[1174] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA EUCARISTÍA, SACRAMENTO DE LA FAMILIA Y FUENTE DEL APOSTOLADO FAMILIAR
Del Mensaje Il Congresso Eucaristico Internazionale, al Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Nairobi (Kenia), 15 agosto 1984
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1. La Eucaristía, Cena pascual
Lo que impresiona inmediatamente, al considerar el misterio eucarístico, es que desde los orígenes de la Iglesia, ha sido vivido en una dimensión comunitaria, como ponen de relieve las realidades evocadas con términos como casa, familia, cena. Enseguida viene a la memoria el recuerdo de la “casa” donde los discípulos “prepararon” una “sala en el piso superior, grande, aderezada” para que el Maestro divino pudiera comer allí, con ellos, la cena pascual (cfr. Lc 22, 7-22). Y el pensamiento va también a los testimonios que el Libro de los Hechos de los Apóstoles nos ha conservado acerca de la comunidad primitiva, cuyos miembros “diariamente acudían unánimes al templo, partían el pan en las casas y tomaban su alimento con alegría y sencillez de corazón” (Act 2, 46). Especialmente “el primer día de la semana” se “reunían” para “la fracción del pan” después de haber escuchado la palabra del Apóstol (cfr. Act 20, 7-11) repitiendo de este modo el gesto del Señor en una cena pascual, para cumplir su mandato expreso (cfr. Lc 22, 19). Todo esto sucedió en un clima que podría llamarse de familia y como doméstico, porque los que participan en el misterio saben que han llegado a ser, por la fe en Cristo, como “familiares de Dios”, según nos recuerda San Pablo (Ef 2, 11 ss).
La celebración de la Eucaristía se revela así, desde el comienzo, como el sacramento del amor fraterno, en el que Cristo Jesús se hace real y sustancialmente presente, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, para unirse más íntimamente a quien cree en Él y lo recibe dignamente. Es una presencia que viene de lejos y se proyecta lejos: desde el seno del eterno Padre a la meta final, desde la Encarnación a la consumación escatológica hacia la que camina la historia. Efectivamente, nos recuerda San Pablo: “Cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga” (1 Cor 11, 26). En la Eucaristía, pues, se nos concede a nosotros, peregrinos, pregustar, en la espera que ilumina la fe y alimenta la esperanza, algo de la alegría que será propia del banquete escatológico. A este banquete aludió el mismo Cristo en la última Cena (cfr. Lc 22, 15-16); es justo, pues, que a él mire el cristiano, mientras se nutre del alimento divino, que lo sacia, reavivando en él el deseo de una comunión cada vez más plena con su Señor, hasta hacerle pensar que “es mucho mejor ser librado del cuerpo para estar con Él” (cfr. Flp 1, 23). El encuentro eucarístico anuncia y anticipa, de este modo, la experiencia beatificante del encuentro final en la casa del Padre.
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2. La Eucaristía, sacramento de la familia
La esencial dimensión comunitaria de la Eucaristía encuentra una manifestación privilegiada en el ámbito de la comunidad familiar. Si en los orígenes del cristianismo, y también en los primeros siglos, frecuentemente, por necesidad de las cosas, se celebraba la Eucaristía en las casas privadas, tampoco después ha decaído la vinculación, quizá entonces más fácil y espontánea, entre el misterio eucarístico y ese santuario del amor que, en el plan de Dios Creador y Redentor, debe ser la comunidad familiar. Aun cuando con el desarrollo de la Iglesia en los siglos sucesivos haya prevalecido y esté prescrita la celebración eucarística en los templos consagrados al culto de toda la comunidad eclesial, imagen más adecuada del Cuerpo místico de Cristo y de la de Dios”, no ha decaído el sentido sagrado que la Iglesia atribuye a la familia, célula de la comunidad eclesial, precisamente en orden a la Eucaristía. Debemos al Concilio Ecuménico Vaticano II el haber puesto bajo una luz más clara esta realidad “sagrada” de la familia en toda su lozanía evangélica. La Constitución “Lumen Gentium” ha señalado en la familia una especie de “Iglesia doméstica” (n. 11), y el Decreto “Apostolicam Actuositatem” ha hablado de ella como del “santuario doméstico de la Iglesia” (n. 11).
El hecho de que hoy oportunamente se celebre la Eucaristía en el templo, donde se reúne la más amplia “familia” de la comunidad cristiana, sobre todo a nivel parroquial, no debe impedir, pues, que se vea el profundísimo vínculo que hay entre el sacramento del Cuerpo y Sangre del Señor y esa “célula primera y vital de la sociedad” (Apostolicam actuositatem, 11), que es la familia. Efectivamente, si la Eucaristía es el sacramento por el que Cristo da la vida a los fieles (cfr. Jn 6, 53 s.), no es menos verdad que la familia es el “lugar” predispuesto divinamente, donde “nacen nuevos ciudadanos de la sociedad humana, quienes, por la gracia del Espíritu Santo, quedan constituidos en el bautismo hijos de Dios, que perpetúan a través del tiempo el Pueblo de Dios” (Lumen gentium, 11). El sacrificio eucarístico, además, “representa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia, en cuanto sellada con la sangre de la cruz” (Familiaris consortio, 57); a su vez, el matrimonio de los bautizados, en el que tiene su origen y fundamento la familia cristiana, es un símbolo singularmente vivo y elocuente de esta alianza. Por tanto en la Eucaristía, dentro de la cual se celebra normalmente el mismo matrimonio “los cónyuges cristianos encuentran la raíz de la que brota, que configura interiormente y vivifica desde dentro, su alianza conyugal” (Familiaris consortio, 57).
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3. La Eucaristía, fuente del apostolado de la familia
Por estas razones superiores de fe y de vida eclesial, la familia cristiana tiene una especial vocación de ser testigo del Evangelio en el mundo contemporáneo. De la Eucaristía tomará la fuerza que exige el cumplimiento de esta función. “La participación en el Cuerpo ‘entregado’ y en la Sangre ‘derramada’ de Cristo se hace fuente inagotable del dinamismo misionero y apostólico de la familia cristiana” (Familiaris consortio, 57), la cual, corroborada así, puede proclamar “en voz muy alta, tanto las presentes virtudes del reino de Dios, como la esperanza de la vida bienaventurada” (Lumen gentium, 35).
Por tanto, la familia se encuentra insertada en la comunidad más amplia de la Iglesia con una función específica: la de ser “un signo luminoso de la presencia de Cristo y de su amor incluso para los ‘alejados’, para las familias cristianas que no viven coherentemente la fe recibida” (Familiaris consortio, 54).
[DP (1984), 237]
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1. L’Eucaristia, Cena pasquale
Ciò che subito colpisce al considerare il Mistero Eucaristico è che, fin dalle origini della Chiesa, esso è vissuto in una dimensione co munitaria come ben rivelano le realtà evocate da termini quali casa, famiglia, cena. Si affaccia immediatamente alla memoria il ricordo di quella “casa” nella quale i discepoli “prepararono” una “sala al piano superiore, grande e addobbata”, perchè il Maestro divino potesse mangiarvi, insieme con loro, la cena pasquale (1). Ed il pensiero va pure alle testimonianze che il Libro degli Atti degli Apostoli ci ha conservato circa la comunità primitiva, i cui membri “tutti i giorni insieme frequentavano il tempio e spezzavano il pane a casa prendendo i pasti con letizia e semplicità di cuore” (2). In particolare “nel primo giorno della settimana” essi si “riunivano” per “spezzare il pane” dopo aver ascoltato la parola dell’Apostolo (3), ripetendo così il gesto del Signore nella cena pasquale, in adempimento dell’espresso suo comando (4). Tutto ciò avviene in un clima che si direbbe di famiglia, e quasi domestico, perchè coloro che partecipano al mistero sanno di essere diventati, per la fede in Cristo, quasi dei “familiari di Dio” come ci ricorda San Paolo (5).
La celebrazione dell’Eucaristia si rivela così, fin dall’inizio, come il sacramento dell’amore fraterno, nel quale Cristo Gesù si rende realmente e sostanzialmente presente, in Corpo, Sangue, Anima e Divinità, per unirsi più intimamente a chi crede in lui e degnamente lo riceve. È una presenza che viene da lontano e si proietta lontano: dal seno dell’eterno Padre al traguardo finale, dall’Incarnazione a quella consumazione escatologica verso cui cammina la storia. Ci ricorda infatti San Paolo: “Ogni volta che mangiate di questo pane e bevete di questo calice, voi annunciate la morte del Signore finchè egli venga” (6). Nell’Eucaristia, dunque, a noi pellegrini è dato di pregustare, nella’attesa che la fede illumina e la speranza alimenta, qualcosa della gioia che sarà propria del banchetto escatologico. A questo banchetto allude Cristo stesso nell’ultima Cena (7); ad esso è giusto quindi che guardi il cristiano, mentre si nutre del cibo divino, che lo sfama ravvivando in lui il desiderio di una comunione sempre più piena col suo Signore, fino a fargli ritenere “cosa assai migliore essere sciolto dal corpo per ritrovarsi con lui” (8). L’incontro eucaristico preannuncia ed anticipa, così, l’esperienza beatificante dell’incontro finale nella casa del Padre.
1. Cfr. Luc. 22, 7-22.
2. Act. 2, 46.
3. Cfr. ibid. 20, 7-11.
4. Cfr. Luc. 22, 19.
5. Eph. 2, 11 ss.
6. 1 Cor. 11, 26.
7. Cfr. Luc. 22, 15-16.
8. Cfr. Phil. 1, 23.
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2. L’Eucaristia, sacramento della famiglia
L’essenziale dimensione comunitaria dell’Eucaristia trova una sua manifestazione privilegiata nell’ambito della comunità familiare. Se alle origini del cristianesimo, e anche nei primi secoli, spesso, per necessità di cose, l’Eucaristia si celebrava nelle case private anche in seguito non è venuto meno il collegamento, allora forse più facile e spontaneo, tra il mistero eucaristico e quel santuario dell’amore che, nel piano di Dio creatore e redentore, deve essere la comunità familiare. Anche se con lo sviluppo della Chiesa nei secoli successivi è giustamente prevalsa e prescritta la celebrazione eucaristica nei templi consacrati al culto dell’intera comunità ecclesiale, immagine più adeguata del Corpo mistico di Cristo e della “famiglia di Dio” non è venuto meno il senso sacro che la Chiesa attribuisce alla famiglia, cellula della comunità ecclesiale, proprio in ordine all’Eucaristia. Dobbiamo al Concilio Ecumenico Vaticano II l’aver posto in più chiara luce questa realtà “sacra” della famiglia in tutta la sua freschezza evangelica. La Costituzione “Lumen Gentium” ha indicato nella famiglia una sorta di “Chiesa domestica” (9) e il Decreto “Apostolicam Actuositatem” ne ha parlato come del “santuario domestico della Chiesa” (10).
Il fatto che oggi opportunamente l’Eucaristia si celebri nel tempio, ove si raccoglie la più vasta “famiglia” della comunità cristiana, specialmente a livello parrocchiale, non deve dunque impedire di vedere il profondissimo legame che intercorre tra il sacramento del Corpo e Sangue del Signore e quella “prima e vitale cellula della società” (11) che è la famiglia. Se infatti l’Eucaristia è il sacramento mediante il quale Cristo dà la vita ai fedeli (12), non è men vero che la famiglia è il “luogo” divinamente predisposto, in cui “nascono i nuovi cittadini della società umana, i quali per grazia dello Spirito Santo diventano col battesimo figli di Dio e perpetuano attraverso i secoli il suo Popolo” (13). Il sacrificio eucaristico, inoltre, “rappresenta l’alleanza d’amore tra Cristo e la Chiesa, in quanto sigillata col sangue della sua Croce” (14), a sua volta il matrimonio dei battezzati, nel quale la famiglia cristiana ha la sua origine e il suo fondamento, è di tale alleanza un simbolo singolarmente vivo ed eloquente. Nell’Eucaristia, pertanto, nell’ambito della quale è normalmente celebrato lo stesso matrimonio, “i coniugi cristiani trovano la radice dalla quale scaturisce, è interiormente plasmata e continuamente vivificata la loro alleanza coniugale” (15).
9. Lumen gentium, 11 [1964 11 21a/11].
10. Apostolicam actuositatem, 11 [1965 11 18/11].
11. Ibid.
12. Cfr. Io. 6, 53 s.
13. Lumen gentium, 11 [1964 11 21a/11].
14. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 57 [1981 11 22/57].
15. Ibid.
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3. L’Eucaristia, sorgente dell’apostolato della famiglia
Per queste superiori ragioni di fede e di vita ecclesiale, la famiglia cristiana ha una speciale vocazione ad essere testimone del Vangelo nel mondo contemporaneo. Dall’Eucaristia essa trarrà la forza che l’adempimento di tale compito richiede. “La partecipazione al Corpo ‘dato’ e al Sangue ‘versato’ di Cristo diventa inesauribile sorgente del dinamismo missionario ed apostolico della famiglia cristiana” (16), la quale, così corroborata, può proclamare “ad alta voce e le virtù presenti del Regno di Dio e la speranza della vita beata” (17).
La famiglia si ritrova, pertanto, inserita nella più grande comunità della Chiesa con un suo ruolo specifico: quello di essere “un segno luminoso della presenza di Cristo e del suo amore anche per i ‘lontani’, per le famiglie che non credono ancora e per le stesse famiglie cristiane che non vivono più in coerenza con la fede ricevuta” (18).
[Insegnamenti GP II, 7/2, 213-215]
16. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 57 [1981 11 22/57].
17. Lumen gentium, 35 [1964 11 21a/35].
18. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 54 [1981 11 22/54].