[1097] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL SIGNIFICADO ESPONSAL DEL CUERPO HUMANO CORRESPONDE AL SIGNIFICADO ESPONSAL DE LA ALIANZA
Alocución Analizziamo ora, en la Audiencia General, 12 enero 1983
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1. Analizamos ahora la sacramentalidad del matrimonio bajo el aspecto del signo.
Cuando afirmamos que en la estructura del matrimonio como signo sacramental, entra esencialmente también el “lenguaje del cuerpo”, hacemos referencia a la larga tradición bíblica. Ésta tiene su origen en el Libro del Génesis (sobre todo 2, 23-25) y culmina definitivamente en la Carta a los Efesios (cfr. Ef 5, 21-33). Los Profetas del Antiguo Testamento han tenido un papel esencial en la formación de esta tradición. Al analizar los textos de Oseas, Ezequiel, Deutero-Isaías, y de otros profetas, nos hemos encontrado en el camino de esa gran analogía, cuya expresión última es la proclamación de la Nueva Alianza bajo la forma de un desposorio entre Cristo y la Iglesia (cfr. Ef 5, 21-33). Basándose en esta larga tradición, es posible hablar de un específico “profetismo del cuerpo”, tanto por el hecho de que encontramos esta analogía sobre todo en los Profetas, como mirando al contenido mismo de ella. Aquí el “profetismo del cuerpo” significa precisamente el “lenguaje del cuerpo”.
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2. La analogía parece tener dos estratos. En el estrato primero y fundamental, los Profetas presentan la comparación de la Alianza establecida entre Dios e Israel, como un matrimonio (lo que nos permitirá también comprender el matrimonio mismo como una alianza entre marido y mujer) (cfr. Prov 2, 17; Mal 2, 14). En este caso la Alianza nace de la iniciativa de Dios, Señor de Israel. El hecho de que, como Creador y Señor, Él establece alianza primero con Abraham y luego con Moisés, atestigua ya una elección particular. Y por esto, los Profetas, presuponiendo todo el contenido jurídico-moral de la Alianza, profundizan más, revelando una dimensión de ella incomparablemente más honda de la del simple “pacto”. Dios, al elegir a Israel, se ha unido con su pueblo mediante el amor y la gracia. Se ha ligado con vínculo particular, profundamente personal, y por esto Israel, aunque es un pueblo, es presentado en esta visión profética de la Alianza como “esposa” o “mujer”, en cierto sentido, pues, como persona:
“...Tu marido es tu Hacedor; / Yahvé de los ejércitos es su nombre, / y tu Redentor es el Santo de Israel, / que es el Dios del mundo todo. / ... / Dice tu Dios. / ... / No se apartará de ti mi amor / ni mi alianza de paz vacilará” (Is 54, 5. 6. 10).
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3. Yahvé es el Señor de Israel, pero se convirtió también en su Esposo. Los libros del Antiguo Testamento dan testimonio de la completa originalidad del “dominio” de Yahvé sobre su pueblo. A los otros aspectos del dominio de Yahvé, Señor de la Alianza y Padre de Israel, se añade uno nuevo revelado por los Profetas, esto es, la dimensión estupenda de este “dominio”, que es la dimensión nupcial. De este modo, lo absoluto del dominio resulta lo absoluto del amor. Con relación a este absoluto, la ruptura de la Alianza significa no sólo la infracción del “pacto” vinculada por la autoridad del supremo Legislador, sino la infidelidad y la traición: se trata de un golpe que incluso traspasa su corazón de Padre, de Esposo y de Señor.
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4. Si en la analogía utilizada por los Profetas se puede hablar de estratos, éste es, en cierto sentido, el estrato primero y fundamental. Puesto que la Alianza de Yahvé con Israel tiene el carácter de vínculo nupcial a semejanza del pacto conyugal, ese primer estrato de su analogía revela el segundo, que es precisamente el “lenguaje del cuerpo”. En primer lugar, pensamos en el lenguaje en sentido objetivo: los Profetas comparan la Alianza con el matrimonio, se remiten al sacramento primordial de que habla el Génesis 2, 24, donde el hombre y la mujer se hacen, por libre opción, “una sola carne”. Sin embargo, es característico del modo de expresarse los Profetas, el hecho de que, suponiendo el “lenguaje del cuerpo” en sentido objetivo, pasan simultáneamente a su significado subjetivo, o sea, por decirlo así, le permiten al cuerpo mismo hablar. En los textos proféticos de la Alianza, basándose en la analogía de la unión nupcial de los esposos, “habla” el cuerpo mismo; habla con su masculinidad o feminidad, habla con el misterioso lenguaje del don personal, habla, finalmente –y esto sucede con mayor frecuencia–, tanto con el lenguaje de la fidelidad, es decir, del amor, como con el de la infidelidad conyugal, esto es, con el del “adulterio”.
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5. Es sabido que fueron los diversos pecados del pueblo elegido –y sobre todo las frecuentes infidelidades relacionadas con el culto al Dios uno, esto es, las varias formas de idolatría– los que ofrecieron a los Profetas la oportunidad para las enunciaciones dichas. El Profeta del “adulterio” de Israel ha venido a ser de modo especial Oseas, que lo estigmatiza no sólo con las palabras, sino en cierto sentido también con hechos de significado simbólico: “Ve y toma por mujer a una prostituta y engendra hijos de prostitución, pues que se prostituye la tierra, apartándose de Yahvé” (Os 1, 2). Oseas pone de relieve todo el esplendor de la Alianza, de ese desposorio, en el que Yahvé se manifiesta Esposo-cónyuge sensible, afectuoso, dispuesto a perdonar, y a la vez exigente y severo. El “adulterio” y la “prostitución” de Israel constituyen un evidente contraste con el vínculo nupcial, sobre el que está basada la Alianza, lo mismo que, análogamente, el matrimonio del hombre con la mujer.
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6. Ezequiel estigmatiza de manera análoga la idolatría, valiéndose del símbolo del adulterio de Jerusalén (cfr. Ez 16) y, en otro pasaje, de Jerusalén y de Samaria (cfr. Ez 23); “Pasé yo junto a ti y te miré. Era tu tiempo el tiempo del amor...; me ligué a ti con juramento e hice alianza contigo, dice el Señor Yahvé, y fuiste mía” (Ez 16, 8). “Pero te envaneciste de tu hermosura y de tu nombradía y te diste al vicio, ofreciendo tu desnudez a cuantos pasaban, entregándote a ellos” (Ez 16, 15).
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7. En los textos proféticos el cuerpo humano habla un “lenguaje” del que no es el autor. Su autor es el hombre en cuanto varón o mujer, en cuanto esposo o esposa, el hombre con su vocación perenne a la comunión de las personas. Sin embargo, el hombre no es capaz, en cierto sentido, de expresar sin el cuerpo este lenguaje singular de su existencia personal y de su vocación. Ha sido constituido desde “el principio” de tal modo, que las palabras más profundas de espíritu: palabras de amor, de donación, de fidelidad, exigen un adecuado “lenguaje del cuerpo”. Y sin él no pueden ser expresadas plenamente. Sabemos por el Evangelio que esto se refiere tanto al matrimonio como a la continencia “por el reino de los cielos”.
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8. Los Profetas, como portavoces inspirados de la Alianza de Yahvé con Israel, tratan precisamente, mediante este “lenguaje del cuerpo”, de expresar tanto la profundidad nupcial de dicha Alianza, como todo lo que la contradice. Elogian la fidelidad, estigmatizan, en cambio, la infidelidad como “adulterio”; hablan, pues, según categorías éticas, contraponiendo recíprocamente el bien y el mal moral. La contraposición del bien y del mal es esencial para el ethos. Los textos proféticos tienen en este campo un significado esencial, como hemos visto ya en nuestras reflexiones precedentes. Pero parece que el “lenguaje del cuerpo” según los Profetas, no es únicamente un lenguaje del ethos, un elogio de la fidelidad y de la pureza, sino una condena del “adulterio” y de la “prostitución”. Efectivamente, para todo lenguaje, como expresión del conocimiento, las categorías de la verdad y de la no-verdad (o sea, de lo falso) son esenciales. En los textos de los Profetas que descubren la analogía de la Alianza de Yahvé con Israel en el matrimonio, el cuerpo dice la verdad mediante la fidelidad y el amor conyugal, y, cuando comete “adulterio” dice la mentira, comete la falsedad.
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9. No se trata aquí de sustituir las diferenciaciones éticas con las lógicas. Si los textos proféticos señalan la fidelidad conyugal y la castidad como “verdad”, y el adulterio, en cambio, o la prostitución, como no-verdad, como “falsedad” del lenguaje del cuerpo, eso sucede porque en el primer caso, el sujeto (= Israel como esposa) está concorde con el significado nupcial que corresponde al cuerpo humano (a causa de su masculinidad o feminidad) en la estructura integral de la persona; en cambio, en el segundo caso, el mismo sujeto está en contradicción y colisión con este significado.
Podemos decir, pues, que lo esencial para el matrimonio, como sacramento, es el “lenguaje del cuerpo” releído en la verdad. Precisamente mediante él se constituye, en efecto, el signo sacramental.
[DP (1983), 11]
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1. Analizziamo ora la sacramentalità del matrimonio sotto l’aspetto del segno.
Quando affermiamo che nella struttura del matrimonio quale segno sacramentale, entra essenzialmente anche il “linguaggio del corpo”, facciamo riferimento alla lunga tradizione biblica. Questa ha la sua origine nel Libro della Genesi (1) e trova il suo definitivo coronamento della Lettera agli Efesini (2). I Profeti dell’Antico Testamento hanno avuto un ruolo essenziale nel formare questa tradizione. Analizzando i testi di Osea, Ezechiele, Deutero-Isaia, e di altri profeti, ci siamo trovati sulla via di quella grande analogia, la cui espressione ultima è la proclamazione della Nuova Alleanza sotto forma di uno sposalizio tra Cristo e la Chiesa (3). In base a questa lunga tradizione, è possibile parlare di uno specifico “profetismo del corpo”, sia per il fatto che incontriamo questa analogia anzitutto nei Profeti, sia riguardo al contenuto stesso di essa. Qui, il “profetismo del corpo” significa appunto il “linguaggio del corpo”.
1. Speciatim Gen. 2, 23-25.
2. Cfr. Eph. 5, 21-33.
3. Cfr. Eph. 5, 21-33.
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2. L’analogia sembra avere due strati. Nello strato primo e fondamentale, i Profeti prospettano il paragone dell’Alleanza, stabilita tra Dio ed Israele, come un matrimonio (il che ci consentirà ancora di comprendere il matrimonio stesso come un’alleanza tra marito e moglie)4. In questo caso, l’Alleanza deriva dall’iniziativa di Dio, Signore di Israele. Il fatto che, come Creatore e Signore, egli stringe alleanza prima con Abramo e poi con Mosè, attesta già una elezione particolare. E perciò i Profeti, presupponendo tutto il contenuto giuridico-morale dell’Alleanza, vanno più in profondità, rivelandone una dimensione incomparabilmente più profonda di quella del solo “patto”. Dio, scegliendo Israele, si è unito col suo popolo mediante l’amore e la grazia. Si è legato con vincolo particolare, profondamente personale, e perciò Israele, sebbene sia un popolo, viene presentato in questa visione profetica dell’Alleanza come “sposa” o “moglie”, quindi, in certo senso, come persona:
“...Tuo sposo è il tuo Creatore, / Signore degli eserciti è il suo nome; / tuo redentore è il Santo di Israele / è chiamato Dio di tutta la terra. / ... / Dice il tuo Dio. / ... / Non si allontanerebbe da te il mio affetto / né vacillerebbe la mia alleanza di pace” (5).
4. Cfr. Prov. 2, 17; Mal. 2, 14.
5. Is. 54, 5. 6. 10.
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3. Jahvè è il Signore di Israele, ma divenne anche il suo Sposo. I libri del Vecchio Testamento attestano la completa originalità del “dominio” di Jahvè sul suo popolo. Agli altri aspetti del dominio di Jahvè, Signore dell’Alleanza e Padre di Israele, se ne aggiunge uno nuovo svelato dai Profeti, cioè la dimensione stupenda di questo “dominio”, che è la dimensione sponsale. In tal modo, l’assoluto del dominio risulta l’assoluto dell’amore. In rapporto a tale assoluto, la rottura dell’Alleanza significa non soltanto l’infrazione del “patto” collegata con l’autorità del supremo Legislatore, ma l’infedeltà e il tradimento: un colpo che addirittura trafigge il suo cuore di Padre, di Sposo e di Signore.
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4. Se, nell’analogia usata dai Profeti, si può parlare di strati, questo è in un certo senso lo strato primo e fondamentale. Dato che l’Alleanza di Jahvè con Israele ha il carattere di vincolo sponsale a somiglianza del patto coniugale, quel primo strato dell’analogia ne svela il secondo, che è appunto il “linguaggio del corpo”. Abbiamo qui in mente, in primo luogo, il linguaggio in senso oggettivo: i Profeti paragonano l’Alleanza al matrimonio, si riportano a quel sacramento primordiale di cui parla Genesi 2, 24, nel quale l’uomo e la donna diventano, per libera scelta, “una sola carne”. Tuttavia, è caratteristico del modo di esprimersi dei Profeti il fatto che, supponendo il “linguaggio del corpo” in senso oggettivo, essi passano, ad un tempo, al suo significato soggettivo: cioè consentono, per così dire, al corpo stesso di parlare. Nei testi profetici dell’Alleanza, in base all’analogia dell’unione sponsale dei coniugi, è il corpo stesso che “parla”; parla con la sua mascolinità o femminilità, parla con il misterioso linguaggio del dono personale, parla infine –e ciò avviene più spesso– sia col linguaggio della fedeltà cioè dell’amore, sia con quello dell’infedeltà coniugale, cioè dell’“adulterio”.
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5. È noto che sono stati i diversi peccati del popolo eletto –e soprattutto le frequenti infedeltà relative al culto del Dio uno, cioè varie forme di idolatria– a offrire ai Profeti l’occasione per le enunciazioni suddette. Il Profeta dell’“adulterio” di Israele è diventato in modo particolare Osea, che lo stigmatizza non solo con le parole, ma, in certo senso, anche con atti dal significato simbolico: “Va, prenditi in moglie una prostituta e abbi figli di prostituzione, poichè il paese non fa che prostituirsi allontanandosi dal Signore” (6). Osea pone in rilievo tutto lo splendore dell’Alleanza –di quello sposalizio, in cui Jahvè si dimostra sposo-coniuge sensibile, affettuoso, disposto a perdonare, ed insieme esigente e severo. L’“adulterio” e la “prostituzione” di Israele costituiscono un evidente contrasto col vincolo sponsale, su cui è basata l’Alleanza, così come, analogamente, il matrimonio dell’uomo con la donna.
6. Os. 1, 2.
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6. Ezechiele stigmatizza in modo analogo l’idolatria, servendosi del simbolo dell’adulterio di Gerusalemme (7) e, in un altro passo, di Gerusalemme e di Samaria (8); “Passai vicino a te e ti vidi; ecco la tua età era l’età dell’amore; ...giurai alleanza con te, dice il Signore Dio, e diventasti mia” (9). “Tu però, infatuata per la tua bellezza e approfittando della tua fama, ti sei prostituita concedendo i tuoi favori ad ogni passante” (10).
7. Cfr. Ez. 16.
8. Cfr. Ez. 23.
9. Ibid. 16, 8.
10. Ibid. 16, 15.
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7. Nei testi profetici, il corpo umano parla un “linguaggio”, di cui esso non è l’autore. Suo autore è l’uomo in quanto maschio o femmina, in quanto sposo o sposa –l’uomo con la sua perenne vocazione alla comunione delle persone. L’uomo, tuttavia, non è capace, in certo senso, di esprimere senza corpo questo linguaggio singolare della sua esistenza personale e della sua vocazione. Egli è stato costituito in tal modo già dal “principio”, così che le più profonde parole dello spirito: parole di amore, di donazione, di fedeltà –esigono un adeguato “linguaggio del corpo”. E senza di esso non possono essere pienamente espresse. Sappiamo dal Vangelo che ciò si riferisce sia al matrimonio sia alla continenza “per il regno dei cieli”.
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8. I Profeti, come ispirati portavoce dell’Alleanza di Jahvè con Israele, cercano appunto, mediante questo “linguaggio del corpo”, di es primere sia la profondità sponsale della suddetta Alleanza, sia tutto ciò che la contraddice. Elogiano la fedeltà, stigmatizzano invece l’infedeltà come “adulterio” –parlano dunque secondo categorie etiche, contrapponendo reciprocamente il bene e il male morale. La contrapposizione del bene e del male è essenziale per l’ethos. I testi profetici hanno in questo campo un significato essenziale, come abbiamo già rivelato nelle nostre precedenti riflessioni. Sembra, però, che il “linguaggio del corpo” secondo i Profeti non sia unicamente un linguaggio dell’ethos, un elogio della fedeltà e della purezza, nonchè una condanna dell’“adulterio” e della “prostituzione”. Infatti, per ogni linguaggio, quale espressione della conoscenza, le categorie della verità e della non-verità (ossia del falso) sono essenziali. Nei testi dei Profeti, che scorgono l’analogia dell’Alleanza di Jahvè con Israele nel matrimonio, il corpo dice la verità mediante la fedeltà e l’amore coniugale, e, quando commette “adulterio”, dice la menzogna, commette la falsità.
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9. Non si tratta qui di sostituire le differenziazioni etiche con quelle logiche. Se i testi profetici indicano la fedeltà coniugale e la castità come “verità”, e l’adulterio, invece, o la prostituzione, come non-verità, come “falsità” del linguaggio del corpo, ciò avviene perchè nel primo caso il soggetto (= Israele come sposa) è concorde col significato sponsale che corrisponde al corpo umano (a motivo della sua mascolinità o femminilità) nella struttura integrale della persona; nel secondo caso, invece, lo stesso soggetto è in contraddizione e collisione con questo significato.
Possiamo dunque dire che l’essenziale per il matrimonio come sacramento è il “linguaggio del corpo”, riletto nella verità. Proprio mediante esso si costituisce infatti il segno sacramentale.
[Insegnamenti GP II, 6/1, 100-104]