[1570] • JUAN PABLO II (1978-2005) • SIN UNA ÉTICA DE LA VIDA Y DE LA FAMILIA PELIGRA EL FUTURO DE LA HUMANIDAD
Del Mensaje I greet you, a Nafis Sadik, Secretaria General de la Conferencia sobre Población y Desarrollo, 18 marzo 1994
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4. El desarrollo es y sigue siendo el justo contexto para la consideración de las cuestiones demográficas por parte de la comunidad internacional. En el ámbito de tales debates aparecen naturalmente cuestiones relativas a la transmisión y al desarrollo de la vida humana. Pero formular los temas demográficos en términos de “derechos sexuales y reproductivos” individuales, o incluso en términos de “derechos de las mujeres”, significa cambiar la óptica que debería ser preocupación de los gobiernos y de los organismos internacionales. Afirmo esto sin querer de ningún modo disminuir la importancia de la obligación de asegurar la justicia y la igualdad a las mujeres.
Además, las cuestiones referentes a la transmisión de la vida y su sucesivo desarrollo no pueden ser tratadas de forma adecuada si se prescinde del bien de la familia: esa comunión de personas instaurada por el matrimonio entre marido y mujer, que es, como afirma la Declaración Universal de los Derechos Humanos, “la célula natural y fundamental de la sociedad” (art. 16.3). La familia es una institución fundada en la auténtica naturaleza de la persona humana y constituye el ambiente adecuado para la concepción, el nacimiento y el crecimiento de los hijos. En este momento histórico, en el que tantas fuerzas están desplegadas contra la familia, es más importante que nunca que la Conferencia sobre Población y Desarrollo responda al desafío implícito en la designación del año 1994 como “Año Internacional de la Familia” por parte de las Naciones Unidas, haciendo todo lo que esté en su poder para asegurar que la familia reciba de la “sociedad y del Estado” la protección a la que ella, como afirma la misma Declaración Universal, “tiene derecho” (ibid).
El no respetar esta protección sería traición de los más nobles ideales de las Naciones Unidas.
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5. Hoy, el deber de tutelar a la familia exige que se preste una particular atención para que al marido y a la mujer se les asegure la libertad de decidir responsablemente, libres de cualquier coerción social o legal, el número de hijos y el intervalo entre un nacimiento y el otro. El objetivo de los gobiernos o de otros organismos no debería ser el de decidir por las parejas sino, más bien, el de crear las condiciones sociales que les permitan tomar decisiones correctas a la luz de su responsabilidad frente a Dios, frente a sí mismas, frente a la sociedad de la que forman parte y frente al orden moral objetivo. Lo que la Iglesia llama “paternidad responsable” no es una cuestión de procreación ilimitada o de falta de conciencia sobre el significado de criar a los hijos, sino más bien la posibilidad dada a las parejas de utilizar su inviolable libertad sabia y responsablemente, teniendo presentes las realidades sociales y demográficas, al igual que la propia situación y legítimos deseos a la luz de objetivos criterios morales. Se deben evitar con decisión la propaganda y la mala información dirigidas a persuadir a las parejas a que limiten la propia familia a uno o dos hijos y debe apoyarse a las parejas que escojan generosamente crear una familia numerosa.
En defensa de la persona humana, la Iglesia se opone a la imposición de límites en el número de miembros de una familia y a la promoción de métodos para la limitación de los nacimientos que separen las dimensiones unitiva y creativa de las relaciones conyugales, métodos contrarios a la ley moral inscrita en el corazón humano o que constituyan un ataque a la sacralidad de la vida. Por lo tanto, la esterilización, que cada vez se promueve más como método de planificación familiar, debido a su finalidad y a su potencial de violación de los derechos humanos, y particularmente de las mujeres, es claramente inaceptable; representa una amenaza muy grave a la dignidad y a la libertad humana cuando se promueve como parte de una política demográfica. El aborto, que destruye la vida humana existente, es un mal nefando y no es jamás un método aceptable de planificación familiar, como, por otra parte, fue reconocido consensualmente en la Conferencia Internacional de las Naciones Unidas sobre la Población que se celebró en la ciudad de Méjico en 1984.
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6. En resumen, deseo subrayar una vez más lo que escribí en la encíclica Centesimus annus: “Es necesario volver a considerar a la familia como el santuario de la vida. Ella, en efecto, es sagrada: es el lugar en el que la vida, don de Dios, puede ser adecuadamente acogida y protegida contra los múltiples ataques a los que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida.
El ingenio del hombre parece orientarse, en este campo, a limitar, suprimir o anular las fuentes de la vida, recurriendo incluso al aborto, tan extendido, por desgracia, en el mundo, más que a defender y abrir las posibilidades a la misma vida” (n. 39).
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7. Además de reafirmar el papel fundamental de la familia en la sociedad, deseo dirigir una particular atención a la condición de las mujeres y de los niños que con demasiada frecuencia son los miembros más vulnerables de nuestra comunidad. Los niños no deben ser tratados como una carga o como un inconveniente, sino que deberían ser amados como portadores de esperanza y promesas para el futuro. La atención, esencial para su crecimiento y para su desarrollo, debe venir principalmente de sus padres; sin embargo, la sociedad debe contribuir apoyando a la familia en sus necesidades y en sus esfuerzos para mantener un ambiente solícito en el que los hijos puedan crecer. La sociedad debería promover “políticas sociales, que tengan como objetivo principal a la familia misma, ayudándola mediante la asignación de recursos adecuados e instrumentos eficaces de ayuda, bien sea para la educación de los hijos, bien sea para la atención de los ancianos, evitando su alejamiento del núcleo familiar y consolidando las relaciones entre las generaciones” (Centesimus annus, n. 49). Una sociedad no puede afirmar que trata a los niños con justicia o que protege sus intereses si sus leyes no tutelan sus derechos y no respetan la responsabilidad de los padres para su bienestar.
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8. Es triste para la condición humana que todavía hoy, a finales del siglo XX, sea necesario afirmar que toda mujer es igual en dignidad al hombre y que es un miembro a todos los efectos de la familia humana, en el ámbito de la cual ella ocupa un puesto importante y tiene una vocación que es complementaria, pero de ningún modo inferior a la del hombre. En la mayor parte de los países del mundo se debe hacer todavía mucho para satisfacer las exigencias relativas a la educación y a la salud de las adolescentes y de las jóvenes mujeres para que puedan realizarse plenamente en la sociedad.
En la familia que una mujer forma con el marido, ella goza del papel único y del privilegio de la maternidad. En particular modo, tiene la misión de nutrir la nueva vida del niño desde el momento de la concepción. En especial, la madre rodea al nuevo nacido de amor y de seguridad y crea un ambiente adaptado a su crecimiento y a su desarrollo. La sociedad no debería permitir que sea desvalorizado el papel materno de la mujer o que sea considerado como un valor menos importante respecto a las demás posibilidades. Se debería tener en mayor consideración el papel social de las madres y se deberían apoyar programas con el fin de disminuir el índice de mortalidad materna, proporcionando atención antes, durante y después del parto, satisfaciendo las necesidades nutritivas de las mujeres encinta y de las lactantes y ayudando a las madres mismas a proporcionar cuidado preventivo a sus hijos. A este propósito, sería necesario prestar atención a los beneficios positivos del amamantamiento natural y de la prevención de las enfermedades en los recién nacidos, así como a la maternidad misma y al espacio entre los nacimientos.
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9. El estudio sobre la población y desarrollo hace emerger inevitablemente la cuestión de las implicaciones ambientales del crecimiento demográfico. También la ecología es fundamentalmente una cuestión moral. Mientras el crecimiento demográfico es frecuentemente reprobado por motivos ambientales, sabemos que el problema es más complejo. Los modelos de consumo y de derroche, en particular en las naciones desarrolladas, el agotamiento de los recursos naturales, la ausencia de límites o de salvaguardias en algunos procesos industriales o productivos, dañan el ambiente natural.
La Conferencia de El Cairo querrá también prestar la debida atención a las enfermedades, a la mortalidad y a las necesidades de eliminar todas las enfermedades mortales. Se han hecho progresos que han dado como resultado el aumento de la duración de la vida, pero es necesario también proporcionar asistencia a los ancianos y ocuparse de la contribución que éstos aportan a la sociedad en sus años de jubilación. La sociedad debería desarrollar estrategias que satisfagan sus necesidades relativas a la seguridad social, a la asistencia sanitaria y a su activa participación en la vida de la comunidad.
También el de la emigración es un aspecto importante en el examen de los datos demográficos y la comunidad internacional debe garantizar que los derechos de los emigrantes sean reconocidos y tutelados. A este propósito, llamo especialmente la atención sobre la situación de las familias emigradas. El Estado tiene la misión de garantizar que a las familias de inmigrantes no les falte lo que está generalmente garantizado a sus ciudadanos, así como de protegerlas de cualquier intento de marginación, intolerancia o racismo, y de promover una actitud de auténtica y activa solidaridad en tal ámbito (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de Migraciones, 1993-1994, n. 1).
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10. Mientras prosiguen los preparativos para la Conferencia de El Cairo, deseo asegurarle, señora secretaria general, que la Santa Sede es plenamente consciente de la complejidad de las cuestiones tratadas. Precisamente esta complejidad exige por nuestra parte una atenta valoración de las consecuencias que las estrategias y las recomendaciones que se propongan tendrán para las generaciones presentes y futuras. En este contexto, el proyecto del documento final de la Conferencia de El Cairo, que ya ha sido difundido, es para mí causa de gran preocupación. En sus páginas no encuentran puesto o son totalmente marginados muchos de los principios que acabo de mencionar. En efecto, sus propuestas contradicen algunos principios éticos fundamentales. Consideraciones ideológicas y políticas no pueden constituir, por sí mismas, la base de decisiones fundamentales para el futuro de nuestra sociedad. Está aquí en peligro el porvenir de la Humanidad. Cuestiones fundamentales como la transmisión de la vida, la familia o el desarrollo moral y material de la sociedad, deben tomarse seriamente en consideración.
Por ejemplo, el proyecto del documento ignora completamente el consenso internacional manifestado en la Conferencia Internacional sobre la Población celebrada en la ciudad de Méjico en 1984, sobre el hecho de que “en ningún caso el aborto debe ser promovido como método de planificación familiar”. En efecto, existe la tendencia a promover el derecho internacional reconocido a poder abortar bajo petición, sin ninguna restricción y sin ninguna consideración hacia los derechos de los nascituros, de forma que supera lo que también ahora desgraciadamente está admitido por las leyes de algunas naciones. La visión de la sexualidad que inspira el documento es individualista. El matrimonio es ignorado como si fuera algo del pasado. Una institución tan natural, universal y fundamental como la familia no puede ser manipulada sin causar serios daños al tejido y a la estabilidad sociales.
La gravedad de los desafíos a los que los gobiernos y, sobre todo los padres, tienen que hacer frente en la educación de las jóvenes generaciones demuestra que no podemos abdicar de nuestra responsabilidad de llevar a los jóvenes a una comprensión más profunda de su dignidad y de su potencialidad como personas. ¿Qué futuro proponemos a los adolescentes si dejamos que ellos, en su inmadurez, sigan sus instintos sin tener en consideración las implicaciones interpersonales y morales de su conducta sexual? ¿No tenemos tal vez la obligación de hacerlos conscientes de los daños y de los sufrimientos a los que puede conducirlos una conducta sexual moralmente irresponsable? ¿No es nuestra obligación retarlos con una ética exigente que respete plenamente su dignidad y que los conduzca al autocontrol necesario para afrontar las múltiples exigencias de la vida?
Estoy seguro, señora secretaria general, de que, en el período que queda de preparación de la Conferencia de El Cairo, usted y sus colaboradores, así como las naciones que participarán en la misma, prestarán una adecuada atención a estas cuestiones tan importantes.
Ninguno de los temas que se discutirán es sólo de naturaleza económica o demográfica, sino que, en la raíz, cada uno de ellos tiene un profundo significado moral de amplias implicaciones. Por esta razón, la contribución de la Santa Sede consistirá en aportar una perspectiva ética sobre los temas tratados, siempre con la convicción de que los esfuerzos de la Humanidad por respetar y conformarse al proyecto providencial de Dios es el único medio para conseguir construir un mundo de igualdad, unidad y paz auténticas.
[E 54 (1994), 737-739]
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4. Development has been and remains the proper context for the international community’s consideration of population issues. Within such discussions there naturally arise questions relating to the transmission and nurturing of human life. But to formulate population issues in terms of individual “sexual and reproductive rights”, or even in terms of “women’s rights” is to change the focus which should be the proper concern of governments and international agencies. I say this without in any way wishing to reduce the importance of securing justice and equity for women.
Moreover, questions involving the transmission of life and its subsequent nurturing cannot be adequately dealt with except in relation to the good of the family: that communion of persons established by the marriage of husband and wife, which is –as the “Universal Declaration of Human Rights” affirms– “the natural and fundamental group unit of society” (1). The family is an institution founded upon the very nature of the human person, and it is the proper setting for the conception, birth and upbringing of children. At this moment in history, when so many powerful forces are arrayed against the family, it is more important than ever that the Conference on Population and Development should respond to the challenge implicit in the United Nations’ designation of 1994 as the “International Year of the Family” by doing everything within its power to ensure that the family receives from “society and the State” that protection to which the same “Universal Declaration” says it is “entitled” (2). Anything less would be a betrayal of the noblest ideals of the United Nations.
1. “Dichiarazione Universale dei Diritti Umani”, art. 16. 3.
2. “Dichiarazione Universale dei Diritti Umani”, art. 16. 3.
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5. Today, the duty to safeguard the family demands that particular attention be given to securing for husband and wife the liberty to decide responsibly, free from all social or legal coercion, the number of children they will have and the spacing of their births. It should not be the intent of governments or other agencies to decide for couples but, rather, to create the social conditions which will enable them to make appropriate decisions in the light of their responsibilities to God, to themselves, to the society of which they are a part, and to the objective moral order. What the Church calls “responsible parenthood” is not a question of unlimited procreation or lack of awareness of what is involved in rearing children, but rather the empowerment of couples to use their inviolable liberty wisely and responsibly, taking into account social and demographic realities as well as their own situation and legitimate desires, in the light of objective moral criteria. All propaganda and misinformation directed at persuading couples that they must limit their family to one or two children should be steadfastly avoided, and couples that generously choose to have large families are to be supported.
In defence of the human person, the Church stands opposed to the imposition of limits on family size, and to the promotion of methods of limiting births which separate the unitive and procreative dimensions of marital intercourse, which are contrary to the moral law inscribed on the human heart, or which constitute an assault on the sacredness of life. Thus, sterilization, which is more and more promoted as a method of family planning, because of its finality and its potential for the violation of human rights, especially of women, is clearly unacceptable; it poses a most grave threat to human dignity and liberty when promoted as part of a population policy. Abortion, which destroys existing human life, is a heinous evil, and it is never an acceptable method of family planning, as was recognized by consensus at the Mexico City United Nations International Conference on Population (1984).
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6. To summarize, I wish to emphasize once again what I have written in the Encyclical “Centesimus Annus”; “It is necessary to go back to seeing the family as the sanctuary of life. The family is indeed sacred: it is the place in which life –the gift of God– can be properly welcomed and protected against the many attacks to which it is exposed, and can develop in accordance with what constitutes authentic human growth. In the face of the so –called culture of death, the family is the heart of the culture of life. Human ingenuity seems to be directed more towards limiting, suppressing or destroying the sources of life –including recourse to abortion, which unfortunately is so widespread in the world– than towards defending and opening up the possibility of life” (3).
3. Ioannis Pauli PP. II Centesimus Annus, 39. [1991 05 01/39]
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7. As well as reaffirming the fundamental role of the family in society, I wish to draw special attention to the status of children and women, who all too often find themselves the most vulnerable members of our communities. Children must not be treated as a burden or inconvenience, but should be cherished as bearers of hope and signs of promise for the future. The care which is essential for their growth and nurture comes primarily from their parents, but society must help by sustaining the family in its needs and in its efforts to maintain the caring environment in which children can develop. Society ought to promote “social policies which have the family as their principle object, policies which assist the family by providing adequate resources and efficient means of support, both for bringing up children and for looking after the elderly, so as to avoid distancing the latter from the family unit and in order to strengthen relations between generations” (4). A society cannot say that it is treating children justly or protecting their interests if its laws do not safeguard their rights and respect the responsibility of parents for their well-being.
4. Ioannis Pauli PP. II Centesimus Annus, 49.
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8. It is a sad reflection on the human condition that still today, at the end of the twentieth century, it is necessary to affirm that every woman is equal in dignity to man, and a full member of the human family, within which she has a distinctive place and vocation that is complementary to but in no way less valuable than man’s. In much of the world, much still has to be done to meet the educational and health needs of girls and young women so that they may achieve their full potential in society.
In the family which a woman establishes with her husband she enjoys the unique role and privilege of motherhood. In a special way it belongs to her to nurture the new life of the child from the moment of conception. The mother in particular enwraps the newborn child in love and security, and creates the environment for its growth and development. Society should not allow woman’s maternal role to be demeaned, or count it as of little value in comparison with other possibilities. Greater consideration should be given to the social role of mothers, and support should be given to programmes which aim at decreasing maternal mortality, providing prenatal and perinatal care, meeting the nutritional needs of pregnant women and nursing mothers, and helping mothers themselves to provide preventive health care for their infants. In this regard attention should be given to the positive benefits of breast-feeding for nourishment and disease prevention in infants, as well as for maternal bonding and birth-spacing.
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9. The study of population and development inevitably poses the question of the environmental implications of population growth. The ecological issue too is fundamentally a moral one. While population growth is often blamed for environmental problems, we know that the matter is more complex. Patterns of consumption and waste, especially in developed nations, depletion of natural resources, the absence of restrictions or safeguards in some industrial or production processes, all endanger the natural environment.
The Cairo Conference will also want to give due attention to morbidity and mortality, and to the need to eliminate life-threatening diseases of every sort. While advances have been made that have resulted in an increased life span, policies must also provide for the elderly and for the contribution that they make to society in their retirement years. Society should develop policies to meet their needs for social security, health-care and active participation in the life of their com munity.
Migration is likewise a major concern in examining demographic data, and the international community needs to ensure that the rights of migrants are recognized and protected. In this regard I draw special attention to the situation of migrant families. The State’s task is to ensure that immigrant families do not lack what it ordinarily guarantees its own citizens, as well as to protect them from any attempt at marginalization, intolerance or racism, and to promote an attitude of convinced and active solidarity in their regard (5).
5. Cfr. Ioannis Pauli PP. II Nuntius scripto datus ob diem Migrantibus dicatum missus pro a.D. 1993–94, 1, die 6 aug. 1993: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, XVI, 2 (1993) 151.
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10. As the preparations for the “Cairo Conference” proceed, I wish to assure you, Madam Secretary General, that the Holy See is fully aware of the complexity of the issues involved. This very complexity requires that we carefully weigh the consequences for the present and future generations of the strategies and recommendations to be proposed. In this context, the draft final document of the Cairo Conference, which is already being circulated, is a cause of grave concern to me. Many of the principles which I have just mentioned find no place in its pages, or are totally marginalized. Indeed, certain basic ethical principles are contradicted by its proposals. Political or ideological considerations cannot be, by themselves, the basis on which essential decisions for the future of our society are founded. What is at stake here is the very future of humanity. Fundamental questions like the transmission of life, the family, and the material and moral development of society, need very serious consideration.
For example, the international consensus of the 1984 Mexico City International Conference on Population that “in no case should abortion be promoted as a method of family planning” is completely ignored in the draft document. Indeed, there is a tendency to promote an internationally recognized right to access to abortion on demand, without any restriction, with no regard to the rights of the unborn, in a manner which goes beyond what even now is unfortunately accepted by the laws of some nations. The vision of sexuality which inspires the document is individualistic. Marriage is ignored, as if it were something of the past. An institution as natural, universal and fundamental as the family cannot be manipulated without causing serious damage to the fabric and stability of society.
The seriousness of the challenges that Governments and, above all, parents must face in the education of the younger generation means that we cannot abdicate our responsibility of leading young people to a deeper understanding of their own dignity and potentiality as persons. What future do we propose to adolescents if we leave them, in their immaturity, to follow their instincts without taking into consideration the interpersonal and moral implications of their sexual behaviour? Do we not have an obligation to open their eyes to the damage and suffering to which morally irresponsible sexual behaviour can lead them? Is it not our task to challenge them with a demanding ethic which fully respects their dignity and which leads them to that self–control which is needed in order to face the many demands of life?
I am sure, Madam Secretary General, that, in the remaining period of preparation for the “Cairo Conference”, you and your collaborators, as well as the nations which will take part in the Conference itself, will devote adequate attention to these deeper questions.
None of the issues to be discussed is simply an economic or demographic concern, but, at root, each is a matter of profound moral significance, with far–reaching implications. Accordingly, the Holy See’s contribution will consist in providing an ethical perspective on the issues to be considered, always with the conviction that mankind’s efforts to respect and conform to God’s providential plan is the only way to succeed in building a world of genuine equality, unity and pea ce.
[AAS 87 (1995), 191-196]