en su misma carne, de la pasión de Cristo ante la negación del hombre.
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11.–Queridos padres, Dios no os ha confiado una tarea tan importante (Cfr. Gravissimum educationis) sin haceros un don prodigioso, su amor de padre. Por medio de los padres que aman a su hijo en el que vive Cristo, es el amor del Padre el que se derrama en su hijo muy amado (Cfr. 1 Juan 4, 7-11). Por medio de su autoridad es su autoridad la que ejerce. Por medio de su abnegación, su providencia de “Padre, de quien toda paternidad trae su nombre, en el cielo y en la tierra” (Cfr. Efes 3, 15). También el pequeño bautizado, a través del amor de sus padres, hace el descubrimiento del amor paternal de Dios y, nos dice el Concilio, “la primera experiencia de la Iglesia” (Grav. Educationis, núm. 3). Sin duda que no tomará conciencia de ello sino cuando sea mayor, pero ya el amor divino, a través de la ternura de su padre y de su madre, hace brotar y desarrollarse en él su ser de hijo de Dios. Así, pues, grande es realmente el esplendor de vuestra vocación, a la que Santo Tomás considera con justicia muy semejante al ministerio sacerdotal: “Algunos propagan y defienden la vida espiritual por un ministerio únicamente espiritual: es el objeto del sacramento del orden; otros lo hacen por un ministerio a la vez corporal y espiritual; es lo que realiza el sacramento del matrimonio, que une al hombre y la mujer para que engendren una descendencia y la eduque con miras al culto de Dios” (Contra Gentiles IV, 58, trad. Bernier-Kerouanton, Paris, Lethielleux, 1957, p. 313).
Los hogares que conocen la dura prueba de no tener hijos son llamados también, sin embargo, a cooperar al crecimiento del pueblo de Dios, de múltiples maneras.
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12.–En esta mañana, desearíamos solamente atraer vuestra atención sobre la hospitalidad que es una forma preeminente de la misión apostólica del hogar.
La recomendación de San Pablo a los Romanos: “Practicad la hospitalidad con ardor” (12, 13), ¿no se dirige en primer lugar a los hogares y él mismo, al formularla, no pensaba en la hospitalidad del hogar de Aquila y Priscila de la que él había sido el primer beneficiario, y que, en consecuencia, debía acoger a la asamblea cristiana? (Cfr. Hechos 18, 2-3; Rom 6, 34; 1 Cor 16, 19). En nuestros tiempos, tan duros para muchos, realmente es una gracia ser acogidos “en esta pequeña Iglesia”, según la palabra de San Juan Crisóstomo (Homilía 20 sobre los Efesios 5, 22-24, núm. 6; PG 62, 135-140), entrar en su ternura, descubrir su maternidad, experimentar su misericordia, pues es una evidente realidad que un hogar cristiano es “el rostro sonriente y dulce de la Iglesia” (Expresión de un hogar de los “Equipos de Nuestra Señora”, citada por H. Caffarel en “El Anillo de Oro”, núms. 111-12; “El matrimonio, este gran Sacramento”, París, Feu nouveau, 1963, p. 262). Se trata de un apostolado insustituible que os corresponde realizar generosamente, un apostolado de hogar para el cual la formación de los novios, la ayuda a los matrimonios jóvenes, el auxilio a los hogares en apuros constituyen campos privilegiados. Ayudándoos mutuamente, ¿de qué tareas no sois capaces en la Iglesia y en la ciudad?
Os invitamos a ello con una gran confianza y con mucha esperanza: “La familia cristiana proclama en voz alta el poder actual del Reino de Dios y la esperanza de la vida bienaventurada. Así también, por su ejemplo, por su testimonio, ella convence al mundo del pecado e ilumina a los hombres en busca de la verdad” (Lumen gentium, núm. 35).
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13.–Queridos hijos y queridas hijas, vosotros estáis perfectamente convencidos de ello, y viviendo las gracias del sacramento del matrimonio camináis “con un amor incansable y generoso” (Ibid, núm. 41) hada esta santidad a la cual todos somos llamados por la gracia (Cfr. Mt 5, 48; 1 Tes 4, 3; Efes 1, 4), y no ciertamente por exigencia arbitraria, sino por amor de un Padre que quiere la perfección plena y la dicha total de sus hijos. Además, para llegar a ella, vosotros no estáis confiados a vosotros mismos, toda vez que Cristo y el Espíritu Santo, “estas dos manos de Dios”, según la expresión de San Ireneo, trabajan incesantemente por vosotros (Cfr. Contra los Herejes, IV, 28, 4; PG 7, 1, 200). No os dejéis, pues, vencer por las tentaciones, las dificultades, las pruebas que surgen en el camino, ni tengáis miedo de marchar, cuando sea necesario en contra de la corriente de lo que se piensa y se dice en un mundo de costumbres paganizadas. San Pablo nos previene de ello: “No os mostréis de acuerdo con este mundo, sino transformaos por la renovación de vuestro espíritu” (Rom 12, 2). No os desaniméis, a la hora de las deserciones: nuestro Dios es un Padre lleno de ternura y de bondad, colmado de solicitud y desbordante de amor para sus hijos que encuentran dificultades en su camino. Y la Iglesia es una madre que trata de ayudaros a vivir en toda su plenitud este ideal del matrimonio cristiano del que os recuerda, con su belleza, todas sus exigencias.
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14.–Queridos hijos, capellanes de los “Equipos de Nuestra Señora”, vosotros lo sabéis por una larga y rica experiencia: Vuestro celibato consagrado os hace particularmente disponibles, para ser junto a los hogares, en su marcha hacia la santidad, los testigos operantes del amor del Señor en la Iglesia. A lo largo de los días, vosotros les ayudáis a “marchar en la luz” (1 Juan 1, 7), a pensar justamente, es decir, a ajustar su conducta en la verdad; a querer justamente, es decir, a orientar, como hombres responsables, su voluntad hacia el bien; a obrar justamente, es decir, a colocar progresivamente su vida, a través de los azares de la existencia, al unísono de este ideal del matrimonio cristiano que ellos persiguen generosamente. ¿Quién no lo sabe? No es sino poco a poco como el ser humano llega a jerarquizar y a integrar sus múltiples tendencias hasta ordenarlas armoniosamente en esta virtud de la castidad conyugal donde la pareja encuentra su plena manifestación humana y cristiana. Esta obra de liberación, porque de ello realmente se trata, es el fruto de la verdadera libertad de los hijos de Dios, cuya conciencia exige a la vez ser respetada, educada y formada, en un clima de confianza y no de angustia en el que las leyes morales, lejos de tener la frialdad inhumana de una objetividad abstracta, están allí para guiar a la pareja en su camino. Cuando los esposos se esfuerzan, en efecto, paciente y humildemente sin dejarse desanimar por los fracasos, por vivir verdaderamente las exigencias profundas de un amor santificado que las reglas morales les recuerdan, éstas no se rechazan como un obstáculo, sino que se consideran como un auxilio poderoso.
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15.–La vida de los esposos, como toda vida humana, conoce perfectamente etapas, y las épocas difíciles y dolorosas –vosotros los experimentáis a lo largo de los años– tienen también su puesto. Pero es necesario decirlo muy alto: jamás la angustia y el miedo deberán encontrarse en las almas de buena voluntad, porque al fin ¿el Evangelio no es una buena nueva también para los hogares, y un mensaje que, aun cuando es exigente, no es menos profundamente liberador? Tomar conciencia de que todavía no se ha conquistado su libertad interior, que todavía se encuentra sometido al impulso de sus tendencias, descubrirse casi incapaz de respetar, al instante, la Ley moral, en un terreno tan fundamental, suscita naturalmente una reacción de angustia. Pero es el momento decisivo en el que el cristiano, en su desarrollo, en lugar de abandonarse a la rebelión estéril y destructora, accede, con humildad, al descubrimiento desconcertante del hombre ante Dios, un pecador ante el amor de Cristo salvador.
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16.–Partiendo de esta toma de conciencia radical, se modela todo el progreso de la vida moral, al encontrarse la pareja “evangelizada” de este modo en sus profundidades, y al descubrir los esposos “con temor y temblor” (Fil 2, 12), pero también con una alegría llena de admiración, que en su matrimonio, como en la unión de Cristo y de la Iglesia, es el misterio pascual de muerte y de resurrección el que se realiza. En el seno de la gran Iglesia, esta pequeña iglesia se conoce entonces por lo que ella es en verdad: una comunidad débil y a veces pecadora y penitente, pero perdonada, en marcha hacia la santidad, “en la paz de Dios, que supera toda inteligencia” (Fil 4, 7). Lejos de estar, por tanto, al abrigo de toda deserción “que aquél que se vanaglorie de estar en pie tenga cuidado de no caer” (1 Cor 10, 12), ni dispensados de un esfuerzo perseverante, a veces en condiciones crueles que únicamente el pensamiento de participar en la Pasión de Cristo puede hacer soportar (Cfr. Colos 1, 24), los esposos saben al menos que las exigencias de vida moral conyugal que la Iglesia les recuerda no son leyes intolerables ni impracticables, sino un don de Dios para ayudarles a llegar, a través y por encima de sus debilidades, a las riquezas de un amor plenamente humano y cristiano. Y así, lejos de tener el sentimiento angustioso de encontrarse como acorralados en un callejón sin salida, y según los casos, de dejarse caer acaso en la sensualidad, abandonando toda práctica sacramental, incluso rebelándose contra una Iglesia considerada como inhumana, o de agotarse en un esfuerzo imposible a costa de la armonía y del equilibrio, incluso de la supervivencia del hogar, los esposos se abrirán a la esperanza, en la certeza de que todos los recursos de gracia de la Iglesia están allí para ayudarles a marchar hacia la perfección de su amor.
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17.–Éstas son las perspectivas en las cuales los hogares cristianos viven, en medio del mundo, la buena nueva de la salvación en Cristo, y progresan hacia la santidad en y por su matrimonio, con la luz, la fuerza, la alegría del Salvador. Éstas son también, de igual manera, las orientaciones fundamentales del apostolado de los “Equipos de Nuestra Señora”, partiendo del testimonio de su propia vida, cuya fuerza de persuasión es tan grande. Inquieto y enfebrecido, nuestro mundo se debate entre el temor y la esperanza, y numerosos jóvenes comienzan a caminar, titubeando, por el camino que se abre ante ellos. Que esto sea para vosotros un estímulo y una llamada. Con la fuerza de Cristo, podéis y, en consecuencia, debéis realizar grandes cosas. Meditad su palabra, recibid su gracia en la oración y en los sacramentos de Penitencia y de Eucaristía, consolaos los unos a los otros, testimoniando con sencillez y discreción vuestra alegría. Un hombre y una mujer que se aman, una sonrisa de niño, la paz de un hogar; predicación sin palabras, pero extraordinariamente persuasiva, en la que todo hombre puede ya presentir, como por transparencia, el reflejo de otro amor, y su llamada infinita.
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18.–Queridos hijos, la Iglesia, de la que sois células vivientes y operantes, da por mediación de vuestros hogares como una prueba experimental del poder del amor salvador, y produce sus frutos de santidad. Hogares probados, hogares felices, hogares fieles, vosotros preparáis para la Iglesia y el mundo una nueva primavera cuyas primeras flores nos hacen ya saltar de gozo.
[E 30 (1970), 656-658]
1970 05 04 0001
1.–[...] Trop souvent l’Église a paru, bien à tort, suspecter l’amour humain. Aussi voulons-Nous clairement vous le dire aujourd’hui: non, Dieu n’est pas l’ennemi des grandes réalités humaines, et l’Église ne méconnaît nullement les valeurs quotidiennement vécues par des millions de foyers. Bien au contraire, la bonne nouvelle apportée par le Christ sauveur est aussi une bonne nouvelle pour l’amour humain, lui aussi excellent dans ses origines –“Et Dieu vit que cela était très bon” (1)–, lui aussi corrompu par le péché, lui aussi racheté au point de devenir, par la grâce, moyen de sainteté.
1. Gen. 1, 31.
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2.–Comme tous les baptisés, vous êtes en effet appelés à la sainteté, selon l’enseignement de l’Église solennellement réaffirmé par le concile (2). Mais il vous appartient d’y tendre à votre manière propre, dans et par votre vie de foyer (3). C’est l’Église qui nous l’enseigne: “Les époux sont rendus capables par la grâce de mener une vie sainte” (4), et de faire de leur foyer “comme un sanctuaire de l’Église à la maison” (5). Ces pensées, dont l’oubli est si tragique pour notre temps, vous sont certes familières. Nous voudrions les méditer avec vous quelques instants pour renforcer encore en vous, s’il en était besoin, la volonté de vivre généreusement votre vocation humaine et chrétienne dans le mariage (6), et de collaborer ensemble au grand dessein d’amour de Dieu sur le monde, qui est de se former un peuple “à la louange de sa gloire” (7).
2. Cfr. Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, n. 11 [1964 11 21a/11].
3. Ibid., n. 41 [1964 11 21a/41].
4. Const. past. de Eccl. in mundo huius temporis Gaudium et spes, n. 49 § 2 [1965 12 07c/49].
5. Decr. de apostolatu laicorum Apostolicam actuositatem, n. 11 [1965 11 18/11].
6. Cf. Const. past. de Eccl. in mundo huius temporis Gaudium et spes, nn. 1, 47-52 [1965 12 07c/47-52].
7. Eph. 1, 14.
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3.–Comme la sainte Écriture nous l’enseigne, le mariage, avant d’être un sacrement, est une grande réalité terrestre. “Dieu créa l’homme a son image, à l’image de Dieu il le créa, homme et femme il les créa” (8). Il faut toujours en revenir à cette première page de la Bible, si l’on veut comprendre ce qu’est, ce que doit être un couple humain, un foyer. Les analyses psychologiques, les recherches psychanalytiques, les enquêtes sociologiques, les réflexions philosophiques pourront certes apporter leurs lumières sur la sexualité et l’amour humain, elles nous aveugleraient si elles négligeaient cet enseignement fondamental qui nous est donné dès l’origine: la dualité des sexes a été voulue par Dieu, pour qu’ensemble l’homme et la femme soient image de Dieu, et comme lui source de vie: “soyez féconds, multipliez, emplissez la terre et soumettez-la” (9). Une lecture attentive des prophètes, des livres sapientiaux, du Nouveau Testament, nous montre du reste la signification de cette réalité fondamentale, et nous apprend à ne pas la réduire au désir physique et à l’activité génitale, mais à y découvrir la complémentarité des valeurs de l’homme et de la femme, la grandeur et les faiblesses de l’amour conjugal, sa fécondité et son ouverture sur le mystère du dessein d’amour de Dieu.
8. Gen. 1, 27.
9. Ibid. 1, 28.
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4.–Cet enseignement garde aujourd’hui toute sa valeur et nous prémunit contre les tentations d’un érotisme ravageur. Ce phénomène aberrant devrait du moins nous alerter sur la détresse d’une civilisation matérialiste qui pressent obscurément en ce domaine mystérieux comme un dernier refuge d’une valeur sacrée. Saurons-nous l’arracher à l’enlisement de la sensualité? Sachons du moins, devant un envahissement cyniquement poursuivi par des industries cupides, en juguler les néfastes effets auprès des jeunes. Sans barrage ni refoulement, il s’agit de favoriser une éducation qui aide l’enfant et l’adolescent à prendre progressivement conscience de la force des pulsions qui s’éveillent en eux, à les intégrer à la construction de leur personnalité, à en maîtriser les forces montantes pour réaliser une pleine maturité affective aussi bien que sexuelle, à se préparer par là au don de soi dans un amour qui lui donnera sa véritable dimension, de manière exclusive et définitive.
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5.–L’union de l’homme et de la femme diffère en effet radicalement de toute autre association humaine, et constitue une réalité singulière, à savoir le couple fondé sur le don mutuel de l’un à l’autre: “et ils deviennent une seule chair” (1)0. Unité dont l’indissolubilité irrévocable est le sceau apposé sur l’engagement libre et mutuel de deux personnes libres, qui, “dès lors, ne sont plus deux, mais une seule chair” (1)1: une seule chair, un couple, on pourrait presque dire un seul être, dont l’unité prendra forme sociale et juridique par le mariage, et se manifestera par une communauté de vie, dont le don charnel est l’expression féconde. C’est dire qu’en se mariant les époux expriment une volonté de s’appartenir pour la vie, et de contracter dans ce but un lien objectif, dont les lois et les exigences, bien loin d’être une servitude, sont une garantie et une protection, un véritable soutien, comme vous l’éprouvez vous-mêmes dans votre expérience quotidienne.
10. Gen. 2, 24.
11. Mt. 19, 6.
12. Litt. Encycl. Humanae vitae, n. 9 [1968 07 25/9].
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6.–Le don n’est pas une fusion, en effet. Chaque personnalité demeure distincte, et loin de se dissoudre dans le don mutuel, s’affirme et s’affine, grandit à longueur de vie conjugale, selon cette grande loi de l’amour: se donner l’un à l’autre pour se donner ensemble. L’amour est en effet le ciment qui donne sa solidité à cette communauté de vie, et l’élan qui l’entraîne vers une plénitude toujours plus parfaite. Tout l’être y participe, dans les profondeurs de son mystère personnel, et de ses composantes affectives, sensibles, charnelles aussi bien que spirituelles, jusqu’à constituer toujours mieux cette image de Dieu que le couple a mission d’incarner au fil des jours, en la tissant de ses joies comme de ses épreuves, tant il est vrai que l’amour est plus que l’amour. Il n’est aucun amour conjugal qui ne soit, dans son exultation, élan vers l’infini, et qui ne se veuille, dans son élan, total, fidèle, exclusif et fécond (1)2. C’est dans cette perspective que le désir trouve sa pleine signification. Moyen d’expression autant que de connaissance et de communion, l’acte conjugal entretient, fortifie l’amour, et sa fécondité conduit le couple à son plein épanouissement: il devient, à l’image de Dieu, source de vie.
Le chrétien le sait, l’amour humain est bon de par son origine, et s’il est, comme tout ce qui est dans l’homme, blessé et déformé par le péché, il trouve dans le Christ son salut et sa rédemption. Au reste, n’est-ce pas la leçon de vingt siècles d’histoire chrétienne? Que de couples ont trouvé dans leur vie conjugale le chemin de la sainteté, dans cette communauté de vie qui est la seule à être fondée sur un sacrement!
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7.–Oeuvre de l’Esprit-Saint (1)3, la régénération baptismale fait de nous des créatures nouvelles (1)4, “appelées à mener, nous aussi, une vie nouvelle” (1)5. Dans cette grande entreprise du renouvellement de toutes choses dans le Christ, le mariage, lui aussi purifié et renouvelé, devient une réalité nouvelle, un sacrement de la nouvelle alliance. Et voici qu’au seuil du Nouveau Testament comme à l’entrée de l’Ancien se dresse un couple. Mais, tandis que celui d’Adam et Eve fut la source du mal qui a déferlé sur le monde, celui de Joseph et de Marie est le sommet d’où la sainteté se répand sur toute la terre. Le Sauveur a commencé l’oeuvre du salut par cette union virginale et sainte où se manifeste sa toute-puissante volonté de purifier et sanctifier la famille, ce sanctuaire de l’amour et ce berceau de la vie.
13. Cf. Tit. 3, 5.
14. Cf. Gal. 6, 15.
15. Rom. 6, 4.
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8.–Dès lors tout est transformé. Deux chrétiens désirent se marier; saint Paul les prévient: “vous ne vous appartenez plus” (16). Membres du Christ, l’un et l’autre “dans le Seigneur”, leur union aussi se fait “dans le Seigneur”, comme celle de l’Église, et c’est pourquoi elle est “un grand mystère” (17), un signe qui, non seulement représente le mystère de l’union du Christ avec l’Église, mais encore le contient et le rayonne par la grâce de l’Esprit-Saint, qui en est l’âme vivifiante. Car c’est bien l’amour même qui est propre à Dieu que celui-ci nous communique pour que nous l’aimions et qu’aussi nous nous aimions de cet amour divin: “aimez-vous les uns les autres comme je vous ai aimés” (18). Les manifestations mêmes de leur tendresse sont, pour les époux chrétiens, pénétrées de cet amour qu’ils puisent au coeur de Dieu. Et, si la source humaine risquait de se tarir, sa source divine est aussi inépuisable que les profondeurs insondables de la tendresse de Dieu. C’est dire vers quelle communion intime, forte et riche tend la charité conjugale. Réalité intérieure et spirituelle, elle transforme la communauté de vie des époux “en ce qu’on pourrait appeler, selon l’enseignement autorisé du concile, l’Église domestique” (19), une véritable “cellule d’Église”, comme le disait déjà notre bien-aimé prédécesseur Jean XXIII à votre pèlerinage du 3 mai 1959(20), cellule de base, cellule germinale, la plus petite sans doute, mais aussi la plus fondamentale de l’organisme ecclésial.
16. 1 Cor. 6, 19.
17. Eph. 5, 32.
18. Io. 13, 34.
19. Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, n. 11 [1964 11 21a/11].
20. Discorsi, messaggi, colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, I, Tip. Pol. Vat., p. 298 [1959 05 03/7-8].
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9.–Tel est le mystère dans lequel s’enracine l’amour conjugal, et qui illumine toutes ses manifestations. Mystère de l’Incarnation, qui exhausse nos virtualités humaines en les pénétrant de l’intérieur. Bien loin de les mépriser, l’amour chrétien les porte en effet à leur plénitude, avec patience, générosité, force et douceur, comme saint François de Sales aimait le souligner en faisant l’éloge de la vie conjugale de saint Louis (21). Car, si la fascination de la chair est dangereuse, la tentation d’angélisme ne l’est pas moins, et une réalité méprisée ne tarde guère à revendiquer sa place. Aussi, conscients de porter leurs trésors en des vases d’argile (22), les époux chrétiens s’efforcent-ils, avec une humble ferveur, de traduire dans leur vie conjugale les recommandations de l’apôtre Paul: “vos corps sont membres du Christ... temples de l’Esprit-Saint...; glorifiez donc Dieu dans votre corps” (23). “Mariés dans le Seigneur”, les époux ne peuvent dès lors s’unir qu’au nom du Christ à qui ils appartiennent et pour qui ils doivent travailler comme ses membres actifs. Ils ne peuvent donc disposer de leur corps, notamment en tant qu’il est principe de génération, que dans l’esprit et pour l’oeuvre du Christ, puisqu’ils sont membres du Christ.
21. Introduction à la vie dévote, IIIe Partie, ch. 38, Avis pour les gens mariés, dans Oeuvres, Bibliothèque de la Pléiade, Paris, Nrf. Gallimard, 1969, p. 237.
22. Cfr. 2 Cor. 4, 7.
23. 1 Cor. 6, 13-20.
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10.–“Collaborateurs libres et responsables du Créateur” (24), les époux chrétiens voient leur fécondité charnelle acquérir par là une noblesse nouvelle. L’élan qui les pousse à s’unir est porteur de vie, et permet à Dieu de se donner des enfants. Devenus père et mère, les époux découvrent avec émerveillement, aux fonts-baptismaux, que leur enfant est dès lors enfant de Dieu, “rené de l’eau et de l’Esprit” (25), et qu’il leur est confié pour qu’ils veillent certes sur sa croissance physique et morale, mais aussi sur l’éclosion et l’épanouissement en lui de “l’homme nouveau” (26). Cet enfant n’est plus seulement ce qu’ils voient, mais tout autant ce qu’ils croient, “une infinité de mystère et d’amour qui nous éblouirait si nous le voyions face à face” (27). Aussi l’éducation devient-elle véritable service du Christ, selon sa parole même: “ce que vous faites à l’un de ces tout-petits, c’est a moi que vous le faites” (28). Et s’il arrive que l’adolescent se ferme à l’action éducative des parents, ceux-ci participent alors douloureusement, en leur chair même, à la passion du Christ devant les refus de l’homme.
24. Litt. Encycl. Humanae vitae, n. 1 [1968 07 25/1].
25. Io. 3, 5.
26. Eph. 4, 24.
27. Emmanuel Mounier à sa femme Paulette, le 20 mars 1940, dans Oeuvres, t. IV, Paris, Seuil, 1963, p. 662.
28. Mt. 25, 40.
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11.–Chers parents, Dieu ne vous a pas confié une tâche si importante (29) sans vous faire un don prodigieux, son amour de père. À travers les parents qui aiment leur enfant en qui vit le Christ, c’est l’amour du Père qui s’épanche en son Fils bien-aimé (30). À travers leur autorité, c’est son autorité qui s’exerce. À travers leur dévouement, sa providence de “Père, de qui toute paternité tire son nom, au ciel et sur la terre” (31). Aussi bien le petit baptisé, à travers l’amour de ses parents, fait-il la découverte de l’amour paternel de Dieu, et, nous dit le Concile, “la première expérience de l’Église” (32). Sans doute n’en prendra-t-il conscience qu’en grandissant, mais déjà l’amour divin, à travers la tendresse de son père et de sa mère, fait éclore et s’épanouir en lui son être de fils de Dieu. C’est dire quelle est la splendeur de votre vocation, que saint Thomas rapproche justement du ministère sacerdotal: “Certains propagent et maintienent la vie spirituelle par un ministère uniquement spirituel: c’est l’affaire du sacrement de l’Ordre; d’autres le font par un ministère à la fois corporel et spirituel: ce que réalise le sacrement de mariage, qui unit l’homme et la femme pour qu’ils engendrent une descendance et l’élèvent en vue du culte de Dieu” (33). Les foyers qui connaissent la dure épreuve de ne pas avoir d’enfants sont appelés cependant eux aussi à coopérer à la croissance de peuple de Dieu, de multiples manières.
29. Cfr. Decl. de educatione christiana Gravissimum educationis [1965 10 28b/3, 6, 8].
30. Cfr. 1 Io. 4, 7-11.
31. Cfr. Eph. 3, 15.
32. Decl. de educatione christiana Gravissimum educationis, n. 3 [1965 10 28b/3].
33. Contra Gentiles IV, 58, trad. Bernier-Kerouanton, Paris, Lethielleux, 1957, p. 313.
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12.–Nous voudrions seulement ce matin attirer votre attention sur l’hospitalité qui est une forme éminente de la mission apostolique du foyer. La recommandation de saint Paul aux Romains: “Pratiquez l’hospitalité avec empressement” (12, 13), n’est-ce pas d’abord aux foyers qu’elle s’adresse, et lui-même ne pensait-il pas, en la formulant, à l’hospitalité du foyer d’Aquila et Priscille dont il avait été le premier bénéficiaire, et qui par suite devait accueillir l’assemblée chrétienne?34. En nos temps, si durs pour beaucoup, quelle grâce d’être accueillis “en cette petite Église», selon le mot de saint Jean Chrysostome (35), d’entrer dans sa tendresse, de découvrir sa maternité, d’expérimenter sa miséricorde, tant il est vrai qu’un foyer chrétien est “le visage riant et doux de l’Église” (36). C’est un apostolat irremplaçable qu’il vous appartient de remplir généreusement, un apostolat du foyer pour lequel la formation des fiancés, l’aide aux jeunes ménages, le secours aux foyers en détresse constituent des domaines privilégiés. Vous soutenant l’un l’autre, de quelles tâches n’êtes-vous pas capables dans l’Église et dans la Cité? Nous vous y appelons avec une grande confiance et beaucoup d’espérance: “la famille chrétienne proclame à haute voix la puissance actuelle du Royaume de Dieu et lérance de la vie bienheureuse. Ainsi, par son exemple et par son Témoignage, elle convainc le monde de péché et illumine les hommes en quête de vérité” (37).
34. Cfr. Actes 18, 2-3; Rom. 16, 3-4; 1 Cor. 16, 19.
35. Homélie 20 sur Éphésiens 5, 22-24 N. 6; PG 62, 135-140.
36. Expression d’un foyer des Équipes Notre-Dame citée par H. Caffarel, dans l’Anneau d’Or, n. 111-112; Le mariage, ce grand sacrement, Paris, Feu nouveau, 1963, p. 282.
37. Const. dogm. de Ecclesia Lumen gentium, n. 35 [1964 11 21a/35].
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13.–Chers fils et chères filles, vous en êtes bien convaincus, c’est en vivant les grâces du sacrement de mariage que vous cheminez “d’un amour inlassable et généreux” (38) vers cette saintetè à laquelle nous sommes tous appelés par grâce (39), et non point par exigence arbitraire, mais par amour d’un Père qui veut le plein épanouissement et le bonheur total de ses enfants. Au reste, pour y parvenir, vous n’êtes point livrés à vous-mêmes, puisque le Christ et l’Esprit-Saint, “ces deux mains de Dieu”, selon l’expression de saint Irénée, sans cesse travaillent pour vous (40). Ne vous laissez donc pas dérouter par les tentations, les difficultés, les épreuves qui surgissent sur le chemin, sans crainte d’aller, quand il le faut, à contrecourant de ce que l’on pense et dit dans un monde aux comportements paganisés. Saint Paul nous en prévient: “Ne vous conformez pas à ce monde, mais transformez-vous par le renouvellement de votre esprit” (41). Ne vous découragez pas non plus, à l’heure des défaillances: notre Dieu est un Père plein de tendresse et de bonté, rempli de sollicitude et débordant d’amour pour ses enfants à qui il arrive de peiner dans leur marche. Et l’Église est une mère qui entend vous aider à vivre à pleine vie cet idéal du mariage chrétien dont elle vous rappelle, avec la beauté, toutes les exigences.
38. Ibid. n. 41.
39. Cf. Mt. 5, 48; 1 Thes. 4, 3; Eph. 1, 4.
40. Cf. Adversus Haereses IV, 28, 4; PG 7, 1, 200.
41. Rom. 12, 2.
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14.–Chers fils, aumôniers des Équipes Notre-Dame, vous le savez par une longue et riche expérience: votre célibat consacré vous rend particulièrement disponibles, pour être auprès des foyers, dans leur cheminement vers la sainteté, les témoins agissants de l’amour du Seigneur dans l’Église. Au fil des jours, vous les aidez à “marcher dans la lumière” (42), à penser juste, c’est-à-dire à apprécier leur conduite dans la vérité; à vouloir juste, c’est-à-dire à orienter, en hommes responsables, leur volonté vers le bien; à agir juste, c’est-à-dire à mettre progressivement leur vie, à travers les aléas de l’existence, à l’unisson de cet idéal du mariage chrétien qu’ils poursuivent généreusement. Qui ne le sait? Ce n’est que peu à peu que l’être humain arrive à hiérarchiser et intégrer ses tendances multiples jusqu’à les ordonner harmonieusement en cette vertu de chasteté conjugale, où le couple trouve son plein épanouissement humain et chrétien. Cette oeuvre de libération, car c’en est une, est le fruit de la vraie liberté des enfants de Dieu, dont la conscience demande à la fois à être respectée, éduquée et formée, dans un climat de confiance et non d’angoisse, où les lois morales, loin d’avoir la froideur inhumaine d’une objectivité abstraite, sont là pour guider le couple dans son cheminement. Quand les époux s’efforcent en effet, patiemment et humblement, sans se laisser décourager par les échecs, de vivre en vérité les exigences profondes d’un amour sanctifié que les règles morales sont là pour leur rappeler, celles-ci ne sont plus rejetées comme une entrave, mais reconnues comme un puissant secours.
42. Cf. 1 Io. 1, 7.
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15.–Le cheminement des époux, comme toute vie humaine, connaît bien des étapes, et les phases difficiles et douloureuses –vous l’éprouvez au fil des ans– y ont aussi leur place. Mais il faut le dire hautement: jamais l’angoisse ni le peur ne devraient se trouver chez des âmes de bonne volonté, car enfin, l’évangile n’est-il pas une bonne nouvelle aussi pour les foyers, et un message qui, s’il est exigeant, n’en est pas moins profondément libérateur? Prendre conscience que l’on n’a pas encore conquis sa liberté intérieure, que l’on est encore soumis à l’impulsion de ses tendances, se découvrir quasi incapable de respecter, dans l’instant, la loi morale, en un domaine aussi fondamental, suscite naturellement une réaction de détresse. Mais c’est le moment décisif où le Chrétien, dans son désarroi, au lieu de s’abandonner à la révolte stérile et destructrice, accède, dans l’humilité, à la découverte bouleversante de l’homme devant Dieu, un pécheur devant l’amour du Christ Sauveur.
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16.–A partir de cette prise de conscience radicale, s’amorce tout le progrès de la vie morale, le couple se trouvant ainsi “évangélisé” en ses profondeurs, les époux découvrant “avec crainte et tremblement” (43), mais aussi avec une joie émerveillée, qu’en leur mariage, comme dans l’union du Christ et de l’Église, c’est le mystère pascal de mort et de résurrection qui s’accomplit. Au sein de la grande Église, cette petite église se connaît alors pour ce qu’elle est en vérité: une communauté faible et parfois pécheresse et pénitente, mais pardonnée, en marche vers la sainteté, “dans le paix de Dieu qui surpasse toute intelligence” (44). Loin d’être pour autant à l’abri de toute défaillance –“que celui qui se flatte d’être debout prenne garde de tomber” (45)–, ni dispensés d’un effort persévérant, parfois en des conditions cruelles que seule la pensée de participer à la passion du Christ peut faire supporter (46), les époux savent du moins que les exigences de vie morale conjugale que l’Église leur rappelle ne sont pas des lois intolérables ni impraticables, mais un don de Dieu pour les aider à accéder, à travers et par delà leurs faiblesses, aux richesses d’un amour pleinement humain et chrétien. Dès lors, loin d’avoir l’angoissant sentiment de se trouver comme acculés à une impasse, et, suivant les cas, de s’enliser peut-être dans la sensualité en abandonnant toute pratique sacramentelle, voire en se révoltant contre une Église considérée comme inhumaine, ou de se raidir dans un impossible effort au prix de l’harmonie et de l’équilibre, voire de la survie du foyer, les époux s’ouvriront à l’espérance, dans la certitude que toutes les ressources de grâce de l’Église sont là pour les aider à s’acheminer vers la perfection de leur amour.
43. Phil. 2, 12.
44. Phil. 4, 7.
45. 1 Cor. 10, 12.
46. Cf. Col. 1, 24.
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17.–Telles sont les perspectives dans lesquelles les foyers chrétiens vivent, en plein monde, la bonne nouvelle du salut dans le Christ, et progressent vers la sainteté dans et par leur mariage, avec la lumière, la force, la joie du Sauveur. Telles sont aussi, du même coup, les orientations majeures de l’apostolat des Équipes Notre-Dame, à partir du témoignage de leur propre vie, dont la force de persuasion est si grande. Inquiet et fiévreux, notre monde oscille entre la peur et l’espoir, et nombre de jeunes abordent en titubant la route qui s’ouvre devant eux. Que ce soit pour vous un stimulant et un appel. Avec la force du Christ, vous pouvez, et donc vous devez réaliser de grandes choses. Méditez sa parole, recevez sa grâce dans la prière et dans les sacrements de pénitence et d’eucharistie, confortez-vous les uns les autres, en témoignant avec simplicité et discrétion de votre joie. Un homme et une femme qui s’aiment, un sourire d’enfant, la paix d’un foyer: prédication sans parole, mais si étonnamment persuasive, où tout homme peut déjà pressentir, comme par transparence, le reflet d’un autre amour, et son appel infini.
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18.–Chers fils, l’Église, dont vous êtes les cellules vivantes et agissantes, donne à travers vos foyers comme une preuve expérimentale de la puissance de l’amour sauveur, et porte ses fruits de sainteté. Foyers éprouvés, foyers heureux, foyers fidèles, vous préparez pour l’Église et le monde un nouveau printemps dont les premiers bourgeons déjà nous font tressaillir d’allégresse.
[AAS 62 (1970), 428-437]