[0880] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS EN EL SERMÓN DE LA MONTAÑA SOBRE EL PECADO DE ADULTERIO
Alocución Ricordiamo le parole, en la Audiencia General, 23 abril 1980
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1. Recordemos las palabras del Sermón de la Montaña a las que hicimos referencia en el presente ciclo de nuestras reflexiones del miércoles: “Habéis oído –dice el Señor– que fue dicho: No adulterarás. Pero Yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28).
El hombre al que se refiere Jesús aquí es precisamente el hombre “histórico”, ése cuyo “principio” y “prehistoria teológica” hemos hallado en la precedente serie de análisis. Directamente, se trata del que escucha con sus propios oídos el Sermón de la Montaña. Pero se trata también de todo otro hombre, situado frente a ese momento de la historia, tanto en el inmenso espacio del pasado como en el igualmente amplio futuro. A este “futuro”, con relación al Sermón de la Montaña, pertenece también nuestro presente, nuestra contemporaneidad. Este hombre es, en cierto sentido, “cada” hombre, “cada uno” de nosotros. Lo mismo el hombre del pasado que el hombre del futuro puede ser el que conoce el mandamiento positivo “no adulterarás” como “contenido de la ley” (Cfr. Rom 2, 22-23), pero puede ser igualmente el que, según la Carta a los Romanos, tiene este mandamiento solamente “escrito en (su) corazón” (Rom 2, 15)1. A la luz de las reflexiones desarrolladas precedentemente, se trata del hombre que desde su “principio” ha adquirido un sentido preciso del significado del cuerpo, ya antes de atravesar “los umbrales” de sus experiencias históricas, en el misterio mismo de la creación, dado que emerge de él “como varón y mujer” (Gén 1, 27). Se trata del hombre histórico, que al “principio” de su aventura terrena se encontró “dentro” el conocimiento del bien y del mal, al romper la Alianza con su Creador. Se trata del hombre-varón que “conoció (a la mujer) su mujer” y la “conoció” varias veces, y ella “concibió y parió” (Cfr. Gén 4, 1-2), en conformidad con el designio del Creador, que se remontaba al estado de inocencia originaria (Cfr. Gén 1, 28; 2, 24).
1. De este modo el contenido de nuestras reflexiones quedaría ubicado en cierto sentido en el terreno de la “ley natural”. Las palabras de la Carta a los Romanos (2, 15) citadas han sido consideradas siempre, en la Revelación, como fuente de confirmación para la existencia de la ley natural. Así, el concepto de la ley natural adquiere también un significado teológico.
Cfr. entre otros, D. COMPOSTA, Teologia del diritto naturale, status quaestionis (Ed. Civiltà, Brescia 1972), pp. 7-22, 41-53; J. FUCHS, S. J., Lex naturae. Zur Theologie des Naturrechts (Düsseldorf 1955), pp. 22-30; E. HAMEL, S. J., Loi naturelle et loi du Christ (Desclée de Brouwer, Brujas-París 1964), p. 18; A. SACCHI, “La legge naturale nella Bibbia”, en La legge naturale. Le relazioni del Convegno dei teologi moralisti dell’Italia settentrionale (11-13 septiembre 1969) (Ed. Dehoniana, Bolonia 1970), p. 53; F. BöCKLE, “La ley natural y la ley cristiana”, ibid., pp. 214-215; A. FEUILLET, Le fondement de la morale ancienne et chrétienne d’après l’Épître aux Romains”: Revue Thomiste 78 (1970), pp. 357-386; TH. HERR, Naturrechs aus der kritischen Sicht des Neuen Testaments (Schöningh, Munich 1976), pp. 155-164.
2. / 7. “The typically Hebraic usage reflected in the New Testament implies an understanding of man as unity of thought, will and feeling. (...) It depicts man as a whole, viewed from his intentionality; the heart as the center of man is thought of as source of will, emotion, thoughts and affections.
This traditional Judaic conception was related by Paul to Hellenistic categories, such as ‘mind’, ‘attitude’, ‘thoughts’ and ‘desires’. Such a co-ordination between the Judaic and Hellenistic categories is found in Ph 1, 7; 4, 7; Rom 1, 21. 24, where ‘heart’ is thought of as center from which these things flow” (R. JEWETT, Paul’s Anthropological Terms. A Study of their Use in Conflict Settings [Brill, Leiden 1971] p. 448).
“Das Herz... ist die verborgene, inwendige Mitte und Wurzel des Menschen und damit seiner Welt..., der unergründliche Grund und die lebendige Kraft aller Daseinserfahrung und entscheidung” (H. SCHLIER, Das Menschenherz nach dem Apostel Paulus, en Lebendiges Zeugnis, 1965, p. 123).
Cfr. también F. BAUMGäRTEL - J. BEHM, “Kardia”, en Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament, II (Kohlhammer Stuttgart 1933), pp. 609-616.
8. Gen. 2, 24.
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2. En su Sermón de la Montaña, Cristo se dirige, especialmente con las palabras de Mt 5, 27-28, precisamente a ese hombre. Se dirige al hombre de un determinado momento de la historia y, a la vez, a todos los hombres que pertenecen a la misma historia humana. Se dirige, como ya hemos comprobado, al hombre “interior”. Las palabras de Cristo tienen un explícito contenido antropológico; tocan esos significados perennes, por medio de los cuales se constituye la antropología “adecuada”. Estas palabras, mediante su contenido ético, constituyen simultáneamente esta antropología, y exigen, por decirlo así, que el hombre entre en su plena imagen. El hombre, que es “carne”, y que como varón está en relación, a través de su cuerpo y sexo, con la mujer (efectivamente, esto indica también la expresión “no adulterarás”), debe, a la luz de estas palabras de Cristo, encontrarse en su interior, en su “corazón” (2). El “corazón” es esta dimensión de la humanidad con la que está vinculado directamente el sentido del significado del cuerpo humano y el orden de este sentido. Se trata aquí tanto de ese significado, que en los análisis precedentes hemos llamado “esponsalicio”, como del que hemos denominado “generador”. Y ¿de qué orden se trata?
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3. Esta parte de nuestras consideraciones debe dar una respuesta precisamente a esta pregunta, una respuesta que llega no sólo a las razones éticas, sino también a las antropológicas; efectivamente, están en relación recíproca. Por ahora, preliminarmente, es preciso establecer el significado del texto de Mt 5, 27-28, el significado de las expresiones usadas en él y su relación recíproca. El adulterio, al que se refiere directamente el citado mandamiento, significa la infracción de la unidad, mediante la cual el hombre y la mujer, solamente como esposos, pueden unirse tan estrechamente que vengan a ser “una sola carne” (Gén 2, 24). El hombre comete adulterio si se une de ese modo con una mujer que no es su esposa. También comete adulterio la mujer si se une de ese modo con un hombre que no es su marido. Es necesario deducir de esto que “el adulterio en el corazón”, cometido por el hombre cuando “mira a una mujer deseándola”, significa un acto interior bien definido. Se trata de un deseo, en este caso, que el hombre dirige hacia una mujer que no es su esposa, para unirse con ella como si lo fuese, esto es –utilizando una vez más las palabras de Gén 2, 24–, de tal manera que “los dos sean una sola carne”. Este deseo, como acto interior, se expresa por medio del sentido de la vista, es decir, con la mirada, como en el caso de David y Betsabé para servirnos de un ejemplo tomado de la Biblia (Cfr. 2 Sam 11, 2)3. La relación del deseo con el sentido de la vista ha sido puesto particularmente de relieve en las palabras de Cristo.
3. Éste es quizá el más conocido; pero en la Biblia se pueden encontrar otros ejemplos parecidos (cfr. Gen. 34, 2; Jue. 14, 1; 16, 1).
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4. Estas palabras no dicen claramente si la mujer –objeto del deseo– es la esposa de otro o sencillamente la mujer del hombre que la mira de ese modo. Puede ser esposa de otro o también no casada. Más bien es necesario intuirlo, basándonos sobre todo en la expresión que define precisamente adulterio lo que el hombre cometió “en su corazón” con la mirada. Es preciso deducir correctamente de esto que una tal mirada de deseo dirigida a la propia esposa no es adulterio “en el corazón”, precisamente porque el correspondiente acto interior del hombre se refiere a la mujer que es su esposa, con la que no puede cometerse el adulterio. Si el acto conyugal como acto exterior, en el que “los dos se unen de modo que vienen a ser una sola carne”, es lícito en la relación del hombre en cuestión con la mujer que es su esposa, análogamente está conforme con la ética también el acto interior en la misma relación.
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5. No obstante, ese deseo que indica la expresión acerca de “todo el que mira a una mujer deseándola” tiene una propia dimensión bíblica y teológica, que aquí no podemos menos de aclarar. Aun cuando esta dimensión no se manifiesta directamente en esta única expresión concreta de Mt 5, 27-28, sin embargo está profundamente arraigada en el contexto global, que se refiere a la revelación del cuerpo. Debemos remontamos a este contexto, a fin de que la apelación de Cristo “al corazón”, al hombre interior, resuene en toda la plenitud de su verdad. La citada enunciación del Sermón de la Montaña (Cfr. Mt 5, 27-28) tiene fundamentalmente un carácter indicativo. El que Cristo se dirija directamente al hombre como a aquél que “mira a una mujer deseándola” no quiere decir que estas palabras, en su sentido ético, no se refieran también a la mujer. Cristo se expresa así para ilustrar con un ejemplo concreto cómo es preciso comprender “el cumplimiento de la ley” según el significado que le ha dado Dios-Legislador, y además cómo conviene entender esa “sobreabundancia de la justicia” en el hombre, que observa el sexto mandamiento del Decálogo. Al hablar de este modo, Cristo quiere que no nos detengamos en el ejemplo en sí mismo, sino que penetremos también en el pleno sentido ético y antropológico del enunciado. Si éste tiene un carácter indicativo, significa que, siguiendo sus huellas, podemos llegar a comprender la verdad general sobre el hombre “histórico”, válida también para la teología del cuerpo. Las ulteriores etapas de nuestras reflexiones tendrán la finalidad de acercarnos a comprender esta verdad.
[Enseñanzas 5, 172-175]
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1. Ricordiamo le parole del Discorso della montagna, alle quali facciamo riferimento nel presente ciclo delle nostre riflessioni del mercoledì: “Avete inteso –dice il Signore– che fu detto: Non commettere adulterio; ma io vi dico: chiunque guarda una donna per desiderarla, ha già commesso adulterio con lei nel suo cuore” (1).
L’uomo, al quale Gesù qui si riferisce, è proprio l’uomo “storico”, quello di cui abbiamo rintracciato il “principio” e la “preistoria teologica” nella precedente serie di analisi. Direttamente, è colui che ascolta con le proprie orecchie il Discorso della montagna. Ma insieme con lui, c’è anche ogni altro uomo, posto di fronte a quel momento della storia, sia nell’immenso spazio del passato, sia in quello, ugualmente vasto, del futuro. A questo “futurro”, di fronte al Discorso della montagna, appartiene anche il nostro presente, la nostra temporaneità. Quest’uomo è, in certo senso, “ciascun” uomo, “ognuno” di noi. Sia l’uomo del passato, sia anche l’uomo del futuro può essere colui che conosce il comandamento positivo “non commettere adulterio” quale “contenuto della Legge” (2) ma può essere ugualmente colui che, secondo la lettera ai Romani, ha questo comandamento soltanto “scritto nel (suo) cuore” (3). Alla luce delle riflessioni precedentemente svolte, è l’uomo che dal suo “principio” ha acquistato un preciso senso del significato del corpo, già prima di varcare “la soglia” delle sue esperienze storiche, nel mistero stesso della creazione, dato che ne emerse “come uomo e donna” (4). È l’uomo storico, che al “principio” della sua vicenda terrena si è trovato “dentro” la conoscenza del bene e del male, rompendo l’Alleanza con il suo Creatore. È l’uomo-maschio, che “conobbe (la donna) sua moglie” e la “conobbe” più volte, ed ella “concepì e partorì” (5) in conformità con il disegno del Creatore, che risaliva allo stato dell’innocenza originaria (6).
1. Matth. 5, 27-28.
2. Cf. Rom. 2, 22-23.
3. Ibid. 2, 15.
In questo modo, il contenuto delle nostre riflessioni sarebbe spostato in certo senso sul terreno della “legge naturale”. Le parole citate della Lettera ai Romani (2, 15) sono sempre state considerate, nella rivelazione, quale fonte di conferma per l’esistenza della legge naturale. Così il concetto della legge naturale acquista anche un significato teologico.
Cf. fra altri, D. COMPOSTA, Teologia del diritto naturale, “Status quaestionis”, Brescia 1972, Ed. Civiltà, pp. 7-22, 41-53; J. FUCHS, S. J., Lex naturae. Zur Theologie des Naturrechts, Düsseldorf 1955, pp. 22-30; E. HAMEL, S. J., Loi naturelle et loi du Christ, Bruges-Paris 1964, Desclée de Brouwer, p. 18; A. SACCHI, La legge naturale nella Bibbia, in La legge naturale. Le relazioni del Convegno dei teologi moralisti dell’Italia settentrionale (11-13 settembre 1969), Bologna 1970, Ed. Dehoniane, p. 53; F. BöCKLE, La legge naturale e la legge cristiana, ibid., pp. 214-215; A. FEUILLET, Le fondement de la morale ancienne et chrétienne d’après l’Épître aux Romains, in Revue Thomiste 78 (1970) 357-386; TH. HERR, Naturrechs aus der kritischen Sicht des Neuen Testaments, München 1976, Schöningh, pp. 155-164.
4. Gen. 1, 27.
5. Cf. Gen. 4, 1-2.
6. Cf. ibid. 1, 28; 2, 24.
2. / 7. “The typically Hebraic usage reflected in the New Testament implies an understanding of man as unity of thought, will and feeling. (...) It depicts man as a whole, viewed from his intentionality; the heart as the center of man is thought of as source of will, emotion, thoughts and affections.
This traditional Judaic conception was related by Paul to Hellenistic categories, such as ‘mind’, ‘attitude’, ‘thoughts’ and ‘desires’. Such a co-ordination between the Judaic and Hellenistic categories is found in Ph 1, 7; 4, 7; Rom 1, 21. 24, where ‘heart’ is thought of as center from which these things flow” (R. JEWETT, Paul’s Anthropological Terms. A Study of their Use in Conflict Settings [Brill, Leiden 1971] p. 448).
“Das Herz... ist die verborgene, inwendige Mitte und Wurzel des Menschen und damit seiner Welt..., der unergründliche Grund und die lebendige Kraft aller Daseinserfahrung und entscheidung” (H. SCHLIER, Das Menschenherz nach dem Apostel Paulus, en Lebendiges Zeugnis, 1965, p. 123).
Cfr. también F. BAUMGäRTEL - J. BEHM, “Kardia”, en Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament, II (Kohlhammer Stuttgart 1933), pp. 609-616.
8. Gen. 2, 24.
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2. Nel suo discorso della montagna, Cristo si rivolge, in particolare con le parole di Matth. 5, 27-28, proprio a quell’uomo. Si rivolge all’uomo di un determinato momento della storia e, insieme, a tutti gli uomini, appartenenti alla stessa storia umana. Si rivolge, come abbiamo già costatato, all’uomo “interiore”. Le parole di Cristo anno un esplicito contenuto antropologico; esse toccano quei significati perenni, per il tramite dei quali viene costituita l’antropologia “adeguata”. Queste parole, mediante il loro contenuto etico, simultaneamente costituiscono una tale antropologia, ed esigono, per così dire, che l’uomo entri nella sua piena immagine. L’uomo che è “carne”, e che come maschio rimane in rapporto, attraverso il suo corpo e sesso, con la donna (ciò infatti indica anche l’espressione “non commettere adulterio”), deve, alla luce di queste parole di Cristo, ritrovarsi nel suo interno, nel suo “cuore” (7). Il “cuore” è questa dimensione dell’umanità, con cui è legato direttamente il senso del significato del corpo umano, e l’ordine di questo senso. Si tratta, qui, sia di quel significato che, nelle precedenti analisi, abbiamo chiamato “sponsale”, sia di quello che abbiamo denominato “generatore”. E di quale ordine si tratta?
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3. Questa parte delle nostre considerazioni debe dare una risposta appunto a tale domanda –una risposta che arriva non soltanto alle ragioni etiche, ma anche a quelle antropologiche; esse, infatti, rimangono in rapporto reciproco. Per ora, preliminarmente, occorre stabilire il significato del testo di Matth. 5, 27-28, il significato delle espressioni usate in esso e il loro rapporto reciproco. L’adulterio, al quale si riferisce direttamente il citato comandamento, significa l’infrazione dell’unità, mediante la quale l’uomo e la donna, soltanto come coniugi, possono unirsi così strettamente da essere “una sola carne” (8). Commette adulterio l’uomo, se in tale modo si unisce con una donna che non è sua moglie. Commette adulterio anche la donna, se in tale modo si unisce con un uomo che non è suo marito. Bisogna dedurne che “l’adulterio nel cuore”, commesso dall’uomo quando “guarda una donna per desiderarla”, significa un atto interiore ben definito. Si tratta di un desiderio che è diretto, in questo caso, dall’uomo verso una donna che non è sua moglie, al fine di unirsi con lei come se lo fosse, cioè –usando ancora una volta le parole di Gen. 2, 24– così che “i due siano una sola carne”. Tale desiderio, come atto interiore, si esprime per mezzo del senso della vista, cioè con lo sguardo, come nel caso di Davide e Betsabea, per servirci di un esempio tratto dalla Bibbia (9). Il rapporto del desiderio col senso della vista è stato particolarmente messo in rilievo nelle parole di Cristo.
9. Cfr. 2 Sam. 11, 2.
Questo forse è il più noto; ma nella Bibbia si possono trovare altri esempi simili (cfr. Gen. 34, 2; Iudic. 14, 1; 16, 1).
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4. Queste parole non dicono chiaramente se la donna –oggetto del desiderio– sia moglie altrui oppure se semplicemente non sia moglie dell’uomo che in tal modo la guarda. Può essere moglie altrui, oppure anche non legata dal matrimonio. Bisogna piuttosto intuirlo, basandoci specialmente sull’espressione che appunto definisce adulterio ciò che l’uomo ha commesso “nel suo cuore” con lo sguardo. Occorre correttamente dedurne che un tale sguardo di desiderio rivolto verso la propria moglie non è adulterio “nel cuore”, appunto perchè il relativo atto interiore dell’uomo si riferisce alla donna che è sua moglie, nei riguardi della quale l’adulterio non può verificarsi. Se l’atto coniugale come atto esteriore, in cui “i due si uniscono così da divenire una sola carne”, è lecito nel rapporto dell’uomo in questione con la donna che è sua moglie, analogamente è conforme all’etica anche l’atto interiore nella stessa relazione.
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5. Nondimeno, quel desiderio, indicato dall’espressione circa “chiunque guarda una donna per desiderarla”, ha una propria dimensione biblica e teologica, che qui non possiamo non chiarire. Anche se tale dimensione non si manifesta direttamente in quest’unica concreta espressione di Matth 5, 27-28, tuttavia è profondamente radicata nel contesto globale, che si riferisce alla rivelazione del corpo. A questo contesto dobbiamo risalire, affinchè il richiamo di Cristo “al cuore”, all’uomo interiore, risuoni in tutta la pienezza della sua verità. La citata enunciazione del Discorso della montagna (10) ha fondamentalmente un carattere indicativo. Che Cristo si rivolga direttamente all’uomo come a colui che “guarda una donna per desiderarla”, non vuol dire che le sue parole, nel loro senso etico, non si riferiscano anche alla donna. Cristo si esprime così per illustrare con un esempio concreto come occorra comprendere “il compimento della Legge”, secondo il significato che le ha dato Dio-Legislatore, ed inoltre come occorra intendere quel “sovrabbondare della giustizia” nell’uomo, che osserva il sesto comandamento del Decalogo. Parlando in questo modo, Cristo vuole che non ci soffermiamo sull’esempio in se stesso, ma anche penetriamo nel pieno senso etico ed antropologico dell’enunciato. Se esso ha carattere indicativo, significa che, seguendo le sue tracce, possiamo giungere a comprendere la verità generale sull’uomo “storico”, valida anche per la teologia del corpo. Le ulteriori tappe delle nostre riflessioni avranno le scopo di avvicinarci a comprendere questa verità.
[Insegnamenti GP II, 3/1, 971-975]
10. Matth. 5, 27-28.