[1039] • JUAN PABLO II (1978-2005) • ILUMINACIÓN RECÍPROCA ENTRE MATRIMONIO Y CONTINENCIA
Alocución Continuiamo a riflettere, en la Audiencia General, 31 marzo 1982
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1. Continuamos reflexionando sobre el tema del celibato y de la virginidad por el reino de los cielos, basándonos en el texto del Evangelio según Mateo (Mt 19, 10-12).
Al hablar de la continencia por el reino de los cielos y al fundarla sobre el ejemplo de su propia vida, Cristo deseaba, sin duda, que sus discípulos la entendiesen sobre todo con relación al “reino”, que Él había venido a anunciar y para el que indicaba los caminos justos. La continencia, de la que hablaba, es precisamente uno de estos caminos, y como se deduce ya del contexto del Evangelio de Mateo, es un camino particularmente válido y privilegiado. En efecto, la preferencia dada al celibato y a la virginidad “por el reino” era una novedad absoluta frente a la tradición de la Antigua Alianza, y tenía un significado determinante, tanto para el ethos como para la teología del cuerpo.
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2. Cristo, en su enunciado, pone de relieve sobre todo su finalidad. Dice que el camino de la continencia, del que Él mismo da testimonio con la propia vida, no sólo existe y no sólo es posible, sino que es particularmente válido e importante “por el reino de los cielos”. Y así debe ser, pues que el mismo Cristo lo eligió para Sí. Y si este camino es tan válido e importante, a la continencia por el reino de los cielos debe corresponder un valor particular. Como ya hemos insinuado anteriormente, Cristo no afrontaba el problema al mismo nivel y en la misma línea de razonamiento en que lo planteaban los discípulos, cuando decían: “Si tal es la condición... preferible es no casarse” (Mt 19, 10). Estas palabras ocultaban en el fondo un cierto utilitarismo. En cambio, Cristo indica indirectamente en su respuesta que, si el matrimonio, fiel a la institución originaria del Creador (recordemos que el Maestro precisamente en este punto se refería al “principio”), posee una plena congruencia y valor por el reino de los cielos, valor fundamental, universal y ordinario; la continencia, por su parte, posee un valor particular y “excepcional” por este reino. Es obvio que se trata de la continencia elegida conscientemente por motivos sobrenaturales.
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3. Si Cristo en su enunciado pone de relieve, ante todo, la finalidad sobrenatural de esa continencia, lo hace en sentido no sólo objetivo, sino también explícitamente subjetivo, esto es, señala la necesidad de una motivación tal que corresponda de modo adecuado y pleno a la finalidad objetiva que se manifiesta en la expresión “por el reino de los cielos”. Para realizar el fin de que se trata –esto es, para descubrir en la continencia esa particular fecundidad espiritual que proviene del Espíritu Santo– es necesario quererla y elegirla en virtud de una fe profunda, que no nos muestra sólo el reino de Dios en su cumplimiento futuro, sino que nos permite y hace posible de modo especial identificarnos con la verdad y la realidad de ese reino, tal como lo revela Cristo en su mensaje evangélico y, sobre todo, con el ejemplo personal de su vida y de su comportamiento. Por esto, se ha dicho antes que la continencia “por el reino de los cielos” –en cuanto signo indudable del “otro mundo”– lleva en sí, sobre todo, el dinamismo interior del misterio de la redención del cuerpo (cf. Lc 20, 35), y en este sentido posee también la característica de una semejanza particular con Cristo. El que elige conscientemente esta continencia, elige, en cierto modo, una participación especial en el misterio de la redención (del cuerpo); quiere completarla de modo particular, por así decirlo, en la propia carne (cf. Col 1, 24), encontrando en esto también la impronta de una semejanza con Cristo.
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4. Todo esto se refiere a las motivaciones de la opción (o sea, a su finalidad en sentido subjetivo): al elegir la continencia por el reino de los cielos, el hombre “debe” dejarse guiar precisamente por esta motivación. Cristo, en el caso considerado, no dice que el hombre esté obligado a ello (en todo caso, no se trata ciertamente del deber que brota de un mandamiento); sin embargo, no cabe duda de que sus concisas palabras sobre la continencia “por el reino de los cielos” ponen fuertemente de relieve precisamente su motivación. Y la ponen de relieve (es decir, indican la finalidad de la que el sujeto es consciente), tanto en la primera parte de todo el enunciado, como también en la segunda, indicando que aquí se trata de una opción particular, esto es, propia de una vocación más bien excepcional, no universal y ordinaria. Al comienzo, en la primera parte de su enunciado, Cristo habla de un entendimiento (“no todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado”: Mt 19, 11); y se trata no de un “entendimiento” en abstracto, sino capaz de influir en la decisión, en la opción personal, en la cual el “don”, esto es, la gracia, debe hallar una resonancia adecuada en la voluntad humana. Este “entendimiento” incluye, pues, la motivación. Luego, la motivación influye en la elección de la continencia, aceptada después de haber comprendido su significado “por el reino de los cielos”. Cristo, en la segunda parte de su enunciado, declara, pues, que el hombre “se hace” eunuco cuando elige la continencia por el reino de los cielos y hace de ella la situación fundamental, o sea, el estado de toda la propia vida terrena. En una decisión consolidada subsiste la motivación sobrenatural, por la que fue originada la decisión misma. Subsiste, diría renovándose continuamente.
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5. Ya nos hemos fijado anteriormente en el significado particular de la última afirmación. Si Cristo, en el caso citado, habla de “hacerse” eunuco, pone de relieve el peso específico de esta decisión, que se explica por la motivación nacida de una fe profunda, pero al mismo tiempo no oculta el gravamen que esta decisión y sus consecuencias persistentes pueden traer al hombre, a las normales (y por otra parte nobles) inclinaciones de su naturaleza.
La apelación “al principio” en el problema del matrimonio nos ha permitido descubrir toda la belleza originaria de esta vocación del hombre, varón y mujer: vocación que proviene de Dios y corresponde a la constitución doble del hombre, así como a la llamada de la “comunicación de las personas”. Al predicar la continencia por el reino de los cielos, Cristo no sólo se pronuncia contra toda la tradición de la Antigua Alianza, según la cual el matrimonio y la procreación estaban, como hemos dicho, religiosamente privilegiados, sino que se pronuncia también, de algún modo, en contraste con ese “principio” al que Él mismo apeló y quizá, también por esto, matiza las propias palabras con esa particular “regla de entendimiento”, a la que hemos aludido antes. El análisis del “principio” (especialmente basándonos en el texto yahvista) había demostrado, efectivamente, que, aunque sea posible concebir al hombre como solitario frente a Dios, sin embargo, Dios mismo lo sacó de esa “soledad” cuando dijo: “No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él” (Gén 2, 18).
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6. Así pues, la duplicidad varón-mujer propia de la constitución misma de la humanidad y la unidad de los dos que se basa en ella, permanecen “desde el principio” esto es, desde su misma profundidad ontológica, obra de Dios. Y Cristo, al hablar de la continencia “por el reino de los cielos”, tiene presente esta realidad. No sin razón habla de ella (según Mateo) en el contexto más inmediato, en el que hace referencia precisamente “al principio”, es decir, al principio divino del matrimonio en la constitución del hombre.
Sobre el fondo de las palabras de Cristo se puede afirmar que no sólo el matrimonio nos ayuda a entender la continencia por el reino de los cielos, sino también que la misma continencia arroja una luz particular sobre el matrimonio visto en el misterio de la creación y de la redención.
[DP (1982), 102]
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1. Continuiamo a riflettere sul tema del celibato e della verginità per il regno dei cieli, basandoci sul testo del Vangelo secondo Matteo (1).
Parlando della continenza per il regno dei cieli e fondandola sull’esempio della propria vita, Cristo desiderava, senza dubbio, che i suoi discepoli la intendessero soprattutto in rapporto al “regno”, che Egli era venuto ad annunziare e per il quale indicava le giuste vie. La continenza, di cui parlava, è appunto una di queste vie e, come risulta già dal contesto del Vangelo di Matteo, è una via particolarmente valida e privilegiata. Infatti, quella preferenza data al celibato e alla verginità “per il regno” era una novità assoluta nei confronti, della tradizione dell’Antica Alleanza, e aveva un significato determinante sia per l’ethos che per la teologia del corpo.
1. Cfr. Matth. 19, 10-12.
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2. Cristo, nel suo enunciato, ne rileva soprattutto la finalità. Dice che la via della continenza, di cui Egli stesso dà testimonianza con la propria vita, non solo esiste e non soltanto è possibile, ma è particolarmente valida e importante “per il regno dei cieli”. E tale deve essere, dato che lo stesso Cristo l’ha scelta per sè. E se questa via è così valida e importante, alla continenza per il regno dei cieli deve spettare un particolare valore. Come già abbiamo accennato in precedenza, Cristo non affrontava il problema sul medesimo livello e nella stessa linea di ragionamento, in cui lo ponevano i discepoli, quando dicevano: “Se questa è la condizione... non conviene sposarsi” (2). Le loro parole celavano sullo sfondo un certo utilitarismo. Cristo, invece, nella sua risposta ha indicato indirettamente che, se il matrimonio, fedele alla originaria istituzione del Creatore (ricordiamo che il Maestro proprio a questo punto si riferiva al “principio”), possiede una sua piena congruenza e valore per il regno dei cieli, valore fondamentale, universale e ordinario, da parte sua la continenza possiede per questo regno un valore particolare ed “eccezionale”. È ovvio che si tratti della continenza scelta coscientemente per motivi soprannaturali.
2. Matth. 19, 10.
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3. Se Cristo rileva nel suo enunciato, innanzitutto, la finalità soprannaturale di quella continenza, lo fa in senso non solo oggettivo, ma anche esplicitamente soggettivo, cioè indica la necessità di una motivazione tale che corrisponda in modo adeguato e pieno alla finalità oggettiva che viene dichiarata dall’espressione “per il regno dei cieli”. Per realizzare il fine di cui si tratta –cioè per riscoprire nella continenza quella particolare fecondità spirituale che proviene dallo Spirito Santo– bisogna volerla e sceglierla in virtù di una fede profonda, che non ci mostra soltanto il regno di Dio nel suo compimento futuro, ma ci consente e rende possibile in modo particolare di immedesimarci con la verità e la realtà di quel regno, così come esso viene rivelato da Cristo nel suo messaggio evangelico e soprattutto con l’esempio personale della sua vita e del suo comportamento. Perciò, si è detto sopra che la continenza “per il regno dei cieli” –in quanto indubbio segno dell’“altro mondo”– porta in sè soprattutto il dinamismo interiore del mistero della redenzione del corpo (3), e in questo significato possiede anche la caratteristica di una particolare somiglianza con Cristo. Chi sceglie consapevolmente tale continenza, sceglie, in un certo senso, una particolare partecipazione al mistero della redenzione (del corpo); vuole in modo particolare completarla per così dire nella propria carne (4), trovando in ciò anche l’impronta di una somiglianza con Cristo.
3. Cfr. Luc. 20, 35.
4. Cfr. Col. 1, 24.
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4. Tutto questo si riferisce alla motivazione della scelta (ossia alla sua finalità in senso soggettivo): scegliendo la continenza per il regno dei cieli, l’uomo “deve” lasciarsi guidare appunto da tale motivazione. Cristo, nel caso in questione, non dice che l’uomo vi è obbligato (in ogni caso non si tratta certamente del dovere che scaturisce da un comandamento); tuttavia, senza dubbio, le sue concise parole sulla continenza “per il regno dei cieli” pongono fortemente in rilievo proprio la sua motivazione. Ed esse la rilevano (cioè indicano la finalità, di cui il soggetto è consapevole), sia nella prima parte di tutto l’enunciato, sia anche nella seconda, indicando che qui si tratta di una scelta particolare: propria cioè di una vocazione piuttosto eccezionale che non universale e ordinaria. All’inizio, nella prima parte del suo enunciato, Cristo parla di un intendimento (“non tutti possono capirlo, ma solo coloro ai quali è stato concesso”)5; e si tratta non di un “intendimento” in astratto, bensì tale da influire sulla decisione, sulla scelta personale, in cui il “dono”, cioè la grazia, deve trovare un’adeguata risonanza nella volontà umana. Tale “intendimento” coinvolge dunque la motivazione. In seguito, la motivazione influisce sulla scelta della continenza, accettata dopo averne compreso il significato “per il regno dei cieli”. Cristo, nella seconda parte del suo enunciato, dichiara quindi che l’uomo “si fa” eunuco quando sceglie la continenza per il regno dei cieli e ne fa la fondamentale situazione ovvero lo stato di tutta la propria vita terrena. In una decisione così consolidata sussiste la motivazione soprannaturale, da cui la decisione stessa fu originata. Sussiste rinnovandosi, direi, continuamente.
5. Matth. 19, 11.
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5. Abbiamo già in precedenza volto l’attenzione al particolare significato dell’ultima affermazione. Se Cristo, nel caso citato, parla del “farsi” eunuco, non soltanto pone in rilievo il peso specifico di questa decisione, che si spiega con la motivazione nata da una fede profonda, ma non cerca nemmeno di nascondere il travaglio, che tale decisione e le sue persistenti conseguenze possono avere per l’uomo, per le normali (e d’altronde nobili) inclinazioni della sua natura.
Il richiamo “al principio” nel problema del matrimonio ci ha consentito di scoprire tutta la bellezza originaria di quella vocazione dell’uomo, maschio o femmina: vocazione, che proviene da Dio e corrisponde alla duplice costituzione dell’uomo, nonchè alla chiamata alla “comunione delle persone”. Predicando la continenza per li regno di Dio, Cristo non soltanto si pronunzia contro tutta la tradizione dell’Antica Alleanza, secondo cui il matrimonio e la procreazione erano, come abbiamo detto, religiosamente privilegiati, ma si pronuncia, in un certo senso, anche in contrasto con quel “principio”, a cui Egli stesso ha fatto richiamo e forse anche per questo sfuma le proprie parole con quella particolare “regola di intendimento”, a cui abbiamo sopra accennato. L’analisi del “principio” (specialmente in base al testo jahvista) aveva dimostrato infatti che, sebbene sia possibile concepire l’uomo come solitario di fronte a Dio, tuttavia Dio stesso lo trasse da questa “solitudine” quando disse: “Non è bene che l’uomo sia solo: gli voglio fare un aiuto che gli sia simile” (6).
6. Gen. 2, 18.
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6. Così, dunque, la duplicità maschio-femmina propria della costituzione stessa dell’umanità e l’unità dei due che si basa su di essa, rimangono “da principio”, cioè fino alla loro stessa profondità ontologica, opera di Dio. E Cristo, parlando della continenza “per il regno dei cieli”, ha davanti a sè questa realtà. Non senza ragione ne parla (secondo Matteo) nel contesto più immediato, in cui fa appunto riferimento “al principio”, cioè al principio divino del matrimonio nella costituzione stessa dell’uomo.
Sullo sfondo delle parole di Cristo si può asserire che non solo il matrimonio ci aiuta ad intendere la continenza per il regno dei cieli, ma anche la stessa continenza getta una luce particolare sul matrimomo visto nel mistero della Creazione e della Redenzione.
[Insegnamenti GP II, 5/1, 1047-1050]