[1554] • JUAN PABLO II (1978-2005) • AMENAZAS CONTRA LA VERDADERA IDENTIDAD DE LA FAMILIA
Saludo en el rezo del Ángelus, 20 febrero 1994
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1. Hemos entrado en la Cuaresma del año 1994, Año de la familia, querido por la ONU y por la Iglesia. Entre las tareas que durante este año es preciso poner de relieve, tanto en el campo eclesial como en el civil, está la consolidación del vínculo familiar y de la verdadera identidad de la familia.
Por esta razón, la Carta a las familias que se publicará el martes próximo 22 de febrero, es ante todo una invitación a la oración por las familias y con las familias. Los insidiosos ataques contra la familia en la moderna civilización hedonista que, a pesar de todas las declaraciones sobre los derechos del hombre, es, en sustancia, contraria a su verdadero bien, no pueden ser rechazados sino con la oración, el ayuno y el amor recíproco. No faltan, desde luego, familias que oran por sí mismas y por los demás. En nuestro mundo, tan expuesto a tantas amenazas de orden moral, se está desarrollando providencialmente el apostolado de las familias.
Por desgracia, se deben registrar, precisamente en este Año de la familia, iniciativas difundidas por una parte notable de los medios de comunicación, que, en su sustancia, son “anti-familiares”. Son iniciativas que dan la prioridad a lo que decide de la descomposición de las familias y de la derrota del ser humano, hombre, mujer o hijos. En efecto, se llama bien lo que en realidad es mal: las separaciones, decididas con ligereza, las infidelidades conyugales, no sólo toleradas sino incluso exaltadas; los divorcios; y el amor libre son propuestos a veces como modelos que imitar. ¿A quién beneficia esta propaganda? ¿De qué fuentes nace? “Todo árbol bueno –dice Jesús– da frutos buenos y todo árbol malo da frutos malos” (Mt 7, 17). Se trata, por consiguiente, de un árbol malo que la humanidad lleva dentro de sí, cultivándolo con la ayuda de ingentes gastos financieros y el apoyo de poderosos medios de comunicación.
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2. Me refiero ahora a la reciente y bien conocida resolución aprobada por el Parlamento europeo. En ella no se ha querido defender simplemente a las personas con tendencias homosexuales, rechazando injustas discriminaciones con respecto a ellas. Sobre esto, también la Iglesia está de acuerdo, más aún, lo apoya, lo hace suyo, ya que toda persona humana es digna de respeto. Lo que no es moralmente admisible es la aprobación jurídica de la práctica homosexual. Ser comprensivos con respecto a quien peca, a quien no es capaz de liberarse de esa tendencia, no equivale a disminuir las exigencias de la norma moral (cf. Veritatis splendor, 95). Cristo, perdonó a la mujer adúltera, salvándola de la lapidación (cf. Jn 8, 1-11), pero, al mismo tiempo, le dijo: “Ve y de ahora en adelante ya no peques más” (Jn 8, 11).
Esto lo digo con gran tristeza, porque todos tenemos gran respeto hacia la Comunidad europea, hacia el Parlamento europeo; conocemos los muchos méritos de esta institución. Pero debemos decir que, con esa resolución del Parlamento europeo, se ha querido legitimar un desorden moral. El Parlamento ha conferido indebidamente un valor institucional a comportamientos desviados, no conformes al plan de Dios: existen las debilidades –lo sabemos–, pero el Parlamento al hacer esto ha secundado las debilidades del hombre.
No se ha reconocido que el verdadero derecho del hombre es la victoria sobre sí mismo, para vivir de acuerdo con la recta conciencia. Sin la fundamental consciencia de las normas morales, la vida humana y la dignidad del hombre están expuestas a la decadencia y a la destrucción. Olvidando las palabras de Cristo: “la verdad os hará libres” (Jn 8, 32), se ha tratado de indicar a los habitantes de nuestro continente el mal moral, la desviación, una cierta esclavitud, como camino de liberación, falsificando la esencia misma de la familia.
No puede constituir una verdadera familia el vínculo de dos nombres o dos mujeres, y mucho menos se puede a esa unión atribuir el derecho de adoptar niños privados de familia. A esos niños se les produce un daño grave, pues en esa “familia suplente” no encuentran un padre y una madre, sino “dos padres” o “dos madres”.
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3. Confiamos en que los Parlamentos de los países de Europa sepan tomar las distancias sobre este punto y, con ocasión del Año de la familia, protejan las familias de antiquísimas sociedades y naciones de este peligro fundamental. Pero, no cabe duda de que nos hallamos en presencia de una tentación terrible. El primer domingo de Cuaresma nos recuerda a Cristo que se ha encontrado cara a cara con el eterno tentador del hombre y lo ha vencido: una victoria que anunciaba el triunfo pascual mediante la cruz y la resurrección. Cristo nos dice a los cristianos, a nosotros, habitantes de Europa y del mundo, que este tipo de mal no se vence si no es con la oración y el ayuno. Sí, no podemos vencer este mal, esta amenaza, de otro modo. Las únicas instancias a que podemos apelar son la recta y sana conciencia y el sentido de responsabilidad de las naciones, que no deben permitir que se destruya la familia porque de ella depende el futuro de cada uno de nosotros.
Al inicio de la Cuaresma, la Iglesia vuelve a escuchar la llamada de Cristo, y la acoge como la acogieron en otro tiempo los Apóstoles. ¡Dejemos de ser hombres de poca fe y tratemos de ser hombres de oración y penitencia! “... Si no os convertís, pereceréis todos” (Lc 13, 3), dice Cristo. No son palabras pronunciadas en vano. Han tenido ya muchas veces confirmación en la historia. ¡No sabemos ni el día ni la hora (cf. Mt 25, 13)! La Cuaresma nos sirva para la renovación de nuestra alianza con Dios en Cristo. Sólo en él se halla la salvación del hombre.
[DP-22 (1994), 58-59]
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1. Siamo entrati nella Quaresima dell’anno 1994, Anno della Famiglia, voluto dall’ONU e dalla Chiesa. Tra i compiti che, durante questo Anno, occorre mettere in evidenza in campo sia ecclesiale che civile vi è il consolidamento del legame familiare e della vera identità della famiglia.
Per questa ragione la Lettera alle Famiglie, che verrà pubblicata martedì prossimo, 22 febbraio, è prima di tutto un invito alla preghiera per le famiglie e con le famiglie. Gli insidiosi attacchi contro la famiglia nella moderna civiltà edonistica, che, malgrado tutte le dichiarazioni sui diritti dell’uomo, è nella sostanza contraria al suo vero bene, non possono essere respinti se non con la preghiera, il digiuno e l’amore vicendevole. Non mancano, certo, le famiglie che pregano per se stesse e per gli altri. In questo nostro mondo, esposto a così numerose minacce di ordine morale, si sta provvidenzialmente sviluppando l’apostolato delle famiglie.
Purtroppo si devono registrare, proprio in questo Anno della Famiglia, iniziative propagandate da notevole parte dei mass media, che nella sostanza si rivelano “antifamiliari”. Sono iniziative che danno la priorità a ciò che decide della decomposizione delle famiglie e della sconfitta dell’essere umano –uomo o donna o figli. Vi si chiama, infatti, bene ciò che in realtà è male: le separazioni decise con leggerezza, le infedeltà coniugali non solo tollerate ma persino esaltate, i divorzi, il libero amore sono talora proposti come modelli da imitare. A chi serve questa propaganda? Da quali fonti essa nasce? “Ogni albero buono –osserva Gesù– produce frutti buoni e ogni albero cattivo produce frutti cattivi” (1). Si tratta, dunque, di un albero cattivo che l’umanità porta dentro di sè, coltivandolo con l’aiuto di ingenti spese finanziarie ed il sostegno di potenti mass media.
1. Mt 7, 17.
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2. Il pensiero va qui alla recente e ben nota risoluzione approvata
dal Parlamento Europeo. In essa non si sono semplicemente prese le
difese delle persone con tendenze omosessuali, rifiutando ingiuste discriminazioni nei loro confronti. Su questo anche la Chiesa è d’accordo, anzi lo approva, lo fa suo, giacchè ogni persona umana è degna di rispetto. Ciò che non è moralmente ammissibile è l’approvazione giuridica della pratica omosessuale. Essere comprensivi verso chi pecca, verso chi non è in grado di liberarsi da questa tendenza, non equivale, infatti, a sminuire le esigenze della norma morale (2). Cristo ha perdonato la donna adultera salvandola dalla lapidazione (3), ma le ha detto al tempo stesso: “Va’ e d’ora in poi non peccare più” (4).
Questo dico con grande tristezza, perchè tutti abbiamo grande rispetto della Comunità Europea, del Parlamento Europeo; conosciamo i tanti meriti di questa istituzione. Ma si deve dire che con la risoluzione del Parlamento Europeo si è chiesto di legittimare un disordine morale. Il Parlamento ha conferito indebitamente un valore istituzionale a comportamenti devianti, non conformi al piano di Dio: ci sono le debolezze –noi lo sappiamo– ma il Parlamento facendo questo ha assecondato le debolezze dell’uomo.
Non si è riconosciuto che vero diritto dell’uomo è la vittoria su se stesso per vivere in conformità con la retta coscienza. Senza la fondamentale consapevolezza delle norme morali la vita umana e la dignità dell’uomo sono esposte alla decadenza ed alla distruzione. Dimenticando la parola di Cristo: “la verità vi farà liberi” (5), si è cercato di indicare agli abitanti del nostro Continente il male morale, la deviazione, una certa schiavitù, come via di liberazione, falsificando l’essenza stessa della famiglia.
Non può costituire una vera famiglia il legame di due uomini o di due donne, ed ancor meno si può ad una tale unione attribuire il diritto all’adozione di figli privi di famiglia. A questi figli si reca un grave danno, poichè in questa “famiglia supplente” essi non trovano il padre e la madre, ma “due padri” oppure “due madri”.
2. Cfr. Veritatis splendor, 95.
3. Cfr. Gv. 8, 1-11.
4. Gv. 8, 11.
5. Gv. 8, 32.
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3. Confidiamo che i Parlamenti dei Paesi d’Europa sapranno, su questo punto, prendere le distanze e, in occasione dell’Anno della Famiglia, vorranno proteggere le famiglie di antichissime società e nazioni da questo fondamentale pericolo. Non ci sono dubbi, però, che siamo in presenza di una terribile tentazione. La prima Domenica di Quaresima ci ricorda il Cristo che si è trovato faccia a faccia con l’eterno Tentatore dell’uomo e l’ha vinto: una vittoria che preannunciava il trionfo pasquale mediante la croce e la risurrezione. Cristo dice a noi –a noi cristiani, a noi abitanti dell’Europa– che questo genere di male non si vince se non con la preghiera e il digiuno. Sì, non possiamo vin cere questo male, questa minaccia in altro modo. Le uniche istanze a cui possiamo appellarci sono la retta, la sana coscienza e il senso di responsabilità delle nazioni, le quali non devono permettere che si distrugga la famiglia, perchè da essa dipende il futuro di ciascuno di noi.
All’inizio della Quaresima, la Chiesa riascolta la chiamata di Cristo e l’accoglie così come l’hanno accolta, un tempo, gli Apostoli. Smettiamo di essere uomini di poca fede e cerchiamo di diventare uomini di preghiera e di penitenza! “... Se non vi convertite, perirete tutti” (6), dice Cristo. Non sono parole pronunciate invano; hanno avuto già molte volte conferma nella storia. Non sappiamo né il giorno né l’ora (7)! La Quaresima ci serva al rinnovamento della nostra alleanza con Dio in Cristo. In Lui solo è la salvezza dell’uomo.
[Insegnamenti GP II, 17/1, 537-539]
6. Lc. 13, 3.
7. Cfr. Mt. 25, 13.