[0912] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA RUPTURA DE LA ALIANZA PERSONAL DEL HOMBRE Y LA MUJER
Alocución Nel discorso, en la Audiencia General, 27 agosto 1980
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1. Cristo dice en el Sermón de la Montaña: “No penséis que he venido a abrogar la Ley o los Profetas; no he venido a abrogarla, sino a darle cumplimiento” (Mt 5, 17). Para esclarecer en qué consiste este cumplimiento recorre después cada uno de los mandamientos, refiriéndose también al que dice “No adulterarás”. Nuestra meditación anterior trataba de hacer ver cómo el contenido adecuado de este mandamiento, querido por Dios, había sido oscurecido por numerosos compromisos en la legislación particular de Israel. Los Profetas, que en su enseñanza denuncian frecuentemente el abandono del verdadero Dios-Yahveh por parte del pueblo, al compararlo con el “adulterio” ponen de relieve, de la manera más auténtica, este contenido.
Oseas, no sólo con las palabras, sino (por lo que parece) también con la conducta, se preocupa de revelarnos (1) que la traición del pueblo es parecida a la traición conyugal; aún más, el adulterio practicado como prostitución: “Ve y toma por mujer a una prostituta y engendra hijos de prostitución, pues que se prostituye la tierra, apartándose de Yahveh” (Os 1, 2). El Profeta oye esta orden y la acepta como proveniente de Dios-Yahveh: “Díjome Yahveh: Ve otra vez y ama a una mujer amante de otro y adúltera” (Os 3, 1). Efectivamente, aunque Israel sea tan infiel en su relación con su Dios como la esposa que “se iba con sus amantes y me olvidaba a mí” (Os 2, 1-5), sin embargo, Yahveh no cesa de buscar a su esposa, no se cansa de esperar su conversión y su retorno, confirmando esta actitud con las palabras y las acciones del Profeta: “Entonces, dice Yahveh, me llamará ‘mi marido’, no me llamará ‘baali’... Seré tu esposo para siempre, y te desposaré conmigo en justicia, en juicio, en misericordia y piedades, y yo seré tu esposo en fidelidad y tú reconocerás a Yahveh” (Os 2, 18. 21-22).
Esta ardiente llamada a la conversión de la infiel esposa-cónyuge va unida a la siguiente amenaza: “Que aleje de su rostro sus fornicaciones y de entre sus pechos sus prostituciones, no sea que yo la despoje y, desnuda, la ponga como el día en que nació”(Os 2, 4-5).
1. Cfr. Os. 1-3.
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2. Esta imagen de la humillante desnudez del nacimiento se la recordó el Profeta Ezequiel a Israel-Esposa infiel, y en proporción más amplia (2): “...con horror fuiste tirada al campo el día que naciste. Pasé yo cerca de ti y te vi sucia en tu sangre, y, estando tú en tu sangre, te dije: ¡Vive! Te hice crecer a decenas de millares, como la hierba del campo. Creciste y te hiciste grande, y llegaste a la flor de la juventud: te crecieron los pechos y te salió el pelo; pero estabas desnuda y llena de vergüenza. Pasé yo junto a ti y te miré. Era tu tiempo el tiempo del amor, y tendí sobre ti mi mano, cubrí tu desnudez, me ligué a ti con juramento e hice alianza contigo, dice el Señor, Yahveh, y fuiste mía... Puse arillo en tus narices, zarcillos en tus orejas y espléndida diadema en tu cabeza. Estabas adornada de oro y plata, vestida de lino y seda en recamado... Extendióse entre las gentes la fama de tu hermosura, porque era acabada la hermosura que yo puse en ti... Pero te envaneciste de tu hermosura y de tu nombradía y te diste al vicio, ofreciendo tu desnudez a cuantos pasaban, entregándote a ellos... ¿Cómo sanar tu corazón, dice el Señor, Yahveh, cuando has hecho todo esto, como desvergonzada ramera dueña de sí, haciéndote prostíbulos en todas las encrucijadas y lupanares en todas las plazas? Y ni siquiera eres comparable a las rameras, que reciben el precio de su prostitución. Tú eres la adúltera que, en vez de su marido, acoge a los extraños”.
2. Cfr. Ez. 16, 5-8. 12-15. 30-32.
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3. La cita resulta un poco larga, pero el texto, sin embargo, es tan relevante que era necesario evocarlo. La analogía entre el adulterio y la idolatría está expresada de modo particularmente fuerte y exhaustivo. El momento similar entre los dos miembros de la analogía consiste en la alianza acompañada del amor. Dios-Yahveh realiza por amor la alianza con Israel –sin mérito suyo–, se convierte para él como el esposo y cónyuge más afectuoso, más diligente y más generoso para con la propia esposa. Por este amor, que desde los albores de la historia acompaña al pueblo elegido, Yahveh-Esposo recibe en cambio numerosas traiciones: “las alturas”, he aquí los lugares del culto idolátrico, en los que se comete el “adulterio” de Israel-Esposa. En el análisis que aquí estamos desarrollando, lo esencial es el concepto de adulterio, del que se sirve Ezequiel. Sin embargo, se puede decir que el conjunto de la situación, en la que se inserta este concepto (en el ámbito de la analogía), no es típico. Aquí se trata no tanto de la elección mutua hecha por los esposos, que nace del amor recíproco, sino de la elección de la esposa (y esto ya desde el momento de su nacimiento), una elección que proviene del amor del esposo, amor que, por parte del esposo mismo, es un acto de pura misericordia. En este sentido se delinea esta elección: corresponde a esa parte de la analogía que califica la alianza de Yahveh con Israel; en cambio, corresponde menos a la segunda parte de la analogía, que califica la naturaleza del matrimonio. Ciertamente, la mentalidad de aquel tiempo no era muy sensible a esta realidad –según los israelitas el matrimonio era más bien el resultado de una elección unilateral, hecha frecuentemente por los padres–; sin embargo, esta situación difícilmente cabe en el ámbito de nuestras concepciones.
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4. Prescindiendo de este detalle, es imposible no darse cuenta de que en los textos de los Profetas se pone de relieve un significado del adulterio diverso del que da del mismo la tradición legislativa. El adulterio es pecado porque constituye la ruptura de la alianza personal del hombre y de la mujer. En los textos legislativos se pone de relieve la violación del derecho de propiedad y, en primer lugar, del derecho de propiedad del hombre en relación con esa mujer, que es su mujer legal: una de tantas. En los textos de los Profetas, el fondo de la efectiva y legalizada poligamia no altera el significado ético del adulterio. En muchos textos la monogamia aparece la única y justa analogía del monoteísmo entendido en las categorías de la Alianza, es decir, de la fidelidad y de la entrega al único y verdadero Dios-Yahveh: Esposo de Israel. El adulterio es la antítesis de esa relación esponsalicia, es la antinomia del matrimonio (también como institución) en cuanto que el matrimonio monogámico actualiza en sí la alianza interpersonal del hombre y de la mujer, realiza la alianza nacida del amor y acogida por las dos partes respectivas precisamente como matrimonio (y, como tal, reconocido por la sociedad). Este género de alianza entre dos personas constituye el fundamento de esa unión por la que “el hombre... se unirá a su mujer y vendrán a ser los dos una sola carne” (Gén 2, 24). En el contexto antes citado se puede decir que esta unidad corpórea es su derecho (bilateral), pero que, sobre todo, es el signo normal de la comunión de las personas, unidad constituida entre el hombre y la mujer en calidad de cónyuges. El adulterio cometido por parte de cada uno de ellos no sólo es la violación de este derecho, que es exclusivo del otro cónyuge, sino al mismo tiempo es una radical falsificación del signo. Parece que en los oráculos de los Profetas precisamente este aspecto del adulterio encuentra expresión suficientemente clara.
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5. Al constatar que el adulterio es una falsificación de ese signo, que encuentra no tanto su “normatividad”, sino más bien su simple verdad interior en el matrimonio –es decir, en la convivencia del hombre y de la mujer, que se han convertido en cónyuges–, entonces, en cierto sentido, nos referimos de nuevo a las afirmaciones fundamentales, hechas anteriormente, considerándolas esenciales e importantes para la teología del cuerpo, desde el punto de vista tanto antropológico como ético. El adulterio es “pecado del cuerpo”. Lo atestigua toda la tradición del Antiguo Testamento y lo confirma Cristo. El análisis comparado de sus palabras, pronunciadas en el Sermón de la Montaña (Mt 5, 27-28), como también de las diversas correspondientes enunciaciones contenidas en los Evangelios y en otros pasajes del Nuevo Testamento, nos permite establecer la razón propia del carácter pecaminoso del adulterio. Y es obvio que determinemos esta razón del carácter pecaminoso, o sea, del mal moral, fundándonos en el principio de la contraposición en relación con ese bien moral que es la fidelidad conyugal, ese bien que puede ser realizado adecuadamente sólo en la relación exclusiva de ambas partes (esto es, en la relación conyugal de un hombre con una mujer). La exigencia de esta relación es propia del amor esponsalicio, cuya estructura interpersonal (como ya hemos puesto de relieve) está regida por la normativa interior de la “comunidad de personas”. Ella es precisamente la que confiere el significado esencial a la Alianza (tanto en la relación hombre-mujer como también, por analogía, en la relación Yahveh-Is rael). Del adulterio, de su carácter pecaminoso, del mal moral que contiene, se puede juzgar de acuerdo con el principio de la contraposición con el pacto conyugal así entendido.
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6. Es necesario tener presente todo esto cuando decimos que el adulterio es un “pecado del cuerpo”; el “cuerpo” se considera aquí unido conceptualmente a las palabras de Gén 2, 24, que hablan, en efecto, del hombre y de la mujer, que, como esposo y esposa, se unen tan estrechamente entre sí que forman “una sola carne”. El adulterio indica el acto mediante el cual un hombre y una mujer, que no son esposo y esposa, forman “una sola carne” (es decir, ésos que no son marido y mujer en el sentido de la monogamia como fue establecida en el origen, más aún, en el sentido de la casuística legal del Antiguo Testamento). El “pecado” del cuerpo puede ser identificado solamente respecto a la relación de las personas. Se puede hablar de bien o de mal moral según que esta relación haga verdadera esta “unidad de cuerpo” y le confiera o no el carácter de signo verídico. En este caso, podemos juzgar, pues, el adulterio como pecado, conforme al contenido objetivo del acto.
Y éste es el contenido en el que piensa Cristo cuando, en el Discurso de la Montaña, recuerda: “Habéis oído que fue dicho: No adulterarás”. Pero Cristo no se detiene en esta perspectiva del problema.
[Enseñanzas 7, 147-150]
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1. Nel Discorso della Montagna Cristo dice: “Non pensate che io sia venuto ad abolire la Legge o i Profeti; non sono venuto per abolire, ma per dare compimento” (1). Per chiarire in che cosa consista tale compimento, Egli passa poi ai singoli comandamenti, riferondosi anche a quello che dice: “Non commettere adulterio”. La nostra precedente meditazione mirava a far vedere in qual modo il contenuto adeguato di questo comandamento, voluto da Dio, fosse offuscato da numerosi compromessi nella particolare legislazione di Israele. I Profeti, che nel loro insegnamento denunciano sovente l’abbandono del vero Dio Jahvè da parte del popolo, paragonandolo all’“adulterio”, pongono in rilievo, nel modo più autentico, tale contenuto.
Osea non soltanto con le parole, ma (a quanto sembra) anche col comportamento, si preoccupa di rivelarci (2) che il tradimento del popolo è simile a quello coniugale, anzi, ancor più, all’adulterio esercitato come prostituzione: “Va’, prenditi in moglie una prostituta e abbi figli di prostituzione, poichè il paese non fa che prostituirsi allontanandosi dal Signore” (3). Il Profeta avverte in sè questo ordine e lo accetta come proveniente da Dio-Jahvè: “Il Signore mi disse ancora: ‘Va’, ama una donna che è amata da un altro ed è adultera’” (4). Infatti, sebbene Israele sia così infedele nei confronti del suo Dio, come la sposa che “seguiva i suoi amanti mentre dimenticava me” (5), tuttavia Jahvè non cessa di cercare la sua sposa, non si stanca di attendere la sua conversione e il suo ritorno, confermando questo atteggiamento con le parole e con le azioni del Profeta: “E avverrà in quel giorno –oracolo del Signore– mi chiamerai: ‘Marito mio’, e non mi chiamerai più: ‘Mio padrone’... Ti farò mia sposa per sempre, ti farò mia sposa nella giustizia e nel diritto, nella benevolenza e nell’amore, ti fidanzerò con me nella fedeltà e tu conoscerai il Signore” (6). Questo caldo richiamo alla conversione della infedele sposa-coniuge va di pari passo con la seguente minaccia: “Si tolga dalla faccia i segni delle sue prostituzioni e i segni del suo adulterio dal suo petto; altrimenti la spoglierò tutta nuda e la renderò come quando nacque” (7).
1. Matth. 5, 17.
2. Cf. Os. 1-3.
3. Ibid. 1, 2.
4. Ibid. 3, 1.
5. Os. 2, 1-5.
6. Os. 2, 18. 21-22.
7. Ibid. 2, 4-5.
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2. Tale immagine della umiliante nudità della nascita, è stata ricordata ad Israele-sposa infedele dal profeta Ezechiele, ed in misura ancor più ampia: “...come oggetto ripugnante fosti gettata via in piena campagna, il giorno della tua nascita. Passai vicino a te e ti vidi mentre ti dibattevi nel sangue e ti dissi: Vivi nel tuo sangue e cresci come l’erba del campo. Crescesti e ti facesti grande e giungesti al fiore della giovinezza: il tuo petto divenne fiorente ed eri giunta ormai alla pubertà; ma eri nuda e scoperta. Passai vicino a te e ti vidi; ecco, la tua età era l’età dell’amore; io stesi il lembo del mio mantello su di te e coprii la tua nudità; giurai alleanza con te, dice il Signore Dio, e divenisti mia... misi al tuo naso un anello, orecchini agli orecchi e una splendida corona sul tuo capo. Così fosti adorna d’oro e d’argento; le tue vesti eran di bisso, di seta e ricami... La tua fama si diffuse fra le genti per la tua bellezza, che era perfetta, per la gloria che io avevo posto in te... Tu però, infatuata per la tua bellezza e approfittando della tua fama, ti sei prostituita concedendo i tuoi favori ad ogni passante... Come è stato abbietto il tuo cuore –dice il Signore Dio– facendo tutte queste azioni degne di una spudorata sgualdrina! Quanto ti facevi un’altura in ogni piazza, tu non eri come una prostituta in cerca di guadagno, ma come un’adultera che, invece del marito, accoglie gli stranieri!” (8).
8. Cf. Ez. 16, 5-8. 12-15. 30-32.
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3. La citazione è un po’ lunga, ma il testo è però così rilevante che era necessario rievocarlo. L’analogia tra l’adulterio e l’idolatria vi è espressa in modo particolarmente forte ed esauriente. Il momento similare tra le due componenti dell’analogia consiste nell’alleanza accompagnata dall’amore. Dio-Yahvè conclude per amore l’alleanza con Israele, –senza suo merito– diviene per lui come lo sposo e coniuge più affettuoso, più premuroso e più generoso verso la propria sposa. Per questo amore, che dagli albori della storia accompagna il popolo eletto, Jahvè-Sposo riceve in cambio numerosi tradimenti: “le alture”, ecco i luoghi del culto idolatrico, nei quali viene commesso “l’adulterio” di Israele-Sposa. Nell’analisi che qui stiamo svolgendo, l’essenziale è il concetto di adulterio, di cui Ezechiele si serve. Si può dire tuttavia che l’insieme della situazione, nella quale questo concetto è stato inserito (nell’ambito dell’analogia), non è tipico. Si tratta qui non tanto della scelta vicendevole fatta dagli sposi, che nasce dall’amore reciproco, ma della scelta della sposa (e ciò già dal momento della sua nascita), una scelta proveniente dall’amore dello sposo, amore che, da parte dello sposo stesso, è un atto di pura misericordia. In tal senso si delinea questa scelta: essa corrisponde a quella parte dell’analogia che qualifica l’alleanza di Jahvè con Israele; invece corrisponde meno alla seconda parte di essa, che qualifica la natura del matrimonio. Certamente, la mentalità di quel tempo non era molto sensibile a questa realtà –secondo gli Israeliti il matrimonio era piuttosto il risultato di una scelta unilaterale, spesso fatta dai genitori– tuttavia tale situazione difficilmente rientra nell’ambito delle nostre concezioni.
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4. A prescindere da tale dettaglio, è impossibile non accorgersi che nei testi dei Profeti si rileva un significato dell’adulterio diverso da quello che ne dà la tradizione legislativa. L’adulterio è peccato perchè costituisce la rottura dell’alleanza personale dell’uomo e della donna. Nei testi legislativi viene rilevata la violazione del diritto di proprietà e, in primo luogo, del diritto di proprietà dell’uomo nei riguardi di quella donna, che è stata la sua moglie legale: una delle tante. Nei testi dei Profeti lo sfondo dell’effettiva e legalizzata poligamia non altera il significato etico dell’adulterio. In molti testi la monogamia appare l’unica e giusta analogia del monoteismo inteso nelle categorie dell’Alleanza, cioè della fedeltà e dell’affidamento all’unico e vero Dio-Jahvè: Sposo di Israele. L’adulterio è l’antitesi di quella relazione sponsale, è l’antinomia del matrimonio (anche come istituzione) in quanto il matrimonio monogamico attua in sè l’alleanza interpersonale dell’uomo e della donna, realizza l’alleanza nata dall’amore e accolta dalle due rispettive parti appunto come matrimonio (e, come tale, riconosciuto dalla società). Questo genere di alleanza tra due persone costituisce il fondamento di quell’unione per cui “l’uomo... si unirà a sua moglie e i due saranno una sola carne” (9). Nel contesto, sopra citato, si può dire che tale unità corporea è loro “diritto” (bilaterale), ma soprattutto che è il segno regolare della comunione delle persone, unità costituita tra l’uomo e la donna in qualità di coniugi. L’adulterio commesso da parte di ciascuno di essi non soltanto è la violazione di questo diritto, che è esclusivo dell’altro coniuge, ma al tempo stesso è una radicale falsificazione del segno. Sembra che negli oracoli dei Profeti appunto questo aspetto dell’adulterio trovi espressione sufficientemente chiara.
9. Gen. 2, 24.
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5. Nel costatare che l’adulterio è una falsificazione di quel segno, che trova non tanto la sua “normatività”, ma, piuttosto, la sua semplice verità interiore nel matrimonio –cioè nella convivenza dell’uomo e della donna, che sono diventati coniugi– allora, in certo senso, ci riferiamo di nuovo alle affermazioni fondamentali, fatte in precedenza, considerandole essenziali ed importanti per la teologia del corpo, dal punto di vista sia antropologico che etico. L’adulterio è “peccato del corpo”. Lo attesta tutta la tradizione dell’Antico Testamento, e lo conferma Cristo. L’analisi comparata delle sue parole, pronunziate nel Discorso della Montagna (10), come anche delle diverse, relative enunciazioni contenute nei Vangeli e negli altri passi del Nuovo Testamento, ci consente di stabilire la ragione propria della peccaminosità dell’adulterio. Ed è ovvio che determiniamo tale ragione di peccaminosità, ossia del male morale, fondandoci sul principio della contrapposizione nei riguardi di quel bene morale che è la fedeltà coniugale, quel bene che può essere realizzato adeguatamente soltanto nel rapporto esclusivo di entrambe le parti (cioè nel rapporto coniugale di un uomo con una donna). L’esigenza di un tale rapporto è propria dell’amore sponsale, la cui struttura interpersonale (come già abbiamo rilevato) è retta dall’interiore normatività della “comunione delle persone”. È proprio essa a conferire significato essenziale all’Alleanza (sia nel rapporto uomo-donna, come pure, per analogia, nel rapporto Jahvè-Israele). Dell’adulterio, della sua peccaminosità, del male morale che esso contiene, si può sentenziare in base al principio della contrapposizione col patto coniugale così inteso.
10. Cf. Matth. 5, 27-28.
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6. Occorre tener presente tutto ciò, quando diciamo che l’adulterio è un “peccato del corpo”; il “corpo” viene qui considerato nel legame concettuale con le parole di Genesi 2, 24, le quali infatti parlano dell’uomo e della donna, che, quale marito e moglie, si uniscono così strettamente fra loro da formare “una sola carne”. L’adulterio indica l’atto mediante cui un uomo e una donna, che non sono marito e moglie, formano “una sola carne” (cioè, quelli che non sono marito e moglie nel senso della monogamia quale fu stabilita all’origine, anzichè nel senso della casistica legale dell’Antico testamento). Il “peccato” del corpo può essere identificato soltanto rispetto al rapporto delle persone. Si può parlare di bene o di male morale a seconda che questo rapporto renda vera tale “unità del corpo” e le conferisca o no il carattere di segno veritiero. In questo caso, possiamo quindi giudicare l’adulterio quale peccato, conformemente all’oggettivo contenuto dell’atto.
E questo è il contenuto che Cristo ha in mente, quando, nel Discorso della Montagna, ricorda: “Avete inteso che fu detto: Non commettere adulterio”. Cristo però non si arresta su tale prospettiva del problema.
[Insegnamenti GP II, 3/2, 451-456]