[0206] • PÍO VII, 1800-1823 • DOCTRINA CATÓLICA SOBRE EL DIVORCIO
De la Instrucción Catholica nunc, del Santo Oficio, a los Prefectos de las Misiones de Martinica y Guadalupe (Antillas Francesas), 6 julio 1817
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[1.–] Es necesario ahora hablar de la doctrina católica sobre el divorcio, sobre el autor de la ley que lo introduce y sobre los jueces que dan sentencia de divorcio o que la hacen cumplir.
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[2.–] Todo divorcio, entre cristianos todavía vivos, en cuanto supone la disolución del vínculo conyugal legítimamente contraído y confirmado, no es otra cosa que un grave atentado, si no contra el derecho natural (sobre lo cual disputan entre sí los escolásticos), sí, por lo menos, contra el derecho divino positivo escrito, como claramente enseña el S. Concilio de Trento (sess. 24, Doctr. de Sacr. Matr.[1]), y abundantemente demuestra Benedicto XIV en el De Synodo Dioec. lib. XIII, cap. 22, § 3 y siguientes[2]. Por lo cual, todo proyecto de ley, que afirme y disponga ese atentado, es por su propia naturaleza, inválido y nulo, es más violencia que ley (D. Th. 12, q. 46, a. 4), más propiamente es una corrupción de la ley, puesto que trata sobre una cuestión puramente sagrada por institución divina y por esta razón superior, y como tal, fuera del ámbito de cualquier potestad terrena: lo cual, por añadidura, contradice manifiestamente a la ley divina, ante la que debe inclinarse y ceder toda potestad humana; por lo cual antes que nada sucede que abusan de una autoridad que no tienen, no menos el legislador de quien procede esta corrupción, que el juez, que la sirve y la aplica a los casos particulares, y lleva a cabo su cumplimiento: lo que es lo mismo que pecar mortalmente, el primero por usurpación de potestad, y el otro por usurpación de juicio: (Leonard. Lessius De Iust. et Iur. Duben. Lib. 2, cap. 29, p. 288). Uno y otro cometen igualmente pecado de escándalo gravísimo, según el ejemplo de los fariseos, y “anulan el precepto de Dios en cuestiones de gran importancia, para seguir sus tradiciones” (Marc VII, 9; Mat XV, 3). Más aún, se dedican a sustituir la proposición divina: Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre[3], por el precepto contrario: “A los que el hombre ha separado, ni Dios, ni la Iglesia los vuelva a unir”, como se infiere del artículo 295 del código arriba citado. Por último a uno y otro se les considera partícipes de todas las funestas consecuencias que necesariamente fluyen de este criminal proyecto de ley.
[1]. [1563 11 11a/1-4].
[2]. [BSyn 2, 188ss].
[3]. [Mt. 19, 6; Mc. 10, 9].
[4]. [1563 11 11b/1].
[5]. [Ibidem].
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[3.–] Por otra parte, en el intento de quitarse de encima todas estas acusaciones mediante el abuso de la tan desgraciada distinción entre el contrato del matrimonio y el Sacramento del Matrimonio, como si el valor, la consistencia y la duración de aquél –a diferencia de éste–, estuvieran sometidos como por norma y de pleno derecho al poder civil, no sólo no quitan su culpabilidad sino que la aumentan, como es claro, al recurrir a la herejía para apoyar su impiedad. Es un dogma de fe, definido en el Concilio de Trento contra los luteranos, que el Matrimonio es verdadera y propiamente uno de los siete Sacramentos de la Ley evangélica, instituido por N. S. Jesucristo: “Si alguien (sess. XXIV, can. I)[4] dijere que el Matrimonio no es verdadera y propiamente uno de los siete Sacramentos de la ley Evangélica instituido por Cristo Señor, sea anatema”. Es, por tanto, una herejía separar ordinaria y absolutamente el Sacramento del Matrimonio del contrato como si la esencia del contrato y la sustancia del Sacramento no tuvieran relación alguna en virtud de la divina institución y como si el Sacramento del Matrimonio no fuera otra cosa que una cualidad como superpuesta al contrato, o como una orla que circunda un cuadro, cosa que evidentemente no es. Por todo ello, Santo Tomás en muchos textos y de la forma que le caracteriza expone la doctrina católica sobre esta materia y concluye: “El Matrimonio, pues, en cuanto unión del marido y de la mujer, encaminada a procrear y educar a la prole en la gloria y alabanza de Dios, es un Sacramento de la Iglesia” (Lib. IV, Contra gent. c. 78). Y en otro lugar afirma que por la unión del hombre y de la mujer, cuando ambos consienten explícitamente, “se realiza el vínculo, o esa unión en que consiste el Sacramento del Matrimonio” (In 4 Sent., dist. 28 a. 3 ad 2). Por tanto, el Matrimonio es Sacramento, en cuanto el contrato mismo es Sacramento, es decir, en cuanto el contrato pertenece a la naturaleza del sacramento y entra en su definición: y esta enseñanza es la católica. Y aunque hubiera alguien que dijera que el matrimonio entre fieles puede alguna vez no ser Sacramento, deberá, sin embargo, tenerse como de fe que nunca podrá darse el Sacramento del Matrimonio entre fieles, sin que se constituya siempre y esencialmente por el contrato; es decir en la Ley evangélica podría darse el caso de un contrato de matrimonio que no fuera Sacramento; lo que no puede darse es el caso del Sacramento del Matrimonio, en el que el mismo contrato no sea el Sacramento. Y ésta es la doctrina referida en el citado canon de Trento: “Si alguno dijere que el Matrimonio no es verdadera y propiamente uno de los siete Sacramentos de la Ley evangélica, etc.” [5]. Así pues es una herejía –lo diremos otra vez– sostener que en la Ley evangélica el contrato de matrimonio se puede separar ordinaria y esencialmente del Sacramento del Matrimonio, y que el Sacramento no es otra cosa que cierto adorno del contrato, sin valor y ajeno a él por entero.
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[4.–] Es igualmente doctrina de fe, definida también en el Concilio de Trento, que la Iglesia tiene poder para establecer otros grados que impidan contraer matrimonio y que invaliden el contraído –además de los de consanguinidad y afinidad recogidos en el Levítico–: que de hecho ha establecido otros impedimentos dirimentes del matrimonio, y que, al hacerlo, no ha caído en el error; que, por último, son competencia de los jueces eclesiásticos las causas matrimoniales: “Si alguno dijera, dice el S. Concilio (sess. XXIV can. III, IV y XII)[6] que sólo los grados de consanguinidad que están expuestos en el Levítico pueden impedir contraer matrimonio y dirimir el contraído; y que la Iglesia no puede dispensar en algunos de ellos o estatuir que sean más los que impidan y diriman, sea anatema”. –“Si alguno dijere que la Iglesia no pudo establecer impedimentos dirimentes del matrimonio, o que erró al establecerlos, sea anatema”. –“Si alguno dijere que las causas matrimoniales no tocan a los jueces eclesiásticos, sea antema”
[6]. [1563 11 11b/3, 4. 12].
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[5.–] En estos tres Cánones, que son dogmáticos, se reconoce a la Iglesia una potestad verdadera y propia sobre el contrato del matrimonio. Porque la potestad de establecer impedimentos dirimentes y de dispensarlos comporta por su propia naturaleza la potestad de quitar y de dar la validez y consistencia al contrato matrimonial; igualmente la potestad de hacer a los contrayentes hábiles o inhábiles para contraer, y esto válidamente. La jurisdicción en causas matrimoniales lleva consigo la facultad de juzgar sobre el contrato mismo, es decir, de su valor, estabilidad y duración; ya que a esto se reducen sobre todo las causas y sentencias matrimoniales. Es, pues, de fe que la Iglesia tiene por institución divina verdadera y propia potestad sobre el contrato matrimonial de los fieles, y no sólo sobre el Sacramento, o sólo sobre la ceremonia sagrada, con que se bendice y santifica el contrato, como pretenden algunos modernos que por eso inciden en una nueva herejía.
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[6.–] Añadiremos por último, que una vez que se admitiera esta manera de proceder de ciertos legisladores modernos, y se estableciera como justa y legítima, con la doble distinción del contrato y del Sacramento del Matrimonio, de tal manera que el primero fuera incumbencia del poder civil y el segundo, en cambio, del eclesiástico; de esta manera de proceder –digo– se seguiría que el matrimonio de la Ley evangélica, santificado por la gracia conseguida por Jesucristo con su pasión, perfeccionado y elevado a la dignidad de Sacramento grande de la Iglesia, estaría, al mismo tiempo y por disposición divina, sujeto a los contradictorios proyectos de las leyes, y se movería en una continua guerra de las dos potestades, mientras una tutela lo que la otra declara inválido; aquélla desprecia y castiga lo que ésta bendice y santifica; aquélla concede efectos civiles a lo que ésta considera como inhábil a efectos civiles y espirituales; todo lo cual se haría por ambas potestades con todo derecho y razón y en congruencia con la ley natural, divina y humana, contra la que nada se puede legislar. Esto así, en conjunto, constituye el más horrible cúmulo de herejías y blasfemias.
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[1.–] Catholica nunc super divortio, super legis illud inducentis auctore ac super iudicibus illud exequentibus, vel exequi facientibus principia constituere necesse est.
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[2.–] Divortium omne, dissolutionem coniugalis vinculi legitime contracti et confirmati, inter christianos adhuc viventes, importans, aliud non est quam ingens attentatio, sin contra ius naturale (de quo scholastici inter se disputant), ast profecto contra ius divinum positivum scriptum, sicuti perspicue S. Tridentinum Concilium ostendit (sess. 24, Doct. de Sacr. Matr.[1]), atque fuse evincit Benedictus XIV de Synodo Dioec. lib. XIII. cap. 22, § 3, et seqq.[2]. Quapropter legum latio omnis, talem confirmans, ac dirigens attentationem, irrita et nulla suapte natura est, violentia potius quam lex est (D. Th. 12, quaest. 46 a. 4) immo corruptio legis est, cum supra rem divina institutione mere sacram, adeoque superiorem, uti talem, et ab omni terrena potestate evadentem versetur: quae insuper manifesto divinae opponitur legi, cui omnis humana potestas flecti atque cedere debet; quo fit, ut non minus legislator, a quo huiusmodi corruptio procedit, quam iudex, qui eidem famulatur, eamque ad peculiares casus applicat, atque eius promovet executionem, rei auctoritatis praeter fas usurpatae primo existant: quod idem est, ac mortaliter peccare priorem quidem usurpatione potestatis, alterum vero usurpatione iudicii: (Leonard. Lessius de Iust. et Iur. Duben. Lib. 2, Cap. 29, p. 288). Uterque pariter gravissimi scandali noxam incurrit, dum pharisaeorum exemplo, atque “in re maioris longe momenti irritum faciunt praeceptum Dei, ut traditionem eorum servent.” (Marc VII, 9; Matth XV, 3). Immo id etiam sibi sumunt, ut divino effato: Quod Deus coniunxit homo non separet[3] contrarium substituant statutum: “Quos homo separavit, neque Deus, neque Ecclesia reconiungat” uti ab articulo 295 codicis superius citati habetur. Uterque denique exitiosorum omnium consectariorum particeps reperitur, quae ab huiusmodi nefaria legum latione necessario fluunt.
[1]. [1563 11 11a/1-4].
[2]. [BSyn 2, 188ss].
[3]. [Mt. 19, 6; Mc. 10, 9].
[4]. [1563 11 11b/1].
[5]. [Ibidem].
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[3.–] Iam vero dum criminationes istas omnes a se removere contendunt abusu tritissimae distinctionis contractus matrimonii, et Sacramenti Matrimonii, perinde ac si valor, consistentia, et duratio illius, e contra ac istius, saeculari potestati per modum regulae, atque pleno iure subdatur, augent profecto, non auferunt culpam, dum haeresim in subsidium impietatis advocant. Dogma Fidei est, in Tridentino Concilio contra luteranos definitum, Matrimonium vere et proprie unum esse e septem Legis evangelicae Sacramentis a D. N. Iesu Christo institutum: “Si quis (Sess. XXIV, Can. I)[4] dixerit Matrimonium no esse vere et proprie unum ex septem legis Evangelicae Sacramentis a Christo Domino institutum, anathema sit.” Haeresis igitur est Sacramentum Matrimonii a matrimonii contractu per modum regulae, et absolute seiungere, perinde ac si contractus essentiam atque substantiam Sacramenti minime divinae institutionis vi ingrediatur, neque aliud Matrimonii Sacramentum esse reperiatur, nisi qualitas contractui supernatans, aut corona pictam tabulam, cui extranea est, circum ornans. Quapropter D. Thomas pluribus in locis modo se digno catholicam doctrinam hac de re declarans concludit: “Matrimomum igitur secundum quod consistit in coniunctione maris el feminae, intendentium prolem ad Dei cultum procreare et educare, est Ecclesiae Sacramentum” (Lib. IV, contra gent. c. 78). Alibi autem affirmat, quod ex coniunctione maris et feminae, explicito ipsorum mediante consensu “efficitur vinculum, seu nexus quidam qui est Sacramentum Matrimonii’’ (In 4 Sent. dist. 28 a. 3 ad 2). Matrimomum igitur ideo Sacramentum est, quia contractus ipse Sacramentum est, seu quia contractus et ad substantiam pertinet, et definitionem ingreditur Sacramenti: atque hoc dogma catholicum est. Quamvis autem quispiam ponere velit, aliquod inter fideles matrimonium Sacramentum non esse posse, semper tamen erit de fide, minime inter fideles Matrimonii Sacramentum reperiri, quod semper contractu essentialiter haud aedificetur; nempe in lege evangelica matrimonii contractum esse posse, quod non sit Sacramentum; matrimonii tamen Sacramentum esse non posse in quo contractus ipse non sit Sacramentum. Atque hoc dogma est, in citato Tridentini contentum canone: “Si quis dixerit Matrimonium non esse vere et proprie unum ex septem legis evangelicae Sacramentis etc.” [5]. Haeresis igitur, ut iterum dicam, est, asserere in lege evangelica contractum matrimonii regulariter et essentialiter e Matrimonii Sacramento secerni, et Sacramentum non aliud esse, nisi contractus ornatum, qui ad valorem ipsius atque consistentiam indifferens sit, seu extraneus.
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[4.–] Fidei pariter dogma est aeque in Tridentino Concilio definitum Ecclesiam, ultra consanguinitatis et affinitatis gradus in Levitico expressos, valuisse alios gradus matrimonium contrahendum impedientes, et contractum dirimentes constituere: alia impedimenta matrimonium dirimentia constituere valuisse, in iisque constituendis non erravisse; causas denique matrimoniales ad iudices ecclesiasticos expectare: “Si quis dixerit, ait S. Concilium (sess. XXIV Can. III, IV, et XII)[6] eos tantum consanguinitatis et affinitatis gradus, qui in Levitico exprimuntur posse impedire matrimonium contrahendum, et dirimere contractum, nec posse Ecclesiam in nonnullis eorum dispensare, nec constituere, ut plures impediant, et dirimant, anathema sit. –Si quis dixerit, Ecclesiam non potuisse constituere impedimenta, Matrimonium dirimentia, vel in iis constituendis errasse, anathema sit. –Si quis dixerit, causas matrimoniales non spectare ad iudices ecclesiasticos anathema sit”.
[6]. [1563 11 11b/3, 4. 12].
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[5.–] In hisce porro tribus Canonibus, qui dogmatici sunt cognoscitur in Ecclesia vera et propria super matrimonii contractu potestas. Constituendorum enim impedimentorum dirimentium, eorumque dispensandorum potestas, potestatem suapte natura importat sive auferendi, sive impartiendi matrimoniali contractui vim atque valorem; item contrahentes sive habiles, sive inhabiles et illud valide ineundum reddendi. lurisdictio autem in causis matrimonialibus facultatem importat de contractu ipso iudicandi, de ipsius nempe valore, consistentia, duratione; cum causae et sententiae matrimoniales in hisce potissimum versentur. De fide igitur est, Ecclesiam divina institutione super fidelium matrimoniali contractu veram et propriam potestatem habere, non vero tantummodo super Sacramento, seu super sola sacra caeremonia, quae contractui benedicit, eumdemque sanctificat, uti neoterici quidam contendunt, qui propterea in novam haeresim incidunt.
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[6.–] Addemus postremo, ex huiusmodi quorumdam modernorum legumlatorum systemate semel admisso, atque ex constituto, tamquam aequo ac legitimo, duplici contractus et Sacramenti Matrimonii respectu, ut prior saeculari, alter vero ecclesiasticae potestati subdatur; ex huiusmodi inquam systemate id consequi, ut evangelicae legis matrimonium, gratia a Iesu Christo per suam passionem acquisita sanctificatum, perfectum, atque ad magni Sacramenti Ecclesiae dignitatem evectum, eodem simul tempore, divina dispositione, contradictoriis legum lationibus obiiceretur, atque perpetuo inter duas diversas potestates bello conflictaretur, dum id altera tuetur, quod ab altera irritum redditur; illa contemptui habet ac punit id cui ista benedicit, atque sanctificationem adhibet; illa civiles concedit effectus ei, quem ista ad civiles atque spirituales effectus inhabilem reddit; quae hinc inde iure meritoque fierent atque congruenter nativis, divinis, humanisque iuribus, quibus praescribi nequit; quae quidem omnia simul sumpta immane haeresum blasphemiarumque cumulum conficiunt.
[ASS 25 (1892/93), 700-703]