[1774] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL ABORTO Y LA EUTANASIA, SIGNOS DE UNA CULTURA DE LA MUERTE
Mensaje Ho appreso, al Cardenal Alfonso López Trujillo, con ocasión del Congreso Internacional sobre la Evangelium Vitae, 23 abril 1996
1996 04 23 0001
1. He tenido conocimiento con placer del Congreso Internacional que ese Pontificio Consejo para la Familia, el Instituto de Bioética de la Universidad Católica del Sagrado Corazón y el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum han promovido sobre el tema “Por una cultura de la vida” con ocasión del primer aniversario de la publicación de la encíclica Evangelium vitae.
Le dirijo a usted un saludo cordial, señor cardenal, a los venerables hermanos en el episcopado y a todos los que toman parte en esta importante asamblea. Es vuestra intención, en este primer aniversario de la encíclica, profundizar sus contenidos doctrinales, acoger y difundir el llamamiento en ella expresado para la promoción de la cultura de la vida.
A un año de la publicación de tal documento, continúa siendo más que nunca actual y urgente la reflexión sobre el contraste existente, el “enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la ‘cultura de la muerte’ y la ‘cultura de la vida’” (EV 28).
El rechazo de la vida, consolidado y ratificado como cultura de muerte en el aborto legal, continúa radicándose en la sociedad actual con el intento de legalizar también la eutanasia.
1996 04 23 0002
2. La vida, que de siempre ha sido acogida y deseada como un gran bien por la Humanidad, además de constituir el valor fundamental y primario para cada persona, debe ser hoy reafirmada, asimilada y reconquistada por una cultura que, en caso contrario, tiene el riesgo de cerrarse en sí misma y de autodestruirse o de reducir la vida a una mercancía de consumo de la sociedad del bienestar.
En la encíclica Evangelium vitae recordé cómo la sociedad actual que, por una parte, ha desarrollado una creciente sensibilidad en relación con los derechos humanos, no consigue, por otra, aplicarlos en defensa de los más débiles.
La reflexión llevada a cabo en estos días por profesores y expertos y el diálogo entre las diversas disciplinas académicas –desde la teología y la filosofía hasta el derecho y la comunicación social– sobre un tema tan central como la cultura de la vida será, sin duda, una ocasión óptima para promover un verdadero humanismo en apoyo de la persona humana desde su concepción hasta su muerte natural.
Hay una necesidad urgente de redescubrir la auténtica antropología que ilumina y valoriza la dignidad humana, de cada persona, y el don sagrado y fundamental de la vida. Una concepción de “calidad de la vida”, respecto a la cual encontramos con frecuencia interpretaciones bastante reductivas, debe tener en cuenta la dimensión trascendente de la persona humana, abierta a Dios, su fuente y su meta. El hombre, “unidad de cuerpo y alma” (Gaudium et spes, 14), como imagen de Dios, no puede convertirse en instrumento o ser reducido al valor de sus cualidades.
1996 04 23 0003
3. El hombre de hoy es capaz de entender en profundidad la realidad de la vida, que no se reduce al momento terreno, sino que hunde sus raíces en Dios y se prolonga en un impulso que llega hasta la eternidad; una vida, por lo tanto, que no se reduce a la dimensión terrena, sino que está penetrada de un don divino y es portadora de eternidad. Por esto es necesario volver a Dios; sólo en Él seremos capaces de recuperar el sentido del hombre y, por esta razón, de la vida. “La vida del hombre proviene de Dios, es su don, su imagen e impronta, participación de su soplo vital. Por tanto, Dios es el único señor de esta vida: el hombre no puede disponer de ella” (EV 39).
Hoy es necesario que todos se comprometan en favor de la vida. “Debemos promover un diálogo serio y profundo con todos, incluidos los no creyentes, sobre los problemas fundamentales de la vida humana, tanto en los lugares de elaboración del pensamiento, como en los diversos ámbitos profesionales y allí donde se desenvuelve cotidianamente la existencia de cada uno” (EV 95). Un signo de nuestro tiempo, en los umbrales del tercer milenio, es el valor y la defensa de la vida, y por eso constituye un llamamiento urgente para dar testimonio en favor de la vida; es un verdadero signo de credibilidad del mensaje evangélico del Señor de la Vida. Es un signo que habla al corazón de todos los hombres para abrirlos a Cristo, porque “El Evangelio del amor de Dios al hombre, el Evangelio de la dignidad de la persona y el Evangelio de la vida son un único e indivisible Evangelio” (EV 2). Este compromiso debe llegar al tejido social y cultural, debe penetrar los modos de pensar, de juzgar y de actuar de los hombres, para que en la acogida y la protección de la vida redescubran la belleza de la donación de sí mismos a los demás.
1996 04 23 0004
4. Respetando toda la creación, el valor eminente de la persona humana adquiere una atención prevalente y primordial. La cultura de la vida está en la base y en el presupuesto ineludible para desarrollar cualquier aspecto de una auténtica ecología de la creación. Es necesario “una movilización general de las conciencias y un común esfuerzo ético, para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida. Todos juntos debemos construir una nueva cultura de la vida” (EV 95).
Con estos sentimientos, mientras confío al Señor los trabajos de estos días y los compromisos concretos en ellos madurados, le imparto a usted, señor cardenal, y a todos los participantes una especial Bendición Apostólica.
[E 56 (1996), 833]
1996 04 23 0001
1. Ho appreso con piacere del Congresso Internazionale che codesto Pontificio Consiglio per la Famiglia, l’Istituto di Bioetica dell’Università Cattolica del Sacro Cuore e l’Ateneo Pontificio “Regina Apostolorum” hanno promosso sul tema “Per una cultura della vita”, in occasione del 1 anniversario della pubblicazione dell’Enciclica Evangelium vitae.
Rivolgo un saluto cordiale a Lei, Signor Cardinale, ai venerati Fratelli nell’episcopato e a quanti prendono parte a questa importante assise. È vostra intenzione, in questo primo anniversario dell’Enciclica, di approfondire i suoi contenuti dottrinali, di accogliere e diffondere la chiamata ivi espressa per la promozione della cultura della vita.
Ad un anno dalla pubblicazione di tale Documento, continua ad essere più che mai attuale ed urgente la riflessione sul contrasto in atto, lo “scontro immane e drammatico tra il male e il bene, la morte e la vita, la ‘cultura della morte’ e la ‘cultura della vita’” (1).
Il rifiuto della vita, consolidato e ratificato come cultura di morte nell’aborto legale, continua a radicarsi nell’odierna società con l’intento di legalizzare anche l’eutanasia.
1. Evangelium vitae, 28 [1995 03 25b/ 28].
1996 04 23 0002
2. La vita, che da sempre è stata accolta e desiderata come un gran bene per l’umanità, oltre che costituire il valore fondamentale e primario per ogni persona, deve oggi essere riaffermata, assimilata e riacquistata da una cultura che rischia altrimenti di chiudersi in se stessa e di autodistruggersi o di ridurre la vita ad una merce di consumo della società del benessere.
Nell’Enciclica Evangelium vitae ho ricordato come la società attuale, che da una parte ha sviluppato una crescente sensibilità in relazione ai diritti dell’uomo, non riesca, dall’altra, ad applicarli in difesa dei più deboli.
La riflessione svolta in questi giorni da professori ed esperti e il dialogo tra le diverse discipline accademiche –dalla teologia e filosofia fino al diritto e alla comunicazione sociale– su un tema così centrale come la cultura della vita sarà, senza dubbio, un’ottima occasione per promuovere un vero umanesimo a sostegno della persona umana dal concepimento fino alla sua morte naturale.
C’è un pressante bisogno di riscoprire l’autentica antropologia che illumina e valorizza la dignità umana, di ogni persona, e il dono sacro e fondamentale della vita. Una concezione di “qualità della vita”, riguardo alla quale spesso troviamo interpretazioni assai riduttive, deve tener conto della dimensione trascendente della persona umana, aperta a Dio, sua fonte e suo traguardo. L’uomo, “unità di corpo e di anima” (2), come immagine di Dio, non può diventare strumento o essere ridotto al valore delle sue qualità.
2. Gaudium et spes, 14.
1996 04 23 0003
3. L’uomo di oggi è capace di cogliere in profondità la realtà della vita, che non si riduce al momento terreno, ma che affonda le sue radici in Dio e si prolunga in uno slancio che arriva all’eternità; una vita quindi che non si riduce alla dimensione terrena, ma che viene penetrata di un dono divino ed è portatrice di eternità. Per questo è necessario tornare a Dio; soltanto in Lui saremo capaci di ricuperare il senso dell’uomo e perciò della vita. “La vita dell’uomo proviene da Dio, è suo dono, sua immagine e impronta, partecipazione del suo soffio vitale. Di questa vita, pertanto, Dio è l’unico Signore: l’uomo non può disporne” (3).
Oggi è necessario che tutti si impegnino in favore della vita. “Dobbiamo promuovere un confronto serio e approfondito con tutti, anche con i non credenti, sui problemi fondamentali della vita umana, nei luoghi dell’elaborazione del pensiero, come nei diversi ambiti professionali e là dove si snoda quotidianamente l’esistenza di ciascuno” (4). Un segno del nostro tempo, alla soglia del terzo millennio, è il valore e la difesa della vita, e perciò costituisce un richiamo urgente alla testimonianza in favore della vita; è un vero segno di credibilità del messaggio evangelico del Signore della Vita. È un segno che parla al cuore di tutti gli uomini per aprirli a Cristo, perchè “il Vangelo dell’amore di Dio per l’uomo, il Vangelo della dignità della persona e il Vangelo della vita sono un unico e indivisibile Vangelo” (5). Questo impegno deve raggiungere il tessuto sociale e culturale, deve penetrare i modi di pensare, di giudicare, di agire degli uomini, perchè nell’accoglienza e protezione della vita riscoprano la bellezza della donazione di sè all’altro.
3. Evangelium vitae, 39 [1995 03 25b/ 39].
4. Evangelium vitae, 95 [1995 03 25b/ 95].
5. Evangelium vitae, 2 [1995 03 25b/ 2].
1996 04 23 0004
4. Nel rispetto dell’intera creazione, il valore eminente della persona umana acquista una attenzione prevalente e primordiale. La cultura della vita sta alla base ed è il presupposto ineludibile per sviluppare qualunque aspetto di un’autentica ecologia del creato. Occorre “una generale mobilitazione delle coscienze e un comune sforzo etico, per mettere in atto una grande strategia a favore della vita. Tutti insieme dobbiamo costruire una nuova cultura della vita”6.
Con questi sentimenti, mentre affido al Signore i lavori di questi giorni e i concreti impegni in essi maturati, imparto a Lei, Signor Cardinale, e a tutti i partecipanti una speciale Benedizione Apostolica.
[Insegnamenti GP II, 19/1, 1065-1068]
6. Evangelium vitae, 95 [1995 03 25b/ 95].