[0872] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL “CONOCIMIENTO” DE LAS PERSONAS EN EL MATRIMONIO
Alocución All’insieme delle, en la Audiencia General, 5 marzo 1980
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1. Al conjunto de nuestros análisis, dedicados al “principio” bíblico, deseamos añadir todavía un breve pasaje, tomado del capítulo cuarto del Libro del Génesis. Sin embargo, a este fin es necesario referirse siempre a las palabras que pronunció Cristo en la conversación con los fariseos (Cfr. Mt 19 y Mc 10)1, en el ámbito de las cuales se desarrollan nuestras reflexiones; éstas miran al contexto de la existencia humana, según las cuales la muerte y la consiguiente destrucción del cuerpo (ateniéndose a ese “al polvo volverás” de Gén 3, 19) se han convertido en la suerte común del hombre. Cristo se refiere al “principio”, a la dimensión originaria del misterio de la creación, en cuanto que esta dimensión ya había sido rota por el mysterium iniquitatis, esto es, por el pecado y, juntamente con él, también por la muerte: mysterium mortis. El pecado y la muerte entraron en la historia del hombre, en cierto modo a través del corazón mismo de esa unidad, que desde el “principio” estaba formada por el hombre y por la mujer, creados y llamados a convertirse en “una sola carne” (Gén 2, 24). Ya al comienzo de nuestras meditaciones hemos constatado que Cristo, al remitirse al “principio”, nos lleva, en cierto modo, más allá del límite del estado pecaminoso hereditario del hombre hasta su inocencia originaria; él nos permite así encontrar la continuidad y el vínculo que existe entre estas dos situaciones, mediante las cuales se ha producido el drama de los orígenes y también la revelación del misterio del hombre al hombre histórico.
Esto, por decirlo así, nos autoriza a pasar, después de los análisis que miran al estado de la inocencia originaria, al último de ellos, es decir, al análisis del “conocimiento y de la generación”. Temáticamente está íntimamente unido a la bendición de la fecundidad, inserta en el primer relato de la creación del hombre como varón y mujer (Cfr. Gén 1, 27-28). En cambio, históricamente ya está inserta en ese horizonte de pecado y de muerte que, como enseña el Libro del Génesis (Cf. Gén 3), ha gravado sobre la conciencia del significado del cuerpo humano, junto con la transgresión de la primera Alianza con el Creador.
1. Es necesario tener en cuenta que, en la conversación con los fariseos (cfr. Mt. 19, 7-9; Mc. 10, 4-6), Cristo toma posición respecto a la praxis de la ley mosaica acerca del llamado “libelo de repudio”. Las palabras “por la dureza de vuestro corazón”, dichas por Cristo, reflejan no sólo “la historia de los corazones”, sino también la complejidad de la ley positiva del Antiguo Testamento, que buscaba siempre el “compromiso humano” en este campo tan delicado.
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2. En Gén 4, y todavía, pues, en el ámbito del texto yahvista, leemos: “Conoció el hombre a su mujer, que concibió y parió a Caín, diciendo: ‘He alcanzado de Yahveh un varón’. Volvió a parir, y tuvo a Abel, su hermano” (Gén 4, 1-2). Si conectamos con el “conocimiento” de un hombre en la tierra, lo hacemos basándonos en la traducción literal del texto, según el cual la “unión” conyugal se define precisamente como “conocimiento”. De hecho, la traducción citada dice así: “Adán se unió a Eva su mujer”, mientras que a la letra se debería traducir: “conoció a su mujer”, lo que parece corresponder más adecuadamente al término semítico ja–da–‘(2). Se puede ver en esto un signo de pobreza de la lengua arcaica, a la que faltaban varias expresiones para definir hechos diferenciados. No obstante, es significativo que la situación, en la que marido y mujer se unen tan íntimamente entre sí que forman “una sola carne”, se defina un “conocimiento”. Efectivamente, de este modo, de la misma pobreza del lenguaje parece emerger una profundidad específica de significado, que se deriva precisamente de todos los significados analizados hasta ahora.
2. “Conocer” (j¯ad¯a‘), en el lenguaje bíblico, no significa solamente un conocimiento meramente intelectual, sino también una experiencia concreta, como, por ejemplo, la experiencia del sufrimiento (cfr. Is. 53, 3), del pecado (cfr. Sab. 3, 13) de la guerra y de la paz (cfr. Jue. 3, 1; Is. 59, 8). De esta experiencia nace también el juicio moral: “conocimiento del bien y del mal” (Gén. 2, 9-17).
El “conocimiento” entra en el campo de las relaciones interpersonales cuando mira a la solidaridad de familia (Dt. 33, 9) y especialmente las relaciones conyugales. Precisamente refiriéndose al acto conyugal, el término subraya la paternidad de personajes ilustres y el origen de su prole (cfr. Gén. 4, 1. 25; 4, 17; 1 Sam. 1, 19), como datos válidos para la genealogía, a la que la tradición de los sacerdotes (por herencia en Israel) daba gran importancia.
Pero el “conocimiento” podía significar también todas las otras relaciones sexuales, incluso las ilícitas (cfr. Núm. 31, 17; Gén. 19, 5; Jue. 19, 22).
En la forma negativa, el verbo denota la abstención de las relaciones sexuales, especialmente si se trata de vírgenes (cfr., por ejemplo, 1 Re. 2, 4; Jue. 11, 39). En este campo, el Nuevo Testamento utiliza dos hebraismos al hablar de José (cfr. Mt. 1, 25) y de María (cfr. Lc. 1, 34).
Adquiere un significado particular el aspecto de la relación existencial del “conocimiento”, cuando su sujeto u objeto esDios mismo (por ejemplo, Sal. 139; Jer. 31, 34; Os. 2, 20; y también Jn. 14, 7-9; 17, 3).
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3. Evidentemente, esto es también importante en cuanto al “arquetipo” de nuestro modo de considerar al hombre corpóreo, su masculinidad y su feminidad, y, por tanto, su sexo. Efectivamente, así a través del término “conocimiento”, utilizado en Gén 4, 1-2 y frecuentemente en la Biblia, la relación conyugal del hombre y la mujer, es decir, el hecho de que, a través de la dualidad del sexo, se conviertan en una “sola carne”, ha sido elevado e introducido en la dimensión específica de las personas. Gén 4, 1-2 habla sólo del “conocimiento” de la mujer por parte del hombre, como para subrayar sobre todo la actividad de este último. Pero se puede hablar también de la reciprocidad de este “conocimiento”, en el que hombre y mujer participan mediante su cuerpo y su sexo. Añadamos que una serie de sucesivos textos bíblicos, como, por lo demás, el mismo capítulo del Génesis (Cfr., por ejemplo, Gén 4, 17; 4, 25), hablan con el mismo lenguaje. Y esto hasta en las palabras que dijo María de Nazaret en la Anunciación: “¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?” (Lc 1, 34).
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4. Así, con este bíblico “conoció”, que aparece por primera vez en Gén 4, 1-2, por una parte nos encontramos frente a la directa expresión de la intención humana (porque es propia del conocimiento), y por otra, frente a toda la realidad de la convivencia y de la unión conyugal, en la que el hombre y la mujer se convierten en “una sola carne”. Al hablar aquí de “conocimiento”, aunque sea a causa de la pobreza de la lengua, la Biblia indica la esencia más profunda de la realidad de la convivencia matrimonial. Esta esencia aparece como un componente y a la vez como un resultado de esos significados, cuya huella tratamos de seguir desde el comienzo de nuestro estudio; efectivamente, forma parte de la conciencia del significado del propio cuerpo. En Gén 4, 1, al convertirse en “una sola carne”, el hombre y la mujer experimentan de modo particular el significado del propio cuerpo. Simultáneamente se convierten así como en el único sujeto de ese acto y de esa experiencia, aun siendo, en esta unidad, dos sujetos realmente diversos. Lo que nos autoriza, en cierto sentido, a afirmar que “el marido conoce a la mujer”, o también que ambos “se conocen” recíprocamente. Se revelan, pues, el uno a la otra, con esa específica profundidad del propio “yo” humano, que se revela precisamente también mediante su sexo, su masculinidad y feminidad. Y entonces, de manera singular, la mujer “es dada” al hombre de modo cognoscitivo, y él a ella.
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5. Si debemos mantener la continuidad respecto a los análisis hechos hasta ahora (particularmente respecto a los últimos, que interpretan al hombre en la dimensión del don), es necesario observar que, según el Libro del Génesis, datum y donum son equivalentes.
Sin embargo, Gén 4, 1-2 acentúa sobre todo el datum. En el “conocimiento” conyugal, la mujer “es dada” al hombre y él a ella, porque el cuerpo y el sexo entran directamente en la estructura y en el contenido mismo de este “conocimiento”. Así, pues, la realidad de la unión conyugal, en la que el hombre y la mujer se convierten en “una sola carne”, contiene en sí un descubrimiento nuevo y, en cierto sentido, definitivo del significado del cuerpo humano en su masculinidad y feminidad. Pero, a propósito de este descubrimiento, ¿es justo hablar sólo de “convivencia sexual”? Es necesario tener en cuenta que cada uno de ellos, hombre y mujer, no es sólo un objeto pasivo, definido por el propio cuerpo y sexo, y de este modo determinado “por la naturaleza”. Al contrario, precisamente por el hecho de ser varón y mujer, cada uno de ellos es “dado” al otro como sujeto único e irrepetible, como “yo”, como persona. El sexo decide no sólo la individualidad somática del hombre, sino que define al mismo tiempo su personal identidad y ser concreto. Y precisamente en esta personal identidad y ser concreto, como irrepetible “yo” femenino-masculino, el hombre es “conocido” cuando se verifican las palabras de Gén 2, 24: “El hombre... se unirá a su mujer y los dos vendrán a ser una sola carne”. El “conocimiento”, de que habla Gén 4, 1-2 y todos los textos sucesivos de la Biblia, llega a las raíces más íntimas de esta identidad y ser concreto que el hombre y la mujer deben a su sexo. Este ser concreto significa tanto la unidad como la irrepetibilidad de la persona.
Valía la pena, pues, reflexionar en la elocuencia del texto bíblico citado y de la palabra “conoció”; a pesar de la aparente falta de precisión terminológica, ello nos permite detenernos en la profundidad y en la dimensión de un concepto, del que frecuentemente nos priva nuestro lenguaje contemporáneo, aun cuando sea muy preciso.
[Enseñanzas 5, 144-147]
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1. All’insieme delle nostre analisi, dedicate al “principio” biblico, desideriamo aggiungere ancora un breve passo, tratto dal capitolo IV del Libro della Genesi. A tal fine, tuttavia, prima bisogna sempre rifarsi alle parole pronunciate da Gesù Cristo nel colloquio con i farisei (1), nell’ambito delle quali si svolgono le nostre riflessioni; esse riguardano il contesto dell’esistenza umana, secondo cui la morte e la connessa distruzione del corpo (stando a quel: “in polvere tornerai”, di Genesi 3, 19) sono diventate sorte comune dell’uomo. Cristo si riferisce al “principio”, alla dimensione originaria del mistero della creazione, allorquando questa dimensione già era stata infranta dal mysterium iniquitatis, cioè dal peccato e, insieme ad esso, anche dalla morte: mysterium mortis. Il peccato e la morte sono entrati nella storia dell’uomo, in certo modo, attraverso il cuore stesso di quell’unità, che dal “principio” era formata dall’uomo e dalla donna, creati e chiamati a diventare “una sola carne” (2). Già all’inizio delle nostre meditazioni abbiamo costatato che Cristo, richiamandosi al “principio”, ci conduce, in un certo senso, oltre il limite della peccaminosità ereditaria dell’uomo fino alla sua innocenza originaria; egli ci permette, così, di trovare la continuità ed il legame esistente tra queste due situazioni, mediante le quali si è prodotto il dramma delle origini e anche la rivelazione del mistero dell’uomo all’uomo storico.
Questo, per così dire, ci autorizza a passare, dopo le analisi riguardanti lo stato dell’innocenza originaria, all’ultima di esse, cioè all’analisi della “conoscenza e della generazione”, Tematicamente, essa è strettamente legata alla benedizione della fecondità, inserita nel primo racconto della creazione dell’uomo come maschio e femmina (3). Storicamente, invece, è già inserita in quell’orizzonte di peccato e di morte che, come insegna il Libro della Genesi (4), ha gravato sulla coscienza del significato del corpo umano, insieme all’infrazione della prima alleanza col Creatore.
1. Cf. Matth. 19 et Marc. 10.
Bisogna tener conto del fatto che, nel colloquio con i farisei (Matth. 19, 7-9; Marc. 10, 4-6), Cristo prende posizione riguardo alla prassi della legge mosaica circa il cosiddetto “libello di ripudio”. Le parole: “per la durezza del vostro cuore”, pronunziate da Cristo rispecchiano non soltanto “la storia dei cuori”, ma anche tutta, la complessità della legge positiva dell’Antico Testamento, che sempre cercava il “compromesso umano” in questo campo tanto delicato.
2. Gen. 2, 24.
3. Gen. 1, 27-28.
4. Ibid. 3.
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2. In Genesi 4, e quindi ancora nell’àmbito del testo jahvista, leggiamo: “Adamo si unì a Eva, sua moglie, la quale concepì e partorì Caino e disse: ‘Ho acquistato un uomo dal Signore’. Poi partorì ancora suo fratello Abele” (5). Se connettiamo alla “conoscenza”quel primo fatto della nascita di un uomo sulla terra, lo facciamo in base alla traduzione letterale del testo, secondo cui l’“unione” coniugale viene definita appunto come “conoscenza”. Difatti, la traduzione citata suona così: “Adamo si unì a Eva sua moglie”, mentre alla lettera si dovrebbe tradurre: “conobbe sua moglie”, il che sembra corrispondere più adeguatamente al termine semitico ja-da-‘6. Si può vedere in ciò un segno di povertà della lingua arcaica, alla quale mancavano varie espressioni per definire fatti differenziati. Nondimeno, resta significativo che la situazione, in cui marito e moglie si uniscono così intimamente tra loro da formare “una sola carne”, sia stata definita una “conoscenza”. In questo modo, infatti, dalla stessa povertà del linguaggio sembra emergere una specifica profondità di significato, derivante appunto da tutti i significati finora analizzati.
5. Ibid. 4, 1-2.
6. “Conoscere” (j¯ad¯a‘), nel linguaggio biblico, non significa soltanto una conoscenza meramente intellettuale, ma anche una esperienza concreta, come ad esempio l’esperienza della sofferenza (cf. Is. 53, 3) del peccato (Sap. 3, 13), della guerra e della pace (Iudic. 3, 1; Is. 59, 8). Da questa esperienza scaturisce anche il giudizio morale: “conoscenza del bene e del male” (Gen. 2, 9-17).
La “conoscenza” entra nel campo dei rapporti interpersonali, quando riguarda la solidarietà di famiglia (Deut. 33, 9) e specialmente i rapporti coniugali. Proprio in rifermento all’atto coniugale, il termine sottolinea la parternità di illustri personaggi e l’origine della loro prole (cf. Gen. 4, 1. 25; 4, 17; 1 Sam. 1, 19), come dati validi per la genealogia, a cui la tradizione dei sacerdoti (ereditari in Israele) dava grande importanza.
La “conoscenza” poteva però significare anche tutti gli altri rapporti sessuali, perfino quelli illeciti (cf. Num. 31, 17; Gen. 19, 5; Iudic. 19, 22).
Nella forma negativa, il verbo denota l’astensione dai rapporti sessuali, specialmente se si tratta di vergini (cf. ad es. 1 Reg. 2, 4; Iudic. 11, 39). In questo campo, il Nuovo Testamento usa due ebraismi, parlando di Giuseppe (Matth. 1, 25) e di Maria (Luc. 1, 34).
Un significato particolare acquista l’aspetto della relazione esistenziale della “conoscenza”, quando suo soggetto o oggetto è Dio stesso (ad essempio Ps. 139; Ier. 31, 34; Os. 2, 20; e anche Io. 14, 7-9; 17, 3).
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3. Evidentemente, ciò è pure importante quanto all’“archetipo” del nostro modo di pensare l’uomo corporeo, la sua mascolinità e la sua femminilità, e quindi il suo sesso. Così, infatti, attraverso il termine “conoscenza” usato in Genesi 4, 1-2 e spesso nella Bibbia, il rapporto coniugale dell’uomo e della donna, cioè il fatto che essi diventano, attraverso la dualità del sesso, una “sola carne”, è stato elevato e introdotto nella dimensione specifica delle persone. Genesi 4, 1-2 parla soltanto della “conoscenza” della donna da parte dell’uomo, quasi per sottolineare soprattutto l’attività di quest’ultimo. Si può, però, anche parlare della reciprocità di questa “conoscenza”, a cui uomo e donna partecipano mediante il loro corpo e il loro sesso. Aggiungiamo che una serie di successivi testi biblici, come, del resto, lo stesso capitolo della Genesi (7), parlano con lo stesso linguaggio. E ciò fino alle parole pronunziate da Maria di Nazaret nell’Annunciazione: “Come è possibile? Non conosco uomo” (8).
7. Cf. ex. gr., Gen. 4, 17. 25.
8. Luc. 1, 34.
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4. Così, con quel biblico “conobbe”, che per la prima volta appare in Genesi 4, 1-2, da una parte ci troviamo di fronte alla diretta espressione dell’intenzionalità umana (perchè essa è propria della conoscenza) e, dall’altra, a tutta la realtà della convivenza e dell’unione coniugale, in cui uomo e donna diventano “una sola carne”.
Parlando qui di “conoscenza”, sia pur a causa della povertà della lingua, la Bibbia indica l’essenza più profonda della realtà della convivenza matrimoniale. Questa essenza appare come una componente ed insieme un risultato di quei significati, la cui traccia cerchiamo di seguire fin dall’inizio del nostro studio; essa infatti fa parte della coscienza del significato del proprio corpo. In Genesi 4, 1, diventando “una sola carne”, l’uomo e la donna sperimentano in modo particolare il significato del proprio corpo. Insieme, essi diventano, così, quasi l’unico soggetto di quell’atto di quell’esperienza, pur rimanendo, in quest’unità, due soggetti realmente diversi. Il che ci autorizza, in certo senso, ad affermare che “il marito conosce la moglie” oppure che entrambi “si conoscono” reciprocamente. Allora essi si rivelano l’uno all’altra, con quella specifica profondità del proprio “io” umano, che appunto si rivela anche mediante il loro sesso, la loro mascolinità e femminilità. Ed allora, in maniera singolare, la donna “è data” in modo conoscitivo all’uomo, e lui a lei.
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5. Se dobbiamo mantenere la continuità rispetto alle analisi finora fatte (particolarmente riguardo alle ultime, che interpretano l’uomo nella dimensione di dono), bisogna osservare che, secondo il Libro della Genesi, datum e donum si equivalgono.
Tuttavia, Genesi 4, 1-2 accentua soprattutto il datum. Nella “conoscenza” coniugale, la donna “è data” all’uomo e lui a lei, poichè il corpo e il sesso entrano direttamente nella struttura e nel contenuto stesso di questa “conoscenza”. Così, dunque, la realtà dell’unione coniugale, in cui l’uomo e la donna diventano “una sola carne”, contiene in sè una scoperta nuova e, in certo senso, definitiva del significato del corpo umano nella sua mascolinità e femminilità. Ma, a proposito di tale scoperta, è giusto parlare soltanto di “convivenza sessuale”? Bisogna tener conto che ciascuno di loro, uomo e donna, non è soltanto un oggetto passivo, definito dal proprio corpo e sesso, e in questo modo determinato “dalla natura”. Al contrario, proprio per il fatto di essere uomo e donna, ognuno di essi è “dato” all’altro come soggetto unico e irripetibile, come “io”, come persona. Il sesso decide non soltanto della individualità somatica dell’uomo, ma definisce nello stesso tempo la sua personale identità e concretezza. E proprio in questa personale identità e concretezza, come irripetibile “io” femminile-maschile, l’uomo viene “conosciuto” quando si verificano le parole di Genesi 2, 24: “l’uomo... si unirà a sua moglie e i due saranno una sola carne”. La “conoscenza”, di cui parlano Genesi 4, 1-2 e tutti i successivi testi biblici, arriva alle più intime radici di questa identità e concretezza, che l’uomo e la donna debbono al loro sesso. Tale concretezza significa tanto l’unicità quanto l’irripetibilità della persona.
Valeva, dunque, la pena di riflettere sull’eloquenza del testo biblico citato e della parola “conobbe”; nonostante l’apparente mancanza di precisione terminologica, essa ci permette di soffermarci sulla profondità e sulla dimensione di un concetto, di cui il nostro linguaggio contemporaneo, pur molto preciso, spesso ci priva.
[Insegnamenti GP II, 3/1, 517-521]