[1299] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, “IGLESIA DOMÉSTICA”
De la Homilía en la Misa en el hipódromo “Belmont”, Perth (Australia), 30 noviembre 1986
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1. [...] La familia en el plan de Dios para la humanidad y para la Iglesia es el tema de esta celebración Eucarística. El Hijo de Dios, al hacerse hombre, dio origen a esta familia especial que la Iglesia venera como la Sagrada Familia de Nazaret: Jesús, María y José.
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2. Mi saludo a vosotros, familias de Perth y de Australia Occidental. A vosotros, esposos y esposas, padres y madres, hijos e hijas, abuelos, y a todos vosotros que lleváis en el corazón el bienestar de la familia. Mi saludo al arzobispo Foley y al arzobispo Goody, a los otros obispos, a los sacerdotes, religiosos y laicos: a cada persona presente aquí, así como a los que están unidos espiritualmente con nosotros para ofrecer el Cuerpo y la Sangre de Cristo en el Sacrificio de la Misa. Saludo a los representantes del Gobierno Estatal, a los funcionarios, a los representantes de todos los organismos públicos y de los grupos étnicos. Mi saludo también a los miembros de las otras Iglesias y Confesiones cristianas en el amor y la esperanza que compartimos en nuestro Señor Jesucristo.
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3. La familia es la Iglesia doméstica. Esta tradicional idea cristiana significa que el hogar es la Iglesia en pequeño. La Iglesia es el sacramento del amor de Dios. Es una comunión de fe y de vida. Es madre y maestra. Está al servicio de toda la familia humana que, como ella, avanza hacia su destino último. De la misma manera, la familia es una comunidad de vida y de amor. Educa y guía a sus miembros para su plena maduración humana y sirve al bien de todos a lo largo del camino de la vida. La familia es la “célula primera y vital de la sociedad” (Apostolicam actuositatem, 11; cfr. Familiaris consortio, 42). En el mismo sentido, es una imagen viva y una representación histórica del misterio de la Iglesia (cfr. Familiaris consortio, 49). El futuro del mundo y de la Iglesia, pasa a través de la familia (ib. 75).
No es, pues, sorprendente que la Iglesia haya dedicado tanta atención y reflexión en los últimos tiempos a cuestiones que afectan a la vida familiar y al matrimonio. Tampoco es sorprendente que gobiernos y organizaciones públicas estén constantemente comprometidos en asuntos que directa o indirectamente afectan al bienestar institucional del matrimonio y de la familia. Y es una experiencia universal que el buen funcionamiento de las relaciones en el matrimonio y en la familia es de la máxima importancia para el desarrollo y la felicidad de la persona humana.
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4. Las transformaciones económicas, sociales y culturales que acontecen en nuestro mundo tienen un efecto enorme sobre la forma de valorar el matrimonio y la familia. Como resultado, muchas parejas se encuentran inseguras en sus relaciones, y eso provoca en ellas inquietudes y sufrimiento. Sin embargo, otras muchas parejas están más firmes pues habiendo superado las nuevas presiones, ejercen más plenamente esas responsabilidades y amor particular de la alianza matrimonial que les hace considerar a los hijos como un don especial de Dios para ellos y para la sociedad. Como vaya la familia así irá la nación, y así irá el conjunto del mundo en el que vivimos.
Respecto a la familia, la sociedad necesita urgentemente “recuperar por parte de todos la conciencia de la primacía de los valores morales, que son los valores de la persona humana en cuanto tal”, y de esta manera, “comprender el sentido último de la vida y de sus valores” (7). Australia, una nación de tantas esperanzas, necesita conocer cómo proteger la familia y la estabilidad del amor matrimonial si quiere ser un lugar de paz y justicia.
7. Familiaris consortio, n. 8 [1981 11 22/8].
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5. La Iglesia en Australia y en todas partes tiene una misión específica: explicar y promover el plan de Dios sobre el matrimonio y la familia, ayudando a las parejas y a las familias a vivir de acuerdo con este plan. La Iglesia extiende la mano a todas las familias: en primer lugar a las familias cristianas que se esfuerzan en ser cada vez más fieles. Procura sostenerlas y acompañarlas en el camino de su maduración. Pero también extiende la mano con la misericordia del Corazón de Jesús, a todas las familias que atraviesan dificultades o están en situación irregular.
La Iglesia no puede decir que es bueno lo que es malo, ni considerar válido lo que es inválido. No puede dejar de proclamar la enseñanza de Cristo, incluso cuando esta enseñanza resulta difícil de aceptar. Sabe también que ha sido enviada a sanar, a reconciliar, a llamar a la conversión, a buscar lo que estaba perdido (cfr. Lc 15, 6). En consecuencia, la Iglesia intenta ayudar, con gran amor y paciencia, a todos los que encuentran dificultades en afrontar las exigencias del amor conyugal y de la vida familiar cristianas.
La caridad de Cristo sólo puede realizarse en la verdad: en la verdad sobre la vida, el amor y la responsabilidad. La Iglesia ha de proclamar a Cristo: el Camino, la Verdad y la Vida; actuando así, debe enseñar los valores y principios que corresponden a la vocación del hombre a la “novedad” de la vida en Cristo. La Iglesia es a veces incomprendida, como si no tuviera compasión por el hecho de sostener el plan original de Dios sobre el matrimonio y la familia: su plan para el amor humano y para la transmisión de la vida. La Iglesia es siempre amiga verdadera y fiel de la persona humana durante la peregrinación de su vida. Sabe que manteniendo la ley moral contribuye al establecimiento de una civilización auténticamente humana, retando constantemente a no abdicar de la responsabilidad personal con respecto a los imperativos éticos y morales (cfr. Humanae vitae, 18).
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6. “Venid, subamos al monte del Señor... Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas” (Is 2, 3). Con esta invitación el Profeta Isaías nos dice cómo hemos de responder a Dios, y esta respuesta se aplica también al plan de Dios sobre el matrimonio y la familia. A las parejas se les brinda la gracia y la fuerza del sacramento del Matrimonio precisamente para que puedan caminar por las sendas del Señor y seguir sus caminos, observando el plan que Cristo confirmó y ratificó para la familia. Este plan testifica lo que era “al principio” (cfr. Mt 19, 8); así lo quiso Dios en el principio para el bienestar y la felicidad de la familia. En el plan de Dios el Matrimonio requiere:
–el amor fiel y permanente del marido y de la mujer;
–una comunión indisoluble que “hunde sus raíces en el complemento natural que existe entre el hombre y la mujer y se alimenta mediante la voluntad personal de los esposos de compartir todo su proyecto de vida” (Familiaris consortio, 19);
–una comunidad de personas en la que el amor entre el marido y la mujer ha de ser plenamente humano, exclusivo y abierto a la vida (cfr. Familiaris consortio, 29).
El amor conyugal se consolida con el sacramento del Matrimonio de manera que pueda ser, cada vez más, una imagen real y efectiva de la unión que existe entre Cristo y la Iglesia (cfr. Ef 5, 32).
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7. Vosotros sabéis cuánto coraje cristiano necesitáis para cumplir los mandamientos de Dios en vuestras vidas y en vuestras familias. El coraje para decidirse cada día a robustecer el amor, la clase de amor del que San Pablo dice: “El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; no es maleducado y egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites... aguanta sin límites. El amor no pasa nunca” (1 Cor 13, 4-8).
¿Puede el Papa venir a Australia y dejar de pedir a las parejas y a las familias Australianas que reflexionen en sus corazones cómo viven su amor cristiano? ¿Hasta qué punto están comprometidos a mantener seriamente los verdaderos valores familiares? ¿Hasta qué punto los proyectos políticos son adecuados para la defensa de estos valores y, por lo tanto, para el bien común de toda la nación?
En un mundo cada vez más sensible a los derechos de la mujer, ¿qué decir de los derechos de las mujeres que quieren, o necesitan ser, con plena dedicación, esposas y madres? ¿Han de estar oprimidas por un sistema de impuestos discriminatorio de la mujer que decide no abandonar el hogar y renunciar así a unos ingresos independientes? Sin menoscabo de la libertad de nadie que busque una plena realización en trabajos y actividades fuera del hogar, el trabajo del ama de casa, ¿no debería ser suficientemente apreciado y adecuadamente sostenido? (cfr. Familiaris consortio, 23). Esto es posible cuando los hombres y las mujeres son tratados con pleno respeto a su dignidad personal, por lo que ellos son, más que por lo que ellos hacen.
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8. Dándose cuenta de la importancia esencial de la vida familiar para una sociedad sana y justa, la Santa Sede ha presentado una Carta de los Derechos de la Familia, basada en el derecho natural y en los valores comunes a toda la humanidad. Está dirigida principalmente a los Gobiernos y organizaciones internacionales, como un “modelo y una referencia para elaborar la legislación y la política familiar, y una guía para los programas de acción” (Carta de los Derechos de la Familia, 22 de octubre de 1983, Introducción).
Llamo vuestra atención sobre los principios que la Iglesia mantiene vigorosa y constantemente, entre ellos:
–el inalienable derecho de los esposos “de fundar una familia y de decidir sobre el intervalo entre los nacimientos y el número de hijos a procrear, teniendo en plena consideración los deberes para consigo mismos, para con los hijos ya nacidos, la familia y la sociedad, dentro de una justa jerarquía de valores y de acuerdo con el orden moral objetivo...”;
–todo tipo de presiones que comporten una limitación de “la libertad de las parejas para decidir sobre los hijos constituye una grave ofensa contra la dignidad y la justicia humana”;
–“la familia tiene el derecho a poder contar con una adecuada política familiar por parte de las autoridades públicas en el territorio jurídico, económico, social y fiscal, sin discriminación alguna”, (Carta de los Derechos de la Familia, Artículos 3 y 9).
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9. El orden moral exige que la norma grabada por el Creador dentro del proceso de la vida en el mismo acto de la creación, sea respetada siempre y en todas partes. La bien conocida posición de la Iglesia a la contracepción y esterilización no es una postura tomada arbitrariamente, ni se basa tampoco en una perspectiva parcial de la persona humana. Más bien expresa su visión integral de la persona humana, la cual está dotada de una vocación que no es sólo natural y temporal, sino también sobrenatural y eterna (cfr. Humanae vitae, 7). Además, el conocimiento de la Iglesia sobre el valor intrínseco de la persona humana como un don irrevocable de Dios explica por qué el Concilio Vaticano II habla de “la insigne misión de proteger la vida” y considera el aborto como un “crimen abominable” (Gaudium et spes, 27, 51).
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10. El lugar de los niños en la sociedad y cultura de Australia merece una consideración especial. Sé que amáis y respetáis a vuestros niños. Sé que, de muchas maneras, vuestras leyes buscan garantizar su bienestar y protección. Una sociedad que ama a sus niños es una sociedad robusta y dinámica.
Mirando por su bien os hago una llamada a vosotros, padres. El niño necesita ser protegido con un entorno familiar estable. Para saber cuál es el verdadero amor que necesitan habéis de estar, por vuestra parte, unidos en el amor mutuo. Ellos esperan de vosotros amistad y orientación. De vosotros han de aprender, por encima de todo, a distinguir el acierto del error, a elegir el bien en lugar del mal. Os lo ruego: no privéis a vuestros hijos de su legítimo patrimonio humano y espiritual. Instruidlos sobre Dios, habladles de Jesús, de su amor y de su Evangelio. Enseñadles a amar a Dios y a respetar sus mandamientos en la conciencia clara de que ellos son, ante todo, sus hijos. Enseñadles a rezar. Enseñadles a ser personas maduras y responsables, ciudadanos honrados de su país. Es un privilegio estupendo, una obligación grave, una misión maravillosa que habéis recibido de Dios. Con el testimonio de vuestras vidas cristianas, los preparáis a asumir su legítimo lugar en la Iglesia de Cristo.
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11. Y a vosotros, niños y jóvenes, presentes aquí en número tan considerable, ¿qué os puedo decir? Amad a vuestros padres; rezad por ellos; dad gracias a Dios por ellos cada día. Si alguna vez existen incomprensiones entre vosotros, si de tanto en tanto resulta pesado obedecerles, acordaos de estas palabras de San Pablo: “Cualquier cosa que hagáis, sea sin protestas ni discusiones; así seréis irreprochables y límpidos, hijos de Dios sin tacha... para que brilléis como lumbreras del mundo” (Flp 2, 14-15). Rezad también por vuestros hermanos y hermanas y por todos los niños del mundo, especialmente por los pobres y hambrientos. Pedid por los que no conocen a Jesús, por los que están solos y tristes.
A todos los jóvenes católicos de Australia se les ha confiado el futuro de la Iglesia en esta tierra. La Iglesia os necesita. Tenéis mucho que hacer en vuestras parroquias y comunidades locales, en el servicio de los pobres y de los marginados, de los enfermos y de los ancianos, y así en tantas otras formas de servicio voluntario. Sobre todo habéis de llevar a Cristo a vuestros amigos. Vuestra propia generación es el campo, rico para la cosecha, al que Cristo os envía. Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida para vuestra generación, y para todas las generaciones que vengan. Sois la esperanza de la Iglesia para una nueva era de evangelización y de servicio. ¡Sed generosos con los demás!, ¡sed generosos con Cristo!
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12. Queridos padres e hijos, queridas familias del Oeste de Australia: el Evangelio de este Primer Domingo de Adviento os llama a “vigilar”, porque “si supiera el dueño de casa.. estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa” (Mt 24, 42-43). Éste es el aviso que yo os repito. ¡Vigilad! No dejéis que los valores preciosos de la fidelidad del amor conyugal y de la vida familiar os sean arrebatados. No los rechacéis, ni penséis tampoco que existen otras perspectivas mejores para la felicidad y realización del hombre.
La llamada del Evangelio a “vigilar” significa también construir la familia con sentido de responsabilidad. El amor auténtico es también un amor responsable. El marido y la mujer se aman verdaderamente cuando se responsabilizan ante Dios y realizan su plan sobre el amor humano y sobre la vida humana; cuando se corresponden mutuamente y cuando se responsabilizan mutuamente. La paternidad responsable implica no sólo traer hijos al mundo, sino también asumir personal y responsablemente su educación y maduración. ¡En la familia el amor verdadero es para siempre!
Finalmente, esforzándonos por ser perfectos en el amor, recordemos las palabras de San Pablo: “Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz... Vestios del Señor Jesucristo” (Rom 13, 12-14).
Queridas familias de Australia. Ésta es vuestra vocación y vuestra felicidad hoy y siempre: vestirse de nuestro Señor Jesucristo y caminar en su luz. Amén.
[OR (ed. esp.) 21-XII-1986, 7-8]
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1. [...] The family in God’s plan for humanity and for the Church is the theme of this Eucharistic celebration. The Son of God, in becoming man, began that special family which the Church venerates as the Holy Family of Nazareth: Jesus, Mary and Joseph.
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2. I greet you, the families of Perth and of Western Australia. I greet you, husbands and wives, fathers and mothers, sons and daughters, grandparents, and all you who have the welfare of the family at heart. I greet you, Archbishop Foley and Archbishop Goody, the other bishops, the priests, religious and laity: each person present here, as well as those who are spiritually united with us in the offering of Christ’s Body and Blood in the Sacrifice of the Mass. I greet the representatives of the State Government, the civic officials, the representatives of every public body and ethnic group. I salute the members of the other Christian Churches and Communions in the love and hope that we share in the Lord Jesus Christ.
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3. “The family is the domestic church”. The meaning of this traditional Christian idea is that the home is the Church in miniature. The Church is the sacrament of God’s love. She is a communion of faith and life. She is a mother and teacher. She is at the service of the whole human family as it goes forward towards its ultimate destiny. In the same way the family is a community of life and love. It educates and leads its members to their full human maturity and it serves the good of all along the road of life. The family is the “first and vital cell of society” (4). In its own way it is a living image and historical representation of the mystery of the Church (5). The future of the world and of the Church, therefore, passes through the family6.
It is not surprising that the Church has given much thought and attention in recent times to questions affecting family life and marriage. Nor is it surprising that governments and public organizations are constantly involved in matters which directly or indirectly affect the institutional well-being of marriage and the family. And it is everyone’s experience that healthy relationships in marriage and the family are of the greatest importance in the development and well-being of the human person.
4. Apostolicam actuositatem, 11 [1965 11 18/11]; cfr. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 42 [1981 11 22/42].
5. Cfr. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 49 [1981 11 22/49].
6. Ibid. 75 [1981 11 22/75].
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4. The economic, social and cultural transformations taking place in our world are having an enormous effect on how people look upon marriage and the family. As a result many couples are unsure of the meaning of their relationship, and this causes them much turmoil and suffering. On the other hand, many other couples are stronger because, having overcome modern pressures, they exercise more fully that special love and responsibility of the marriage covenant which make them see children as God’s special gift to them and to society. As the family goes, so goes the nation, and so goes the whole world in which we live.
With regard to the family, society urgently needs “to recover an awareness of the primacy of moral values, which are the values of the human person as such”, thus “recapturing the ultimate meaning of life and its fundamental values” (7). Australia, a nation of so much hope and opportunity, needs to know how to safeguard the family and the stability of married love if there is to be true peace and justice in the land.
7. Familiaris consortio, n. 8 [1981 11 22/8].
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5. The Church in Australia and everywhere has a specific task: to explain and to promote God’s plan for marriage and the family, and to help couples and families to live according to that plan. The Church reaches out to all families: in the first place to those Christian families striving to be ever more faithful to God’s plan. She tries to strengthen and accompany them on the path of growth. But she also reaches out, with the compassion of the Heart of Jesus, to those families that are in difficult or irregular situations.
The Church cannot say that what is bad is good, nor can she call valid what is invalid. She cannot fail to proclaim Christ’s teaching, even when this teaching is difficult to accept. She knows too that she is sent to heal, to reconcile, to call to conversion, to find what was lost (8). Hence it is with great love and patience that the Church tries to help all those who experience difficulty in meeting the demands of Christian married love and family life.
The charity of Christ can only be realized in the truth: in the truth about life and love and responsibility. The Church has to proclaim Christ: the Way, the Truth, and the Life; and in so doing she has to teach the values and principles which correspond to man’s calling to “newness” of life in Christ. The Church is sometimes misunderstood and considered lacking in compassion because she upholds God’s crea tive plan for marriage and the family: his plan for human love and the transmission of life. The Church is always the true and faithful friend of the human person on the pilgrimage of life. She knows that by upholding the moral law she contributes to the establishment of a truly human civilization, and she constantly challenges people not to abdicate their personal responsibility with regard to ethical and moral imperatives (9).
8. Cfr. Luc. 15, 6.
9. Cfr. PAULI VI, Humanae vitae, 18 [1968 07 25/18].
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6. “Come, let us go up to the mountain of the Lord... that he may teach us his ways and that we may walk in his paths” (10). With this invitation the Prophet Isaiah tells us how we must respond to God, and this response applies also to God’s plan for marriage and the family. Couples are offered the grace and strength of the Sacrament of Marriage precisely so that they may walk in the paths of the Lord and follow his ways, observing the plan which Christ has confirmed and ratified for the family. This plan testifies to the way it was in the “beginning” (11) –as God willed it in the beginning for the well-being and happiness of the family. In God’s plan marriage requires:
–the faithful and permanent love of husband and wife;
–an indissoluble communion that “sinks its roots in the natural complementarity that exists between man and woman, and is nurtured through the personal willingness of the spouses to share their entire life project, what they have and what they are” (12);
–a community of persons in which the love between husband and wife must be fully human, exclusive and open to new life (13).
Married love is strengthened by the Sacrament of Marriage so that it may be an ever more real and effective image of the unity which exists between Christ and the Church1 (4).
10. Is. 2, 3.
11. Cfr. Matth. 19, 8.
12. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 19 [1981 11 22/19].
13. Cfr. ibid. 29 [1981 11 22/29].
14. Cfr. Eph. 5, 32.
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7. You know how much Christian courage you need in order to carry out God’s commands in your lives and in your families. It is the courage to be willing every day to build up love –the kind of love of which Saint Paul says: “Love is patient and kind; love is not jealous or boastful; it is not arrogant or rude. Love does not insist on its own way; it is not irritable or resentful; it does not rejoice at wrong, but rejoices in the right. Love bears all things... endures all things. Love never ends” (15).
Can the Pope come to Australia and fail to ask Australian couples and families to reflect in their hearts how well they are living their Christian love? How seriously they are committed to upholding true family values? How appropriate are public policies for the defence of these values, and therefore for the promotion of the common good of the whole nation?
In a world that is becoming ever more sensitive to women’s rights, what is to be said of the rights of women who want to be, or need to be full-time wives and mothers? Are they to be burdened by a taxation system that discriminates against women who choose not to leave the home in order to earn a separate income? Without infringing the freedom of anyone to seek fulfilment in employment and activities outside the home, should not the work of the home-maker too be properly appreciated and adequately supported?16. This is possible when women and men are treated with full respect for their personal dignity, for what they are more than for what they do.
15. 1 Cor. 13, 4-8.
16. Cfr. Familiaris consortio, 23 [1981 11 22/23].
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8. Realizing the essential importance of family life for a just and healthy society, the Holy See has presented a Charter of the Rights of the Family based on the natural rights and values common to all humanity. It is addressed principally to Governments and international organizations, as a “model and point of reference for the drawing up of legislation and family policy, and guidance for action programmes” (17).
Among the principles which the Church vigorously upholds in every circumstance there are the following, which I call to your attention:
–the inalienable right of spouses “to found a family and to decide on the spacing of births and the number of children to be born, taking into full consideration their duties towards themselves, their children already born, the family and society, in a just hierarchy of values and in accordance with the objective moral order...”;
–all pressures brought to bear in limiting “the freedom of couples in deciding about children constitute a grave offence against human dignity and justice”;
–“families have the right to be able to rely on an adequate family policy on the part of public authorities in the juridical, economic, social and fiscal domains, without any discrimination whatsoever” (18).
17. “Charter of the Rights of the Family”, 22 oct. 1983, Introduc. [1983 11 24a/1].
18. Ibid. art. 3 et 9 [1983 11 24a/3, 9].
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9. The moral order demands that the rule written into the processes of life by the Creator in the act of creation should be always and everywhere respected. The Church’s well-known opposition to contraception and sterilization is not a position arbitrarily taken, nor is it based on a partial perspective of the human person. Rather it expresses her integral vision of the human person, who is gifted with a vocation that is not only natural and earthly but also supernatural and eternal (19). Moreover, the Church’s understanding of the intrinsic value of human life as an irrevocable gift of God explains why the Second Vatican Council speaks of “the surpassing ministry of safeguarding life” and considers abortion as an “unspeakable crime” (20).
19. Cfr. PAULI VI, Humanae vitae, 7 [1968 07 25/7].
20. Gaudium et spes, 27, 51 [1965 12 07c/27, 51].
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10. The place of children in Australian society and culture deserves consideration. I know that you love and respect your children. I know that in many ways your laws seek to provide for their welfare and protection. A society that loves its children is a healthy and dynamic society.
On their behalf I appeal to you, parents. Children need parents who will provide them with a stable family environment. To know what real love is they need you to be united in your love for each other and for them. From you they seek companionship and guidance. From you, first and foremost, they must learn to distinguish right from wrong and to choose good over evil. I appeal to you: do not deprive your children of their rightful human and spiritual heritage. Teach them about God, and tell them about Jesus, about his love and his Gospel. Teach them to love God and respect his commandments in the sure knowledge that they are his children above all. Teach them to pray. Teach them to be mature and responsible human beings, and honest citizens of their country. This is a stupendous privilege, a grave duty, and a wonderful task that you have received from God. By the witness of your own Christian lives, you lead your children to take their rightful place in the Church of Christ.
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11. And to you, children and young people, present here in such great numbers, what do I say? Love your parents; pray for them; thank God for them every day. If sometimes there are misunderstandings between you, if at times it is hard for you to obey them, remember these words of Saint Paul: “Do all that has to be done without complaining of arguing and then you will be innocent and genuine, perfect children of God... and you will shine in the world like stars” (21). Pray also for your brothers and sisters and for all the children of the world, especially those who are poor and hungry. Pray for those who do not know Jesus, for those who are alone and sad.
To all the young Catholics of Australia is entrusted the future of the Church in this land. The Church needs you. There is much for you to do in your parishes and local communities, in the service of the poor and disadvantaged, the sick and the old, in so many forms of voluntary service. Above all you must bring Christ to your friends. Your own generation is the field, rich for the harvest, to which Christ sends you. Christ is the Way, the Truth and the Life for your generation, and for all generations to come. You are the Church’s hope for a new era of evangelization and service. Be generous to others, be generous to Christ!
21. Phil. 2, 14-15.
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12. Dear parents and children, dear families of Western Australia: the Gospel of this First Sunday of Advent calls us to “watch”, for “if the householder had known... be would have watched and would not have let his house be broken into”22. This is the call that I repeat to you. Watch! Do not let the precious values of faithful married love and family life be taken away from you. Do not reject them, or think that there is some other better prospect for happiness and human fulfilment.
The Gospel call to “watch” also means building the family on a sense of responsibility. Genuine love is always responsible love. Husbands and wives truly love each other when they are responsible before God and carry out his plan for human love and human life; when they answer to each other and are responsible for each other. Responsible parenthood involves not only bringing children into the world, but also taking part personally and responsibly in their upbringing and education. True love in the family is for ever!
Finally, in striving to be perfect in love let us remember the words of Saint Paul: “Cast off the works of darkness and put on the armour of light.. put on the Lord Jesus Christ” (23).
Dear families of Australia. This is your vocation and your happiness today and for ever: to put on the Lord Jesus Christ and to walk in his light. Amen.
[Insegnamenti GP II, 9/2, 1782-1788]
22. Matth. 24, 42-43.
23. Rom. 13, 12-14.