[1181] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA VOCACIÓN MATRIMONIAL
Alocución Riferendoci alla dottrina, en la Audiencia General, 3 octubre 1984
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1. Refiriéndonos a la doctrina contenida en la Encíclica “Humanae Vitae”, trataremos de delinear ulteriormente la vida espiritual de los esposos.
Éstas son las grandes palabras de la Encíclica: “La Iglesia, al mismo tiempo que enseña las exigencias imprescriptibles de la ley divina, anuncia la salvación y abre con los sacramentos los caminos de la gracia, la cual hace del hombre una nueva criatura, capaz de corresponder en el amor y en la verdadera libertad al designio de su Creador y Salvador y de encontrar suave el yugo de Cristo.
Los esposos cristianos, pues, dóciles a su voz, deben recordar que su vocación cristiana, iniciada en el bautismo, se ha especificado y fortalecido ulteriormente con el sacramento del matrimonio. Por lo mismo, los cónyuges son corroborados y como consagrados para cumplir fielmente los propios deberes para realizar su vocación hasta la perfección y para dar un testimonio propio de ellos delante del mundo. A ellos ha confiado el Señor la misión de hacer visible ante los hombres la santidad y la suavidad de la ley que une el amor mutuo de los esposos con su cooperación al amor de Dios, autor de la vida humana” (Humanae vitae, 25).
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2. Al mostrar el mal moral del acto anticonceptivo, y delineando, al mismo tiempo, un cuadro posiblemente integral de la práctica “honesta” de la regulación de la fertilidad, o sea, de la paternidad y maternidad responsables, la Encíclica “Humanae Vitae”crea las premisas que permiten trazar las grandes líneas de la espiritualidad cristiana, de la vocación y de la vida conyugal e, igualmente, de la de los padres y de la familia.
Más aún, puede decirse que la Encíclica presupone toda la tradición de esta espiritualidad, que hunde sus raíces en las fuentes bíblicas, ya analizadas anteriormente, brindando la ocasión de reflexionar de nuevo sobre ellas y hacer una síntesis adecuada.
Conviene recordar aquí lo que se ha dicho sobre la relación orgánica entre la teología del cuerpo y la pedagogía del cuerpo. Esta “teología-pedagogía”, en efecto, constituye ya de por sí el núcleo esencial de la espiritualidad conyugal. Y esto lo indican también las frases de la Encíclica que hemos citado.
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3. Ciertamente, releería e interpretaría de forma errónea la Encíclica “Humanae vitae” el que viese en ella tan sólo la reducción de la “paternidad y maternidad responsables” a los solos “ritmos biológicos de fecundidad”. El autor de la Encíclica desaprueba enérgicamente y contradice toda forma de interpretación reductiva (y en este sentido “parcial”), y vuelve a proponer con insistencia la comprensión integral. La paternidad-maternidad responsable, entendida integralmente, no es más que un importante elemento de toda la espiritualidad conyugal y familiar, es decir, de esa vocación de la que habla el texto citado de la “Humanae Vitae”, cuando afirma que los cónyuges deben realizar “su vocación hasta la perfección” (Humanae vitae, 25). El sacramento del matrimonio los corrobora y como consagra para conseguirla (cfr. Humanae vitae, 25).
A la luz de la doctrina expresada en la Encíclica, conviene que nos demos mayor cuenta de esa “fuerza corroborante” que está unida a la “consagración sui generis” del sacramento del matrimonio.
Puesto que el análisis de la problemática ética del documento de Pablo VI estaba centrado sobre todo en la exactitud de la respectiva norma, el esbozo de la espiritualidad conyugal que allí se encuentra, intenta poner de relieve precisamente estas “fuerzas” que hacen posible el auténtico testimonio cristiano de la vida conyugal.
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4. “No es nuestra intención ocultar las dificultades, a veces graves, inherentes a la vida de los cónyuges cristianos; para ellos, como para otros, ‘la puerta es estrecha y angosta la senda que lleva a la vida’ (cfr. Mt 7, 14). Pero la esperanza de esta vida debe iluminar su camino mientras se esfuerzan animosamente por vivir con prudencia, justicia y piedad en el tiempo presente, conscientes de que la forma de este mundo es pasajera” (Humanae vitae, 25).
En la Encíclica, la visión de la vida conyugal está, en cada pasaje, marcada por realismo cristiano, y esto es precisamente lo que más ayuda a conseguir esas “fuerzas” que permiten formar la espiritualidad de los cónyuges y de los padres en el espíritu de una auténtica pedagogía del corazón y del cuerpo.
La misma conciencia “de la vida futura” abre, por decirlo así, un amplio horizonte de esas fuerzas que deben guiarlos por la senda angosta (cfr. Humanae vitae, 25) y conducirlos por la puerta estrecha (cfr. Humanae vitae, 25) de la vocación evangélica.
La Encíclica dice: “Afronten, pues, los esposos los necesarios esfuerzos, apoyados por la fe y por la esperanza, que no engaña, porque el amor de Dios ha sido difundido en nuestros corazones junto con el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Humanae vitae, 25).
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5. He aquí la “fuerza” esencial y fundamental: el amor injertado en el corazón (“difundido en los corazones”) por el Espíritu Santo. Luego la Encíclica indica cómo los cónyuges deben implorar esta “fuerza” esencial y toda otra “ayuda divina” con la oración; cómo deben obtener la gracia y el amor de la fuente siempre viva de la Eucaristía; cómo deben superar “con humilde perseverancia”las propias faltas y los propios pecados en el sacramento de la penitencia.
Éstos son los medios –infalibles e indispensables– para formar la espiritualidad cristiana de la vida conyugal y familiar. Con ellos esa esencial y espiritualmente creativa “fuerza” de amor llega a los corazones humanos y, al mismo tiempo, a los cuerpos humanos en su subjetiva masculinidad y feminidad. Efectivamente, este amor permite construir toda la convivencia de los esposos según la “verdad del signo”, por medio de la cual se construye el matrimonio en su dignidad sacramental, como pone de relieve el punto central de la Encíclica (cfr. Humanae vitae, 12).
[DP (1984), 278]
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1. Riferendoci alla dottrina contenuta nell’Enciclica “Humanae Vitae”, cercheremo di delineare ulteriormente la vita spirituale dei coniugi.
Eccone le grandi parole: “La Chiesa, mentre insegna le esigenze inviolabili della legge divina, annunzia la salvezza e apre con i sacramenti le vie della grazia, la quale fa dell’uomo una nuova creatura, capace di corrispondere nell’amore e nella vera libertà al disegno supremo del suo Creatore e Salvatore e di trovare dolce il giogo di Cristo.
Gli sposi cristiani, dunque, docili alla sua voce, ricordino che la loro vocazione cristiana iniziata col battesimo si è ulteriormente specificata e rafforzata col sacramento del matrimonio. Per esso i coniugi sono corroborati e quasi consacrati per l’adempimento fedele dei propri doveri, per l’attuazione della i propria vocazione fino alla perfezione e per una testimonianza cristiana loro propria di fronte al mondo. Ad essi il Signore affida il compito di rendere visibile agli uomini la santità e la soavità della legge che unisce l’amore vicendevole degli sposi con la loro cooperazione all’amore di Dio autore della vita umana” (1).
1. PAULI VI, Humanae vitae, 25 [1968 07 25/25].
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2. Mostrando il male morale dell’atto contraccettivo, e delineando al tempo stesso un quadro possibilmente integrale della pratica “onesta” della regolazione della fertilità, ossia della paternità e maternità responsabili, l’Enciclica “Humanae Vitae” crea le premesse che consentono di tracciare le grandi linee della spiritualità cristiana della vocazione e della vita coniugale, e, parimente, di quella dei genitori e della famiglia.
Si può anzi dire che l’Enciclica presuppone l’intera tradizione di questa spiritualità, la quale affonda le radici nelle sorgenti bibliche, già in precedenza analizzate, offrendo l’occasione di riflettere nuovamente su di esse e di costruire un’adeguata sintesi.
Conviene ricordare qui ciò ch’è stato detto sul rapporto organico tra la teologia del corpo e la pedagogia del corpo. Tale “teologia-peda gogia”, infatti, costituisce già di per se stessa il nucleo essenziale della spiritualità coniugale. E ciò è indicato anche dalle frasi sopraccitate dell’Enciclica.
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3. Certamente rileggerebbe ed interpreterebbe in modo erroneo l’Enciclica “Humanae Vitae” colui che vedesse in essa soltanto la riduzione della “paternità e maternità responsabile” ai soli “ritmi biologici di fecondità”. L’Autore dell’Enciclica energicamente disapprova e contraddice ogni forma di interpretazione riduttiva (e in tal senso “parziale”), e ripropone con insistenza l’intendimento integrale. La paternità-maternità responsabile, intesa integralmente, non è altro che una importante componente di tutta la spiritualità coniugale e familiare, di quella vocazione cioè di cui parla il testo citato della “Humanae Vitae”, quando afferma che i coniugi debbono attuare la “propria vocazione fino alla perfezione” (2). È il sacramento del matrimonio che li corrobora e quasi consacra a raggiungerla (3).
Alla luce della dottrina, espressa nell’Enciclica, conviene renderci maggiormente conto di quella “forza corroborante” che è unita alla “consacrazione sui generis” del sacramento del matrimonio.
Poichè l’analisi della problematica etica del documento di Paolo VI era centrata soprattutto sulla giustezza della rispettiva norma, l’abbozzo della spiritualità coniugale, che vi si trova, intende porre in rilievo proprio queste “forze” che rendono possibile l’autentica testimonianza cristiana della vita coniugale.
2. PAULI VI, Humanae vitae, 25 [1968 07 25/25].
3. Cfr. ibid.
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4. “Non intendiamo affatto nascondere le difficoltà talvolta gravi inerenti alla vita dei coniugi cristiani: per essi, come per ognuno, ‘è stretta la porta e angusta la via che conduce alla vita’4. Ma la speranza di questa vita deve illuminare il loro cammino, mentre coraggiosamente si sforzano di vivere con saggezza, giustizia e pietà nel tempo presente, sapendo che la figura di questo mondo passa” (5).
Nell’Enciclica, la visione della vita coniugale è, ad ogni passo, contrassegnata da realismo cristiano, ed è proprio questo che giova maggiormente a raggiungere quelle “forze” che consentono di formare la spiritualità dei coniugi e dei genitori nello spirito di una autentica pedagogia del cuore e del corpo.
La stessa coscienza “della vita futura” apre, per così dire, un ampio orizzonte di quelle forze che debbono guidarli per la via angusta (6) e condurli per la porta stretta (7) della vocazione evangelica.
L’Enciclica dice: “Affrontino quindi gli sposi i necessari sforzi, sorretti dalla fede e dalla speranza che non delude, perchè l’amore di Dio è stato effuso nei nostri cuori con lo Spirito Santo, che ci è stato dato” (8).
4. Cfr. Matth. 7, 14.
5. PAULI VI, Humanae vitae, 25 [1968 07 25/25].
6. Cfr. ibid.
7. Cfr. ibid.
8. Ibid.
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5. Ecco la “forza” essenziale e fondamentale: l’amore innestato nel cuore (“effuso nei cuori”) dallo Spirito Santo. In seguito l’Enciclica indica come i coniugi debbano implorare tale “forza” essenziale e ogni altro “aiuto divino” con la preghiera; come debbano attingere la grazia e l’amore alla sorgente sempre viva dell’Eucaristia; come debbano superare “con umile perseveranza” le proprie mancanze ed i propri peccati nel sacramento della penitenza.
Questi sono i mezzi –infallibili e indispensabili– per formare la spiritualità cristiana della vita coniugale e familiare. Con essi quella essenziale e spiritualmente creativa “forza” d’amore giunge ai cuori umani e, nello stesso tempo, ai corpi umani nella loro soggettiva mascolinità e femminilità. Questo amore, infatti, consente di costruire tutta la convivenza dei coniugi secondo quella “verità del segno”, per mezzo della quale viene costruito il matrimonio nella sua dignità sacramentale, come rivela il punto centrale dell’Enciclica (9).
[Insegnamenti GP II, 7/2, 728-731]
9. Cfr. PAULI VI, Humanae vitae, 12 [1968 07 25/12].