[1220] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
De la Homilía durante la Misa para las Familias en el Estadio Nyayo, Nairobi (Kenia), 17 agosto 1985
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“Hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también Jesús con sus discípulos a la boda” (Jn 2, 1-2).
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
1. El tema principal del Congreso Eucarístico de Nairobi es la Eucaristía y la familia cristiana. Y constituye para mí una gran alegría proclamar esta verdad a las parejas de jóvenes que están celebrando su matrimonio y a los otros muchos jóvenes presentes hoy aquí. La lectura del Evangelio de San Juan nos ayuda a entrar en este tema y a entender su sentido pleno.
Jesús estaba presente en Caná de Galilea con la pareja de recién casados. Había aceptado su invitación a participar en la boda. Estaba con ellos. Estaba para ellos.
La Eucaristía es el sacramento en el que Jesucristo está hoy con nosotros de un modo especial. Está en medio de nosotros, ofreciendo de forma incruenta el mismo Sacrificio que ofreció en el altar de la cruz, entregando su vida por la salvación del mundo. En este sacramento santísimo Cristo está con nosotros hasta el final de los tiempos y está para nosotros.
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2. Según San Juan, el primer milagro de la actividad mesiánica de Jesús tuvo lugar en Caná de Galilea. Y en su presencia allí nosotros podemos descubrir un aspecto eucarístico distintivo.
En cierto modo, la presencia de Cristo en la fiesta de Caná prefigura la Cena Eucarística. Y al mismo tiempo orienta también nuestra conciencia cristiana hacia el sacramento del matrimonio. Jesús se halla presente con cada pareja de recién casados; está en medio de ellos en el momento en que se entregan mutuamente para toda la vida en el matrimonio. Jesús reafirma el plan de Dios sobre el matrimonio como la institución humana más fundamental, remontándose al mismo comienzo de la historia humana.
En el Libro del Génesis leemos: “Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra. Y los bendijo Dios, diciéndoles: Procread y multiplicaos y henchid la tierra; sometedla” (Gén 1, 27-28). El Libro del Génesis muestra la unidad originaria del hombre y la mujer. Exactamente desde el comienzo, Dios los creó “hombre y mujer” y los destinó a formar una comunión de personas que fuera fecunda. “Los llamó a una participación especial en su amor y en su poder como Creador y Padre mediante su cooperación libre y responsable en la transmisión del don de la vida humana” (Familiaris consortio, 28). Unidos en la presencia de Dios y disfrutando de su especial bendición, el hombre y la mujer estaban destinados a dominar sobre el universo creado. Vemos así que la institución del matrimonio coincide con la creación del hombre y la mujer al principio.
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3. En cierta ocasión, discutiendo con los Fariseos, el Señor Jesús no sólo repitió la doctrina sobre el matrimonio que se encuentra en el Libro del Génesis, sino que volvió a confirmarla con un énfasis especial. Dijo: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt 19, 6). Por ello, el misterio del matrimonio instituido por el Creador “al principio” de la existencia del género humano como fundamento para el futuro, vuelve a ser confirmado por Cristo. Éste lo marca con el sello del Evangelio, el sello de la Nueva Alianza en su sangre (cfr. Lc 22, 20).
Ésta es la razón por la que la Iglesia continúa enseñando en todas las épocas la verdad inmutable de que el matrimonio es indisoluble. Cuando una pareja recibe libremente este sacramento, como ocurre esta tarde, establece una unidad inquebrantable. Al haberse convertido en criaturas nuevas por las aguas del bautismo, pueden ser en el matrimonio signos vivos del amor eternamente fiel de Cristo hacia su Iglesia. Su amor recíproco, su amor conyugal, puede perdurar hasta la muerte, no por sus propias fuerzas o por sus propios méritos, sino por la gracia de Cristo que actúa en ellos.
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4. Es muy elocuente encontrar a Jesucristo con una pareja de recién casados en Caná de Galilea precisamente al comenzar su actividad mesiánica. Se trata de una especie de declaración profética que, desde ese momento, Él desea estar con todas las parejas que, por sus promesas matrimoniales, se convierten en ministros del sacramento de su vida en común. Él se halla presente en ellos mediante su gracia. Esta gracia es el poder salvífico de Dios, su don, que hace la vida humana –y en este caso, la vida matrimonial–, digna del hombre, digna de los hijos de Dios.
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5. También es sumamente significativo el milagro realizado en Caná, el primer signo del reino mesiánico. Jesús transforma el agua en vino. Al hacerlo, transforma y ennoblece la bebida que será ofrecida a los invitados a las bodas. Pero lo que resulta aún más elocuente es lo siguiente: la verdad del Evangelio y la gracia del sacramento del matrimonio transforman y ennoblecen toda vida matrimonial si la pareja sigue fielmente esta verdad, si colaboran con esta gracia.
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6. Lo que se ennoblece es, sobre todo, el amor conyugal, aquel amor completamente humano que es unido al amor divino y que se orienta al bien de ambos, del hombre y de la mujer. Ese amor “lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos, comprobado por sentimientos y actos de ternura, e impregna toda su vida” (Gaudium et spes, 49). Es un amor como lo describe San Pablo en la primera Carta a los Corintios, que hemos escuchado en la liturgia de hoy: “La caridad es longánime, es benigna; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera” (1 Cor 13, 4-7).
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7. El fruto del amor fiel es una comunión de mentes y de corazones. El amor de Cristo en la cruz ha superado las divisiones causadas por el pecado y el amor conyugal que ha sido ennoblecido en el matrimonio cristiano participa del poder del amor unificador de Cristo. Así, pues, a todas y cada una de las parejas de casados, y a todas las familias cristianas se les dan la gracia y la responsabilidad de llegar a convertirse en una comunidad de personas. Ésta es la razón por la que, refiriéndome al papel de la familia cristiana en el mundo moderno, decía en mi Exhortación Apostólica: “Su primera tarea es la de vivir con fidelidad la realidad de la comunión en un esfuerzo constante por desarrollar una auténtica comunidad de personas” (n. 18).
Del mismo modo que la vida cristiana requiere una conversión continua, también la vida matrimonial exige que la pareja haga esfuerzos constantes y generosos por profundizar su comunión conyugal. Por designio divino existe una complementariedad y atracción naturales entre el hombre y la mujer. Pero éstas tienen que ser desarrolladas y alimentadas a través de la atención amorosa hacia las necesidades del otro y, sobre todo, mediante las gracias recibidas en el sacramento. El Espíritu Santo, el Espíritu de la Verdad y del Amor, se derrama de un modo especial sobre los esposos en el sacramento y los ayudará en su deseo de superar las deficiencias y egoísmos personales y de alcanzar una comunión cada vez mayor con Cristo.
Es también importante recordar aquí que, “semejante comunión queda radicalmente contradecida por la poligamia: ésta, en efecto, niega directamente el designio de Dios tal y como es revelado desde los orígenes, porque es contraria a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que en el matrimonio se entregan con un amor total y por lo mismo único y exclusivo” (Familiaris consortio, 19). En el Antiguo Testamento, la poligamia a veces fue tolerada. Pero en la Nueva Alianza, nuestro Salvador restauró el matrimonio a su estado originario como comunión de un hombre y una mujer.
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8. Junto a esta tarea de alimentar una comunión de personas, los maridos y las mujeres desempeñan así mismo una importante tarea al servicio de la vida humana, particularmente mediante aquel honor y deber especial consistente en traer hijos al mundo y en educarlos.
La vocación al matrimonio requiere gran sacrificio y generosidad por parte tanto del marido como de la mujer. La entrega mutua es un elemento necesario para una vida matrimonial feliz. Y el signo más pleno de esa entrega mutua se expresa cuando la pareja acepta voluntariamente los hijos y los educan en el conocimiento y en el amor de Dios. Como enseña el Concilio Vaticano II: “Sin quitar importancia a los demás fines del matrimonio, la verdadera práctica del amor conyugal y la entera significación de la vida familiar que resulta de esa práctica tiene esta finalidad: que la pareja esté dispuesta con corazón intrépido a cooperar con el amor del Creador y Salvador que quiere aumentar y enriquecer día tras día su propia familia mediante los esposos” (Gaudium et spes, 50). Ésta es la razón por la que cualquier acción contra la vida, tales como la contracepción y el aborto, es equivocada e indigna de buenos esposos y esposas.
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9. Puesto que las familias desempeñan un papel tan importante en la sociedad y en la Iglesia y debido a las múltiples amenazas y obstáculos que se oponen hoy a una vida familiar estable, la preparación de los jóvenes para el matrimonio es más necesaria que en el pasado. Es importante subrayar la naturaleza interpersonal del matrimonio, construida sobre una apreciación sólida de la dignidad tanto del hombre como de la mujer así como de su complementariedad natural. A los jóvenes que planifican su futuro es preciso hacerles tomar conciencia de los esfuerzos continuos que se requieren para nutrir esta relación interpersonal singular, que se fundamente en el respeto y la fidelidad mutuas, comunicación abierta y disponibilidad para escuchar la mente y el corazón del otro.
Tal vez hubo un tiempo en que la familia y la comunidad local preparaban bastante bien a los jóvenes para el matrimonio; pero actualmente en muchos sitios la preparación que se ofrece es muy escasa. Por ello, no se puede suponer demasiado precipitadamente que los jóvenes y las jóvenes sean ya conscientes de los requisitos básicos para una vida familiar bien ordenada. De hecho pueden albergar grandes temores y dudas sobre su capacidad para vivir los ideales cristianos del matrimonio. Así pues, tienen que ser cuidadosamente instruidos acerca de la gracia del matrimonio, el papel del sacramento en la misión de la Iglesia así como su relación con los otros sacramentos, especialmente la Eucaristía y el sacramento de la Penitencia. Es así mismo importante que tengan una inteligencia adecuada, de la naturaleza de la sexualidad y de la paternidad responsable, incluidos los métodos de planificación familiar natural y las razones para usarlos.
En este contexto, deseo repetir lo que dije a los obispos de Kenia con motivo de mi anterior visita pastoral a vuestro país: “Estad seguros de mi solidaridad con vosotros en esa tarea que comporta la preparación diligente de los jóvenes para el matrimonio, la proclamación continua de la unidad e indisolubilidad del matrimonio y la invitación renovada a los fieles a aceptar y alimentar con fe y amor la celebración católica del sacramento del matrimonio. El éxito en un programa pastoral de esta naturaleza exige paciencia y perseverancia así como una fuerte convicción de que Cristo ha venido ‘para hacer nuevas todas las cosas’ (Ap 21, 5)”.
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10. El Congreso Eucarístico de Nairobi –el segundo Congreso Eucarístico internacional que se celebra en el continente africano y el primero en el corazón de África– constituye una gran invitación al banquete del Señor. En este banquete se renueva el misterio de nuestra redención mediante la cruz y la resurrección de Cristo; en la celebración de este banquete, en Cristo y por Cristo, todos nosotros nos unimos entre nosotros como hermanos y hermanas: hijos del mismo Padre.
Al mismo tiempo, esta invitación eucarística al banquete pascual de nuestra salvación tendría que recordar de un modo especial el sacramento del Matrimonio, que se halla ordenado a la Eucaristía.
En la Eucaristía se halla la fuente de la vida y de la santidad para todos, especialmente para los esposos y las esposas así como para sus familias, para las parejas de jóvenes que están celebrando hoy su matrimonio y para todos los jóvenes de Kenia.
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11. Todos los que participan en el Congreso Eucarístico de Nairobi han sido invitados a Caná de Galilea. Reflexionando sobre la fiesta celebrada en Caná de Galilea, todos los esposos y esposas y todas las familias pueden apercibirse plenamente de que Jesucristo, Jesús en la Eucaristía, está con ellos, entre ellos y para ellos. Jesús se halla presente mediante su Iglesia apostólica lo mismo que en Caná se hallaba presente con los Apóstoles. Se halla presente de un modo especial a través de la mediación de María, Madre de Cristo.
Fue María la que pidió a su Hijo que realizara el milagro de cambiar el agua en vino. Es Ella la que pide ahora a su Hijo que santifique el amor humano; Ella pide a su hijo que conceda a las parejas de casados la gracia de un verdadero amor conyugal, un amor que sea fiel hasta la muerte y que se convierta para los padres y para los hijos en el gran don de la vida humana.
Es también Ella, María, la que dice a todos los esposos y esposas y a todas las familias: “Haced cuanto él os diga” (Jn 2, 5). Queridos hermanos y hermanas, queridos esposos y padres, queridos jóvenes de Kenia: ¡Recibid al Redentor del mundo! ¡Escuchad a María, porque María os llevará a Cristo!
[DP (1985), 212]
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“There was a wedding at Cana in Galilee. The mother of Jesus was there, and Jesus and his disciples had also been invited” (1).
Dear Brothers and Sisters in Christ:
1. The principal theme of the Eucharistic Congress in Nairobi: the Eucharist and the Christian Family. I am deeply pleased to be able to address my words especially to the young couples who are being married and to the many other young people who have assembled in this stadium. The reading from the Gospel of Saint John helps us to enter into this theme and to understand its full meaning.
Jesus was present at Cana in Galilee with the newly-married couple. He had accepted their wedding invitation. He was with them. He was for them.
The Eucharist is the Sacrament in which Jesus Christ is with us today in a very special way. He is in our midst, offering in an unbloody manner the same Sacrifice that be offered on the altar of the Cross, giving his life for the salvation of the world. In this most holy Sacrament Christ is with us to the end of time, and he is for us.
1. Jn. 2: 1-2.
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2. According to Saint John the first miracle of the public messianic activity of Jesus took place at Cana in Galilee. And in his presence there we can see a distinctive Eucharistic aspect.
In a certain way Christ’s presence at the feast of Cana prefigures the Eucharistic Supper. At the same time it also directs our Christian consciousness to the Sacrament of Marriage. Jesus is present with every newly-wed couple: he is in their midst as they commit themselves to each other for life in marriage. Jesus reaffirms God’s plan for marriage as the most fundamental human institution, going back to the very beginning of human history.
In the Book of Genesis we read: “God created man in the image of himself, in the image of God he created him, male and female he created them. God blessed them saying to them: Be fruitful, multiply, fill the earth and conquer it” (2). The Book of Genesis shows the original unity of man and woman. Right from the beginning, God created them “male and female” and destined them to form a communion of persons which would be fruitful. “He calls them to a special sharing in his love and in his power as Creator and Father, through their free and responsible cooperation in transmitting the gift of human life” (3). United in God’s sight and enjoying his special blessing, man and woman were to rule over the created universe. And thus we see that the institution of marriage coincides with the creation of man and woman in the beginning.
2. Gen. 1: 27-28.
3. Familiaris consortio, 28 [1981 11 22/28].
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3. On one occasion, in a discussion with the Pharisees, the Lord Jesus not only repeated the teaching on marriage found in the Book of Genesis, but he reconfirmed it with particular emphasis. He said: “What God has united, man must not divide” (4). Therefore the mystery of marriage instituted by the Creator “in the beginning” of the existence of the human race, as the foundation of the future, is reconfirmed by Christ. He places on it the seal of the Gospel, the seal of the New Covenant in his blood 5.
That is why in every age the Church continues to teach the unchanging truth, that marriage is indissoluble. When couples freely receive this Sacrament, as they are doing this afternoon, they establish un unbreakable oneness. Having become a new creation in the waters of Baptism, they are able in marriage to be a living sign of the ever faithful love of Christ for the Church. Their love for one another, their conjugal love, can last until death, not because of their own strength or merits but because of Christ’s grace at work within them.
4. Mt. 19: 6.
5. Cfr. Lk. 22: 20.
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4. The fact that we find Jesus of Nazareth with the newly-wed couple at Cana in Galilee right at the beginning of this messianic activity speaks most eloquently. It is like a prophetic declaration that henceforth he wishes to be with all couples who through their married vows become ministers of the Sacrament of their life together. He is present with them through his grace. This grace is the saving power of God, his gift, which makes human life –and in this case married life– worthy of man, worthy of the children of God.
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5. Very significant also is the actual miracle performed at Cana, the first sign of the messianic Kingdom. Jesus changes water into wine. In so doing he transforms and ennobles the drink which will be offered to the wedding guests. What is even more eloquent is this: the truth of the Gospel and the grace of the Sacrament of Marriage transform and ennoble all married life if the couple follow this truth faithfully, if they collaborate with this grace!
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6. Above all, waht is ennobled is conjugal love, that thoroughly human love which is united to the divine, and which is for the good of both husband and wife. It “leads the spouses to a free and mutual gift of themselves, a gift proving itself by gentle affection and by deed. Such love pervades the whole of their lives” (6). It is a love such as Saint Paul describes in the First Letter to the Corinthians, which we have listened to in today’s liturgy: “Love is always patient and kind; it is never jealous; love is never boastful or conceited; it is never rude or selfish; it does not take offence, and is not resentful. Love takes no pleasure in other people’s sins but delights in the truth; it is always ready to excuse, to trust, to hope and to endure whatever comes” (7).
6. Gaudium et spes, 49 [1965 12 07c/49].
7. 1 Cor. 13: 4-7.
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7. The fruit of faithful love is a communion of minds and hearts. The love of Christ on the Cross has overcome the divisions caused by sin, and married love which has been ennobled in Christian marriage shares in the power of Christ’s unifying love. Every married couple therefore, and all Christian families, are given the grace and responsibility of becoming a community of persons. That is why I said in my Apostolic Exhortation on the role of the Christian family in the modern world: “Its first task is to live with fidelity the reality of communion in a constant effort to develop an authentic community of persons” (8).
Just as the Christian life requires continual conversion, so married life requires the couple to make constant and generous efforts to deepen their conjugal communion. By God’s design there exists a natural complementarity and attraction between man and woman. But these still have to be developed and fostered by loving attention to each other’s needs, and above all by recourse to the graces received in the Sacrament. The Holy Spirit, the Spirit of Truth and Love, is poured out upon the married couple in a special way in the Sacrament, and he will help them in their desire to overcome personal shortcomings and selfishness and to achieve ever greater communion in Christ.
It is also important to recall here that “such a communion is radically contradicted by polygamy: this, in fact, directly negates the plan of God which was revealed from the beginning, because it is contrary to the equal personal dignity of men ad women who in matrimony give themselves with a love that is total and therefore unique and exclusive” (9). In the Old Testament, polygamy was sometimes tolerated. But in the New Covenant Our Saviour restored marriage to its original state as a communion of one man and one woman.
8. Familiaris consortio, 18 [1981 11 22/18].
9. Familiaris consortio, 19 [1981 11 22/19].
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8. Together with this task of fostering a communion of persons, husbands and wives also fulfil a vital role in the service of human life, in particular through that special honour and duty which is theirs of bringing children into the world and educating them.
The vocation of marriage requires great sacrifice and generosity on the part of both husband and wife. Mutual self-giving is necessary for any successful married life. And the fullest sign of this mutual self-giving is expressed when the couple willingly accept children and bring them up in the knowledge and love of God. As the Second Vatican Council teaches: “while not making the other purposes of matrimony of less account, the true practice of conjugal love, and the whole meaning of the family life which results from it, have this aim: that the couple be ready with stout hearts to cooperate with the love of the Creator and the Saviour, who through them will enlarge and enrich his own family day by day” (10). That is why anti-life actions such as contraception and abortion are wrong and are unworthy of good husbands and wives.
10. Gaudium et spes, 50 [1965 12 07c/50].
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9. Because families play such a crucial part in society and in the Church, and because of the many threats and obstacles to stable family life today, the preparation of young people for marriage is more necessary than ever before. It is important to stress the interpersonal nature of marriage, built on a solid appreciation of the dignity of both man and woman and their natural complementarity. Young people planning for their future need to be made aware of the continual effort required to foster this unique interpersonal relationship, which rests on mutual respect and truth, open communication and a willingness to listen to the mind and the heart.
Perhaps there was a time when the family and local community prepared young people for marriage quite well, but in many places today little preparation is provided. Thus, it should not be too quickly assumed that young men ad women are already aware of the basic requirements for a well-ordered family life. They may in fact have great fears and doubts about whether they can live up to the Christian ideals of marriage. They should therefore be carefully instructed concerning the grace of marriage, the role of the Sacrament in the mission of the Church, and its relationship with the other Sacraments, especially the Eucharist and the Sacrament of Penance. Important too is a proper understanding of the nature of sexuality and responsible parenthood, including the methods of natural family planning and the reasons for its use.
In this context, I would like to repeat what I said to the Bishops of Kenya at the time of my previous Pastoral Visit to your country: “Be assured of my solidarity with you in this great task involving the diligent preparation of the young for marriage, the repeated proclamation of the unity and indissolubility of marriage, and the renewed invitation to the faithful to accept and foster with faith and love the Catholic celebration of the Sacrament of Marriage. Success in a pastoral programme of this nature requires patience and perseverance and a strong conviction that Christ has come to ‘make all things new’” (11).
11. Ap. 21: 5.
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10. The Eucharistic Congress in Nairobi –the second International Eucharistic Congress on the African continent, the first in the heart of Africa– is a great invitation to the Banquet of the Lord. In this Banquet is renewed the mystery of our Redemption through the Cross and Resurrection of Christ, and all of us are united in Christ and through Christ with one another as brothers and sisters: children of the same Father.
At the same time, this Eucharistic invitation to the Paschal banquet of our salvation should recall in a particular way the Sacrament of Marriage, which is ordered towards the Eucharist.
In the Eucharist is found the source of life and holiness for everyone, in particular for husbands and wives and their families, for the young couples who are being married today and for all the young people of Kenya.
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11. Today then all those taking part in the Eucharistic Congress in Nairobi have been invited to Cana in Galilee. Reflecting on the marriage feast at Cana in Galilee, all husbands and wives and every family can fully realize that Jesus Christ, Jesus in the Eucharist, is with them, among them and for them. Jesus is present through his apostolic Church just as at Cana he was present with the Apostles. He is present in a special way through the mediation of Mary, Mother of Christ.
It was Mary who asked her Son to perform the miracle of changing water into wine. It is she who now asks her Son to sanctify human love; she asks him to grant married couples the grace of true conjugal love, –love which is faithful until death and which becomes for both parents and children the great gift of human life.
It is also she, Mary, who says to all husbands and wives and to all families: “Do whatever he tells you” (12). Dear brothers and sisters, dear spouses and parents, dear young people of Kenya: receive Jesus into your communities! Receive the Redeemer of the world! Listen to Mary, for Mary will lead you to Christ!
[AAS 78 (1986), 77-82]
12. Jn. 2: 5.