[1538] • JUAN PABLO II (1978-2005) • UNA INVITACIÓN A LA ORACIÓN POR LAS FAMILIAS Y CON LAS FAMILIAS
Carta Gratissimam sane, a las Familias, en el Año Internacional de la Familia, 2 febrero 1994
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Amadísimas familias:
1. La celebración del Año de la familia me ofrece la grata oportunidad de llamar a la puerta de vuestros hogares, deseoso de saludaros con gran afecto y de acercarme a vosotros. Y lo hago mediante esta carta, citando unas palabras de la encíclica Redemptor hominis, que publiqué al comienzo de mi ministerio petrino: El “hombre es el camino de la Iglesia” (1).
Con estas palabras deseaba referirme sobre todo a las múltiples sendas por las que el hombre camina y, al mismo tiempo, quería subrayar cuán vivo y profundo es el deseo de la Iglesia de acompañarle en recorrer los caminos de su existencia terrena. La Iglesia toma parte en los gozos y esperanzas, tristezas y angustias (2) del camino cotidiano de los hombres, profundamente persuadida de que ha sido Cristo mismo quien la conduce por estos senderos: es él quien ha confiado el hombre a la Iglesia; lo ha confiado como “camino” de su misión y de su ministerio.
1. Ioannis Pauli PP. II Redemptor Hominis, 14. [1979 03 04/14]
2. Cfr. Gaudium et Spes, 1.
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2. Entre los numerosos caminos, la familia es el primero y el más importante. Es un camino común, aunque particular, único e irrepetible, como irrepetible es todo hombre; un camino del cual no puede alejarse el ser humano. En efecto, él viene al mundo en el seno de una familia, por lo cual puede decirse que debe a ella el hecho mismo de existir como hombre. Cuando falta la familia, se crea en la persona que viene al mundo una carencia preocupante y dolorosa que pesará posteriormente durante toda la vida. La Iglesia, con afectuosa solicitud, está junto a quienes viven semejantes situaciones, porque conoce bien el papel fundamental que la familia está llamada a desempeñar. Sabe, además, que normalmente el hombre sale de la familia para realizar, a su vez, la propia vocación de vida en un nuevo núcleo familiar. Incluso cuando decide permanecer solo, la familia continúa siendo, por así decirlo, su horizonte existencial como comunidad fundamental sobre la que se apoya toda la gama de sus relaciones sociales, desde las más inmediatas y cercanas hasta las más lejanas. ¿No hablamos acaso de “familia humana” al referirnos al conjunto de los hombres que viven en el mundo?
La familia tiene su origen en el mismo amor con que el Crea dor abraza al mundo creado, como está expresado “al principio”, en el libro del Génesis (1, 1). Jesús ofrece una prueba suprema de ello en el evangelio: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3, 16). El Hijo unigénito, consustancial al Padre,“Dios de Dios, Luz de Luz”, entró en la historia de los hombres a través de una familia: “El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, ...amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado” (3). Por tanto, si Cristo “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre” (4), lo hace empezando por la familia en la que eligió nacer y crecer. Se sabe que el Redentor pasó gran parte de su vida oculta en Nazaret: “sujeto” (Lc 2, 51) como “Hijo del hombre” a María, su Madre, y a José, el carpintero. Esta “obediencia” filial, ¿no es ya la primera expresión de aquella obediencia suya al Padre “hasta
la muerte” (Flp 2, 8), mediante la cual redimió al mundo?
El misterio divino de la encarnación del Verbo está, pues, en estrecha relación con la familia humana. No sólo con una, la de Nazaret, sino, de alguna manera, con cada familia, análogamente a cuanto el concilio Vaticano II afirma del Hijo de Dios, que en la Encarnación “se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (5). Siguiendo a Cristo, “que vino” al mundo “para servir” (Mt 20, 28), la Iglesia considera el servicio a la familia una de sus tareas esenciales. En este sentido, tanto el hombre como la familia constituyen “el camino de la Iglesia”.
3. Gen. 1, 1.
4. Gv. 3, 16.
5. Gaudium et Spes, 22.
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3. Precisamente por estos motivos la Iglesia acoge con gozo la iniciativa, promovida por la Organización de las Naciones Unidas, de proclamar el 1994 Año internacional de la familia. Tal iniciativa pone de manifiesto que la cuestión familiar es fundamental para los Estados miembros de la ONU. Si la Iglesia toma parte en esta iniciativa es porque ha sido enviada por Cristo a “todas las gentes” (Mt 28, 19). Por otra parte, no es la primera vez que la Iglesia hace suya una iniciativa internacional de la ONU. Baste recordar, por ejemplo, el Año internacional de la juventud, en 1985. También de este modo, la Iglesia se hace presente en el mundo haciendo realidad la intención tan querida al Papa Juan XXIII, inspiradora de la constitución conciliar Gaudium et spes.
En la fiesta de la Sagrada Familia de 1993 se inauguró en toda la comunidad eclesial el “Año de la familia”, como una de las etapas significativas en el itinerario de preparación para el gran jubileo del año 2000, que señalará el fin del segundo y el inicio del tercer milenio del nacimiento de Jesucristo. Este Año debe orientar nuestros pensamientos y nuestros corazones hacia Nazaret, donde el 26 de diciembre pasado ha sido inaugurado con una solemne celebración eucarística, presidida por el legado pontificio.
A lo largo de este año será importante descubrir los testimonios del amor y solicitud de la Iglesia por la familia: amor y solicitud expresados ya desde los inicios del cristianismo, cuando la familia era considerada significativamente como “iglesia doméstica”. En nuestros días recordamos frecuentemente la expresión “iglesia doméstica”, que el Concilio ha hecho suya (12) y cuyo contenido deseamos que permanezca siempre vivo y actual. Este deseo no disminuye al ser conscientes de las nuevas condiciones de vida de las familias en el mundo de hoy. Precisamente por esto es mucho más significativo el título que el Concilio eligió, en la constitución pastoral Gaudium et spes, para indicar los cometidos de la Iglesia en la situación actual: “Fomentar la dignidad del matrimonio y de la familia”13. Después del Concilio, otro punto importante de referencia es la exhortación apostólica Familiaris consortio, de 1981. En este documento se afronta una vasta y compleja experiencia sobre la familia, la cual, entre pueblos y países diversos, es siempre y en todas partes “el camino de la Iglesia”. En cierto sentido, aún lo es más allí donde la familia atraviesa crisis internas, o está sometida a influencias culturales, sociales y económicas perjudiciales, que debilitan su solidez interior, si es que no obstaculizan su misma formación.
12. Cfr. Lumen Gentium, 11. [1964 11 21ª/11]
13. Gaudium et Spes, pars altera, cap. I. [1965 12 07c/47-52]
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4. Con la presente carta me dirijo no a la familia “en abstracto”, sino a cada familia de cualquier región de la tierra, dondequiera que se halle geográficamente y sea cual sea la diversidad y complejidad de su cultura y de su historia. El amor con que “tanto amó Dios al mundo” (Jn 3, 16), el amor con que Cristo “amó hasta el extremo” a todos y cada uno (Jn 13, 1), hace posible dirigir este mensaje a cada familia, “célula” vital de la grande y universal “familia” humana. El Padre, creador del universo, y el Verbo encarnado, redentor de la humanidad, son la fuente de esta apertura universal a los hombres como hermanos y hermanas, e impulsan a abrazar a todos con la oración que comienza con las hermosas palabras: “Padre nuestro”.
La oración hace que el Hijo de Dios habite en medio de nosotros: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Esta Carta a las familias quiere ser ante todo una súplica a Cristo para que permanezca en cada familia humana; una invitación, a través de la pequeña familia de padres e hijos, para que él esté presente en la gran familia de las naciones, a fin de que todos, junto con él, podamos decir de verdad: “¡Padre nuestro!”. Es necesario que la oración sea el elemento predominante del Año de la familia en la Iglesia: oración de la familia, por la familia y con la familia.
Es significativo que, precisamente en la oración y mediante la oración, el hombre descubra de manera sencilla y profunda su propia subjetividad típica: en la oración el “yo” humano percibe más fácilmente la profundidad de su ser como persona. Esto es válido también para la familia, que no es solamente la “célula” fundamental de la sociedad, sino que tiene también su propia subjetividad, la cual encuentra precisamente su primera y fundamental confirmación y se consolida cuando sus miembros invocan juntos: “Padre nuestro”. La oración refuerza la solidez y la cohesión espiritual de la familia, ayudando a que ella participe de la “fuerza” de Dios. En la solemne “bendición nupcial”, durante el rito del matrimonio, el celebrante implora al Señor: “Infunde sobre ellos (los novios) la gracia del Espíritu Santo, a fin de que, en virtud de tu amor derramado en sus corazones, permanezcan fieles a la alianza conyugal” (17). Es de esta “efusión del Espíritu Santo” de donde brota el vigor interior de las familias, así como la fuerza capaz de unirlas en el amor y en la verdad.
17. Rituale Romanum, “Ordo celebrandi matrimonium”, n. 74, editio typica altera, p. 26.
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5. ¡Ojalá que el Año de la familia llegue a ser una oración colectiva e incesante de cada “iglesia doméstica” y de todo el pueblo de Dios! Que esta oración llegue también a las familias en dificultad o en peligro, las desesperanzadas o divididas, y las que se encuentran en situaciones que la Familiaris consortio califica como “irregulares”. ¡Que todas puedan sentirse abrazadas por el amor y la solicitud de los hermanos y hermanas!
Que la oración, en el Año de la familia, constituya ante todo un testimonio alentador por parte de las familias que, en la comunión doméstica, realizan su vocación de vida humana y cristiana. ¡Son tantas en cada nación, diócesis y parroquia! Se puede pensar razonablemente que esas familias constituyen “la norma”, aun teniendo en cuenta las no pocas “situaciones irregulares”. Y la experiencia demuestra cuán importante es el papel de una familia coherente con las normas morales, para que el hombre, que nace y se forma en ella, emprenda sin incertidumbres el camino del bien, inscrito siempre en su corazón. En nuestros días, ciertos programas sostenidos por medios muy potentes parecen orientarse por desgracia a la disgregación de las familias. A veces parece incluso que, con todos los medios, se intenta presentar como “regulares” y atractivas –con apariencias exteriores seductoras– situaciones que en realidad son “irregulares”.
En efecto, tales situaciones contradicen la “verdad y el amor” que deben inspirar la recíproca relación entre hombre y mujer y, por tanto, son causa de tensiones y divisiones en las familias, con graves consecuencias, especialmente sobre los hijos. Se oscurece la conciencia moral, se deforma lo que es verdadero, bueno y bello, y la libertad es suplantada por una verdadera y propia esclavitud. Ante todo esto, ¡qué actuales y alentadoras resultan las palabras del apóstol Pablo sobre la libertad con que Cristo nos ha liberado, y sobre la esclavitud causada por el pecado (cf. Ga 5, 1)!
Vemos, por tanto, cuán oportuno e incluso necesario es para la Iglesia un Año de la familia; qué indispensable es el testimonio de todas las familias que viven cada día su vocación; cuán urgente es una gran oración de las familias, que aumente y abarque el mundo entero, y en la cual se exprese una acción de gracias por el amor en la verdad, por la “efusión de la gracia del Espíritu Santo” (10), por la presencia de Cristo entre padres e hijos: Cristo, redentor y esposo, que “nos amó hasta el extremo” (cf. Jn 13, 1). Estamos plenamente persuadidos de que este amor es más grande que todo (cf. 1 Co 13, 13); y creemos que es capaz de superar victoriosamente todo lo que no sea amor.
¡Que se eleve incesantemente durante este año la oración de la Iglesia, la oración de las familias, “iglesias domésticas”! Y que sea acogida por Dios y escuchada por los hombres, para que no caigan en la duda, y los que vacilan a causa de la fragilidad humana no cedan ante la atracción tentadora de los bienes sólo aparentes, como son los que se proponen en toda tentación.
En Caná de Galilea, donde Jesús fue invitado a un banquete de bodas, su Madre se dirige a los sirvientes diciéndoles: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5). También a nosotros, que celebramos el Año de la familia, dirige María esas mismas palabras. Y lo que Cristo nos dice, en este particular momento histórico, constituye una fuerte llamada a una gran oración con las familias y por las familias. Con esta plegaria la Virgen Madre nos invita a unirnos a los sentimientos de su Hijo, que ama a cada familia. Él manifestó este amor al comienzo de su misión de Redentor, precisamente con su presencia santificadora en Caná de Galilea, presencia que permanece todavía.
Oremos por las familias de todo el mundo. Oremos, por medio de Cristo, con Cristo y en Cristo, al Padre, “de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra” (cf. Ef 3, 15).
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6. El cosmos, inmenso y diversificado, el mundo de todos los seres vivientes, está inscrito en la paternidad de Dios como su fuente (cf. Ef 3, 14-16). Está inscrito, naturalmente, según el criterio de la analogía, gracias al cual nos es posible distinguir, ya desde el comienzo del libro del Génesis, la realidad de la paternidad y maternidad y, por consiguiente, también la realidad de la familia humana. Su clave interpretativa está en el principio de la “imagen” y “semejanza” de Dios, que el texto bíblico pone muy de relieve (Gn 1, 26). Dios crea en virtud de su palabra: ¡“Hágase”! (cf. Gn 1, 3). Es significativo que esta palabra de Dios, en el caso de la creación del hombre, sea completada con estas otras: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1, 26). Antes de crear al hombre, parece como si el Creador entrara dentro de sí mismo para buscar el modelo y la inspiración en el misterio de su Ser, que ya aquí se manifiesta de alguna manera como el “Nosotros” divino. De este misterio surge, por medio de la creación, el ser humano: “Creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios le creó; varón y mujer los creó” (Gn 1, 27).
Bendiciéndolos, dice Dios a los nuevos seres: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla” (Gn 1, 28). El libro del Génesis usa expresiones ya utilizadas en el contexto de la creación de los otros seres vivientes: “Multiplicaos”; pero su sentido analógico es claro. ¿No es precisamente ésta, la analogía de la generación y de la paternidad y maternidad, la que resalta a la luz de todo el contexto? Ninguno de los seres vivientes, excepto el hombre, ha sido creado “a imagen y semejanza de Dios”. La paternidad y maternidad humanas, aun siendo biológicamente parecidas a las de otros seres de la naturaleza, tienen en sí mismas, de manera esencial y exclusiva, una “semejanza” con Dios, sobre la que se funda la familia, entendida como comunidad de vida humana, como comunidad de personas unidas en el amor (communio personarum).
A la luz del Nuevo Testamento es posible descubrir que el modelo originario de la familia hay que buscarlo en Dios mismo, en
el misterio trinitario de su vida. El “Nosotros” divino constituye el modelo eterno del “nosotros” humano; ante todo, de aquel “nosotros” que está formado por el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza divina. Las palabras del libro del Génesis contienen aquella verdad sobre el hombre que concuerda con la experiencia misma de la humanidad. El hombre es creado desde “el principio” como varón y mujer: la vida de la colectividad humana –tanto de las pequeñas comunidades como de la sociedad entera– lleva la señal de esta dualidad originaria. De ella derivan la “masculinidad” y la “femineidad” de cada individuo, y de ella cada comunidad asume su propia riqueza característica en el complemento recíproco de las personas. A esto parece referirse el fragmento del libro del Génesis: “Varón y mujer los creó” (Gn 1, 27). Ésta es también la primera afirmación de que el hombre y la mujer tienen la misma dignidad: ambos son igualmente personas. Esta constitución suya, de la que deriva su dignidad específica, muestra desde “el principio” las características del bien común de la humanidad en todas sus dimensiones y ámbitos de vida. El hombre y la mujer aportan su propia contribución, gracias a la cual se encuentran, en la raíz misma de la convivencia humana, el carácter de comunión y de complementariedad.
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7. La familia ha sido considerada siempre como la expresión primera y fundamental de la naturaleza social del hombre. En su núcleo esencial esta visión no ha cambiado ni siquiera en nuestros días. Sin embargo, actualmente se prefiere poner de relieve todo lo que en la familia –que es la más pequeña y primordial comunidad humana– representa la aportación personal del hombre y de la mujer. En efecto, la familia es una comunidad de personas, para las cuales el propio modo de existir y vivir juntos es la comunión: communio personarum. También aquí, salvando la absoluta trascendencia del Creador respecto de la criatura, emerge la referencia ejemplar al “Nosotros” divino. Sólo las personas son capaces de existir “en comunión”. La familia arranca de la comunión conyugal que el concilio Vaticano II califica como “alianza”, por la cual el hombre y la mujer “se entregan y aceptan mutuamente”31.
El libro del Génesis nos presenta esta verdad cuando, refiriéndose a la constitución de la familia mediante el matrimonio, afirma que “dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y se harán una sola carne” (Gn 2, 24). En el evangelio, Cristo, polemizando con los fariseos, cita esas mismas palabras y añade: “De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre” (Mt 19, 6). Él revela de nuevo el contenido normativo de una realidad que existe desde “el principio” (Mt 19, 8) y que conserva siempre en sí misma dicho contenido. Si el Maestro lo confirma “ahora”, en el umbral de la nueva alianza, lo hace para que sea claro e inequívoco el carácter indisoluble del matrimonio, como fundamento del bien común de la familia.
Cuando, junto con el Apóstol, doblamos las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda paternidad y maternidad (cf. Ef 3, 14-15), somos conscientes de que ser padres es el evento mediante el cual la familia, ya constituida por la alianza del matrimonio, se realiza “en sentido pleno y específico” (36). La maternidad implica necesariamente la paternidad y, recíprocamente, la paternidad implica necesariamente la maternidad: es el fruto de la dualidad, concedida por el Creador al ser humano desde “el principio”.
Me he referido a dos conceptos afines entre sí, pero no idénticos: “comunión” y “comunidad”. La “comunión” se refiere a la relación personal entre el “yo” y el “tú”. La “comunidad”, en cambio, supera este esquema apuntando hacia una “sociedad”, un “nosotros”. La familia, comunidad de personas, es, por consiguiente, la primera “sociedad” humana. Surge cuando se realiza la alianza del matrimonio, que abre a los esposos a una perenne comunión de amor y de vida, y se completa plenamente y de manera específica al engendrar los hijos: la “comunión” de los cónyuges da origen a la “comunidad” familiar. Dicha comunidad está conformada profundamente por lo que constituye la esencia propia de la “comunión”. ¿Puede existir, a nivel humano, una “comunión” comparable a la que se establece entre la madre y el hijo, que ella lleva antes en su seno y después lo da a luz?
En la familia así constituida se manifiesta una nueva unidad, en la cual se realiza plenamente la relación “de comunión” de los padres. La experiencia enseña que esta realización representa también un cometido y un reto. El cometido implica a los padres en la realización de su alianza originaria. Los hijos engendrados por ellos deberían consolidar –éste es el reto– esta alianza, enriqueciendo y profundizando la comunión conyugal del padre y de la madre. Cuando esto no se da, hay que preguntarse si el egoísmo, que debido a la inclinación humana hacia el mal se esconde también en el amor del hombre y de la mujer, no es más fuerte que este amor. Es necesario que los esposos sean conscientes de ello y que, ya desde el principio, orienten sus corazones y pensamientos hacia aquel Dios y Padre “de quien toma nombre toda paternidad”, para que su paternidad y maternidad encuentren en aquella fuente la fuerza para renovarse continuamente en el amor.
Paternidad y maternidad son en sí mismas una particular confirmación del amor, cuya extensión y profundidad originaria nos descubren. Sin embargo, esto no sucede automáticamente. Es más bien un cometido confiado a ambos: al marido y a la mujer. En su vida la paternidad y la maternidad constituyen una “novedad” y una riqueza sublime, a la que no pueden acercarse si no es “de rodillas”.
La experiencia enseña que el amor humano, orientado por su naturaleza hacia la paternidad y la maternidad, se ve afectado a veces por una crisis profunda y por tanto se encuentra amena zado seriamente. En tales casos, habrá que pensar en recurrir a los servicios ofrecidos por los consultorios matrimoniales y familiares, mediante los cuales es posible encontrar ayuda, entre otros, de psicólogos y psicoterapeutas específicamente preparados. Sin embargo, no se puede olvidar que son siempre válidas las palabras del Apóstol: “Doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra” (Ef 3, 14-15). El matrimonio, el matrimonio sacramento, es una alianza de personas en el amor. Y el amor puede ser profundizado y custodiado solamente por el amor, aquel amor que es “derramado” en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5). La oración del Año de la Familia, ¿no debería concentrarse en el punto crucial y decisivo del paso del amor conyugal a la generación y, por tanto, a la paternidad y maternidad?
¿No es precisamente entonces cuando resulta indispensable la “efusión de la gracia del Espíritu Santo”, implorada en la celebración litúrgica del sacramento del matrimonio?
El Apóstol, doblando sus rodillas ante el Padre, lo invoca para que “conceda... ser fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior” (Ef 3, 16). Esta “fuerza del hombre interior” es necesaria en la vida familiar, especialmente en sus momentos críticos, es decir, cuando el amor –manifestado en el rito litúrgico del consentimiento matrimonial con las palabras: “Prometo serte fiel... todos los días de mi vida”– está llamado a superar una difícil prueba.
31. Gaudium et Spes, 48. [1965 12 07c/48]
36. Ioannis Pauli PP. II Familiaris Consortio, 69. [1981 11 22/69]
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8. Solamente las “personas” son capaces de pronunciar estas palabras; sólo ellas pueden vivir “en comunión”, basándose en su recíproca elección, que es o debería ser plenamente consciente y libre. El libro del Génesis, al decir que el hombre abandonará al padre y a la madre para unirse a su mujer (cf. Gn 2, 24), pone de relieve la elección consciente y libre, que es el origen del matrimonio, convirtiendo en marido a un hijo y en mujer a una hija. ¿Cómo puede entenderse adecuadamente esta elección recíproca si no se considera la plena verdad de la persona, o sea, su ser racional y libre? El concilio Vaticano II habla de la semejanza con Dios usando términos muy significativos. Se refiere no solamente a la imagen y semejanza divina que todo ser humano posee ya de por sí, sino también y sobre todo a una “cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y el amor” (40).
Esta formulación, particularmente rica de contenido, confirma ante todo lo que determina la identidad íntima de cada hombre y de cada mujer. Esta identidad consiste en la capacidad de vivir en la verdad y en el amor; más aún, consiste en la necesidad de verdad y de amor como dimensión constitutiva de la vida de la persona. Tal necesidad de verdad y de amor abre al hombre tanto a Dios como a las criaturas. Lo abre a las demás personas, a la vida “en comunión”, particularmente al matrimonio y a la familia. En las palabras del Concilio, la “comunión” de las personas deriva, en cierto modo, del misterio del “Nosotros” trinitario y, por tanto, la “comunión conyugal” se refiere también a este misterio. La familia, que se inicia con el amor del hombre y la mujer, surge radicalmente del misterio de Dios. Esto corresponde a la esencia más íntima del hombre y de la mujer, y a su natural y auténtica dignidad de personas.
El hombre y la mujer en el matrimonio se unen entre sí tan estrechamente que vienen a ser –según el libro del Génesis– “una sola carne” (Gn 2, 24). Los dos sujetos humanos, aunque somáticamente diferentes por constitución física como varón y mujer, participan de modo similar de la capacidad de vivir “en
la verdad y el amor”. Esta capacidad, característica del ser humano en cuanto persona, tiene a la vez una dimensión espiritual y corpórea. Es también a través del cuerpo como el hombre y la mujer están predispuestos a formar una “comunión de personas” en el matrimonio. Cuando, en virtud de la alianza conyugal, se unen de modo que llegan a ser “una sola carne” (Gn 2, 24), su unión debe realizarse “en la verdad y el amor”, poniendo así de relieve la madurez propia de las personas creadas a imagen y semejanza de Dios.
La familia que nace de esta unión basa su solidez interior en la alianza entre los esposos, que Cristo elevó a sacramento. La familia recibe su propia naturaleza comunitaria –más aún, sus características de “comunión”– de aquella comunión fundamental de los esposos que se prolonga en los hijos. “¿Estáis dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente los hijos, y a educarlos...?”, les pregunta el celebrante durante el rito del matrimonio (43). La respuesta de los novios corresponde a la íntima verdad del amor que los une.
Sin embargo, su unidad, en vez de encerrarlos en sí mismos, los abre a una nueva vida, a una nueva persona. Como padres, serán capaces de dar la vida a un ser semejante a ellos, no solamente “hueso de sus huesos y carne de su carne” (cf. Gn 2, 23), sino imagen y semejanza de Dios, esto es, persona.
Al preguntar: “¿Estáis dispuestos?”, la Iglesia recuerda a los novios que se hallan ante la potencia creadora de Dios. Están llamados a ser padres, o sea, a cooperar con el Creador dando la vida. Cooperar con Dios llamando a la vida a nuevos seres humanos significa contribuir a la trasmisión de aquella imagen y semejanza divina de la que es portador todo “nacido de mujer”.
40. Gaudium et Spes, 24.
43. Rituale Romanum, “Ordo celebrandi matrimonium”, n. 60, editio typica altera, p. 17.
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9. Mediante la comunión de personas, que se realiza en el matrimonio, el hombre y la mujer dan origen a la familia. Con ella se relaciona la genealogía de cada hombre: la genealogía de la persona. La paternidad y la maternidad humanas están basadas en la biología y, al mismo tiempo, la superan. El Apóstol, “doblando las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda paternidad en los cielos y en la tierra”, pone ante nuestra consideración, en cierto modo, el mundo entero de los seres vivientes, tanto los espirituales del cielo como los corpóreos de la tierra. Cada generación halla su modelo originario en la Paternidad de Dios. Sin embargo, en el caso del hombre, esta dimensión “cósmica” de semejanza con Dios no basta para definir adecuadamente la relación de paternidad y maternidad. Cuando de la unión conyugal de los dos nace un nuevo hombre, éste trae consigo al mundo una particular imagen y semejanza de Dios mismo: en la biología de la generación está inscrita la genealogía de la persona.
Al afirmar que los esposos, en cuanto padres, son colaboradores de Dios Creador en la concepción y generación de un nuevo ser humano (45), no nos referimos sólo al aspecto biológico; queremos subrayar más bien que en la paternidad y maternidad humanas Dios mismo está presente de un modo diverso de como lo está en cualquier otra generación “sobre la tierra”. En efecto, solamente de Dios puede provenir aquella “imagen y semejanza”, propia del ser humano, como sucedió en la creación. La generación es, por consiguiente, la continuación de la creación (46).
Así, pues, tanto en la concepción como en el nacimiento de un nuevo ser, los padres se hallan ante un “gran misterio” (Ef 5, 32). También el nuevo ser humano, igual que sus padres, es llamado a la existencia como persona y a la vida “en la verdad y en el amor”. Esta llamada se refiere no sólo a lo temporal, sino también a lo eterno. Tal es la dimensión de la genealogía de la persona, que Cristo nos ha revelado definitivamente, derramando la luz del Evangelio sobre el vivir y el morir humanos y, por tanto, sobre el significado de la familia humana.
Como afirma el Concilio, el hombre “es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” (48). El origen del hombre no se debe sólo a las leyes de la biología, sino directamente a la voluntad creadora de Dios: voluntad que llega hasta la genealogía de los hijos e hijas de las familias humanas. Dios “ha amado” al hombre desde el principio y lo sigue “amando” en cada concepción y nacimiento humano. Dios “ama” al hombre como un ser semejante a él, como persona. Este hombre, todo hombre, es creado por Dios “por sí mismo”. Esto es válido para todos, incluso para quienes nacen con enfermedades o limitaciones. En la constitución personal de cada uno está inscrita la voluntad de Dios, que ama al hombre, el cual tiene como fin, en cierto sentido, a sí mismo. Dios entrega al hombre a sí mismo, confiándolo simultáneamente a la familia y a la sociedad, como cometido propio. Los padres, ante un nuevo ser humano, tienen o deberían tener plena conciencia de que Dios “ama” a este hombre “por sí mismo”.
Esta expresión sintética es muy profunda. Desde el momento de la concepción y, más tarde, del nacimiento, el nuevo ser está destinado a expresar plenamente su humanidad, a “encontrarse plenamente” como persona (49). Esto afecta absolutamente a todos, incluso a los enfermos crónicos y los minusválidos. “Ser hombre” es su vocación fundamental; “ser hombre” según el don recibido; según el “talento” que es la propia humanidad y, después, según los demás “talentos”. En este sentido Dios ama a cada hombre “por sí mismo”. Sin embargo, en el designio de Dios la vocación de la persona humana va más allá de los límites del tiempo. Es una respuesta a la voluntad del Padre, revelada en el Verbo encarnado: Dios quiere que el hombre participe de su misma vida divina. Por eso dice Cristo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).
El destino último del hombre, ¿no está en contraste con la afirmación de que Dios ama al hombre “por sí mismo”? Si es creado para la vida divina, ¿existe verdaderamente el hombre “para sí mismo”? Ésta es una pregunta clave, de gran interés, tanto para el inicio como para el final de la existencia terrena: es importante para todo el curso de la vida. Podría parecer que, destinando al hombre a la vida divina, Dios lo apartara definitivamente de su existir “por sí mismo” (51). ¿Qué relación hay entre la vida de la persona y su participación en la vida trinitaria? Responde san Agustín: “Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (52). Este “corazón inquieto” indica que no hay contradicción entre una y otra finalidad, sino más bien una relación, una coordinación y unidad profunda. Por su misma genealogía, la persona, creada a imagen y semejanza de Dios, participando precisamente en su Vida, existe “por sí misma” y se realiza. El contenido de esta realización es la plenitud de vida en Dios, de la que habla Cristo (cf. Jn 6, 37-40), quien nos ha redimido previamente para introducirnos en ella (cf. Mc 10, 45).
Los esposos desean los hijos para sí, y en ellos ven la coronación de su amor recíproco. Los desean para la familia, como don más excelente55. En el amor conyugal, así como en el amor paterno y materno, se inscribe la verdad sobre el hombre, expresada de manera sintética y precisa por el Concilio al afirmar que Dios “ama al hombre por sí mismo”. Con el amor de Dios ha de armonizarse el de los padres. En ese sentido, éstos deben amar a la nueva criatura humana como la ama el Creador. El querer humano está siempre e inevitablemente sometido a la ley del tiempo y de la caducidad. En cambio, el amor divino es eterno. “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía –escribe el profeta Jeremías–, y antes que nacieses, te tenía consagrado” (1, 5). La genealogía de la persona está, pues, unida ante todo con la eternidad de Dios, y en segundo término con la paternidad y maternidad humana que se realiza en el tiempo. Desde el momento mismo de la concepción el hombre está ya ordenado a la eternidad en Dios.
45. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Familiaris Consortio, 28. [1981 11 22/28]
46. Cfr. Pii XII Humani Generis: AAS 42 (1950) 574.
48. Gaudium et Spes, 24.
49. Gaudium et Spes, 24.
51. Gaudium et Spes, 24.
52. S. Augustini Confessiones, I, 1: CCL, 27, 1.
55. Cfr. Gaudium et Spes, 50. [1965 12 07c/50]
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10. El consentimiento matrimonial define y hace estable el bien que es común al matrimonio y a la familia. “Te quiero a ti,
... como esposa –como esposo– y me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida” (57). El matrimonio es una singular comunión de personas. En virtud de esta comunión, la familia está llamada a ser comunidad de personas. Es un compromiso que los novios asumen “ante Dios y su Iglesia”, como les recuerda el celebrante en el momento de expresarse mutuamente el consentimiento (58). De este compromiso son testigos quienes participan en el rito; en ellos están representadas, en cierto modo, la Iglesia y la sociedad, ámbitos vitales de la nueva familia.
Las palabras del consentimiento matrimonial definen lo que constituye el bien común de la pareja y de la familia. Ante todo, el bien común de los esposos, que es el amor, la fidelidad, la honra, la duración de su unión hasta la muerte: “todos los días de mi vida”. El bien de ambos, que lo es de cada uno, deberá ser también el bien de los hijos. El bien común, por su naturaleza, a la vez que une a las personas, asegura el verdadero bien de cada una. Si la Iglesia, como por otra parte el Estado, recibe el consentimiento de los esposos, expresado con las palabras anteriormente citadas, lo hace porque está “escrito en sus corazones” (cf. Rm 2, 15). Los esposos se dan mutuamente el consentimiento matrimonial, prometiendo, es decir, confirmando ante Dios, la verdad de su consentimiento. En cuanto bautizados, ellos son, en la Iglesia, los ministros del sacramento del matrimonio. San Pablo enseña que este recíproco compromiso es un “gran misterio” (Ef 5, 32).
Las palabras del consentimiento expresan, pues, lo que constituye el bien común de los esposos e indican lo que debe ser el bien común de la futura familia. Para ponerlo de manifiesto la Iglesia les pregunta si están dispuestos a recibir y educar cristianamente a los hijos que Dios les conceda. La pregunta se refiere al bien común del futuro núcleo familiar, teniendo presente la genealogía de las personas, que está inscrita en la constitución misma del matrimonio y de la familia. La pregunta sobre los hijos y su educación está vinculada estrictamente con el consentimiento matrimonial, con la promesa de amor, de respeto conyugal, de fidelidad hasta la muerte. La acogida y educación de los hijos –dos de los objetivos principales de la familia– están condicionadas por el cumplimiento de ese compromiso. La paternidad y la maternidad representan un cometido de naturaleza no simplemente física, sino también espiritual; en efecto, por ellas pasa la genealogía de la persona, que tiene su inicio eterno en Dios y que debe conducir a él.
El Año de la familia, año de especial oración de las familias, debería concientizar a cada familia sobre esto de un modo nuevo y profundo. ¡Qué riqueza de aspectos bíblicos podría constituir el substrato de esa oración! Es necesario que a las palabras de la sagrada Escritura se añada siempre el recuerdo personal de los esposos-padres, y el de los hijos y nietos. Mediante la genealogía de las personas, la comunión conyugal se hace comunión de generaciones. La unión sacramental de los dos, sellada con la alianza realizada ante Dios, perdura y se consolida con la sucesión de las generaciones. Esta unión debe convertirse en unidad de oración. Pero para que esto pueda transparentarse de manera significativa en el Año de la familia, es necesario que la oración se convierta en una costumbre radicada en la vida cotidiana de cada familia. La oración es acción de gracias, alabanza a Dios, petición de perdón, súplica e invocación. En cada una de estas formas, la oración de la familia tiene mucho que decir a
Dios. También tiene mucho que decir a los hombres, empezando por la recíproca comunión de personas unidas por lazos familiares.
“¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?” (Sal 8, 5), se pregunta el salmista. La oración es la situación en la cual, de la manera más sencilla, se manifiesta el recuerdo creador y paternal de Dios: no sólo y no tanto el recuerdo de Dios por parte del hombre, sino más bien el recuerdo del hombre por parte de Dios. Por esto, la oración de la comunidad familiar puede convertirse en ocasión de recuerdo común y recíproco; en efecto, la familia es comunidad de generaciones. En la oración todos deben estar presentes: los que viven y quienes ya han muerto, como también los que aún tienen que venir al mundo. Es preciso que en la familia se ore por cada uno, según la medida del bien que para él constituye la familia y del bien que él constituye para la familia. La oración confirma más sólidamente ese bien, precisamente como bien común familiar. Más aún, la oración es el inicio también de este bien, de modo siempre renovado. En la oración, la familia se encuentra como el primer “nosotros” en el que cada uno es “yo” y “tú”; cada uno es para el otro marido o mujer, padre o madre, hijo o hija, hermano o hermana, abuelo o nieto.
¿Son así las familias a las que me dirijo con esta carta? Ciertamente no pocas son así, pero en la época actual se ve la tendencia a restringir el núcleo familiar al ámbito de dos generaciones. Esto sucede a menudo por la escasez de viviendas disponibles, sobre todo en las grandes ciudades. Pero muchas veces esto se debe también a la convicción de que varias generaciones juntas son un obstáculo para la intimidad y hacen demasiado difícil la vida. Pero, ¿no es precisamente éste el punto más débil? Hay poca vida verdaderamente humana en las familias de nuestros días. Faltan las personas con las que crear y compartir el bien común; y sin embargo el bien, por su naturaleza, exige ser creado y compartido con otros: “el bien tiende a difundirse” (“bonum est diffusivum sui”)62. El bien, cuanto más común es, tanto más propio es también: mío –tuyo– nuestro. Ésta es la lógica intrínseca del vivir en el bien, en la verdad y en la caridad. Si el hombre sabe aceptar esta lógica y seguirla, su existencia llega a ser verdaderamente una “entrega sincera”.
57. Rituale Romanum, “Ordo celebrandi matrimonium”, n. 62, editio typica altera, p. 17.
58. Rituale Romanum, “Ordo celebrandi matrimonium”, n. 61, ed. cit., p. 17.
62. S. Thomae Summa Theologiae, I, q. 5, a. 4, ad 2.
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11. El Concilio, al afirmar que el hombre es la única criatura sobre la tierra amada por Dios por sí misma, dice a continuación que él “no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de sí mismo”63. Esto podría parecer una contradicción, pero no lo es absolutamente. Es, más bien, la gran y maravillosa paradoja de la existencia humana: una existencia llamada a servir la verdad en el amor. El amor hace que el hombre se realice mediante la entrega sincera de sí mismo. Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente.
La entrega de la persona exige, por su naturaleza, que sea duradera e irrevocable. La indisolubilidad del matrimonio deriva primariamente de la esencia de esa entrega: entrega de la persona a la persona. En este entregarse recíproco se manifiesta el carácter esponsal del amor. En el consentimiento matrimonial los novios se llaman con el propio nombre: ““Yo, ... te quiero a ti, ... como esposa (como esposo) y me entrego a ti, y prometo serte fiel... todos los días de mi vida”. Semejante entrega obliga mu- cho más intensa y profundamente que todo lo que puede ser “comprado” a cualquier precio. Doblando las rodillas ante el Padre, del cual proviene toda paternidad y maternidad, los futuros padres se hacen conscientes de haber sido “redimidos”. En efec- to, han sido comprados a un precio elevado, al preciode la en- trega más sincera posible, la sangre de Cristo, en la que partici- pan por medio del sacramento. Coronamiento litúrgico del rito matrimonial es la Eucaristía –sacrificio del “cuerpo entregado” y de la “sangre derramada”–, que en el consentimiento de los esposos encuentra, de alguna manera, su expresión. Cuando el hombre y la mujer, en el matrimonio, se entregan y se reciben recíprocamente en la unidad de “una sola carne”, la lógica de la entrega sincera entra en sus vidas. Sin aquélla, el ma- trimonio sería vacío, mientras que la comunión de las personas, edificada sobre esa lógica, se convierte en comunión de los pa- dres. Cuando transmiten la vida al hijo, un nuevo “tú” humano se inserta en la órbita del “nosotros” de los esposos, una persona que ellos llamarán con un nombre nuevo: “nuestro hijo...; nuestra hija...”. “He adquirido un varón con el favor del Señor” (Gén 4, 1), dice Eva, la primera mujer de la historia. Un ser humano, es- perado durante nueve meses y “manifestado” después a los pa- dres, hermanos y hermanas. El proceso de la concepción y del desarrollo en el seno materno, el parto, el nacimiento, sirven para crear como un espacio adecuado para que la nueva criatu- ra pueda manifestarse como “don”. Así es, efectivamente, desde el principio. ¿Podría, quizás, calificarse de manera diversa este ser frágil e indefenso, dependiente en todo de sus padres y en- comendado completamente a ellos? El recién nacido se entrega alos padres por el hecho mismo de nacer. Su vida es ya un don, el primer don del Creador a la criatura.En el recién nacido se realiza el bien común de la familia. Como el bien común de los esposos encuentra su cumplimiento en el amor esponsal, dispuesto a dar y acoger la nueva vida, así el bien común de la familia se realiza mediante el mismo amor esponsal concretado en el recién nacido. En la genealogía de la persona está inscrita la genealogía de la familia, lo cual quedará para memoria mediante las anotaciones en el registro de Bautismos, aunque éstas no son más que la consecuencia social del hecho “de que ha nacido un hombre en el mundo” (Jn 16, 21). Ahora bien, ¿es también verdad que el nuevo ser humano es un don para los padres? ¿Un don para la sociedad? Aparentemente nada parece indicarlo. El nacimiento de un ser humano parece a veces un simple dato estadístico, registrado como tan- tos otros en los balances demográficos. Ciertamente, el naci- miento de un hijo significa para los padres ulteriores esfuerzos, nuevas cargas económicas, otros condicionamientos prácticos. Estos motivos pueden llevarlos a la tentación de no desear otro hijo (66). En algunos ambientes sociales y culturales la tentación resulta más fuerte. El hijo, ¿no es, pues, un don? ¿Viene sólo para recibir y no para dar? He aquí algunas cuestiones inquie- tantes, de las que el hombre actual no se libra fácilmente. El hijo viene a ocupar un espacio, mientras parece que en el mundo cada vez haya menos. Pero, ¿es realmente verdad que el hijo no aporta nada a la familia y a la sociedad? ¿No es quizás una “partícula” de aquel bien común sin el cual las comunidades humanas se disgregan y corren el riesgo de desaparecer? ¿Cómo negarlo? El niño hace de sí mismo un don a los hermanos, hermanas, padres, a toda la familia. Su vida se convier- te en don para los mismos donantes de la vida, los cuales no de- jarán de sentir la presencia del hijo, su participación en la vida de ellos, su aportación a su bien común y al de la comunidad familiar. Verdad, ésta, que es obvia en su simplicidad y pro- fundidad, no obstante la complejidad, y también la eventual patología, de la estructura psicológica de ciertas personas. El bien común de toda la sociedad está en el hombreque, como se ha recordado, es “el camino de la Iglesia”67. Ante todo, él es la “gloria de Dios”: “Gloria Dei, vivens homo”, según la conocida expresión de san Ireneo(68), que podría traducirse así: “La gloria de Dios es que el hombre viva”. Estamos aquí, puede decirse, ante la definición más profunda del hombre: la gloria de Dios es el bien común de todo lo que existe; el bien común del género humano. ¡Sí, el hombre es un bien común!: bien común de la familia y de la humanidad, de cada grupo y de las múltiples estructuras sociales. Pero hay que hacer una significativa distinción de gra- do y de modalidad: el hombre es bien común, por ejemplo, de la Nación a la que perteneceo del Estado del cual es ciudadano; pero lo es de una manera mucho más concreta, única e irrepetible para su familia; lo es no sólo como individuo que forma parte de la multitud humana, sino como“este hombre”. Dios Crea- dor lo llama a la existencia “por sí mismo”; y con su venida al mundo el hombre comienza, en la familia, su “gran aventura”, la aventura de la vida. “Este hombre”, en cualquier caso, tiene derecho a la propia afirmación debido a su dignidad humana.Ésta es precisamente la que establece el lugar de la persona entre los hombres y, ante todo, en la familia. En efecto, la familia es –más que cualquier otra realidad social– el ambiente en que el hom- bre puede vivir “por sí mismo” a través de la entrega sincera de sí. Por esto, la familia es una institución social que no se puede ni se debe sustituir: es “el santuario de la vida”(29). El hecho de que está naciendo un hombre –“ha nacido un hombre en el mundo” (Jn 16, 21)–, constituye un signo pascual. Jesús mismo, como refiere el evangelista Juan, habla de ello a los discípulos antes de su pasión y muerte, parangonando la tristeza por su marcha con el sufrimiento de una mujer parturienta: “La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llega- do su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuer- da del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mun- do”(Jn 16, 21). La “hora” de la muerte de Cristo (cf. Jn 13, 1) se parangona aquí con la “hora” de la mujer en los dolores de parto; el nacimiento de un nuevo hombre se corresponde plenamente con la victoria de la vida sobre la muerte realizada por la resurrección del Señor. Esta comparación se presta a diversas reflexiones. Igual que la resurrección de Cristo es la manifesta- ción de la Vida más allá del umbral de la muerte, así también el nacimiento de un niño es manifestación de la vida, destinada siempre, por medio de Cristo, a la “plenitud de la vida” que está en Dios mismo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan enabundancia” (Jn 10, 10). Aquí se manifiesta en su valor más profundo el verdadero significado de la expresión de san Ireneo: “Gloria Dei, vivens homo”. Ésta es la verdad evangélica de la entrega de sí mismo, sin la cual el hombre no puede “encontrarse plenamente”, que permi- te valorar cuán profundamente esta “entrega sincera” esté fundamentada en la entrega de Dios Creador y Redentor, en la “gracia del Espíritu Santo”, cuya “efusión” sobre los esposos invoca el celebrante en el rito del matrimonio. Sin esta “efusión” sería verdaderamente difícil comprender todo esto y cumplirlo como vocación del hombre. Y sin embargo, ¡tanta gente lo intuye! Tantos hombres y mujeres hacen propia esta verdad llegando a entrever que sólo en ella encuentran “la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Sin esta verdad, la vida de los esposos no llega a alcanzar un sentido plenamente humano. He aquí por qué la Iglesia nunca se cansa de enseñar y de testimoniar esta verdad. Aun manifestando comprensión materna por las no pocas y complejas situaciones de crisis en que se ha- llan las familias, así como por la fragilidad moral de cada ser humano, la Iglesia está convencida de que debe permanecer absolutamente fiel a la verdad sobre el amor humano; de otro modo, se traicionaría a sí misma. En efecto, abandonar esta verdad sal- vífica sería como cerrar “los ojos del corazón” (cf. Ef 1, 18), que, en cambio, deben permanecer siempre abiertos a la luz con que el Evangelio ilumina las vicisitudes humanas (cf. 2 Tim 1, 10).La conciencia de la entrega sincera de sí, mediante la cual el hombre “se encuentra plenamente a sí mismo”, ha de ser renovada sólidamente y garantizada constantemente, ante muchas formas de oposición que la Iglesia encuentra por parte de los sería verdaderampartidarios de una falsa civilización del progreso(77). La familia expresa siempre un nueva dimensión del bien para los hombres, y por esto suscita una nueva responsabilidad. Se trata de la res- ponsabilidad por aquel singular bien comúnen el cual se encuen- tra el bien del hombre: el bien de cada miembro de la comunidad familiar; es un bien ciertamente “difícil” (“bonum arduum”), pero atractivo.
63. Gaudium et Spes, 24.
64. Gen. 4, 1.
65. Gv. 16, 21.
66. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Sollicitudo Rei Socialis, 25 [1987 12 30/25]
67. Ioannis Pauli PP. II Redemptor Hominis, 14; cfr. Ioannis Pauli PP. II Centesimus Annus, 53.
68. S. Irenaei Adversus Haereses, IV, 20, 7: PG 7, 1057; SCh 1002, 648-649.
69. Ioannis Pauli PP. II Centesimus Annus, 39. [1991 05 01/39]
70. Gv. 16, 21.
71. Gv. 16, 21.
72. Cfr. Gv. 13, 1.
73. Gv. 10, 10.
74. Gv. 14, 6.
75. Cfr. Ef. 1, 18.
76. Cfr. 2 Tm. 1, 10.
77. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Sollicitudo Rei Socialis, 25 [1987 12 30/25]
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12. Ha llegado el momento de aludir, en el entramado de la presente Carta a las Familias, a dos cuestiones relacionadas entre sí. Una, la más genérica, se refiere a la civilización del amor; la otra, más específica, se refiere a la paternidad y maternidad responsables.
Hemos dicho ya que el matrimonio entraña una singular responsabilidad para el bien común: primero el de los esposos, después el de la familia. Este bien común está representado por el hombre, por el valor de la persona y por todo lo que representa la medida de su dignidad. El hombre lleva consigo esta dimensión en cada sistema social, económico y político. Sin embargo, en el ámbito del matrimonio y de la familia esa responsabilidad se hace, por muchas razones, más “exigente” aún. No sin motivo la Constitución pastoral Gaudium et spes habla de “promover la dignidad del matrimonio y de la familia”. El Concilio ve en esta “promoción” una tarea tanto de la Iglesia como del Estado; sin embargo, en toda culturifíciles de rebelión y rechazo, pero al mismo tiempo tantas personas muy responsables y generosas. Mientras escribo esta Carta tengo presentes a todos estos esposos y les abrazo con mi afecto y mi oración.
78. Cfr. Pauli VI Humanae Vitae, 12 [1968 07 25/12]; Catechismus Catholicae Ecclesiae, n. 2366 [1992 10 11/2366].
81. Gaudium et Spes, 24.
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13. Amadísimas familias, la cuestión de la paternidad y de la maternidad responsables se inscribe en toda la temática de la “civilización del amor”, de la que deseo hablaros ahora. De lo expuesto hasta aquí se deduce claramente que la familia constituye la base de lo que Pablo VI calificó como “civilización del amor”83, expresión asumida después por la enseñanza de la Iglesia y considerada ya normal. Hoy es difícil pensar en una intervención de la Iglesia, o bien sobre la Iglesia, que no se refiera a la civilización del amor. La expresión se relaciona con la tradición de la “iglesia doméstica” en los orígenes del cristianismo, pero tiene una preciosa referencia incluso para la época actual.
Etimológicamente, el término “civilización” deriva efectivamente de “civis”, “ciudadano”, y subraya la dimensión política de la existencia de cada individuo. Sin embargo, el significado más profundo de la expresión “civilización” no es solamente político sino más bien “humanístico”. La civilización pertne al mundo (cf. Jn 16, 21) y, consiguientemente, porque los esposos llegan a ser padres. Civilización del amor significa “alegrarse con la verdad” (cf. 1 Co 13, 6); pero una civilización inspirada en una mentalidad consumista y antinatalista no es ni puede ser nunca una civilización del amor. Si la familia es tan importante para la civilización del amor, lo es por la particular cercanía e intensidad de los vínculos que se instauran en ella entre las personas y las generaciones. Sin embargo, es vulnerable y puede sufrir fácilmente los peligros que debilitan o incluso destruyen su unidad y estabilidad. Debido a tales peligros, las familias dejan de dar testimonio de la civilización del amor e incluso pueden ser su negación, una especie de antitestimonio. Una familia disgregada puede, a su vez, generar una forma concreta de “anticivilización”, destruyendo el amor en los diversos ámbitos en los que se expresa, con inevitables repercusiones en el conjunto de la vida social.
83. Cfr. Pauli VI Homilia de Anni Sancti conclusione, die 25 dec. 1975: Insegnamenti di Paolo VI, XIII (1975) 1564 ss.
84. Gaudium et Spes, 22.
89. Cfr. Gaudium et Spes, 47. [1965 12 07c/47]
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14. El amor, al que el apóstol Pablo dedicó un himno en la primera carta a los Corintios –amor “paciente”, “servicial”, y que “todo lo soporta” (1 Co 13, 4. 7)–, es ciertamente exigente. Su belleza está precisamente en el hecho de ser exigente, porque de este modo constituye el verdadero bien del hombre y lo irradia también a los demás. En efecto, el bien –dice santo Tomás–
es por su naturaleza “difusivo” (95). El amor es verdadero cuando crea el bien de las personas y de las comunidades, lo crea y lo da a los demás. Sólo quien, en nombre del amor, sabe ser exigente consigo mismo, puede exigir amor de los demás; porque el amor es exigente. Lo es en cada situación humana; lo es aún más para quien se abre al Evangelio. ¿No es esto lo que Jesús proclama en “su” mandamiento? Es necesario que los hombres de hoy descubran este amor exigente, porque en él está el fundamento verdaderamente sólido de la familia; un fundamento que es capaz de “soportar todo”. Según el Apóstol, el amor no es cappersonas” en la familia sea preparación para la “comunión de los santos”. Por esto la Iglesia confiesa y anuncia el amor que “todo lo soporta”, viendo en él, con san Pablo, la virtud “mayor” (cf. 1 Co 13, 7. 13). El Apóstol no pone límites a nadie. Amar es vocación de todos, también de los esposos y de las familias. En efecto, en la Iglesia todos están llamados igualmente a la perfección de la santidad (cf. Mt 5, 48)104.
95. S. Thomae Summa Theologiae, I, q. 5, a. 4, ad 2.
100. S. Thomae Summa Theologiae, I-IIae, q. 22.
104. Cfr. Mt. 5, 48; cfr. Lumen Gentium, 11. 40 et 41. [1964 11 21ª/11, 41]
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15. El cuarto mandamiento del Decálogo se refiere a la familia, a su cohesión interna; y, podría decirse, a su solidaridad.
En su formulación no se habla explícitamente de la familia; pero, de hecho, se trata precisamente de ella. Para expresar la comunión entre generaciones, el divino Legislador no encontró palabra más apropiada que ésta: “Honra...” (Ex 20, 12). Estamos ante otro modo de expresar lo que es la familia. Dicha formulación no la exalta “artificialmente”, sino que ilumina su subjetividad y los derechos que derivan de ello. La familia es una comunidad de relaciones interpersonales particularmente intensas: entre esposos, entre padres e hijos, entre generaciones. Es una comunidad que ha de ser especialmente garantizada. Y Dios no encuentra garantía mejor que ésta: “Honra”.
“Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar” (Ex 20, 12). Este mandamiento sigue a los tres preceptos fundamentales que atañen a la relación del hombre y del pueblo de Israel con Dios: “Shemá, Israel”, “Escucha, Israel. El Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6, 4). “No habrá para ti otros dio- ses delante de mí” (Ex 20, 3). Éste es el primer y mayor mandamiento del amor a Dios “por encima de todo”: él tiene que ser amado “con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Dt 6, 5; cf. Mt 22, 37). Es significativo que el cuarto mandamiento se inserte precisamente en este contexto. “Honra a tu padre y a tu madre”, para que ellos sean para ti, en cierto modo, los representantes de Dios, quienes te han dado la vida y te han introducido en la existencia humana: en una estirpe, nación y cultura. Después de Dios son ellos tus primeros bienhechores. Si Dios es el único bueno, más aún, el Bien mismo, los padres participan singularmente de esta bondad suprema. Por tanto: ¡honra a tus padres! Hay aquí una cierta analogía con el culto debido a Dios.te sin referirse al amor a Dios y al prójimo. Y¿quién es más prójimo que los propios familiares, que los padres y que los hijos? ¿Es unilateral el sistema interpersonal indicado en el cuarto mandamiento? ¿Obliga éste a honrar sólo a los padres? Literalmente, sí; pero, indirectamente, podemos hablar también de la “honra” que los padres deben a los hijos. “Honra” quiere decir: reconoce, o sea, déjate guiar por el reconocimiento convencido de la persona, de la del padre y de la madre ante todo, y también de la de todos los demás miembros de la familia. La honra es una actitud esencialmente desinteresada. Podría decirse que es “una entrega sincera de la persona a la persona” y, en este sentido, la honra coincide con el amor. Si el cuarto mandamiento exige honrar al padre y a la madre, lo hace por el bien de la fa- milia; pero, precisamente por esto, presenta unas exigencias a los mismos padres. ¡Padres –parece recordarles el precepto divino–, actuad de modo que vuestro comportamiento merezca la honra (y el amor) por parte de vuestros hijos! ¡No dejéis caer en un “vacío moral” la exigencia divina de honra para vosotros! En definitiva, se trata pues de una honra recíproca. El mandamiento “honra a tu padre y a tu madre” dice indirectamente a los padres: Honrad a vuestros hijos e hijas. Lo merecen porque existen, porque son lo que son: esto es válido desde el primer momento de su concepción. Así, este mandamiento, expresando el vínculo íntimo de la familia, manifiesta el fundamento de su cohesión interior. El mandamiento prosigue: “para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar” (Ex 20, 12). Este “para que” podría dar la impresión de un cálculo “utilitarista”: honrar con miras a la futura longevidad. Entre tanto, decimos que esto no disminuye el significado esencial del imperativo “honra”, vinculado por su naturaleza con una actitud desinteresada. Honrar nunca significa: “prevé las ventajas”. Sin embargo, no es difícil reconocer que de la actitud de honra recíproca, existente entre los miembros de la comunidad familiar, deriva también una ventaja de naturaleza diversa. La “honra” es ciertamente útil, como “útil” es todo verdadero bien. La familia realiza, ante todo, el bien del “estar juntos”, bien por excelencia del matrimonio (de ahí su indisolubilidad) y de la comunidad familiar. Se lo podría definir, además, como bien de los sujetos. En efecto, la persona es un sujeto y lo es también la familia, al estar constituida por personas que, unidas por un profundo vínculo de comunión, forman un único sujeto comu- nitario. Asimismo, la familia es sujeto más que otras instituciones sociales: lo es más que la nación, que el Estado, más que la sociedad y que las organizaciones internacionales. Estas sociedades, especialmente las naciones, gozan de subjetividad propia en la medida en que la reciben de las personas y de sus familias. ¿Son, éstas, observaciones sólo “teóricas”, formuladas con el fin de “exaltar” la familia ante la opinión pública? No, se trata más bien de otro modo de expresar lo que es la familia. Y esto se deduce también del cuarto mandamiento. Es una verdad que merece ser destacada y profundizada. En efecto, subraya la importancia de este mandamiento incluso para el sistema moderno de los derechos del hombre.Los ordenamientos institucionales usan el lenguaje jurídico. En cambio, Dios dice: “honra”. Todos los “derechos del hombre” son, en de- finitiva, frágiles e ineficaces, si en su base falta el imperativo: “honra”; en otras palabras, si falta el reconocimiento del hombre por el simple hecho de que es hombre, “este” hombre. Por sí solos, los derechos no bastan. Por tanto, no es exagerado afirmar que la vida de las naciones, de los Estados y de las organizaciones internacionales “pasa” através de la familia y “se fundamenta” en el cuarto mandamiento del Decálogo. La época en que vivimos, no obstante las múltiples Declaraciones de tipo jurídico que han sido elaboradas, está amenazada en gran medida por la “alienación”, como fruto de premisas “iluministas” según las cuales el hombre es “más” hombre si es “solamente” hombre. No es difícil descubrir cómo la alienación de todo lo que de diversas formas pertenece ¿Son, ésta la plena riqueza del hombre insidia nuestra época. Y esto re- percute en la familia. En efecto, la afirmación de la persona está relacionada en gran medida con la familia y, por consiguiente, con el cuarto mandamiento. En el designio de Dios la familia es, bajo muchos aspectos, la primera escuela del ser humano. ¡Sé hombre! –es el imperativo que en ella se transmite–, hombre como hijo de la patria, como ciudadano del Estado y, se dice hoy, como ciudadano del mundo. Quien ha dado el cuarto mandamiento a la humanidad es un Dios “benévolo” con el hombre, (filanthropos, decían los griegos). El Creador del uni- verso es el Dios del amor y de la vida. Él quiere que el hombre tenga la vida y la tenga en abundancia, como proclama Cristo (cf. Jn 10, 10): que tenga la vida ante todo gracias a la familia. Parece claro, pues, que la “civilización del amor” está estrechamente relacionada con la familia. Para muchos la civilización del amor constituye todavía una pura utopía. En efecto, se cree que el amor no puede ser exigido por nadie ni puede imponerse: sería una elección libre que los hombres pueden aceptar o rechazar. Hay parte de verdad en todo esto. Sin embargo, está el hecho de que Jesucristo nos dejó el mandamiento del amor, así como Dios había ordenado en el monte Sinaí: “Honra a tu padre y a tu madre”. Pues el amor no es una utopía: ha sido dado al hombre como un cometido que cumplir con la ayuda de la gracia divina. Ha sido encomendado al hombre y a la mujer, en el sa- cramento del matrimonio, como principio fontal de su “deber”, yes para ellos el fundamento de su compromiso recíproco: primero el conyugal, y luego el paterno y materno. En la celebración del sacramento, los esposos se entregan y se reciben recíprocamente, declarando su disponibilidad a acoger y educar la prole. Aquí están las bases de la civilización humana, la cual no puede definirse más que como “civilización del amor”. La familia es expresión y fuente de este amor; a través de ella pasa la corriente principal de la civilización del amor, que encuentra en la familia sus “bases sociales”. Los Padres de la Iglesia, en la tradición cristiana, han hablado de la familia como “iglesia doméstica”, como “pequeña iglesia”. Se referían así a la civilización del amor como un posible sistema de vida y de convivencia humana. “Estar juntos” como familia, ser los unos para los otros, crear un ámbito comunitario para la afirmación de cada hombre como tal, de “este” hombre concreto. A veces puede tratarse de personas con limitaciones físicas o psíquicas, de las cuales prefiere liberarse la sociedad llamada “progresista”. Incluso la familia puede llegar a compor- tarse como dicha sociedad. De hecho lo hace cuando se libra fá- cilmente de quien es anciano o está afectado por malformacio- nes o sufre enfermedades. Se actúa así porque falta la fe en aquel Dios por el cual “todos viven”(Lc 20, 38) y están llamados a la plenitud de la vida. Sí, la civilización del amor es posible, no es una utopía. Pero es posible sólo gracias a una referencia constante y viva a “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien proviene toda paternidad en el mundo” (cf. Ef 3, 14-15); de quien proviene cada familia humana.
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16. ¿En qué consiste la educación? Para responder a esta pregunta hay que recordar dos verdades fundamentales. La primera es que el hombre está llamado a vivir en la verdad y en el amor. La segunda es que cada hombre se realiza mediante la entrega sincera de sí mismo. Esto es válido tanto para quien educa como para quien es educado. La educación es, pues, un proceso singular en el que la recíproca comunión de las personas está llena de grandes significados. El educador es una persona que “engendra” en sentido espiritual. Bajo esta perspectiva, la educación puede ser considerada un verdadero apostolado. Es
una comunicación vital, que no sólo establece una relación pro funda entre educador y educando, sino que hace participar a ambos en la verdad y en el amor, meta final a la que está llamado todo hombre por parte de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
La paternidad y la maternidad suponen la coexistencia y la interacción de sujetos autónomos. Esto es bien evidente en la madplea sin cesar para el bien de toda la familia humana.
113. Rituale Romanum, “Ordo celebrandi matrimonium”, n. 60, editio typica altera, p. 17.
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17. La familia es una comunidad de personas, la célula social más pequeña y, como tal, es una institución fundamental para la vida de toda sociedad.
La familia como institución, ¿qué espera de la sociedad? Ante todo que sea reconocida en su identidad y aceptada en su naturaleza de sujeto social. Ésta va unida a la identidad propia del matrimonio y de la familia. El matrimonio, que es la base de la institución familiar, está formado por la alianza “por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole” (11)7. Sólo una unión así puede ser reconocida y confirmada como “matrimonio” en la sociedad. En cambio, no lo pueden ser las otras uniones interpersonales que no responden a las condiciones recordadas antes, a pesar de que hoy día se difunden, precisamente sobre este punto, corrientes bastante peligrosas para el futuro de la familia y de la misma sociedad.
117. Codex Iuris Canonici, can. 1055, 1 [1983 01 25/1055]; Catechismus Catholicae Ecclesiae, n. 1601 [1992 10 11/1601]
118. Gaudium et Spes, 74.
119. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Centesimus Annus, 67.
120. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Laborem Exercens, 19 [1981 09 14/19]
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18. Jesús, hablando un día con los discípulos de Juan, alude a una invitación para una boda y a la presencia del esposo entre los invitados: “El esposo está con ellos” (cf. Mt 9, 15). Indicaba así el cumplimiento, en su persona, de la imagen de Dios-esposo, ya utilizada en el Antiguo Testamento, para revelar plenamente el misterio de Dios como misterio de amor.
Presentándose como “esposo”, Jesús revela, pues, la esencia de Dios y confirma su amor inmenso por el hombre. Pero la elección de esta imagen ilumina indirectamente también la profunda verdad del amor esponsal. En efecto, usándola para hablar de Dios, Jesús muestra cómo la paternidad y el amor de Dios se reflejan en el amor de un hombre y de una mujer que se unen en matrimonio. Por esto, al comienzo de su misión, Jesús se encuentra en Caná de Galilea para participar en un banquete de bodas, junto con María y los primeros discípulos (cf. Jn 2, 1-11). Con ello trata de demostrar que la verdad de la familia está inscrita en la Revelación dgeneraciones y de los siglos.
El buen Pastor está con nosotros en todas partes. Igual que estaba en Caná de Galilea, como Esposo entre los esposos que se entregaban recíprocamente para toda la vida, el buen Pastor está hoy con vosotros como motivo de esperanza, fuerza de los corazones, fuente de entusiasmo siempre nuevo y signo de la victoria de la “civilización del amor”. Jesús, el buen Pastor, nos repite: No tengáis miedo. Yo estoy con vosotros. “Estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). ¿De dónde viene tanta fuerza? ¿De dónde procede la certeza de que tú, Hijo de Dios, estás con nosotros, aunque te hayan matado y hayas muerto como todo ser humano? ¿De dónde viene esta certeza? Dice el evangelista: “Los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). Por esto, tú nos amas, tú que eres el primero y el último, el que vive; tú que estuviste muerto, pero ahora estás vivo para siempre (cf. Ap 1, 17-18).
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19. San Pablo sintetiza el tema de la vida familiar con la expresión: “gran misterio” (cf. Ef 5, 32). Lo que escribe en la carta a los Efesios sobre el “gran misterio”, aunque está basado en el libro del Génesis y en toda la tradición del Antiguo Testamento, presenta, sin embargo, un planteamiento nuevo, que se desarrollará posteriormente en el magisterio de la Iglesia.
La Iglesia profesa que el matrimonio, como sacramento de la alianza de los esposos, es un “gran misterio”, ya que en él se manifiesta el amor esponsal de Cristo por su Iglesia. Dice san Pablo: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra” (Ef 5, 25-26). El Apóstol se refiere aquí al bautismo, del cual trata ampliamente en la carta a los Romanos, presentándolo como participación en la muerte de Cristo para compartir su vida (cf. Rm 6, 3-4). En este sacramento el creyente nace como hombre nue da la posibilidad de participar en el “gran misterio”, ¿qué queda sino la sola dimensión temporal de la vida? Queda la vida temporal como terreno de lucha por la existencia, de búsqueda afanosa de la ganancia, la económica ante todo.
El “gran misterio”, el sacramento del amor y de la vida, que tiene su inicio en la creación y en la redención, y del cual es garante Cristo-esposo, ha perdido en la mentalidad moderna sus raíces más profundas. Está amenazado en nosotros y a nuestro alrededor. Que el Año de la familia, celebrado en la Iglesia, se convierta para los esposos en una ocasión propicia para descubrirlo y afirmarlo con fuerza, valentía y entusiasmo.
145. Cfr. S. Irenaei Adversus Haereses, III, 10, 2: PG 7, 873; SCh 211, 116-119; S. Athanasii, De Incarnatione Verbi, 54: PG 25, 191-192; S. Augustini, Sermo 185, 3: PL 38, 999; S. Augustini Sermo 194, 3: PL 38, 1016.
146. Cfr. Gv. 13, 1.
158. Cfr. Gaudium et Spes, 24.
160. Gaudium et Spes, 14.
161. Gaudium et Spes, 22.
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20. La historia del “amor hermoso” comienza en la Anunciación, con aquellas admirables palabras que el ángel dirigió a María, llamada a ser la Madre del Hijo de Dios. De este modo, Aquel que es “Dios de Dios y Luz de Luz” se convierte en Hijo del hombre; María es su Madre, sin dejar de ser la Virgen que “no conoce varón” (cf. Lc 1, 34). Como Madre-Virgen, María se convierte en Madre del amor hermoso. Esta verdad está ya revelada en las palabras del arcángel Gabriel, pero su pleno significado será confirmado y profundizado a medida que María siga al Hijo en la peregrinación de la fe (165).
La “Madre del amor hermoso” fue acogida por aquel que, según la tradición de Israel, ya era su esposo terrenal, José, de la estirpe de David. Él habría tenido derecho a considerar a la novia como su mujer y madre de sus hijos. Sin embargo, Dios interviene en esta alianza esponsal con su iniciativa: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíri de unidad y fuerza de la familia.
165. Cfr. Lumen Gentium, 56-59.
174. Cfr. Pontificii Consilii de Communicationibus Socialibus Instr. pastoralis Aetatis Novae, 7.
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21. La breve narración de la infancia de Jesús nos refiere casi simultáneamente, de manera muy significativa, el nacimiento y el peligro que hubo de afrontar enseguida. Lucas relata las palabras proféticas pronunciadas por el anciano Simeón cuando el Niño fue presentado al Señor en el templo, cuarenta días después de su nacimiento. Simeón habla de “luz” y de “signo de contradicción”; después predice a María: “A ti misma una espada te atravesará el alma” (cf. Lc 2, 32-35). Sin embargo, Mateo se refiere a las asechanzas tramadas contra Jesús por Herodes: informado por los Magos, que habían ido de Oriente para ver al nuevo rey que debía nacer (cf. Mt 2, 2), se siente amenazado en su poder y, después de marchar ellos, ordena matar a todos los niños menores de dos años de Belén y alrededores. Jesús escapa de las manos de Herodes gracias a una particular intervención divina y a la solicitud paterna de José, que lo lleva junto con su Madre a Egipto, donde se quedarán hasta la muerte de Herodes. Después regresan a Nazaret, su ciudad natal, donde la Sagrada Familia inicia el largo período de una existencia escondida, que se desarrolla en el cumplimiento fiel y generoso de los deberes cotidianos (cf. Mt 2, 1-23; Lc 2, 39-52).
Reviste una elocuencia profética el hecho de que Jesús, desde su nacimiento, se encontrara ante amenazas y peligros. Ya desde niño es “signo de contradicción”. Elocuencia profética presenta, además, el drama de los niños inocentes de Belén, matados por orden de Herodes y, según la antigua liturgia de la Iglesia, partícipes del nacimiento y de la pasión redentora de Cristo” (50). Mediante su “pasión”, completan “lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24).
En los evangelios de la infancia, el anuncio de la vida, que se hace de modo admirable con el nacimiento del Redentor, se contrapone fuertemente a la amenaza a la vida, una vida que abarca enteramente el misterio de la Encarnación y de la realidad divino-humana de Cristo. El Verbo se hizo carne (cf. Jn 1, 14), Dios se hizo hombre. A este sublime misterio se referían frecuentemente los Padres de la Iglesia: “Dios se hizo hombre, para que el hombre, en él y por medio de él, llegara a ser Dios” (184). Esta verdad de la fe es a la vez la verdad sobre el ser humano. Muestra la gravedad de todo atentado contra la vida del niño en el seno de la madre. Aquí, precisamente aquí, nos encontramos en las antípodas del “amor hermoso”. Pensando exclusivamente en la satisfacción, se puede llegar incluso a matar el amor, matando su fruto. Para la cultura de la satisfacción el “fruto bendito de tu seno” (Lc 1, 42) llega a ser, en cierto modo, un “fruto maldito”.
¿Cómo no recordar, a este respecto, las desviaciones que el llamado estado de derecho ha sufrido en numerosos países? Unívoca y categórica es la ley de Dios respecto a la vida humana. Dios manda: “No matarás” (Ex 20, 13). Por tanto, ningún legislador humano puede afirmar: te es lícito matar, tienes derecho a matar, deberías matar. Desgraciadamente, esto ha sucedido en la historia de nuestro siglo, cuando han llegado al poder, de manera incluso democrática, fuerzas políticas que han emanado leyes contrarias al derecho de todo hombre a la vida, en nombre de presuntas y aberrantes razones eugenésicas, étnicas o parecidas. Un fenómeno no menos grave, incluso porque consigue vasta conformidad o consentimiento de opinión pública, es el de las legislaciones que no respetan el derecho a la vida desde su concepción. ¿Cómo se podrían aceptar moralmente unas leyes que permiten matar al ser humano aún no nacido, pero que ya vive en el seno materno? El derecho a la vida se convierte, de esta manera, en decisión exclusiva de los adultos, que se aprovechan de los mismos parlamentos para realizar los propios proyectos y buscar sus propios intereses.
Nos encontramos ante una enorme amenaza contra la vida: no sólo la de cada individuo, sino también la de toda la civilización. La afirmación de que esta civilización se ha convertido, bajo algunos aspectos, en “civilización de la muerte” recibe una preocupante confirmación. ¿No es quizás un acontecimiento profético el hecho de que el nacimiento de Cristo haya estado acompañado del peligro por su existencia? Sí, también la vida de Aquel que al mismo tiempo es Hijo del hombre e Hijo de Dios estuvo amenazada, estuvo en peligro desde el principio, y sólo de milagro evitó la muerte.
Sin embargo, en los últimos decenios se notan algunos síntomas confortadores de un despertar de las conciencias, que afecta tanto al mundo del pensamiento como a la misma opinión pública. Crece, especialmente entre los jóvenes, una nueva conciencia de respeto a la vida desde su concepción; se difunden los movimientos pro-vida. Es un signo de esperanza para el futuro de la familia y de toda la humanidad.
181. In sacra eorum celebritatis liturgia, quae a saeculo V repetitur, Sanctos Innocentes adloquitur Ecclesia vocabulis describens eos poetae Prudentii (cir. 405): “Salvete, flores martyrum, quos lucis ipso in limine Christi insecutor sustulit, ceu turbo nascentes rosas”.
184. S. Athanasii De Incarnatione Verbi, 54: PG 25, 191-192.
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22. ¡Esposos y familias de todo el mundo: el Esposo está con vosotros! El Papa desea deciros esto, ante todo, en el año que las Naciones Unidas y la Iglesia dedican a la familia. “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 16-17); “lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu... Tenéis que nacer de lo alto” (Jn 3, 6-7). Debéis nacer “de agua y de Espíritu” (Jn 3, 5). Precisamente vosotros, queridos padres y madres, sois los primeros testigos y ministros de este nuevo nacimiento del Espíritu Santo. Vosotros, que engendráis a vuestros hijos para la patria terrena, no olvidéis que al mismo tiempo los engendráis para Dios. Dios desea su nacimiento del Espíritu Santo; los quiere como hijos adoptivos en el Hijo unigénito que les da “poder de hacerse hijos de Dios” (Jn 1, 12). La obra de la salvación perdura en el mundo y se realiza mediante la Iglesia. Todo esto es obra del Hijo de Dios, el Esposo divino, que nos ha transmitido el reino del Padre y nos recuerda a nosotros, sus discípulos: “El reino de Dios ya está entre vosotros” (Lc 17, 21).
Nuestra fe nos enseña que Jesucristo, que “está sentado a la derecha del Padre”, vendrá para juzgar a vivos y muertos. Por otra parte, el evangelista Juan afirma que él fue enviado al mundo no “para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 17). Por tanto, ¿en qué consiste el juicio? Cristo mismo da la respuesta: El juicio “está en que vino la luz al mundo... El que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios” (Jn 3, 19. 21). Esto también lo ha recordado recientemente la encíclica Veritatis splendor194. ¿Cristo es, pues, juez? Tus propios actos te juzgarán a la luz de la verdad que tú conoces. Lo que juzgará a los padres y madres, a los hijos e hijas, serán sus obras. Cada uno de nosotros será juzgado sobre los mandamientos; también sobre los que hemos recordado en esta carta: cuarto, quinto, sexto y noveno. Sin embargo, cada uno será juzgado ante todo sobre el amor, que es el sentido y la síntesis de los mandamientos. “A la tarde te examinarán en el amor”, escribió san Juan de la Cruz (195). Cristo, redentor y esposo de la humanidad, “para esto ha nacido y para esto ha venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha su voz” (cf. Jn 18, 37). Él será el juez, pero del modo que él mismo ha indicado hablando del juicio final (cf. Mt 25, 31-46). El suyo será un juicio sobre el amor, un juicio que confirmará definitivamente la verdad de que el Esposo estaba con nosotros, sin que nosotros, quizás, lo supiéramos.
El juez es el Esposo de la Iglesia y de la humanidad. Por esto juzga diciendo: “Venid, benditos de mi Padre... Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis” (Mt 25, 34-36). Naturalmente esta relación podría alargarse y en ella podrían aparecer una infinidad de problemas, que afectan también a la vida conyugal y familiar. Podríamos encontrarnos también expresiones como éstas: “Fui niño todavía no nacido y me acogisteis, permitiéndome nacer; fui niño abandonado y fuisteis para mí una familia; fui niño huérfano y me habéis adoptado y educado como a un hijo vuestro”. Y también: “Ayudasteis a las madres que dudaban, o que estaban sometidas a fuertes presiones, para que aceptaran a su hijo no nacido y le hicieran nacer; ayudasteis a familias numerosas, familias en dificultad para mantener y educar a los hijos que Dios les había dado”. Y podríamos continuar con una relación larga y diferenciada, que comprende todo tipo de verdadero bien moral y humano, en el cual se manifiesta el amor. Ésta es la gran mies que el Redentor del mundo, a quien el Padre ha confiado el juicio, vendrá a cosechar: es la mies de gracias y obras buenas, madu rada bajo el soplo del Esposo en el Espíritu Santo, que nunca cesa de actuar en el mundo y en la Iglesia. Demos gracias por esto al Dador de todo bien.
Sabemos, sin embargo, que en la sentencia final, referida por el evangelista Mateo, hay otra relación, grave y aterradora: “Apartaos de mí... Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis” (Mt 25, 41-43). Y en esta relación se pueden encontrar también otros comportamientos, en los que Jesús se presenta también como el hom -bre rechazado. Así, él se identifica con la mujer o el marido abandonado, con el niño concebido y rechazado: “¡No me habéis recibido!” Este juicio pasa también a través de la historia de nuestras familias y de la historia de las naciones y de la humanidad. El “no me habéis recibido” de Cristo implica también a instituciones sociales, gobiernos y organizaciones internacionales.
Pascal escribió que “Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo” (200). La agonía de Getsemaní y la agonía del Gólgota son el culmen de la manifestación del amor. En una y otra se manifiesta el Esposo que está con nosotros, que ama siempre de nuevo, que “ama hasta el extremo” (cf. Jn 13, 1). El amor que hay en él y que de él va más allá de los confines de las historias personales o familiares, sobrepasa los confines de la historia de la humanidad.
Al final de estas reflexiones, queridos hermanos y hermanas, pensando en lo que, durante este Año de la familia, se proclamará desde diversas tribunas, quisiera renovar con vosotros la confesión hecha por Pedro a Cristo: “Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68). Digamos juntos: ¡Tus palabras, Señor, no pasarán! (cf. Mc 13, 31). ¿Qué puede desearos el Papa al final de esta larga meditación sobre el Año de la familia? Desea que todos os veáis reflejados en estas palabras, que “son espíritu y son vida” (Jn 6, 63).
194. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Veritatis Splendor, 84.
195. S. Ioannis a Cruce Verba lucis et amoris, 59.
200. Blaise Pascal, Pensées, “Le mystère de Jésus”, 553.
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23. Doblo mis rodillas ante el Padre del cual toma nombre toda paternidad y maternidad “para que os conceda... que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior” (Ef 3, 16). Recuerdo gustoso estas palabras del Apóstol, a las que me he referido en la primera parte de la presente carta. Son, en cierto modo, palabras-clave. La familia, la paternidad y la maternidad caminan juntas, al mismo paso. A su vez, la familia es el primer ambiente humano en el cual se forma el “hombre interior” del que habla el Apóstol. La consolidación de su fuerza es don del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo.
El Año de la familia pone ante nosotros y ante la Iglesia un cometido enorme, no distinto del que concierne a la familia cada año y cada día, pero que en el contexto de este año adquiere particular significado e importancia. Hemos iniciado el Año de la familia en Nazaret, en la solemnidad de la Sagrada Familia; a lo largo de este año deseamos peregrinar a ese lugar de gracia, que es el santuario de la Sagrada Familia en la historia de la humanidad. Deseamos hacer esta peregrinación recuperando la conciencia del patrimonio de verdad sobre la familia, que desde el principio constituye un tesoro de la Iglesia. Es el tesoro que se acumula a partir de la rica tradición de la antigua alianza, se completa en la nueva y encuentra su expresión plena y emblemática en el misterio de la Sagrada Familia, en la cual el Esposo divino obra la redención de todas las familias. Desde allí Jesús proclama el “evangelio de la familia”. A este tesoro de verdad acuden todas las generaciones de los discípulos de Cristo, comenzando por los Apóstoles, de cuya enseñanza nos hemos aprovechado abundantemente en esta carta.
En nuestra época este tesoro es explorado a fondo en los documentos del concilio Vaticano II (206); interesantes análisis se han hecho también en los numerosos discursos que Pío XII dedica a los esposos (207); en la encíclica Humanae vitae de Pablo VI; en las intervenciones durante el Sínodo de los obispos dedicado a la familia (1980), y en la exhortación apostólica Familiaris con sortio. A estas intervenciones del Magisterio ya me he referido al principio. Si las menciono ahora es para destacar lo extenso y rico que es el tesoro de la verdad cristiana sobre la familia. Sin embargo, no bastan solamente los testimonios escritos. Mucho más importantes son los testimonios vivos. Pablo VI observaba que, “el hombre contemporáneo escucha de más buena gana a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros es porque son testigos” (208). Es sobre todo a los testigos a quienes, en la Iglesia, se confía el tesoro de la familia: a los padres y madres, hijos e hijas, que a través de la familia han encontrado el camino de su vocación humana y cristiana, la dimensión del “hombre interior” (Ef 3, 16), de la que habla el Apóstol, y han alcanzado así la santidad. La Sagrada Familia es el comienzo de muchas otras familias santas. El Concilio ha recordado que la santidad es la vocación universal de los bautizados (210). En nuestra época, como en el pasado, no faltan testigos del “evangelio de la familia”, aunque no sean conocidos o no hayan sido proclamados santos por la Iglesia. El Año de la familia constituye la ocasión oportuna para tomar mayor conciencia de su existencia y su gran número.
A través de la familia discurre la historia del hombre, la historia de la salvación de la humanidad. He tratado de mostrar en estas páginas cómo la familia se encuentra en el centro de la gran lucha entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre el amor y cuanto se opone al amor. A la familia está confiado el cometido de luchar ante todo para liberar las fuerzas del bien, cuya fuente se encuentra en Cristo, redentor del hombre. Es preciso que dichas fuerzas sean tomadas como propias por cada núcleo familiar, para que, como se dijo con ocasión del milenio del cristianismo en Polonia, la familia sea “fuerte de Dios” (211). He aquí la razón por la cual la presente carta ha querido inspirarse en las exhortaciones apostólicas que encontramos en los escritos de Pablo (cf. 1 Co 7, 1-40; Ef 5, 21-6, 9; Col 3, 25) y en las cartas de Pedro y de Juan (cf. 1 P 3, 1-7; Jn 2, 12-17). ¡Qué parecidas son, aunque en un contexto histórico y cultural distinto, las situaciones de los cristianos y de las familias de entonces y de ahora!
Os hago, pues, una invitación: una invitación dirigida especialmente a vosotros, queridos esposos y esposas, padres y madres, hijos e hijas. Es una invitación a todas las Iglesias particulares, para que permanezcan unidas en la enseñanza de la verdad apostólica; a los hermanos en el episcopado, a los presbíteros, a los institutos religiosos y personas consagradas, a los movimientos y asociaciones de fieles laicos; a los hermanos y hermanas, a los que nos une la fe común en Jesucristo, aunque no vivamos aún la plena comunión querida por el Salvador (213); a todos aquellos que, participando en la fe de Abraham, pertenecen como nosotros a la gran comunidad de los creyentes en un único Dios (214); a aquellos que son herederos de otras tradiciones espirituales y religiosas; a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
¡Que Cristo, que es el mismo “ayer, hoy y siempre” (cf. Hb 13, 8), esté con nosotros mientras doblamos las rodillas ante el Padre, de quien procede toda paternidad y maternidad y toda familia humana (cf. Ef 3, 14-15) y, con las mismas palabras de la oración al Padre, que él mismo nos enseñó, ofrezca una vez más el testimonio del amor con que nos “amó hasta el extremo” (Jn 13, 1)!
Hablo con la fuerza de su verdad al hombre de nuestro tiempo, para que comprenda qué grandes bienes son el matrimonio, la familia y la vida; y qué gran peligro constituye el no respetar estas realidades y una menor consideración de los valores supremos en los que se fundamentan la familia y la dignidad del ser humano.
Que el Señor Jesús nos recuerde estas cosas con la fuerza y la sabiduría de la cruz (cf. 1 Co 1, 17-24), para que la humanidad no ceda a la tentación del “padre de la mentira” (Jn 8, 44), que la empuja constantemente por caminos anchos y espaciosos, aparentemente fáciles y agradables, pero llenos realmente de asechanzas y peligros. Que se nos conceda seguir siempre a Aquel que es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6).
Que sean éstos, queridísimos hermanos y hermanas, el compromiso de las familias cristianas y el afán misionero de la Iglesia durante este año, rico de singulares gracias divinas. Que la Sagrada Familia, icono y modelo de toda familia humana, nos ayude a cada uno a caminar con el espíritu de Nazaret; que ayude a cada núcleo familiar a profundizar su misión en la sociedad y en la Iglesia mediante la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la fraterna comunión de vida. ¡Que María, Madre del amor hermoso, y José, custodio del Redentor, nos acompañen a todos con su incesante protección!
Con estos sentimientos bendigo a cada familia en el nombre de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, del año 1994, décimo sexto de mi Pontificado.
JUAN PABLO II
[DP-14 (1994), 22-40]
205. Ef. 3, 16.
206. Cfr. speciatim Gaudium et Spes, 47-52. [1965 12 07c/47-52]
207. Praecipuam animam attentionem meretur Pii XII Allocutio ad participes Coetui Unionis Catholicae Italicae Obstetricum, die 29 oct. 1951: Discorsi e Radiomessaggi, XIII (1951) 333-353. [1951 10 29/1-71]
208. Cfr. Pauli VI Allocutio ad sodales “Consilii de Laicis”, die 2 oct. 1974: Insegnamenti di Paolo VI, XII (1974) 895.
210. Cfr. Lumen Gentium, 40.
211. Cfr. Card. Stefan Wyszyñski, Rodzina Bogiem silna, homilia enuntiata in Claro Monte, die 26 aug. 1961.
214. Cfr. Lumen Gentium, 16.
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Carissimae Familiae!
1. Gratissimam sane subministrat mihi Familiae Annus occasionem pulsandi ostia domuum vestrarum, quandoquidem vos singillatim consalutare cupio magno amoris adfectu atque vobiscum pariter sermocinari. Hac epistula illud efficio, a vocibus nempe iis profectus litterarum encyclicarum Redemptor Hominis inscriptarum, quas primis quidem ministerii mei Petrini divulgavi diebus, ubi sum elocutus: “Hic ipse homo est... prima et praecipua Ecclesiae via” (1).
Vocabulis illis ante omnia multiplices indicare volui vias, quibus homo procedit, eodemque etiam tempore inculcare quam esset viva magnaque Ecclesiae voluntas comitandi homines has vitae terrestris suae semitas percurrentes. Laetitiarum scilicet atque exspectationum consortem se praestat Ecclesia, luctuum atque angorum terrenae hominum peregrinationis (2), cum sibi penitus habeat persuasum Christum ipsum eam induxisse hos in tramites: ipse Ecclesiae concredidit hominem, quem veluti “viam” ipsius muneris ministeriique commendavit.
1. Ioannis Pauli PP. II Redemptor Hominis, 14. [1979 03 04/14]
2. Cfr. Gaudium et Spes, 1.
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2. Complures inter vias istas, prima est familia eademque maximi momenti: communis nimirum via, quamvis particularis et unica restet quaeque repeti non possit, perinde atque haud potest quisquam repeti homo; via porro a qua homo sese seiungere nequit. Nam intra familiam plerumque is nascitur, unde iure dici licet familiae ipsi acceptum esse referendum quod quis uti homo exsistat. Quotiens familia desideratur, in persona hunc ingrediente orbem timenda quaedam oritur ac dolorosa lacuna, quae totam deinceps gravabit vitam. Ecclesia ideo adest benevola cum sollicitudine omnibus qui degunt similibus in vitae condicionibus, cum probe noverit principales illas partes quas vocatur familia ut exsequatur. Scit ea insuper exire plerumque hominem e familia ut ipse vicissim novum intra familiarem nucleum suae vitae expleat vocationem. Etiamsi solus in vita manere maluerit, superest tamen familia veluti necessarius quidam eius finiens orbis, haud secus ac primaria illa societas, in qua tota socialium necessitudinum summa agit radices, a proximis et vicinis ad longinquas usque. Nonne loquimur fortasse de “humana familia”, cum homines cunctos in terris incolentes significamus?
Eodem illo ex amore familia suam ducit originem quo orbem effectum amplectitur Conditor, quem ad modum “in principio” iam est enuntiatum apud Genesis librum (3). In Evangelio hoc Iesus summopere confirmat: “Sic... dilexit Deus mundum, ut Filium suum unigenitum daret” (4). Unigenitus Filius consubstantialis Patri, “Deus de Deo, lumen de lumine”, hominum in historiam est ingressus per familiam: “Filius Dei incarnatione sua cum omni homine quodammodo Se univit. Humanis manibus opus fecit... humano corde dilexit. Natus de Maria Virgine vere unus ex nostris factus est, in omnibus nobis similis excepto peccato” (5). Si igitur Christus “hominem ipsi homini plene manifestat” (6), in primis id a familia incipiens facit ubi nasci voluit atque adolescere. Constat magnam vitae suae partem Redemptorem transegisse abdito in Nazareth recessu, “subditum” (7) ut “filium hominis” matri suae Mariae fabroque Iosepho patri. Nonne haec eius filialis “oboeditio” prima iam est declaratio illius oboedientiae Patri “usque ad mortem” (8), qua nempe orbem redemit?
Quapropter divinum Incarnationis Verbi mysterium cum familia
ipsa humana artissime cohaeret: neque vero solum cum una, videlicet Nazarethana, sed quadamtenus quaque cum familia, perinde atque Concilium Vaticanum II de Dei Filio pariter adseverat, qui incarnatione sua “cum omni homine quodammodo Se univit” (9). Christum secuta, qui inter homines “venit ut ministraret” (10), ministerium pro familia aestimat Ecclesia unum suorum munerum necessariorum seu essentialium. Sic tam homo quam familia “Ecclesiae viam” efficiunt.
3. Gen. 1, 1.
4. Gv. 3, 16.
5. Gaudium et Spes, 22.
6. Gaudium et Spes, 22.
7. Lc. 2, 51.
8. Fil. 2, 8.
9. Gaudium et Spes, 22.
10. Cfr. Mt. 20, 28.
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3. Has omnino ob causas laetissima quidem agnoscit Ecclesia coep tum illud Nationum Unitarum ut annus mcmxciv Internationalis Familiae Annus commemoraretur. Luculenter hoc consilium illustrat quantum ponderis ac momenti prae se ferat tota familiaris quaestio singulis illis civitatibus quae ad eandem pertinent Nationum Consociationem. Quod si participem se illius rei cupit esse Ecclesia, propterea id agit quia a Christo ipsa quondam est ad “omnes gentes” missa (11). Ceterum non primum nunc suam reddit Ecclesia inceptionem quandam Nationum Unitarum. Meminisse sufficiat verbi gratia mcmlxxxv Internationalem Iuventutis Annum. Hac ratione etiam praesentem se in huius aetatis orbe sistit, ad effectum sententiam deducendo Pontifici Ioanni XXIII caram necnon incitatricem conciliaris Constitutionis Gaudium et Spes.
In festivitate Sacrae Familiae anno mcmxciii initus est cunctam per ecclesialem communitatem “Familiae Annus” proprius tamquam unus ex admodum significantibus passibus totius itineris ad Magnum Iubi laeum anni bis millesimi comparandum, quod simul huius saeculi finem simul millennii tertii a Iesu Christi ortu principium signabit. Iste porro annus mentes nostras dirigat oportet et animos ad Nazareth, ubi die xxvi mensis Decembris proximi praeteriti ille sollemni eucharistica celebratione est apertus praesidente pontificio Legato.
Interest autem hunc omnem per Annum testificationes denuo rete gere caritatis curaeque ipsius Ecclesiae in familiam: caritas et cura iam a primis patent Christiani nominis initiis, cum sicut “ecclesia domestica” aestimaretur familia. Nostris dein temporibus crebrius illam “ecclesiae domesticae” locutionem repetimus, quam suam effecit Concilium (12) cuiusque doctrina cupimus ut viva usque vigeat et praesens. Neque haec cupiditas deficit propter conscientiam ipsam mutatarum condicionum familiae in huius temporis societate. Propter hoc significantior etiam idcirco fit titulus quem Concilium sua in pastorali Constitu tione Gaudium et Spes destinavit quo officia Ecclesiae hodierno in rerum statu definiret: “De dignitate matrimonii et familiae fovenda deque eius promotione”(13). Aliud praeterea magnae gravitatis miliarium post Concilium stat postsynodalis Adhortatio Apostolica cui nomen Familiaris Consortio, anno mcmlxxxi foras data. Illo nempe in documento ampla reperitur multiplexque experientia familiam tangens, quae,
vel inter gentes ac civitates diversas, ubique semper omnibus locis
“Ecclesiae via” remanet. Certo quodam modo talis ea multo magis evadit ibi omnino ubi familia interiora subit discrimina aut impulsibus obicitur culturalibus, socialibus et oeconomicis perniciosis, quae intimae eius minitantur cohaerentiae, si non vel ipsius prorsus obstant constitutioni.
11. Mt. 28, 19.
12. Cfr. Lumen Gentium, 11. [1964 11 21ª/11]
13. Gaudium et Spes, pars altera, cap. I. [1965 12 07c/47-52]
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4. Hisce ego litteris in animo habeo compellare non quamlibet “in re abstracta” familiam, sed unamquamque veram solidamque familiam cuiuslibet terrarum regionis, ad quamcumque longe lateque provinciam pertinet, quantumvis multiformis sit ipsius varietas culturae atque historiae. Dilectio illa qua “dilexit Deus mundum” (14) quaque Christus “in finem dilexit”, quemque atque universos (15), sinit ut nuntius hic omni familiae intendatur velut vitali cuidam “cellulae” magnae universalisque hominum “familiae”. Rerum conditor Pater atque Verbum incarnatum, hominis Redemptor, fontem statuunt huius latissimae apertionis hominibus tamquam fratribus et sororibus, atque impellunt ut singuli illa precatione comprehendantur quae a dulcissimis verbis incipit: “Pater noster”.
Efficit namque precatio ut Dei Filius inter nos commoretur: “Ubi enim sunt duo vel tres congregati in nomine meo, ibi sum in medio eorum” (16). Haec Epistula ad Familias vult in primis imploratio esse Chris to conversa, ut apud quamque familiam humanam maneat: invitatio scilicet Ei porrecta, ut parvam per parentum filiorumque familiam incolat ipse inter amplissimam nationum familiam, unde omnes cum Eo vere dicere possimus: “Pater noster!” Fiat precatio necesse est elementum praecipuum Anni Familiae in Ecclesia: precatio ipsius familiae, precatio pro familia, cum familia precatio.
Plurimum nimirum illud significat, quod prorsus in precatione ac per precationem simplicissimo quodam altissimoque modo detegit homo propriam suam naturam ut subiecti: “ego” enim humanum in preca tione facilius intellegit suae ipsius personae altitudinem. Quod ad familiam aequabiliter valet quae non principalis tantum societatis “cellula” est, verum suam insuper habet subiecti rationem. Ipsa autem suam praecipuam invenit probationem roboraturque, quotiens familiae partes communi sociantur in prece: “Pater noster”. Precatio Spiritalem familiae firmitudinem corroborat ac necessitudinem, dum efficit ut particeps ipsa fiat “fortitudinis” Dei. Intra matrimonii ritum minister celebrans, dum sollemnem “benedictionem nuptialem” persolvit, hisce Dominum vocibus implorat: “Emitte super eos (modo nuptos) Spiritus Sancti gratiam, ut, caritate tua in cordibus eorum diffusa, in coniugali foedere fideles permaneant” (17). Hac vero de “Spiritus Sancti effusione” interiores profluunt familiarum vires necnon ipsa potestas eas in amore veritateque coniungendi.
14. Gv. 3, 16.
15. Gv. 13,1.
16. Mt. 18, 20.
17. Rituale Romanum, “Ordo celebrandi matrimonium”, n. 74, editio typica altera, p. 26.
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5. Utinam Familiae Annus concinens evadat continuataque precatio omnium “ecclesiarum domesticarum” universique Dei populi! Utinam eadem precatio attingat etiam familias in difficultatibus versantes sive in periculo, familias sine fiducia ac disiectae vel quae in condicionibus iacent quas Adhortatio apostolica Familiaris Consortio “abnormes” describit. Omnes utinam sese comprehendi sentiant caritate curaque fratrum et sororum!
Per hunc Familiae Annum reddat in primis precatio hortativum quoddam testimonium de iis familiis quae intra ipsam familiarem coniunctionem suam implent humanae christianaeque vitae vocationem. Tot quidem huius modi sunt quaque in civitate, dioecesi, paroecia! Licet ratio habeatur non paucarum “abnormium condicionum”, convenienter tamen colligi potest illas familias prae se ferre normam sive “regulam” communem. Rerum usus porro ostendit quam sit grave officium familiae cum norma morali congruentis, ut homo in ea natus atque educatus, sine dubitationibus viam arripiat boni in corde ipsius semper inscripti. Ad disiungendas vero familias nostris diebus, pro dolor!, varia videntur tendere instituta quae valida habent sua in potestate subsidia. Interdum immo opera dari videtur plane ut aliqui familiae status quasi “ad regulam” et allicientes praebeantur, aliunde additis decoris signis, qui reapse “abnormes” sunt.
Etenim ipsi “veritati et amori” adversantur, quae movere ac dirigere debent mutuam inter homines ac mulieres necessitudinem, proindeque contentiones pariunt partitionesque intra familias, gravibus cum consectariis in liberos maxime. Moralis obscuratur conscientia; ea quae bona sunt ac pulchra deformantur, atque in libertatis locum vera subrogatur servitus. His coram omnibus, quam adcommodatae resonant et incitantes apostoli Pauli voces de illa, qua nos liberavit Christus, libertate, deque peccato inducta servitute!(18)
Exinde profecto intellegitur quam sit opportunus immo vero necessarius in Ecclesia Familiae Annus; quam emergat essentialis cunctarum familiarum testificatio quae suam cotidie vocationem vivunt; quantopere magna familiarum precatio urgeat, quae ubique increscat totumque terrarum pervadat orbem ipsa, et in qua gratiarum peragatur actio de amore in veritate, de “Spiritus Sancti gratiae emissione” (19), de Christi praesentia parentes inter prolemque: Christi nempe Redemptoris et Sponsi, qui nos “in finem dilexit” (20). Intus nobis persuadetur hanc caritatem maiorem esse ex his omnibus(21), quocirca omnia eam censemus feliciter posse vincere quae non sint caritatis.
Attollatur adsidua hunc annum precatio Ecclesiae, familiarum “ecclesiarum domesticarum” precatio! Atque a Deo in primis audiatur deindeque ab hominibus quoque, ne in dubitationem hi recidant, atque quotquot humanam ob fragilitatem titubant non cedant suasori invitamento bonorum dumtaxat apparentium, qualia in omni suggeruntur temptatione.
Apud Canam Galilaeae, quo Iesus in nuptiarum cenam est invitatus, Mater eius pariter adstans famulos monet: “Quodcumque dixerit vobis, facite” (22). Nobis, haud secus Familiae Annum ingressis, easdem profert Maria voces. Et quod Christo nobis hoc proprio historiae tempore dicit, continet vehementem hortationem ad amplam cum familiis ac pro familiis precationem. Virgo Mater nos incitat ut per hanc precem adiungamur sensibus Filii sui, qui unamquamque diligit familiam. Illum testatus est amorem sui operis in exordio sua ipsius sanctificante apud Galilaeae Canam praesentia, quae etiamnum perseverat.
Pro totius orbis precemur familiis. Per Ipsum et cum Ipso et in Ipso Patrem obtestemur “ex quo omnis paternitas in caelis et in terra nominatur” (23).
18. Cfr. Gal. 5, 1.
19. Cfr. Rituale Romanum, “Ordo celebrandi matrimonium”, n. 74, editio typica altera, p. 26.
20. Cfr. Gv. 13, 1.
21. Cfr. 1 Cor. 13, 13.
22. Gv. 2, 5.
23. Ef. 3, 15.
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6. Immensus ipseque maxime variatus orbis, animantium omnium summa, inscriptus in Dei paternitate est sua tamquam in origine ac
fonte24. Est inibi nimirum inscriptus secundum similitudinis normam, ex qua, ipso iam Libri Genesis initio, discernere licet paternitatis ac maternitatis veritatem proindeque humanae etiam familiae. Interpretandi autem modus in ipso principio consistit “imaginis” et “similitudinis” Dei, quod biblica scriptio magnopere effert (25). Sui sermonis vi condit res Deus: “Fiat!” (26). Notatu vero dignum illud est quod hoc Dei verbum in homine condendo aliis simul vocabulis completur: “Faciamus hominem ad imaginem et similitudinem nostram” (27). Prius quam hominem creet velut in se regreditur Deus, ut exemplum eius instinctumque conquirat suae in exsistentiae mysterio quod hic iam uti “nos” divinum quadamtenus demonstratur. Quo e mysterio, per creationem, exoritur homo: “Et creavit Deus hominem ad imaginem suam; ad imaginem Dei creavit illum; masculum et feminam creavit eos” (28).
Benedicens autem novis creatis dicit Deus: “Crescite et multiplicamini et replete terram et subicite eam” (29). Locutionibus utitur Genesis liber iam alibi usurpatis intra creationis narrationem aliorum animantium: “multiplicamini”; eorum tamen elucet consimilis sensus. Nonne haec generationis analogia est et paternitatis maternitatisque, quae totam inibi per contextam orationem est legenda? Nullum scilicet animalium, praeter hominem, “ad imaginem et similitudinem Dei” effectum est. Humana paternitas et maternitas, quamvis biologica ratione similes sint aliis in natura animantibus, in se tamen essentiali et exclusivo modo “similitudinem” cum Deo complectuntur, in qua familia stabilitur, accepta uti vitae humanae communitas, communio personarum in amore iunctarum.
Sub Novi Testamenti lumine introspicere licet quo pacto pristinum familiae exemplum conquiri debeat in Deo ipso, in trinitario videlicet eius vitae arcano. Illud namque “Nos” divinum instituit sempiternum humani “nos” exemplum; hoc “nos” in primis constituunt vir ac femina ad imaginem conditi divinamque similitudinem. Libri Genesis verba de homine amplectuntur veritatem cui ipsa hominum respondet experientia. Creatus est “in principio” homo ut mas et femina: vita inde humanae communitatis –a parvis coetibus sicuti a magnis multitudinibus– signum prae se fert priscae huius duplicitatis. Hinc “masculina res” et “feminina” singulorum hominum deducuntur, quem ad modum inde omnis communitas proprias suas haurit divitias mutua in personarum consummatione. Huc porro spectare videtur libri Genesis locus: “Masculum et feminam creavit eos” (30). Prima etiam haec est confirmatio aequalis dignitatis viri et feminae: sunt nempe duo pares personae. Haec eorum constitutio, atque dignitas simul propria inde profecta, iam “ab initio” circumscribunt qualitates communis hominum boni omni in parte provinciaque vitae. Hoc in bonum commune uterque, vir ac femina, operam suam confert, cuius vi in ipso veluti fundamento hominum consortionis detegitur indoles communionis mutuaeque perfectionis.
24. Cfr. Ef. 3, 14-16.
25. Gen. 1, 26.
26. Gen. 1, 3.
27. Gen. 1, 26.
28. Gen. 1, 27.
29. Gen. 1, 28.
30. Gen. 1, 27.
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7. Habita semper familia est prima ac principalis socialis naturae hominis declaratio. Nec suo in nucleo essentiali hic rerum prospectus immutatus est hodie. Atqui Nostris quidem diebus extollere malunt quid in familia, quae minimam efficit maximeque pristinam hominum communitatem, importetur ab ipsis viro ac femina. Personarum namque ea est communitas, quibus genus proprium exsistendi vivendique una simul communio est: nimirum communio personarum. Hic aequaliter, dum in tuto omnino collocatur plene Conditoris transcendentia quod spectat ad rem creatam, exemplum exoritur illius “Nos” divini. Personae dumtaxat vivere “in communione” valent. Ex conubiali ipsa coniunctione, quam Concilium Vaticanum II tamquam “foedus” definit, ubi coniuges “sese mutuo tradunt atque accipiunt” (31), suum demum accipit exordium familia.
Genesis liber nos ad hanc recludit veritatem, dum familiae per conubium enarrans constitutionem affirmat: “Relinquet vir patrem suum et adhaerebit uxori suae; et erunt in carnem unam” (32). Cum Pharisaeis dein disputans Christus eadem repetit verba atque addit: “Itaque iam non sunt duo sed una caro. Quod ergo Deus coniunxit, homo non separet” (33). Denuo regulam patefacit alicuius facti quod “ab initio” (34) exsistit in seque semper talem adservat doctrinam. Si vero “nunc” illam confirmat Magister, id nempe facit ut, in Novi Foederis limine, claram reddat indubiamque matrimonii indolem indissolubilem tamquam communis familiarum boni fundamentum.
Cum genua flectimus ad Patrem, ex quo omnis paternitas ac maternitas nominantur (35), conscii nobis evadimus ipsum “esse parentes” eventum praeberi quo familia, iam conubiali constituta foedere matrimonii, “omnino proprieque” (36) efficiatur. Paternitatem porro necessario continet maternitas ac vicissim maternitatem involvit paternitas: fructus namque est duplicis naturae quam Conditor homini “ab initio” est largitus.
Duas memoravi inter se coniunctas notiones, verum haud eiusdem significationis: “communionis” videlicet atque “communitatis”.
“Communio” respicit necessitudinem inter “ego” et “tu”. “Communitas” autem excedit hanc rationem tenditque ad “societatem”, ad “nos”. Hinc familia velut personarum communitas prima est hominum “societas”. Tum enim enascitur, cum matrimonii coniugale perficitur foedus, quo ad plenam amoris vitaeque communionem coniuges aperiuntur, ac plene consummatur proprieque liberorum generatione: coniugum “communio” familiarem gignit “communitatem”. Pervaditur autem penitus haec familiaris “communitas” iis rebus quae propriam “communionis” naturam componunt. Num inter homines altera quaevis “communio” exsistere potest illi par quae inter matrem filiumque constituitur, quem in utero gerit in lucemque denique prodit?
Intra sic institutam familiam nova quaedam demonstratur unitas, in qua ratio “communionis” parentum usquequaque completur. Docet praeterea ipsum rerum experimentum hanc completionem secum etiam obligationem inferre ac provocationem. Obligatio tangit coniuges suum primum exsequentes pactum. Geniti ab iis liberi debent idem confirmare foedus –haec provocatio est– dum locupletant augentque patris ac matris conubialem communionem. Quod si non evenit, interrogari licet sitne fortasse egoismus qui ob hominum in malum proclivitatem etiam in amore viri ac feminae latet, valentior quam hic amor. Coniuges oportet sibi huius rei memores sint. Necesse quidem est iam a principio habeant illi animos mentesque in illum intentas Deum, “ex quo omnis paternitas nominatur”, ut paternitas eorum ac maternitas eodem de fonte vim sumant potestatemque sese perpetuo in amore renovandi.
Peculiarem amoris confirmationem in se ipsae paternitas et maternitas commonstrant, cuius amplitudinem detegere patiuntur altitudinem primigeniam. Haud tamen hoc sua sponte contingit. Id enim munus utrique potius concreditur viro atque uxori. Eorum quidem in vita paternitas maternitasque “novitatem” adferunt atque ubertatem adeo excelsam ut ad eam nemo accedere valeat nisi “genua flectens”.
Rerum usus docet hominum amorem, suapte natura ad paternitatem ordinatum et maternitatem, permagno interdum discrimine adfligi proindeque gravibus exponi periculis. Iis in casibus itaque perpendi debebit beneficiorum usus ex officiis consultatoriis pro matrimonio et familia, per quae adiumenta etiam peti poterunt psychologorum ac psychotherapeutarum ad hoc proprie instructorum. Verumtamen oblivisci nefas est Apostoli voces semper valere: “Flecto genua mea ad Patrem, ex quo omnis paternitas in caelis et in terra nominatur”. Conubium, matrimonium, sacramentum, personarum foedus est in amore. Augeri potest amor custodirique dumtaxat Amore, illo videlicet “diffuso in cordibus nostris per Spiritum Sanctum qui datus est nobis” (37). Nonne ideo per hunc Familiae Annum preces sunt dirigendae in rem tanti profecto discriminis ac momenti qualis est transitio a coniugali amore ad generationem proin ad paternitatem et maternitatem?
Nonne tunc maxime necessaria fit “mentium visitatio a Spiritu Sancto”, efflagitata in liturgica sacramenti matrimonii celebratione?
Ad Patrem genua flectens Apostolus implorat “ut det... virtute corroborari per Spiritum eius in interiorem hominem” (38). Haec “interioris hominis virtus” poscitur in familiae vita, difficilioribus praesertim ipsius temporibus, cum amor qui in liturgico coniugalis consensus ritu est declaratus verbis: “Promitto me tibi fidem servaturum (servaturam)... omnibus diebus vitae meae”, necesse est arduam quandam perferat periclitationem.
31. Gaudium et Spes, 48. [1965 12 07c/48]
32. Gen. 2, 24.
33. Mt. 19, 6.
34. Mt. 19, 8.
35. Cfr. Ef. 3, 14-15.
36. Ioannis Pauli PP. II Familiaris Consortio, 69. [1981 11 22/69]
37. Rm. 5, 5.
38. Ef. 3, 16.
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8. Ea verba “personae” solae enuntiare possunt; illae unae vivere valent “in communione” secundum mutuam electionem, quae est vel esse debet conscia prorsus ac libera. Genesis liber, ubi de homine narrat qui patrem relinquit ac matrem ut suae adhaereat uxori (39), consciam illam liberamque electionem collustrat quae matrimonium parit, dum filium reddit maritum filiamque uxorem. At quo pacto haec satis intellegitur mutua electio, nisi prae oculis plena habetur veritas de ipsa persona, id est de creatura rationali et libera? Concilium Vaticanum II edisserit de similitudine cum Deo, ubi maxime significantia adhibet vocabula. Etenim non imaginem solam commemorat similitudinemque divinam, quam omnis ex se iam possidet homo, verum etiam et praesertim “aliquam similitudinem innuit inter unionem personarum divinarum et unionem filiorum Dei in veritate et caritate” (40).
Formula haec, locupletissima quidem ac plenissima, id in primis confirmat quod intimam cuiusque viri feminaeque naturam eandem statuit. Eadem haec indoles ex facultate constat in veritate atque amore vivendi; quin, magis immo, in eo consistit quod est semper opus ac necessitas veritatis amorisque uti partis personarum vitam constituentis. Necessitas haec veritatis atque amoris hominem Deo reserat aliisque simul creaturis: ad reliquas videlicet personas aperit, ad vitam “in communione”, praesertim ad matrimonium et familiam. In Concilii elocutionibus personarum “communio” certo quodam modo deducitur ex arcano illius “Nos” trinitarii; quocirca “communio coniugalis” ad idem refertur mysterium. Familia, de viri feminaeque profecta amore, funditus ex Dei manat mysterio. Hoc essentiae viri et mulieris respondet intimae, necnon nativae eorum veraeque personarum dignitati.
In conubio vir inter se feminaque sic firmiter coniunguntur ut ad libri Genesis dicta evadant “in carnem unam” (41). Sua ipsius corporis complexione mas et femina, duo subiecta humana, licet corporis distent compage, participes nihilominus pariter sunt vivendi “in veritate et amore” potestatis. Quae facultas, propria hominis ut personae, amplitudinem quandam spiritalem simulque corpoream refert. Ex illo enim corpore mas et femina parantur ut “personarum communionem” in coniugio efficiant. Cum enim foederis conubialis virtute ita sese iungunt ut “in carnem unam” sint (42), eorum est exsequenda coniunctio “in veritate et amore”, dum eo more in lucem profertur propria hominum maturitas ad imaginem ac Dei similitudinem conditorum.
Inde vero enata familia interiorem suam firmitatem trahit e coniugum pacto, quod ad sacramenti ordinem sustulit Christus. Propriam ducit communitariam indolem, immo suas “communionis” qualitates, primaria de illa coniugum communione quae in liberis perpetuatur. “Estisne parati ad prolem amanter a Deo suscipiendam et... educandam?”43, ipse interrogat celebrans administer in matrimonii liturgico ritu. Coniugum autem responsio congruit intima cum veritate eos amoris consociantis.
Ipsorum tamen iunctio non modo eos haud in sese concludit, verum contra ad novam eos recludit vitam novamque simul personam. Tamquam parentes dein vitam creaturae donare poterunt sui simili, quae est non solum “os ex ossibus suis et caro de carne sua” (44), sed imago ac similitudo Dei, id est persona.
Cum quaerit Ecclesia: “Estisne parati...?”, admonentur coniuges se consistere ante creantem Dei potentiam. Ut genitores fiant vocantur, vel potius ut cum Creatore cooperentur in elargienda vita. Cum Deo autem operari novis ad vitam vocandis hominibus idem profecto est atque adiuvare ad illam imaginem transfundendam similitudinemque cuius “quisque ex muliere natus et nata” gestator est.
39. Cfr. Gen. 2, 24.
40. Gaudium et Spes, 24.
41. Gen. 2, 24.
42. Gen. 2, 24.
43. Rituale Romanum, “Ordo celebrandi matrimonium”, n. 60, editio typica altera, p. 17.
44. Cfr. Gen. 2, 23.
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9. Per communionem personarum, quae in conubio impletur, originem familiae tribuunt vir ac mulier. Cum familia vero hominis copulatur genus et ortus: personae genealogia. In biologia ipsa figuntur hominum paternitas et maternitas, quae eam tamen simul excedunt. Apostolus, “flectens genua ad Patrem, ex quo omnis paternitas (et omnis maternitas) in caelis et in terra nominatur”, ante oculos nostros universum constituit animantium orbem, a spiritalibus scilicet in caelo ad corporalia in terra. Singulae aetates reperiunt in Dei Paternitate pristinum suum exemplar. Atqui, quod attinet ad homines, haec “cosmica” ratio similitudinis cum Deo minime sufficit ut paternitatis maternitatisque necessitudo convenienter definiatur. Etenim cum e conubiali duorum coitu novus nascitur homo, secum in mundum peculiarem omnino adfert imaginem similitudinemque cum Deo ipso: in generationis biologia personae genealogia inscribitur.
Adfirmantes vero coniuges uti parentes cum Deo Conditore cooperari in concipiendo generandoque novo homine (45) non unas tantum repetimus biologiae leges; inculcare potius contendimus in humana paternitate ac maternitate Deum ipsum adesse aliter atque in reliquis cunctis generationibus contingat “in terra”. Solo enim a Deo illa cooriri potest “imago et similitudo” quae hominis est propria, perinde ac factum est in ipsa creatione. Generatio enim est creationis propagatio (46).
Sic igitur tam in conceptu quam in novi hominis ortu sistunt parentes coram “sacramento magno” (47). Porro haud secus ac parentes, novus arcessitur homo velut persona ad vitam; ad vitam “in veritate et amore” arcessitur. Quae vocatio non ad ea sola aperitur quae in tempore sunt, verum in Deo ad aeternum aperitur aevum. Haec amplitudo est ipsius originis personae, quam semel Christus nobis patefecit in perpetuum, cum etiam Evangelii sui lumen in vitam mortemque hominis, ideoque in humanae familiae significationem, coniecit.
Quem ad modum Concilium adseverat, homo ipse “in terris sola creatura est quam Deus propter seipsam voluerit” (48). Non tantum biologiae regulis respondet hominis effectio, verum etiam creatrici ipsi Dei voluntati recta via: quae proin voluntas filiorum filiarumque in humanis familiis respicit originem. Iam inde ab initio “voluit” Deus hominem, quem etiamnum in omni conceptione et nativitate humana “vult”. Similem sibi uti personam “vult” hominem Deus. Hic homo, quisque homo, a Deo creatur “propter seipsum”. Ad universos hoc pertinet, etiam qui aegroti minutive nascuntur. In singulari cuiusque compositione inscribitur Dei voluntas, qui hominem vult ordinatum quadamtenus ad se ipsum. Tradit Deus hominem sibi ipsi eodem tempore familiae concredens ac societati sicut proprium quoddam earum munus. Parentes, coram novo homine, plenam conscientiam habent aut habere debent, Deum hunc hominem “propter seipsum velle”.
Compressa haec locutio admodum copiosa est et alta. Ab ipso conceptionis momento, deindeque tempore ortus, novus homo destinatur ut humanitatem suam eius in plenitudine exprimat seseque velut personam “inveniat” (49). Tanguntur hac re omnes, perpetuo aegri quoque et impediti. “Hominem esse” principalis illius est vocatio: “hominem esse” pro recepto dono. Pro illo “talento” quae ipsa est humanitas atque, postmodum dumtaxat, secundum reliqua talenta. Hoc pacto quemque hominem vult Deus “propter seipsum”. Intra Dei consilium autem personae vocatio temporis fines praetergreditur. Patris obviam procedit voluntati, in Verbo incarnato demonstratae: suae enim ipsius vitae divinae communicationem homini concedere vult Deus. Dicit nimirum Christus: “Ego veni ut vitam habeant et abundantius habeant” (50).
Dissidetne hominis finis extremus ab illa adfirmatione qua Deus dicitur velle hominem “propter seipsum”? Si ad vitam aeternam homo est creatus, verene “propter seipsum” exsistit? Haec decretoria est magnique momenti quaestio, tum terrestris cum oritur eius vita tum eadem cum exstinguitur: pondus profecto habet per totum vitae spatium. Deus forsitan videatur, hominem destinans ad divinam vitam, subducere illum in sempiternum ab ea vita sive exsistentia qua “propter seipsum” est (51). Quae demum intercedit ratio inter personae humanae vitam atque vitae Trinitatis communicationem? Praeclaris sanctus Augustinus vocibus nobis respondet suis: “Inquietum est cor nostrum, donec requiescat in Te” (52). Cor istud “inquietum” indicat nihil revera dissensionis inveniri utrumque inter finem, contra vero vinculum, compositionem, congruentiam maximam. Suam propter genealogiam persona humana, ad imaginem condita Deique similitudinem, nominatim vitam illius communicans “propter seipsam” exsistit seque complet. Huius autem completionis doctrina intima est ipsa Vitae plenitudo in Deo, de qua Christus loquitur (53), qui ut nos in eam introduceret nos redemit (54).
Sui nimirum causa concupiscunt liberos coniuges, atque in eis sui mutui amoris videant cumulum et coronam. Propter familiam illos cupiunt, veluti summi pretii donum55. Appetitio sane comprehensibilis ratione quadam. In coniugum amore tamen, perinde ac patris matrisque amore, veritas inscribatur oportet de homine, quam breviter summatimque Concilium enuntiavit dictione illa: “Deus hominem propter seipsum voluit”. Dei autem cum voluntate oportet parentum etiam concilietur voluntas: eodem enim adfectu novam creaturam cupere debent quo Conditor illam vult: “propter seipsam”. Hominum enim voluntas semper necessarioque subicitur legibus temporis atque fragilitatis. Divina contra voluntas in aeternum manet. Legitur in libro Ieremiae prophetae: “Priusquam te formarem in utero, novi te et, antequam exires de vulva, sanctificavi te” (56). Personae sic igitur ortus coniungitur in primis cum Dei aevo aeterno ac solummodo multo post cum paternitate ac maternitate humana explendis in tempore. Ipso conceptionis puncto iam ad Dei aeternitatem homo dirigitur.
45. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Familiaris Consortio, 28. [1981 11 22/28]
46. Cfr. Pii XII Humani Generis: AAS 42 (1950) 574.
47. Cfr. Ef. 5, 32.
48. Gaudium et Spes, 24.
49. Gaudium et Spes, 24.
50. Gv. 10, 10.
51. Gaudium et Spes, 24.
52. S. Augustini Confessiones, I, 1: CCL, 27, 1.
53. Cfr. Gv. 6, 37-40.
54. Cfr. Mc. 10, 45.
55. Cfr. Gaudium et Spes, 50. [1965 12 07c/50]
56. Ger 1, 5.
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10. Circumscribit stabilitque simul conubialis consensio bonum quod coniugii et familiae est commune. “Ego accipio te... in uxorem meam (in maritum meum) et promitto me tibi fidem servaturum (servaturam), inter prospera et adversa, in aegra et in sana valetudine, ut te diligam et honorem omnibus diebus vitae meae” (57). Singularis quaedam personarum communio est matrimonium. Secundum hanc communionem invitatur familia ut transeat in personarum communitatem. Officium hoc adsumunt sibi novelli coniuges “coram Deo et Ecclesia”, prout eos celebrans commonet, cum consensus in vicem profertur (58). Huius officii sunt testes quotquot eiusdem ritus sunt participes; ibidem etiam quodam modo Ecclesia ipsa ac societas exhibentur, quae vitales sunt locorum ambitus novae familiae.
Verba conubialis consensionis id definiunt quod commune bonum efficit paris ipsius ac familiae. Ante omnia bonum coniugum commune: amorem, fidelitatem, honorem, diuturnitatem eorum usque ad mortem coniunctionis: “omnibus diebus vitae meae”. Utriusque porro bonum, quod cuiusque bonum est, fiat oportet liberorum bonum. Suapte natura commune commodum, singulas dum copulat personas, uniuscuiusque in tuto collocat commodum. Quodsi Ecclesia, sicut et ceterum Status, consensionem recipit coniugum declaratam vocabulis superius memoratis, id profecto facit quoniam est “opus legis scriptum in cordibus” eorum (59). Ipsi namque coniuges inter se permutant coniugalem consensionem, iurantes confirmantesque nempe coram Deo sui consensus veritatem. Quatenus sunt illi baptizati, eatenus illi in Ecclesia ministri sunt sacramenti matrimonii. Sanctus Paulus hoc mutuum eorum munus docet “mysterium... magnum” esse (60).
Consensionis verba illud ideo exprimunt quod coniugum bonum constituit commune et id simul indicant quod venturae familiae et domus commune esse debebit. Hoc rite ut efferatur, percontatur Ecclesia sintne parati ad suscipiendos instituendosque filios ac filias quos iis voluerit tribuere Deus. Ad futuri familiaris nuclei commune bonum refertur ista interrogatio, ratione habita genealogiae personarum in ipsa constitutione matrimonii familiaeque inscriptae. De liberis quaestio eorumque institutione proxime cum conubiali iungitur consensu, cum amoris iuramento, cum coniugali honore atque fidelitate usque ad obitum. Receptio et educatio filiorum –duo e principalibus familiae propositis– huius muneris exsecutione adficiuntur. Paternitas enim ac maternitas produnt officium indolis non modo psychicae, verum et spiritalis; per eas enim transit personae originatio, quae aeternum suum in Deo habet principium ad eumque perducere debet.
Familiae Annus, qui peculiaris familiarum precationis est annus, reddere omnem familiam horum omnium consciam debet nova altaque ratione. Quos sensuum biblicorum thesauros secum adferet talis precationis fundamentum intimum! At necesse semper est sermonibus Sacrarum Litterarum adiungatur singularis recordatio coniugum –parentum, necnon filiorum ac nepotum. Per ipsam personarum origi -
nem coniugalis communio fit generationum communio. Sacramenta -
lis duorum coniunctio, foedere ante Deum inito consignata, persistit roboraturque in aetatum successione. Evadere autem illa debet precationis unitas. Ut vero hoc significanter per Familiae Annum eluceat, precandi morem fieri oportet consuetudinem in vita cotidiana cuiusque familiae insitam. Oratio namque est gratiarum actio, Dei laus, indulgentiae imploratio, supplicatio atque invocatio. Multum habet
quod Deo dicat familiae precatio sub qualibet illarum formarum. Plura pariter continet quae hominibus ostendat, initio facto a mutua personarum communione familiaribus vinculis coniunctarum.
“Quid est homo, quod memor es eius?” (61), Psalmista rogat. Locus quidam precatio est ubi quam simplicissimo modo, memoria creatrix ac paterna Dei commonstratur: non solum nec tantum Dei recordatio ab homine renovata, quantum potius hominis memoria a Deo repetita. Familiaris idcirco communitatis prex evadere potest locus communis mutuaeque recordationis: aetatum enim multarum communitas est familia. Precationi omnes plane oportet intersint: viventes haud secus ac mortui, quin immo etiam nascituri. In familia necesse est pro unoquoque precatio fiat, pro illo bono quod cuique familia adferre potest, tum etiam pro bono quod ipse familiae addere valet. Firmius precatio illud stabilit bonum, perinde ac familiae totius commune bonum. Immo huic bono nova semper ratione originem dat. Suis namque in precibus sese reperit familia sicut primum illud “nos” in quo singuli sunt “ego” et “tu”; quisque pro altero est ex ordine maritus aut marita, pater aut mater, filius aut filia, frater aut soror, avus aut nepos.
Suntne tales familiae illae, quas his Litteris adloquor? Non paucae nimirum sic se habent; tempora vero quibus nunc vivitur certam indicant proclivitatem ad nucleum familiarem intra duas generationes circumscribendum. Quod ob angustias plerumque domiciliorum accidit, praesertim magnis in urbibus. Crebrius tamen illud sententiae sive opinioni debetur plures simul viventes aetates intimam impedire vitam eamque difficiliorem reddere. At nonne hoc debilissimum est caput? Humanitatis parum in nostrorum dierum familiis deprehenditur. Per sonae desiderantur quibuscum bonum commune constituatur et dividatur; atqui sua natura bonum postulat ut gignatur et cum aliis communicetur: “Bonum est diffusivum sui”62. Quo autem magis bonum commune est, eo similiter est etiam proprium: meum –tuum– nostrum. Haec logica consecutio est, cum in bonitate vivitur, in veritate et caritate. Quodsi eam homo percipere scit ac persequi, reapse fit vita ipsius “donum sincerum”.
57. Rituale Romanum, “Ordo celebrandi matrimonium”, n. 62, editio typica altera, p. 17.
58. Rituale Romanum, “Ordo celebrandi matrimonium”, n. 61, ed. cit., p. 17.
59. Rm. 2, 15.
60. Ef. 5, 32.
61. Sal 8, 5.
62. S. Thomae Summa Theologiae, I, q. 5, a. 4, ad 2.
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11. Dum confirmat Concilium hominem unam esse in orbe terrarum creaturam quam Deus propter seipsam voluit, statim addit eum plene seipsum invenire non posse nisi per sincerum sui ipsius donum63. Haec secum pugnare videntur, sed profecto minime discrepant. Est potius magnum mirumque paradoxon humanae existentiae, quae ad inserviendum veritati in amore vocatur. Amor efficit ut homo se ipsum perficiat per sui ipsius donum sincerum: amare sibi vult dare et accipere quod neque emi potest neque venire, sed libere vicissimque impertiri.
Personae porro donum per se stabile ut sit requirit et irrevocabile. Coniugii vinculi perpetuitas ex huius doni natura primum manat: de personae dono videlicet personae facto. Cum mutuo se dant, amoris sponsalis indoles manifestatur. In matrimonii consensu novensiles coniuges proprio nomine se nuncupant: “Ego... accipio te... in uxorem (in maritum) et promitto me tibi fidem servaturum (servaturam)... omnibus diebus vitae meae”. Huiusmodi donum artius altiusque devincit quam quod quovis modo et quolibet pretio “emi” potest. Positis genibus Patri, ex quo omnis paternitas maternitasque oriuntur, futuri coniuges sibi conscii fiunt se esse “redemptos”. Caro enim pretio empti sunt, pretio sincerissimi doni, Christi profecto sanguine, quem per sacramentum participant. Coniugalis consensus liturgicum fastigium est Eucharistia –“corporis traditi” sacrificium atque “sanguinis effusi”– quae per coniugum consensum ipsa quodammodo exprimitur.
Cum in matrimonio vir mulierque in unitate “unius carnis” mutuo dantur et accipiuntur, sinceri doni consentaneum propositum in eorum vitam ingreditur. Quo deficiente, matrimonium inane est, dum personarum communio, super hanc rationem fundata, parentum fit communio. Cum coniuges filium gignunt, nova persona “tu” appellanda interponitur inter eos qui “nos” nuncupantur, persona scilicet nascitur quae novo nomine appellabitur: “filius noster...; nostra filia...”. “Acqui -
sivi virum per Dominum” (64), dicit Eva, prima historiae mulier: homo, primum novem per menses exspectatus, deinde parentibus, fratribus sororibusque “manifestatus”. Conceptionis processus necnon in materno sinu progressus, partus ortusque spatium paene quoddam efficiunt aptum ad creaturam veluti “donum” demonstrandam: talis est enim ipsa usque a principio. Aliter forsitan iste definiri potest debilis et inermis, parentibus penitus obnoxius iisque omnino addictus? Modo natus homo parentibus se dedit, eo quod in hunc mundum venit. Exsistendo donum is fit, primum Creatoris donum creaturae factum.
In modo edito filio bonum familae commune perficitur. Quemadmodum coniugum bonum commune in amore sponsali completur, qui ad novam vitam suscipiendam paratur, ita bonum commune familiae per ipsum amorem sponsalem absolvitur, qui per natum perficitur. In personae genealogia domus genealogia inscribitur, quae memoriae mandatur per litteras in baptismorum albis relatas, quamvis haec tantum sint sociales consecutiones, “quia natus est homo in mundum” (65).
At verumne profecto est hominem modo natum esse solummodo parentum donum? Donum societati? Nihil hanc rem, ut apparet, ostendere videtur. Hominis ortus interdum solummodo computationis elementum habetur, quod sicut ceterae populorum rationes in tabulas refertur. Certe natus filius prae se parentibus alios labores fert, alia opum onera, alias cotidianas coactiones, quae eos impellere possunt ad alium natum respuendum (66). Quibusdam in locis socialibus culturali busque acrior fit temptatio. Estne ideo filius donum? Ipsene ad accipiendum, non ad dandum, venit? Haec sollicite postulantur, quibus huius aetatis homines laboriose levantur. Filius enim spatium occupabit aliquod, at spatium in mundo magis magisque imminuitur. At verumne profecto est familiae societatique nihil eundem afferre? Nonne ipse “particula” quaedam est illius boni communis, sine quo humanae communitates franguntur et ad interitum vergunt? Quis id infitiari potest? Puer tum fratribus, tum sororibus, tum parentibus, cunctae denique domui se praebet donum. Eius vita ipsis vitae largitoribus fit donum, qui necessario persentiunt filium adesse eundemque in eorum vita sociari, bonum commune iuvare eorum et familiaris communitatis. Veritas haec est, quae simplicitate altitudineque sua perspicua manet, quamvis psychologicae pathologicaeque complicentur quorundam personarum structurae. Totius societatis bonum commune in homine immoratur, qui, ut supra dictum est, est “Ecclesiae via” (67). Is enim ante omnia “gloria Dei” est: “Gloria Dei vivens homo”, secundum omnibus notum Sancti Irenaei (68) effatum, quod sic quoque interpretari licet: “Gloria Dei est ut vivat homo”. Excelsissime quidem hic definitur homo: Dei gloria est bonum commune omnium rerum quae sunt; bonum scilicet commune humani generis.
Ita est! homo est bonum commune, bonum commune familiae et humanitatis, singulorum coetuum multipliciumque socialium structurarum. At hac in re gradus et modi distinctio quaedam plane in lucem proferenda est: homo est profecto bonum commune, exempli gratia, Nationis ad quam pertinet vel Civitatis cuius est civis: attamen certius et initerabilius bonum est pro sua familia; est non modo velut individuus, qui in humana multitudine partem habet, verum tamquam “hic homo”. Deus Creator facit ut is sit “per se ipsum”, atque mundum ingrediens homo in familia “magnum vitae eventum” incipit. “Homo hic”, utcumque res se habet, ius vindicat suae auctoritatis propter humanam quam habet dignitatem. Haec dignitas ipsa personae locum inter homines statuit, praecipue vero in familia. Familia est enim –magis quam alia humana insitutio– locus in quo per donum sui sincerum homo “per se ipse” esse potest. Quocirca eadem usque exstat socialis institutio quae subici non potest neque debet: est enim “sanctuarium vitae” (69).
Quod porro “nascitur homo”, “natus est homo in mundum” (70), “paschale signum” constituit. Hac de re discipulis locutus est Iesus ipse, ut commemorat Ioannes Evangelista, antequam pateretur et moreretur, cum sui excessus tristitiam cum aegritudine parientis mulieris compararet: “Mulier, cum parit, tristitiam habet (id est patitur), quia venit hora eius; cum autem peperit puerum, iam non meminit pressurae propter gaudium, quia natus est homo in mundum”71. “Hora” Christi mortis (72) confertur hic cum “hora” parientis mulieris; novi hominis ortus perconsentaneum invenit locum in vitae victoria supra mortem, quam Dominus resurgens reportavit. Multa sane de hac similitudine considerari possunt. Quemadmodum Christi resurrectio vitam significat ultra mortis limen, ita pueri etiam ortus vitam demonstrat, quae per Christum destinatur “ad vitae plenitudinem” quae est in ipso Deo: “Ego veni ut vitam habeant et abundantius habeant” (73). Nunc in suo alto sensu illud S. Irenaei explicatur: “Gloria Dei vivens homo”.
Doni sui haec est evangelica veritas, qua carens homo “plene se invenire” nequit, quaeque perpendere sinit quam radicitus “sincerum donum” innitatur Dei Creatoris Redemptorisque dono, “gratia Spiritus Sancti”, cuius “effusionem” in sponsos in matrimonii ritu invocat celebrans. Sine “hac effusione” haec omnia difficulter intelleguntur atque complentur sicut hominis vocatio. Attamen tot homines haec perspiciunt! Multi viri mulieresque hanc adipiscuntur veritatem prospicientes in ea una conveniri “Veritatem et Vitam” (74). Hac adempta veritate coniugum vita pariter ac familiae nullum humanum sensum plene consequi potest.
Quapropter Ecclesia docere testarique hanc veritatem numquam intermittit. Quamvis materno affectu multa illa et complicata familiae discrimina intellegat aeque ac hominis moralem debilitatem, persuasum sibi habet Ecclesia humani amoris veritati fidelitatem esse prorsus servandam: si eam dimitteret, se ipsa proderet. Ab hac enim veritate discedere “oculos fidei” (75) sibi vult claudere, qui contra semper sunt extendendi ad lumen quo Evangelium humanas vicissitudines collustrat (76). Sinceri sui doni conscientia, per quam “se ipse perficit” homo, solide est iteranda et continenter praestanda, obsistentibus saepenumero Ecclesiae multis fautoribus qui perperam cultum progressus intellegunt (77). Familia semper novam boni speciem pingit pro hominibus, eaque de causa novam officii conscientiam gignit. De officii conscientia in peculiare bonum commune versa agitur, in quo hominis bonum continetur: item cuiusque domus membri; bonum certe “difficile”, “bonum arduum”, at fascinosum.
63. Gaudium et Spes, 24.
64. Gen. 4, 1.
65. Gv. 16, 21.
66. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Sollicitudo Rei Socialis, 25 [1987 12 30/25]
67. Ioannis Pauli PP. II Redemptor Hominis, 14; cfr. Ioannis Pauli PP. II Centesimus Annus, 53.
68. S. Irenaei Adversus Haereses, IV, 20, 7: PG 7, 1057; SCh 1002, 648-649.
69. Ioannis Pauli PP. II Centesimus Annus, 39. [1991 05 01/39]
70. Gv. 16, 21.
71. Gv. 16, 21.
72. Cfr. Gv. 13, 1.
73. Gv. 10, 10.
74. Gv. 14, 6.
75. Cfr. Ef. 1, 18.
76. Cfr. 2 Tm. 1, 10.
77. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Sollicitudo Rei Socialis, 25 [1987 12 30/25]
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12. Hoc in loco Litterarum Familiis datarum duae sunt quaestiones afferendae inter se complicatae. Altera communior, in amoris cultu versatur; altera districtior, de paternitatis maternitatisque conscio officio edisserit.
Antea iam dixi matrimonium singularem officii conscientiam requirere ad bonum commune: primo coniugum, deinde familiae. Hoc bonum commune ab homine concitatur, a personae bono et ab ea re quae eius dignitatis mensuram significat. Hanc amplitudinem nimirum in socialibus, oeconomicis politicisque omnibus ordinibus secum fert homo. In matrimonii ambitu familiaeque tamen haec muneris conscientia complures ob rationes magis obstringens evadit. Non sine causa Constitutio pastoralis Gaudium et Spes tractat “de dignitate matrimonii et familiae fovenda”. Concilium hanc promotionem ducit Ecclesiae et Civitatum munus; attamen, in omni cultura, ipsa officiose pertinet ad personas, quae matrimonio coniunctae certam quandam familiam constituunt. “Paternitatie participarem: quosdam sum nactus difficiles reclamationis repugnationisque eventus, at eodem tempore permulti se mire sui officii conscios et liberales ostenderunt. Hanc mihi conscribenti epistulam omnes hi coniuges ob oculos versantur, quos mea precatione animique affectione complector.
78. Cfr. Pauli VI Humanae Vitae, 12 [1968 07 25/12]; Catechismus Catholicae Ecclesiae, n. 2366 [1992 10 11/2366].
79. 2 Tm. 4, 2.
80. Cfr.2 Tm. 4, 3.
81. Gaudium et Spes, 24.
82. Gen. 2, 24.
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13. Familiae carissimae, paternitatis maternitatisque consciae argumentum continetur tota in quaestione “civilis cultus amoris”, de qua nunc sermocinari studeo. Ex iis quae hucusque dicta sunt plane indubieque liquet “amoris civili cultui”, ut Paulus VI dixit, subesse familiam83, quae sententia in Ecclesiae doctrinam immigravit et communis iam facta est. Difficulter hodie cogitari potest aliquid Ecclesiam declarare vel aliquod de Ecclesia verbum, dempto “amoris civilis cultus” sermone. Sententia haec nectitur “ecclesiae domesticae” primaeva in chri stianitate, at ea hoc quoque nostrum tempus expresse contingit.
Etymologiae ratione, “civilis” vocabulum cum “civis” voce copulatur, quod videlicet in quolibet cive politicam inesse rationem confirmat. At altior huius vocis significatio non tantum ad politicam rem spectat quantum potius ad “humanitatem”. Verumtamen civilis cultus ad hominum annales pertinet, quippe qui eius spiritalibus moralibusque respondeat necessitatibus: ad imaginem similitudinemque Dei creatus, ipse ex Creatoris manibus mundum suscepit, ut eum ad suam imaginem similitudinemque effingeret. Ab hoc sane ipso munere complendo civilis cultus defluit, qui ad summam non secus habetur atque “mundi ad humanam speciem conversio”.
“Civilitas” denique idem fere est ac “cultus”. Quapropter “amoris cultura” quoque dici potest, quamvis locutio illa, iam facta familiaris, potius sit servanda. Civilis cultus amoris, ad hodiernam verbi vim, locutioni adhaerescit quam affert conciliaris Constitutio Gaudium et Spes: “Christus... hominem ipsi homini plene manifestat eique altissi -
mam eius vocationem patefacit”84. Asseverari igitur licet amoris cul -
tum civilem a Dei revelatione initium capere, qui “caritas est”, ut Ioannes ait evangelista (85), quam quidem efficaciter Paulus describit in hymno de caritate in Prima Epistula ad Corinthios (86). Is cultus arte cum caritate coniungitur, “diffusa in cordibus nostris per Spiritum Sanctum, qui datus est nobis” (87), atque per continentem culturam augescit, de qua vitis et palmitum similitudo sic presse disserit: “Ego sum vitis vera, et Pater meus agricola est. Omnem palmitem, in me non ferentem fructum, tollit eum, et omnem, qui fert fructum, purgat eum, ut fructum plus afferat” (88).
Sub luce Novi Testamenti horum locorum aliorumque, intellegi potest quid “amoris civilis cultus” significet et cur familia cum hoc cultu natura coniungatur. Si quidem prima “Ecclesiae via” est familia, addendum est etiam amoris cultum civilem “viam esse Ecclesiae”, quae in mundo iter facit atque ad eiusmodi iter familias vocat ceterasque societatis partes tum nationales tum internationales ipsius familiae causa perque familias. Familia enim pendet complures ob rationes ex amoris civili cultu, in quo congrua invenit argumenta quibus ipsa consistat familia. Amoris item cultus civilis familia paene cardo est et cor.
Amor tamen verus non datur nisi conscientia exstat “Deum esse caritatem” atque pariter hominem in terrarum orbe creaturam unam esse quam Deus “per se ipsam” efficit ut sit. Homo ad Dei imaginem similitudinemque creatus non potest “se ipse prorsus invenire” nisi per sui sincerum donum. Hac de homine, de persona deque in familia “personarum communione” adempta notione, amoris civilis cultus non admittitur; vicissim personae personarumque communionis opinatio sine civilis cultus amore penitus tollitur. Familia “cellula” exstat praecipua societatis: at Christo opus est –tamquam “vite” ex qua sucum excipiunt “palmites”–, ut cellula ista intus forisque a quadam culturali evulsione arceatur. Si enim hic “civilis cultus amor” est, illic “contraria civilitas” exsistere potest et manere, quae vim habet delendi, quemadmodum multa hodie comprobant indicia rerumque condiciones.
Quis neget, nostram aetatem in discrimine magnopere versari, quod summum cedat potissimum in veritatis discrimen? Veritatis discrimen significat primo opinationum discrimen. Voces “amor”, “libertas”, “sincerum donum”, immo etiam “persona”, ... “personae iura” exprimunt revera quod natura continent? Hac de causa plane magni sunt pon deris Ecclesiae terrarumque orbi –ad occidentem praesertim verso– litterae Encyclicae, quae sunt Veritatis Splendor. Si tantum de libertate deque personarum in matrimonio familiaque communione veritas splen dorem suum recuperaverit, tum vero amoris civilis cultus efficietur et “de matrimonii familiaeque dignitate aestimanda” efficaciter dici poterit –ut Concilium asseverat (89).
Cur tam magnum habet pondus “splendor veritatis”? Cumprimis propter quandam oppositionem: hodierni cultus processus cum scientiae technicaeque progressu arte coniungitur, qui saepenumero una tantum facie evolvitur, atque aliquas sinceri positivismi species prae se fert. Haec autem doctrina, uti constat, agnosticismum ratione parit, utilitarismum vero re atque ethice. Nostra quidem aetate res gestae quodammodo iterantur. Utilitarismus opera resque colit, usum, “res ipsas” non “personas”; personas veluti “res” adhibere studet. Ubi voluptatis cultus viget, fieri potest mulier hominis obiectum, filii parentibus officere possunt, familia institutio fit quaedam, quae tamquam onus in singula membra inclinatur. Ut id percipiatur, de sexu quasdam educandi rationes perpendere sufficit, quae in scholas saepe inducuntur, parentibus crebro renuentibus. Istud pariter planum fit in abortus proclivitatibus, quae nequiquam se abdere nituntur “iure eligendi”, quod coniuges sibi vindicant, praesertim mulier ipsa. Duo dumtaxat sunt allata exempla ex multis quae afferri possunt.
Liquet talibus cultus vigentibus propositis, familiae minas neccessario admoveri, quandoquidem eius ipsa fundamenta excutiuntur. Quod amoris civilis cultui obsistit, id toti de homine veritati officit, eique comminatio evadit: ei se ipsum inveniendi non dat facultatem neque se securum percipiendi, sicut coniugem, parentem, filium. “Sexus securus”, quem vocant, qui “technico cultu” divulgatur, reapse, spectatis in universum personae necessitatibus, est radicitus non securus, immo graviter periculosus. Persona enim periclitatur, sicut vicissim etiam familia. Quod est periculum? Amissio veritatis de se ipsa, cui discrimen iacturae libertatis iungitur et deinceps amoris. “Cognoscetis veritatem, –Iesus asseverat– et veritas liberabit vos” (90): veritas, veritas dumtaxat, ad amorem vos comparabit de quo dicere liceat: “quam pulchrum!”.
Huius temporis familia, perinde ac omnium aetatum, “pulchram dilectionem” quaeritat. Amor non “pulcher”, qui ad voluptatem explendam tantum redigitur (91), vel ad mutuum viri mulierisque “usum”, personas reddit earum infirmitatum servas. Nonne ad hanc adducunt servitutem quaedam “culturales emissiones” hodiernae? Ipsae hominis imbecillitatibus “ludunt”, quem sic magis magisque infirmum efficiunt et inermem.
Civilis cultus amor laetitiam revocat, laetitiam, inter cetera, eo quod homo venit in mundum (92), et insuper quia coniuges fiunt parentes. Amoris civilis cultus sibi vult “congaudere veritati” (93). Sed cultus, qui mentem consumendarum rerum persequitur quaeque natalitati adversatur, numquam amoris civilis cultus esse potest. Si familia quoad amoris civilem cultum sic magnum habet pondus, hoc evenit propter pe culiarem propinquitatem gravitatemque vinculorum, quae in eo inter personas generationesque instituuntur. Ipsa tamen vulnerari potest et pericula obire quae hebetent vel etiam eius unitatem et firmitatem deleant. Haec ob pericula familiae amplius civilem amoris cultum non testantur, quem omnino negare possunt, ratione quadam contra-testari. Familia nempe disiecta potest vicissim formam quandam “cultui ad versantem” confirmare, amorem in variis exstantem provinciis exstinguendo, in cunctam socialem vitam necessario quibusdam evenientibus effectibus.
83. Cfr. Pauli VI Homilia de Anni Sancti conclusione, die 25 dec. 1975: Insegnamenti di Paolo VI, XIII (1975) 1564 ss.
84. Gaudium et Spes, 22.
85. 1 Gv. 4, 8.16.
86. 1 Cor. 13, 1-13.
87. Rm. 5, 5.
88. Gv. 15, 1-2.
89. Cfr. Gaudium et Spes, 47. [1965 12 07c/47]
90. Gv. 8, 32.
91. Cfr. 1 Gv. 2, 16.
92. Cfr. Gv. 16, 21.
93. Cfr. 1 Cor. 13, 6.
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14. Caritas cui Paulus apostolus in epistula ad Corinthios hymnum dicavit –caritas scilicet quae “patiens” est, “benigna est” atque “omnia suffert”94– certe est amor imperans. Eius pulchritudo in eo stat, quod multum postulat et hoc modo verum hominis bonum constituit, atque in alios fundit. Bonum enim, ut ait S. Thomas, est natura sua “diffusivum sui” (95). Amor tum verus est cum personae societatumque bo -
num parit idque gignit et aliis dat. Qui solummodo a se ipse amoris titulo multum poscit, is amorem ab aliis etiam postulare potest. Nam amor multum requirit, cum in omnibus humanis condicionibus, tum vehementius ex iis qui Evangelio student. Nonne Christus eundem in “suo” maximo mandato praedicat? Homines hodierni hunc amorem multum postulantem detegant oportet, quandoquidem in eo familiae admodum solidum invenitur fundamentum, quod “omnia sufferre” potest. Ad Apostoli mentem, amor “sufferre” omnia non potest, si “aemulationibus” cedit, si “agit superbe”, si “inflatur”, si “est ambitiosus” (96). Amor germanus, Sanctus Paulus docet, aliud est: “omnia credit, omnia sperat, omnia sustinet” (97). Hic amor ipse “omnia sufferet”. In eo ipsa omnipotens agit vis Dei, qui “caritas est” (98). Agit pariter omnipollens Christi vis, hominis Redemptoris atque mundi Salvatoris.
Caput XIII Pauli primae Epistulae ad Corinthios considerantes, semitam ingredimur illam, quae propius penitusque ad intellegendam nos perducit plenam circa amoris civilem cultum veritatem. Nullus alius sacrorum bibliorum locus planius altiusque hanc veritatem exprimit quam caritatis hymnus.
Pericula in amorem impendentia etiam amoris civili cultui minantur, cum res eidem contrarias prorsus suppeditent. Hic in primis de nimio sui studio dicitur, non modo de unius personae nimio sui amore, verum et coniugum vel, in ampliore provincia, de societatum nimio amore sui, veluti classium nationisve (quod est nationis studium). Verumtamen nimium sui studium, quavis sub specie, recto et radicitus amoris cultui obest. Dicemusne amorem esse habendum aliquid nimio huic studio dumtaxat contrarium? Nimis esset definitio inops eademque tandem negans, etiamsi infitiari non potest varias nimii studii formas esse praetergrediendas ut amor amorisque civilis cultus efficiantur. Hac in re de “aliorum studio” rectius dicitur, quod “nimio sui studio” opponitur. Locupletior absolutiorque est amoris notio, quam Sanctus Paulus enodat. Caritatis hymnus, qui in Epistula prima ad Corinthios invenitur, amoris civilis cultus veluti “magna charta” perstat. In ea non perpenduntur tantum singulae significationes (sive amoris sui sive aliorum studii), verum ipsa hominis intima notio exhibetur, qui se ipsum tamquam persona per sincerum sui donum “invenit”. Donum, ut liquet, in alios convertitur: haec est civilis cultus amoris praecipua nota.
Sic evangelicae de libertate veritatis attingimus cardinem. Persona per libertatis exercitium in veritate perficitur. Libertas non intellegitur veluti facultas quidlibet faciendi: donum sui ipsa dicit. Immo altius dicit interiorem doni disciplinam. Doni notione non tantummodo liberum subiecti inceptum designatur, sed officii quoque significatio. Haec omnia in “personarum communione” complentur. In ipso familiae corde versamur.
Insistimus etiam vestigiis individualismi et personalismi inter se pugnantium. Amor, civilis cultus scilicet amor, cum personalismo nectitur. Cur autem cum personalismo? Cur porro amoris civili cultui individualismus minatur? In conciliari sententia caput invenitur responsionis: “donum sincerum”. Individualismus prae se libertatis usum fert, ad quam subiectum quod vult patratur, “veritatem” statuens illius rei quae sibi probatur vel sibi congruit. Ut alius a se aliquid veritatis obiectivae titulo “velit” postuletve non patitur. “Dare” alii non vult veritatis nomine neque ipse “donum sincerum” fieri. Individualismus ideo in statione sistit sui studii ibique circumscribitur. Quod autem personalismo opponitur, non ex rationibus quibusdam oritur, sed potius ratione quae est “ethos”. Personalismi enim ethos aliis addicitur: nam personam concitat ut donum aliis ipsa fiat et in se donando gaudium inveniat. Gaudium est de quo Christus sermocinatur (99).
Quocirca necesse est humanae societates, iis familiae quoque annumerandae quae in dimicationis condicione inter amoris civilem cultum et quod ei opponitur vivere consueverunt, solidum suum fundamentum anquirant in recta hominis consideratione atque eorum quae de eius humanitate plene “perficienda” decernunt. Amoris civili cultui procul dubio obsistit “amor liber”, qui eo est periculosior quod sicut alicuius “verae” affectionis fructus afferri solet, dum contra re amorem destruit. Quot familiae hunc ob amorem corruerunt! Ad omnes casus “veram” affectionem consectari, inducto amore quibuslibet condicionibus soluto, reapse idem valet atque hominem iis voluptatibus mancipare, quas S. Thomas passiones animae vocat (100). “Amor liber” humanis infirmitatibus abutitur, generosam quandam nobilitatis formam ei exhibens, illecebris iuvantibus multorumque opinione favente. Hac ratione conscientiam “placare” homines conantur, moralem quandam absentiam inducendo. Omnes tamen consecutiones quae sequuntur non considerantur, praesertim cum, praeter coniugem, filii patiuntur, patre matreve orbati, qui re veluti pupilli parentum viventium damnantur.
In ipso utilitarismi ethici fundamento habetur, ut fert opinio, continuata conquisitio “summae” felicitatis, quae est “felicitas in utilitatem versa”, quae tantum sicut voluptas existimatur itemque proxima satisfactio ad individui singularis commodum vergens, praeter vel contra obiectivas veri boni necessitates.
Utilitarismi propositum, quod libertate innititur in individualismum prona, libertate scilicet officii conscientia carente, amori adver satur, cultum quoque humanum exprimenti simul sumptum. Cum eiusmodi libertatis notio in societate recipitur, foedere cum variis hominum imbecillitatibus icto, continenter et constanter familiae minitari videtur. Complura gravia hac de re incommoda afferri possunt, documentis ad rationariam artem explicabilia, etsi eorum multa vehementerque dolentia in virorum mulierumque cordibus abduntur, veluti acerba vulnera.
Coniugum amor ac parentum his vulneribus medendi habet potes tatem, si insidiae de quibus dictum est, non auferant regenerationis
vim communitatibus humanis omnino beneficam et salutarem. Haec potestas pendet e veniae reconciliationisque divina gratia, quae spiritalem dat facultatem iterum incipiendi. Hac de causa necesse habent familiae membra Christum convenire in Ecclesia per mirabile Paenitentiae Reconciliationisque sacramentum.
His propositis rebus, intelligi facile potest quantum habeat momenti precatio in familiis et pro familiis, in iis potissimum in quas dissipatio aliqua impendet. Precandum est ut coniuges suam diligant vocationem, etiam cum iter difficile fit vel tam arduum in ascensu, ut aditus prohiberi videatur; deprecari necesse est, ut etiam tunc fideles sint foederi cum Deo peracto.
“Familia via est Ecclesiae”. Litteris his profiteri et simul enuntiare cupimus hanc viam, quae per coniugalem familiaremque vitam ad regnum caelorum (101) perducit. Multum interest sane ut in familia “communio personarum” comparatio fiat ad “communionem Sanctorum”. Idcirco Ecclesia confitetur illudque enuntiat: caritas “omnia suffert” (10)2, cum in ipsa conspiciatur, sancto Paulo iuvante, virtus “maior” (10)3. Apostolus nemini fines imponit. Omnes ad amandum vocantur, ut liquet, etiam coniuges familiaeque. In Ecclesia enim omnes aeque ad sanctitatis perfectionem vocantur (10)4.
94. 1 Cor. 13, 4. 7.
95. S. Thomae Summa Theologiae, I, q. 5, a. 4, ad 2.
96. Cfr. 1 Cor. 13, 4-5.
97. 1 Cor. 13, 7.
98. 1 Gv. 4, 8.16.
99. Cfr. Gv. 15, 11; 16, 20.22.
100. S. Thomae Summa Theologiae, I-IIae, q. 22.
101. Cfr. Mt. 7, 14.
102. 1 Cor. 13, 7.
103. 1 Cor. 13, 13.
104. Cfr. Mt. 5, 48; cfr. Lumen Gentium, 11. 40 et 41. [1964 11 21ª/11, 41]
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15. Quartum Decalogi mandatum familiam respicit eiusdemque interiorem soliditatem; solidarietatem dicere possumus.
In eius perscriptione familia haud plane affertur. At re de hac ipsa agitur. Ut inter generationes communionem significaret, divinus Legifer nullum verbum hoc aptius repperit: “Honora...” (105). Alia quidem adducitur ratio quae quid sit familia planum facit. Sententia haec non “artificio quodam” familiam elevat, sed eius subiecti naturam in propatulo ponet eiusdemque inde manantia iura. Familia est communitas permagnarum necessitudinum inter personas: inter coniuges scilicet, inter parentes et filios, et deinceps inter generationes. Haec communitas peculiari modo est servanda. Quapropter Supremus Legifer nullam invenit aptiorem hac cautionem: “Honora”.
“Honora patrem tuum et matrem tuam, ut sis longaevus super terram, quam Dominus Deus tuus dabit tibi” (106). Mandatum hoc tria praecepta subsequitur praecipua, quae necessitudinem inter hominem et Israelis populum cum Deo respiciunt: “Shema, Israel...”, “Audi Israel: Dominus Deus noster Dominus unus est” (107). “Non habebis deos alienos coram me” (108). Primum maximumque mandatum habemus, amoris scilicet mandatum, ut Deus ametur “super omnia”: Ipse diligendus est “ex toto corde tuo et ex tota anima tua et ex tota fortitudine tua” (109). Merito iureque quartum mandatum hoc in ambitu locatur. “Honora patrem tuum et matrem tuam”, quandoquidem tibi quodammodo Dei Domini ipsi agunt partes, ii vitam tibi dederunt te in humanam vitam producentes: in gentem aliquam, nationem, culturam. Post Deum primi ipsi sunt beneficii auctores. Si quidem Deus solus est bonus, immo summum Bonum, parentes singulariter hanc bonitatem summam participant. Itaque: honora parentes tuos! Est hic quaedam cum cultu Deo tribuendo similitudo.
Quartum mandatum arte cum dilectionis mandato iungitur. Illa “honora” et “ama” maximo vinculo copulantur. Honor, in praecipua significatione, cum iustitiae virtute coniungitur, quae vicissim plane explicari non potest, nisi amore inducto: erga Deum et proximum. Quis vero est propinquior familiaribus, parentibus filiisque?
Estne alicui parti obnoxia inter personas necessitudo, quam quartum mandatum obnuntiat? Compellitne ad parentes tantummodo honorandos? De verbo sane, ita est. At oblique, de “honore” quoque lo -
qui possumus quem filiis tribuere debent parentes. Ipsum “honora” idem valet ac ipsum “agnosce”! Sine ergo certa personae agnitione te adduci, in primis patris matrisque, deinde ceterorum familiae membrorum. Honor est motus quidam essentialiter utilitatis immemor. Dixerit quis eum esse “sincerum personae donum in personam versum”, atque hac significatione honor cum amore convenit. Si quidem quartum mandatum deposcit ut honor patri matrique tribuatur, id ipsum pro familiae bono expostulat. At hanc propter causam a parentibus quoque aliquid requirit. Parentes –commonere praeceptum divinum videtur– ita vos gerite ut mos vester honorem mereatur (et amorem) filiorum!
“In vacuum quiddam morale” divinam honoris vestri postulationem cadere ne patiamini! Agitur tandem de mutuo honore. Mandatum illud “honora patrem tuum et matrem tuam” oblique quidem parentibus dicit: vestros filios filiasque vestras honorate. Hoc ipsi merentur quia exsistunt, quia sunt id quod sunt: hoc ex ipso conceptionis momento viget. Hoc mandatum, totum familiae vinculum exprimens, eiusdem interioris soliditatis collustrat fundamentum.
Mandatum pergit: “ut sis longaevus super terram, quam Dominus Deus tuus dabit tibi”. Istud “quia” consociationem quandam rationum “utilitatis” evocare potest: honorare propter futuram longaevitatem. Dicendum interea, hoc minime infirmare vim praecipuam illius imperativi “honora”, quod natura sua cum consuetudine alios respicienti copulatur. Honorare numquam significat: “prospecta commoda”. Difficile tamen est non agnoscere ex mutui honoris habitu, qui inter membra familiaris communitatis viget, varia manare commoda. “Honor” certe est utilis, quemadmodum est “utile” omne bonum verum.
Familia ante omnia efficit bonum, ut “plures una sint”, quod bonum est ipsius matrimonii praecipuum (ex hac re ipsius perpetuum vinculum) familiarisque communitatis. Bonum etiam naturae subiecti definiri potest. Nam persona est subiectum aliquod aeque ac familia, quae, a personis est constituta arto communionis vinculo iunctis, quae unum communiter subiectum efficiunt. Immo familia, magis quam alia socialis institutio, est subiectum: magis quam Natio, quam Civitas, quam societates, atque internationales Consociationes. Societates hae, Nationes praesertim, tantum gaudent propria subiectivitate quantum ex personis percipiunt earumque familiis. Suntne hae “rationis” animadversiones, ut familia vulgo “elevetur”? Minime quidem, sed potius alius modus est agnoscendus ut quid familia sit proferatur. Et hoc quoque ex quarto mandato eruitur.
Veritas haec digna est quae collustretur et planius explicetur: confirmat enim momentum et pondus huius mandati. Instituta composita pro hodierna temperatione iurium hominum iuridicialia verba ad hibent: Deus autem dicit: “honora”. Omnia “hominis iura” sunt, ultimo, debilia et imbecilla, si non subest imperativum illud: “honora”; si, aliis verbis, hominis testificatio deest, ex eo quod ipse homo est, “hic” homo. Ex se iura ipsa haud sufficiunt.
Immoderatum itaque non est confirmare Nationum vitam, Civitatum, internationalium Institutionum per familiam transire eamque Decalogi quarto mandato niti. Nostrae autem aetati, quamvis multiplices effictae et enuntiatae sint iuris sententiae, “alienatio” notatione digna minatur, quae ex “illuminismi” propositis oritur, ad quam homo “magis” est homo, si sit homo “tantum”. Facile intellegi potest alienationem, ab iis omnibus quae ad hominis divitias varias ob causas pertinent, nostrae aetati insidiari. Et hoc in medium profert familiam. Nam personae confirmatio maxima ex parte ad familiam et congruenter ad quartum mandatum refertur. In Dei consilio familia prima est hominis schola variis de causis: homo esto! Hoc praeceptum in ea enuntiatur: homo veluti patriae filius, Status civis, et, ut vulgo hodie asseveratur, mundi civis. Qui quartum mandatum humanitati tradidit Deus est erga hominem “benignus” (ut Graecano utamur verbo, philanthropos). Universi Creator amoris est Deus vitaeque. Ipse vult ut homo vitam habeat et abundantius habeat, ut Christus enuntiat (110): ut vitam habeat ante ceteros per familiam.
Hinc plane liquet “amoris civilem cultum” arte cum familia iugari. Compluribus amoris civilis cultus est adhuc mera utopia. Arbitrantur enim a nullo expeti posse amorem neminique imponi: eum homines libere eligunt, accipiunt scilicet vel respuunt.
Quaedam veritas in hoc invenitur. Attamen plane constat Iesum Christum amoris mandatum reliquisse, quemadmodum in monte Sina praeceperat Deus: “Honora patrem tuum et matrem tuam”. Amor igitur non est dumtaxat utopia: homini datur tamquam munus explendum, divina iuvante gratia. Homini mulierique committitur, in Matrimonii sacramento, veluti principium et eorum “officii” fons, qui eis mutui muneris fit fundamentum, coniugalis officii primum, deinde patris et matris. In Sacramenti celebratione, coniuges se dedunt vicissimque se recipiunt, significantes se paratos esse ad liberos suscipiendos excolendosque. Hi sunt humani civilisque cultus cardines, qui aliter definiri potest ac “amoris civilis cultus”.
Huius amoris familia est declaratio et fons. Per eam hominis civilis cultus transit praecipuus cursus, qui in ea sua “socialia fundamenta” invenit.
Ecclesiae Patres, christiana procedente traditione, de familia sunt locuti veluti de “ecclesia domestica”, “parva scilicet ecclesia”. Amoris civilem cultum sic denotabant tamquam vitae quandam rationem humanique convictus: “simul esse”, sicut familia est, alios aliis inservire, communitatis locos singulis hominibus, ut sunt homines, suppeditare, ut “hic” homo individuus compleatur. Nonnumquam de personis agitur aliqua corporis animique parte laborantibus, quas societas “progressum appetens”, ut aiunt, reicere mavult. Etiam familia huius societatis similis fieri potest. Hoc re perficit cum mox senes ipsa respuit vel quempiam pravitatibus affectum vel morbo correptum. Ita autem geritur, deficiente fide in Deo per quem “omnes vivunt”111. cunctique ad vitae plenitudinem vocantur.
Sane quidem, Amoris civilis cultus exstare potest, non est utopia quaedam. Attamen hoc fieri potest tantummodo per stabilem praesentemque necessitudinem ad “Deum et Patrem Domini nostri Iesu Christi ex quo omnis paternitas in caelis et in terra nominatur” (11)2, ex quo omnis humana familia proficiscitur.
105. Es. 20, 12.
106. Es. 20, 12.
107. Dt. 6, 4.
108. Es. 20, 3.
109. Dt. 6, 5; cfr. Mt. 22, 37.
110. Cfr. Gv. 10, 10.
111. Lc. 20, 38.
112. Cfr. Ef. 3, 14-15.
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16. Quibus rebus constituitur institutio? Ut postulatis his respondeatur, duae praecipuae veritates sunt memorandae: primum, in veritate amoreque hominem ad vivendum vocari; deinde, quemque hominem per sui sincerum donum perfici. Hoc momentum inducit tum pro institutoribus, tum pro iis qui sunt instituendi. Institutio idcirco processus est peculiaris, in quo mutua personarum communio summam habet significationem. Institutor est persona quae spiritaliter
“gignit”. Hac ex parte, institutio apostolatus verus ac germanus haberi potest. Est vitalis communicatio, quae non modo necessitudinem inter praeceptorem et educandum comparat, verum insuper utrumque in veritatem amoremque penitus inserit, ad postremam scilicet metam ad quam quisque homo a Deo Patre, Filio et Spiritu Sancto vocatur.
Paternitas maternitasque prae se ferunt ut una sui iuris individui sint unaque conspirent. Id prorsus liquet in matre novum hominem concipiente. Primis mensibus cum ipse in materno sinu vivit peculiarna familia veluti personarum communio haurit alimentum. Amore autem educationis totus processus nititur et firmatur, qui est veluti fructus maturus mutuae parentum deditionis. Per labores, aegritudines animique destitutiones, quae personae educationem comitantur, amor continuo exploratur. Ut eiusmodi pericula superentur spiritalis roboris opus est fonte, qui tantum reperitur in Eo qui “in finem dilexit eos” (11)6. Ita educatio ad cultum civilem amoris plene pertinet; ab eo pendet, atque maxima ex parte eundem aedificandum confert.
Familiae evolvente anno, Ecclesia usque fidenter pro hominis educatione precatur, ut familiae in educationis munere, animo, fiducia speque sustentatae, perseverent, quamvis difficultates nonnumquam obstent tam graves ut superari non posse videantur. Ecclesia precatur ut “civilis cultus amoris” vires superiores evadant, quae ex amoris Dei fonte defluunt, quasque Ecclesia indesinenter universae humanae familiae bono commodat.
113. Rituale Romanum, “Ordo celebrandi matrimonium”, n. 60, editio typica altera, p. 17.
114. Cfr. Ef. 3, 14-15.
115. Es. 20, 12.
116. Gv. 13, 1.
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17. Familia est personarum communitas, minima societatis cellula, atque idcirco praecipua est institutio in omnium societatum vita.
Familia, ut institutio, quid a societate poscit? Ante omnia ut agnoscatur ipsa in natura sua atque pariter ut in sociali sua subiectivitate re cipiatur. Subiectivitas haec cum identitate coniungitur, quae est matrimonii et familiae propria. Matrimonium nempe, quo familiaris institutio sustentatur, ex foedere constituitur “quo vir et mulier inter se totius vitae consortium constituunt, indole sua naturali ad bonum coniugum atque ad prolis generationem et educationem ordinatum” (11)7. Iunctio eiusmodi una veluti “matrimonium” agnosci confirmarique in societate potest. Interpersonales autem ceterae consortiones non ita sunt habendae, quae his carent condicionibus de quibus supra facta est mentio, quamvis hodie inclinationes quaedam diffundantur, in periculum familiam et societatem futuro de tempore adducentes.
Nulla humana societas nimiae licentiae concedere potest cum de rebus agitur summi ponderis ad ipsum matrimonium pertinentibus et familiam! Id genus immodica moralis licentia sine dubio germanis pacis necessitatibus et inter homines communioni damna infert. Quocirca intellegitur cur authenticam familiae rationem strenue tueatur Ecclesia atque legitimas concitet institutiones, rerum politicarum potissimum custodes itemque internationales Consociationes, ne rerum novarum illecebrae fallacis speciei cedant.
Veluti amoris vitaeque communitas, familia aliquid est sociale, quod radicitus defigitur, atque proprie peculiariterque societas nemini obnoxia, quamvis varias ob rationes condicionibus quibusdam adstricta. Quandoquidem nemini obnoxia dicitur familia-institutio, cumque ipsa aliquibus condicionibus obstringatur, de familiae iuribus sermo est instituendus. Hac de re Sancta Sedes anno mcmlxxxiii Familiae Iurium Chartam evulgavit, quae etiam nunc maxima vi pollet.
Familiae iura cum hominis iuribus arte coniunguntur: personarum etenim ex eo quod communio est familia, sui ipsius consummatio perfectiove magna ex parte a recte adhibitis iuribus pendent personarum quae eam participant. Altera iura ipsam respiciunt familiam, veluti parentum ius filios responsaliter gignendi et educandi; altera iura autem ad familiae nucleum solummodo oblique tantum referuntur: inter quae, magni momenti annumeratur ius mancipii, familiaris praesertim mancipii, atque ius operae praestandae.
Familiae iura tamen haud “summam mathematicam” constituunt simpliciter personae, cum sit familia plus quiddam quam membrorum summa singulariter sumptorum. Communitas est ipsa parentum et filiorum; nonnumquam multiplicium generationum communitas. Hac de causa eius subiectivitas, quae in divino consilio consistit, propria iura constituit et requirit. Familiae Iurium Charta ex memoratis moralibus principiis sumens initium, efficit ut familiaris institutio firmior sit in sociali iuridicialique ordine “magnae” societatis: Nationis scilicet, Civitatis, internationalium Communitatum. Unaquaeque “magna” societas oblique saltem pendet a familia; quapropter summi est momenti definire necessitatisque “magnarum societatum” iura officiaque erga familiam.
Primum tenet locum quasi descriptum vinculum quod inter familiam Nationemque accedit. Haud in omnibus casibus, ut liquet, de Natione propria ratione loqui licet. Sunt veruntamen gentes, quae, quamquam verae Nationes haberi non possunt, “magnarum” tamen societatum munus quodam modo sustineant. In utraque opinatione, familiae cum gente Nationeve vinculum in cultura participanda primum invenit firmamentum. Parentes quodammodo etiam Nationi liberos pariunt, ut eiusdem sint membra eiusque historicum culturaleque patrimonium participent. Inde a primordio familia iisdem fere fingitur et fruitur lineamentis atque Natio ad quam ipsa pertinet.
Familia, culturale nationis patrimonium participans, peculiares illas libertatem immunitatemque iuvat, quae eius e cultura sermoneque scatent. Hoc de argumento Congressionem UNESCO, ut dicitur, Lutetiae Parisiorum anno mcmlxxx habitam, sum allocutus, atque saepenumero idem repetii argumentum, quippe quod magni sit momenti. Per culturam sermonemque non modo Natio, sed omnis familia suum spiritalem principatum invenit. Difficulter ceteroquin complures eventus explicarentur ad populorum, Europaeorum potissimum, annales pertinentes; eventus dico antiquos et recentes, praeclaros et lamentabiles, victoriarum cladiumque, ex quibus intellegitur quam apposite cum Natione familia vicissimque cum familia Natio coniungantur.
Circa Civitatem partim fere idem est hoc familiae ligamen, partim aliud. Nam Civitas propter minus “familiarem” structuram a Natione discernitur, et ad politicam rationem componitur adque magis “grapheocraticam” formam. Verumtamen Civitatis quoque compages paene “animam” propriam habet, prout cum sua ipsius natura “communitatis politicae” congruit, iure ad bonum commune ordinatae (11)8. Hac cum “anima” arte familia copulatur, cum Civitate vi ipsius subsidiarii officii prin cipii coniuncta. Familia enim res est socialis cui non omnia praesto sunt instrumenta ad suos fines consequendos, etiam in provincia institutionis educationisque. Civitas ergo secundum memoratum principium arcessitur, ut opem ferat suam et opituletur. Ubi autem familia sibi res suppetit, sini debet ut ipsa sua voluntate operetur; nimius Civitatis intercursus detrimentum afferet atque contumeliosus fiet, quoniam familiae iura violabit; ubi reapse ipsa sibi non sufficit, potest Civitas debetque adesse.
Praeter quemvis educationis institutionisque ordinem, civitatis auxilium, quod minime privatorum subsidia interdicere debet, exprimitur, exempli gratia per instituta spectantia ad vitam valetudinemque civium servandam, potissimumque ad cautionem eorum omnium quae rationem habent ad operariorum coetus. Coacta operis vacatio gravis sime hodiernis temporibus familiari vitae minatur, atque de ea merito omnes societates sollicitantur. Ipsa provocationem infert politicae civitatum arti atque ad multam meditationem elicit pariter in Ecclesiae doctrinam socialem. Festinata ergo ratione necessarioque ideo huic rei mederi animose oportet, congruis adhibitis rationibus, quae quidem ultra etiam cuiusque nationis fines prospiciant tot familiis, quae opere carentes in iniquo discrimine versantur (11)9.
Cum de opere disceptatur quod familiam respicit, aequum est momentum extollere et pondus navitatis mulierum in familiae gremio120, cui auctoritas tribui debet quodque omni ex parte efferri debet. Mu lieris “labor”, quae, postquam filium peperit, eundem alit, curat et curiose excolit prioribus praesertim vitae annis, tam est gravis, ut cum nullo artis opere conferri possit. Quod convenienter est agnoscendum non minus quam in ceteris operibus ius vindicandum. Maternitas, atque in ea insidens labor, oeconomice etiam sunt agnoscenda, saltem aeque atque alia opera quae sustinentur, ut familia in suae exsistentiae peculiari momento sustentetur.
Omni ope oportet ut familia primigenia societas agnoscatur et ra tione quadam “alii non obnoxia”! Eius “libertas et immunitas” ad societatis bonum sunt necessariae. Natio quae nemini obnoxia vere dici potest spiritaliterque fortis, semper solidis familiis constituitur, quae suae vocationis suique in historia muneris sibi sunt consciae. Familia medium praecipuumque harum quaestionum munerumque occupat locum: si ad secundas partes agendas compellitur adque minoris momenti ordinem, eam exturbando ex loco ei proprio in societate, magnum detrimentum societatis corpori vere augendo importatur.
117. Codex Iuris Canonici, can. 1055, 1 [1983 01 25/1055]; Catechismus Catholicae Ecclesiae, n. 1601 [1992 10 11/1601]
118. Gaudium et Spes, 74.
119. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Centesimus Annus, 67.
120. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Laborem Exercens, 19 [1981 09 14/19]
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18. Cum Ioannis discipulis olim loquens Iesus de invitatione ad nuptias mentionem fecit, adstante inter convivas sponso: “Cum illis est sponsus” (121). Denotabat sic in sua persona compleri Dei sponsi imaginem, in Vetere Foedere iam adhibitam, ut plene Dei mysterium veluti Dilectionis mysterium revelaret.
Tamquam “sponsum” se ostendens, Iesus Dei essentiam patefacit pariterque suam in hominem immensam dilectionem confirmat. At huius imaginis electio oblique altam quoque sponsalis amoris veritatem collustrat. Illa enim usus Iesus ut de Deo loquatur, demonstrat ipse quanta Dei paternitas quantusque amor reluceant in viri mulierisque amore matrimonium ineuntium. Idcirco suum incohans ministerium, Iesus est in Cana Galilaeae, ut nuptiarum convivium una cum Maria primisque discipulis (122) participet. Hoc modo ipse comprobare vult quantum veritatis de familia inscribatur in divina Dei revelatione atque in salutis historia. In Antiquo Testamento, in Prophetis imprimis, pulcherrima de Dei amore reperiuntur verba; est amor sollicitus sicut matris in filium et tener veluti amor sponsi in sponsam, atque eodem tempore admodum aemulus; hic amor ante omnia non ulciscitur, sed ignoscit; amor qui in hominem inclinatur quemadmodum pater in filium prodigum, eum extollit et vitae divinae participem reddit. Amor hic admirationem movet: aliquid novi omnino, apud gentes usque ad id tempus incognitum.
In Cana Galilaeae Iesus est veluti praeco divinae de matrimonio veritatis, veritatis scilicet qua niti humana familia potest, contra omnes vitae casus adversos se roborans. Hanc veritatem Iesus participando nuptias in Cana enuntiat et signum ibidem patrando primum, aquam in vinum immutando.
Matrimonii quoque veritatem edicit, pharisaeos alloquens et ipse declarans quemadmodum amor, qui a Deo est, amor tener sponsalisque, postulata quaedam alta penitus requirat. Minus sane requirebat Moyses, qui repudii libellum dari sivit. Cum pharisaei acriter disputantes ad eundem se revocant, Christus praecise respondit: “Ab initio autem non sic fuit” (123). Ipse memorat: Qui hominem creavit, masculum et feminam fecit, Isque statuit: “Relinquet vir patrem suum et matrem et adhaerebit uxori suae; et erunt in carnem unam” (124). Quod ratione congruenterque Christus absolvit: “Itaque iam non sunt duo sed una caro. Quod ergo Deus coniunxit, homo non separet” (125). Phari saeis, lege Moysis nitentibus et contra dicentibus, respondet: “Moyses ad duritiam cordis vestri permisit vobis dimittere uxores vestras; ab initio autem non sic fuit” (126).
Iesus ad “principium” se revocat, in ipsis primordiis creationis divinum consilium inveniens, in quo familia firmatur atque per eam hominum universae res gestae. Matrimonii res et natura, Iesu volente, Novi Foederis verum solidumque fit sacramentum, sanguinis Christi redemptoris sigillo obsignatum. Coniuges familiaeque, mementote quo pretio “redempti” sitis127.
Praeclara haec veritas ad humanam mentem est difficilis acceptu factuque. Quid miramur suorum popularium postulatis concessisse Moysem, cum Apostoli ipsi, auditis Magistri verbis, respondeant: “Si ita est causa hominis cum uxore, non expedit nubere”!128 Iesus tamen, hominis mulierisque, familiae cunctaeque societatis ob oculos habens bonum, usque a principio posita confirmat postulata. Simulque tamen hanc occasionem nanciscitur ut illam roboret electionem, ad quam matrimonium propter regnum caelorum recusatur: etiam electio haec, quamvis alio modo, “gignere” patitur. Hinc vita consecrata initium capit, hinc Ordines Congregationes religiosae Orientis et Occidentis, aeque ac sacerdotalis caelibatus disciplina, ad Ecclesiae Latinae traditionem. Verum igitur non est illud: “non expedit nubere”, at studium in regnum caelorum ad matrimonium declinandum impellere potest (129).
Matrimonium inire tamen manet primigenia hominis vocatio, quod longe Dei populi maxima pars complectitur. In familia sane spiritalis aedificii lapides finguntur vivi, quemadmodum Petrus memorat apostolus (130). In coniugum corporibus habitat Spiritus Sanctus (131). Quoniam autem vitae divinae transmissio humanae vitae transmissionem re quirit, ex matrimonio non hominum dumtaxat filii nascuntur, verum etiam, per baptismum, filii Dei adoptivi, qui vita nova a Christo per Spiritum Sanctum recepta fruuntur.
Hoc modo, cari fratres caraeque sorores, coniuges et parentes,
Sponsus est vobiscum. Eundem esse bonum Pastorem scitis eiusdem -
que vocem novistis. Scitis quo ipse vos ducat, quomodo de pascuis dimicet in quibus vitam et quidem abundantius inveniatis; scitis quemadmodum in lupos rapaces invadat, ex eorum faucibus paratus ad oves evellendas: quemque scilicet maritum, quamque uxorem, quemque filium, quamque filiam, omnia denique vestrarum familiarum membra. Novistis Eum, quemadmodum Bonum Pastorem, ad vitam dandam pro ovibus esse paratum (132). In semitis vos ducit, quae non sunt praecipites salebrosaeque sicut illae in quibus complures hodiernae doctrinae decurrunt; omnem quidem veritatem repetit haud aliter quam cum ad pharisaeos se convertebat cumque Apostolos docebat, qui deinde eandem per universum orbem vulgaverunt, illius temporis hominibus nuntiando, cum Iudaeis tum Graecis. Discipuli sibi prorsus conscii erant Christum omnia renovavisse; hominem “novam creaturam” factum: non iam Iudaeum neque Graecum, non servum neque liberum, non iam hominem neque mulierem, sed “unum” in Eo (133), eundemque filii adoptivi Dei dignitate cumulatum. Pentecostes die homo hic Spiritum Paraclitum recepit, Spiritum veritatis; sic Dei novus Populus initium sumpsit, Ecclesia videlicet, caeli novi terraeque novae praeceptio (134).
Apostoli, antehac de matrimonio deque familia quoque reformidantes, animosi mox sunt facti. Matrimonium familiamque veram esse vocationem intellexerunt ex ipso Deo exsurgentem, et pariterque apostolatum: apostolatum laicorum. Orbi convertendo atque mundo, rerum naturae, cunctae humanitati renovandis inserviunt.
Familiae carissimae, vobis quoque sunt animi addendi, paratae usque ad testimonia reddenda spei illius quae est in vobis (135), quandoquidem in cordibus vestris eam per Evangelium bonus Pastor penitus immittit. In expedito esse debetis ad Christum persequendum in pascua illa quae vitam impertiunt quaeque Ipse per mortis resurrectionisque mysterium comparavit.
Pericula discriminave ne timueritis: divinae virtutes vestris difficultatibus multo sunt praestantiores: longe maior malo, quod in mundo operatur, est vis sacramenti Reconciliationis, quod a Patribus non immerito “alterum Baptisma” nuncupatur. Multo valentior corruptela quae in mundo grassatur est Confirmationis sacramenti virtus divina, quae Baptismum perficit. Facile maxima est prae ceteris praesertim Eucharistiae potentia.
Eucharistia sacramentum est vere mirabile, in eo Christus veluti cibum et potum se Ipse reliquit, potentiae salutaris fontem. Se ipse reliquit ut vitam haberemus et abundantius haberemus (136): vitam nimirum quae est in eo, quam ipse per Spiritus donum tertia die resurgens a mortuis communicavit. Nobis enim vita est quae ab eo manat. Vobis, dilecti coniuges, parentes familiaeque ipsa destinatur! Nonne Ipse fa miliariter Eucharistiam inter postremam cenam instituit? Cum ad manducandum una convenitis unaque estis, Christus prope vos est. Magis insuper, ipse est Emmanuel, Deus nobiscum, cum ad eucharisticam Mensam acceditis. Idem accidere potest quod in pago Emmaus, ut tantum “in fractione panis” agnoscatur (137). Fieri potest quoque ut Ipse ante ianuam diutius sistat pultetque, exspectans ut ianua aperiatur et ingredi possit nobiscum cenaturus (138). Novissima in ipsius Cena verba tunc enuntiata, Crucis sacrificii virtutem sapientiamque penitus servant. Nulla alia datur vis, nulla sapientia, per quas ipsi salvi esse possimus aliosque salvare. Alia non dantur virtus aliave sapientia quibus usi vos, parentes, liberos educare possitis, immo etiam vos ipsos educare. Eucharistiae institutoria vis per generationes saeculaque est confirmata.
Bonus Pastor ubique est nobiscum. Quemadmodum in Cana Galilaeae, Sponsus inter sponsum sponsamque, cum alter alteri vitam suam committebat, bonus Pastor est hodie vobiscum veluti spei causa, cordium robur, studii usque flagrantis fons atque “amoris civilis cultus” vincentis signum. Iesus, bonus Pastor, nobis repetit: Nolite timere. Ego sum vobiscum. “Vobiscum sum omnibus diebus usque ad consummationem saeculi” (139). Unde tanta vis? Unde certa probatio te esse nobiscum, quamvis te interemerint, Dei Fili, atque mortuus sis sicut ceteri homines? Unde haec fiducia? Evangelista dicit: “In finem dilexit eos” (140). Tu ideo nos amas, Qui Primus es et Novissimus, Vivens; et fuisti mortuus et ecce vivens es in saecula saeculorum (141).
121. Mt. 9, 15.
122. Cfr. Gv. 2, 1-11.
123. Mt. 19, 8.
124. Gen. 2, 24.
125. Mt. 19, 6.
126. Mt. 19, 8.
127. Cfr. 1 Cor. 6, 20.
128. Mt. 19, 10.
129. Cfr. Mt. 19, 12.
130. Cfr. 1 Pt. 2, 5.
131. Cfr. 1 Cor. 6, 19.
132. Cfr. Gv. 10, 11.
133. Cfr. Gal. 3, 28.
134. Cfr. Ap. 21, 1.
135. Cfr. 1 Pt. 3, 15.
136. Cfr. Gv. 10, 10.
137. Cfr. Lc. 24, 35.
138. Cfr. Ap. 3, 20.
139. Mt. 28, 20.
140. Gv. 13, 1.
141. Cfr. Ap. 1, 17-18.
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19. Sanctus Paulus familiaris vitae argumentum his complectitur verbis: “magnum mysterium”142. Quod ille in Epistula ad Ephesios de “magno sacramento” scribit, etsi Libro Genesis fundatur totaque Antiqui Foederis traditione, novam tamen habet structuram, quae porro deinde in Ecclesiae magisterio pernotescet.
Ecclesia profitetur esse matrimonium veluti sacramentum foederis coniugum “magnum mysterium” esse, quoniam in eo Christi sponsalis amor in eius Ecclesiam continetur. Scribit sanctus Paulus: “Viri, diligite uxores, sicut et Christus dilexit Ecclesiam et seipsum tradidit pro ea, ut illam sanctificaret mundans lavacro aquae in verbo” (143). Hoc loco Apostolus de Baptismo loquitur, de quo in Epistula ad Romanos longe tractat, ostendens eundem mortem communicare cum Christo ad eiusdem vitae partem habendam (144). Hoc sacramento fidelis nascitur velut novus homo, quandoquidem Baptismus habet vim novam vitam communicandi ipsam Dei vitam. Mysterium Dei hominisque Baptismi eventu quodammodo perstring Atqui, si homini prospectus deficit Dei qui eum diligit et per Christum vocat ut in Eo et cum Eo vivat, si praeterea non suppetit familiae facultas communicandi “magni mysterii”, quid tandem superest nisi una dumtaxat aestimatio vitae temporanea? Restat temporalis vita uti dimicationis campus de exsistentia, sollicitae conquisitionis lucrorum in primis nummariorum.
“Mysterium magnum”, amoris vitaeque sacramentum, quod in creatione ortum est et in redemptione, et cuius est pignus Christus-Sponsus, suas amisit radices altas in ipsa recentiore mente. Intra nos et circa nos ei minantur. Ut Familiae Annus in Ecclesia celebratus fieri possit coniugibus optata opportunitas ad illud mysterium denuo reperiendum atque vi magna et fortitudine et studio iterum adfirmandum!
142. Ef. 5, 32.
143. Ef. 5, 25-26.
144. Cfr. Rm. 6, 3-4.
145. Cfr. S. Irenaei Adversus Haereses, III, 10, 2: PG 7, 873; SCh 211, 116-119; S. Athanasii, De Incarnatione Verbi, 54: PG 25, 191-192; S. Augustini, Sermo 185, 3: PL 38, 999; S. Augustini Sermo 194, 3: PL 38, 1016.
146. Cfr. Gv. 13, 1.
147. Cfr. Mt. 9, 15.
148. Ef. 5, 25-27.
149. Mt. 21, 31.
150. Lv. 11, 44; cfr. 1 Pt. 1, 16.
151. Ef. 5, 25.
152. Ef. 5, 28-30.
153. Ef. 5, 21.
154. Gen. 2, 24.
155. Ef. 5, 32.
156. Cfr. Gen. 2, 24; Ef. 5, 31-32.
157. Ef. 5, 33.
158. Cfr. Gaudium et Spes, 24.
159. Ef. 6, 1-4.
160. Gaudium et Spes, 14.
161. Gaudium et Spes, 22.
162. Gen. 2, 23.
163. Ct. 4, 9.
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20. “Pulchrae dilectionis” historia incipit ab Annuntiatione, iis videlicet a vocibus mirandis, quas Mariae angelus protulit, quae invitabatur ut Filii Dei efficeretur Mater. Mariae adsensione, qui erat “Deus de Deo lumen de lumine”, ipse hominis fit filius; ita tamen eius Mater est Maria, ut haud cesset virgo esse quippe quae “virum non cognoscat” (164). Ut Mater-virgo, Maria transit in pulchrae dilectionis Matrem. Iam haec aperitur veritas ipsis archangeli Gabrielis sermonibus, sed plena eius significatio confirmabitur altiusque sensim explicabitur Maria Filium sequente sua in fidei peregrinatione (165).
Recepta est “Mater pulchrae dilectionis” ab eo, qui secundum Israelis traditum morem iam terrenus eius erat vir, Iosephus e stirpe Davidis. Cogitare illi licebat promissam sponsam uti uxorem suam suorumque liberorum matrem. Suo tamen consilio intercedit Deus huic conubiali foederi: “Ioseph fili David, noli timere accipere Mariam coniugem tuam. Quod enim in ea natum est, de Spiritu Sancto est” (166). Conscius sibi Iosephus est suisque cernit oculis novam in Maria conceptam esse vitam, quae a se non venit ideoque vir iustus antiquaeque legis observans, quae tali in causa divortii iniungebat officium, dissolvere cupit benigna ratione conubium suum (167). Docet eum angelus Domini istud non futurum esse secundum vocationem ipsius, immo contrarium sponsali amori, qui eum cum Maria coniungit. Coniugalis hic mutuus amor, ut plene “pulchra dilectio” evadat, postulat ut ille Mariam eiusque Filium sub domus suae Nazarethanae tectum recipiat. Nuntio divino Ioseph paret et se gerit secundum id quod est illi praeceptum (168). Ob Iosephi operam incarnationis mysterium simulque Sacrae Familiae arcanum inscribitur penitus in conubiali viri ac mulieris amore atque obliqua via in cuiusque humanae familiae origine. Id quod postmodum appellabit Paulus “mysterium magnum” iam supremam suam invenit in Sacra Familia declarationem. Sic ideo collocatur familia reapse in medio ipso Foedere Novo.
Dici etiam “pulchrae dilectionis” historia quadamtenus cum primo pari humano, Adamo et Eva, coepisse. Nec temptatio, cui cesserant, nec subsequens peccatum originale plane eos facultate destituit “pul chrae dilectionis”. Hoc intellegitur, exempli causa, in libro Tobiae, ubi Tobias et Sara coniuges, sui amoris describentes vim, protoparentes advocant Adamum et Evam (169). Novo autem in Testamento idem sanctus Paulus testatur cum de Christo loquitur uti Adamo novo (170): non venit Christus ut primum Adamum et Evam primam condemnet, verum ut redimat; ad illud venit renovandum quod in homine Dei est donum, quidquid in ipso bonum et pulchrum semper est, et quod pulchrae dilectionis fundamentum constituit. Historia “pulchrae dilectionis” certo quodam modo salutis hominum est historia.
Numquam non capit “pulchra dilectio” initium a sui ipsius patefactione ut personae. Sese Eva in creatione Adamo recludit, haud secus atque Evae sese aperit Adamus. Progrediente autem historia nova hominum paria inter se dicunt: “Simul ambulabimus in vita”. Ita oritur familia tamquam duorum coniunctio virtuteque sacramenti veluti nova in Christo communitas. Ut revera pulcher sit amor, donum sit Dei oportet, a Spiritu Sancto hominum cordibus insertum ibidemque usque enutritum (171). Huius rei probe conscia Ecclesia in matrimonii sacramentalis ritu Spiritum Sanctum obsecrat ut corda hominum revisat. Ut vere “pulchra dilectio” sit, munus videlicet personae ad personam, ab eo eam procedere necesse est qui ipsemet donum est omnisque doni fons.
Hoc in Evangelio contingit, quod attinet ad Mariam et Ioseph, qui in Novi Foederis limine experientiam denuo “pulchrae dilectionis” vivunt, sicut in Cantico Canticorum describitur. Cogitat enim Ioseph suaeque dicit Mariae: “Soror mea sponsa” (172). Dei Mater Maria Sancti Spiritus opera concipit filium, unde “pulchra dilectio” profluit, quam prudenter Evangelium intra “magnum mysterium” reponit.
Cum de “pulchra dilectione” fit sermo, de illo definite loquitur quod est pulchritudo: amoris nimirum pulchritudo atque hominis pulchritudo, quae Spiritus Sancti virtute capax talis est amoris. De pulchritudine loquimur viri ac mulieris: de eorum pulchritudine uti fratrum ac sororum, ut sponsorum atque coniugum. Illustrat Evangelium non solum mysterium “pulchrae dilectionis”, sed etiam illud haud minus altum arcanum pulchritudinis quae a Deo provenit ut amor. Vir ac femina ex Deo proficiscuntur, personae scilicet arcessitae, ut mutuum fiant donum. De primigenio Spiritus munere, “qui vivificat”, scaturit mutuum donum quo vir sunt atque uxor, nihil minus quam donum quo frater sunt et soror.
Universa vero haec sacramento confirmantur Incarnationis quod in hominum historia factum est novae pulchritudinis fons, unde innu merabilia artis opera adspirata sunt. Post severam interdictionem ne imaginibus invisibilis effingeretur Deus (173), christiana aetas, e contrario, Dei hominis facti picturam artificiosam exhibuit, necnon Mariae ipsius Matris ac Iosephi, caelitum Veteris Novique Testamenti, atque in universum omnium rerum creatarum a Christo redemptarum, nova sic suscepta necessitudine cum cultus humani artisque mundo. Novus artis canon, qui altam habet aestimationem hominis eiusque venturae aetatis, initium potest dici sumpsisse a mysterio Incarnationis Christi secundum ipsius vitae mysteria: ortum apud Bethlehem, vitam in Nazareth absconditam, publicum ministerium, Golgotham, resurrectionem atque postremum reditum in gloriam. Probe intellegit Ecclesia praesentiam suam in huius temporis mundo ac praesertim partes suas et favorem pro dignitatis matrimonii ac familiae promotione proxime coniungi cum humani cultus progressione; de his merito quidem sollicitatur.
Idcirco curioso animo sectatur Ecclesia inclinationes instrumentorum communicationis socialis, quorum est officium conformare praeter quam educare magnas hominum multitudines (174). Bene cum exploratum Ecclesia habeat, quam late quamque alte haec instrumenta homines moveant, admonere non desistit communicationis opifices ut sibi caveant a periculis abusus et corruptionis veritatis. Quae enim revera esse potest veritas in ludis cinematographicis, in spectaculis, in transmissionibus radiophonicis televisificis, in quibus pornographia dominatur et violentia? Num hoc bonum est erga veritatem de homine ministerium? Quaestiones hae sunt, quibus eorundem instrumen torum rectores sese subducere non possunt, nec varii auctores effectionis atque diffusionis illorum operum.
Similem ob deliberationem criticam civilis cultus temporis nostri, qui tot prae se fert bonas partes ac rationes in rebus ipsis necnon in culturae promotione, ille sentire se debet pluribus modis humanitatem aegram, utpote quae mutationes in homine altas gignat. Cur istud accidit? Propterea quidem id evenit, quod a plena de homine veritate recessit nostra societas atque a veritate de illo quod vir et femina uti personae sunt. Quocirca nescit congruenter ea percipere, quid reapse personarum donum in matrimonio sit, quid responsalis amor in paternitatis maternitatisque utilitatem, quid vera generationis educationisque granditas. Num igitur nimium quiddam est adseverare instrumenta communicationis multitudinum, nisi sanis dirigantur ethicis principiis, minime veritati prodesse in essentiali ipsius natura? En ergo discrimen: obiciuntur recentiora socialis communicationis instrumenta invitamento, ut nuntium ipsum detorqueant, falsam reddendo de homine veritatem. Non is sane homo est, qui praeconiis praedicatur atque recentibus universalis communicationis instrumentis illustratur. Etenim multo ipse est plus, uti ex anima corporeque constans, uti persona, uti unum compositum anima et corpore. Magis tamen suam propter vocationem ad amorem, qui marem ac feminam in fines inducit “mysterii magni”.
Hanc in regionem prima est Maria ingressa suumque eo pariter maritum adduxit Ioseph. Facti itaque illi sunt prima exemplaria illius pulchrae dilectionis, quam haud umquam inculcare Ecclesia cessat iuvenibus et coniugibus et familiis ipsis. Et quot ex iis studiose sese adiungunt eidem precationi! Quis hic non cogitat peregrinatorum turmas, iuniorum ac seniorum, qui ad marialia convolant sanctuaria, ibidemque oculos in Matris Dei intendunt vultum, in Sacrae Familiae membrorum faciem, in quibus tota redditur amoris a Deo homini tributi venustas?
In Sermone in Monte sextum repetens mandatum Christus proponit: “Audistis quia dictum est: Non moechaberis. Ego autem dico vobis: Omnis, qui viderit mulierem ad concupiscendum eam, iam moechatus est eam in corde suo” (175). Ad Decalogum relatae, qui eo spectat ut traditam tueatur matrimonii familiaeque firmitatem, voces illae magnum gressum constituunt. Iesus peccati adulterii fontem attingit: ipse fons residet in hominis interiore parte atque se prodit certa quadam spectandi iudicandique via, cui concupiscentia dominatur. Per concupiscentiam enim tendit homo ad asciscendum sibi alium hominem qui eius non est, sed ad Deum pertinet. Dum suos alloquitur Christus aequales, omnium simul aetatum homines alloquitur omniumque saeculorum; ad nostram potissimum aetatem se convertit, quae sub nomine vivit societatis omnia consumentis omnibusque perfruentis.
Quare vero in Sermone in Monte adeo vehementer Christus loquitur atque imperiose? Responsum admodum est perspicuum: in tuto collocare Christus contendit coniugii sanctimoniam et familiae; plenam tutari studet de persona humana eiusque dignitate veritatem.
Sub huius tantum veritatis lumine esse familia potest usque ad extremum permagna “revelatio”, prima nempe alterius detectio: mutua, id est, coniugum patefactio deindeque cuiuslibet filii ac filiae ex iis nascentis. Id quod inter se vicissim coniuges iurant, fideles scilicet fore se “inter prospera et adversa ut se diligant et honorent omnibus diebus vitae”, fieri dumtaxat valet intra “dilectionis pulchrae” prospectum. Huius temporis homo non potest haec omnia discere e placitis aut commentis recentioris cultus civilis multitudinum. Etenim “pulchra dilectio” ediscitur precando in primis. Nam precatio semper rationem certam quandam secum importat interioris recessus absconditi cum Christo in Deo, ut sancti Pauli dictio adhibeatur: “vita vestra abscondita est cum Christo in Deo” (176). Solummodo eiusmodi in abdita recessione operatur Spiritus Sanctus, pulchrae dilectionis scaturigo. Illum quidem amorem ipse non in corda Mariae solius et Iosephi effudit, verum etiam in animos coniugum qui ad audiendum Dei verbum custodiendumque (177) sunt parati. Cuiusque nuclei familiaris futurum tempus ab hac “pulchra dilectione” dependet: dilectio enim est coniugum mutua, parentum et liberorum, omnium aetatum est dilectio. Etenim fons unitatis ac fortitudinis familiarum est amor.
164. Cfr. Lc. 1, 34.
165. Cfr. Lumen Gentium, 56-59.
166. Mt. 1, 20.
167. Cfr. Mt. 1, 19.
168. Cfr. Mt. 1, 24.
169. Cfr. Tb. 8, 6.
170. Cfr. 1 Cor. 15, 45.
171. Cfr. Rm. 5, 5.
172. Ct. 4, 9.
173. Cfr. Dt. 4, 15-20.
174. Cfr. Pontificii Consilii de Communicationibus Socialibus Instr. pastoralis Aetatis Novae, 7.
175. Mt. 5, 27-28.
176. Col. 3, 3.
177. Cfr. Lc. 8, 15.
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21. Iesu infantiae perbrevis narratio significanter nobis fere eodem tempore ortum ipsius enarrat necnon periculum quod oportet eum continuo adire. Vaticinium senis Simeonis profert Lucas, cum quadraginta post ortum diebus in Templo Infans Domino sistitur. Loquitur ille de “lumine” et de “signo contradictionis”; Mariae autem praenuntiat: “Et tuam ipsius animam pertransiet gladius” (178). Insidias contra Matthaeus explicat ab Herode Iesu infanti comparatas: a Magis edoctus, qui ab Oriente venerant ut novum regem nasciturum viderent (179), sibi minas intendi sentit suaeque auctoritati; quocirca iis profectis, interfici iubet cunctos in Bethlehem et circumcirca puerulos duos annos vel minus natos. Peculiarem ob divinam intercessionem elabitur Herodis Iesus e manibus necnon propter paternam Iosephi sollicitudinem, qui cum Matre simul in Aegyptum illum transportat, ubi ad mortem usque Herodis commorantur. In oppidum dein Nazarethanum revertuntur, nativam videlicet suam civitatem, in quo longum intervallum abditae vitae init Sacra Familia quae fideli liberalique cotidianorum officiorum procuratione signatur (180).
Eloquentiae cuiusdam propheticae illud proprium videtur quod iam inde ab ortu minationibus Iesus est obiectus ac periculis. Uti Infans iam “signum contradictionis” est. Complectitur item innocentes pueros Bethlehemitas prophetica eadem eloquentia, Herodis iussu occisos effectosque nativitatis ac passionis redemptricis participes, secundum antiquam Ecclesiae liturgiam (181). Per suam enim “passionem” ipsi adimplent “ea, quae desunt passionum Christi, ... pro corpore eius, quod est Ecclesia” (182).
In Evangelio ergo Infantiae vitae nuntius, quem mirabiliter eventus ipse nascentis Redemptoris perficit, vehementer opponitur discrimini vitae, quae Incarnationis mysterium tota in eius summa amplectitur tum etiam arcanum veritatis divinae-humanaeque Christo. Verbum caro factum est (183); Deus homo est factus. Crebrius Ecclesiae Patres excelsum hoc commemorabant mysterium: “Ipse siquidem homo factus est, ut nos dii efficeremur” (184). Quae quidem fidei veritas simul de homine est veritas. In apertum producit gravitatem omnis iniuriae fetui in matris utero illatae. Hic, hic omnino consistimus ante ipsa contraria “pulchrae dilectionis”. Si enim ad voluptatem solam quis dirigitur, eo deduci potest ut amorem interimat, eius nempe interficiendo fructum. In societate voluptati dedita “benedictus fructus ventris tui” (185) quadamtenus fit “fructus maledictus”.
Hac de re, quis non meminit errorum quos sic dictus iuris status compluribus in nationibus subiit? Lex tamen Dei, quod ad hominis spectat vitam, univoca est atque inclemens Deus imperat: “Non occides” (186). Nullus ideo homo legum lator adfirmare valet: occidere tibi licet, ius est tibi occidendi, occidere debes. Pro dolor!, in huius nostri saeculi historia istud evenit, cum rerum potiti sunt popularibus etiam suffragiis, ii politici qui leges tulerunt contrarias iuri cuiusque hominis ad vitam secundum quasdam praesumptas simulque erratas causas eugenicas ethnicas similesque. Res vero haud minus gravis, quoniam eam etiam comitatur lata approbatio aut consensio publicarum opinionum, est legum latio quae ius ad vitam iam a conceptione minime observant. Quomodo accipi possunt morali iudicio leges, quae hominem nondum natum at iam in sinu materno viventem interfici sinunt? Hoc pacto ius ad vitam unicum fit adultorum privilegium, qui iisdem senatibus legumque latoribus abutuntur ut sua persequantur proposita suaque impetrent commoda.
Occurrimus hic ingenti minationi adversus vitam: non a singulis modo hominibus verum universa a civilitate. Adfirmatio illa: hodiernum civilem cultum pluribus rationibus factum iam esse “civilem mortis cultum”, hic terrifico modo confirmatur. Nonne id forte pro pheticus est eventus quod vitae ipsius periculum consecutum est Christi ortum? Ita est: Illius vita, qui hominis simul filius est simul Dei, minis obnoxia fuit et a principio in discrimine est versata soloque divino portento e morte est erepta.
Nihilo minus superioribus hisce decenniis quaedam animadvertuntur consolantia quidem signa expergiscentium conscientiarum: agitur tam de orbe notionum quam de opinione ipsa publica. Nova, inter iuvenes potissimum, increscit conscientia observantiae erga vitam inde iam a conceptione; motus percrebrescunt “pro vita”. Fermentum quoddam spei est pro ventura aetate familiae hominumque generis.
178. Cfr. Lc. 2, 32-35.
179. Cfr. Mt. 2, 2.
180. Cfr. Mt. 2, 1-23; Lc. 2, 39-52.
181. In sacra eorum celebritatis liturgia, quae a saeculo V repetitur, Sanctos Innocentes adloquitur Ecclesia vocabulis describens eos poetae Prudentii (cir. 405): “Salvete, flores martyrum, quos lucis ipso in limine Christi insecutor sustulit, ceu turbo nascentes rosas”.
182. Col 1,24.
183. Cfr. Gv. 1, 14.
184. S. Athanasii De Incarnatione Verbi, 54: PG 25, 191-192.
185. Lc. 1, 42.
186. Es. 20, 13.
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22. Coniuges totius orbis atque familiae: Sponsus vobiscum est!
Hoc ante omnia vobis dicere cupit Summus Pontifex ineunte anno quem Consociatio Nationum Unitarum et Ecclesia familiae devoverunt. “Sic enim dilexit Deus mundum, ut Filium suum unigenitum daret, ut omnis, qui credit in eum, non pereat, sed habeat vitam aeternam. Non enim misit Deus Filium in mundum, ut iudicet mundum, sed ut salvetur mundus per ipsum” (187); “Quod natum est ex carne, caro est; et, quod natum est ex Spiritu, spiritus est... Oportet vos nasci denuo” (188). Nascendum videlicet est “ex aqua et Spiritu” (189). Vos praesertim patres matresque, primi estis testes ac ministri huius ortus novi de Spiritu Sancto. Vos, qui liberos vestros in terrenam generatis patriam, nolite oblivisci vos eos simul gignere pro Deo. Eorum namque nativitatem ex Sancto Spiritu concupiscit Deus: filios illos optat ut adoptivos in unigenito Filio qui nobis tribuit “potestatem filios Dei fieri” (190). Salutis opus in mundo perseverat perque Ecclesiam completur. Quod omne est opus Filii Dei, Sponsi divini, qui ad nos Patris Regnum detulit nosque admonet discipulos suos: “Ecce enim regnum Dei intra vos est” (191).
Docet nos nostra fides Christum Iesum, qui “sedet ad dexteram Patris”, venturum esse qui vivos mortuosque iudicet. Aliunde vero evangelista Ioannes nobis confirmat esse illum in mundum missum non “ut iudicet mundum, sed ut salvetur mundus per ipsum” (192). Qua ideo re illud consistit iudicium? Responsum ipse reddit nobis Christus: “Hoc est autem iudicium: lux venit in mundum... Qui facit veritatem, venit ad lucem, ut manifestentur eius opera, quia in Deo sunt facta” (193). Quod nuper memoraverunt Encyclicae Litterae Veritatis Splendor194. Iudex ergo est Christus? Ad veritatis lucem quam novisti tui iudica -
bunt actus proprii. Patres autem et matres filios et filias illorum opera iudicabunt. Nostrum quisque ex mandatis iudicabitur; iis quoque quae his meminimus in Litteris: quartum sunt et quintum, sextum et nonum. Verumtamen iudicabuntur singuli ad amorem, qui compendium est mandatorumque summa: “In vitae crepusculo secundum amorem iudicabimur” –scripsit sanctus Ioannes a Cruce (195). Christus, Redemptor ac hominum generis Sponsus, “in hoc natus est et ad hoc venit in mundum, ut testimonium perhibeat veritati; omnis, qui est ex veritate, audit vocem eius” (196). Erit ipse iudex, illa vero ratione quam significavit de extremo loquens iudicio (197). Eius enim erit iudicium de amore, quod nempe veritatem illam in sempiternum confirmabit: fuisse nobiscum Sponsum idque fortassis ignoravisse nos.
Sponsus Ecclesiae hominumque est iudex. Idcirco iudicat dicens: “Venite, benedicti Patris mei... Esurivi enim, et dedistis mihi manducare; sitivi, et dedistis mihi bibere; hospes eram, et collegistis me; nudus, et operuistis me...” (198). Prolatari profecto hic index potest, in quo recenseri pariter possunt quaestiones innumerae quibus coniugalis etiam familiarisque adficitur vita. Inibi tales item inveniri possunt sententiae: “Infantulus eram necdum natus, meque recepistis ac vivere sivistis; puerulus eram ab aliis abiectus, mihique vos familia fuistis; orbus eram, meque adoptavistis vestri instar filii et educavistis”. Vel etiam haec: “Dubitantes iuvistis matres vel subiectas malis impulsioni bus ut nondum enatos liberos acciperent nascique paterentur; frequentes sustinuistis familias, in rebus versantes adversis ut alerent liberos instituerentque, quos concesserat iis Deus”. Sic catalogum lon gum possumus ac multiplicem pertexere qui bonorum moralium et humanorum omne genus contineat in quibus proditur amor. Amplam en messem quam mundi Redemptor, cui iudicium Pater credidit, veniet ut colligat: messis gratiarum est operumque bonorum, sub aura Sponsi in Spiritu Sancto maturata, qui operari haud cessat umquam in mundo atque Ecclesia. Omnium ideo bonorum Largitori referamus grates.
Novimus nihilo minus in postrema sententia ab evangelista Ma thaeo adlata alterum reperiri ponderosum terrificum indicem: “Discedite a me... Esurivi enim, et non dedistis mihi manducare; sitivi, et non dedistis mihi potum; hospes eram, et non collegistis me; nudus, et non operuistis me...” (199). Hoc similiter in indice diversi possunt detegi mores, in quibus se praebet Iesus uti repudiatum hominem. Eundem sic
se uti uxorem aut virum derelictos ipse praestat, cum infantulo concepto ac reiecto: “Non collegistis me!”. Hoc etiam iudicium per familiarum nostrarum historiam transit, progreditur per aetates Nationum et hominum generis. Christi vox: “Non collegistis me” institutiones sociales quoque complectitur et Gubernia et Consociationes omnium gentium.
Scripsit olim Pascal: “Erit in agonia Christus ad finem usque saeculorum” (200). Agonia horti Gethsemani atque Calvariae agonia sunt apex testificationis amoris. Utraque enim agonia Sponsum commonstrat qui nobiscum est, qui novo semper adamat modo, qui “in finem diligit” (201). Amor ipse qui est in illo et qui ex illo fines excedit historiarum singularium vel familiarium, totius hominum generis historiae supergre ditur limites.
Sub harum meditationum finem, cari Fratres caraeque Sorores, ea omnia ponderans quae variis e suggestibus pronuntiabuntur hunc per Familiae Annum, velim vobiscum confessionem iterare a Petro ad Christum directam: “Verba vitae aeternae habes” (202). Una etiam dicimus: Verba tua, Domine, non transibunt!203. Quid Pontifex Romanus vobis sub longioris huius considerationis termino exoptare potest de Anno Familiae? Cupit, ut vos omnes his in sermonibus inveniamini, quae “spiritus sunt et vita” (204).
187. Gv. 3, 16-17.
188. Gv. 3, 6-7.
189. Gv. 3, 5.
190. Gv. 1, 12.
191. Lc. 17, 21.
192. Gv. 3, 17.
193. Gv. 3, 19.21.
194. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Veritatis Splendor, 84.
195. S. Ioannis a Cruce Verba lucis et amoris, 59.
196. Gv. 18, 37.
197. Cfr. Mt. 25, 31-46.
198. Mt. 25, 34-36.
199. Mt. 25, 41.
200. Blaise Pascal, Pensées, “Le mystère de Jésus”, 553.
201. Cfr. Gv. 13, 1.
202. Gv. 6, 68.
203. Cfr. Mc. 13, 31.
204. Gv. 6, 63.
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23. Flecto genua mea ad Patrem, ex quo omnis paternitas et maternitas nominantur, “ut det vobis... corroborari per Spiritum eius in interiorem hominem” (205). Libens ad has Apostoli voces equidem revertor, quas prima in harum Litterarum parte commemoravi. Sunt certo aliquo sensu decretoria verba. Pari enim gressu familia, paternitas et maternitas simul progrediuntur. Eodem autem tempore primus locus humanus familia est, ubi conformatur “interior homo” de quo Apostolus loquitur. Fortitudinis ipsius confirmatio donum est Patris ac Filii in Spiritu Sancto.
Coram nobis atque Ecclesia collocat Familiae Annus maximum officium, haud aliud quam quod singulis diebus annisque singulis adficit familiam, sed intra huius Anni prospectum praecipuam quandam obtinet significationem gravitatemque. Apud Nazareth hunc incohavimus Familiae Annum, ipsa in Sacrae Familiae sollemnitate; eundem hunc per Annum peregrinari volumus ad illum gratiae locum, qui in humani generis historia factus est Sacrae Familiae Sanctuarium. Peregrinationem hanc peragere cupimus, redintegrata conscientia patrimonii veritatis de familia, quae a principio thesaurum Ecclesiae efficit. Cumulatur ille thesaurus iam a copiosa Veteris Testamenti traditione, in Novo autem consummatur et plene significanterque declaratur in Sacrae Familiae mysterio, in qua universarum redemptionem familiarum divinus Sponsus operatur. Hinc quidem “Evangelium familiae” praedicat Iesus. Hoc ex veritatis thesauro omnes discipulorum Christi aetates hauriunt, inde ab ipsis Apostolis, quorum doctrinis hac in Epistula adfatim sumus usi.
Nostris diebus pervestigatur penitus idem hic thesaurus in Concilii Vaticani II documentis (206); utiles pariter inquisitiones et explicationes in plurimis enodatae inveniuntur Pontificis Pii XII sermonibus ad coniuges habitis (207), in Encyclicis Litteris Humanae Vitae Romani Pontificis Pauli VI, in adfirmationibus prolatis inter Episcoporum Synodum familiae dedicatam (anno mcmlxxx) necnon in Adhortatione Apostolica Familiaris Consortio. Has Magisterii enuntiationes initio iam designavi. Illuc si nunc redeo, id ago ut efferam quam locuples sit et abundans veritatis christianae thesaurus super familia. Verumtamen minime sufficiunt scripta testimonia. Maioris enim sunt momenta vivae testificationes. Professus est Paulus VI: “Nostrae aetatis homines libentius testes quam praeceptores auscultant aut, si quidem magistros audiunt, propterea aures praebent quod testes sunt ipsi” (208). In Ecclesia porro testibus ipsis commendatur familiae thesaurus: iis nempe patribus ac matribus, filiis ac filiabus, qui suae humanae christianaeque vocationis semitam per familiam reppererunt, amplitudinem nempe “hominis interioris” (209) de quo dicit Apostolus, sicque sanctitatem sunt consecuti. Aliarum tot sanctarum familiarum est Sacra Familia exordium. Commonuit Concilium sanctimoniam universalem esse vocationem baptizatorum (210). Aetate autem nostra, quem ad modum antehac, haud desiderantur “evangelii familiae” testes, quamvis non sint noti neque ab Ecclesia sancti sint renuntiati. Familiae Annus optabilem adfert opportunitatem adaugendi conscientiam eorum verae existentiae magnique eorum numeri.
Profluit per familiam hominum historia, narratio scilicet hominum salutis. Hisce in paginis ostendere studeo quo pacto familia media in illa reponatur pugna inter bonum ac malum, vitam inter et mortem, amorem inter et amori ipsi contraria. Familiae opus committitur dimicandi in primis ut vires boni liberentur, quarum in Christo hominum Servatore reperitur fons. Faciendum itaque est ut huiusce modi vires propriae evadant cuiusque familiaris nuclei, unde familia ipsa fiat “in Deo fortis”, quem ad modum dictum est anniversaria in celebritate mille annorum nominis christiani in Polonia (211). En rationem cur motae pervasaeque hae Litterae sint apostolicis illis elocutionibus quas in Pauli deprehendimus scriptionibus tum in Epistulis Petri et Ioannis (212). Licet dissimiles sint historica atque culturali condicione, quam tamen consimiles sunt christianorum familiarumque status illius ac nostri hodie temporis!
Mea ideo est invitatio: invitatio praesertim vobis facta, carissimi viri atque uxores, patres ac matres, filiae filiique. Invitamentum ad particulares conversum Ecclesias, ut in apostolicae veritatis magisterio coniunctae persistant; ad Fratres in episcopatu, ad presbyteros, ad religiosas familias consecratasque personas, ad sodalicia laicorumque fidelium motus; ad sorores fratresque quibuscum nos communis iungit in Iesu Christo fides, tametsi plenam necdum communionem experimur a Redemptore cupitam (213); ad omnes qui, fidei Abrahami consortes, haud secus ac nos ad latissimam pertinent credentium eundem in Deum unicum communitatem (214); ad heredes singulos ceterarum traditionum spiritalium ac religiosarum; ad virum feminamque omnem bonae voluntatis.
Nobiscum restet Christus, qui est “heri et hodie idem, et in saecula!” (215) cum genua ad Patrem flectimus, ex quo omnis paternitas et maternitas et quaeque hominum familia proficiscuntur (216), atque iisdem prorsus verbis orationis ad Patrem quae ipse nos ille edocuit rursus nunc praebeat amoris testificationem qua nos “in finem dilexit” (217).
Ipsius veritatis vi loquor ego ad temporis nostri homines, ut demum percipiant quanta sint bona illa: conubium, familia, vita; quantum secum inferant periculum nulla illa talium veritatum observantia et minor usque reverentia erga summa bona quae familiam constituunt hominisque dignitatem.
Utinam Dominus Iesus iterum nobis haec omnia inculcet sapientia ac virtute Crucis218, ne incitamento homines succumbant “mendacis patris” (219), qui perpetuo eosdem homines in latas spatiosasque vias impellit, faciles quidem specie ac delectabiles, verum reapse insidiarum periculorumque plenas. Concedatur semper nobis ut Ipsum consectemur, qui est “via et veritas et vita” (220).
Carissimi fratres ac sorores carissimae, haec officium sunto christianarum domuum atque missionalis Ecclesiae sollicitudo hunc per Annum gratiis divinis singularibus adeo refertum. Familia Sacra exemplar specimenque cuiusque hominum familiae, opituletur ut quisque animo Nazareth semper ambulet; cuivis auxilietur familiari nucleo, ut suum altius perspiciat civile ecclesialeque munus per Verbi Dei auditionem, per precationem fraternamque vitae participationem. Maria, pulchrae dilectionis Mater, atque Ioseph, Redemptoris Custos, nos singulos comitentur continenti tutela deprecationeque!
Hisce egomet permotus sensibus ac sententiis unicuique benedico domui ac familiae, Sanctissimae Trinitatis nomine: Patris Filii Spiritus Sancti.
Datum Romae, apud Sanctum Petrum, die altero mensis Februarii, Domini nostri Praesentationis festo, anno mcmxciv, Pontificatus Nostri sexto decimo.
IOANNES PAULUS PP. II
[Insegnamenti GP II, 17/1, 254-325]
205. Ef. 3, 16.
206. Cfr. speciatim Gaudium et Spes, 47-52. [1965 12 07c/47-52]
207. Praecipuam animam attentionem meretur Pii XII Allocutio ad participes Coetui Unionis Catholicae Italicae Obstetricum, die 29 oct. 1951: Discorsi e Radiomessaggi, XIII (1951) 333-353. [1951 10 29/1-71]
208. Cfr. Pauli VI Allocutio ad sodales “Consilii de Laicis”, die 2 oct. 1974: Insegnamenti di Paolo VI, XII (1974) 895.
209. Ef. 3, 16.
210. Cfr. Lumen Gentium, 40.
211. Cfr. Card. Stefan Wyszyñski, Rodzina Bogiem silna, homilia enuntiata in Claro Monte, die 26 aug. 1961.
212. Cfr. 1 Pt. 3, 1-7; 1 Gv. 2, 12-17.
213. Cfr. Lumen Gentium, 15.
214. Cfr. Lumen Gentium, 16.
215. Eb. 13, 8.
216. Cfr. Ef. 3, 14-15.
217. Gv. 13, 1.
218. 1 Cor. 1, 17-24.
219. Cfr. Gv. 8, 44.
220. Gv. 14, 6.