[1049] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL AMOR EN LA FAMILIA, GARANTÍA DEL FUTURO DE LA HUMANIDAD
De la Homilía en la Misa para las familias, York (Gran Bretaña), 31 mayo 1982
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2. En el matrimonio, un hombre y una mujer se comprometen mutuamente mediante un inquebrantable lazo de total y mutua entrega. Una unión total de amor. Amor que no es una emoción pasajera o un apasionamiento temporal, sino una decisión libre y responsable de unirse por completo, en los momentos buenos y en los malos, al propio cónyuge. Es el don de uno mismo al otro. Es un amor digno de ser proclamado a los ojos de todo el mundo. Es incondicional.
Ser capaces de tal amor exige una cuidadosa preparación desde la primera infancia hasta el día de la boda. Requiere el continuo apoyo de la Iglesia y de la sociedad a lo largo de su desarrollo.
El amor del esposo y de la esposa en el plan de Dios va más allá de uno mismo: se genera nueva vida; nace una familia. La familia es una comunidad de amor y de vida, un hogar en el que los hijos son acompañados hasta la madurez.
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3. El matrimonio es un sacramento. Los bautizados en el nombre del Señor Jesús están casados también en su nombre. Su amor es una participación en el amor de Dios. Él es su fuente. Los matrimonios de parejas cristianas, hoy renovados y bendecidos, son imágenes terrenas de la maravilla de Dios: la amorosa comunión, generadora de vida, de Tres Personas en un solo Dios, y de la alianza de Dios en Cristo con la Iglesia.
El matrimonio cristiano es un sacramento de salvación. Es el camino hacia la santidad para todos los miembros de una familia. Así, pues, con todo mi corazón, os pido encarecidamente que vuestros hogares sean centros de oración; hogares en los que las familias se encuentren a gusto en la presencia de Dios; hogares a los que otros son invitados a compartir la hospitalidad, la oración y la alabanza a Dios: “Dando gracias a Dios en vuestros corazones, cantad a Dios salmos, himnos y cánticos espirituales; y todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por Él” (Col 3, 16-17).
En vuestro país hay muchos matrimonios entre católicos y otros bautizados cristianos. A veces estas parejas experimentan especiales dificultades. A estas familias les digo: vivid en vuestro matrimonio las esperanzas y dificultades del camino hacia la unidad cristiana. Manifestad esta esperanza en la oración común, en la unidad del amor. Invitad a vuestros corazones y a vuestros hogares al Espíritu Santo de amor. Él os ayudará a crecer en la confianza y en la comprensión.
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4. Hermanos y hermanas: “Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones... La palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente (Col 3, 15. 16).
Recientemente escribí una Exhortación Apostólica a toda la Iglesia católica sobre la misión de la familia cristiana en el mundo contemporáneo. En esa Exhortación subrayaba los aspectos positivos de la vida familiar hoy, que incluyen: una conciencia más viva de la libertad personal y una mayor atención a la cualidad de las relaciones interpersonales en el matrimonio, una mayor atención a la promoción de la dignidad de la mujer, a la procreación responsable, a la educación de los hijos. Pero, al mismo tiempo, no podía dejar de llamar la atención sobre los fenómenos negativos: una corrupción de la idea y de la experiencia de la libertad, con la subsiguiente auto-concentración en las relaciones humanas; graves concepciones equivocadas sobre la relación entre padres e hijos; creciente número de divorcios; la plaga del aborto; la difusión de una mentalidad contraconceptiva, contraria a la vida. Junto a estas fuerzas destructivas, están las condiciones sociales y económicas que afectan a millones de seres humanos, minando la fuerza y la estabilidad del matrimonio y de la vida en familia. A todo esto podemos sumar el ataque cultural contra la familia dirigido por quienes piensan que la vida matrimonial es “irrelevante” y está “desfasada”. Todo esto constituye un serio reto a la sociedad y a la Iglesia. Como escribí en aquella ocasión: “La historia no es simplemente un progreso necesario hacia lo mejor sino más bien un acontecimiento de libertad, más aún, un combate entre libertades que se oponen entre sí” (Familiaris consortio, 6).
Matrimonios, quiero manifestaros las esperanzas e ideales que sostienen la visión cristiana del matrimonio y de la vida familiar. Encontraréis la fortaleza para ser fieles a vuestro matrimonio en vuestro amor a Dios, en vuestro amor mutuo y en el amor a vuestros hijos. Que este amor sea la roca que se mantiene firme frente a las tormentas y las tentaciones. Qué mejor bendición podría desear el Papa a vuestras familias que la que San Pablo dirigió a los cristianos de Colosas: “Revestíos de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, longanimidad, soportándoos y perdonándoos mutuamente siempre que alguno diera a otro motivo de queja. Como el Señor os perdonó, así también perdonaos vosotros. Pero por encima de todo esto, vestíos de la caridad” (Col 3, 12-14).
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5. Ser padre hoy lleva consigo sinsabores y dificultades, al mismo tiempo que alegrías y satisfacciones. Vuestros hijos son vuestro tesoro. Os quieren mucho, aunque a veces les resulte difícil expresar ese amor. Buscan independencia y son refractarios al conformismo. A veces desean rechazar la tradición, e incluso su fe.
Se dice que en la familia hay que construir puentes, no romperlos: y podemos diseñar nuevas expresiones de sabiduría y verdad a partir del encuentro de la experiencia y la búsqueda. El vuestro es un auténtico y verdadero ministerio en la Iglesia. Abrid las puertas de vuestro hogar y de vuestro corazón a todas las generaciones de vuestra familia.
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6. No podemos pasar por alto el hecho de que algunos matrimonios fracasan. Pero, a pesar de todo, nuestro deber es el de proclamar el verdadero plan de Dios sobre el amor matrimonial e insistir en la fidelidad a dicho plan, mientras vamos caminando hacia la plenitud de la vida en el reino de los cielos. No olvidemos que el amor de Dios por su pueblo, el amor de Cristo por la Iglesia, es eterno y nunca puede ser destruido. Y la alianza entre un hombre y una mujer unidos en matrimonio cristiano es indisoluble e irrevocable como este amor (cf. AAS 71, 1979, pág. 1224). Esta verdad sirve de gran consuelo al mundo, y precisamente porque algunos matrimonios fracasan, la Iglesia y todos sus miembros necesitan aún más proclamarla con fidelidad.
Cristo mismo, fuente viva de gracia y misericordia, está cerca de todos aquellos cuyo matrimonio ha conocido pruebas, sufrimientos o angustias. A través de todas las edades, innumerable gente casada ha sacado del misterio pascual de la cruz y la resurrección de Cristo la fortaleza necesaria para dar testimonio cristiano (a veces con mucha dificultad) de la indisolubilidad del matrimonio cristiano. Y todos los esfuerzos de los cristianos por dar fiel testimonio de la ley de Dios, a pesar de la debilidad humana, no han sido en vano. Estos esfuerzos son la respuesta que el hombre da, mediante la gracia, a un Dios que ha sido el primero en amarnos y que se ha entregado por nosotros.
Como expliqué en mi Exhortación Apostólica Familiaris consortio, la Iglesia está vitalmente interesada en el cuidado pastoral de la familia en todos los casos difíciles. Debemos tender la mano con amor (el amor de Cristo) a todos los que han conocido el dolor del fracaso matrimonial; a cuantos conocen el desamparo de tener que criar una familia ellos solos; a aquellos cuya vida familiar se ve dominada por la tragedia o por enfermedades físicas o mentales. Alabo a todos los que ayudan a la gente herida por el derrumbamiento de su matrimonio haciéndoles ver la compasión de Cristo y aconsejándoles según la verdad de Cristo.
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7. A las autoridades públicas, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, les digo: cuidad a vuestras familias como si se tratase de tesoros. Proteged sus derechos. Ayudad a la familia con vuestras leyes y vuestra administración. Permitid que sea oída la voz de la familia en la elaboración de vuestra política. El futuro de vuestra sociedad, el futuro de la humanidad, pasa por la familia.
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8. Hermanos y hermanas en Cristo, que vais a renovar las promesas del día de vuestro matrimonio. Que vuestras palabras expresen una vez más la verdad que está en vuestro corazón y que generen amor y fidelidad en vuestras familias. Aseguraros que vuestras familias sean auténticas comunidades de amor. Permitid que ese amor llegue a otras personas, cercanas y lejanas. Que llegue especialmente a la gente de vuestro vecindario que se encuentra sola o con excesivas cargas, a los pobres y a los marginados. De este modo construiréis una sociedad en paz, pues la paz requiere confianza, y la confianza es hija del amor, y el amor nace en la cuna familiar.
Hoy y siempre, que Dios os bendiga a todos y a todas las familias de esta región. Amén.
[DP (1982), 167]
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2. In a marriage a man and a woman pledge themselves to one another in an unbreakable alliance of total mutual self-giving. A total union of love. Love that is not a passing emotion or temporary infatuation; but a responsible and free decision to bind oneself completely, “in good times and in bad”, to one’s partner. It is the gift of oneself to the other. It is a love to be proclaimed before the eyes of the whole world. It is unconditional.
To be capable of such love calls for careful preparation from early childhood to wedding day. It requires the constant support of Church and society throughout its development.
The love of husband and wife in God’s Plan leads beyond itself and new life is generated, a family is born. The family is a community of love and life, a home in which children are guided to maturity.
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3. Marriage is a holy sacrament. Those baptized in the name of the Lord Jesus are married in his name also. Their love is a sharing in the love of God. Te is its source. The marriages of Christian couples, today renewed and blessed, are images on earth of the wonder of God, the loving, life-giving communion of Three Persons in one God, and of God’s covenant in Christ, with the Church.
Christian marriage is a sacrament of salvation. It is the pathway to holiness for all members of a family. With all my heart, therefore, I urge that your homes be centres of prayer; homes where families are at ease in the presence of God; homes to which others are invited to share hospitality, prayer and the praise of God: “With gratitude in your hearts sing psalm and hymns and inspired songs to God; and never say or do anything except in the name of the Lord Jesus Christ, giving thanks to God the Father through him” (1).
In your country, there are many marriages between Catholics and other baptized Christians. Sometimes these couples experience special difficulties. To these families I say: You live in your marriage the hopes and difficulties of the path to Christian unity. Express that hope in prayer together, in the unity of love. Together invite the Holy Spirit of love into your hearts and into your homes. He will help you to grow in trust and understanding.
1. Col. 3, 16-17.
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4. Brothers and sisters, “May the peace of Christ reign in your hearts... let the message of Christ, in all its richness, find a home with you” (2).
Recently I wrote an Apostolic Exhortation to the whole Catholic Church regarding the role of the Christian Family in the modern world. In that Exhortation I underlined the positive aspects of family life today, which include: a more lively awareness of personal freedom and greater attention to the quality of interpersonal relationships in marriage, grater attention to promoting the dignity of women, to responsible procreation, to the education of children. But at the same time I could not fad to draw attention to the negative phenomena: a corruption of the idea and experience of freedom, with consequent self-centredness in human relations; serious misconceptions regarding the relationship between parents and children; the growing number of divorces; the scourge of abortion; the spread of a contraceptive and anti-life mentality. Besides these destructive forces, there are social and economic conditions which affect millions of human beings, undermining the strength and stability of marriage and family life. In addition there is the cultural onslaught against the family by those who attack married life as “irrelevant” and “outdated”. All of this is a serious challenge to society and to the Church. As I wrote then: “History is not simply a fixed progression towards what is better, but rather an event of freedom, and even a struggle between freedoms that are in mutual conflict” (3).
Married couples, I speak to you of the hopes and ideals that sustain the Christian vision of marriage and family life. You will find the strength to be faithful to your marriage vows in your love for God and your love for each other and for your children. Let this love be the rock that stands firm in the face of every storm and temptation. What better blessing could the Pope with for your families than what Saint Paul wished for the Christians of Colossae: “Be clothed in sincere compassion, in kindness and humility, gentleness and patience. Bear with one another; forgive each other as soon as a quarrel begins. The Lord has forgiven you; now you must do the same. Over all these clothes... put on love” (4).
2. Col. 3, 15. 16.
3. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 6 [1981 11 22/6].
4. Col. 3, 12-14.
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5. Being a parent today brings worries and difficulties, as well as joys and satisfactions. Your children are your treasure. They love you very much, even if they sometimes find it hard to express that love. They look for independence and are reluctant to conform. Sometimes they wish to reject past traditions and even reject their faith.
In the family, bridges are meant to be built, not broken; and new expressions of wisdom and truth can be fashioned from the meeting of experience and enquiry. Yours is a true and proper ministry in the Church. Open the doors of your home and of your heart to all the generations of your family.
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6. We cannot overlook the fact that some marriages fail. But still it is our duty to proclaim the true plan of God for all married love and to insist on fidelity to that plan, as we go towards the fullness of life in the Kingdom of heaven. Let us not forget that God’s love for his people, Christ’s love for the Church, is everlasting and can never be broken. And the convenant between a man and a woman joined in Christian marriage is as indissoluble and irrevocable as this love (5). This truth is a great consolation for the world, and because some marriages fail, there is an ever greater need for the Church and all her members to proclaim it faithfully.
Christ himself, the living source of grace and mercy, is close to all those whose marriage has known trial, pain, or anguish. Throughout the ages countless married people have drawn from the Paschal Mystery of Christ’s Cross and Resurrection the strength to bear Christian witness –at times very difficult– to the indissolubility of Christian marriage. And all the efforts of the Christian people to bear faithful witness to God’s law, despite human weakness, have not been in vain. These efforts are the human response made, through grace, to a God who has first loved us and who has given himself for us.
As I explained in my Apostolic Exhortation “Familiaris Consortio”, the Church is vitally concerned for the pastoral care of the family in all difficult cases. We must reach out with love –the love of Christ– to those who know the pain of failure in marriage; to those who know the loneliness of bringing up a family on their own; to those whose family life is dominated by tragedy or by illness of mind or body. I praise all those who help people wounded by the breakdown of their marriage, by showing them Christ’s compassion and counselling them according to Christ’s truth.
5. Cfr. AAS 71 (1979), 1224.
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7. To the public authorities, and to all men and women of good will, I say: treasure your families. Protect their rights. Support the family by your laws and administration. Allow the voice of the family to be heard in the making of your policies. The future of your society, the future of humanity, passes by way of the family.
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8. My brothers and sisters in Christ, who are now about to renew the promises of your wedding day: may your words express once more the truth that is in your heart and may they generate faithful love within your families. Make sure that your families are real communities of love. Allow that love to reach out to other people, near and far. Reach out especially to the lonely and burdened people of your neighbourhood, to the poor and to all those on the margin of society. In this way you will build up your society in peace, for peace requires trust, and trust is the child of love, and love comes to birth in the cradle of the fa mily.
Today and always, may God bless all of you, and all the families of Britain. Amen.
[Insegnamenti GP II, 5/2, 2008-2011]