[1607] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA DEFENSA Y PROTECCIÓN DE LA MUJER ESPOSA Y MADRE EMIGRANTE
Del Mensaje La Conferenza Mondiale, con motivo de la Jornada Mundial del Emigrante, 10 agosto 1994
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1. El Año Internacional de la Mujer, convocado por las Naciones Unidas para el 1995 –iniciativa a la que la Iglesia se ha adherido cordialmente– me impulsa a elegir como tema del Mensaje para la próxima Jornada Mundial del Migrante el de la mujer implicada en el fenómeno migratorio. El creciente espacio que la mujer ha venido conquistando en el mundo del trabajo ha tenido como consecuencia su interés cada vez mayor en los problemas relacionados con las migraciones. Las proporciones de tal implicación varían notablemente en el seno de los diversos países, pero el número total de las mujeres migrantes tiende a igualar ya al número de los hombres.
Ello tiene repercusiones de gran importancia en el mundo femenino. Piénsese, ante todo, en las mujeres que viven la ruptura de los afectos, por haber dejado la propia familia en el país de origen. Frecuentemente es la consecuencia inmediata de leyes que demoran, cuando no rechazan, el reconocimiento del derecho a la reintegración familiar. Si se puede comprender un retraso provisional de la recomposición de la familia para favorecer su posterior y mejor acogida, se debe desestimar la actitud de quien la rechaza como si se tratara de una pretensión sin fundamento jurídico alguno. A este propósito, la enseñanza del Concilio Vaticano II es clara: “Póngase enteramente a salvo la convivencia doméstica en la organización de las migraciones” (Apostolicam actuositatem, n. 11).
¿Cómo ignorar además que, en la situación de emigración, el peso de la familia frecuentemente recae, en buena parte, sobre la mujer? Las sociedades más desarrolladas, que en mayor medida atraen las corrientes migratorias, crean ya para los propios componentes un ambiente en el que ambos cónyuges frecuentemente se sienten obligados a ejercer una actividad laboral. A este destino están sometidos mayormente todos los que se insertan en dichas sociedades como migrantes: deben someterse a ritmos de trabajo agotadores tanto para atender al diario sustento familiar, como para favorecer la consecución de los objetivos por los cuales han dejado su país de origen. Dicha situación impone en general las tareas más pesadas a la mujer, que de hecho está obligada a desarrollar un doble trabajo, todavía más comprometedor cuando tiene hijos a los que debe cuidar. [...]
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5. Dirijo ahora una invitación apremiante a las comunidades cristianas a las que llegan los migrantes. Con su acogida cordial y fraternal dichas comunidades hacen evidente con los hechos, antes incluso que con las palabras, que “las familias de los migrantes... deben poder encontrar en todas partes, en la Iglesia, su patria”. Es ésta una tarea connatural a la Iglesia, ya que es señal de “unidad en la diversidad” (Familiaris consortio, 77).
Mi augurio afectuoso se dirige de forma especial a vosotras, mujeres que, con coraje, os enfrentáis con la condición de emigrantes.
Pienso en vosotras, madres, que os enfrentáis con las dificultades diarias, sostenidas por el amor, por vuestros seres queridos. Pienso en vosotras, jóvenes mujeres, que os encamináis hacia un nuevo país, deseosas de mejorar vuestra condición y la de vuestras familias, aliviándolas de las estrecheces económicas. Os anima la confianza de vivir en contextos en los que mayores recursos materiales, espirituales y culturales os permitan materializar con mayor libertad y responsabilidad vuestras opciones de vida.
Mi augurio, acompañado por la oración constante, es que podáis conseguir, en el desarrollo del difícil y delicado papel que os corresponde, las justas metas que os habéis prefijado. La Iglesia está a vuestro lado con la atención y el apoyo que necesitáis.
Pienso en vosotras, mujeres cristianas, que en la emigración podéis prestar un gran servicio a la causa de la evangelización. Seguid con coraje y confianza todo lo que os sugieren el amor y el sentido de responsabilidad, para adquirir una conciencia cada vez más clara de vuestra vocación de esposas y de madres.
Cuando os es confiada la tarea de cuidar a los niños de las familias en las que prestáis vuestro servicio, sin coacciones y en plena sintonía de intenciones con los padres, aprovechad la extraordinaria oportunidad que os es dada de ayudar a la formación religiosa de dichos niños. El sacerdocio común, enraizado en el bautismo, se manifiesta en vosotras mediante las dotes características de la femineidad, como la capacidad de servir la vida con un interés profundo, incondicional y, sobre todo, animado por el amor.
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6. La historia de la salvación nos recuerda que la Providencia divina ha actuado en el seno de las imprevisibles y misteriosas interacciones de los pueblos, religiones, culturas y razas diversas. Entre los innumerables ejemplos que la Biblia ofrece, me es grato recordar uno, en particular, en cuyo centro se encuentra la figura de una mujer: se trata de la historia de Rut, la Moabita, esposa de un hebreo emigrado al campo de Moab a causa de la carestía que afectaba a Israel. Habiendo quedado viuda, decidió ir a vivir a Belén, ciudad de origen del marido. A la suegra Noemí, que la exhortaba a permanecer junto a su madre en la tierra de Moab, respondió: “No insistas en que te deje y me vaya lejos de ti; donde vayas tú iré yo; donde mores tú, moraré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios; donde mueras tú, allí moriré yo y seré sepultada” (Rut 1, 16-17). Así Rut siguió a Noemí en Belén, en donde se convirtió en la mujer de Booz, de cuya descendencia nació David y posteriormente Jesús.
Bajo esta perspectiva adquieren un sentido de fuerte actualidad las palabras dirigidas por el Señor, por boca del profeta Jeremías, a su pueblo, exiliado en Babilonia: “Construid casas y habitadlas, plantad huertos y comed sus frutos. Tomad mujeres y engendrad hijos e hijas. Dad mujeres a vuestros hijos y maridos a vuestras hijas; multiplicaos allí en vez de disminuir. Procurad la prosperidad de la ciudad adonde os he deportado y rogad por ella al Señor, pues su prosperidad será vuestra prosperidad” (Jer 29, 5-7). Es una invitación dirigida a personas llenas de nostalgia por su tierra de origen, a la que les unía el recuerdo de personas y acontecimientos familiares.
Que María, animada por la fe en el cumplimiento de las promesas del Señor, y que vivió siempre atenta a captar en los acontecimientos las señales de la realización de la Palabra del Señor, acompañe e ilumine vuestro itinerario de mujeres, madres y esposas emigrantes.
Que Ella, que en la peregrinación de la fe sufrió la experiencia del exilio, fortalezca en vosotras el deseo del bien, os sostenga en la esperanza y os refuerce en la caridad. Confiando a la Madre de Dios, la Virgen del camino, vuestros intereses y vuestras esperanzas, os bendigo de corazón, juntamente con vuestras familias y con los que en todas partes trabajan en favor de que se os dispense una acogida respetuosa y fraternal.
[E 54 (1994), 1440-1441]
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1. L’Anno Internazionale della Donna, indetto dalle Nazioni Unite per il 1995 –iniziativa a cui la Chiesa ha cordialmente aderito– mi induce ad assumere come tema del Messaggio per la prossima Giornata Mondiale del Migrante quello della donna coinvolta nel fenomeno migratorio. Il crescente spazio che essa è andata conquistando nel mondo del lavoro ha avuto come conseguenza il suo sempre maggiore interessamento nei problemi connessi con le migrazioni. Le proporzioni di tale coinvolgimento variano notevolmente all’interno dei diversi Paesi, ma il numero complessivo delle donne in migrazione tende ad uguagliare ormai quello degli uomini.
Ciò ha riflessi di grande rilevanza sul mondo femminile. Si pensi innanzitutto alle donne che vivono la lacerazione degli affetti, per avere lasciato la propria famiglia nel Paese di origine. Spesso ciò è la conseguenza immediata di leggi che ritardano, quando addirittura non rifiutano, il riconoscimento del diritto al ricongiungimento familiare. Se si può comprendere un provvisorio rinvio della ricomposizione della famiglia per favorirne la successiva, migliore accoglienza, si deve respingere l’atteggiamento di chi la rifiuta quasi si trattasse di una pretesa senza alcun fondamento giuridico. A questo proposito, l’insegnamento del Concilio Vaticano II è esplicito: “Nel regolare l’emigrazione sia messa assolutamente al sicuro la convivenza domestica” (1).
Come ignorare poi che, nella situazione di emigrazione, il peso della famiglia viene sovente a ricadere in buona parte sulla donna? Le società più evolute, che maggiormente attirano i flussi migratori, creano già per i propri componenti un ambiente in cui i coniugi si sentono spesso costretti a svolgere ambedue un’attività lavorativa. A tale sorte soggiacciono anche maggiormente quanti in esse si inseriscono da migranti: essi devono sottoporsi a ritmi di lavoro spossanti sia per provvedere al quotidiano sostentamento familiare, sia per favorire l’attuazione degli scopi per i quali hanno lasciato il loro Paese d’origine. Una simile situazione impone in genere i compiti più gravosi alla donna, che di fatto è costretta a svolgere un doppio lavoro, ancor più impegnativo quando ha figli da accudire. [...]
1. Apostolicam actuositatem, 11. [1965 11 18/11]
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5. Rivolgo ora un invito pressante alle Comunità cristiane presso le quali giungono i migranti. Con la loro accoglienza cordiale e fraterna esse rendono evidente nei fatti, prima ancora che nelle parole, che “le famiglie dei migranti... devono poter trovare dappertutto, nella Chiesa, la loro patria. È questo un compito connaturale alla Chiesa, essendo segno di unità nella diversità” (2).
Il mio augurio affettuoso si rivolge in modo speciale a voi, donne, che affrontate con coraggio la condizione di emigranti.
Penso a voi, mamme, che vi misurate con le difficoltà quotidiane, sostenute dall’amore per i vostri cari. Penso a voi, giovani donne, che vi incamminate verso un nuovo Paese, desiderose di migliorare la vostra condizione e quella delle vostre famiglie, sollevandole dalle ristrettezze economiche. Vi sorregge la fiducia di condurre l’esistenza in contesti in cui maggiori risorse materiali, spirituali e culturali vi permettano di operare con più libertà e responsabilità le vostre scelte di vita.
Il mio augurio, accompagnato da incessante preghiera, è che possiate raggiungere, nello svolgimento del difficile e delicato ruolo che vi compete, le giuste mete che vi prefiggete. La Chiesa è al vostro fianco con la cura ed il sostegno di cui avete bisogno.
Penso a voi, donne cristiane, che nell’emigrazione potete rendere un grande servizio alla causa dell’evangelizzazione. Seguite con coraggio e fiducia quanto vi suggeriscono l’amore e il senso di responsabilità, per acquistare sempre maggiore consapevolezza della vostra vocazione di spose e di madri.
Quando vi è affidato il compito di accudire i bambini delle famiglie presso le quali prestate servizio, senza forzature e in piena consonanza di intenti con i genitori, approfittate della grande opportunità che vi è data di aiutare la formazione religiosa di tali bambini. Il sacerdozio comune, radicato nel battesimo, si esprime in voi nelle doti caratteristiche della femminilità, quali la capacità di servire la vita con un impegno profondo, incondizionato e, soprattutto, animato dall’amore.
2. Familiaris consortio, 77. [1981 11 22/77]
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6. La storia della salvezza ci ricorda come la Provvidenza divina ha agito all’interno delle imprevedibili e misteriose interazioni di popoli, religioni, culture e razze diverse. Tra i tanti esempi che la Bibbia offre, mi piace ricordarne uno in particolare, al cui centro vi è la figura di una donna: si tratta della storia di Rut, la Moabita, sposa di un ebreo emigrato nella campagna di Moab a causa della carestia che affliggeva Israele. Rimasta vedova, ella decise di andare a vivere a Betlemme, città d’origine del marito. Alla suocera Noemi, che l’esortava a rimanere presso sua madre nella terra di Moab, rispose: “Non insistere con me perchè ti abbandoni e torni indietro senza di te; perchè dove andrai tu verrò anch’io; dove ti fermerai, mi fermerò; il tuo popolo sarà il mio popolo e il tuo Dio sarà il mio Dio; dove morirai tu, morirò anch’io e vi sarò sepolta” (3). Così Rut seguì Noemi a Betlemme, dove divenne la moglie di Booz, dalla cui discendenza nacque Davide e poi Gesù.
In questa prospettiva acquistano un senso di forte attualità le parole rivolte dal Signore, per bocca del profeta Geremia, al suo popolo, esiliato a Babilonia: “Costruite case ed abitatele, piantate orti e mangiatene i frutti; prendete moglie e mettete al mondo figli e figlie; scegliete mogli per i figli e maritate le figlie; costoro abbiano figli e figlie. Moltiplicatevi lì e non diminuite. Cercate il benessere del Paese in cui vi ho fatto deportare. Pregate il Signore per esso, perchè dal suo benessere dipende il vostro benessere” (4). È un invito rivolto a persone piene di nostalgia per la loro terra di origine, alla quale le legava il ricordo di persone ed eventi familiari.
Maria che, sorretta dalla fede nell’adempimento delle promesse del Signore, visse sempre attenta a cogliere negli avvenimenti i segni della realizzazione della Parola del Signore, accompagni ed illumini il vostro itinerario di donne, madri e spose emigranti.
Ella, che nel pellegrinaggio della fede ha fatto l’esperienza anche dell’esilio, fortifichi in voi il desiderio del bene, vi sostenga nella speranza e vi rafforzi nella carità. Affidando alla Madre di Dio, la Vergine del cammino, i vostri impegni e le vostre speranze, vi benedico di cuore, insieme con le vostre famiglie e con quanti ovunque operano in favore di una vostra accoglienza rispettosa e fraterna.
[AAS 87 (1995), 277-281]
3. Rt. 1, 16-17.
4. Ger. 29, 5-7.