[0928] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO
Discurso Le testimonianze, a las Familias en la Jornada de la Familia, con motivo del Sínodo de los Obispos sobre la Familia, 12 octubre 1980
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1. Los testimonios que todos hemos escuchado con atención y sentimientos de viva participación nos ofrecen –me parece– un retrato fiel y sugestivo de la familia en este tiempo nuestro.
Luces y sombras, expectativas y preocupaciones, problemas graves y sólidas esperanzas forman parte de este retrato. Al mirarlo, pienso que realmente los estudiosos, en el futuro, podrán decir que nuestro siglo ha sido el de la familia. Efectivamente, jamás como en este siglo la familia ha sido embestida por tantas amenazas, agresiones y erosiones. Pero, al mismo tiempo, nunca como en este siglo se ha salido al encuentro de la familia con tantas ayudas, lo mismo en el plano eclesial que en el civil. Particularmente la reflexión teológica como la actividad pastoral, en las diversas parroquias, no se cansan de ofrecer a la familia puntos de referencia y caminos concretos para la superación de las dificultades y para el propio perfeccionamiento. Si se puede decir lo que afirmaba mi predecesor Pío XII al terminar la Segunda Guerra Mundial, esto es, que en nuestra sociedad llena de sufrimientos la familia es la gran enferma, se debe decir también que son muchos los que quieren ofrecer válidos remedios y ayudas a la familia. La Iglesia, de acuerdo con su misión –el Sínodo que se celebra en estos días es un testimonio de ello–, está dispuesta a ofrecerle la medicina evangelii, el remedium salutis.
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2. Todos hemos seguido con emoción y gratitud las palabras de quienes han querido dar aquí el testimonio de su vida. Han sido relatos breves, que, sin embargo, nos han permitido entrever, detrás de las frases necesariamente lacónicas, auténticos poemas de amor y de entrega, cada uno de cuyos capítulos conoceremos a fondo en el Reino de Dios, y esto formará parte también de la alegría perfecta de entonces. Me disgusta no poder reanudar y desarrollar todos los temas que se han evocado aquí con la vivacidad, la lozanía, la fuerza propias de cada testimonio arraigado en la experiencia personal.
Sin embargo, no puedo silenciar el aprecio con que he oído hablar, por ejemplo, a los dos jóvenes novios sobre la preponderancia que ellos dan a los valores espirituales, con relación a los materiales, en la preparación de su matrimonio. Y así, me ha impresionado la lucidez con que se ha subrayado, en los diversos testimonios, la incidencia positiva que el compromiso de vivir castamente el amor ha tenido en su crecimiento y en su maduración. En medio de tantas voces que, en nuestra sociedad permisiva, exaltan la “libertad” sexual como factor de plenitud humana, es justo que se eleve también la voz de quienes, en la experiencia cotidiana de un sereno y generoso autocontrol, han podido descubrir una fuente nueva de conocimiento recíproco, de entendimiento más profundo, de libertad auténtica.
He observado además, con íntima alegría, que las distintas parejas han mostrado que sienten como una exigencia “natural” de su amor la de abrirse a los hermanos, para ofrecer a quien se hallaba en necesidad comprensión, consejo, ayuda concreta: la dimensión altruista forma parte del amor verdadero, que, al darse, en lugar de empobrecerse o de dispersarse, se encuentra enriquecido, reavivado y consolidado.
Un dato que emerge en las varias experiencias presentadas ha sido la conciencia, que se podía notar en las palabras de todos, de que el amor auténtico constituye la clave de solución para todos los problemas aun de los más dramáticos, como los de la quiebra del matrimonio, de la muerte del cónyuge o de un hijo, de la guerra. El camino de salida –se ha dicho– es siempre y sólo el amor; un amor más fuerte que la muerte.
Pero el amor humano es una realidad frágil e insidiada: explícita o implícitamente lo han reconocido todos. Para sobrevivir sin esterilizarse tiene necesidad de trascenderse. Sólo un amor que se encuentra con Dios puede evitar el riesgo de perderse a lo largo del camino. Desde diversos ángulos, cuantos han hablado nos han dado testimonio de la importancia decisiva que ha tenido en su vida un diálogo con Dios, la oración. En las vicisitudes de cada uno ha habido momentos en los que sólo a través del rostro de Dios ha sido posible descubrir de nuevo los auténticos rasgos del rostro de la persona querida.
He aquí algunas de las bellísimas cosas que nos han dicho hoy estos hermanos y hermanas nuestros. Les damos las gracias porque, ahora, después de haberles escuchado, nos sentimos más ricos. Somos plenamente conscientes, en efecto, de que tenemos que aprender mucho de quien está tratando de vivir con coherencia las riquezas insondables de un sacramento. En la línea de los testimonios que acabamos de escuchar quiero expresar ahora, como siguiendo un diálogo, algunos pensamientos míos.
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3. Y ante todo me urge decir: es necesario devolver la confianza a las familias cristianas. En la tempestad en que se halla, puesta como está bajo acusación, la familia cristiana se encuentra cada vez más frecuentemente tentada por el desaliento, por la desconfianza en sí misma y por el temor. Por tanto, debemos decirle, con palabras verdaderas y convincentes, que tiene una misión y un lugar en el mundo contemporáneo y que, para cumplir esta misión, cuenta con formidables recursos y valores imperecederos.
Estos valores son, ante todo, de orden espiritual y religioso: hay un sacramento, un sacramentum magnum, en la raíz y en la base de la familia, el cual es signo de una presencia operante de Cristo resucitado en el seno de la familia, así como es igualmente fuente inagotable de gracia.
Pero estos valores son también de orden natural: iluminarlos cuando se oscurecen, reforzarlos cuando se debilitan y encenderlos de nuevo cuando están casi apagados es un noble servicio que se presta al hombre. Estos valores son el amor, la fidelidad, la mutua ayuda, la indisolubilidad, la fecundidad en su significado más pleno, la intimidad enriquecida por la apertura hacia los otros, la conciencia de ser la célula originaria de la sociedad, etc.
La familia es depositaria y transmisora privilegiada de estos valores. La familia cristiana lo es por un título nuevo y especial. Estos valores la afianzan más en su ser y la hacen dinámica y eficaz en el conjunto de la comunidad a todos los niveles. Pero es necesario que la familia crea en estos valores, los proclame impávidamente y los viva serenamente, los transmita y los propague.
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4. Mi segundo pensamiento es éste: así como la “pasión” de la familia en las condiciones de nuestro mundo contemporáneo se extiende y asume aspectos diversos (lo hemos visto bien, escuchando los testimonios), igualmente debe ser universal la “compasión” por la familia.
¿De qué padece, pues, la familia cristiana hoy? Ciertamente, sufre en los países pobres y en las zonas pobres de los países ricos, sufre graves daños debidos a situaciones desagradables de trabajo y de salarios, de higiene y de casas, de alimentación y de educación... Pero no es el único este sufrimiento: la familia, incluso en la abundancia de bienes, jamás está al abrigo de otras dificultades. La dificultad que viene de la insuficiente preparación para las altas responsabilidades del matrimonio; la de la incomprensión entre los miembros de la familia, que puede llevar a graves fracturas; la de las desviaciones, bajo varias formas, de uno o más hijos, etc.
Ningún hombre, ningún grupo humano, por sí solo, puede poner remedio a estos diversos sufrimientos. Esto requiere el interés de todos: la Iglesia, el Estado, los cuerpos intermedios, los diversos grupos humanos están llamados, respetando la personalidad de cada uno, a un servicio eficaz de la familia. Sobre todo es necesario el interés de cada uno de los esposos y, por esto, es preciso esperar ardientemente que el marido y la mujer tengan o se esfuercen en tener, desde el comienzo, la misma visión sobre los valores esenciales de la familia.
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5. Mi tercer pensamiento se refiere a la familia cristiana y a la ayuda pastoral que la Iglesia le debe.
Mientras escuchaba, hace poco, los diversos testimonios, me ha impresionado no sólo el contenido de ellos y la demanda especial que de ellos provenía, sino también me ha impresionado el hecho de que estos testimonios y demandas venían todas de laicos, de maridos y mujeres cristianos que viven realmente la vida familiar. Este factor es significativo en la actual acción pastoral de la Iglesia respecto a la familia.
A este propósito no puedo por menos de recordar la importancia de los Movimientos familiares: son numerosos y florecientes, y en el siglo actual son uno de los signos de la vitalidad indefectible y de la creatividad pastoral de la Iglesia. Un aspecto esencial de estos Movimientos es el hecho de que son principio activo para el perfeccionamiento interior de muchas familias en los diversos niveles de la vida familiar, y al mismo tiempo constituyen centros dinámicos de impulso apostólico.
Hay que estar agradecidos a estos Movimientos por todo lo que hacen en favor de la familia. Hay que alegrarse por el interés que ponen para ampliar sus horizontes con miras a un servicio que será cada vez más válido, cada vez más inteligente, cada vez más en armonía con las realidades complejas y los problemas de nuestro tiempo. A pesar de ello, se debe expresar la esperanza de que los Movimientos familiares no decaerán en su inspiración fundamental –inspiración que es también su carisma y por esto su fuerza– para evitar un servicio genérico e indiscriminado. Una preocupación social y legítima no debe hacer que estos Movimientos caigan en una sociología falsa, que los vaciaría del contenido pleno que les es propio mientras sean verdaderos Movimientos eclesiales.
Para ser completamente eficaces, todos los Movimientos familiares deben considerar esa estructura fundamental de la Iglesia que es la parroquia, e integrarse en ella. A este respecto, también es útil recordar lo que dije el año pasado en el contexto de la catequesis: “La parroquia sigue siendo una referencia importante para el pueblo cristiano” (Catechesi tradendae, 67). A través de su actividad pastoral coordinada, la parroquia está totalmente orientada hacia el bien de la familia y hacia su bienestar. A su vez, la familia está llamada a sostener a la parroquia en su misión esencial de construir el Reino de Dios llevando la Palabra de Dios a la vida de todos.
Al ofrecer mi aliento y ayuda a todos los que en las diversas parroquias del mundo colaboran para promover la atención pastoral de las familias, manifiesto la esperanza de que todos sabrán aprovechar la ayuda que la parroquia da a las familias, y ruego para que cada parroquia se constituya como verdadera familia, unida y rica de amor.
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6. Un último pensamiento me lleva a una dimensión invisible, no traducible en números, pero que hay que considerar entre las más importantes, si no la más importante de la realidad familiar. Me refiero –lo habéis adivinado ya– a la espiritualidad familiar. Hacia este punto de referencia deberían converger siempre todas las consideraciones sobre la familia cristiana como hacia la propia raíz y el propio vértice. En efecto, la familia cristiana, nace de un sacramento –el del matrimonio– que, como todos los sacramentos, es una desconcertante iniciativa divina en el corazón de una existencia humana. Por otra parte, una de las finalidades de este sacramento es la de construir con células vivas el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. La familia se comprende solamente en el campo de atracción de estos dos polos: una llamada de Dios que compromete a cada uno de los cristianos que la componen, la respuesta de cada uno en la gran comunidad de fe y de salvación, peregrina hacia Dios.
No obstante, todo esto lo encarna y vive una familia cristiana en el contexto de elementos que son específicos precisamente de la realidad familiar: el amor humano entre los esposos y entre padres e hijos, la comprensión mutua, el perdón, la ayuda y el servicio recíprocos, la educación de los hijos, el trabajo, las alegrías y sufrimientos... Todos estos elementos, dentro del matrimonio cristiano, están envueltos y como impregnados por la gracia y por la virtud del sacramento y se convierten en camino de vida evangélica, búsqueda del rostro del Señor, escuela de caridad cristiana.
Existe, pues, una forma específica de vivir el Evangelio en el marco de la vida familiar. Aprenderla y actuarla es vivir plenamente la espiritualidad matrimonial y familiar. La hora de prueba y de esperanza que está viviendo la familia cristiana exige que un número cada día mayor de familias descubran y pongan en práctica una sólida espiritualidad familiar en medio de la trama cotidiana de la propia existencia. El esfuerzo llevado a cabo por los esposos cristianos que, dentro o fuera de los Movimientos familiares, tratan de difundir, bajo la guía de ilustrados Pastores, las líneas maestras de una verdadera espiritualidad matrimonial y familiar es como nunca necesario y providencial. La familia cristiana tiene necesidad de esta espiritualidad para encontrar su equilibrio, su plena realización, su serenidad, su dinamismo, su apertura a los demás, su alegría y su felicidad.
Las familias cristianas tienen necesidad de alguien que les ayude a vivir una auténtica espiritualidad. El hecho de que el actual Sínodo se preocupe también de esta dimensión constituye la alegría de todos nosotros.
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7. Éstas son algunas consideraciones que anidan en mi corazón de un modo especial. Os las confío a vosotros y os invito a seguir profundizando en ellas mediante la reflexión personal y en el coloquio común con vuestros cónyuges. Asimismo os invito también a sacar las correspondientes deducciones tanto para vosotros mismos como para vuestra vida matrimonial y familiar. Sed conscientes de que, como familias cristianas, nunca estáis solos o abandonados ni en vuestras alegrías ni tampoco en vuestros apuros y dificultades. En la gran comunidad de creyentes otras muchas familias caminan a vuestro lado; vuestros párrocos y obispos están con vosotros por mandato de Cristo, y también el Papa piensa en vosotros con infatigable preocupación pastoral y reza por vosotros en el amor del Señor.
En esta amplia comunidad fraternal de la Iglesia saludo por ello en vuestras personas a todos los matrimonios y familias de vuestros respectivos países que no han podido participar personalmente en este día de la familia. Estamos seguros de que también ellos, individual y familiarmente, han tomado parte en la oración mundial de la Iglesia en este día, oración por la familia. Aquí, en el centro de la cristiandad, nosotros hemos rezado también por ellos, por las familias de todo el mundo. Tan estrechamente nos sentimos unidos a ellas. Y desde aquí imploramos, tanto para esas familias como para todas las aquí representadas, la especial protección y favor de Dios.
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8. En el encuentro excepcional de hoy, caracterizado por la dimensión de un testimonio ante Dios, dado a la Iglesia y al mundo, sobre la familia cristiana y su misión en el mundo contemporáneo, participan también numerosas familias de mi patria. Y esto es para mí motivo de particular alegría. Os doy la bienvenida y os saludo a todos cordialmente junto a la tumba de San Pedro, en el corazón de la Iglesia. En vosotros, aquí presentes –y por medio de vosotros–, saludo a cada una de las familias polacas, tanto si están en la patria como más allá de sus fronteras: a cada padre, a cada madre, a cada niño, que es la esperanza y el porvenir del mundo y de la Iglesia. Llevad este saludo y mi bendición a los umbrales de cada casa, a cada familia. Y llevad también esta experiencia, este testimonio de la familia que habéis dado aquí en Roma y los que la Iglesia da sobre la familia.
De Roma, del presente Sínodo de los Obispos y de todo lo que vivís en el curso de estos días, sacad la convicción, la confianza y la certeza de que es un derecho-deber de la Iglesia cultivar y poner en práctica su doctrina en la orientación pastoral sobre el matrimonio y la familia.
La Iglesia no trata de imponer a nadie esta doctrina y orientación, pero está dispuesta a proponerlas libremente y a tutelarlas como punto de referencia irrenunciable para quien se gloría del título de católico y quiere pertenecer a la comunidad eclesial.
La Iglesia, pues, cree que debe proclamar sus convicciones sobre la familia, segura de prestar un servicio a todos los hombres. Traicionaría al hombre si callase su mensaje sobre la familia. Estad, pues, seguros de sembrar el bien cada vez que anunciáis con libertad, humildad y amor la Buena Nueva sobre la familia.
Que vuestras familias sean fuertes con la fortaleza de Dios; que las guíen la ley divina, la gracia y el amor; que en ella y por ellas se renueve la faz de la tierra.
Renuevo a todos mi saludo e imparto a todos de corazón mi Bendición.
[Enseñanzas 8, 702-707]
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1. Le testimonianze che abbiamo tutti ascoltato con attenzione e senso di viva partecipazione ci offrono –mi pare– un ritratto fedele e suggestivo della famiglia in questo nostro tempo.
Luci e ombre, attese e preoccupazioni, gravi problemi e solide speranze fanno parte di questo ritratto. Guardandolo mi viene da pensare che davvero gli studiosi, in futuro, potranno dire che il nostro è stato il secolo della famiglia. Infatti, mai come in questo secolo la famiglia è stata investita da tante minacce, aggressioni e erosioni. Ma, in pari tempo, mai come in questo secolo si è venuto incontro alla famiglia con tanti aiuti sia sul piano ecclesiale che civile. In particolare, la riflessione teologica come l’attività pastorale nelle varie parrocchie non si stancano di offrire alla famiglia punti di riferimento e vie concrete per il superamento delle difficoltà e per il proprio perfezionamento. Se si può dire ciò che affermava il mio Predecessore Pio XII all’indomani della Seconda Guerra Mondiale, cioè che nella nostra società sofferente la famiglia è la grande malata, si deve pure dire che sono in molti a volere offrire validi rimedi ed aiuti alla famiglia. La Chiesa, conformemente alla sua missione –il Sinodo in corso in questi giorni ne è una testimonianza– è pronta ad offrirle la “medicina evangelii”, il “remedium salutis”.
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2. Tutti abbiamo seguito con animo commosso e grato le parole di coloro che hanno voluto recare qui la loro testimonianza vissuta. Sono stati racconti brevi, che ci hanno tuttavia consentito di intravvedere, dietro le frasi necessariamente laconiche, autentici poemi d’amore e di dedizione, i cui singoli capitoli conosceremo a fondo nel Regno di Dio, e farà parte anche questo della gioia perfetta di allora. Mi dispiace di non poter riprendere e sviluppare tutti i temi, che sono stati qui evocati con la vivacità, la freschezza, la forza, proprie di ogni testimonianza radicata nell’esperienza personale.
Non posso tacere, tuttavia l’apprezzamento con cui ho ascoltato, ad esempio, i due giovani fidanzati parlare della prevalenza da loro data ai valori spirituali, rispetto a quelli materiali, nella preparazione del loro matrimonio. E così mi ha colpito la lucidità con cui è stata sottolineata, nelle diverse testimonianze, l’incidenza positiva, che l’impegno di vivere castamente l’amore ha avuto sulla sua crescita e sulla sua maturazione. In mezzo a tante voci, che nella nostra società permissiva esaltano la “libertà” sessuale come fattore di pienezza umana, è giusto che si levi anche la voce di coloro che, nella quotidiana esperienza di un sereno e generoso autocontrollo, hanno potuto scoprire una fonte nuova di conoscenza reciproca, di intesa più profonda, di libertà autentica.
Ho rilevato, altresì, con intima gioia che le varie coppie hanno mostrato di sentire come un’esigenza “naturale”del loro amore quella di aprirsi ai fratelli, per offrire a chi era nel bisogno comprensione, consiglio, aiuto concreto: la dimensione altruistica fa parte dell’amore vero che, donandosi, invece di impoverirsi e di disperdersi, si trova arricchito, vivacizzato e consolidato.
Un dato emergente nelle varie esperienze presentate è stata la consapevolezza, avvertibile nelle parole di tutti, che l’amore autentico costituisce la chiave di soluzione di tutti i problemi, anche dei più drammatici, come quelli del fallimento del matrimonio, della morte del coniuge o di un figlio, della guerra. La via d’uscita –è stato detto– è sempre e solo l’amore; un amore più forte della morte.
L’amore umano è, però, una realtà fragile ed insidiata: esplicitamente od implicitamente lo hanno riconosciuto tutti. Esso, per sopravvivere senza isterilirsi, ha bisogno di trascendersi. Solo un amore che s’incontra con Dio può evitare il rischio di perdersi lungo la strada. Da angolature diverse, quanti hanno parlato ci hanno reso testimonianza dell’importanza decisiva che nella loro vita ha avuto il dialogo con Dio, la preghiera. Nella vicenda di ciascuno ci sono stati momenti in cui solo attraverso il volto di Dio è stato possibile riscoprire i veri lineamenti del volto della persona cara.
Ecco alcune delle bellissime cose che ci sono state dette oggi da questi nostri Fratelli e Sorelle. Siamo loro grati perchè ora, dopo averli ascoltati, ci sentiamo più ricchi. Siamo pienamente consci, infatti, di aver molto da imparare da chi sta cercando di vivere con coerenza le insondabili ricchezze di un sacramento. E sulla scia delle testimonianze testè ascoltate che voglio ora esprimere, quasi proseguendo un dialogo, alcuni miei pensieri.
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3. E innanzitutto mi preme dire: bisogna ridare fiducia alle famiglie cristiane. Nella bufera in cui si trova, posta com’è sotto accusa, la famiglia cristiana è sempre più spesso tentata dallo sconforto, dalla sfiducia in se stessa e dal timore. Dobbiamo, pertanto, dirle, con parole vere e convincenti, che essa ha una missione e un posto nel mondo contemporaneo e che, per adempiere tale compito, essa porta in sè formidabili risorse e valori imperituri.
Questi valori sono innanzitutto di ordine spirituale e religioso: c’è un sacramento, un “sacramentum magnum”, alla radice e alla base della famiglia, il quale è segno di una operosa presenza del Cristo Risorto in seno alla famiglia, così com’è ugualmente sorgente inesauribile di grazia.
Ma questi valori sono anche di ordine naturale: illuminarli quando sono oscurati, rafforzarli quando sono indeboliti, e riaccenderli quando sono quasi spenti, è un nobile servizio che si rende all’Uomo. Tali valori sono l’amore, la fedeltà, il mutuo aiuto, l’indissolubilità, la fecondità nel suo significato più pieno, l’intimità arricchita dall’apertura verso gli altri, la consapevolezza di essere la cellula originaria della società, ecc...
La famiglia è depositaria e trasmettitrice privilegiata di tali valori. La famiglia cristiana lo è ad un titolo nuovo e speciale. Questi valori la rinsaldano nel suo essere e la rendono dinamica ed efficace nell’insieme della comunità ad ogni livello. Ma bisogna che la famiglia creda in questi valori, li proclami impavidamente e li viva serenamente, li trasmetta e li propaghi.
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4. Ma seconde pensée est celle-ci: autant la “passion” de la famille dans les conditions de notre monde contemporain est étendue et prend des visages variés (nous l’avons bien perçu en écoutant les témoignages!), autant doit être universelle la “compassion” pour la famille.
De quoi donc souffre la famille chrétienne aujourd’hui? Elle souffre, bien sûr, dans les pays pauvres et dans les zones pauvres des pays riches, elle souffre de graves dommages provenant de situations regrettables de travail et de salaire, d’hygiène et de logement, d’alimentation et d’éducation... Mais cette souffrance n’est pas l’unique: la famille même dans l’abondance des bienes n’est pas à l’abri d’autres difficultés. La difficulté qui vient du manque de préparation aux hautes responsabilités du mariage; celle de l’incompréhension entre les membres de la famille, pouvant entraîner de graves déchirements; celle de la déviation, sous des formes variées, d’un ou de plusieurs enfants, etc.
Nul homme, nul groupe humain ne peut à lui seul porter remède à ces diverses souffrances. Cela requiert l’engagement de tous: l’Église, les États, les corps intermédiaires, les différents groupes humains sont appelés, dans le respect de la personnalité de chacun, à un service efficace de la famille. Il y faut surtout l’engagement de chacun des époux, et, pour cela, il faut ardemment souhaiter que le mari et la femme aient dès le départ ou s’efforcent d’avoir la même vision sur les valeurs essentielles de la famille.
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5. My third thought concerns the Christian family and the pastoral help that the Church owes to it.
As I was listening, a short time ago, to the various testimonies, I was struck not only by the content of each one and the special petition that came out of it; I was also struck by the fact that they were all coming from lay people, from Christian husbands and wives who actually live family life. This factor is a significant one in the Church’s present pastoral action regarding the family.
In this regard, I cannot fail to mention the importance of family movements. They are numerous and fluorishing, and in the present century they are one of the signs of the Church’s neverfailing vitality and pastoral creativity. An essential aspect of these movements is the fact that they are an active principle for the interior perfecting of many families at the different levels of family life; and at the same time they constitute dynamic centres of apostolic zeal.
One cannot fail to be grateful to these movements for all they are doing for the family. One cannot fail to rejoice tha they are seeking to widen their own horizons with a view to service which will be ever more powerful, ever more intelligent, ever more in harmony with the complex realities and problems of the present time. Nevertheless, one must express the hope that the family movements will not water down what is their fundamental inspiration –and inspiration that is also their charisma and therefore their strenght– into an activity that, however praise-worthy, could become merely generic and indiscriminate. A just and legitimate social preoccupation must not cause these movements to fall into a false sociology that would empty them of the full content that is proper to them as long as they remain true ecclesial movements.
To be totally effective all family movements must take into account that fundamental structure of the Church wich is the parish, and find integration in it. In this regard also it is useful to recall what I mentioned last year in the context of catechesis: “The parish is still a major point of reference for the Christian people” (1). Through its coordinated pastoral activity, the parish is entirely oriented to the good of the family, to the family’s well-being. The family in its turn is called to support the parish in its essential mission of bulding up the Kingdom of God by bringing the word of God into the lives of all.
In offering my encouragement and my support to all those who, in the different parishes of the world, collaborate in promoting the pastoral care of families, I express the hope that everyone will take advantage of the opportunities to be had for families at the parish level, and I pray that every parish will itself truly become a united and loving family.
1. IOANNIS PAULI PPII, Catechesi tradendae, 67.
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6. [...][2]
[2]. [El texto correspondiente a este número fue pronunciado en castellano].
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7. Dieses sind einige Überlegungen, die mir besonders am Herzen liegen. Ich vertraue sie Ihnen an und lade Sie ein diese durch persönliche Reflexion und im gemeinsamen Gespräch mit Ihrem Ehepartner noch weiter zu vertiefen und daraus für sich und Ihr Ehe und Familienleben die geeigneten Schlußfolgerungen zu ziehen. Seien Sie sich stets dessen bewußt, daß Sie mit Ihren Freuden, Nöten und Schwierigkeiten i als christliche Familie niemals einsam und verlassen sind. In der großen Gemeinschaft der Gläubigen wandern viele andere Familien an Ihrer Seite, Ihre Seelsorger und Oberhirten stehen im Auftrag Jesu Christi zu Ihnen, und auch der Papst denkt an Sie in unermüdlicher Hirtensorge und betet für Sie in der Liebe des Herrn.
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