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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[1506] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL ADECUADO PLANTEAMIENTO DE LA VIDA FAMILIAR DE LOS EMIGRANTES

Del Mensaje Il fenomeno migratorio, con motivo de la Jornada Mundial del Emigrante, 6 agosto 1993

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4. Preocuparse porque esto se realice de forma armónica es trabajar por el bien de la familia, que debe ser ayudada a estimar los valores por los cuales se rige, sobre todo, salvaguardando su unidad y favoreciendo la comunión en su seno. A este fin, es necesario trabajar a fondo para crear entre sus miembros un clima de entrega y de seriedad, de moralidad y de oración, de escucha constante de la Palabra del Señor y de práctica cotidiana de las virtudes, de participación constante en los sacramentos y de confiada adhesión a la voluntad de Dios.

También la educación de los hijos sigue siendo, en el contexto de la emigración, un punto de fundamental importancia para un sano planteamiento de la vida familiar. La pastoral ayudará a los emigrantes a no dejarse absorber por las actividades laborales en perjuicio de aquellos valores, de los que dependen la verdadera paz y felicidad de la familia y su progreso espiritual a la luz de las enseñanzas eclesiales.

Debe prestarse, además, la debida atención a los matrimonios mixtos y a aquellos otros con dispensa por disparidad de culto, favorecidos y facilitados por el actual fenómeno migratorio como también por el moderno clima de intercambio cultural entre los pueblos.

No minusvaloren los jóvenes el papel que la fe está llamada a ejercer en el proceso de integración espiritual y afectiva, a la que todo matrimonio, por su naturaleza, aspira.

La celebración consciente y prudente de un matrimonio mixto requiere el conocimiento de los elementos de fondo, que definen la fisonomía de una y de otra Iglesia o comunidad eclesial, de lo que la une y de lo que la diferencia. Superados eventuales prejuicios, cada uno aportará al matrimonio la propia sensibilidad humana y eclesial, con la intención de enriquecer la vida común, y la misma educación de los hijos, que siempre debe inspirarse en la fe. El cónyuge católico debe comprometerse a cultivar tales deberes en la línea de la propia filiación eclesial (cfr. Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos. Directorio para la aplicación de los principios y de las normas sobre el ecumenismo, nn. 150-151).

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5. Se registra hoy un considerable aumento de matrimonios entre católicos y personas pertenecientes a religiones no cristianas. El respeto que se debe a tales experiencias religiosas, sobre la base de los principios señalados por la Declaración Nostra aetate del Concilio Ecuménico Vaticano II, jamás debe permitir que se olvide que “para estos matrimonios es necesario que las Conferencias Episcopales y cada uno de los obispos tomen medidas pastorales adecuadas, orientadas a garantizar la defensa de la fe del cónyuge católico y la defensa del libre ejercicio de la misma, sobre todo, en lo que concierne al deber de hacer cuanto esté a su alcance para que los hijos sean bautizados y educados católicamente”. “El cónyuge, además, debe ser apoyado de todas formas en su compromiso de ofrecer en el seno de la familia un auténtico testimonio de fe y de vida católica” (Familiaris consortio, 78). Llamamiento tanto más urgente cuanto más fuerte es la eventualidad de que la parte católica deba seguir a la no cristiana en un país en el que la religión dominante deja sentir la propia influencia sobre todo el tejido social, restringiendo, de hecho, todo espacio de libertad a otras profesiones de fe.

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6. Queridísimos hermanos y hermanas emigrantes. Es a vosotros, sobre todo, a quienes se dirige ahora con afecto mi pensamiento. A vosotros que vivís lejos de la familia, obligados a permanecer mucho tiempo solos, desarraigados del contexto familiar y social. ¡El Señor está junto a vosotros!

Pueda la comunidad cristiana, gracias al espíritu de acogida que debe dominarla, haceros sentir concretamente que “nadie está sin familia en este mundo: la Iglesia es casa y familia para todos, especialmente para cuantos están ‘fatigados y oprimidos’” (Familiaris consortio, 85).

Brille ante vuestras familias el modelo de la Casa de Nazaret, probada también ella por la pobreza, por la persecución y por el exilio. Forzada por la amenaza, que se cernía sobre la vida del Redentor, la Santa Familia experimentó la huida improvisada, en medio de un clima dramático, cargado de ansias y de angustias bien conocidas por vosotros por experiencia directa.

Que os ayude la Familia de Nazaret. Que os sostenga Jesús, en el esfuerzo de fidelidad a la vocación cristiana y de serena adhesión a la voluntad divina. Que San José, “hombre justo y trabajador incansable” os ilumine y os guíe. Que María, Madre de la Iglesia, sea Madre solicita también de aquellas “Iglesias domésticas”, que son vuestras familias; que vigile sobre vosotros, sobre vuestras fatigas y esperanzas; que os ayude a recorrer el camino cristiano con coraje, dignidad y fe.

[E 53 (1993), 1561]