[0956] • JUAN PABLO II (1978-2005) • MATRIMONIO, FAMILIA Y VIDA
Del Discurso I am very happy, a los participantes en el Congreso Internacional de la Familia de África y de Europa, organizado por el “Centro de estudios e investigaciones para la regulación natural de la fecundidad”, de la Universidad Católica del Sagrado Corazón (Italia), 15 enero 1981
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1. Me es muy grato recibir esta mañana a los participantes en un acontecimiento tan importante como el I Congreso de la Familia de África y de Europa, al cual estáis asistiendo aquí, en Roma, en la Facultad de Medicina de la Universidad Católica del Sagrado Corazón. Saludo a todos con afecto cordial y os expreso mi estima y aprecio.
Vuestro Congreso tiene lugar después del reciente Sínodo de los Obispos, que quiso “precisar, según el plan sempiterno sobre la vida y el amor, la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo” (Discurso del Papa en la clausura de la V Asamblea General del Sínodo de los Obispos, 25 de octubre de 1980).
En cuanto al respeto por la vida, que ha sido el tema principal sometido a vuestra consideración, el Sínodo “confirmó abiertamente la validez y la verdad firme del anuncio profético –contenido en la Encíclica Humanae vitae–, dotado de profundo significado y en consonancia con la situación actual” (n. 8), a la vez que realizó una invitación “para esclarecer cada vez más los contenidos bíblicos y las razones personalistas –como hoy se dice– de esta doctrina, con el fin de que todos los hombres de buena voluntad la acepten y comprendan cada vez mejor” (ibíd. n. 8).
Encuentro verdaderamente alentador veros aquí para este Congreso, tras otro similar de la familia de América. Sois un grupo de expertos en diversos campos y de diferentes sendas en la vida: obispos y teólogos, filósofos y médicos expertos, así como también muchos religiosos y laicos que están trabajando “en la viña”; y habéis venido juntos para buscar la mejor manera de poner la enriquecedora enseñanza de Cristo al servicio de las parejas que deseen vivir plenamente la auténtica visión de la persona humana y de la sexualidad humana.
Unas palabras especiales de agradecimiento merece la hermana doctora Anna Cappella, quien, en medio de otras muchas obligaciones, ha tenido que llevar la máxima responsabilidad de la organización de este magnífico Congreso. Sé también que muchos de los delegados presentes, especialmente aquellos de los casi veinte países africanos, han sido elegidos y respaldados de diversos modos por sus Conferencias Episcopales y autoridades eclesiásticas. Aprecio el sacrificio que esto significa y deseo agradecer a vuestros obispos este signo que dan de la prioridad del apostolado familiar en su actividad pastoral.
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2. He estudiado cuidadosamente el contenido del programa de vuestro Congreso. Quiero recordaros las palabras que dirigí recientemente a los miembros del Colegio Cardenalicio en relación con las diversas cuestiones que estáis considerando. Estas palabras resumen mi propio programa pastoral para la familia: un tema que debe recibir prioridad hoy si la Iglesia ha de prestar un auténtico servicio a nuestro atormentado mundo; y os las repito hoy, como representantes de las familias de África y de Europa: “Frente al desprecio del supremo valor de la vida, que llega tan lejos como para convalidar la supresión del ser humano en el seno materno; frente a la disgregación de la unidad familiar, única garantía para la formación completa de los niños y de los jóvenes; frente a la desvalorización del amor límpido y puro, el desenfrenado hedonismo, la difusión de la pornografía, es necesario proclamar muy alto la santidad del matrimonio, el valor de la familia y la inviolabilidad de la vida humana. No me cansaré jamás de cumplir ésta que considero misión inaplazable” (Alocución al Sacro Colegio Cardenalicio, 22 de diciembre de 1980).
Éste es el mensaje que he enseñado claramente con ocasión de mis visitas pastorales a las naciones de África y Europa. Éste es el mensaje que dirijo a cada uno de vosotros, procedentes de las diversas partes de esos dos continentes, pero unidos por vuestro deseo de seguir la auténtica enseñanza de Cristo sobre la familia y sobre la vida humana. Vuestra contribución al desarrollo de la propia cultura, la propia sociedad y la propia nación depende en gran medida de la manera en que viváis vuestra vocación como familias y asimismo del alcance de la ayuda que prestéis a otras familias. He acentuado este punto dirigiéndome a las familias de Kenia, cuando dije: “La fuerza y la vitalidad de cualquier país será tan grande como la fuerza y la vitalidad de sus familias. Ningún grupo produce un impacto tan grande en un país como la familia. No existe grupo alguno que tenga un papel tan decisivo en el futuro del mundo. Por este motivo, los matrimonios cristianos poseen una misión irreemplazable en el mundo actual. El amor generoso y la fidelidad de marido y mujer aportan estabilidad y esperanza a un mundo azotado por el odio y la división. A través de su continua perseverancia en un amor de por vida, muestran el carácter indisoluble y sagrado del vínculo sacramental del matrimonio. A la vez, la familia cristiana es la que más sencilla y profundamente promueve la dignidad y el valor de la vida humana desde el momento de la concepción”.
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3. Únicamente en este amplio contexto del designio de Dios para la familia y para la creación de nueva vida puede considerarse la cuestión más específica de la regulación de los nacimientos. La sabiduría del Creador ha enriquecido la sexualidad humana con grandes valores y con una especial dignidad (cf. Gaudium et spes, 49). La vocación de las parejas cristianas es realizar estos valores en sus vidas.
Acaso la necesidad más urgente hoy día sea desarrollar una auténtica filosofía de la vida y de la transmisión de la vida, considerada precisamente como “pro-creación”, esto es, como descubrimiento y colaboración con el designio del Dios Creador.
El designio del Creador ha provisto el organismo humano con estructuras y funciones para ayudar a las parejas a alcanzar la paternidad responsable. “De hecho, como atestigua la experiencia, no se sigue una nueva vida de cada uno de los actos conyugales. Dios ha dispuesto con sabiduría leyes y ritmos naturales de fecundidad que por sí mismos distancian los nacimientos” (Humanae vitae, 11).
El plan del Creador se halla impreso no sólo en el cuerpo humano, sino también en el espíritu humano. ¡Cuán triste es comprobar que el espíritu de tantos hombres y mujeres ha sido arrastrado lejos de este plan divino! Muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo ven la nueva vida como una amenaza y algo a lo que temer; otros, intoxicados con las posibilidades técnicas ofrecidas por el progreso científico, quieren manipular el proceso de la transmisión de la vida, y siguiendo únicamente el criterio subjetivo de la satisfacción personal, están dispuestos incluso a destruir la vida en el inicio de su concepción.
Muy al contrario, la visión y actitud cristianas deben estar inspiradas por las normas de la moral objetiva, basada sobre una visión auténtica y global de la persona humana; el cristiano respeta absolutamente las leyes que Dios ha impreso en el cuerpo y en el espíritu del hombre. Vuestra tarea como cristianos expertos es descubrir, entender mejor y atesorar esas leyes y ayudar a las parejas y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a apreciar la facultad del don de vida que Dios les ha confiado para usarlo según sus designios.
Vista en este profundo contexto del designio divino para el matrimonio y de la vocación a la vida matrimonial, vuestra tarea nunca se reducirá a una mera cuestión de presentar este o aquel método biológico, mucho menos a una atenuación de la desafiante llamada del Dios infinito. Más bien, vuestra tarea es, teniendo en cuenta la situación de cada pareja, ver qué método o combinación de métodos les ayudan mejor a responder como deben a las exigencias de la llamada de Dios.
Vuestra tarea, pues, por encima de todo, es guiar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a esa verdadera comunión de vida, amor y gracia que es el rico ideal del matrimonio cristiano, apreciando la inseparabilidad esencial de los aspectos unitivo y procreativo del acto conyugal.
En su Encíclica Humanae vitae, mencionada tan a menudo durante el reciente Sínodo como “una Encíclica profética”, Pablo VI hacía notar que él creía que “los hombres de nuestro tiempo se encuentran en grado de comprender el carácter profundamente razonable y humano de este principio fundamental” (Humanae vitae, 12). Ésta es nuestra tarea, como apóstoles de la vida humana, para ayudar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a llegar a esta visión auténtica a través de una catequesis de la vida sólida y consistente. [...]
El Concilio Vaticano II ha recordado oportunamente que “los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres” (Gaudium et spes, 50). Es necesario, por tanto, ofrecer a los esposos todas las ayudas oportunas, para que correspondan de modo adecuado a su vocación, que consiste en “cooperar con fortaleza de espíritu con el amor del Creador y del Salvador, quien por medio de ellos aumenta y enriquece diariamente a su propia familia” (ibíd).
Ello favorecerá, además, la realización más plena de su recíproco amor. No viviendo su unión, en efecto, simplemente para sí mismo, sino también para otros, es decir, para los hijos, descubrirán un modo nuevo de entendimiento y de presencia recíproco: los hijos serán los testigos de su amor y cada cónyuge podrá reconocer en ellos la presencia viva del otro.
[Enseñanzas 9, 342-345]
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1. I am very happy to receive this morning the participants in so important an event as the first Congress for the Family of Africa and of Europe, which you are attending here in Rome at the Faculty of Medicine of the Catholic University of the Sacred Heart. I greet you all with heartfelt affection and I express to you my esteem and appreciation.
Your Congress comes soon after the recent Synod of Bishops, which set out to specify “the role of the Christian family in the modern world in accordance with the eternal plan concerning life and love” /1).
With regard to respect for human life, which has been the principal subject for your consideration, the Synod “openly confirmed the validity and clear truth of the prophetic message contained in the Encyclical ‘Humanae Vitae’, a message profound in meaning and pertinent to modern conditions”, while at the same time it made an appeal that the “biblical and ‘personalistic’ reasons for the teaching be continually clarified with the aim of making the whole of the Church’s teaching clear to all people of good will and better understood day by day” (2).
I find it truly encouraging to see you here for this congress, following on a similar one for the family of the Americas. You are a group of experts in various fields and from different walks of life: bishops and theologians, philosophers and medical experts, as wel as many religious and laity who are working “in the field”; and you have come together to seek the best manner of placing the enriching teaching of Christ at the service of couples who wish to live out the authentic vision of the human person and of human sexuality.
A special word of thanks is due to Sister Doctor Anna Cappella, who in the midst of so many other duties, has had to bear the greatest responsibility for the organization of this impressive Congress. I know also that many of the delegates present, especially those from almost twenty African countries, have been chosen and sponsored in various ways by their Episcopal Conferences and ecclesiastical authorities. I appreciate the sacrifices that this has involved and I wish to thank your bishops for this sign that they give of the priority of the family apostolate in their pastoral activity.
1. IOANNIS PAULI PP. II, Homilia in Xystino sacello habita VI exeunte Synodo Episcoporum, 3, die 25 oct. 1980: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, III, 2 (1980) 967.
2. PAULI VI, Humanae vitae, 8 [1968 07 25/8].
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2. I have carefully studied the content of the programme of your Congress. I wish to recall for you the words that I addressed recently to the members of the College of Cardinals concerning the very questions that you are considering. These words sum up my own pastoral programme concerning the family: a theme which must receive priority today, if the Church is to render an authentic service to our tormented world; and I repeat them to you today, as the representatives of the families of Africa and of Europe: “In the face of contempt for the supreme value of life, which goes so far as to ratify the suppression of the human being in the mother’s womb; in the face of the disintegration of family unity, the only guarantee for the complete formation of children and young people; in the face of the devaluation of clear and pure love, unbridled hedonism, the spread of pornography, it is necessary to recall emphatically the holiness of marriage, the value of the family and the inviolability of human life. I will never tire of carrying out this mission, which I consider cannot be deferred” (3).
This is the message that I have taught clearly on the occasion of my pastoral visits to the nations of Africa and Europe. It is the message that I direct to each of you, who come from various parts of these two continents, but are united by your desire to follow the authentic teaching of Christ concerning the family and concerning human life. Your contribution to the development of your own culture, your own society and your own nation depends greatly on the manner in which you live your vocation as families and to the extent that you help other families to do likewise. I stressed this point in addressing the families of Kenya, when I said: “The strength and vitality of any country will only be as great as the strength and vitality of the family within that country. For this reason Christian couples have an irreplaceable role in today’s world. The generous love and fidelity of husband and wife offer stability and hope to a world torn by hatred and division. By their lifelong perseverance in life-giving love they show the unbreakable and sacred character of the sacramental marriage bond. At the same time, it is the Christian family that most simply and most profoundly promotes the dignity and worth of human life from the moment of its conception” (4).
3. IOANNIS PAULI PP. II, Allocutio ad Sacrum Cardinalium Collegium, 13, die 22 dec. 1980: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, III, 2 (1980) 1774 [1980 12 22/13].
4. IOANNIS PAULI PP. II, Homilia Nairobiae, in magnis hortis v.d. Uhuru Park, habita, 7, die 7 maii 1980:Insegnamenti di Giovanni Paolo II, III, 1 (1980) 1201 [1980 05 07a/1].
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3. It is only in this broad context of God’s design for the family and for the creation of new life that one can consider the more specific question of the regulation of births. The wisdom of the Creator has enriched human sexuality with great values and a special dignity (5). The vocation of Christian couples is to realize these values in their lives.
Perhaps the most urgent need today is to develop an authentic philosophy of life and of the transmission of life, considered precisely as “procreation”, that is, as discovering and collaborating with the design of God the Creator.
The design of the Creator has provided the human organism with structures and functions to assist couples in arriving at responsible parenthood. “In fact, as experience bears witness, not every conjugal act is followed by new life. God has wisely disposed natural laws and rhythms of fecundity which, of themselves, cause a separation in the succession of births” (6).
The plan of the Creator is impressed not only on the human spirit. How sad it is to note that the spirit of so many men and women has drifted away from this divine plan! For so many men and women of our time new life is looked on as a threat and something to be feared; others, intoxicated with the technical possibilities offered by scientific progress, wish to manipulate the process of the transmission of life and, following only the subjective criteria of personal satisfaction, are prepared even to destroy newly conceived life.
The Christian vision and attitude must be quite different: inspired by objective moral standards based on an authentic and allembracing vision of the human person, the Christian stands in awe of all the laws that God has impressed on the body and spirit of man. Your task as Christian experts is to discover, understand better and treasure these laws, and to assist couples and all men and women of good will to appreciate the life-giving faculty which God has given them in trust, to be used according to his design.
Seen in this profound context of God’s design for marriage and of the vocation to married life, your task will never be reduced to a question of presenting one or other biological method, much less to any watering down of the challenging call of the infinite God. Rather your task is, in view of the situation of each couple, to see which method or combination of methods best helps them to respond as they ought to the demands of God’s call.
Your task then in above all to lead the men and women of our time to that true communion of life, love and grace which is the rich ideal of Cristian marriage, appreciating the essential inseparability of the unitive and procreative aspects of the conjugal act.
In his Encyclical “Humanae Vitae”, referred to so often during the recent Synod as “a prophetic Encyclical”, Paul VI noted that he believed “that people of our day are particularly capable of grasping the deeply reasonable and human character of this principle” (7) It is our task, as apostles of human life, to assist the men and women of our time to arrive at this authentic vision through a solid and consistent catechesis of life. [...]
Il Concilio Vaticano II ha opportunamente ricordato che “i figli sono il preziosissimo dono del matrimonio e contribuiscono massimamente al bene dei genitori” (8). È necessario, pertanto, offrire ai coniugi tutti gli aiuti opportuni, perchè corrispondano in modo adeguato alla loro vocazione, quella cioè di “cooperare con l’amore del Creatore e del Salvatore, che attraverso di loro continuamente dilata ed arricchisce la sua famiglia” (9).
Ciò gioverà, altresì, alla realizzazione più piena del loro reciproco amore. Non vivendo, infatti, la loro unione semplicemente per se stessi, ma anche per altri, cioè per i figli, essi scopriranno un modo nuovo di intesa e di presenza reciproca: i figli diventeranno i testimoni del loro amore e ciascun coniuge potrà riconoscere in essi la presenza viva dell’altro.
[Insegnamenti GP II, 4/1, 80-85]
5. Cfr. Gaudium et spes, 49 [1965 12 07c/49].
6. PAULI VI, Humanae vitae, 11 [1968 07 25/11].
7. PAULI VI, Humanae vitae, 12 [1968 07 25/12].
8. Gaudium et spes, 50 [1965 12 07c/50].
9. Ibid.