[1129] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LOS ESPOSOS, COOPERADORES CON EL AMOR CREADOR DE DIOS
Homilía en la Misa para los esposos, en la Basílica de San Pedro, 9 octubre 1983
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1. “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza... Creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó” (Gén 1, 26-27).
Queridos hermanos y hermanas, ministros del sacramento que os convierte en esposos en Jesucristo:
Os doy una cordial bienvenida y os saludo como a peregrinos del Santo Jubileo del Año de la Redención.
Dirijamos juntos la mirada a la obra eterna del Creador, que se perpetúa de generación en generación en el mundo creado.
Esta obra es todo ser humano, todo hombre y mujer creados a imagen de Dios. Cada uno de vosotros es expresión del amor eterno.
Con razón, pues, tras escuchar la lectura del Libro del Génesis hemos cantado el Salmo responsorial:
“Nuestro Dios es grande en amor”.
El amor de Dios se manifiesta en lo que es el hombre en la obra de la creación, hombre y mujer. Dios creador fue el primero en “ver” que “cuanto había hecho era muy bueno” (Gén 1, 31).
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2. Fijemos hoy los ojos en el designio eterno del Creador que inscribió un sacramento eterno en la obra de la creación del ser humano, hombre y mujer.
Este sacramento, el matrimonio, hoy pasa a ser función vuestra, tarea vuestra.
Hoy dais cumplimiento a estas palabras del Creador: “Abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gén 2, 24).
Desde hoy, ante Dios y los hombres seréis “una sola carne”, y esta unión tiene su fuente en el amor.
Dios, “grande en amor”, os acoge, como acogió al primer hombre y la primera mujer, creados por Él a su imagen y semejanza.
Por el sacramento os transformáis hoy en cooperadores del Creador y co-administradores de la obra de la creación. Sois llamados a poblar la tierra y someterla (cfr. Gén 1, 28).
Grandes son vuestra vocación y responsabilidad. En cuanto esposos, el Creador os llama a la procreación, a la procreación responsable.
Asumir la función de la paternidad responsable en el matrimonio quiere decir cooperar conscientemente en la acción del Creador. Quiere decir tratar el misterio de la vida con la mayor veneración. Profesar “de obra y en verdad” la santidad e inviolabilidad de la vida humana de la que os hacéis administradores en este sacramento. Esto significa también discernir los ritmos de la fecundidad humana y orientar vuestra paternidad según estos ritmos.
Todo ello entra en la cooperación consciente con el Creador.
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3. Dios creador es, al mismo tiempo, Padre. En Él está el prototipo supremo de vuestra vocación. Pues siendo esposos debéis llegar a ser padres: padre y madre.
Dios-creador os recibe hoy en Jesucristo, en cuanto Padre. El matrimonio, sacramento de la creación, pasa a ser en Jesucristo sacramento de la Nueva Alianza.
El Padre os acoge hoy como a hijos e hijas en el Hijo amado eternamente, os hace compartir el amor con que ha amado Cristo a su Iglesia: la “ha amado y... se ha entregado por ella” (Ef 5, 25). A este amor se refiere el autor de la Carta a los Efesios cuando escribe: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia...” (ib.).
Por tanto, estáis llamados al amor. Podéis haceros “una sola carne” sólo si existe en vosotros el amor que es don del Espíritu.
Y siendo “una sola carne” podréis convertiros en administradores del sacramento de la creación, sólo si estáis dispuestos a repetir de palabra, corazón y obra: “Dios es amor, amémonos unos a otros como Dios nos amó”.
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4. Amados hermanos y hermanas: Vosotros mismos presentís que esta alianza sacramental de alma y cuerpo que hoy establecéis, puede consolidarse únicamente en el amor. En el amor que procede de Dios.
Está grabado en el corazón humano y, al mismo tiempo, “es más grande” que él. Debe ser más grande para poder perdurar también cuando el corazón humano defrauda.
Así pues el Padre eterno saca la alianza del sacramento de los esposos no sólo de la obra de la creación sino también del amor con que Cristo nos ha amado a cada uno cuando “se entregó a sí mismo” (Ef 5, 25).
Este Cristo precisamente se encuentra ante vosotros hoy, queridos esposos “ministros del gran sacramento”, y dice: “Como el Padre me ha amado, así os he amado Yo. Permaneced en mi amor” (Jn 15, 9).
Cristo lo dice. Y ello constituye a la vez el augurio más grande que pueda haceros la Iglesia en este día solemne.
¡Permaneced en su amor!
No cese jamás de alimentarse vuestro amor en el amor con que amó Él. De este modo nunca se os agotará el amor. Jamás os defraudará. Ante vosotros se descubrirán aquella profundidad y madurez que corresponden a la vocación de esposos y padres, ministros responsables de la obra de la creación, colaboradores del Creador y del Padre.
“Os he hablado de esto –añade Cristo– para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud” (Jn 15, 11).
Hoy la Iglesia os desea este gozo.
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5. Tomamos parte en el Santo Jubileo del Año de la Redención mediante los sacramentos de la Iglesia. Hoy en este lugar venerable, la basílica de San Pedro, vosotros, queridos esposos, que procedéis de Italia y otros países, recibís el sacramento del matrimonio, fruto de la redención de Cristo que perdura en la Iglesia constantemente, y al mismo tiempo sois ministros de este sacramento, al administrároslo mutuamente el marido a la mujer y la mujer al marido.
Son expresión de ello las palabras de la promesa matrimonial que hacéis los dos.
El sacramento contiene en sí la gracia que consolida nuestra vida humana en Dios y la encamina constantemente a Dios. Sobre el fundamento espiritual y sobrenatural de la gracia divina se asienta el camino de vuestra redención que pasa por la construcción de la comunidad matrimonial y familiar. Por esto precisamente en la segunda lectura nos habla San Pablo con las palabras siguientes de la Carta a los Romanos: “Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable... para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom 12, 1-2).
Y a continuación el Apóstol enumera muchas notas de importancia extraordinaria en la construcción de la comunidad matrimonial y familiar:
“Que vuestra caridad no sea una farsa... como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros estimando a los demás más que a uno mismo... Que la esperanza os tenga alegres: estad firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración... practicad la hospitalidad... tened igualdad de trato unos con otros... haced el bien ante todos los hombres” (Rom 12, 9-17).
Queridos hermanos y hermanas: De la abundancia de la redención de Cristo se derrama hoy sobre vosotros la gracia del sacramento del matrimonio para que colaboréis con ella.
Mediante la cooperación se edifica la comunión matrimonial y familiar. En ella se apoya la unión indisoluble que os habéis prometido mutuamente hoy.
Acudid sin cesar a esta gracia sacramental en la oración y el comportamiento. Acudid a ella sobre todo cuando encontréis dificultades y pruebas en el camino.
¡Cristo desea estar siempre con vosotros!
[DP (1983), 277]
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1. “Facciamo l’uomo a nostra immagine, a nostra somiglianza... Dio creò l’uomo a sua immagine; a immagine di Dio lo creò; maschio e femmina li creò” (1).
Cari Fratelli e Sorelle! Ministri del Sacramento, mediante il quale divenite oggi sposi in Gesù Cristo! Vi do un cordiale benvenuto, e vi saluto come pellegrini del santo Giubileo dell’Anno della Redenzione.
Insieme con voi, fissiamo lo sguardo sull’eterna opera del Creatore, che dura nel mondo creato di generazione in generazione.
Quest’opera è ogni uomo: uomo e donna creati a immagine di Dio. Ciascuno di voi è espressione dell’amore eterno.
Quindi giustamente –dopo aver ascoltato la lettura del Libro della Genesi– abbiamo cantato il responsorio:
“Il nostro Dio è grande nell’amore”.
L’Amore di Dio si manifesta in ciò che è l’uomo nell’opera della creazione: uomo e donna. Dio creatore “vide” per primo che “quanto aveva fatto era cosa molto buona” (2).
1. Gen. 1, 26-27.
2. Gen. 1, 31.
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2. Oggi fissiamo gli occhi sull’eterno disegno del Creatore, che nell’opera della creazione dell’uomo –dell’uomo e della donna– ha inscritto l’eterno sacramento.
Questo sacramento, il matrimonio, che diventa oggi il vostro ruolo, la vostra parte.
Oggi voi adempite la parola del Creatore: “L’uomo abbandonerà suo padre e sua madre e si unirà a sua moglie e i due saranno una sola carne” (3).
Oggi diventate di fronte a Dio e agli uomini “una sola carne”, e tale unione ha la sua sorgente nell’amore.
Dio, che è “grande nell’amore”, vi accoglie, così come accolse quei primi –uomo e donna– che Egli aveva creato a sua immagine e somiglianza.
Oggi diventate, mediante il sacramento, cooperatoti del Creatore e coamministratori nell’opera della creazione. Siete chiamati a riempire la terra e a soggiogarla (4).
Grandi sono la vostra vocazione e la vostra responsabilità. Il Creatore vi chiama come sposi alla procreazione: alla procreazione responsabile.
Assumere nel matrimonio il compito della paternità responsabile, vuol dire cooperare coscientemente con l’azione del Creatore. Vuol dire trattare il mistero della vita con la massima venerazione. Professare in “opere e verità” la santità e l’inviolabilità della vita umana, di cui diventate in questo sacramento amministratori. Ciò significa anche discernere i ritmi della fecondità umana e secondo questi ritmi guidare la vostra paternità.
Tutto ciò appartiene alla cooperazione cosciente con il Creatore.
3. Ibid. 2, 24.
4. Cfr. Gen. 1, 28.
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3. Dio Creatore è, al tempo stesso, Padre. In lui è contenuto il supremo prototipo della vostra vocazione. Infatti come sposi dovete diventare genitori: padre e madre.
Dio-Creatore come Padre vi accoglie oggi in Gesù Cristo. Il matrimonio –sacramento della creazione– diventa in Gesù Cristo sacramento della Nuova Alleanza.
Il Padre vi accoglie oggi come figli e figlie nel Figlio eternamente amato, vi fa partecipare a quell’amore con cui Cristo ha amato la Chiesa: l’“ha amata... e ha dato se stesso per lei” (5). A quest’amore fa riferimento l’Autore della Lettera agli Efesini quando scrive: “E voi, mariti, amate le vostre mogli, come Cristo ha amato la Chiesa...” (6).
Siete quindi chiamati all’amore. Potete divenire “una sola carne” soltanto se in voi opera l’amore, che è il dono dello Spirito.
Potete divenire, in quanto “una sola carne”, amministratori del sacramento della creazione, soltanto se siete pronti a ripetere con la parola, col cuore e con l’opera: Dio è amore, amiamoci gli uni gli altri come Dio ci ha amati.
5. Eph. 5, 25.
6. Ibid.
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4. Cari Fratelli e Sorelle!
Voi stessi sentite che questa alleanza sacramentale delle anime e dei corpi, che oggi stringete, può essere consolidata soltanto nell’amore. In quell’amore. In quell’amore che proviene da Dio.
Esso è inscrito nel cuore umano, e contemporaneamente “è più grande” di questo cuore. Deve essere più grande, perchè possa perdurare anche quando il cuore umano delude.
Ecco: il Padre eterno trae l’alleanza del sacramento degli sposi non solo dall’opera della creazione, ma anche da quell’amore con il quale Cristo ha amato ciascuno di voi, quando “ha dato se stesso” (7).
Questo stesso Cristo si trova oggi dinanzi a voi, cari Sposi, “ministri del grande sacramento”, e dice: “Come il Padre ha amato me, così anch’io ho amato voi. Rimanete nel mio amore” (8).
Lo dice Cristo. E ciò è allo stesso tempo il più grande augurio che vi può fare la Chiesa in questo giorno solenne:
Rimanete nel suo amore!
Il vostro amore non cessi mai di attingere a quell’amore col quale Egli ha amato. Allora il vostro amore non si esaurirà mai. Esso non vi deluderà mai. Si sveleranno dinanzi a voi quella profondità e maturità che corrispondono alla vocazione di sposi e di genitori: ministri responsabili dell’opera della creazione, collaboratori del Creatore e del Padre.
“Questo vi ho detto –aggiunge Cristo– perchè la mia gioia sia in voi e la vostra gioia sia piena” (9).
La Chiesa vi augura oggi questa gioia.
7. Eph. 5, 25.
8. Io. 15, 9.
9. Io. 15, 11.
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5. Partecipiamo al Santo Giubileo dell’Anno della Redenzione mediante i sacramenti della Chiesa. Oggi –in questo luogo venerando, nella Basilica di San Pietro– voi, cari Sposi, che venite dall’Italia e da diversi Paesi, ricevete il sacramento del matrimonio come frutto della Redenzione di Cristo, che continuamente permane nella Chiesa. E allo stesso tempo siete ministri di questo sacramento, amministrandolo vicendevolmente: il marito alla moglie e la moglie al marito.
Espressione di ciò sono le parole della promessa matrimoniale, che tutti e due voi fate.
Il Sacramento porta in sè la Grazia che consolida la nostra vita umana in Dio e la indirizza constantemente a Dio. Sul fondamento spirituale e soprannaturale della Grazia divina sta posta la via della votra redenzione, che passa attraverso la costruzione della comunità matrimoniale e familiare. E perciò, nella seconda lettura, parla a noi San Paolo con le seguenti espressioni della Lettera ai Romani:
“Vi esorto dunque, fratelli, per la misericordia di Dio, ad offrire i vostri corpi come sacrificio vivente, santo e gradito a Dio; è questo il vostro culto spirituale... per poter discernere la volontà di Dio, ciò che è buono; a lui gradito e perfetto” (10).
E in seguito l’Apostolo dà molte indicazioni che hanno rilevante importanza per la costruzione della comunità matrimoniale e familiare:
“La carità non abbia finzioni... amatevi gli uni gli altri con affetto fraterno, gareggiate nello stimarvi a vicenda... Siate lieti nella speranza, forti nella tribolazione, perseveranti nella preghiera... premurosi nell’ ospitalità... Abbiate i medesimi sentimenti gli uni verso gli altri... Cercate di compiere il bene davanti a tutti gli uomini” (11).
Fratelli e Sorelle! La grazia del sacramento del matrimonio viene concessa oggi a voi dall’abbondanza della Redenzione di Cristo, perchè collaboriate con essa.
Mediante la cooperazione si costruisce la comunione matrimoniale e familiare. Su di essa si appoggia l’unità indissolubile che oggi reciprocamente vi siete promessa.
Ricorrete incessantemente a questa Grazia sacramentale nella preghiera e nel comportamento. Ricorrete in particolare ad essa, quando sulla vostra strada incontrerete difficoltà e prove.
Cristo desidera di essere con voi, sempre!
[Insegnamenti GP II, 6/2, 731-735]
10. Rom. 12, 1-2.
11. Rom. 12, 9-17.